Cuando el asesinato del armenio, Querelle había desvalijado el cadáver. Es raro que de la idea y del acto de asesinato (aunque su móvil sea el menos crapuloso del mundo) no se desprenda la idea de pillaje. Es raro que un tipo abordado por un pederasta no le desvalije, una vez que lo ha golpeado. No lo golpea para desvalijarlo, sino que lo desvalija porque le ha golpeado.
—Es una imbecilidad que no le hayas quitado la pasta al albañil. Te podría haber sido útil.
Querelle aguardó. Vaciló de nuevo. Pronunció las últimas palabras con una ligera timidez de la que él se dio cuenta.
—Pero si no era posible. Había gente en la tasca. Ni siquiera lo pensé.
—Bueno. Pero y el otro, el marinero. Para ese tenías tiempo.
—Palabra, Jo, no he sido yo. Palabra.
—Escucha, Gil, a mí me tiene sin cuidado. No he venido a comerte el coco. Haces bien, incluso, en no decírselo a nadie. Eso demuestra que eres un hombre. Puesto que tú lo dices, yo te creo. Pero en todo caso no vale la pena suprimir a un tipo si no sacas ningún provecho de ello. Hay que convertirse en un verdadero duro. Te lo aseguro yo, pequeño.
—¿No crees que pueda ser un auténtico duro? ¿Verdad?
—Ya veremos.
Querelle se mostraba temeroso todavía. No se atrevía a concretar. Viendo a Gil, podríamos pensar en un joven hindú cuya belleza impidiese ganar el cielo prontamente. Su sonrisa excitante, su mirada lasciva, provocaban en los demás y en sí mismo ideas voluptuosas. Lo mismo que Querelle, Gil había matado por casualidad —por desgracia—; por eso, al marinero le hubiera gustado convertir al chiquillo en alguien igual a él.
—Sería descojonante que por Brest anduviera suelto un pequeño Querelle entre la niebla.
Había que inducir a Gil a que admitiera un asesinato que no había querido, que no había cometido. Querelle va a depositar en una tierra fértil una semilla de Querelle que brotará y crecerá. El marinero percibía su poder en Gil. Se sentía lleno como un huevo. Que Gil aprenda a mirar cara a cara un asesinato. Que se habitúe. Lo enojoso es tener que ocultarse. Querelle se levantó.
—No te preocupes, cabecita loca. No es nada del otro mundo. Para empezar no ha estado mal. Adelante. Yo te diré lo que tienes que hacer. Hablaré de ello con Nono.
—¿No le has dicho nada todavía?
—No te preocupes por eso. No puedo llevarte a «La Féria», imagínate. Van por allí demasiados guris. Y además están las mujeres, que a la más mínima se van de la lengua. Tero nos vamos a ocupar del asunto. Y además, de todas maneras, no te equivoques. No creas que la gente del hampa te va a aceptar a causa de tu crimen. Tienes que crearte una reputación en el campo de los atracos, en levantar la pasta. Porque el crimen que has cometido es un crimen de lujo. Pero no te preocupes. Voy a arreglar eso. Hale, hasta la vista, cabecita loca.
Le estrechó la mano y, ya a punto de partir, Querelle se volvió para decirle:
—Y a tu chaval, ¿no lo has visto?
—Vendrá luego, probablemente.
Querelle sonrió.
—Dime, está que se muere por tus huesos el bambino, ¿no?
Gil se puso rojo. Creyó que el marinero intentaba burlarse de él recordándole la razón oficial del asesinato de Théo. Una enorme angustia le oprimió. Con voz demudada respondió:
—Estás loco, es porque me entendía con su hermana. Es sólo por eso. Estás loco, Jo. No debes creer lo que te cuentan. A mí lo que me tiran son las mujeres.
—Déjate de tonterías, no tiene nada de malo que el chiquillo esté que se muera por tu esqueleto. Como soy marinero sé lo que es eso. Hale, hasta siempre, Gil. No te hagas mala sangre.