Capítulo diez

«Ya basta de esperar —decidió Canción de Víspera—. Y si no ha acabado de meditar, bueno, ya ha tenido tiempo suficiente». En el pasado, Canción de Víspera nunca habría llegado a pensar así, no se habría atrevido a imponer su voluntad sobre la de su alfa, pero según consideraba Murphy, Evert Nube de Muerte carecía en aquel momento de voluntad propia. Además, el bosque estaba endemoniadamente frío. No es que Canción de Víspera no estuviera habituado a los rigores de la intemperie, pero no veía con malos ojos dormir a cubierto. El Motel Route 42 no estaba a demasiado lejos de allí. Era un establecimiento de la época en la que el aire acondicionado y la televisión en color eran considerados lujos en lugar de bienes habituales, y el cartel del motel anunciaba orgulloso esos servicios. En realidad el lugar era un antro de mala muerte, no mucho mejor que un chiringuito de caza en el campo, pero al menos tenía luz, electricidad y agua corriente. Canción de Víspera imaginaba que, como mínimo, aunque Evert rechazara las comodidades humanas, podrían encender un fuego.

Los últimos rayos de luz se desvanecían mientras Canción de Víspera recorría el camino que lo llevaba hasta el lugar donde había dejado a Nube de Muerte la última vez. El paisaje invernal del bosque parecía más inhóspito que nunca, y podía sentirlo en su pellejo. Era incapaz de imaginar que los árboles desnudos pudieran volver a dar vida; el crepitar de las hojas marchitas cubiertas de hielo y nieve era el único sonido que llegaba a sus oídos. Entonces, cuando llegó junto a la corriente, vio que Nube de Muerte había desaparecido.

Canción de Víspera miró a un lado y a otro, confundido y receloso. Cambió a forma lupina, para poder oler, escuchar y seguir los rastros mejor. ¿Habría podido confundirse y acabar en una zona distinta del curso de la corriente? No. En la nieve aún estaba la huella que había dejado Evert, sentado con sus piernas cruzadas, incapaz o no deseoso de moverse, prácticamente durante todo el día. ¿O al final había sido el día completo? Hacía tiempo que Canción de Víspera no bajaba hasta allí a comprobarlo. Donde quiera que hubiese ido Nube de Muerte, le llevaba ya una gran ventaja. ¿Pero por qué? Decidió dejar a un lado esa pregunta por el momento: por ahora, dónde era más importante que por qué.

Varios olfateos rápidos le indicaron que no había pasado demasiado tiempo desde que Evert había abandonado el lugar. Las pistas no eran difíciles de rastrear. Aparentemente Nube de Muerte no se había preocupado por ocultar su rastro. Al menos ese hecho era tranquilizador. Probablemente despertaría desorientado después de haber estado un día entero en trance, meditando: quizá no sabría dónde estaba ni por qué, y se habría dedicado a vagar por la zona. Si ése era el caso, Canción de Víspera no tendría demasiados problemas para alcanzarlo.

La pista transcurría a lo largo del curso de la corriente. Canción de Víspera la siguió sin dificultades, con apenas un ligero olfatear en alguna que otra ocasión. Mientras avanzaba, cavilaba sobre la cuestión secundaria que antes había postergado ¿Por qué iba Nube de Muerte a salir corriendo y dejarlo atrás? ¿Por qué el alfa había hecho todo lo que había hecho en las últimas semanas y meses, con su mente confundida por la más profunda pena, y su espíritu lastrado por la desesperación? No había explicación, concluyó. No hasta que encontrara a Evert, y quizá incluso ni entonces la habría.

Tras percatarse de que el sonido de la corriente parecía debilitarse, casi hasta el extremo de quedar amortiguado. Canción de Víspera se sorprendió al volver la vista y descubrir que no se había alejado de la orilla. Lo que había ocurrido había sido que la superficie del cauce se había congelado, se había convertido en una lustrosa capa de hielo de color negro que brillaba bajo la luz de la luna. Bajo la superficie de hielo, a algo menos de medio metro, la corriente de agua seguía fluyendo, pero su rumor era como el de un grito ahogado por una almohada. Algo en su interior impulsó a Canción de Víspera a acelerar su paso. Trotó llevado por la urgencia, y a cada paso un sentimiento de temor ganaba fuerza en su pecho lupino. Tras unas cuantas zancadas más se lanzaba ya casi a una carrera a la desesperada, avanzando tan rápido como podía al tiempo que se esforzaba por no perder la pista. Aquella gélida intuición se hacía cada vez más intensa. El pelo se le erizaba, las orejas parecían aguzársele, intentando recoger cualquier indicio de peligro. Su mente racional se abría paso entre esa instintiva agitación. Canción de Víspera se rió de modo poco convincente de su ansiedad. Era un Garou. No había muchas cosas a las que pudiera temer en el bosque. Pero incluso así, como cazador sabía bien cuándo prestar atención a sus instintos. Frenó su marcha, tratando de escudriñar más concienzudamente el terreno que tenía ante sí, mientras avanzaba. Entonces fue cuando se encontró con Nube de Muerte.

El rastro, que no había abandonado ni por un momento la ribera de la corriente desde hacía tres kilómetros o más, viró bruscamente a la derecha, hacia el agua, o lo que hubiera sido el agua de no estar haber estado congelada. Canción de Víspera se detuvo junto al hielo negro, mirando hacia la otra orilla en busca de la pista. Segundos después distinguió con estupor la figura de Nube de Muerte mirándolo desde debajo del hielo, con el semblante de la forma Crinos apretado contra la superficie cristalina, las garras incrustadas en la misma y el cuerpo completamente inmóvil.

A Canción de Víspera se le paró el corazón durante un segundo, y ése fue todo el tiempo que dudó. Entonces se lanzó, y sus rasgos lupinos cambiaron a los de su forma de rabia. Se abalanzó contra la superficie de hielo con toda la fuerza de su cuerpo: casi tres metros de furia y músculos como piedras. El hielo no era tan grueso después de todo; cedió bajo su empuje, estallando de tal forma que la corriente empezó a arrastrarlo. Entonces fue cuando Ryan Canción de Víspera Murphy se dio cuenta de que no era el hielo el que era de color negro, sino el agua que circulaba bajo él. Si es que podía considerarse así.

Aquel líquido en que se había sumergido Canción de Víspera era como un jarabe, espeso como la sangre, frío como el viento del norte y oscuro como la noche más tenebrosa en la que Luna oculta su semblante. Aquella corriente, que no había imaginado nada profunda, lo envolvía por completo, sumergiéndolo. Entonces cometió el error de abrir los ojos, porque aquella negrura líquida lo abrasó. Canción de Víspera forcejeaba, tratando de encontrar el lecho de la corriente para poder propulsarse hacia la superficie; sin embargo, no había ningún lecho que encontrar. Cerró la boca para no tragar nada de aquella agua viscosa, ni una sola bocanada de aquella asquerosidad, pero la negra sustancia se abría paso entre sus labios, deslizándose hacia su nariz y sus cuencas nasales. El inconfundible hedor de la corrupción del Wyrm envolvió a Canción de Víspera, luchando por eliminar de la faz de Gaia su propio olor. Él se sentía desfallecer frente a la negrura, y los pulmones empezaban a arderle por el esfuerzo y la falta de oxígeno.

«Evert —se recordó a sí mismo en medio del pánico—. Encuentra a Evert. Libéralo».

¿Pero dónde estaba su alfa? El mundo entero era una noche asfixiante y ausente de estrellas. Canción de Víspera sintió como unas cintas fibrosas se formaban alrededor de sus brazos, lo agarraban por los tobillos, apresándolo, tirando de su cuerpo hacia las profundidades. ¡Hacia abajo! Entonces se encorvó para apresar la cinta, y con un golpe con sus garras rebanó los tentáculos, se liberó de ellos y pateó y se sacudió con toda su fuerza para ascender. No conseguía abandonar la oscuridad. Sentía como los latidos del corazón le retumbaban en los oídos, y pensó escuchar una carcajada en la distancia. Cuando el aire finalmente se le acabó, y mientras se esforzaba por no ceder al impulso de tragar una bocanada de la negra sustancia, sus pensamientos dieron paso a la rabia. El odio por aquello que lo consumía le dio fuerzas renovadas. Se estremeció con todo el poder que pudo reunir, desgarrando la oscuridad, con la furia ardiendo en su pecho. Con un resoplido se deshizo del sabor a corrupción que le inundaba la boca y la nariz. Durante un instante, la negrura volvió a ser agua y Canción de Víspera aprovechó el momento para impulsarse a través de ella, hacia arriba, sin dejar de subir, hasta que con un jadeo triunfante consiguió irrumpir en la superficie, en medio de un estallido de agua corrupta.

Aspiró aire y su sentimiento de victoria duró sólo lo que su primera bocanada. El bosque había desaparecido, al igual que la oscura noche, y había sido reemplazado por la tenebrosidad de un subterráneo. Distinguía muros de tierra y piedra a una distancia que era incapaz de determinar, pero la impresión de contención era evidente. Canción de Víspera, aturdido, receloso, buscó en la oscuridad alguna señal de terreno firme. Pero distinguir algo en medio de aquella negrura absoluta era prácticamente imposible; y antes siquiera de darse cuenta se dio de bruces contra un afloramiento de roca que antes no había llegado a distinguir.

—Al menos ésta será una historia sensacional —murmuró para sí mismo.

—No lo dudes.

Canción de Víspera se volvió hacia aquella voz, al menos hacia su procedencia aproximada. Era difícil determinar con seguridad cualquier dirección. Ahora que el corazón no le latía con tanta fiereza, percibió los ecos de gotas espectrales de agua que caían invisibles en la distancia. Aquella voz, reverberada y alterada, sonaba como las frases de un ventrílocuo que surgieran de aquí, de allá y de ningún lado al mismo tiempo. A pesar de todo, le resultaba familiar.

—Evert —dijo Canción de Víspera—. Te he encontrado.

—Sí, lo has hecho —dijo la voz de Nube de Muerte, que parecía amortiguada, como si cientos de bocas susurraran las mismas palabras junto a él.

Mientras Canción de Víspera usaba sus garras para ascender por la protuberancia rocosa contra la que había ido a parar, abandonando el abrazo del líquido putrefacto, empezó a distinguir la figura de su alfa posada sobre la roca.

—Ven conmigo —susurraron aquellas cien bocas.

Canción de Víspera dudó, y su instinto hizo una vez más que se le erizara el pelo.

—Ven —graznó Nube de Muerte.

Canción de Víspera, frenando el primer impulso de trepar embravecido, se esforzó por aferrarse desesperadamente a la roca, por no volver a caer al líquido. Tras descubrir el objeto de su búsqueda, ahora no estaba seguro de querer haberlo encontrado. La voz de su alfa parecía… inapropiada. También había algo raro en sus ojos, en medio de aquella oscuridad. Canción de Víspera podía distinguir cómo refulgían con un rojo feroz.

—¡Ven conmigo, cachorro! —bramó Nube de Muerte. Entonces la piedra, el agua, y las cien bocas que se ocultaban en la oscuridad repitieron su orden.

Canción de Víspera sintió como volvía a ascender, como sus manos y sus pies buscaban asideros en la roca, a pesar de que sus sentimientos le indicaban que debía hacer lo contrario. Sus garras se clavaban en la roca y sus músculos lo impulsaban hacia arriba, cada vez más cerca de aquellos ojos rojizos. Por encima de él, Nube de Muerte lo aguardaba regocijándose, con los colmillos brillando con un blanco centelleante. Tenía el pelo enmarañado y apelmazado, y la piel parecía movérsele, como reverberando con vida propia. Canción de Víspera se estremeció horrorizado ante aquella abominación, que podía ser cualquier cosa menos su alfa. Sus instintos lo apremiaban a huir o luchar, pero su cuerpo no obedecía. La boca fláccida de Nube de Muerte escupía babas que escaldaban la roca a sus pies, disolviéndola en medio de siseos y vapores.

Ya casi en la cima de la protuberancia rocosa. Canción de Víspera bramó desafiante, pero su aullido no retumbó en la cámara, sino que fue absorbido por la oscuridad. Nube de Muerte recibió aquel gesto con una extasiada carcajada, emitiendo un sonido nada apropiado a la musculatura de su forma Crinos. Canción de Víspera volvió a rugir. Esta vez. Nube de Muerte escupió. El pútrido veneno acertó, y fue a parar en la boca de Canción de Víspera, abrasándola, obligándolo a tragar saliva. La sustancia achicharró cada milímetro de carne a su paso.

El aullido de Canción de Víspera logró imponerse frente a la voluntad de la socarrona y susurrante bestia. Levantó una zarpa para golpear en nombre de Gaia, pero aún no estaba aferrado con fuerza a la roca. Resbalando, escarbó tratando de asirse a la protuberancia. Cayendo hacia la oscuridad, notaba como de nuevo los oscuros zarcillos fibrosos se levantaban para acogerlo en su seno. Cuando fue a parar en medio del agua viscosa, los tentáculos se enroscaron a su alrededor y lo arrastraron de nuevo hacia el fondo.

Sus aullidos ya no eran más que un torrente de burbujas que luchaban por abrirse paso hasta la superficie. Entonces cesaron, y todo fue oscuridad.