EN FRANCIA, GRACIAS A LOS CONTACTOS QUE MANTENÍA y al informe que Gálvez le había mandado, Ian consiguió rápidamente localizar a la muchacha. En el informe, Gálvez le indicaba que únicamente por la mañana Juliana salía a practicar footing con su perro Dual. El problema era que siempre iba acompañada por un guardaespaldas que impedía que nadie se acercara a ella. El segundo día de estar allí, y con la colaboración de un colega francés, Bernard Lemond, consiguió su objetivo. Vestidos de ciclistas, daban vueltas por el parque en el que Juliana paseaba, y cuando menos se lo esperó el guardaespaldas, Ian cruzó la bicicleta y se dejó caer de bruces ante ellos, levantando una increíble polvareda. Rápidamente, Juliana se acercó a ayudarle.
—¿Te has hecho daño? —preguntó agachándose junto a él en un perfecto francés.
—¡Uf… qué golpe! —se quejó Ian, que se había desollado las rodillas y los nudillos.
—Señorita, aléjese de él —gritó el guardaespaldas, que corrió hacia ella.
—Oh… ¡cállate, Alfredo! —gritó sin ni siquiera mirarle mientras Dual, su perro, se acercaba hasta ellos—. Por dios, ¿no has visto cómo ha caído este hombre?
En ese momento llegó hasta ellos el compañero de Ian, que rápidamente bajó de la bicicleta y acudió a auxiliarle.
—Madre mía, qué tortazo te has metido —gritó Bernard.
—No te preocupes, está bien. ¡Dual, quita! —respondió Juliana, quitándose al perro de encima—. Pero dejémosle espacio para que pueda respirar.
—Señorita, debemos continuar nuestro camino —murmuró el guardaespaldas.
Pero ella no le hizo caso.
—En la mochila que cargas ¿tendrías agua oxigenada o algo para curar las heridas? —preguntó Juliana sin hacerle caso.
—Si te quedas con él unos minutos, iré a la farmacia más cercana —comentó rápidamente Bernard.
—No, señorita. No llevo nada para curar heridas —respondió Alfredo—. Ahora continuemos. Si se enteran de que hemos parado a ayudar a un ciclista, se enfadarán.
—¿Se lo vas a contar tú? —resopló Juliana a su guardaespaldas—. Esperaremos a que su amigo regrese de la farmacia.
—En dos minutos estoy aquí con el algodón y el agua oxigenada —dijo Bernard, que al pasar junto a Dual, el perro, le tocó la cara y el hocico—. Qué perrazo más bonito.
Tras sonreír e indicarle a Ian tranquilidad, Juliana miró a su gorila parado frente a ellos.
—Alfredo, ¿me harías el favor de sentarte en el banco y esperar?
No sin antes protestar, este se sentó donde ella le indicó.
—Gracias —agradeció Ian mirándola a los ojos—. Eres muy amable, pero no quisiera que te metieras en líos por mi culpa.
—No te preocupes. Alfredo, todo lo que tiene de grande, lo tiene de bueno —en ese momento Juliana buscó con la mirada a Dual y lo vio corriendo tras la bicicleta del otro ciclista en dirección a la carretera, por lo que gritó—: ¡Alfredo, corre! Dual se escapa.
—No puedo dejarla sola, señorita —se quejó inquieto al ver que silbaba a Dual y este ni siquiera miraba hacia atrás. Parecía que corría tras algo.
—¿Sola? —preguntó inocentemente Ian mientras se quejaba tocándose sus rodillas ensangrentadas—. Pero si está conmigo.
—Cosas de papá —suspiró esta, que tras mirar a su gorila le gritó—: Alfredo, si le pasa algo a Dual, no quisiera estar en tu pellejo.
Al oír eso, este salió tras el perro. En ese momento Ian la miró y asiéndola de las muñecas, dijo:
—Juliana, no te asustes, soy el agente MacGregor de la policía española. Quisiera hacerte unas preguntas.
Al escuchar aquello, la muchacha se levantó de golpe e hizo el ademán de comenzar a correr. Ian no la soltó, hasta lograr agacharla de nuevo.
—Escúchame. No tenemos tiempo.
—No sé nada de los líos de mi padre —gimió asustada—. No tengo nada que ver con sus problemas ni quiero saber nada. Yo no soy como él y sus secuaces.
—Ya lo sé, tranquila —respondió Ian y sacó una fotografía—. ¿Lo conoces?
Ella miró la foto. Era Enrico.
—Conocías a Enrico Grecole, ¿verdad? —ella asintió—. Por favor, no te asustes, no estoy aquí para hacerte ningún mal. Solo busco ayuda.
—¿Conocía? —preguntó ella mientras la barbilla le comenzaba a temblar—. ¿Qué quieres decir con eso? ¿Le ha pasado algo a Enrico?
—Siento ser yo quien te dé la noticia —susurró mirándola a los ojos—. Enrico apareció muerto en Canarias —al ver que iba a ponerse a llorar, añadió—: ¡Por favor, tranquilízate! Si lloras, tu gorila se dará cuenta de que algo ocurre y volverá rápidamente.
—Tienes razón —murmuró horrorizada—. Ha sido mi padre, ¿verdad?
—No lo sabemos, Juliana. Solo te puedo decir que Enrico apareció muerto y entre sus cosas estaba esto —dijo enseñándole el dibujo del tribal—. ¿Puedes decirme su significado y por qué Enrico lo llevaba?
—Su significado es amistad verdadera —respondió limpiándose las lágrimas mientras observaba a Alfredo correr tras Dual—. Sabía que papá le haría algo. ¡Lo odio a él y a todos sus secuaces infectados! Por eso intenté que alguien le ayudara mediante ese particular mensaje. ¡Pobre Enrico!
—Alguien. ¿Quién?
Juliana negó con la cabeza.
—Ese alguien no tiene importancia. Es una persona a quien quiero mucho, pero que no viene a cuento.
Al sentir que el tiempo pasaba, Ian la sorprendió.
—Si ese alguien es Sara Cruz, es mejor que me cuentes la verdad.
—Oh, dios mío. Siempre temí que llegara este momento —sollozó al escucharle—. Conocí a Sara en el colegio de Suiza, ambas estábamos inscritas con los apellidos de nuestras madres. Papá me hizo prometer que, por propia seguridad, no revelaría a nadie que era hija de Félix Anterbe.
—Como padre, pensó en tu seguridad. Lógico —asintió mirándola.
—Nunca le he gustado. Siempre deseó tener un hijo que continuara con su asqueroso trabajo mafioso —murmuró esta—. Por eso, cuando mamá murió, me internó en Suiza para no tener que preocuparse por mí. En el internado nuestros nombres eran Juliana Vázquez y Sara Cruz, y desde el primer momento, y como dos niñas que éramos ajenas a nuestro extraño alrededor, forjamos una buena amistad. Ella era tímida y yo alocada, ¡éramos tan diferentes que nos encantábamos! —Ian asintió—. Un día recuerdo que vino papá a verme y se presentó ante mi gran amiga como Félix Anterbe, pensando que una cría no sabría quién era. Aquel día noté un comportamiento extraño en Sara, pero no le di mayor importancia. Siempre era muy reservada. Pero fue ella la que advirtió el problema que se nos venía encima. ¿Cómo dos hijas de mafiosos rivales podrían ser amigas? Cuando ella me lo contó, al principio me quedé sin habla. Mi mejor amiga era la hija secreta de Giovanni Caponni. Pero era tanto el cariño que nos teníamos, que decidimos que nunca entraríamos en los juegos sucios de nuestros padres.
—Y a vuestro favor, tengo que decir que así ha sido. Os habéis mantenido al margen de su corrupto mundo.
—Nunca podría ser como él —asintió Juliana—. Fueron pasando los años, y el año antes de graduarnos, nos prometimos que absolutamente nadie conocería nuestra particular amistad, y nos hicimos el mismo tatuaje para recordamos nuestra promesa. Solo podría ser rota si alguna de las dos necesitábamos ayuda —dijo bajándose el calcetín para enseñarle el tribal del tobillo.
—Las letras ene y o ¿qué significan?
—Nunca olvidaremos —respondió al ver cómo Alfredo se acercaba con Dual cogido por el collar—. ¿Crees que Sara está en peligro? ¿Alguien nos ha descubierto?
Ian negó con la cabeza.
—Tranquila, creo que habéis sabido guardar muy bien vuestro secreto, pero en este momento no estoy seguro de nada. No sabemos con quién habló Enrico antes de su muerte ni qué pudo contar.
Juliana suspiró.
—¡Odio a mi padre! Me aleja de mis amigos. No puedo tener vida propia, me tiene encerrada todo el santo día dentro de la casa. ¡Mi vida es una mierda! Te juro que me encantaría desaparecer y que nadie me pudiera encontrar —se levantó del suelo ayudando a Ian y continuó—: La vida de Sara tampoco es maravillosa. Su hermano la casó hace dos años con Stephano Marcheso, un tipo ambicioso que la trata bien pero no la quiere. Llevo sin hablar con ella cerca de un año —y mirándolo con rabia susurró—: ¿Sabes por qué nuestras vidas son una auténtica mierda? Por ser hijas de quienes somos.
—Escúchame y guarda esto —entregó Ian al ver a Alfredo acercarse—. Ahí tienes mi teléfono y mi correo electrónico —luego recordó algo que la podría alegrar—. Tu amiga tuvo un bebé y está bien.
—¿Ha tenido un bebé? —se emocionó Juliana al escuchar aquella sorprendente noticia—. Cómo me gustaría hablar con ella.
—Haremos una cosa. ¿Tienes dirección de Messenger?
—Sí —respondió confusa e incrédula por lo que había oído. ¡Sara era mamá!
—Dime tu dirección y cuando llegue a Madrid te escribiré.
—Niyomismalose@hotmail.com.
Al escucharla, Ian sonrió.
—Bonita dirección —ella sonrió—. Añádeme a tu lista de Messenger con nombre de mujer. Seré Ángela.
—De acuerdo, así lo haré —sonrió a su gorila, que estaba a escasos metros.
—Juliana —ultimó Ian—, puedo ayudaros sí me ayudáis.
Entonces ella le miró.
—Nos ayudarás a las dos y al bebé —él asintió, y en ese momento el hocico húmedo de Dual la sobresaltó—. Hola, grandullón. ¿Adónde ibas, sinvergüenza? Alfredo, siéntate y descansa. Como verás, te he obedecido y no me he movido de aquí.
—Así me gusta, señorita. ¡Ya viene su compañero! —gritó al ver al ciclista acercarse—. Podemos irnos.
—Muchas gracias por todo —agradeció Ian—. Has sido muy amable conmigo. Intentaré tener más cuidado cuando vuelva a montar en bicicleta.
—Cuídate esas heridas —respondió alejándose seguida por Dual y Alfredo.
Al quedar solos, fue Bernard quien habló.
—¿Cómo ha ido todo? —preguntó agachándose con la bolsa de la farmacia.
—Mejor de lo que pensaba. Es una buena chica atrapada en un gran problema. Cooperará.
—Lo de impregnarle al perro en el hocico el olor de una perra en celo funcionó maravillosamente bien. ¿Quién te enseñó eso?
—Mi padre en Escocia cría caballos. Cuando quiere que uno le siga, solo tiene que tocar a la hembra en celo y luego pasar su mano por la nariz del macho. Imagínate el resultado.
—Algo parecido a la vida misma —se mofó Bernard al escucharle, pero al mirar la rodilla ensangrentada de Ian exclamó—: Hombre, por dios, ¿hacía falta que te las destrozaras?
—¿Sabes, Bernard? Como se dice en España, las cosas bien hechas, bien hechas están.
Ambos sonrieron, aunque Ian arrugó el entrecejo al sentir cómo el agua oxigenada le quemaba la piel.