A media tarde, Sands decidió por fin que ya ha había dormido suficiente. No había estado así de descansado desde hacía semanas, desde que vio interrumpida su vida normal. En especial, en aquellos últimos días todo había sido una mezcla de estrés, peligro, muertes violentas y la huida de la ciudad que había sido su hogar en los últimos veintitantos años. Quizá sus nervios habían necesitado ese descanso tanto como su cuerpo. Pues bien, ya lo habían disfrutado. Ahora sentía que podía contemplar el mundo con objetividad, algo de lo que no había sido capaz la noche anterior, al llegar a aquella casa. El distante recuerdo del oscuro y nudoso bosque, que cubría amenazador el edificio, parecía revolotear en su mente como una ensoñación. Su breve encuentro con Clarence y la chica, aquella mañana, se le antojaba igualmente confuso. Había permanecido despierto el tiempo suficiente para encontrar el baño escaleras arriba, orinar y volver a arrastrarse hasta su saco de dormir. Ahora, con el sol ya en descenso y la luz del día comenzando a desvanecerse, embutió el saco de vuelta a la bolsa y recopiló los pocos objetos que había tomado del motel: una almohada, una toalla de baño y una pequeña pastilla de jabón. Lo guardaba todo con cierta desazón, quizá por efecto de la menguante luz. La firmeza del día estaba a poco de volver a empujarlo a las efímeras sombras de la noche. También quizá fuera el hedor y el acartonamiento de su ropa lo que le hacía sentirse tan incómodo; no tenía ninguna muda, y no había tenido oportunidad de lavar sus prendas desde que había estado arrastrándose por las alcantarillas de Iron Rapids. Asqueado por su estado e incapaz de liberarse de la ansiedad provocada por la cada vez más inminente oscuridad, dejó su ropa en un montón y avanzó por el pasillo en ropa interior. Mientras recordaba el encuentro de aquella mañana con Clarence, sintió que las nauseas le subían por el estómago.
Hetger y Julia estaban sentados en la habitación contigua a la suya, manteniendo una conversación calmada. Interrumpieron su charla cuando Sands entró en la estancia.
—Probablemente quieras darte un baño y coger algo de ropa limpia —dijo John.
—Mmm… sí, no me vendría mal —consiguió decir Sands, algo desconcertado por la transparencia de sus pensamientos. Pero claro, se había arrastrado por aquellas cloacas; cualquiera podría darse cuenta de que querría bañarse y lavar su ropa.
Hetger señaló en dirección a un montón de ropa doblada que había en el suelo.
—No sé si te estarán bien, pero al menos están limpias.
Sands dudó durante un instante, y entonces tomó las prendas. Tras volverse para subir las escaleras, se paró por un momento y se giró.
—¿Qué tal te encuentras, Julia?
Ella se encogió de hombros.
—Casi bien. Gracias por preguntar. —Tanto su voz como su expresión revelaban indiferencia. Sands no estaba seguro de cómo tomar sus palabras, y pensaba que quizá fueran una indirecta por haberse preocupado antes por sus necesidades que por su maltrecha salud. ¿A quién se encontraría aquella noche, a Julia el ángel bendito o a Julia la arpía?
«Paso de todo esto», pensó mientras retomaba el ascenso por las escaleras, frunciendo el ceño con esfuerzo. Aún debía curarse la cicatriz que le cruzaba la cara, pero de ningún modo iba a concederle a Julia más leña con la que alimentar sus malditos aires de superioridad. ¿Por qué la tendrá tomada con él? Entonces pensó que debía de ser por el lío con aquel frasco… Había creído que ella no se había dado cuenta de que lo había cogido y utilizado para llenarlo de güisqui antes de devolvérselo. Quizá lo habría supuesto.
«Diablos, me importa un bledo si se lo ha imaginado o no —pensó—. ¿Cómo se supone que iba a saber que estaba lleno de agua sagrada que ella iba a utilizar para matar a un vampiro? Claro, es lo primero que se le pasa por la cabeza a uno…»
Además, a pesar de todo, sobrevivió. Había sido más afortunada que Jason. Sands volvió a recordar los caóticos momentos en las cloacas; más que el hedor de los sedimentos recordaba el olor del merodeador. «Dios mío, era un vampiro». La realidad se le había antojado increíble desde entonces; y aún cada vez que lo recordaba le volvía como una bofetada en plena cara. Ni siquiera consideraba todavía del todo real la muerte de Jason; esa forma violenta y espeluznante de morir, con aquel monstruo clavándole las garras en la carne, despedazándole el pecho hasta arrancarle una costilla…
«Si al menos aquel frasco hubiera tenido agua sagrada…».
«No», se obligó a pensar Sands. No se culparía por aquello. Jason ya había muerto cuando Julia trató de verter lo que pensaba que era agua sagrada sobre aquella criatura. Las garras del merodeador ya habían hecho aquel espantoso estropicio en el pecho del chico. Douglas pudo distinguir el estremecimiento y el dolor en lo que quedaba de la cara de Jason.
«Ya estaba muerto —se dijo Sands a sí mismo—. Ya estaba muerto».
El baño fue un alivio, y también la ropa limpia. Los pantalones le apretaban algo la cintura, pero no importaba. Resolvió que aquello le obligaría a meter tripa. De vuelta al piso de abajo, guardó su ropa sucia en una bolsa de basura, junto a la de los demás.
—La casa no tiene lavadora —le dijo Hetger—. A ver si podemos encontrar una lavandería cerca de aquí.
Algo en aquella afirmación lo dejó helado. La contrariedad debió de reflejarse en su rostro, pues Hetger le devolvió una mirada medio perpleja.
—¿Cómo lo haces, John? —dijo Sands.
—¿Hacer? ¿El qué?
—No sé —replicó Sands, sin haber acabado aún de digerir sus ideas—. Ya sabes, todo esto —dijo señalando a la bolsa de basura.
—¿La colada? —preguntó Julia—. No me sorprende que tuvieras un matrimonio difícil.
—No, la colada no, listilla —espetó Douglas—. Quiero decir todo, la colada, los preparativos, los detalles. Me refiero a los detalles triviales, si es que aún puede quedar algo que considerar trivial.
—Douglas, todas esas cosas siguen siendo triviales —dijo Hetger—. Siempre lo fueron.
—Ya, claro, pero… pero… —Sands farfulló para sus adentros—. Pero es que ya nada parece serlo.
Hetger asintió.
—Sé a lo que te refieres. Pero el mundo sigue siendo el mismo de antes. Es nuestra perspectiva la que ha cambiado. Ahora somos más conscientes de lo que nos rodea, más conscientes de lo que podíamos serlo antes respecto a algunas cosas. Pero aun así, sin importar cómo podamos tomarnos ese cambio, ese espantoso, exasperante y confuso cambio, seguiremos necesitando igualmente comida y refugio. Aún deberemos dormir, ir al baño, lavar la ropa. Es posible que haya muertos ahí fuera, caminando por las calles, pero eso no significa el fin de la civilización. No es el fin de la vida.
Sands asintió. Desearía poder pensar así. Le gustaría que la vida continuase. El vampiro murió, fue destruido, ya no está. Aún se aferraba desesperado a la idea de poder volver a su antigua vida, aunque sabía perfectamente que no era eso a lo que John se refería.
—A veces es difícil recordar —continuó Hetger— que aún debemos ocuparnos de la vida diaria, de nuestras necesidades comunes. Todos hemos pasado por ese período de adaptación. Puede que incluso ninguno de nosotros haya llegado a acostumbrarse del todo. Hablar de esto me recuerda, Douglas, que debes poner en claro tus últimos días. Has estado fuera casi una semana, y no has concedido ni una sola explicación. Tú y Albert desaparecisteis durante una semana.
Albert. Julia parecía estremecerse con sólo escuchar su nombre, o quizá fuera que, después de todo, su convalecencia no había sido tan milagrosa como ellos habían creído. Hizo una mueca de dolor y se acomodó en su posición, sentada contra la pared.
«Puede que seas capaz de sanar cortes y huesos rotos —pensó Sands—, pero tienes tantas cicatrices como cualquiera de nosotros».
—Sí —contestó Douglas a Hetger—. Sé que os puede resultar algo extraño.
—Sobre todo —señaló Julia— porque os fuisteis juntos, y porque fue después que decidieras volver a casa por Navidad.
—¿De qué hablas? —preguntó Sands.
—¿Tu pequeño cisne volando por la ventana de Melanie Vinn? —le recordó ella. Julia parecía reponer su energía a base de estrujarle las pelotas—. ¿No te trae nada a la memoria?
—Sé a lo que te refieres con eso —espetó Sands—. ¿Pero qué tiene que ver con todo esto?
Julia lo miró hastiada.
—Pues que la policía aún anda buscando al asesino de ese pútrido que trabajaba contigo y con Albert en la Iron Rapids Manufacturing.
—Gerry Stafford.
—Justo. Y si han puesto en marcha una investigación por asesinato, y uno de los sospechosos desaparece justo con otro de sus compañeros de trabajo, para luego volver a presentarse, pero ya sin su colega…
—¡Pero yo no maté a Albert!
—¿Y qué le vas a decir a la policía cuando vuelva a interrogarte? —preguntó Julia—. ¿Que un hombre de setenta años poseído por su esposa alcohólica muerta lo mató?
—Pues a lo mejor se lo digo —dijo Sands desafiante—. ¿Por qué diablos no iba a hacerlo?
—Pues por una cosita de nada —interrumpió Hetger—: porque acabarías encerrado, sin importar si verdaderamente piensan o no que mataste a Albert. Escucha, ya sé que Julia exagera un poco la situación, pero lo cierto es que a veces actuamos al margen de la ley… Bueno, lo hacemos casi todo el tiempo. La sociedad no ve a esas criaturas a las que nosotros sí distinguimos, ni siquiera sabe que existen, y no está preparada para tratar con ellas. Sin embargo, tampoco está preparada para tratar con nosotros. De modo que debemos asegurarnos de que no nos vean, que no sepan que existimos. Debemos salvar a la civilización sin que ésta llegue siquiera a saber de nuestra existencia.
—¡Ay Dios! —dijo Douglas, que empezó a sentir como si tuviera las piernas de goma. Se dejó caer en el suelo y apoyó su espalda contra la pared, frente a Julia.
—Lo mejor que puedes hacer es no airearte demasiado por ahí —dijo Julia—. Si tienes suerte y consigues que no te encierren, lo mejor que puedes esperar es acabar como Jerry Springer o Ripley: todos los que saben lo que tú te creerán, los demás, no. Y para colmo, algunos de los primeros… serán monstruos. Intentarán darte caza, y matarte, por supuesto.
—De modo que si se lo cuento a alguien —dijo Sands contando con los dedos las opciones que tenía—, o me espera la cárcel, o el psiquiátrico o pasar a ser el cazado en lugar del cazador.
Hetger asintió.
—Exacto. Puedes acabar como cazador o presa; la diferencia no está tan definida la mayoría de las veces.
Mientras más sabía Sands acerca de aquella nueva vida, más comprobaba lo diferente que era; ni siquiera importaba demasiado el bando en el que había aterrizado, siempre habría alguien que fuera tras sus pasos, ya fuera la policía humana o unos monstruos inhumanos.
—De acuerdo, suponiendo que finalmente la policía quiera interrogarme…
—Y de eso que no te quepa duda —dijo Julia.
—Pues tendré que mentir sobre Albert.
—Así es —dijo John—. Lo más importante que debes recordar es que no sabes que está muerto. Ni siquiera sabes que ha desaparecido. Simplemente necesitabas tomarte unos días libres… alejarte del estrés de tus problemas matrimoniales, ese tipo de cosas. Que hayas faltado al trabajo no es fácil de explicar, así que tienes que ser convincente…
—Puedo decir que dejé un mensaje, es algo que haría normalmente —sugirió Sands—. Quizá alguien borrara sin querer el mensaje de voz del contestador… —Julia miraba con escepticismo—. O… no, ya sé. Dejé una nota… una nota para Caroline, en lugar de lo del mensaje de voz, y puede que la chica de la limpieza la tirara.
—Eso podría funcionar —aceptó Hetger—. Pero lo mejor es que sea algo sencillo, lo más cercano posible a la verdad. Puede que simplemente decidieras tomarte unos días libres. Debemos planear todos los detalles de tu coartada; dónde estuviste toda la semana, algo que pueda ser confirmado, o al menos no desmentido. Después de eso, aún deberás tomar algunas decisiones difíciles respecto a tu trabajo, tu familia, tu vida en general. Lo más importante es planearlo todo de antemano, prever lo que pueda ocurrir, que tengamos la menor necesidad posible de cubrir tu rastro después de lo ocurrido. Lo más importante es preparar…
—Espera un segundo —dijo Sands—. No nos dejemos llevar. Cuando todo se arregle, no querré volver a saber más de todo este lío. Quiero decir, gracias y todo eso, pero el vampiro ya ha muerto. Mi tiempo aquí ha acabado. —Julia y Hetger guardaron silencio. Ella frunció el ceño, John, mientras tanto, tan comedido como de costumbre, se mostró alicaído—. Escuchad, no es que no agradezca vuestra ayuda. Me sentía responsable por haber puesto en peligro a Faye, pero ahora ella y Melanie están seguras. Ya no hay razón por la que deba seguir en todo esto. Me encontraré con la policía y quedaré libre y sin cargos.
—¿Pero cómo demonios crees poder irte sin más? —dijo Julia—. ¿Cómo?
—No es que vaya a huir —insistió Sands—. Simplemente mi tiempo aquí ha terminado.
Julia negó con la cabeza, incrédula.
—Eso es lo más egoísta que…
—No empieces con eso —la interrumpió Sands—. Ya sé que quieres recuperar a tu pequeño. Siento apearme aquí, pero así son las cosas. Tú tienes un motivo para seguir adelante. Y tú, John, tienes sospechas sobre la muerte de tu amigo. Ambos tenéis intereses personales en juego. Y algo le ocurrió también a la hermana de Jason, ¿no? No iba a estar interesado en los monstruos sólo por la bondad de su corazón. Pues bien, yo ya he resuelto lo que a mí me movía a estar con vosotros, y no pienso desperdiciar el resto de mi vida. Toda esta mierda que vemos, esas cosas que no deberían estar pasando, no deberían estar ahí… son como una enfermedad. Pero yo ya no quiero tener nada que ver con ella, quiero sanar. Lo he superado.
Las palabras se habían desparramado desde la boca de Douglas casi sin pausa. Ni siquiera sabía cuánto de lo que había dicho era verdad, pero sí sabía que quería que todo fuera verdad. Lo deseaba más desesperadamente que cualquier otra cosa que hubiera podido anhelar en su vida. Puede que volviera con Faye, quizá podrían arreglar las cosas entre ellos. Lo cierto es que esa idea no lo emocionaba especialmente y tampoco tenía muchas esperanzas al respecto, pero merecía la pena intentarlo. Y desde luego era mejor que todo esto: merodear en la noche, exigiéndose a sí mismo cosas imposibles, y todo tratando de salvar vidas mientras, a su alrededor, la gente moría.
—Está claro que es tu decisión —dijo Hetger.
—Claro, es mi decisión, pero si elijo lo contrario a lo que me decís seré un bastardo desagradecido, egoísta e interesado, ¿no es eso?
—Me has quitado las palabras de la boca —dijo Julia.
—¿Quieres saber si eso me disgustaría? —preguntó Hetger—. La respuesta es sí. ¿Piensas que yo habría obrado de forma distinta de haber estado en tu posición? Pues también. ¿Significa eso que yo tengo razón y tú no? —Se encogió de hombros—. Eso ya no te lo puedo asegurar.
—Pues yo sí —dijo Julia—. Por que eres un bastardo desagradecido, egoísta e interesado, y déjame decirte por qué. Ese vampiro ha desaparecido. ¿Piensas acaso que es el único que acecha ahí fuera? ¿De dónde crees que vino? Jason se ha encontrado al menos con otra criatura igual a esa. ¿Es que hay sólo dos en el mundo, y justo ambas han aparecido en esta pequeña región de Michigan? Vaya, que casualidad…
—No lo entiendes —dijo Sands—. Yo conduje a esa cosa hasta Faye. De no haber sido así, ella nunca hubiera estado en peligro. Ya lo he enmendado. Ya he cumplido.
—¿Crees que de no haber sido así, no hubiera estado en peligro? —le espetó Julia—. ¿Y cómo diablos puedes saberlo? ¿Por qué crees que esa bestia acechaba a tu amiga Melanie? ¿Casualidad? ¿Mala suerte? ¿Cómo puedes estar seguro que no se te van a cruzar más en tu camino, o en el de tu esposa?
—La próxima vez estaré preparado —dijo Sands—. Si es que hay una próxima vez. Y además seré consciente de lo que ocurra y no…
—¿Y lo resolverás tú sólito? —quiso saber Julia—. Pues buena suerte. Aunque, una pregunta: ¿qué pasa si no es un vampiro con lo que te encuentras? ¿Crees que sabes lo suficiente para ocuparte de cualquier ser que te puedas encontrar? Porque no creas que no van a volver a aparecer porque te dediques a hacerte el avestruz y a esconder tu cabeza en la arena. Ese compañero tuyo, Stafford, hay muchos más como él en el lugar del que vino, y aunque él resultara ser más o menos inofensivo, debes saber que muchos otros no lo serán.
Sands escuchaba cada vez con más frustración. Era incapaz de refutar todo lo que Julia estaba diciendo, en realidad ni siquiera sentía que pudiera rebatir apenas alguno de sus argumentos. No estaba de humor para razonar. Julia podría haber estado en lo cierto al cien por cien, que aquello no hubiera cambiado el hecho de que él quería alejarse de aquella locura y no volver a encontrarse jamás con otra criatura sobrenatural. Ya había vivido más de cuarenta años sin haber visto ninguna. ¿Por qué era tan difícil creer que pudiera no volver a encontrarse ninguna otra? Además, probablemente, esa voz en su cabeza y las alucinaciones de Adam serían únicamente consecuencia del estrés, del esfuerzo de su mente por hacer frente a la locura. Esas experiencias eran diferentes al encuentro con el merodeador; no eran de carne y sangre. Eran productos de su mente cansada. Ocurría igual que con la Sra. Kilby: el Sr. Kilby sí era real, pero su esposa no. Y no importaba que Albert hubiera presenciado las mismas escenas.
—Y otra cosa más —empezó a decir entonces Julia—. No todo el mundo está metido en esto por sus intereses. Sí, John y yo tenemos razones personales por las que acabamos envueltos en todo esto. Pero eso no significa que vayamos a dejarlo todo y salir huyendo cuando resolvamos nuestros propios asuntos. ¿Qué hay de Albert, Nathan y Clarence? No buscan a seres amados, no están metidos en esto por razones personales.
—¡No creo que sea así! —estalló Sands—. Y aunque fuera por puro altruismo, cosa que dudo, eso sólo significaría que se sienten felices pensando que están ayudando a la gente. Es lo que hay. Y no me pongas a Clarence como dechado de virtudes. Por el amor de Dios, no es más que un sociópata, un psicópata, y así hasta una decena de "-patas" más.
Por el modo en que Hetger y Julia cruzaron sus miradas hacia la puerta, Sands supo con relativa certeza que Clarence debía haber entrado en la habitación, escuchando todo lo que él acababa de decir. Douglas se giró para verlo. Clarence estaba apoyado contra el marco de la puerta, con los brazos cruzados, sus prominentes antebrazos y bíceps abultados, y el pecho hinchado y sobresaliendo entre ellos. El sudor había oscurecido su sudadera gris en algunas zonas, y sus botas militares refulgían cubiertas de nieve derretida. El viento fuera de la casa parecía soplar ahora con más fuerza, y el balanceo de las ramas rascaba o golpeaba contra la fachada de la casa.
—No te preocupes, Sands —dijo Clarence—. Hay mucha gente por ahí que no se siente cómoda si no ve a los negros vestidos con un traje blanco y diciendo «Sí, bwana».
—¡Ay Dios! —dijo Sands poniéndose en pie—. No me vengas ahora con esa mierda. Y no intentes hacerme pasar por racista. Esto no tiene nada que ver con que seas negro. Que encuentre alarmante el que disfrutes matando personas no significa que sea un racista.
—Yo no mato personas —dijo Clarence con frialdad—. Mato cosas, cosas que ya deberían estar muertas, pero que no aceptaron la muerte la primera vez.
—Gerry Stafford fue una persona que estaba sufriendo y que necesitaba ayuda —dijo Sands—. No era un monstruo. No era una cosa como tú dices. No tenías derecho a matarlo.
—La cuestión es que él no tenía derecho a volver de entre los muertos —replicó Clarence a Douglas—. No es mi culpa que el infierno esté desbordándose. La gente de bien no regresa. Se quedan muertos cuando se supone que es así como deben estar.
—¿Y se supone que tú eres quien lo decide? —preguntó Sands.
—Amigo mío, cada uno debe tomar sus decisiones —dijo Clarence—. Y si no te gustan las mías, entonces qué demonios haces en medio de mi camino.
—Douglas —dijo Hetger interponiéndose entre ambos—, vuelve a recordar por un instante los momentos que pasamos en las cloacas: Jason estaba malherido, probablemente ya debía de estar muerto incluso; Julia estaba herida: Clarence y yo acabábamos de llegar. ¿Recuerdas qué pasó después?
El giro en la conversación, así como la forma en que el tono pausado y razonable de Hetger sustituyó al sermón de Clarence, dio a Sands un descanso. De mala gana, hizo según le había dicho Hetger: volvió a pensar en lo ocurrido dos noches atrás.
—Clarence le disparó… al merodeador… al vampiro. Le voló la cabeza con la recortada.
Hetger asintió.
—Recuerda qué ocurrió antes de eso. Dime qué sucedió justo antes. La criatura le hizo un tajo a Julia. Intentaba matarla, y también a ti.
Sands volvía a estar en aquel lugar. Era lo que menos quería del mundo, pero la casa empezaba a volverse borrosa. A su alrededor podía escuchar los gritos, resonando, y también distinguía la oscuridad, rota sólo por los destellos de las linternas, y por el pútrido hedor a aguas residuales e inmundicia. El estómago se le retorció.
—Le dijiste que se quedara donde estaba —dijo apenas pudiendo pronunciar las palabras—. Tú… tú le dijiste que no se moviera de donde estaba… y así lo hizo. No tenía otra elección. Era incapaz de moverse.
—Así es —dijo Hetger—. Ésa es una de mis facultades, uno de los poderes que a veces tengo sobre ellos. ¿Y qué pasó entonces, Douglas? ¿Antes que Clarence disparase?
Casi inconsciente de sus actos, Sands estiró una mano y se apoyó contra la pared. Clarence había hecho volar al merodeador en pedazos, pero la recortada había tenido un efecto tan devastador sólo porque el merodeador ya estaba en llamas, con su carne muerta carbonizándose y desprendiéndose de su cuerpo.
—Yo… —Sands no sabía qué palabras utilizar; recordaba lo que había sucedido, pero no alcanzaba a comprenderlo—. Yo hice… algo.
—Se formó una extraña nube rojiza —dijo Hetger—. No sé cómo, pero provino de ti… y fuera lo que fuese, hizo caer un infierno sobre aquella bestia, la prendió en llamas, sucedió como las historias cuentan que la luz del día hace con un vampiro.
El puño que parecía agarrarle el estómago a Sands se retorció, parecía apretarle cada vez con más y más fuerza. Se apoyó con más ímpetu contra la pared y estuvo a punto de gritar. Él había vomitado esa nube rojiza; había salido de su interior para hacer arder los restos de vida del merodeador.
Aquella criatura había hecho trizas el cuerpo de Jason, éste se había sacudido enloquecido y entonces, cuando el disparo de Clarence alcanzó el cuerpo, que degeneraba con rapidez, éste dejó de existir.
—Fue una facultad, Douglas —explicó Hetger sin abandonar su habitual tono calmado, como si el mundo pudiera tener sentido realmente, como si no estuvieran sucediendo cosas imposibles, como si Sands y todos ellos no hubieran visto y obrado esos hechos inverosímiles—. Y fue una facultad poderosa, algo que ninguno de nosotros es capaz de hacer. Yo ya había oído hablar antes de algo así, pero nunca lo había visto. Cada uno representa su propio papel en esta lucha.
—Pues yo no —dijo Sands, deseando en ese momento tener algo a mano que beber—. Ya he cumplido. Eso ya no tiene nada que ver conmigo. —Entonces se apartó de la pared y agitó la cabeza. Cuando estuvo más o menos recuperado, pasó junto a Clarence sin volver la vista ni a John ni a Julia. Era incapaz de enfrentarse a sus miradas, al menos no en aquel momento.
Sands fue dando tumbos hasta la cocina, al tiempo que en el exterior se apagaban los últimos rayos de sol. Allí abrió el grifo y puso la cara debajo del chorro de agua fría. La dejó correr sobre su rostro, abriendo la boca, bebiendo lo que alcanzaba a tragar. Un vaso de güisqui escocés hubiera sido bastante mas reconfortante, pero aquello debería bastarle por el momento. Se negó a pensar en el futuro, en ese tiempo en que quizá sí tendría algo mejor que beber; pero tampoco podía permitirse recordar el pasado, ni pensar en nada que no estuviera pasando en ese preciso instante. Sólo era el agua fría corriéndole por la cara, sólo el ahora, sin ninguna decisión que tomar.