Sands se despertó oyendo la voz áspera de Clarence en el pasillo. Douglas se había hecho con un cuarto vacío para descansar. Los otros dos hombres compartían otra estancia solitaria con Julia, probablemente preocupados por vigilar su sueño. Después de haber pasado tanto tiempo hacinado en el coche y en la habitación del motel junto a los demás, Sands había ansiado la privacidad, aunque fuera la de una habitación sucia, polvorienta, fría y sin mobiliario. Como solía ocurrirle cuando despertaba por primera vez en un sitio nuevo, estuvo desorientado por unos momentos. Las ventanas de la habitación, que iban casi del suelo hasta el techo, le permitían ver el gris cielo. Incluso a través de esos cristales ondulados tan habituales en aquel tipo de casas antiguas, el bosque del exterior no parecía ya tan tenebroso como lo había considerado la noche anterior. Poco a poco, las voces que le habían despertado atrajeron su atención: la poderosa voz de barítono de Clarence se dirigía a otra que no lograba identificar.
—Así que debemos aguardar aquí —estaba diciendo Clarence.
—Perfecto, muy bien —dijo la otra voz, femenina, que hablaba en un volumen más bajo, de forma más pausada, intimidada por la voluntad férrea de Clarence.
—Por lo que parece, aquí te sobra el espacio. —Entonces hubo una pausa que pareció interminable—. ¿Entonces te parece bien?
—Sí, claro. Ya te he dicho que no hay ningún problema. Me parece bien —dijo la voz femenina casi excusándose, pero sonando como si en realidad no quisiera hacerlo del todo.
—Bien —dijo Clarence—. Porque necesitaremos descansar un poco. Recuerda no mencionar que estamos aquí a nadie, al menos no hasta que inventemos una historia. Y no traigas a nadie a casa. ¿Tienes novio?
—Mmm… no. No lo haré. No traeré a nadie.
Sands estiró el cuello para echar un vistazo al pasillo, pero todo lo que pudo ver fue parte de la espalda de Clarence con su vestimenta informal, una camiseta henchida en músculos. Empezó a retorcerse para salir del saco de dormir, pero pronto se dio cuenta de lo mal que le había sentado a su espalda pasar una noche durmiendo sobre el duro suelo. Gruñó, y la conversación en el pasillo se acalló. Clarence se echó hacia atrás y lo miró. Sands le saludó con la cabeza, aún medio adormilado. Su camiseta no estaba tan llena de músculos y la barriga le sobresalía por encima de los calzoncillos; además, estaba empalmado y tenía que ir al baño.
—Tienes buen aspecto, Pete Sampras —dijo Clarence.
Y entonces ocurrió exactamente lo último que Sands hubiera querido que sucediera. La chica, la prima de Clarence, asomó la cabeza por la puerta. Sands trató de deslizarse de vuelta a su saco de dormir sin aparentar excesiva brusquedad. Los ojos color almendra de la chica lo contemplaron como si fuera un animal en un zoológico, estudiándolo más con recelo que de forma acogedora. Su piel era algo más clara que la de Clarence y era mucho más baja que él, pero Sands pensó que la hostilidad debía de ser algo intrínseco a aquella familia.
—Gracias por dejarnos usar el suelo de tu casa —dijo tratando de disimular aquel incómodo silencio. Pero no encontró demasiado éxito. La chica no llegó a cambiar su expresión; simplemente continuó observándolo como si fuera una criatura de otro mundo. Finalmente se alejó de la estancia—. Pues sí—masculló entre dientes Sands—: verdaderamente parece familiar tuyo.
—Debo irme —escuchó como le decía ella a Clarence—. Es casi mediodía. Debo ir al trabajo.
—¿Trabajo?
La incredulidad socarrona de Clarence pareció hacer enojar a su prima; su voz adquirió un tono defensivo:
—En una oficina. Archivando y cosas así.
—Guau.
—Vete a la mierda. —Sus pequeños pasos se alejaron pasillo abajo. La puerta principal se abrió con un crujido, y entonces ella hizo una pausa—. Clarence, ¿son ellos…? Ya sabes. ¿Son como nosotros?
Sands pudo distinguir el movimiento de la nuca de Clarence, cuando éste asintió.
—Sí —dijo—. Es por eso que estamos aquí. Por eso necesitamos quedarnos por un tiempo.
Es posible que ella le respondiera en voz muy baja, pero todo lo que Sands pudo oír fue el ruido de la puerta al cerrarse. Con más cuidado esta vez, volvió a deslizarse fuera del saco de dormir y cogió su ropa.