Los nudillos tocaron la puerta antes de que el Alba hubiese despuntado por completo.
—Ha llegado, Oksana Yahnivna —proclamó el sirviente, desde el exterior de la cabaña. Oksana paladeó el primer aliento de la mañana, fresca, tal y como había transcurrido la noche. A pesar de los postigos que cubrían las ventanas, y aun pese a haberse visto arrancada de su sueño sin previo aviso, Oksana supo la hora exacta del día: Hermana Luna, tras apenas atisbar el mundo desde las alturas, hacía horas que se había retirado, mucho antes que la propia Oksana. Inhaló otro profundo aliento y se frotó el rostro con las manos.
—¿Oksana Yahnivna?
—Trae una palangana.
—La tengo.
Oksana dedicó un mohín a la puerta cerrada. Ya tendría que saber que el muchacho, Gennady, intentaría congraciarse con ella. Echó para atrás las mantas y se irguió, envuelta por la fría mañana.
—Entra.
Gennady penetró en la habitación portando la palangana llena de agua procedente del manantial. Humilló los ojos, intimidado ante la desnudez de Oksana. O quizá fuese la misma mujer, tanto cubierta como al descubierto, la que lo intimidaba. El muchacho parecía desconcertado por el desdén que ella le dedicaba.
—Déjala ahí —apuntó Oksana, al tiempo que se desperezaba y sus manos se tendían hacia el techo—. Y diles que acudiré sin demora.
El muchacho asintió y se apresuró a desandar sus pasos. Qué impropio, pensó Oksana, que un Garou de pura sangre se comportase como una criada… si es que alguno de estos Hijos de Gaia podía optar al apelativo de pura sangre. Oksana albergaba sus dudas. El acarrear agua para las abluciones era tarea de la Parentela. Así se lo había dicho a Sergiy, pero éste opinaba que los recados humildes resultaban productivos para los recién cambiados, que les enseñaba el valor del servicio y la humildad. La degradación, según Oksana, no resultaba útil más que para aquellos que proyectaban ser degradados. El combate producía guerreros capaces; la tutela, si hábil, engendraba consejeros de confianza.
Oksana se bañó con un trapo de tela basta y el agua que había traído Gennady, la cual arrastró el sueño aún adherido a sus ojos y el polvo de su cuerpo. Su piel se tornó de gallina; una corriente eléctrica la tonificó. Sergiy decía que las aguas del manantial eran las lágrimas de Gaia, rebosantes por los poros de la tierra. Fue él quien encontró el acuífero. Los Galliard cantaban que había llorado y que, al compartir el dolor de la madre Gaia, sus lágrimas habían invocado las de ella. Todo esto tras la muerte de la Bruja. Pese a las excentricidades de Sergiy y sus extrañas teorías acerca de la humildad, Oksana no podía negar el hecho de que la tierra precisaba cuidados, y la fuente manaba fuerte y pura.
Enséñale eso a tus cachorros, lo había apremiado Oksana: a purificar a la Madre para fortalecerla contra sus enemigos. No a acarrear agua ni a hacer las camas.
Ya aseada y despierta por completo, Oksana se cubrió con una túnica de seda, un grueso justillo de lana y pantalones sobre el mismo, y se calzó las botas. Recogió sobre la nuca su negra melena lisa, aún empapada, para anudarla con una cinta de cuero sujeta a una amatista, oscura y nublada contra la costumbre de ese tipo de gema. Por último, se echó sobre los hombros una capa de piel de lince que la caldeó y que alejó el frío de las aguas del manantial.
El prado se mostraba en calma a la luz del día a medida que Oksana cubría distancias en dirección a la fuente. El Clan del Alba, según la mayoría de sus miembros, ostentaba una metáfora por nombre. Los Garou preferían cazar y celebrar sus festejos bien adentrada la noche. El Alba era un acontecimiento que muchos podían aseverar no haber presenciado desde hacía años. Oksana solía contarse entre ellos. El venerable anciano de la manada era uno de los pocos que acostumbraba a gozar de los primeros rayos de Hermano Sol, rutina que a Oksana no le hubiese importado que se guardase para él solo. La gloria del Alba no era lo que la había sacado de la cama a aquellas horas.
Encontró al venerable anciano frente al sauce gigante junto a la fuente. Sergiy Pisa la Mañana era un hombre cuya impresionante estatura quedaba rematada por una asilvestrada melena muy rubia. Sus piernas eran tan gruesas como olmos adultos, tamaño que casi alcanzaban sus musculosos brazos desnudos. Lo que más llamaba la atención de su fisonomía, no obstante, eran sus ojos, pálidos y etéreos igual que un cielo de verano tras la tormenta. Aquella mirada poseía la cualidad de bañar por entero a una persona, igual que haría la fuente con quien se colocara bajo su chorro. Pisa la Mañana no estaba solo. El grupo que formaba junto a su invitado y dos más descansaba en unos asientos bajos de sauce sin trabajar, formados por las raíces del gigantesco árbol al sobresalir del suelo antes de volver a enhebrarse en la tierra.
El invitado no era otro que Lord Arkady de la Causa de la Luna Creciente, linaje europeo preeminente de Colmillos Plateados. Arkady se cubría con elegantes sedas, chaleco y calzones de cuero, y botas negras hasta la rodilla. Un gran klaive reluciente descansaba a su costado. Su tez era morena, si bien no tanto como la de Oksana. Parecía levemente resentido por el hecho de que ella, la consejera de confianza de Pisa la Mañana, no hubiese acudido más presta.
—Lord Arkady —pronunció Sergiy con su profundo vozarrón, el cual levantó ondulaciones en la superficie del manantial—, os presento a la estimada Oksana Yahnivna Maslov, de nuestros hermanos los Señores de la Sombra.
Arkady se incorporó y efectuó una graciosa reverencia.
—Disculpadme si he interrumpido vuestro descanso, Oksana Yahnivna —obsequió, al tiempo que enunciaba su apenas velado reproche.
—Si hubiésemos conocido los pormenores de vuestra llegada con mayor precisión —contestó Oksana, al tiempo que correspondía a la reverencia de Arkady—, estoy segura de que Sergiy Pisa la Mañana se habría ocupado de que toda la manada se encontrase presente para ensalzar vuestras singulares hazañas.
—Lord Arkady nos alertó de su venida —intervino uno de los otros dos Garou presentes, Victor Svorenko, un Colmillo Plateado procedente del Clan del Pájaro de Fuego, y el motivo de la embajada de Arkady. A Oksana, Svorenko le daba siempre la impresión de ser algo picajoso… y a menudo más que eso. En ocasiones, se recriminaba por el hecho de que hubiese sido su consejo el que lo había traído, así como al quinto Garou, Arne Ruina del Wyrm, al Clan del Alba.
—También sabemos que el Apocalipsis se aproxima —repuso Oksana, tajante—, pero sin anuncios más definitivos cuesta poner fin al debate acerca de la hora exacta y el modo en que se producirá dicha venida.
Svorenko balbució antes de recuperar la voz.
—¡Cómo te atreves a mofarte de asuntos tan serios!
Oksana lo inmovilizó con torvos ojos de acero. Consideró la posibilidad de morderse la lengua, pero le pareció que mostrarse deferente hacia Lord Arkady ya era molestia suficiente; aquel cachorro de Colmillo ponía a prueba su paciencia.
—No me mofo, pequeño. Ni me arredra hablar de aquello a lo que nos enfrentamos día y noche. Puede que lo comprendas cuando seas mayor y hayas visto más.
Svorenko comenzaba a incorporarse cuando lo sujetó sin tocarlo la mano alzada de Pisa la Mañana. Para sorpresa del joven Colmillo Plateado, el anciano comenzó a reír. Su franca carcajada consiguió que las hojas del sauce se mecieran, como contagiadas de su dicha.
—Tranquilo, cachorro —rió Sergiy Pisa la Mañana—. El joven Svorenko protege el honor de su hermano cuando no hace falta. Te pregunto, ¿acaso roba la masa el panadero? Ahora eriza los pelos porque lo llamo cachorro. De nuevo te digo, tranquilo. Aquí estamos entre amigos. Siente el calor del sol y bebe de las bondades de esta fuente, y recuerda que toda la gloria es de Gaia.
Svorenko, disuadido aunque apenas conforme, volvió a ocupar su asiento. También Oksana se sentó, a la izquierda de Pisa la Mañana, un lugar de honor, igual que el asiento que ocupaba Arkady a la derecha. Aquel joven Colmillo Plateado, pensó la mujer, sí que se beneficiaría de las excelencias de los humildes recados, si es que la humildad era algo que podía aprenderse. Pero ni siquiera Sergiy lograría convencer a un Colmillo Plateado de tal cosa. Victor renunciaría a su tutela y regresaría a Rusia antes de aceptar un acomodamiento inferior al que dictaba su posición. Igual que haría Oksana, caso de verse en su lugar… aunque ella sabría recordar el lugar que ocupaba y se mordería la lengua en presencia de los mayores.
Al menos, el principiante no había echado mano del klaive que portaba al cinto; aquello habría supuesto un insulto que ni siquiera el afable Sergiy podría haber pasado por alto. El que Svorenko portase siquiera el filo de plata ya delataba la desmesurada soberbia de los Colmillos. El klaive, tal y como Victor había tenido a bien informar a todo aquel dispuesto a escuchar poco después de su llegada al túmulo, era un regalo de su primo, Lord Arkady.
Tanto más tonto, éste, había pensado Oksana en aquellos momentos… idea reforzada desde entonces, hasta llegar a esta mañana.
—Permaneced quietos —dijo Pisa la Mañana con su voz poderosa—, y sabed que Gaia es la madre de todos nosotros.
Impulsados por la anhelante veneración que translucían sus palabras, los Garou se quedaron quietos y en silencio. En ese momento se levantó una brisa del oeste, sin que se hiciera sentir su frío, ya que el sol comenzaba a escalar el oriente del horizonte, más allá del límite inferior de la vega. Oksana desanudó su capa de piel de lince y aspiró el calor. Una sinfonía de gorriones y tórtolas dolientes le dieron la bienvenida al amanecer; a su canción se sumó el estremecer de las hojas del sauce sobre las cabezas de los Garou.
La rubiacha y enmarañada melena de Sergiy precedió el alzamiento de éste, los ojos cerrados, los brazos extendidos en toda su envergadura. Su abrazo bien pudiera haber abarcado a sus cuatro acompañantes, aunque a Oksana le parecía que lo que deseaba Pisa la Mañana era abrazar a la mismísima mañana, adueñarse de ella y apretarla contra su pecho. Pensó que, si hubiese alguien capaz de tal cosa, ése sería él. Le resultaba tan extraño… aquel colosal Garou que recibía con tal ardor cada amanecer; era tan gigantesco y plácido como el sauce que se erguía sobre ellos. Extraño, y tan distinto de ella, además, y de los suyos, que anhelaban el acogedor abrazo de la oscuridad.
—Ahhh —suspiró Sergiy en voz alta.
Oksana se sintió exhalar junto al venerable anciano; escuchó a los otros hacer lo mismo. Pudo leer en sus expresiones que, al igual que ella, era la primera vez que ellos cobraban conciencia de haber recibido al nuevo día, de haber aspirado la mañana con tanto entusiasmo como Pisa la Mañana… y de haber contenido aquel aliento.
—Gennady —llamó Sergiy. El joven Garou tardó un momento en presentarse.
Traía consigo una bandeja de tazas de cerámica llenas de agua del manantial para los cinco reunidos bajo el sauce. También portaba un ancho tazón a rebosar de vyshnyas, el cual pasó de mano en mano. Oksana cogió un puñado de cerezas y las devoró de una en una, donde cada explosión de los ácidos y vibrantes jugos afrutados la obligó a fruncir los labios al tiempo que le dejaba la boca salivando por más. No pudo evitar el darse cuenta de la expresión de deleite soslayado que asomaba al rostro de Sergiy mientras comía la fruta. Para él, el fin del ayuno era más que una satisfacción de la necesidad de alimento; era un homenaje a Gaia, una muestra de sus fabulosos tesoros.
El agua del manantial constituía el complemento ideal de las agrias vyshnyas… vivificante, purificadora. Para cuando el grupo hubo dado cuenta de su frugal comida, una agradable languidez se había adueñado de Oksana. Sentía calor y dicha; su resentimiento hacia los Colmillos, ya que no erradicado, sí que le parecía una carga que transportar en mejor momento. Que el pequeño Victor presumiese de klaive si le placía; lo más probable era que portándolo de aquel modo llegase a castrarse él solo por accidente, donde quedaría un señorito menos capaz de engendrar.
—Deduzco por la sonrisa de Oksana Yahnivna que sueña despierta —apuntó Sergiy, de buen talante—. Ah, pero ahora la he puesto en guardia. Quizá sea descanso lo que necesitemos todos. Lord Arkady ha venido desde muy lejos. Busquemos la paz en los sueños. Paz, descanso y renovación. Esta noche saldremos de caza, y mañana al alba honraremos a nuestros acogidos y a nuestro invitado. Lord Arkady, como corresponde a un estimado patriarca de los Colmillos Plateados al tiempo que venerable anciano del Clan del Pájaro de Fuego, nos ayudará en nuestro Rito de Reconocimiento para el joven Victor Svorenko. Hasta que llegue la hora de la cacería, pues, como siempre, id con Gaia.
Oksana regresaba poco después a su cabaña. Pese a que el sol seguía ascendiendo y ardiendo cada vez con más fiereza en el firmamento del este, el letargo del manantial y del sauce seguía adherido a ella. Una vez de nuevo bajo techado, se desnudó y volvió a acostarse. Ciertos asuntos requerían su atención. Esa noche iba a ser movida (la llegada de Arkady así lo garantizaba), pero decidió que lo que hubiese de ser, sería, tras lo que desistió de intentar evitar que sus pesados párpados aletearan hasta cerrarse.