Existe una cámara secreta, cerrada con una puerta blindada. Contiene, además de algunos pobres perros en jaulas, algunos monstruos de los cuales el más conmovedor es el que permanece en el centro de la cámara, es nuestro reproche íntimo. Encerrado en una enorme pecera de cristal que tiene más o menos la forma de su cuerpo, es malva y está hecho de una sustancia blanda, casi gelatinosa. Parecería un gran pescado de no ser por la muy humana tristeza de su cabeza. El domador que vigila a los monstruos desprecia sobre todo al que, como sabernos, encontraría cierta paz en el abrazo de sus iguales. Pero él no tiene iguales. Los otros monstruos se distinguen de él por un ligero detalle. Él está solo y nos ama. Espera sin esperanza una mirada amistosa de nosotros, que nunca se la concederemos. Querelle vivía todos sus instantes en esa desoladora compañía.