POR LA TARDE, ARTURO ACUDIÓ A BUSCAR A CHIARA A su casa y esta apareció en el salón radiante como una reina. Se había puesto un vestido rojo que la hacía estar despampanante.
—Mamá, pareces una actriz —gritó una de las gemelas ante el asombro de Valentino, que al verla silbó.
—¡Guau! —gritó Arturo al verla—. Estás preciosa.
—Gracias, amore. No todas las noches va una a cenar a Zalacaín —comentó mientras daba instrucciones a Valentino, que aquella noche ejercía de canguro—. En la cama las quiero a las 20.30, ¿capito?
—¡Capito, mamá! —rió este al tiempo que la daba un beso en la frente.
Le encantaba ver a su madre feliz y guapa.
—Cariño —dijo Arturo mientras caminaban hasta el coche—. Antes de ir a Zalacaín, pasaremos por casa de Ian. Le llamé y nos espera.
—De acuerdo —asintió mientras abría la puerta del coche para sentarse.
Media hora después, tras subir hasta el ático, llamaron a su puerta.
—¡Dios mío! ¿Eres la misma mujer sudorosa de esta mañana? —gritó Ian al ver a Chiara tan guapa con aquel vestido rojo. Y mirando con complicidad a Arturo dijo—: Vaya pedazo de mujer que te llevas, amigo.
—No lo sabes tú bien —asintió encantado al tiempo que le daba la mano.
—Mamma mia… cuánto peloteo —exclamó Chiara haciéndoles reír.
—Pasad, por favor. Pasad.
Tras prepararles unas bebidas, se sentaron en el cómodo sofá de cuero negro que había en el salón.
—Bueno —señaló Ian—. ¿A qué se debe esta visita?
—¡Toma! —entregó Chiara dándole la invitación de boda—. Y no quiero oír que no vas a venir. Es nuestra boda y queremos que vengas.
—Sinceramente, y sabes que te lo digo de corazón, me encantaría que vinieras —apostilló Arturo con seriedad.
—Lo he hablado con Nora y sabe que estás invitado —susurró Chiara.
—¿Y…? —preguntó Ian con curiosidad.
—Entiende que invitemos a nuestra boda a nuestros amigos. Incluso le parece bien que acudas acompañado —mintió con descaro.
Ian, al escuchar aquello, resopló. No le apetecía ir ni con compañía ni sin ella.
—Escúchame, tienes que venir. Por favor, hazlo por mí. Eres uno de mis pocos invitados —dijo Arturo tomándole del hombro.
Pero Ian continuaba dándole vueltas a su cabeza.
—¿Acompañado? —repitió y miró a Chiara—. ¿Ella irá acompañada?
Con un descaro impresionante, Chiara asintió.
—Por supuesto que acudirá acompañada. No seas antiguo —asintió ante la cara de incredulidad de Arturo.
«No miento, Nora estará acompañada por la familia», pensó Chiara, que quería ver la reacción de su amiga si él acudía acompañado.
—¿Estabas jugando a Metal Slug 4? —preguntó Arturo mirando la televisión.
—¿Conoces ese juego?
—¿Qué es eso? —preguntó Chiara.
—Un juego de la PlayStation —respondió Arturo con rapidez.
—¿Tú juegas a la Play? —preguntó Chiara incrédula.
En todo el tiempo que llevaban juntos, nunca le había escuchado aquello.
—La Play es una estupenda compañía cuando uno está solo —asintió Arturo—. Te sorprendería la habilidad que coges con el tiempo para hacer cosas difíciles.
—Qué emoción —se mofó Chiara al escucharle.
Como unos críos con zapatos nuevos, Arturo e Ian comenzaron a hablar de aquello.
—¿En serio juegas al Metal Slug 4? —preguntó Ian.
—Sí. Entré por primera vez en un foro a través de internet donde hablaban de juegos de la Play, ya sabes, trucos, etcétera, y allí conocí a varias personas y ellos me hablaron del Metal Slug 4. Simplemente te diré, querido Ian, que la puntuación más alta del foro la tengo yo, y esa imagen —dijo señalando a la televisión— es de la fase tercera de la cuarta pantalla.
—Joder, macho. No consigo pasar esta pantalla —protestó Ian—. Siempre acaban conmigo antes de que consiga entrar por la puerta de la izquierda.
—Tío, por favor —sonrió Arturo pavoneándose—. Es que normalmente en esta fase te dispara hasta lo que no se mueve. ¿Quieres un par de clases del puto amo?
Chiara apenas lo podía creer. Ante ella tenía a dos hombres de dos generaciones diferentes y los dos se comportaban y hablaban como dos niñatos macarras de primaria ante la Play.
—¡Serás chuleras! —sonrió Ian dándole el mando—. Toma, puto amo, y demuéstrame lo que sabes.
—Cariño… te recuerdo que dentro de una hora tenemos reserva en Zalacaín.
—Tranquila, preciosa —sonrió acomodándose en el sillón junto a Ian—. Esto me ocupará poco tiempo.
Media hora después, los dos hombres gritaban como niños cuando consiguieron pasar de pantalla. Chiara los observaba con curiosidad, sonriendo mientras pensaba en lo simples que a veces eran los hombres. Allí tenía a dos gigantes, frente a la televisión, saltando y gritando como descosidos mientras disparaban a todo lo que se meneaba.
—¡Eres el puto amo! —gritó Ian al ver cómo Arturo había sorteado disparos, tanques y había pasado a un nivel superior.
—La siguiente partida es tuya —comentó Arturo—. Cuando la comiences, vete a la esquina derecha, evitarás que te den los que te salen por la izquierda. Luego te paras en el centro unos segundos, retrocedes y disparas a tu izquierda —comentó Arturo con toda normalidad.
En ese momento sonó el teléfono, pero Ian no se levantó a cogerlo. Simplemente continuó jugando hasta que una voz de mujer se oyó en el salón. «Hola, soy Alicia. Nos dimos los móviles esta mañana en el club. ¿Te ha ocurrido algo? Espero ansiosa tu llamada». Bajo la atenta mirada de Chiara, Ian continuó jugando como si no hubiera oído nada. «Ni se ha inmutado», pensó mientras le veía gritar y saltar junto a Arturo.
Ian no había desviado un centímetro la vista de la tele ni había prestado atención al mensaje. «Eso significa que todavía no está dispuesto a comenzar una nueva vida sin Nora… ¡Bien!», pensó Chiara feliz. Por ello, deliberadamente, cogió el móvil y con maldad, marcó el teléfono de su amiga. Y con solo decir las palabras «hola, Nora», pudo comprobar cómo Ian se desconcentró y lo mataron en el juego.
—¿Qué es todo ese jaleo? —preguntó Nora al escuchar una estridente música y unos gritos.
—Estamos en casa de Ian —dijo levantándose para separarse de ellos, cosa que le provocó una sonrisa al ver que Ian la seguía con la mirada mientras se asomaba a la ventana para hablar—. Vinimos a entregarle la invitación de la boda, y aquí les tengo a los dos, jugando a la PlayStation.
—¿A qué dos? —preguntó Nora.
—A mi futuro marido, que es peor que un niño, y a Ian.
—Vaya, me alegro —suspiró sintiéndose ridícula por sentir celos de no estar junto a ellos—. Bueno, ¿qué querías?
—Realmente nada, solo decirte hola y saber que estabas bien —sonrió mirando a Ian, que la observaba con ojos peligrosos—. Bueno, mañana te llamo. Besos.
Tras colgar regresó junto a ellos y tocando el hombro de Arturo, que estaba abstraído con el juego, dijo:
—Cariño, tenemos que irnos. La reserva… ¿Recuerdas? Otro día volvemos. Me traigo yo la Barbie modelitos de verano, y así estaremos todos entretenidos.
—Eres tremenda —rió Ian al escucharla.
—Tienes razón —asintió esta y tras darle un beso dijo—. Y por eso quiero que vengas a mi boda, con compañía o sin ella. Pero te necesito allí.
—No me perdería vuestra boda por nada del mundo —asintió Ian encantado.
—De acuerdo, nos tenemos que marchar —sonrió Arturo, que dejó el mando de la Play con pena—. El próximo día traeré el juego de Moto GP. Verás qué pasada cuando podamos dividir la pantalla del televisor y jugar los dos a la vez.
—Lo tengo. Y siento decirte que en Moto GP el puto amo soy yo —sonrió Ian dándole la mano a modo de despedida—. Llámame cuando quieras y echamos unas partidas —luego centró su mirada en Chiara—. Y tú, cada día eres más bruja, aunque te empeñes en querer jugar con las inocentes barbies.
—¿Por qué dices eso de mí? —preguntó sin nada de inocencia mientras las puertas del ascensor se cerraban.