SI QUIERO, ¿O NO?

LOS DÍAS QUE QUEDABAN PARA LA BODA PASARON A TODA velocidad y el mes de mayo entró en sus vidas. Durante ese tiempo, Chiara y Arturo estuvieron muy ocupados con los preparativos. Nora intentó centrarse en su trabajo, en su familia e intentó asistir poco al club. Y cuando acudía, antes de entrar, miraba por si la moto de Ian estaba aparcada allí.

Una mañana que estaba sudando como una descosida encima de la cinta andadora lo vio pasar por detrás de ella a través de los cristales. Ni una mirada. Ni una palabra. Eso la martirizó. Era como si ella no existiera. Por su parte Ian, tras lograr pasar junto a ella sin inmutarse, se centró en el deporte. Deseaba abrazarla y besarla. Pero sabía que debía aceptar su decisión y por eso sufría y se carcomía por dentro.

Lo que ella no sabía era que en más de una ocasión, él la había esperado a la salida de su trabajo oculto en la cafetería que había frente a la revista. Simplemente quería verla, y escondido tras un periódico pasaba inadvertido, para ella y para el mundo en general. La necesitaba. Aquella necesidad le estaba volviendo loco. Alicia, la rubia del club, tras ver que no la llamaba, desapareció ofendida del club. Aunque Raquel, la pija imbécil, siguió dándole el tostonazo hasta que un día, harto y cansado de ella, le tuvo que parar los pies. A partir de ese día ella, muy digna, le ignoró, algo que Ian agradeció tanto o más que la propia Nora.

El día de la boda amaneció con un sol radiante. Los invitados venidos de fuera ya estaban allí. El servicio de catering llegó pronto a la casa de Arturo, y con una profesionalidad increíble montaron la jupa y colocaron las sillas para la ceremonia. En otro lado del gran jardín distribuyeron unas mesas redondas y un pequeño escenario para la fiesta posterior. ¡Por fin había llegado tan señalado día!

La ceremonia comenzaría en menos de una hora, y poco a poco todos los invitados llegaban a la futura residencia de los novios. Sería una boda preciosa rodeada de familiares y amigos. Luca y Dulce, padres orgullosos, enseñaban a su pequeña Nora, que ya tenía casi tres meses. Giuseppe, enloquecido de alegría, sonreía al estar rodeado de todos sus nietos y su primera bisnieta. Valentino, que ejercía de padrino, hablaba con Luana cuando su abuela, Susana, pasó a su lado con una tila y dijo:

—Cuando llegue el momento de salir, avísanos.

—Abuela, ¿y esa tila? —preguntó Lidia extrañada.

—Es para Chiara. Está como un flan —mintió con descaro sorprendiendo a Valentino.

Al abrir la puerta y entrar en la habitación, Susana se encontró con una preciosa novia, a Nora apoyada en el marco de la ventana, distraída con su cámara de fotos, y a Blanca fumando un cigarro sentada frente a Nora. Chiara estaba preciosa con su vestido de tul blanco. Se recogió su oscuro pelo en un moño y se puso unos pendientes de Susana.

—¿Cómo están mis chicas? —preguntó la mujer para alegrarlas.

Nada más llegar al aeropuerto, se fijó en la tristeza en los ojos de su hija, y tras hablar con Chiara, fue todo lo prudente que pudo. Nora se lo agradeció.

—Estupendas, mamá —respondió con una sonrisa Nora, acercándose a colocarle el velo a Chiara para hacerle una nueva foto—. Arturo se va a quedar de piedra cuando te vea con este vestido de novia.

—La verdad, Chiara, es que estás guapísima —asintió Blanca pasándole el cigarro—. Haznos otra foto, Nora.

Chiara estaba feliz. Eso se notaba en su mirada.

—Esta vez me he desquitado en cuanto al vestido de novia —dijo tras una calada—. Arturo se merece una novia junto a él —murmuró entre risas—. Ese hombre, por quererme, se merece este vestido y mucho más.

—Estás espectacular, cariño —asintió Susana como una orgullosa madre—. Ahora recordad, hay un dicho que dice: «de una boda sale otra».

—No creo en dichos —suspiró Blanca, haciéndola sonreír.

Susana todavía no se había repuesto del susto al saber que a aquella joven solo le gustaban las mujeres, y que la mujer que antes le habían presentado del vestido verde era su pareja, María.

—Uf… —resopló Nora al escucharla—. Con una boda tuve bastante.

Se abrió la puerta y entró Lidia.

—Pero qué guapas estáis. Y tú, tía Chiara, la que más —luego miró a su abuela y anunció—: El sacerdote me ha dicho que en cinco minutos comienza.

—Dile a Valentino que esté preparado. Chiara sale en cuatro minutos —dijo su abuela echándola de la habitación.

De nuevo Nora estaba en la ventana, aunque esta vez su rostro tomó una apariencia blanquecina. Susana, Blanca y Chiara, curiosas, fueron a mirar junto a ella. Acababa de llegar Ian en su moto. Se había afeitado y estaba guapísimo vestido con aquel traje oscuro. ¿Pero quién era aquella morena que posesivamente colgaba de su brazo?

—Bendito sea dios —suspiró Susana, angustiada por su hija.

De pronto, vieron a Lía, con su vestido de organdí, correr hacia él como una descosida. Al llegar a su altura, se tiró a sus brazos. Eso hizo reír a Ian, mientras a Nora le partió el corazón. La niña era la única que seguía preguntando por él, y lloró con amargura el día que Nora habló con ella y le comunicó que la historia que hubo entre ellos había acabado.

—Toma, Nora —dijo Susana dándole la tila—, creo que hoy la necesitas.

—Gracias, mamá —respondió en un hilo de voz.

Sabía que su madre estaba haciendo un gran esfuerzo por no hablar del tema.

—¿Sabíais que vendría acompañado? —preguntó tras lograr tragar.

—Yo si —asintió Blanca zanjando su respuesta.

—Sí —afirmó con fingida indiferencia Chiara—. ¿No me digas que te va a molestar que venga acompañado?

—No, es solo que… —mintió Nora e intentó reponerse con rapidez—. Vuelvo enseguida.

—¿Adónde vas, cariño? —preguntó Susana preocupada.

—Al baño, mamá. Quiero retocarme el maquillaje —murmuró confusa intentando escapar de las miradas piadosas de todas.

—Te acompañaré —respondió esta. Nora aceptó.

Al verlas entrar en el baño que había en la habitación y cerrar la puerta, con una media sonrisa, Chiara dijo acercándose a Blanca:

—Qué mona es tu hermana. No se parece nada a ti.

—¡Hombre!, gracias por la parte que me toca —respondió sabiéndolo—. Gema salió a la familia de papá.

—¿Te costó mucho convencerla?

Blanca, orgullosa de su hermana, la encontró guapísima con aquel traje violeta, mientras la veía charlar animadamente con la gente.

—Solo tuve que decirle que corría sangre escocesa por sus venas, y que en el cuerpo le llamábamos el highlander, para que Gema bailara con las bragas en la mano. Y con el rollo de que está estudiando arte dramático, se ha tomado esto como un trabajo.

—¿Ian qué dijo?

—No sabe que es mi hermana —rió sorprendiendo a Chiara—. Cree que es una amiga. Hice que coincidieran hace una semana a la hora de comer. Casualmente ella apareció en el bar donde comíamos y los presenté. Un par de días después volvió a aparecer y me sorprendí cuando Ian, sin necesidad de presionarle, la invitó a ser su acompañante.

—¡Oye, Blanca! —susurró Chiara—. Espero que tu hermana no se cuelgue ahora con Ian. Ese no es el tema.

—Tranquila, futura señora culito prieto —se carcajeó aquella—. Gema es una estupenda actriz. Y aunque le gustaría darse un revolcón con él, creo ya ha puesto sus ojos en otro.

—Mamma mia… espero que esto no salga mal —resopló Chiara al ver a Nora y a Susana salir del baño.

Valentino abrió la puerta.

—Mamá, estás preciosa.

—Gracias, cariño —dijo besándole, y tras cogerle del brazo dijo—: Tú sí que estás guapo.

En ese momento entró un acalorado Giuseppe.

—Venga… venga. Arturo ya está esperando —pero al ver a Chiara comenzó a llorar—. Dios mío. Chiara mía… qué guapísima estás.

—Gracias, llorón —respondió emocionada dándole un beso, mientras Blanca le pasaba un pañuelo.

—Papá, ¡ya estás llorando! —regañó Nora con cariño—. Pero es que no puedes asistir a una boda sin llorar.

—No, mientras las bodas sean de mis niñas —respondió secándose las lágrimas.

Sin darles un respiro, entró Luca.

—Guau… tía Chiara. ¡Eres una novia bellísima!

—Gracias, tesoro —sonrió esta emocionada por todas aquellas muestras de cariño.

—Anda, Luca, mi amor —apremió su abuela—. Llévate de aquí al llorón de tu abuelo y di que ya bajamos.

Luca, tras agarrar a su abuelo y bromear con él, se volvió hacia su madre. Había saludado a Ian y sabía lo mucho que aún aquella historia le dolía.

—Mamá. Dulce y yo hemos cogido sitio para ti.

«Eres un amor», pensó Nora conmovida al ver la preocupación en los ojos de su hijo.

—Gracias, cariño —y volviéndose hacia Chiara dijo tras darle un beso—: Te quiero. Te espero al lado de la jupa con mi cámara de fotos.

—Os acompaño —gritó Blanca. No quería perderse el saludo entre Ian y ella.

—¡Abuelo! —gritó Valentino al verle marchar con lágrimas en los ojos—. Guarda las lágrimas. Todavía no ha empezado la ceremonia.

—Para él, hermoso, ya empezó hace tiempo —susurró con cariño Susana, que tras mirar a Chiara dijo—: Siempre has sido una estupenda hija y hermana. Estoy segura de que ahora con Arturo serás muy feliz.

Chiara, al escucharla, se emocionó. Susana, tras darle un cariñoso beso, dijo:

—Toda la familia te esperaremos en nuestro sitio, tesoro.

Al cerrarse la puerta y quedar a solas con su hijo, Chiara, de la emoción, no podía ni hablar. Tenía una familia maravillosa, y nada ni nadie lo iba a cambiar. Valentino, que conocía muy bien a su madre, con rapidez buscó un cigarrillo. Lo encendió y se lo pasó. Ella, al ver aquel gesto, se lo agradeció con una sonrisa y lo aceptó.

—Sabes que te quiero, ¿verdad, cariño?

Valentino, al escucharla, asintió.

—Pues claro que lo sé, mamá —y tras besarle señaló—: Tú sabes que yo también te quiero, ¿verdad?

Chiara, tras dar una calada, asintió con los ojos llenos de lágrimas. Valentino, con todo el cariño del mundo, la volvió a besar.

—Muy bien, mamá, si seguimos aquí corremos el peligro de que los dos acabemos llorando como el abuelo, y eso creo que no es lo que queremos, ¿verdad? —Chiara negó con la cabeza. Por eso Valentino, tomándola de la mano, dijo—: Allá vamos, mamá, a por Arturo.

La ceremonia fue muy emotiva. Nora les hizo infinidad de fotos. Quería regalarles un álbum divertido y original. Arturo y Chiara se miraban con un amor que conmovió a todos. Las gemelas, junto a Lía, estaban preciosas con sus vestidos de princesas, y la felicidad reinó. Ian, por su parte, saludó a todos los invitados con una estupenda sonrisa. Cuando Susana y Giuseppe pasaron junto a él, ambos le saludaron con un cariñoso abrazo, que él agradeció una barbaridad.

Durante la ceremonia, los ojos de Nora impactaron un par de veces con aquellos ojos negros que tantas fantasías le provocaban. Ian estaba dos bancos más atrás a su derecha, junto a aquella espectacular morena de vestido violeta. Nora intentó concentrarse en la ceremonia pero era imposible. ¿Cómo concentrarse ante una situación así?

Finalmente los novios, tras jurarse amor eterno, sellaron la ceremonia con un beso de película, mientras todos rompían a aplaudir a los nuevos señores Pavés. Tras la ceremonia, pasaron a la zona donde se celebraría el banquete. Allí las mesas eran redondas. Nora comprobó con horror que Ian se sentaba frente a ella en la mesa de al lado. «Yo te mato, Chiara», pensó.

Durante la comida intentó comer, pero los nervios le habían cerrado el estómago. A hurtadillas, comprobó lo bien que lo pasaba Ian con aquella tal Gema, que no paró de reír y hablar con él en todo el rato. Intentó recordar si aquella chica era amiga de Ian, pero desistió. Nunca en el tiempo que estuvieron juntos le había hablado de ninguna Gema. «Será su nueva conquista», pensó con amargura mientras notaba cómo todo su cuerpo se revelaba contra aquello. Pero tras lograr controlar su mente y su cuerpo, se sumó a la conversación de sus padres e intentó olvidar quién estaba sentado frente a ella.

Para Ian, ver a Nora tan cerca y no poder estar con ella le estaba matando. Pero había prometido a Arturo y a Chiara que acudiría a su boda y no quiso fallarles. Lía, que no paraba de sonreírle, le hizo prometer que bailaría con ella. Una de las cosas que él más agradeció aquel día fue cuando la madre de Nora, Susana, tras la ceremonia se le acercó para hablar con él. Fue tremendamente cariñosa y comprensiva. Le dijo que aunque la relación con su hija hubiera cambiado, en Venecia siempre habría una familia que le quería. Aquello le llegó al corazón.

Luca, Hugo y Valentino, junto a Giuseppe, animaron la comida gritando «vivan los novios» y «que se besen». Todos los invitados coreaban aquellas palabras, hasta que Arturo y Chiara, divertidos, se besaban. Pasados los primeros platos y llegado el postre Valentino, animado por Pietro, se levantó para decir unas palabras. Nora, desde su mesa, cambió el objetivo de su cámara.

—Quiero que sepáis que llevo cerca de dos meses intentando escribir algo bonito para este momento —sonrió Valentino, que miró con complicidad a su madre— y lo único que tengo claro es que mamá y Arturo son felices, y eso para mí es lo que cuenta. La semana pasada, tras hablar más de una hora por teléfono con el abuelo sobre mi bloqueo para decir algo excepcional, pensé que lo mejor que podía hacer era compartir esta responsabilidad con él. Por eso, abuelo —dijo acercándose a Giuseppe, que puso cara de circunstancias, te cedo este honor que tú seguramente cumplirás a la perfección.

Tras este comentario, todos comenzaron a reír y a aplaudir a Giuseppe, que rápidamente sacó el pañuelo del bolsillo y se limpió los ojos por la emoción. Con una mirada tierna, miró a su mujer, aquella mujer que junto a él había formado aquella maravillosa familia.

—Bueno… me toca a mí —tras aclarar su voz comenzó—. Cuando la gente me pregunta cuántos hijos tengo, siempre digo cuatro. Tres hijas, que son la luz de mi vida —sonrió a Nora, Valeria y Chiara—, y un hijo, Luca, al que perdí muy pronto pero que me dejó dos nietas que son mis soles —guiñó el ojo a Lidia y a Luana—. Cada día que pasa, le doy gracias a dios porque Chiara un día nos eligiera a nosotros para ser su familia —al decir aquello, Chiara se emocionó—. Mis hijos, cuando eran pequeños, acudían al colegio San Mateo, y una tarde, al recogerlos, una niña flacucha y con ojos vivaces apareció junto a ellos. Recuerdo que Nora me preguntó si su nueva amiga, Chiara, podía venir a casa a merendar torrijas, ese postre toledano que su madre hace. ¡Y ya no salió! —al mirar a Susana, comprobó sus ojos emocionados por los recuerdos y sonrió—. Con los años esa flacucha nos enseñó a todos lo que era luchar y conseguir tus propósitos. Chiara, mi preciosa niña, siempre ha sido la más fuerte. Y en incontables ocasiones, con sus palabras, ha conseguido que nosotros entendamos ciertos aspectos de la vida que, sin ella, seríamos incapaces de entender.

Emocionada por lo que escuchaba, Chiara le lanzó un beso. Giuseppe lo recogió con la mano y se lo pegó en el corazón, mientras continuaba hablando.

—Por todas esas cosas te queremos, Chiara. Siempre has estado para lo bueno y lo malo, y tienes un temperamento y un corazón más grande que el mapa de Italia y España juntos —rieron todos al escuchar aquello—. Y aquí está mi niña —dijo acercándose a ella— convertida en toda una preciosa mujer, una excelente hija, una inigualable hermana, una madre protectora, una empresaria de éxito y ahora, la señora de Arturo Pavés —tras decir esto levantó su copa—. Por eso, quiero que todos levantemos nuestras copas y brindemos por Chiara y Arturo. Para que nunca olviden que somos una gran familia. Y por que esta nueva vida que acaban de comenzar les llene de amor y felicidad. Por Chiara y Arturo.

Todos, emocionados, levantaron sus copas y gritaron: «¡Por Chiara y Arturo!».

La música comenzó a sonar y Nora se colocó en un buen ángulo para fotografiar a Arturo y Chiara bailando acaramelados My cherie amour, de Stevie Wonder.

—Qué mona está hoy ¡por dios! —susurró Bárbara junto a Nora y las demás—. Ese vestido que le ha hecho Rosa Clará es maravilloso. Le favorece una barbaridad.

—No existe novia fea —respondió Marga.

—Chiara es muy glamurosa —comentó Richard con una copa en la mano.

—Está muy guapa —asintió Nora mirándola bailar.

—Para guapo… tu ex —dijo de pronto María—. ¿Habéis visto qué sexy está vestido con ese traje negro y qué pedazo de morena lleva a su lado?

—A mordiscos le arrancaba yo el traje al leñador, si me dejara —se guaseó Richard.

—Yo no digo nada, que luego enseguida soy una lagarta —se quejó Bárbara compadeciéndose de Nora, que disimulaba mientras hacía fotos.

—Dios mío. Os juro, foquitas mías, que cuando lo he visto, los botones de la bragueta casi me estallan —suspiró Richard haciendo reír hasta a Nora, que comenzaba a incomodarse con aquellos comentarios—. El ojos bonitos está guapo de traje, con vaqueros, con sudaderas. Es el típico tío al que todo le sienta bien.

—Es un bombón —asintió María—, y la morena una preciosidad.

«Oh, dios, por qué no se callan», pensó Nora.

—Ese chico es una invitación al pecado —murmuró Bárbara.

—¡Calla, María! —regañó Marga—. Llega tu novia y se va a poner celosa.

—¿Por qué tengo que ponerme celosa? —preguntó Blanca dándole una copa a María, al tiempo que un beso en los labios.

—Esta gente, que es muy antigua —se mofó María—. Creen que porque diga que a Ian le sienta todo bien y que la morena es espectacular, te va a molestar.

—No me molesta —respondió con tranquilidad—. Estoy de acuerdo contigo: Ian, un bombón, y la acompañante, un cañón. Por cierto, ¿sabéis como se llama?

María, al escuchar aquello, la miro y dijo:

—¿Para qué quieres saber eso? —preguntó molesta.

—No me seas antigua, cielo —rió Blanca al pensar cómo se sorprendería cuando le dijera que aquella morena era su hermana.

—Nora —se interesó Marga—, verlo acompañado por la morena ¿no te incomoda?

—Yo le arrancaría los ojos —respondió Richard.

—Mi relación con él ya está superada —sonrió con esfuerzo—. Lo nuestro acabó. Cada uno tiene que comenzar a hacer de nuevo su vida.

—Entonces —preguntó Bárbara—, ¿le puedo atacar?

—Lo tuyo no tiene nombre —suspiró María.

—¿De qué habláis por aquí? —preguntó Chiara acercándose.

—Del ojos bonitos, ¡qué pedazo de heterosexual! —murmuró Richard.

—La verdad es que ha sido un detalle que acudiera a la boda —asintió Chiara al ver la cara de Nora—. Pero bueno, chicos, ¿qué pasa? ¿Vais a bailar o pensáis despellejar a todo el mundo?

—Bailemos —gritó eufórica Marga.

Todos la siguieron a la pista, y Nora respiró.

—Gracias —susurró—. Estaba a punto de mandarles a la mierda.

—¿Estás bien?

—Como diría mi padre, jodida pero contenta —respondió sin contemplaciones mientras enfocaba con su cámara a su madre bailando con Arturo y los fotografiaba—. Jodida porque mi vida es una mierda, pero contenta porque te veo feliz y eso me vale muchísimo.

—Sabes que esos problemas se pueden arreglar —señaló Chiara, que vio a Ian hablando con Giuseppe—. Te quiere, Nora, ¿no te das cuenta?

—Sí, ya veo —respondió dolida—. Mira qué poco le ha costado venir acompañado.

—Eso no es justo, Nora, y tú lo sabes.

—Ya no sé ni lo que es justo —fotografió a Lía junto a Luca y Dulce—. Lo veo tan integrado, que me da la sensación de que la que está fuera de esta familia soy yo.

—¡Nora Cicarelli, los celos te van a consumir! —exclamó Chiara abrazándola—. Para un momento —dijo quitándole la cámara de las manos—. Ian es una buena persona y se ha ganado nuestro cariño.

—Lo sé —asintió mirándola a los ojos—. Pero Lía no se le ha separado desde que llegó. Mi hermana y Pietro están pendientes de él. Le he visto con la pequeña Nora en brazos dándole el biberón mientras hablaba con Dulce y Luca. Hugo no para de hablar y bailar con la acompañante que trajo. Mamá y papá, cada vez que les miro, están bromeando con él. ¿Y yo qué? ¿Qué les ha pasado a todos para que estén tan pendientes de él?

—¿Sabes, corazón? La única persona que puede responder a todo eso eres tú —respondió Chiara—. Piénsalo y…

—Eh… preciosas. Bailad conmigo las dos —gritó Valentino, que tiró de ellas hacia la pista.

Sonaba un rock and roll, y Lía corrió hacia su madre para bailar con ella como lo hacían en casa.

—Mami, estoy muy contenta y me lo estoy pasando superbien —dijo la niña tras el baile—. El abuelo me ha dicho que soy la que mejor baila, y nos hemos hecho muchísimas fotos con la cámara de Claudia.

—Me alegro, cariño —sonrió a su niña—, y…

—Mamá, Ian está detrás de ti —susurró la niña señalando a su espalda.

El corazón se le encogió al mirar tras ella. Allí estaba el que conseguía que su cuerpo y toda ella perdiera la cordura ante su presencia.

—Hola, Nora —saludó cortésmente. Después habló con la niña.

—Hola —respondió atragantándose con la saliva.

«Dios… parezco tonta», pensó.

—Mami —gritó la niña—. Haznos una foto a Ian y a mí.

Los dos se miraron. Tras aceptar él, Nora cogió su cámara y les fotografió.

—Señorita —dijo galantemente él—, creo que llegó la hora de nuestro baile.

Y sin más, sin una mirada hacia ella, sin una sonrisa, se alejó y dejó a Nora confusa y ridícula ante aquella situación.

«Hola… solo he sido capaz de decir hola… Por favor, ¡qué patética soy!», pensó mientras dejaba su cámara en la mesa y se alejaba hacia la barra para poder pedir algo de beber. Una vez en la barra pidió una coca cola, pero al volver su mirada hacia la pista y ver a Ian divirtiéndose mientras bailaba con su hija, cambió de parecer y pidió un ron con naranja. ¡Lo necesitaba!

Frente a ella, varios pares de ojos la observaban con curiosidad.

—Pobrecilla. ¿Creéis que sobrevivirá al día de hoy? —preguntó Marga compadeciéndose.

Nadie respondió.

—Qué suerte tiene esa niña —suspiró Bárbara mirando con envidia a Lía mientras bebía de su copa—. Lo que daría yo por que el ojos bonitos me pidiera un baile y luego me…

—¡Calla, calla! —sonrió Marga al escucharla—. Que nada más piensas en folletear, ¡hija mía!

—Ay… mamma mia, que se ha pedido un ron con naranja —se sorprendió Chiara. Conocía a Nora y sabía que bebía alcohol en contadas ocasiones.

—A mí me dan pena los dos —dijo Blanca—. Ella porque está perdida, y él porque o deja de ser un coñazo, o cualquier día me lo cargo en el trabajo. ¡Está insoportable!

—Y muy bueno —añadió Bárbara.

—Pobrecita —se compadeció Marga—. Tiene mala cara.

—Yo no la veo tan mal —respondió Bárbara—. Está monísima con ese vestido de Armani y esos zapatos de Farrutx.

—Tú que vas a ver, si ves menos que un topo ciego —contestó escandalosamente Richard—. ¡Mírala!, si es la viva imagen de la opresión y el desasosiego. ¿Has visto sus labios? Si han desaparecido, de lo tensa que está.

—Bajad la voz, que nos va a oír —regañó Chiara, que sufría la angustia de su amiga.

Sabía que aquello le estaba costando una barbaridad. Si hasta estaba bebiendo alcohol. Pero también sabía que para que Nora reaccionara, tenía que vivir algo que ella no pudiera controlar.

—Me siento culpable. Soy una auténtica víbora y como me muerda me mato a mí misma —se quejó Chiara. Su grupito la miró.

—Te entiendo —rió Blanca al ver a su hermana bailar con Hugo.

—¿Qué maldad hiciste, foquita mia, para decir eso el día de tu boda? —pregunto Richard mirándola a los ojos.

—Le llamé y le dije que trajera acompañante —soltó la novia.

Eso hizo reír al resto, mientras omitía que la acompañante, aquel bombonazo de chica, era la hermana actriz de Blanca.

—Oh… Chiara. Eres una auténtica arpía —asintió Richard.

—Y una lagarta —añadió Blanca—. Con amigas como tú, ¿quién quiere enemigos?

—Lo sé. Lo sé… —asintió Chiara sonriéndole con complicidad—. Pero es la única forma de que Nora vea lo que quiere.

—Pues ella no sé si lo ve, pero yo sí —suspiró Bárbara. Esta vez Marga le dio un pescozón.

—Y ahora, queridos amigos —sonrió con malicia Chiara alejándose—, por mi parte, lo siguiente será mi última maldad. Juro no cometer ninguna más.

—El remate final —asintió Blanca.

Sabía que aquello a Nora e Ian les iba a revolver por dentro.

—Huy… qué divertido —sonrió María.

—Me muero por saber qué vais a hacer —sonrió Richard—. ¿Puedo ayudar?

—Deberíais dejar a la pobre Nora en paz —recriminó Marga—. No creo que a ninguno de ellos les guste saber que estáis interfiriendo en sus vidas.

—Cuidado, que viene Nora —advirtió María sentándose junto a Richard.

Con rabia, Nora caminó hacia donde estaban Chiara y compañía. Tras unirse al grupo, se quedó de pie al lado de Blanca y uniéndose a la conversación sobre el viaje a Hawai de los novios, intentó olvidar lo ocurrido. Aunque sus ojos desobedientes buscaban a Ian, que bailaba con Lía. De pronto, la canción acabó y la orquesta paró. Ian, tras besar a Lía, decidió poner fin a la fiesta y fue en busca de su acompañante. Pero pasados unos segundos comenzaron a sonar las primeras notas de Me and Mrs. Jones.

«¿Por qué justamente en este momento tiene que sonar esa maldita canción?», pensó Nora con la moral por los suelos.

Aquellos primeros compases de la canción hicieron que los ojos y el cuerpo de Ian buscaran a Nora. La localizó junto a sus amigas del club, y pudo percibir cómo ella erguía su espalda al escucharla. La pista se inundó de parejas que comenzaron a bailar acaramelados. Parado y desorientado, sintió unas manos que recorrían su cuello. Pero aquellas manos no eran las que él deseaba que le tocaran. Aquellas manos eran las de Gema, que al escuchar aquella canción recordó que tenía que acercarse hasta él e intentar seducirle para que bailara con ella.

«¡Maldita canción!», pensó Ian molesto.

Con la más artificial de sus sonrisas, Ian se quitó de encima a Gema y, sin poder evitarlo, clavó los ojos en Nora. Ella le observaba con una mirada llena de deseo, reproches y pasión.

—¿Te apetece bailar? —preguntó una voz a su lado.

Era un amigo de Arturo que, animado por Chiara, le solicitaba bailar.

—Oh… gracias —logró sonreír sintiendo la mirada de Ian clavada en su nuca—, pero en este momento iba a solucionar un tema con mi hijo.

Volviéndose con rapidez, dijo al ver a una de sus amigas.

—Pero Bárbara estará encantada de bailar contigo.

Tras decir aquello, Nora comenzó a andar en dirección contraria a donde estaba Ian. Necesitaba huir mientras la orquesta entonaba la canción y las parejas bailaban acarameladas en la pista. Nora iba a explotar. ¿Por qué habían tenido que tocar aquella canción?

Finalmente, se paró donde estaban sus sobrinas riendo con las gracias de la pequeña Khady. Nora intentó no escuchar la canción, pero cuando al volverse vio que Ian andaba hacia ella, se asustó.

«¡Socorro!», pensó, y buscó con angustia un escape. La gente coreaba el estribillo de la canción…

—¡Dios mío! El highlander va a por ella —gritó en ese momento Blanca.

—Ay… ay… qué romántico, ¡qué momentazo! —chilló Richard eufórico—. Empapadito estoy.

—Mamma mia creo que no ha sido buena idea —gimió Chiara, a la que no le gustó nada la cara de Nora.

Buena idea o no, en ese momento Ian, ajeno a las miradas de todos, andaba directamente hacia ella. Le daba igual todo. Le importaba un bledo que ella no diera el paso. Él lo volvería a dar mil veces si fuera necesario. La quería. La deseaba. Por ella sería capaz de cualquier cosa. Pero de pronto, al sentir el agobio en la mirada de ella, se paró en seco.

«Joder, me estoy comportando como su ex. No acepto la ruptura», pensó sintiéndose fatal.

Finalmente, tras mirarla durante unos segundos con el corazón en un puño, se dio la vuelta y acercándose a Gema, la tomó del brazo y comenzó a despedirse de la gente. Nora se movió con rapidez y se ocultó tras una pequeña carpa junto a la casa. Las manos le sudaban y el corazón parecía querer salirse de su cuerpo. Una parte de ella quería correr tras él, pero otra huir.

Desesperada, sintió la mirada de su madre clavada en ella. Una mirada fácil de descifrar para Nora, quien en ese momento sentía unas terribles ganas de gritar. Pero no. Debía dejarle marchar. Era lo mejor para todos. Aquella relación era imposible. Les separaban demasiadas cosas.

—No te entiendo, hija —dijo de pronto Susana acercándose a ella—. ¿Qué estás haciendo? ¿No quieres ser feliz?

—Mamá, ahora no.

Pero Susana no le hizo caso y prosiguió.

—Ese hombre te quiere. Tú así me los hiciste ver, y él me lo confirmó. Es un chico fantástico, una buena persona, y tú le dejas ir. ¿Qué es lo que quieres, Nora?

—Ni yo misma lo sé, mamá.

Susana, horrorizada porque su hija dejara escapar un señor tan maravilloso, la miró y antes de alejarse indicó:

—No te entiendo, hija… no te entiendo.

Con los ojos encharcados en lágrimas, vio a sus hijos y a Arturo ir con Ian y su acompañante hasta la moto. Quiso gritar. Deseó pararle. Pero al final no hizo nada, e Ian se marchó. En ese momento su mirada se cruzó con la de sus padres. Estaban tristes por ella. Y cuando las lágrimas inundaron sus ojos, corrió hacia la casa donde nadie, a excepción de Chiara, que ya la había alcanzado, pudiera ver su dolor.

Compadeciéndose en el baño estaba con Chiara cuando Arturo, que había observado al igual que todos lo ocurrido, las avisó de que alguien quería verlas, Las esperaba en el salón de la casa. Sobreponiéndose a la pena, acudieron a ver quién era, y se sorprendieron al ver a Giorgio con un regalo en las manos.

—Enhorabuena, Chiara. Estás guapísima.

—Gracias, Giorgio —agradeció con una sincera sonrisa y un beso.

Pero este, al ver a Nora con los ojos hinchados, preguntó:

—Nora, ¿estás bien?

—Oh… sí, no te preocupes —sonrió con cordialidad.

Las cosas habían quedado claras entre los dos aquella tarde en el hospital.

—Se ha emocionado con la boda —la salvó Chiara—. Ya sabes que es un poco llorona, como su padre.

Giorgio no la creyó. Pero decidió no preguntar.

—¿Por qué llegas tan tarde? —preguntó Chiara.

—Creí que lo mejor para todos era que yo no asistiera —respondió con sinceridad—. Toma, vine a traerte un regalo. Espero que os guste a tu marido y a ti.

—Seguro que sí —agradeció Chiara al coger el paquete—. Pero, por favor, pasa y toma algo.

Él negó con la cabeza.

—En serio, Chiara, te lo agradezco, pero es mejor que no. Aunque yo sí que necesitaría que me hicierais un par de favores.

—¿Ocurre algo? —preguntó Nora preocupada.

Tras un incómodo silencio, finalmente Giorgio dijo:

—Mamá está en el coche —dijo sorprendiéndolas—: Llegó hace unos días de Italia. Sigue con su medicación, pero está muy bien. Mi primer favor es pediros que salgáis a saludarla —ambas, incrédulas, se miraron—. Sé que no tengo derecho a pediros esto, pero supondría mucho para su recuperación.

—¿Loredana está aquí, en mi casa? —preguntó Chiara encendiéndose un cigarro.

Giorgio asintió.

—La última vez que nos vio —señaló Nora—, nos echo de su casa con palabras no muy bonitas.

—Mirad, chicas —susurró con convicción—. El tiempo pasado ya no se puede recuperar, pero tras la ayuda psicológica que ha tenido en la clínica, se ha dado cuenta de la infinidad de errores que ha cometido. Sé que le gustaría hablar con vosotras y con los chicos, pero también lo entendería y lo asumiría si os negáis a verla. Quizá no sea el mejor momento, pero a veces las cosas salen así y yo…

—Saldremos a saludarla —afirmó Chiara con seguridad sorprendiendo a Nora. Ver a Loredana les ayudaría a acabar con esa parte de sus vidas que todavía quedaba por cerrar.

Cuando llegaron junto al coche de Giorgio, este abrió la puerta derecha y ante ellas apareció la mujer que durante años les había amargado la vida. Las tres mujeres se miraron con intensidad. No hubo besos, y durante unos segundos reinó el silencio hasta que Chiara lo rompió.

—Te veo bien, Loredana —saludó mirando a aquella mujer de cabellos blancos y traje azul. Nora, curiosa, la observaba. Intentó ver la malicia en sus ojos. Pero no la encontró.

—Gracias, Chiara. Estás preciosa con ese vestido —agradeció—. Enhorabuena por tu boda.

—¿Sabes? —continuó Chiara incrédula por lo que había oído—. Es la primera vez que me dices algo agradable en toda mi vida.

—Sé que he sido una persona horrible —dijo mirándolas a las dos—. Podía haber buscado o pedido ayuda mucho antes. Pero me creí superior a mi enfermedad y ella me superó y yo…

—Lo importante es que ahora estás bien —asintió Nora mirándola a los ojos. No era momento de revolver el pasado—. A todos nos habría gustado que las cosas fueran diferentes, pero fueron así y ya no se pueden cambiar.

—Lo siento mucho —susurró aquella mujer con los ojos llorosos—. Lo siento de corazón.

Aquello fue demasiado para Nora, y sin pensárselo dos veces alargó los brazos y la abrazó. Por primera vez sintió que Loredana la aceptaba.

—Siento todo el daño que os hice. Nunca viviré lo bastante para agradeceros todo lo que habéis hecho por mis hijos y por mí.

—No te preocupes más por eso, ¿vale? —sonrió Chiara dándole un apretón en la mano. Ahora lo que tienes que hacer es aprovechar la vida y saber vivirla.

Al escuchar aquello, la mujer comenzó a llorar.

—Aquí es donde os pido el segundo favor —dijo Giorgio contento por aquel reencuentro. Nunca serían íntimas, pero aquello era un buen inicio—. Queríamos pediros a las dos que hablarais con los chicos. El fin de semana que viene nos gustaría que lo pasaran en mi casa.

—Estoy deseando conocer a la pequeña Nora —sonrió tímidamente Loredana—. Quiero disculparme con mis nietos. Necesito que sepan que su abuela les quiere y quitarles la terrible imagen que tienen de mí.

—Hablaremos con ellos —asintió Nora, consciente de las negativas que escucharía.

—Por favor —pidió con humildad—. Me encantaría volver a tener una familia.

—Tranquila, Loredana —sonrió Chiara con seguridad—. El fin de semana que viene los tendrás.

Terminada aquella breve conversación, quizá la más larga entre ellas en toda su vida, se despidieron de ellos. Mientras entraban de nuevo en la casa, Chiara, aún sorprendida, comentó:

—Mamma mia, Nora. El rottweiler por fin está domesticado.

—¡Oh, cállate! —sonrió Nora por fin al escucharla.