ANTES DE MARCHARSE A CASA, NORA, DESDE SU COCHE, habló con Ian a través del teléfono móvil. Aquella noche no podrían verse. Giorgio cenaría en casa y no quería darle más de que hablar. A Ian aquello no le hizo demasiada gracia. Deseaba con todas sus fuerzas estar con ella y hablar de lo ocurrido. Pero tras intentar sin éxito convencerla, desistió.
La cena volvió a ser amena. Los chicos, en especial Hugo, se alegraban de estar con su padre. Una vez se fueron a sus habitaciones, de nuevo Giorgio se tomó un whisky con Nora. Y se sorprendió cuando se percató de que ella recibía mensajes en el móvil y los respondía con una sonrisa.
—Veo que tus amistades te requieren aunque sean las once de la noche —comentó Giorgio molesto por la falta de atención de ella.
Al escucharle, Nora lo miró divertida.
—¿Algo que objetar?
—¡No, por dios! —se disculpó molesto—. Pero me llama la atención que recibas tantos mensajes al móvil, cuando antes no sabías ni mandarlos.
—He aprendido —sonrió Nora—. ¿Has visto últimamente a Enrico?
—Le vi hace un mes más o menos.
—¡Qué barbaridad! ¿Tan poco os veis?
Giorgio suspiró molesto, Enrico, su hermano, era una verdadera molestia. Le quería, pero cuanto más lejos estuviera, mejor.
—Cada uno anda liado con sus cosas. Además, ya sabes que mi vida y la de Enrico nunca han tenido nada que ver. ¿Ocurre algo con él?
—No. No, tranquilo. Solo quería saber cómo le iba la vida.
—El último día que nos vimos, discutimos —recordó Giorgio sentándose en un sillón con el vaso de whisky en la mano—. Como siempre, vino a pedirme dinero y se lo negué.
—Sigue jugando, ¿verdad? —preguntó Nora sin sorprenderse mucho.
Giorgio asintió. Su hermano tenía demasiados vicios. Y nada buenos.
—Me imagino que sí. Sé por un conocido que estuvo metido en un buen lío del que al final consiguió salir. Ahora no sé ni a lo que se dedica. Sinceramente, tampoco me interesa.
Al escuchar aquello, Nora decidió preguntarle por Loredana, su odiosa suegra.
—¿Tampoco te interesa tu madre?
—¿Mi madre? ¿Qué tiene ella que ver en esta conversación?
—Vive en condiciones pésimas. Está sola, es mayor, y sabéis que está enferma. Tiene la casa llena de humedades. Vive como una indigente. ¿Qué hacéis que no la ayudáis?
Giorgio, al escuchar aquello, se sorprendió:
—Le mando todos los meses mil euros, y creo que Enrico le envía otros mil. Con esa cantidad y con la pensión que ella tiene de mi padre, creo que da para que una mujer de su edad viva con holgura. Y más cuando no tiene que pagar casa.
—Me estás diciendo que limpias tu conciencia con mandarle mil euros. ¡Giorgio, por dios! No puedo creer que estés diciendo eso. ¿Has ido a verla? —él no contestó—. Te sorprendería ver tu casa como está. Y más te sorprendería ver cómo se encuentra tu madre.
—No tengo tiempo, Nora. Ando muy liado con varios proyectos —se disculpó molesto por aquel interrogatorio.
—Creo que es una falta de respeto que no encuentres un rato para ocuparte de tu madre. Ella, a su manera, mejor o peor, siempre se ha ocupado de ti.
—De acuerdo —se dio por vencido—. Intentaré buscar tiempo para ir a verla.
Al ver que esta volvía a recibir otro mensaje en el móvil, bufó molesto:
—¿Por qué no apagas el móvil de una vez para que no nos molesten?
—A mí no me molesta —sonrió ella al leer «me encantaría besarte en este momento».
—¿Es verdad que sales con alguien? —preguntó mirándola, al tiempo que sentía un extraño picor en el corazón.
Ella, sin tener nada que ocultarle a él, asintió.
—Digamos que estoy conociendo a alguien.
—Si es el jovencito de la moto que te acompañó al hospital el otro día, ten cuidado. Te engañará. No es tu estilo de hombre.
—¿Cuál es mi estilo de hombre? —preguntó sorprendida.
—Ese tipejo, desde luego, no. Es demasiado joven para ti. No creo que ese… ese… pueda satisfacer todas tus necesidades.
Mirándolo con odio, Nora pensó: «Pero ¿quién te has creído tú para llamar tipejo a Ian y para cuestionarme?».
—En algo tienes razón, Giorgio. Es más joven que yo. En referencia a mis necesidades, te aclararé que me satisface todas y cada una de las que tengo. Incluso muchas que desconocía.
Jorobado y celoso por lo que oía, este atacó.
—No temes hacer el ridículo. ¿A tu edad, montando en moto como una quinceañera?
Nora sonrió. Lo conocía y sabía lo dañino que podía llegar a ser.
—¿Realmente te sientes tan ridículo cuando sales con Manuela? —preguntó mordazmente, dispuesta a ser tan pérfida como él.
—Eso es diferente, por favor —respondió con una sonrisa de superioridad que molestó, si cabe aun más, a Nora.
—¿Por qué es diferente?
—Porque la sociedad está más acostumbrada a que un hombre elija con quién quiere estar, dando igual que sea más joven.
—¡No digas tonterías, Giorgio, por favor! Parece mentira que tú pienses así.
—No son tonterías. Estás con un muchacho y tú eres una mujer de la cual dependen unos hijos. A ellos les debes un respeto, al igual que al resto de la familia.
«Oh, no… Esto no te lo voy a permitir, gilipollas».
—¡Perdona! —gritó un poco más alto de lo normal—. Soy una mujer. Independientemente de que tenga hijos o no. Con mi familia soy respetuosa, y si hablamos de los hijos y comenzamos a hacer reproches, comenzaré a reprochar. ¿Dónde estabas cuando a Luca le dieron puntos en la frente al caerse de la bici? ¿Dónde estabas cuando Lía se metió el garbanzo por la nariz? ¿Dónde estabas cuando a Hugo tuvimos que darle puntos en el brazo? ¿Y cada función del colegio? Y ¿dónde…?
—¡Basta! —gritó Giorgio dolido por lo que escuchaba.
Sabía que Nora tenía razón. Se había comportado como un patán con su familia. Pero el solo hecho de pensar que ella salía con otro hombre le encelaba. Aquello de probar su propia medicina no le gustaba.
—No me hables de respeto, Giorgio, maldita sea, porque si alguien los ha respetado alguna vez, esa he sido yo. Siempre me han tenido a su lado para todo, y porque una vez —gritó muy enfadada—, ¡una maldita vez!, haya llegado tarde a un problema con mi hijo, eso no me hace ser una mala madre. Y en referencia al otro tema, lo que yo haga con mi vida es problema mío. Únicamente mío. ¿Me has entendido?
—Nora, escúchame —susurró Giorgio al tiempo que se acercaba a ella, cosa que le asustó—. La última vez que estuvimos juntos te pregunté si me habías perdonado, y no me respondiste. ¿Eso quiere decir que aún no?
Nora, que esta vez no dio un paso atrás, levantó la mirada enfadada para mirar aquellos ojos que ella había adorado y odiado. El perfume de Giorgio, tan conocido, inundó sus fosas nasales, y sin querer su mente se eclipsó. Sin previo aviso, Giorgio acercó sus labios a los de ella y la besó.
Aquel beso la tomó tan desprevenida que ni se movió del sitio. Cuando los labios de Giorgio se separaron, ambos se miraron a los ojos, hasta que sonó el móvil de Nora. Otro mensaje. Separándose de él instintivamente, leyó y todo su cuerpo se estremeció ruando vio «pienso en ti».
Durante unos segundos se quedó bloqueada. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué se había dejado besar por Giorgio? Sin pensárselo dos veces, apagó el móvil. Eso Giorgio lo tomó como un punto hacia él.
—¿Por qué me has besado? —preguntó mirándole directamente a los ojos.
Comparar aquel beso con los de Ian era como comparar la noche y el día.
—Deseaba hacerlo desde hace mucho. Nora, yo…
—Ahora es tarde, Giorgio. No te das cuenta. Nuestra historia ya pasó.
—Nunca es tarde si uno no lo desea —dijo acercándose a ella—. Nora, mi relación con Manuela se acabó. Cometí un gran error al creer que una mujer de veinticinco años podría darme todo lo que necesito.
Nora se sorprendió, pero continuó mirándolo impasible.
—Soy culpable de muchas cosas y me he dado cuenta de que lo que tenía era verdaderamente algo bueno y verdadero. Si pudieras darme otra oportunidad.
Pero ¿qué había bebido su ex marido? ¿Giorgio pidiéndole otra oportunidad? El mundo se estaba volviendo loco. Giorgio intentó besarla de nuevo, pero esta vez Nora consiguió separarse a tiempo. No deseaba sus besos. Ya no.
—¿Sabes, Giorgio? Hasta hace unos meses habría sido la mujer más feliz del mundo si hubiera escuchado esas palabras de tu boca. Me ha costado sudor y muchas lágrimas conseguir estar como estoy hoy por hoy. Y siento decirte que tras lo que pasó, no puedo volver a confiar en ti.
Giorgio insistió.
—Creo que después de veinte años de matrimonio podrías darme una oportunidad. Solo te pido eso. Una maldita oportunidad para demostrarte que he cambiado.
Incrédula y boquiabierta por lo que oía, contestó:
—También yo, después de veinte años, no creo que fuera merecedora de tu desprecio. No te costó nada echarme de tu lado. Simplemente comenzaste otra vida, con otra mujer, y te olvidaste de mí, e inconscientemente de los niños. ¿Recordaste tú nuestros veinte años juntos?
—Eso es mentira. Con los niños siempre he intentado ser un buen padre.
Nora, al escucharle, suspiró. Qué engañado estaba.
—Para saber la verdad en cuanto a eso, quizá debas hablar con tus hijos. Por supuesto que ellos te quieren. Lía es una niña y ya sabes que Hugo besa por donde tú pisas. ¿Pero te has parado alguna vez a pensar qué piensa Luca de ti? Es más, ¿por qué no se lo preguntas algún día?
—Hablaré con ellos. Lo prometo —susurró con ojos imploradores de perdón—. Ahora solo quiero hablar contigo. Sé que lo nuestro no puede arreglarse en un momento. Entiendo que necesites tu tiempo. Yo solo necesito saber que tengo una oportunidad para poder reconquistarte.
Nora lo miró. Aquel que imploraba una oportunidad era Giorgio. Tan guapo como siempre. Con su carísimo traje de Armani y su fosca cabellera engominada. Había adorado durante años su olor, su fría sonrisa y sus pocas palabras cariñosas. Pero eso su mente lo había clasificado en el pasado. Las circunstancias del momento, las amarguras que tuvo que pasar, el dolor, el engaño, le habían enseñado que cuando algo se acaba, era muy difícil que comenzara de nuevo. Y como decía su padre, lo acabado, acabado está.
—Giorgio, no puedo —susurró al tiempo que este se acercaba a cogerle las manos—. No te quiero. Ahora solo eres para mí el padre de mis hijos. Solo eso. ¡Por favor!, no lo estropeemos otra vez.
Su ex marido la miró sin creérselo. Nora le estaba rechazando.
—Acaso es más verdadera tu historia actual que la nuestra. Me vas a decir que ese idiota te da lo que un hombre como yo te puede dar.
—No tengo por qué contestar a nada —bufó Nora al pensar en Ian—. Nuestra historia acabó hace tiempo. Acabó antes incluso de que te fueras de casa.
—Piénsalo tranquilamente —imploró él sin querer escucharla mientras se acercaba a la puerta de la casa—. Entiendo que necesites pensar. Por favor, piénsalo. No me des una respuesta ahora. Medítala. Piensa en los niños.
«Este hombre se ha vuelto idiota».
—¿Pensaste tú en los niños cuando te liaste con Manuela y dios sabe con cuántas más?
Atormentado la miró.
—No lo pensé. Por eso quiero que tú lo pienses. Ese tipo no te dará la vida que te mereces. Te utilizará y luego te cambiará por otra mujer más joven. Por favor, piénsalo.
Una vez dijo eso, salió de la casa dejando a Nora sumida en un mar de confusiones. Tenía muy claros sus sentimientos hacia él, pero sus palabras removieron parte de su corazón y su cabeza le recordó lo que meses atrás su madre le pronosticó: «Giorgio volverá». El archivo del pasado volvía a abrirse.
Miró su móvil apagado. ¡Cómo podía haberse dejado besar por Giorgio! Tres segundos después, como siempre que tenía un problema, llamó a Chiara.
—Necesito hablar contigo.
Chiara se asustó.
—¿Hugo está bien?
—Giorgio ha cortado con Manuela. Me ha besado y me ha pedido una oportunidad —dijo del tirón.
—¡Será cabrón! —gritó Chiara desde el otro lado del teléfono—. ¿Cómo que te ha pedido otra oportunidad? ¿Que te ha besado el muy cerdo? No se te ocurrirá dársela.
Nora lo tenía claro.
—No se la voy a dar, pero estoy como en una nube.
—Espera, que me enciendo un cigarro —susurró Chiara al pensar en su último episodio con Enrico—. ¡Dios mío, Nora, estos hombres se han vuelto locos!
—¿Has vuelto a saber de Enrico?
Chiara suspiró tras dar una calada.
—No, gracias a dios. Y ten por seguro que la próxima vez que diga de venir a casa, te invitaré para no estar a solas con él —respondió al pensar también en las llamadas perdidas de Arturo.
—Ay, dios, Chiara. Mientras Giorgio me besaba recibí un mensaje de Ian diciéndome que pensaba en mí.
—Lo ha intuido. ¡Qué fuerte!
—No digas eso ni en broma. Me siento fatal.
—Nora, tú no hiciste nada. Quien te besó fue él.
—Ya lo sé, pero no reaccioné, me dejé besar —suspiró al decir aquello.
—Quizá necesitabas ese beso para saber lo que quieres.
—Se perfectamente lo que quiero —sonrió al pensar en Ian—, pero es difícil.
—Difícil lo hacemos nosotros, cariño —susurró pesadamente.
Chiara aprovechó para contarle que aquella noche, al volver a casa, Arturo, el dentista, estaba esperándola en la puerta. Hablaron más de dos horas. En la conversación esta le aclaró que no quería tener ninguna relación con nadie. Su corazón estaba cerrado. Debía buscarse otra mujer. Finalmente, agotadas, se despidieron y quedaron en verse al día siguiente en el club. Cuando aquella noche Nora cerró los ojos, su último pensamiento fue para Ian. ¿Debía contarle lo ocurrido?