¡VIVA NÁPOLES!

LLEGARON AL AEROPUERTO DE CAPODICHINO SIN NINGÚN retraso. Allí estaba esperándoles Thomas, el padre de Ian, un gigante que les recibió con un fuerte abrazo. Nora comprobó que Ian no se parecía nada a su padre. Aquel era claro de piel y pelirrojo, Ian era de piel oscura y pelo negro, aunque eran idénticos en su manera de sonreír e incluso de hablar y bromear. Aquel hombre no paró de sonreír desde su llegada y mientras conducía, miraba con orgullo a Ian, ¡su muchacho! Thomas no paró de bromear con ella, cosa que agradeció, más aún cuando, señalando su pelo rojo, dijo: «Muchacha, tienes un pelo precioso».

La vivienda familiar era una preciosa casa a las afueras de Nápoles. Eso sorprendió a Nora. Ian nunca le había comentado que sus padres vivieran en semejante mansión. De pronto, comenzaron a salir personas de todos lados corriendo hacia el coche, y Nora se vio engullida por una gran multitud que la besaba y la abrazaba. Ian, al ver su cara de desconcierto, fue en su busca y sonriendo le comentó al oído: «El hijo pródigo llegó a casa». Eso la hizo sonreír. Hasta que de pronto vio salir a una señora con los mismos ojos penetrantes y el mismo pelo oscuro de Ian.

«Ay, ay… que creo que esta es su madre», pensó Nora en un inspiro.

«¡Llegó mi precioso hijo!», y tras esto corrió hacia los brazos de Ian, que la sujetaron con amor y firmeza mientras murmuraba algo ininteligible para el resto.

Soltándose de su hijo, clavo sus ojos en Nora, que se quedó paralizada por aquella mirada. Sin previo aviso, la abrazó y la dejó sin aliento, pero feliz. Todos aplaudían y la aceptaban. Pasados los primeros segundos, Nora buscó a Thomas y vio cómo tras cruzar una mirada con Rosalía, se introdujo en la casa con el equipaje sin mediar palabra.

Todos querían saludar a Ian y conocer a su novia medio española. La gran mayoría se sorprendió al oír a Nora hablar en italiano y saber que había nacido en Venecia. En ningún momento se sintió mal mirada por ser mayor que Ian. Al contrario, se sintió como una más entre todos ellos.

Los padres de Ian atrajeron su atención, y pudo observar que en ningún momento se saludaron ni se acercaron el uno al otro. Aunque como Ian siempre decía, se buscaban. Por la tarde, los familiares poco a poco fueron desapareciendo. Eso relajó a Nora. Desde que habían llegado a aquella casa, no habían parado de hablar con ella y de interesarse por su vida. Rosalía indicó a Ian que ambos debían subir a refrescarse a la habitación este. Allí estaban sus maletas.

Mientras el agua de la ducha corría por su cuerpo, Nora comenzó a relajarse.

—Le gustas a mamá. Lo noté en sus ojos —susurró Ian, que apareció en la ducha desnudo. Eso escandalizó a Nora, que pensó que aquello no estaba bien.

—¡Ian! —dijo sorprendida por verle allí—. ¿Qué haces?

Él, con una tranquilidad pasmosa, le respondió:

—Ducharme contigo —tomó sus labios, pero ella le empujó.

—¿Qué dirán tus padres si se enteran de que estamos los dos aquí?

—No se lo he preguntado —y saliendo de la ducha dijo—. Pero espera, se lo preguntaré si eso te deja más tranquila.

—No se te ocurrirá, ven aquí —susurró sonriendo al ver que se ponía la toalla alrededor del cuerpo y se dirigía a la puerta.

Con una sonrisa arrolladora, Ian volvió a meterse en la ducha con ella.

—Nora, no te preocupes por mis padres, ellos no se asustan con facilidad —dijo tocándole uno de sus pechos—. Olvídate de mis padres en este momento y piensa solo en ti y en mí.

—He visto cómo se miran —gimió al notar como comenzaba a recorrer su cuerpo.

—Espero que algún día se den cuenta de que se quieren y se necesitan —susurró mientras su pene duro y exigente daba pequeños toques a Nora en su estómago. Tenerla ante él, desnuda, era un lujo del que pensaba aprovecharse.

Con una sonrisa sexy, muy muy caliente, Ian se agachó en la ducha y tras poner un pie de Nora sobre la jabonera, sacó su lengua caliente y la pasó con delicadeza por el clítoris, que ardía por él. Nora, al sentir aquello, creyó que todo su cuerpo se deshacía.

A punto de estallar de placer, Nora deseaba tocarlo, pero se agarró a la manilla de la puerta corredera dispuesta a disfrutar de aquella caliente y maravillosa lujuria. Ian, con su boca exigente, desde abajo le agarró las caderas y la hizo abrirse para él y entregarse al goce como una auténtica fulana. Sin poder evitarlo, Nora soltó un jadeo y vibró al notar cómo su cuerpo respondía a las exigencias de él, que se levantó y la miró con una sonrisa de perversión.

—Oh… Ian, consigues a veces que me comporte como… como…

Pero él, con un tórrido y lujurioso beso, la cortó mientras el agua corría por sus cuerpos. Manejándola a su antojo, le dio la vuelta y comenzó a besarla por la espalda mientras la tocaba y hablaba en un ronco susurro.

—Me gusta oírte gemir solo para mí —ella asintió mientras el agua le chorreaba por la cara—. Me gusta que me desees y desearte y me vuelve loco cuando te abandonas al disfrute y gozas como una loca.

—Oh, sí… —murmuró escupiendo agua.

Con delicadeza, Ian cogió sus muslos y los separó, y con sus mojadas y exigentes manos separó los pliegues de su deseo e introdujo la punta de su duro, húmedo y sedoso pene, pero no se movió. Eso la volvió loca, mientras Ian continuaba hablándole al oído calentándola más y más. Le excitaba oír su voz.

—Quiero que conmigo seas ardiente, caliente, desinhibida. Quiero que grites para mí, me arañes, me ames y que siempre que te toque y te haga el amor, me recibas así, caliente, muy húmeda —tras decir aquello y sentir la impaciencia de ella, empujó y su pene mojado se introdujo totalmente en ella. Ambos soltaron un pequeño gemido de placer.

Nora, a quien el poder sexual de Ian hacia ser otra, sintió como una ráfaga de lujuria tomaba su cuerpo caliente y comenzó a arquearse y a mover las caderas con lascivia, mientras se agarraba a los mandos de la ducha gustosa de recibir una y otra vez aquellas embestidas.

—Te voy a hacer el amor aquí, en la cama y en todos los lugares donde pueda y desees —continuó Ian mientras desde atrás le estrujaba los pezones y la hacía gemir—. Quiero que juntos descubramos el placer de hacerlo donde nos plazca y…

Pero no pudo seguir hablando. Ella se abombó para recibir los empellones de tal forma que loco de placer, apenas le dio tiempo a retirar su pene antes de que el clímax les inundara.

Una hora después, bajaron al salón felices y cogidos de la mano. Al entrar, encontraron a Thomas y Rosalía junto a una mujer que, al verles, sonrió y corrió para abrazarles.

—¡Mi poli favorito! —gritó encantada.

—Nora, esta petarda es mi hermana Loreta —indicó señalando a una pelirroja idéntica a Thomas.

—¡Vaya!, por fin te conozco —dijo aquella sonriendo—. ¡Dios mío, Nora! Cada vez que lo llamo a Madrid, este pesado se pasa media hora hablándome de ti.

—¡Cállate, chivata! —rió al escucharla.

—Encantada de conocerte —sonrió Nora al ver la complicidad entre hermanos. Un vínculo que ella tuvo años atrás con su hermano Luca.

—Nora, ven —dijo Rosalía palmeando un sitio al lado de su sillón—. Antes, con todo el jaleo de la familia, apenas pudimos hablar —luego, mirando a Loreta e Ian, dijo—: Chicos, preparad algo de beber, quiero hablar a solas con Nora.

—¡Mamá! —advirtió Ian, que clavó los ojos en su madre…

Sabía el pánico que la palabra suegra le daba a Nora, y no quería que la asustara.

—Papá, ¿vienes con nosotros? —invitó Loreta al ver que su madre le obviaba.

—¡Qué remedio! —suspiró este—. No pienso estar donde no quieren que esté.

—No empecemos, escocés —siseó Rosalía sin mirarle.

—¿Que no empecemos? —se ofuscó aquel—. Esta mujer es…

—Papá, ¡vámonos! —tiró Loreta del brazo de su padre.

Una nueva discusión entre ellos podía ser tremenda.

—Hijo, ve con ellos. Prometo no comerme a Nora.

—Tranquilo, Ian —intentó sonreír aquella, mientras notaba cómo el estomago le daba un vuelco—. Estaré bien con tu madre.

—Con esa bruja napolitana —murmuró Thomas haciendo reír a Loreta—, dudo que nadie esté bien.

Cuando salieron de la habitación, los ojos de Rosalía se clavaron en Nora. Pero ella aguantó su mirada sin retirar los suyos, a pesar de que le temblaban hasta las raíces del pelo.

—¿Por qué teme mi hijo que yo me quede a solas contigo?

—Quizá… tenga miedo de que no aceptes nuestra relación.

—¿Y por qué no voy a aceptar vuestra relación? —preguntó mientras observaba lo bonita que era aquella mujer.

Nora, al escucharla, decidió ser sincera.

—Mi madre no lo acepta a él por nuestra diferencia de edad.

—Pero si eso es una tontería —sonrió la mujer al entender los miedos que reflejaban aquellos ojos—. ¿En serio tu madre no acepta a Ian por eso?

—Sí, Rosalía. Ella es maravillosa, pero es una mujer que no acepta cosas que no sean lo que ella considera decente o aceptable. Hasta el día de hoy cree que mi relación con Ian es indecente y amoral. Pero bueno, pienso que todo se relajará como siempre, con el tiempo.

—Lo siento mucho, Nora —susurró aquella mujer—. No entiendo cómo las personas hoy en día se asustan de esas pequeñas cosas, viviendo en el mundo en el que vivimos, lleno de locos y asesinos.

Al escuchar aquello, Nora se relajó y sonrió.

—También te diré que mi padre y mis hermanas lo adoran y mis hijos le quieren mucho, en especial la pequeña.

—¿Cuántos hijos tienes?

—Tres —y en un arranque de sinceridad anunció—: Y pronto seré abuela.

—¡Mamma mia! —sonrió al escuchar aquello—. Cuánto corren tus hijos.

—Creo que demasiado —asintió al pensar en Luca—. Pero es mi hijo y lo adoro. Y si él es feliz llevando adelante su propósito, siempre tendrá mi ayuda y mi apoyo.

—¡Serás una abuela jovencísima! —bromeó Rosalía—. Y en referencia a ello y para que disfrutes los días que vas a estar con nosotros, te diré que estoy contenta por haberte conocido. Como has dicho tú, la felicidad de mi hijo es mi felicidad.

Aquella noche Rosalía preparó una fiesta en honor de Ian y Nora, con el fin de que ella conociera al resto de la familia. Loreta le presentó a Elizabeth, su novia filipina, dueña de una galería de arte que se mostró encantada por conocerla. Más tarde llegó una morena despampanante, Ivanna, la hermana mayor de Ian, junto a Luigi y Emma, sus hijos, quienes se tiraron a los brazos de su tío y a ella la saludaron cortésmente. Ian, al ver la cara de desconcierto de Nora, no pudo resistirse más y acercándose a ella dijo:

—Emma es hija del primer matrimonio de Ivanna. Su marido, Yun, es chino. Ya lo conocerás más tarde, vendrá a cenar —sonrió al ver su cara de sorpresa mientras observaba a una niña con unos rasgos orientales muy definidos y a un niño rubio, casi albino por la claridad de su tez y su pelo—. Luigi es hijo de mi hermana y Noah, su actual pareja, que es holandés. Y como podrás comprobar, los genes escoceses e italianos de mi hermana brillan por su ausencia.

—¡Ahora entiendo que tu madre vea normal lo nuestro! —susurró al oído de Ian.

—Ya te dije que mi familia te sorprendería —sonrió besándola.

—Pues espera a conocer a Zusie, la mujer del tío Vittorio —rió Loreta al escuchar aquel comentario.

Durante una hora continuó llegando gente. Todos traían bandejas de comida y les besaban y saludaban con entusiasmo. Rápidamente supo quiénes eran el tío Vittorio y su mujer. Al ver entrar a un hombre de unos sesenta años, vestido elegantemente de negro, junto a una espectacular mulata brasileña supo a qué se refería Loreta y sonrió.

—Hola, Chopi —se carcajeó Ian al ver entrar a su tío.

—¡Será cabrón! —murmuró al escuchar aquel apodo mientras se acercaba a él—. Ya sé por Muffi que utilizaste muy bien la información que yo, inocente de mí, te proporcioné. ¡Eres listo, sobrino… muy listo!

—Alguien me enseñó una vez —rió al responder— que la información se tiene que administrar. Nunca se sabe cuándo la puedes necesitar.

A la hora de cenar entraron todos en un enorme salón. Thomas hizo una entrada triunfal vestido ron sus mejores galas escocesas. Aquello molestó enormemente a Rosalía, que a pesar de llevar toda la vida con él, no entendía aquel empeño en vestir la falda escocesa en todas las fiestas. Por su parte, Thomas, consciente de aquello, se puso su mejor kilt y se sentó frente a Rosalía con una gran sonrisa y un gran desafío en la mirada.

—Tu padre lo está pasando en grande —comentó Nora.

—Le encanta picar a mamá —señaló observándolos—. Sabe que ella odia que se presente en las fiestas con su kilt; pero él sigue haciéndolo. Yo no creo que haga nada malo por vestir así. Es parte de su cultura.

—Una curiosidad —le susurró Nora al oído—: Siempre he querido saber si bajo esa falda lleváis algo más.

—No —se carcajeó al responderle—. Por norma, únicamente se lleva el kilt y la verdad, es más cómodo de lo que parece.

—¿Alguna vez te has puesto eso? —preguntó incrédula al pensar en Ian con falda.

—Siendo hijo de escocés, un kilt nunca puede faltar en el armario. Aunque únicamente lo he utilizado en algún acto o fiesta familiar en Escocia.

—Si mi madre te viera con falda —se mofó muerta de risa— la rematarías.

Aquella noche Nora comió más que en toda su vida. Las tías y primas de Ian estaban empeñadas en que probara todo, Tomó un poco de pasta genovesa, escarola a la napolitana, carne con tomate y pizza napolitana. De postre, unas rosquillas de San José, llamadas zeppole, y por supuesto, tiramisú. Todo esto acompañado con vinos Greco de Tufo y Asprino de Aversa, y cuando por fin creía que aquella gran comilona había acabado, apareció Rosalía con una gran tarta Capri y varias botellas de licores hechos en casa de fresas, nueces y limón.

Tras la opípara cena todos salieron al jardín. Allí varios familiares comenzaron a tocar la mandolina mientras Nora les fotografiaba. Thomas e Ian eran los hombres más solicitados para bailar. Eso le hizo gracia a Nora, que hacía grandes esfuerzos por no desternillarse de risa cada vez que Thomas invitaba a bailar a una mujer, pero nunca a Rosalía, esta, molesta, lo taladraba con la mirada mientras le veía danzar ante ella. Odiaba cómo las mujeres, fueran o no de su familia, miraban a Thomas cuando este aparecía con su kilt de gala. Los años habían pasado, pero su masculinidad se magnificaba cuando vestía esa prenda y dejaba al descubierto sus fuertes piernas, que no dejaba de mostrar con el mayor descaro. Durante el resto de la noche Thomas no se acercó ni una sola vez a Rosalía. Finalmente, y tras muchos licores, la fiesta terminó entre risas y gritos mientras bailaban enloquecidos la tarantela napolitana.

Aquella noche, cuando todos se marcharon a dormir, sobre las cinco de la madrugada Nora se despertó con sed, y tras ver a Ian dormido decidió bajar sola a la cocina. Pero tuvo que salir huyendo, sin hacer ruido, cuando se encontró a Thomas y Rosalía besándose apasionadamente encima de la encimera.

—¿Dónde estabas, pelirroja? —preguntó Ian al notar que ella se metía en la cama.

—¡Dios mío, qué vergüenza! He pillado a tus padres en la cocina —susurró sin saber si sentirse culpable o desternillarse de risa—. Espero que no me hayan visto.

Ian sonrió. Sus padres no tenían arreglo.

—Te dije que eran peores que niños —rió abrazándola—. Dejemos que los muchachos arreglen sus diferencias —y acercándose más a ella le susurró al oído—: Qué te parece si tú y yo seguimos su ejemplo.

Y tras aquello, muertos de risa, hicieron el amor.

La familia de Ian fue un auténtico descubrimiento para Nora. Sonrió al ver a Yun, el ex marido de Ivanna, y la tranquilidad con que se movía entre todos los familiares; le sorprendió el cariño con que le trataron todos cuando apareció en la casa de Rosalía con su nueva mujer, Verónica, y su bebé de cuatro meses. Zusie, la mujer del tío Vittorio, a pesar de su apariencia de mujer vampira y comehombres, era una chica de lo más normal. Le sorprendió gratamente cuando mantuvo con ella una conversación sobre fotografía y sobre arte.

Tío Vittorio le recordó a Marlon Brando en El padrino. Su manera de hablar, de vestir e incluso de mirar le recordaban a los gánsteres de los años treinta. Pero para Nora el mayor descubrimiento fue Rosalía. Qué mujer más serena a la hora de hablar y razonar con todo. Menos cuando le hablabas de Thomas. Durante esos días ambas hablaron de sus vidas, y Nora se sinceró de tal manera, que contó cosas que no pensaba que podría contar. Por su parte, Rosalía le confesó que tras solicitarle el divorcio a Thomas, este, como buen escocés, la estaba reconquistando con sus apariciones en Nápoles, mucho más frecuentes que cuando estaban simplemente separados. La agasajaba y le robaba besos mientras le negaba el divorcio. Nora omitió contarle que los había visto la noche anterior, pero sonrió cuando ella le comentó que aunque le había costado aceptarlo, adoraba a ese escocés bruto y cabezón Y que tras pasar la noche juntos, habían decidido darse una oportunidad. Algo que de momento sería un secreto entre ellas.

Tras dos maravillosos días, de nuevo estaban en el aeropuerto de Capodichino. Esta vez, rodeados por toda la familia.

—Espero volver a verte pronto —abrazó Rosalía a Nora con mucho cariño—. Me ha encantado conocerte y ver la felicidad que le proporcionas a mi hijo.

—Gracias —susurró emocionada.

—La próxima vez nos veremos en Glasgow Os haré una estupenda fiesta con mis familiares y le diré a mi vecina Margeta que nos haga un buen asado escocés —afirmó Thomas delante de todos haciendo sonreír a Ian y sus hermanas, quienes intentaron no mirar a Rosalía al escuchar aquel nombre.

—Papá, no empecemos —suspiró Ian.

—Eres… —susurró Rosalía taladrándolo con la mirada mientras Thomas la miraba expectante. ¡Cómo le gustaba su mujer!

—¡Mamá! —tranquilizó Loreta cogiéndola del brazo—. Lo hace para picarte.

—Italiana, ¿estás celosa? —preguntó Thomas sorprendiendo a todos—. Pero si quieres el divorcio, ¿verdad?

—Papá, por favor, basta ya —regañó Ian a su padre.

—¡Vete al cuerno, escocés! —espetó Rosalía, que guiñó un ojo a Nora.

—Por favor —gruñó Ivanna—. Comportémonos como una familia. No empecéis.

—¡Por los clavos de Cristo! —bramó el tío Vittorio al escucharles—. ¿Queréis hacer el favor de arreglar esta absurda situación? No estoy dispuesto a presenciar una nueva batalla de Italia contra Escocia. ¡Sera posible, toda la vida igual! —luego, sin mirar a su hermana ni a su cuñado y buscando a Zusie dijo—: ¡Tesorito mío!, despídete de los muchachos antes de que los cabezones estos comiencen una de sus batallas.

—Adiós, Chopi —susurró Ian con cariño a su tío sin quitar ojo a sus padres, que se miraban desafiantes.

—Hasta pronto, highlander —respondió este mientras se marchaba agarrado de su despampanante mujer.

—Este hermano mío —gruñó Rosalía mientras lo veía alejarse— es tan borde como mi padre, que en paz descanse.

—¿Borde? —se mofó Thomas al escucharía—. Creo que eso lo lleváis de serie todos los italianos. En especial los de tu familia.

—Pero bueno… —gritó Ivanna escandalizada—. ¿Es que no sois capaces de estar juntos más de dos minutos sin discutir?

—Mamá, cállate y no le contestes —comenzó a decir Ian al ver lo que podía ocurrir de un momento a otro. Nora parecía divertida—. Papá, ¡basta ya!

—Y tú, escocés cabezón, ¿qué traes de serie, pedazo de alcornoque? —gritó Rosalía, que puso los brazos en jarras.

—Ay, mamma mia —suspiró Ivanna llevándose las manos a la cabeza.

—Papá, ¡escúchame! —dijo Loreta al ver cómo su padre miraba a su madre. ¡Qué jodio, disfrutaba con aquello!—. Recuerda. Estamos en el aeropuerto, Ian y Nora se van y…

Pero entonces Thomas contestó, dejando a todos, menos a Nora, descolocados:

—De serie te traigo a ti, napolitana mia —respondió mientras Rosalía se acercaba hasta él y lo abrazaba—. Sin ti, napolitana, no podría continuar viviendo, al igual que un coche no podría rodar si le quitas las ruedas y un caballo no podría cabalgar sin unas buenas herraduras.

—Papá, qué romántico —se carcajeó Ivanna al escucharlo.

—¡Chicos! —anunció Rosalía mirándolos a todos mientras agarraba con amor el brazo fuerte de Thomas—. Vuestro padre y yo vamos a intentar retomar nuestra historia. Romperemos los papeles del divorcio. Voy a jubilarme anticipadamente y finalmente viviremos unos meses en la granja de Glasgow y otros meses aquí en Nápoles —al ver la cara de sorpresa de sus hijos, preguntó mientras comenzaba a verlos sonreír—: ¿Os gusta la idea?