SI LA ENVIDIA FUERA TIÑA… TODOS TINOSOS

DÍAS DESPUÉS, TRAS CONOCER LA VERDAD SOBRE LO ocurrido con Enrico, una tarde Blanca e Ian se la contaron a Nora y a Chiara. Como era lógico, eran incapaces de procesar y digerir toda aquella película de terror. Tras mucho hablar, decidieron dejar las cosas como estaban. No había necesidad de enturbiar el recuerdo de aquellos niños por su padre. Era muy duro hacerles entender que su padre fue un asesino a sueldo.

Todo el entorno de Nora se quedó de piedra cuando se enteraron de la verdadera identidad de Ian y Blanca. Nora, en un principio, intentó ser cauta, pero en pocos días el rumor en el club de que estaba con Ian, el de la Udyco, corrió como la pólvora.

—La envidia les corroe —rió Blanca al ver cómo un grupo de mujeres las miraban—. Y lo más gracioso es que les corroe porque les gustaría estar en tu lugar. ¡Menudas lagartas!

—Blanca, de verdad, todavía no me puedo creer que seas una poli —rió Chiara.

—Pues créetelo, pero no lo grites a los cuatro vientos —sonrió.

—¿Cómo has podido ocultarnos que tienes una hija? —preguntó Nora.

—En este trabajo, a veces, tenemos que omitir ciertas informaciones. Tú lo sabes bien, ¿verdad, Nora?

—¡Lagartas envidiosas! —rió Chiara al mirar al grupo de mujeres—. Preparaos para oír de todo. A esas víboras me las conozco y son letales.

—No te preocupes —asintió Nora—, creo que estoy preparada para todo lo que pueda oír.

En ese momento apareció Bárbara, que al verlas fue hasta la barra, pidió una naranja y se sentó con ellas.

—Bueno, queridas, ¡qué calladito os lo teníais!

Nora habló y las dejó a todas con la boca abierta.

—Bárbara, no suelo contar con quién me acuesto, pero a partir de ahora, procura tener tus manos y tus ojos lejos de Ian o te las verás conmigo, ¿entendido?

—¡Nora Cicarelli! —exclamó Chiara al escucharla—. Eres mi heroína.

—Querida —se defendió la acusada—, si en algún momento he intentado algo con él era porque no sabía que estabais juntos. Ahora ni se me ocurriría. Tranquila.

En ese momento apareció María seguida por Marga, y sentándose junto a ellas susurró:

—Vaya pandilla de santas frígidas tenéis enfrente —gritó con descaro para que aquellas brujas la escucharan.

—¿Sabéis una cosa? Nora me ha prohibido acercarme al guaperas del poli —comentó Bárbara molesta.

—Normal —respondió María—, una lagarta como tú nunca es de fiar.

Bárbara, al escucharla, abrió la boca, pero esta vez fue Nora quien, con un cariñoso apretón de manos, la tranquilizó.

—¡Chicas! —se carcajeó Blanca—, sois lo más pintoresco que he conocido en mi vida. Me parto de risa con vosotras.

—Y tú, pedazo de… de… —señaló Marga—. ¿Cómo te llamas realmente?

—Blanca, os juro que me llamo Blanca —sonrió al responder mientras miraba a María, que estaba tan impresionada desde que le había contado la verdad, a solas.

—Bueno, qué —señaló Chiara—. Nora tiene buen gusto para los hombres, ¿verdad?

Todas asintieron. Decir lo contrario era estar ciega.

—Muy buen gusto —respondió María—. Solo te aconsejo que lo pases bien y que siempre recuerdes el porqué.

—¿Por qué? —preguntó Nora sin entenderla.

—Sí, Nora —volvió a decir María—. Por qué esta contigo.

Al escuchar aquello, Nora se ofendió.

—Creo que eso lo tengo muy claro.

—Joder, chicas, ¿por qué os gusta tanto liar las cosas? —preguntó Blanca—. Por qué se traduce en que de momento se gustan. Démosles una oportunidad y no caigamos todas encima de ellos como una losa. ¡Seamos positivas!

—Blanca tiene razón. Alegrémonos. Por una vez, parece que el amor está triunfando —salió en su defensa Bárbara, cosa que agradeció Nora con una sonrisa.

—¿Por qué os empeñáis en llamarlo amor cuando realmente se llama sexo? —suspiró María.

—Yo no lo veo así —defendió Blanca—. Conozco a Ian y él se mueve con el corazón, no con la punta del capullo.

Aquello provocó unas carcajadas, aunque a Nora no le gustó.

—¿Queréis dejar de hablar de mi relación? —se quejó.

—¿Os acordáis de Kevin y Verónica, la marquesa? —preguntó Chiara.

—Claro que me acuerdo —respondió Bárbara—. Pobre muchacho. Se quedó tan prendado de la marquesa, que al final le echaron del club mientras ella seguía picoteando con otros sin importarle haberlo dejado sin trabajo.

—Son excepciones —asintió María—. Eso habrá enseñado a Kevin a madurar y a ser más listo la próxima vez.

—Pero las excepciones existen —respondió Marga con una sonrisa para Nora—. Disfrútalo y vívelo, que la vida son dos días, y al cuerpo hay que alegrarlo para que sobreviva.

Al decir aquello, todas la miraron, pero fue Nora la que preguntó:

—¿Tú también?

A lo que Marga respondió con una tímida sonrisa.

—Cuando murió Goyo, yo solo tenía cuarenta y siete años. Y tras cinco años de abstinencia total, un día conocí aun hombre que me volvió a hacer sonreír. Nunca fue nada serio, pero ¿a quién hago daño por darme algún que otro capricho?

—Ole, ole, y ole… —aplaudió Chiara—. Piensas como yo, Marga.

—Tienes toda la razón del mundo —asintió Blanca, y metidas en bromas pregunto—: ¿Solo has probado sexo con hombre?

—No debería decir esto —se sinceró Marga—, pero una vez, cuando fui a ver a mi hija a Zaragoza, conocí a una mujer en el tren. La verdad es que lo pasé bastante bien.

—Mira qué liberal la abuela —se carcajeó Chiara al escucharla.

Nora la miró incrédula.

—¡Dios mío, Marga! Eso no lo sabía yo —dijo sorprendida Bárbara.

—Bárbara —sonrió Marga—, a excepción de ti, las demás no solemos ir contando todos los revolcones de nuestra vida.

—¿Lo dices en serio, Marga? —rió convulsivamente Blanca.

—Por supuesto —asintió aquella—. ¿Acaso crees que eres la única con secretos?

—Mamma mia, Marga —susurró Chiara—. Me dejas de piedra. Si ahora resulta que la más normal y decente de todas soy yo, que solo busco sexo y nada más.

—Por cierto, ¿esta noche cenamos juntas? —preguntó María a Blanca.

—No me lo perdería por nada del mundo —respondió sin cortarse un pelo—. A las nueve donde la otra vez. Prometo llevar las esposas.

Todas se miraron hasta que Nora susurró:

—¿Las esposas?

—Tienen su morbo —respondió María—. Todas tenemos nuestros secretos.

Chiara, con la boca cada vez más abierta, preguntó:

—¿Vosotras? ¿Las esposas?

Blanca asintió sonriendo.

—Desde hace poco tiempo, aunque ella nunca supo que yo era agente.

—¿Quién da más? —preguntó Marga muerta de risa.

Y haciéndolas reír a todas, Bárbara dijo:

—Y luego me llamáis a mí lagarta.

Nora, alucinada, miró a María.

—Yo pensaba que solo te iban los hombres.

—Eso mismo pensaba yo, hasta que coincidí con Blanca en el jacuzzi —soltó ante las caras de incrédulas de tenías—. Probé y digamos que estoy comenzando a experimentar.

—¿La atacaste en el jacuzzi? —preguntó Chiara.

—Nos atacamos mutuamente una noche que casi no quedaba nadie en el club.

—¿Y no os daba miedo que alguien os pillara? —preguntó Nora mirándola.

—¿Te dio a ti miedo que alguien os pillara en la cabina de estética a ti y a Ian? —soltó Blanca, y todas la miraron hasta que Nora dijo:

—Uf… ¡qué morbo!

—¡Nora Cicarelli! —se guaseó Chiara—. Cada vez me sorprendes más.

—Volviendo al tema de antes y alegrándonos por las relaciones lésbicas que algunas habéis tenido —dijo Bárbara reconduciendo la conversación—, Nora, solo queremos que estés atenta y no sufras.

—La conclusión a mis líos —siguió María— han sido innumerables noches de placer y buenas amistades basadas en el sexo. No busco ni quiero más.

—En mi caso —declaró Bárbara al recordar su lío con Germán—, fue bastante traumático darme cuenta de lo ridícula que pude llegar a ser al enamorarme de un jovencito que solo me quería por mi dinero. Menos mal que logré desengancharme de él.

—Con el tiempo y la experiencia despiertas del sueño inicial y te vuelves como ellos —dijo Marga limpiándose las gafas—. Simplemente juegas al mismo juego, pero esta vez las reglas las pones tú.

Nora intentó no escuchar. Su historia con Ian nada tenía que ver con todas aquellas, ¿o sí?

—Vamos a ver, pandilla de envidiosas. Os doy en algo la razón. Se debe tomar como un juego por ambas partes —comenzó a decir Chiara—, pero partiendo de que no todos somos iguales, ¿no creéis que a veces se puedan dar excepciones? ¿Por qué esta no puede ser una?

—¡Foquitas mías, la clase comienza en tres minutos! —gritó en ese momento Richard. Algunas entraron en clase.

—Madre mía, de lo que se entera una —rió Chiara mirando a Blanca.

—Que queréis… Una no es de piedra —susurró esta—, y un día en el jacuzzi María…

—¡Calla y omite detalles! —rio Chiara al verla tan lanzada.

—En cierto modo tienen razón —susurro Nora.

—No comencemos a ser malpensadas, ¿eh, Nora? Que te conozco. No todos son o somos iguales —aclaró Chiara a su amiga.

Algo en su interior le indicaba que Ian podía ser esa excepción. Quizá su manera de tratarla y mirarla le hacía intuir que aquello era más que un simple rollito como los que había tenido ella.

—Ian es un encanto —puntualizó Chiara—. Por lo tanto, deja de pensar tonterías, ¿vale?

Nora asintió, aunque en su interior quedó una pequeña confusión.

—Está loco por ti —añadió Blanca, que entendió las palabras de Chiara.

—¡Entonces es cierto! —aplaudió Richard al escuchar aquello llevándose las manos a la boca—. ¿Ya es oficial lo del «ojos bonitos»? —añadió acercándose a estas, que rieron al escuchar aquello—. Bueno, pues entonces, ahora que se puede comentar, te diré que os vi una noche cenando en Il Rustico, y otra en el concierto de Michael Buble, que, todo sea dicho, aparte de estar como un tren, estuvo fantástico.

—¡Colosal! —asintió Nora, que miró a Richard y le preguntó—: ¿Por qué no me lo habías dicho?

—Soy muy discreto con esas cosas, reina —respondió al recordar el día que le preguntó a Ian y este le pidió discreción por ella—. La vida me ha enseñado que más vale ser discreto y buena persona que un bocazas metomentodo.

—Qué razón tienes, hijo mío —asintió Blanca.

—Entonces, gracias —sonrió Nora agradecida.

Richard la besó. Aquel era un buen amigo.

—¡Qué mono eres! —susurró Chiara dándole un calazo—. Al final, me enamoraré de ti y te obligaré a meterte de nuevo en el armario.

—No eres mi tipo, reina —sonrió con complicidad—. Me gustan demasiado los ositos musculosos —y volviendo a mirar a Nora le dijo—: ¡Dos cosas te voy a decir! La primera: disfruta y pásalo bien; creo que alguien que está como un tren está loco por ti. La segunda: ¡anda, bonita, que no te ha ido bien la crema anticelulítica que te recomendé!

Tras este comentario, todos soltaron una gran carcajada y entraron en la clase.