Capítulo veintiséis

«Cuando llegue el momento, sabrás qué camino seguir». Arroyo Negro anhelaba que Meneghwo tuviera razón. Se detuvo brevemente en la bifurcación triple del túnel, con Claudia Permanece Firme a su espalda, y optó por la rama más a la izquierda. Mientras avanzaban, el techo se hacía cada vez más bajo y una mugre putrefacta cubría el suelo. Los Garou chapotearon abriéndose camino, y Arroyo, por su joroba, incluso tuvo que encorvarse algo más. «Si hay un sendero más fácil —pensó para sí mismo y para Claudia—, no está hecho para que viajen nuestros pies». Permanece Firme premió su adusto humor con un gruñido mordaz.

Arroyo apreciaba cada vez más su don de Búho, la capacidad de hablar sin pronunciar palabra alguna. Nunca antes había sentido tales ligaduras: el vínculo del tótem de una manada, la aceptación entre los de su especie. Las pérdidas de Astillabedules y Cynthia Oreja Suelta le apenaban, el dolor de una extremidad fantasma partida en dos, la inseguridad de un cuerpo incompleto, pero si todo había ido bien en el mundo mundano, Ladra-a-las-Sombras estaría aguardando ya en el clan para felicitar a los supervivientes: el propio Arroyo, que probaría estar a la altura de aquella misión que los espíritus le habían encomendado, y Permanece Firme, aquella que incluso en los días más oscuros no lo había maltratado.

«Perdonar el pasado. Mirar al futuro». Aquellas eran también palabras de Meneghwo, el lobo espiritual. Arroyo se esforzaba por cumplirlas. Pensó que podría perdonar todos los fallos que pudiera ver en Claudia; era cierto que no había desafiado directamente el comportamiento despectivo y cruel habitual en Nube de Muerte hacia Arroyo, cuando Evert ejercía como alfa, pero a menudo sí lo había protegido de los más graves abusos, y había disuadido a los demás de atormentarlo permanentemente. Su responsabilidad, después de todo, había sido en pro de la seguridad del clan, y no destinada a proteger a un autocompasivo metis, un Ahroun que a todas luces debía ser capaz de cuidar de sí mismo. «Era más culpa mía que suya —pensó Arroyo, con cuidado de no compartir esos sentimientos—. Debí haber soportado mejor los insultos y saber exigir mi lugar como cazador y guerrero, en lugar de escabullirme como un cachorro herido».

Arroyo escupió en la mugre, que había subido desde sus tobillos hasta la altura de sus rodillas. ¿Perdonar el pasado? Estaba más dispuesto a perdonar a Claudia antes que a cualquiera de los otros, y a su vez perdonaría de mejor gana a ellos antes que a sí mismo.

Sin embargo, ahora podía empezar a vislumbrar el futuro, incluso en medio de aquella creciente oscuridad de los túneles olvidados por Gaia. «Purificaremos la tierra y volveremos a levantar nuestro clan. Los Garou acudirán a unirse a nosotros cuando oigan lo ocurrido. Nuestra gente volverá a prosperar. Y Kaitlin…». Arroyo eligió sus pasos cuidadosamente entre el barro resbaladizo. Kaitlin. Sin duda habrá un lugar para ella en el futuro.

Una mano sobre su hombro atrajo su atención. Era Claudia, que le indicaba que debían parar para escuchar algo… «Algo se mueve —le dijo ella, sigilosamente—. Bajo la superficie». El brillo de su klaive refulgía en medio de la oscura corriente de mugre, pero no penetraba en ella.

Arroyo también sentía un movimiento bajo la superficie. Con la fuerza y la velocidad de un halcón que se lanzara en picado, sus garras se sumergieron en el espeso fango, golpearon y dieron cuenta de un tentáculo reptante tan grueso como su propia mano. Descubierto, o puede que porque las cinco garras atravesaban su circunferencia, el tentáculo se estremeció enloquecido. Arroyo lo siguió agarrando a pesar de sus violentos tirones y de la increíble manera que tenía de retorcerse. Aquellas convulsiones espasmódicas hacían penetrar sus garras en el tentáculo, rebanando tejidos y membranas, despedazando la carne, repartiendo sus fluidos internos por el fango a sus pies.

La plata destelló frente a los ojos de Arroyo. Un mandoble del klaive de Claudia seccionó el tentáculo. El extremo opuesto se liberó de las garras de Arroyo y cayó a la corriente. De nuevo volvió a hacerse el silencio.

—Tengo un mal presentimiento —dijo Claudia.

Entonces el fango empezó a bullir.

El angosto túnel se cubrió de inmediato de reptantes tentáculos, que atestando el espacio soltaban latigazos, los rodeaban y estrujaban. Arroyo no pudo evitar estamparse la cabeza contra la superficie de piedra resbaladiza y cubierta de líquenes mientras forcejeaba para defenderse en un espacio en el que un Garou en forma Crinos era incapaz de erguirse. Sus garras desgarraban la nervuda carne, hacían trizas una extremidad tras otra, pero siempre surgían otras para sustituir a éstas, dando zarpazos y mamporros. Permanece Firme vendía cara su piel mientras las criaturas trataban de hacerse con ella. Su klaive destellaba en la oscuridad y hediondas tiras de carne ensangrentada colgaban de sus garras. Durante unos instantes ambos lograron defenderse, pero un solo tropezón sobre el traicionero piso de la oscura corriente sirvió para que Claudia cayera al fondo de la misma. Sin su apoyo a la espalda. Arroyo se vio rápidamente abrumado, con sus golpes desesperados truncados por la falta de espacio, y sus piernas y brazos, en realidad todo su cuerpo, envuelto en una gomosa vaina de tentáculos. Finalmente, él acabó también sumergido bajo la superficie.

A pesar de tener los ojos cegados por el barro, unas ensoñaciones recorrieron su mente a fogonazos: una caverna sin fin repleta de apéndices semejantes a anguilas que se retorcían, arrastrándolo hasta unas fauces hambrientas, unos anillos concéntricos de colmillos que despedazaban la carne con bocados que bastaban para engullirle un brazo al completo. Arroyo se arrepintió de haber podido cuestionar alguna vez a los espíritus ofrendados por la profecía cuando, finalmente, logró abrirse camino hasta la superficie, abandonando el burbujeante lodo para encontrar ante sí que las imágenes soñadas se hacían realidad. En aquel momento hubiera dado casi cualquier cosa porque sus sueños hubieran estado equivocados, por haber exagerado el tamaño y la monstruosidad de las fauces que se abrían ante él o, mejor aún, por poder despertarse en la maltrecha cama de Kaitlin. Sin embargo, la caverna y sus horrores eran absolutamente reales.

Arroyo sentía escozor y quemazón allá donde los tentáculos lo abrazaban, mientras que las infectas secreciones circulaban por su piel, carcomiendo su carne.

—Mira lo que has traído hasta nosotros —hablaron aquellas fauces en un tono profundamente grave, pero con una perfecta entonación en lengua Garou.

—Incluso tus palabras profanan nuestra lengua —bufó Arroyo.

—¿Vaya, de veras? —preguntaron las fauces en lo que parecía ser una sonrisa, aunque la exagerada magnitud de los colmillos hacían casi imposible percibir expresión alguna. Lentamente, en medio del bullicio de los tentáculos, surgió un nuevo apéndice, éste especialmente grueso, como un muñón nervudo, y sobre él la cabeza en forma Crinos de un Garou, no empalada en el apéndice sino formando parte de éste. Aquello que hiciera las veces de sangre en el interior de la abominación era impulsado a través de bulbosas arterias, y era visible bajo la supurante piel. Los ojos del Garou refulgieron verdosos, como siempre habían hecho en los años que Arroyo recordaba—. ¿Acaso es esto más de tu gusto, hijo querido? —se pronunció la cabeza de Evert Nube de Muerte.

Arroyo se sintió sin fuerzas, y dejó de forcejear.

—Veo que has traído contigo a tu fiel protectora —dijo Nube de Muerte—. Tan leal que incluso me volvió la espalda.

—¡Era leal al clan! —bufó Claudia, luchando contra los tentáculos que la apresaban—. Mi único crimen fue confiar demasiado en ti, ¡hasta estar ciega ante tu debilidad!

—¿Es que fui débil acaso? —siseó Nube de Muerte—. ¿Es eso entonces lo que ocurrió? ¿O fue que simplemente me sometí al devenir de la historia? Un clan crece fuerte y poderoso para luego desvanecerse y morir. Lo mismo se puede aplicar a nosotros. Si un Garou no tiene la suerte de caer en batalla, envejece y enferma. Y muere. ¿Iba a escapar yo acaso a ese destino?

Arroyo, sin acabar de creer lo que veían sus ojos, se sintió aún más desconcertado por lo que parecía ser un atisbo de incertidumbre en las palabras de su padre, algo que podía interpretarse incluso como arrepentimiento.

—Fallaste a Galia —dijo Permanece Firme—. Nunca combatiste a la corrupción que recorría la tierra. Ésta la abatió primero a ella porque era la más pura, ella hubiera podido reconocerla y le habría puesto freno. Tú eras demasiado débil, demasiado débil para Galia, demasiado débil para el clan. Y ahora no eres más que un juguete en manos del Wyrm, el portavoz de una Perdición.

La vacilación momentánea de Nube de Muerte se disipó, y sus ojos color verde y su rostro se retorcieron de odio y resentimiento, emociones que Arroyo encontraba más familiares en aquel semblante. Aunque sometido bajo una maligna Perdición, aún debía quedar algo de Nube de Muerte bajo aquella monstruosidad… si eso podía ser considerado algo bueno.

Nube de Muerte se retorció, escupió y aulló, y los tentáculos que apresaban a Arroyo y a Claudia se hicieron más gruesos. Esta última gritó de rabia y dolor cuando sintió que la presión a su alrededor aumentaba. Apretó los dientes y dirigió una mirada llena de odio a Nube de Muerte. Los tentáculos la levantaron en el aire, retorciéndose, estrujándola hasta reventarle las articulaciones y despedazarle los huesos. La guerrera agarraba con fuerza el klaive, aguardando una oportunidad para golpear. Un desgarrón ahogado resonó en la caverna, y acto seguido descubrió que su brazo, aún rodeado por tentáculos, estaba imposiblemente alejado de su cuerpo. Permanece Firme se horrorizó todavía más cuando los tentáculos comenzaron a ondular de forma espástica, agitándose cada vez más excitados, hasta que finalmente le arrancaron una pierna.

—Creo que ya he oído suficiente de esta desleal protectora —dijo Nube de Muerte.

Arroyo redobló sus esfuerzos por liberarse al comprobar como los tentáculos arrastraban el inmóvil cuerpo de Claudia cada vez más cerca de las fauces, que ahora se abrían y cerraban sin parar, escupiendo unas babas verdosas. La criatura agarraba a Arroyo con demasiada fuerza como para que éste pudiera escapar. Indefenso, retorciéndose con todas sus fuerzas pero sin apenas moverse, se dejó llevar por la furia. Intentando patear, golpetear y desgarrar, era incapaz de aflojar la presa de los tentáculos, y eso le hacía enfurecer sobremanera. Intentó ignorar el efecto abrasador del corrosivo líquido que se abría paso, cada vez más, por su piel. Nada le importaba ya. Sus ojos sólo veían el semblante de deleite de Nube de Muerte, y cómo Claudia era arrastrada cada vez más hacia su perdición.

—Os merecéis el uno al otro —se burló Nube de Muerte de Arroyo—. Ambos fuisteis condenas para mí, y tú especialmente. Nunca debí haberla escuchado, no debí confiar en Galia. Si hubiera sofocado tu primer aliento, nada de esto habría ocurrido. Ella aún estaría a mi lado, y el clan… el clan estaría al completo. De no ser porque… porque… —Las palabras de Nube de Muerte se convirtieron en una retahíla de bufidos incomprensibles, de sonidos propios de la más profunda rabia y rencor, tan virulentos como la sangre de cualquier engendro del Wyrm, inundando la caverna desafiando a la razón.

O quizá era Arroyo que no alcanzaba a oírlos del todo: era él quien estaba desafiando, perdiendo la razón. Sus oídos se inundaron con un estruendo de alaridos, siseos y risas demoníacas. Sintió como empezaban a estallarle vasos sanguíneos mientras se esforzaba inútilmente por liberarse. Entornó los ojos, pero no pudo apartar de sí la espantosa imagen que volvía una vez tras otra a su mente, la de Claudia arrastrada hasta aquellas fauces, con esos incontables dientes clavándose en su cuerpo, desgarrándola, con las mandíbulas en tensión, juntándose, retorciéndose, destrozando su cuerpo hasta convertirlo en una masa carnosa y pulposa. No gritó ni aulló, pero Arroyo lo hizo en su nombre, en un alarido de completa angustia y odio, de furia y de lamento.

Nunca antes había sentido que su rabia fuera llevada hasta tal extremo, hasta un punto en que pensaba que iba a explotar, de un modo tan intenso que su cuerpo y su alma eran incapaces de contenerla por más tiempo. Pero, aun así, estaba indefenso ante el feroz poder del Wyrm, impotente ante el semblante de la condena de su vilipendiado padre. Explotó henchido de rabia y el mundo, a su vez, pareció implosionar.

Y entonces se hizo el silencio, la paz.

Arroyo sintió como si sus ojos se abrieran por primera vez. Vio la feroz corrupción de la insidiosa Perdición, pero no la temió. Vio el resentimiento, el orgullo desmedido, la insoportable arrogancia y la negación de haber fracasado… todo aquello que contaminaba el pequeño germen que aún quedaba de su padre. Vio en lo que se había convertido Nube de Muerte, una extensión de lo que había sido en vida: retorcido, corrupto, repleto de todo eso que siempre había temido potencialmente. Arroyo no sintió odio por él. El tiempo para el miedo, el odio y el aborrecimiento había pasado.

Arroyo se sintió cambiar, mutar, y todo con una fluidez y rapidez que nunca antes había sentido. Adoptó forma humana, zafándose de los innumerables tentáculos que lo apresaban. Casi al mismo instante, de nuevo volvía a cambiar, aterrizando en el suelo sobre poderosos pies lupinos, alejándose de un salto en cuanto sus patas tocaron la superficie cubierta de apéndices del Wyrm que surgían de aquel negro lodazal primordial. Los tentáculos se lanzaron tras él, pero él ya había saltado más allá de las limitaciones del mundo espiritual. Su forma cambiaba con solo pensarlo. Ahora, surcando el aire, su forma era de Crinos, de rabia, pero incluso esa rabia no era sino un pequeño destello a muchos kilómetros de distancia. Aterrizó junto al brazo de Claudia Permanece Firme, la mano que aún apresaba su klaive de protectora. Arroyo blandió la hoja plateada.

Entonces escuchó el furioso bramido de su padre. Arroyo volvió la vista en dirección a la cabeza lupina, en cuyo interior aún albergaba los vestigios de lo que fuera otrora un noble Garou, aunque Arroyo nunca había visto en él evidencia alguna de nobleza, compasión o sabiduría en sus días de vivo. Contempló el klaive que empuñaba en su mano, mientras los tentáculos reaccionaban pesadamente ante su escapada, lanzándose tras él, convergiendo a su alrededor.

Arroyo lanzó un mandoble con el klaive, pero no hacia Nube de Muerte, como le impulsaba a hacer su sentimiento de venganza, sino hacia las gigantesca fauces, hacia lo más profundo de los anillos concéntricos de dientes, hacia el gaznate del Wyrm que había devorado a Claudia, devorado a Nube de Muerte, devorado al clan y amenazado con consumir la misma tierra. Con un destello de plata, la hoja Garou desapareció en el más oscuro corazón de la Perdición.

Nube de Muerte abrió la boca en una silenciosa mueca de angustia, como si Arroyo hubiera incrustado el klaive en su retorcido corazón Garou. El rugir de la bestia, de las hambrientas fauces que se abrían y cerraban con fuerza, fue de todo menos silencioso. El intenso estallido derribó a Arroyo. Dio de bruces contra el lodo, de nuevo visible entre los tentáculos que desfallecían, azotando el aire, estallando en una bruma de sangre. El mundo se tambaleó y Arroyo se esforzó por mantener la cabeza por encima del hediondo líquido que cubría la caverna. Los restos de los tentáculos amenazaron con enredarlo mientras se derrumbaban, sin vida, vacíos por fin de conciencia y maldad. Arroyo buscó con la mirada a Nube de Muerte, su padre, pero el pedúnculo que había sostenido la cabeza del Garou había desaparecido, tras explotar como el resto de los tentáculos y tallos o hundirse en el lodo para siempre.