Al infierno todos, los odio. Sobre todo a Clarence. Lo habría esperado de esos extraños, de esos blanquitos. Bueno, lo cierto es que también debí haberlo sospechado de Clarence. La familia se siente siempre con derecho a decirte todo lo que se le antoje. Por primera vez en mi vida es él quien acude a mí en busca de ayuda, pero eso parece que no le importa. Sólo se preocupa por enderezarme la vida. Ojalá hubiera podido decirle todo esto allí abajo. Son tantas las cosas que me gustaría haberle dicho, si se me hubieran ocurrido… Siempre me pasa lo mismo. Enloquezco, lo revuelvo todo y quiero gritar, y luego, cuando ya estoy en otro lugar, se me ocurre lo que podía haber dicho. Al diablo con todo. Al diablo con ellos.
El bueno del parlanchín estaba bastante calladito esta noche. La mujer también. Es del tipo de persona que desea agradar a todo el mundo, siempre se esfuerza por mostrarse apacible y razonable, y nunca encuentra las palabras a usar en medio de una discusión. Al diablo con él. La vida no es para nada apacible y razonable; no funciona así. Por mí se puede ir al infierno, y ella también. Seguro que no deja de pensar ni por un momento lo contenta que está de no ser yo. Imaginará todas las cosas en las que me equivoqué, todo eso que ella nunca habría hecho, pensará en todas las razones por las que nunca podrá acabar como yo. Pero no sabe nada sobre mí. No sabe una mierda. No sabe por lo que he pasado. Sólo porque como yo pueden ver fantasmas y cosas, se creen que pueden saberlo todo sobre mí, que conocen mi forma de pensar. Creen que somos iguales, y piensan que yo he tomado las elecciones incorrectas, y que ellos han elegido siempre bien.
Luego está el bueno de Clarence, ése sí que piensa que no se equivoca nunca. Todo lo hace tan bien. Claro, por eso lo metieron en la cárcel, por eso lo echaron del trabajo. Nunca se equivoca. Menudo bastardo. Que lo jodan. Por mí se puede ir al infierno. Yo al menos reconozco que no soy perfecta. No conozco a mucha gente que lo haga. Por lo que sé, Jesucristo hace mucho que dejó esta cloaca. Y qué diablos, si Clarence lo viera andando por la calle… ¡querría volarle la cabeza! «Se supone que deben seguir muertos», —diría—. Siempre tiene todas las respuestas.
Y ese otro tipo es aún peor. Otro blanquito deseoso de decirme cómo debo actuar. Allí en la ciudad creía estar ayudándome. Mierda, si era yo quien lo ayudaba. Dios sabe qué podría haberle hecho Arroyo de haberse dado cuenta de que era uno de los tipos que están quedándose en mi casa, uno de los que pueden verlo como es en realidad. Por un momento pensé que ese capullo iba a señalarlo y a empezar a chillar. Creí que Arroyo iba a poner patas arriba aquella tienda, a matar a don blanquito sabiondo, y probablemente también a esa perra que estaba detrás del mostrador. Mierda, no sé qué hubiera podido llegar a hacer Arroyo de haberse enfurecido. Ya he visto antes lo que los de su clase pueden hacer. Lo vi a través de la ventana del bar, a través de mis dedos que atravesaban la ventana. Como una mosca en la pared. No quiero que vuelva a estar tan cerca de suceder. No quiero que Arroyo pueda perder los estribos. Puedo sentir cuándo va a ocurrir. Percibo que está tan cerca de aflorar que un simple empujoncito, una palabra equivocada, pueden bastar para hacerlo estallar. Diablos. Mejor no pensar en eso. Pero ese capullo del piso de abajo no sabe lo cerca que ha estado de dar su último consejo. Que se vaya a la mierda. Que se vayan todos a la mierda.
Debí haber cogido algo para comer. No he tomado nada en todo el día, excepto esos dulces de la máquina dispensadora, en el trabajo. Arroyo no quería que volviera, pero ya le dije: «No me hagas elegir. No me hagas elegir». Además, sabe que intento conseguir que Floyd nos ayude. Que nos ayude con esa mierda que se escapa del laboratorio. La corrupción del Wyrm, como la llama Arroyo. Maldición, seguro que para Floyd eso no tiene sentido alguno. Bueno, dijo que lo comprobaría, pero aún no habrá tenido tiempo de hacerlo. No hay problema. ¡Pero que se asegure de mirarlo! Que no me haga cambiar de idea sobre él. Sé que quiere ayudar. Lo puedo ver en su cara, en sus ojos. Lo único es que no entiende lo que ocurre, y yo tampoco se lo he explicado demasiado bien, probablemente no hubiera sido capaz ni entendiéndolo. Arroyo no pudo explicármelo del todo, fue incapaz de convencerme de que era verdad: tuvo que demostrármelo. Sólo ve y compruébalo por ti mismo, Floyd. Ve allí y echa un vistazo con tus propios ojos.
Estoy sentada en el borde de mi cama, con los puños cerrados como dos pequeñas rocas. Hay demasiadas cosas que me hacen enfurecer. Llevo mucho tiempo arreglándomelas sola, y ahora todo el mundo parece haber aterrizado en mi puerta al mismo tiempo, y todos sin nada mejor que hacer que joderme la vida. La luz de mi habitación está apagada, así que puedo ver bien lo que ocurre fuera. Está nevando otra vez. Son copos pequeños, pero gruesos. Es la clase de nieve que puede estar cayendo durante horas y horas, incluso días. Lo cubrirá todo. No ayuda cuando intentas volver a empezar. Pero antes o después se derretirá, claro que en esta zona suele ser más bien después. La nieve se derrite, y al final descubres que sigues atrapada en el mismo asqueroso mundo, con las mismas asquerosas personas. Me parece escuchar aullar a los lobos en la lejanía. Seguramente será sólo mi mente tratando de joderme. Tengo la cabeza llena de lobos. Después de dejar la ciudad, Arroyo estaba enfrascado en la idea de volver con su manada. Manada, así lo llama él. Como lobos o perros. Manada. Ya sé que él no es como yo, que es distinto a la mayoría de la gente, pero a veces dice cosas que me hacen recordar lo diferente que es. Él y los de su clase. Lo divertido es que eso es lo que él mismo me dice. Es terrorífico ver como combaten y se despedazan los unos a los otros, y también cuando matan a personas. Sin embargo, en realidad no es del todo distinto. Diablos, he conocido a muchos tipos terroríficos, gente que disfruta haciendo daño a la gente, a la que le entusiasma actuar así. No es tan diferente. Y Arroyo no lo hace de forma intencionada. Simplemente se enfurece. He conocido a muchos que actúan del mismo modo. El propio Clarence es así.
Me ruge el estómago. Es una lástima, porque no pienso bajar. No con esos tipejos ahí. No con Clarence esperándome. Estuve toda la tarde dando vueltas para evitar volver a casa y encontrármelos. No debería ser así. No tendría que estar huyendo de mi propia casa. Al infierno. Que se jodan todos. Y tú también, Clarence. Especialmente tú.
Tengo mucha hambre. Bueno, no es para tanto. A ver si puedo engañar un poco al estómago. Me arrastro bajo la cama y cojo una caja de cigarrillos. Me lío un porro. Me siento culpable, como si debiera estar escondiéndome. ¿Y qué si lo huelen allí abajo? ¿Qué mierda me importa? Es mi casa. ¿Que no les gusta? Pues que se larguen. ¿Qué van a hacer, llamar a la poli? Como si no supiera que a ellos es justo a quienes tratan de evitar. ¿Por qué si no habrían venido aquí? Capullos…
Aspiro el humo. Lo mantengo en mi interior. Lo dejo escapar suavemente. Y aspiro de nuevo. Cierro los ojos. Los abro y veo las volutas de humo que he exhalado subir hasta el techo. Sigo haciendo lo mismo durante un rato más. Un largo rato más. Dejo que la tensión abandone mi cuerpo y se escurra por las rendijas de mi maltrecho colchón. No hay nada que pueda hacer que el mundo y todo lo que hay en él desaparezca, pero al menos puedo olvidarlo todo por unos instantes, ignorarlo, aparentar que no existe. ¿Qué pueden ser una o dos horas comparadas con dos años? Sigo dando caladas hasta que casi me quemo los dedos. Podría pensar que entre mis pocas posesiones mundanas debería tener una boquilla, pero no hay suerte. Doy otra última calada más, me acabo quemando los dedos. Dejo caer la colilla y la tiro fuera de la cama. La veo brillar por unos segundos sobre el suelo de madera, antes de consumirse.
No oigo nada en el piso de abajo. Nadie discute, no se escucha el repiqueteo de las tablas del suelo. Intento pensar que se han marchado. No me preocupa adónde pueden haber ido. No pienso echar a perder un buen colocón. No me importa lo que puedan hacer. No me preocupa nada de lo que pueda haber ahí fuera. Me tumbo en la cama, me deslizó a un lado para que uno de los muelles rotos no se me clave en la espalda. Miro las goteras del techo y me echo a reír. Recuerdo a una vieja amiga, Maleva. Era húngara, o albana, o polaca… algo así. Le encantaba pasar ácido. Vaya, esas gotas de agua del techo tienen una pinta curiosa. El chulo de Maleva le rompió la mandíbula con un bate de béisbol. Hubiera sobrevivido si aquel bastardo no la hubiera dejado inconsciente, ahogándose en su propia sangre.
Me arrastro por debajo de las mantas. Me siento a gusto tapada. Me da seguridad. Me caliento. Aún estoy algo colocada, pero no consigo dormir. Las goteras no son producto de mi imaginación, pero me imagino que forman la cara de Maleva. Sé perfectamente que no se parecen en nada, llevo mirando esas goteras cientos de noches. Eso es lo que pasa con los porros. A veces escapar de la realidad del mundo consciente sólo hace que el inconsciente, o el subconsciente, como quieras llamarlo, espere en una esquina para patearte el culo. Unas caladas no alejarán a los espíritus que me atormentan. Más bien al contrario, eso casi siempre acaba atrayéndolos. Nunca he podido convencerme del todo de que son malos. ¿Los espíritus son gente que ha muerto, no es así? Y no todo el mundo es malo, así que, ¿por qué iban a serlo todos los espíritus? ¿Por qué diablos quiere Clarence matarlos a todos?
De eso nada. No voy a volver a pensar en él. Ahora mismo ni siquiera me acuerdo de quién es.
Arroyo no es humano. No es del todo humano. No es simplemente humano. Pero, diablos, teniendo en cuenta la clase de humanos que he conocido… tipos que ni siquiera se merecían el aire que respiraban, ¿qué hay de malo en no ser del todo humano? Yo misma no sé si lo soy. Puede que ya-sabes-quién, ése en quien no estoy pensando, también quisiera matarme. Pero entonces también tendría que matarse a sí mismo, y también a todos sus amigos. Me río nerviosa. Es más un bufido que una carcajada. Tendría que matarlos a todos primero, antes de matarse a sí mismo. A menos que se matara y luego volviera como un fantasma para acabar con todos ellos, pero entonces tendría que volver a darse muerte a sí mismo. Eso le haría feliz. Muerte por todos lados.
Estoy divagando. No consigo decir nada que tenga sentido. ¿Pero qué más da? Siempre se me pasa al poco rato. Debo pensar en… no pensar en nada. Me concentro en respirar. Hincho el pecho. ¿Cuánto tiempo podré contener el aliento? Son demasiadas molestias para averiguarlo. Y además, ¿a quién le importa? Vuelvo a hinchar el pecho. Ahora suelto el aire. Respiro. Los latidos de mi corazón se ralentizan. Es fácil, divertido… esto ya es otra cosa. Sólo estoy yo con mis pulmones ralentizados. El corazón nos sigue el ritmo. Cuento los latidos, pero pierdo la cuenta pasados… ¿cuántos, veinte, treinta? Bueno, los que sean.
Debo de tener el cerebro aturdido. No escucho el escarbaren la ventana hasta que la corriente de aire capta mi atención. Es tarde, ya ha trepado hasta el interior de la habitación. Puede que hallara un modo de abrir la ventana silenciosamente. Quizá los latidos de mi corazón me tenían completamente fascinada. Se sacude la nieve de encima de su cuerpo. Me río, en esta ocasión no es un bufido, sino una risa entre dientes. Odio como resoplo cuando me río. Llevo mucho tiempo sin razones para poder hacerlo, pero el modo en que se sacude, como lo haría un perro… Pienso en eso un segundo. Quizá la idea no sea tan divertida después de todo. Está demasiado próxima a la verdad.
Se acerca a la cama. No está la manta sobre la que solía echarse en el suelo. Me fijo y no está. La manta. Me pregunto adónde habrá ido a parar. Debe de haberse escurrido bajo la cama. Se quita el abrigo que le compré esta misma tarde. Lo llevaba puesto. Eso me hace sonreír. Incluso con el cielo encapotado, la nieve fresca, el temporal de nieve, un pálido rayo de luz parece proyectarse desde los altos ventanales hacia el interior de la habitación. Lo observo desvestirse. La forma en que la chepa le hace encorvarse le da aspecto de hombre de las cavernas. Nunca me ha preocupado demasiado su figura grande, fuerte, desgarbada. Ahora tampoco. No es ningún estúpido. Sólo tiene un aura algo… primaria. Tiene aspecto de cazador, pero no de esos que disparan a patos a ciegas y se reúnen a beber cervezas con sus compinches cazadores, sino de los que dan caza a su presa y le desgarran la garganta con sus dientes de depredador. Sé bien que eso es lo que es. Un cazador. Es extraño. Así es como se hacen llamar Clarence y sus amigos. Ni siquiera conocen el verdadero significado de esa palabra. Claro, quizá rastrearan a algún hijo de puta zombificado y harían trizas su cráneo. Cuando ese tipejo en la tienda pensaba que necesitaba que viniera a rescatarme, le debería haber presentado a Arroyo; le hubiera enseñado lo que puede hacer un verdadero cazador. Diablos, Arroyo tiene diez veces lo que ellos de pretenciosos en instinto de supervivencia, y eso es decir muchísimo.
Lo que yo necesito es un superviviente, alguien a quien le den una patada en el culo y se levante. Incluso para mí misma es difícil admitir que necesito a alguien. Arroyo lo sabe bien. Él también está aquí, al fin y al cabo. Es gracioso que necesite lo mismo que yo. Somos el uno para el otro. Es mucho más difícil ser fuerte por uno mismo.
Viene hasta mí, se acurruca a mi lado bajo los restos de la colcha, me tira de la ropa. Puedo sentir lo ansioso que está por poseerme, percibo su hambre. Lo beso con fuerza, me sale solo. Ahora por fin me olvido del resto del mundo, únicamente ocurre cuando estamos los dos solos. Su boca es cálida. Sabe y huele a… sangre. Dios mío. No dejo de besarlo. Me siento atraída hacia su mundo, hacia su alma. Tengo los ojos cerrados, pero siento que todo da vueltas a mi alrededor. Mi visión. No, ahora no. Como siempre, no me escucha. Quería un cazador, pues bien, ahora puedo ver a través de sus ojos: corro por el bosque, me deslizo entre árboles, saltando arbustos y con el viento de frente, me muevo velozmente, mi cuerpo despide poder… Los copos de nieve casi ni me tocan, giran cediendo a mi ímpetu. Un ciervo, puedo oler su miedo, corre, salta, pero soy más veloz. Aúllo para que mis hermanos puedan escucharme, y sepan que yo seré quien dará alcance a la presa. Nunca me había sentido antes así, tan natural, con todo en su lugar. Acorto la distancia, cada vez estoy más cerca, lanzo un mordisco a una de las patas traseras, giro la cabeza y el hueso se rompe, se astilla. El ciervo cae. Puedo sentir el dolor, el cazador lo conoce bien, pero es breve, los colmillos sobre la garganta son misericordiosos, y por fin todo termina. Escucho a mis hermanos aproximarse, pero tengo el hocico enterrado en su vientre, la primera ración de la presa debe ser para el miembro de mayor rango. Saboreo las frescas entrañas, engullendo, con el vapor manando desde sus tripas como una plegaria a Luna.
Arroyo trata de zafarse. Volvemos a separarnos. De nuevo somos dos individuos diferentes. Mordisqueo su labio. Está sangrando. Lo libero, y él suelta su carne de la presa de mis dientes. Sonríe; aunque haya probado la sangre de su boca, en sus ojos aún hay hambre. Entierra su cara en mi nuca, y coge un pellizco de mi piel con sus dientes hasta que chillo. La angustia se ha subordinado a la urgencia y al hambre. Abro los ojos, Dios, mi visión otra vez. Veo a un hombre lobo arremetiendo contra mí, y prefiero cerrar los ojos. Lo reconozco por el tacto, le clavo las garras, mis dedos, mis dedos y mis uñas, en la carne. Él ataca de nuevo a mi garganta, la chupetea, saborea mi propia sangre como lo hago yo con la suya y la de su presa. Lo siento sobre mi pierna. Lo agarro del pelo, empujo su cabeza contra mi pecho, arqueo la espalda en respuesta a sus lametones…
Siento el estallar de cristales. La ventana. Está destrozada. Hay trozos de cristal por todas partes, cortantes y afilados. Grito asustada mientras me arrebatan a mi amante. Unas garras tan negras como la noche se clavan en su cuerpo, apartándolo de mí.
—¡Chepa! —aúlla una trémula pesadilla. Sus ojos bullen de locura y muerte. Su negra lengua bífida escupe veneno y sus colmillos amarillentos chorrean gotas del mismo líquido asqueroso.
Vuelvo a gritar, pero ahora de puro terror. Me aparto a un lado, tengo que salir de la cama, de la habitación, de la casa; escapar a cualquier lado, pero entonces me quedo helada. No. No soy yo sola… la criatura también, todo a mi alrededor. Mi visión juguetea con la realidad, puede que sencillamente con mi percepción de la misma, no estoy segura, pero el mundo parece pararse. De nuevo empieza a moverse, pero ahora puedo verme a mí misma, veo mi propio cuerpo desnudo, cayendo desde la cama al suelo, intentando correr pero siendo incapaz de mover los pies, luchando desesperado, arrastrándose y rodando hacia la puerta. Contemplo como la pesadilla salta sobre la cama, abalanzándose sobre mí. Su pelaje está repleto de parches de pelo chamuscado. Volutas de un humo de olor acre bullen de su enmarañado pelaje, se entremezclan con el humo del porro y hacen que el aire sea demasiado espeso de respirar. Veo como intento gritar, pero la criatura me agarra por el pelo. Tira de mi cabeza, su fuerza es terrible, y algo en mi cuello revienta. Su otra zarpa me desgarra la garganta, unas garras color obsidiana despedazan hasta la última fibra que hubiera podido emplear para gritar, para respirar, para vivir.
Mi sangre encharca el suelo en el que, en otro tiempo, un extraño solía acurrucarse sobre una manta. Satisfecho, el monstruo se aleja de mi cuerpo. Mi maltrecha cabeza choca con estrépito contra el suelo de madera. Estoy muerta, mi cadáver retorcido yace cabeza abajo, sobre un charco de mi propia sangre… Qué asco de viento.
Satisfecha, la visión se desvanece. Estoy medio tapada por mi colcha, observando a la bestia que está posada sobre mi cama. Me resisto al primer impulso de huir, de actuar como una presa. Me sonríe. Tiene una sonrisa enloquecida, repleta de dientes. Parece saborear el momento. Aunque lo deseo más que nada, no puedo correr, sé lo que ocurriría entonces. Me abalanzo sobre la criatura, dejo que la rabia y el miedo tomen el control, trato de saltarle sus malditos ojos. Un chasquido de su mandíbula, la mueve como tratando de matar a una mosca, y vuelve a reír. No siento nada. No puedo creerlo. Sólo me limito a contemplar lo que solía ser mi mano, donde solía estar. El demonio se carcajea socarronamente, saborea mi sangre con sus labios.
Mi mano… Dios… Me falta medio brazo, aprieto el muñón contra mi cuerpo. Dios mío. El monstruo se ríe con la boca llena de mi sangre, me salpica la cara, el pecho. El líquido chorrea de mi brazo. Intento girar, caigo de la cama, aterrizo con fuerza contra el suelo de madera, sobre el hombro. El diablo está listo para saltar, con la sonrisa babeando sangre… y de repente Arroyo está sobre él. Bufando, ondeando sus garras y sus colmillos, mordiéndolo y lanzándole tajos con una velocidad deslumbrante y una fuerza increíble, cualquiera de sus golpes podría bastar para acabar con una persona. Con un humano.
Me arrastro por el suelo, hacia la puerta. Me muevo lentamente, casi como un gusano. Como el animal, dejo también un rastro. Me río. Mi propio cuerpo chorreante deja un rastro de sangre, mientras me arrastro apoyada sobre mis codos, buscando alejarme de la habitación. No debería asustarme aquí. No debería morir aquí.