Capítulo treinta y dos

Cuando Arroyo Negro hubo acabado con los humanos, no quedó demasiado de ellos. Sin embargo, en lugar de saciarse con su masacre, aquello sólo sirvió para hacer crecer su furia. Había estado en el camino de vuelta al clan, no especialmente lejos de él, cuando pudo escuchar las explosiones. Tras correr apresurado había descubierto que el antiguo santuario dedicado a Serpiente de Agua, y más tarde reconstruido en favor de Meneghwo, había sido completamente destruido. Allí encontró a los humanos. Al abalanzarse sobre el primero de ellos, uno que había resultado ser ciego, Ladra-a-las-Sombras quedó liberado del poder mágico que lo tenía atenazado.

El tipo negro había estado disparado su pistola hasta decidir que era inútil, y en ese momento Ladra-a-las-Sombras lo atacó. El humano empleó entonces la pistola a modo de garrote, un feroz y brillante garrote con el que consiguió partirle el cráneo en dos al Garou, como hubiera hecho un klaive. Ladra-a-las-Sombras logró dar muerte al humano, pero ahora yacía inmóvil en el suelo.

«La chica —había dicho Ladra-a-las-Sombras antes de que sus sentidos lo abandonaran para siempre—. La chica lo contó».

La furia de Arroyo Negro se había desatado con tanta fuerza que los humanos quedaron reducidos a trizas antes de que pudiera volver a pensar con claridad. «La chica. Kaitlin». Ladra-a-las-Sombras, tan resentido como había estado porque el resto de sus compañeros hubiera perecido siguiendo a Arroyo, no habría mentido en algo así. Arroyo Negro podía vislumbrar la verdad en sus palabras, y sintió que la sangre estaba a punto de hervirle. Ella había vuelto a traicionarlo, había traicionado a su clan y a su gente, y ahora aquellos humanos que podían ver a los Garou por lo que eran, aquellos humanos que domeñaban poderes que no podían ser otra cosa que dones de engendros del Wyrm, habían lanzado su ataque, habían destruido lo que quedaba del santuario que su madre había construido con sus propias manos.

Una bruma rojiza envolvió la visión de Arroyo. Enfurecido aulló a la naciente oscuridad, y corrió adentrándose en la noche.