TODO PARA MÍ

DURANTE DOS DÍAS, NORA ESTUVO JUNTO A HUGO EN el hospital las veinticuatro horas. A pesar de la preocupación por la operación de su hijo, era incapaz de quitarse de la cabeza las imágenes de Ian y ella haciendo el amor. Con solo imaginarlo, notaba cómo el corazón se le aceleraba y se humedecía. Ian era tan sensual. La tocaba de aquella manera tan… tan… viril, que deseaba con locura volver a estar con él.

Durante esos días un amable Giorgio aparecía por el hospital a la hora de la comida, momento que aprovechaba ella para estirar las piernas y comer con Chiara o Luca. ¡No hubo tiempo para ver a Ian! Allí no.

Él la llamaba todos los días, varias veces. Deseaba verla, tocarla, besar la suavidad de su piel y aspirar el perfume de su sonrisa. ¡Necesitaba estar con ella! Recordar sus besos era una dulce tortura para él. Tenía la sensación de que había pasado su vida buscándola, y por fin la había encontrado.

La misma tarde que le dieron el alta a Hugo, Giorgio acudió con el coche al hospital para trasladarlos. Al llegar a casa y ver que Giorgio tenía intención de quedarse junto a su hijo, Nora decidió ir un rato al club. Necesitaba ver a Ian urgentemente.

Cuando estaba aparcando, vio una ambulancia parada en la entrada. ¿Qué habría ocurrido? Vio a Blanca junto a uno de los policías. Con rapidez se acercó hasta ellos.

—¿Qué ha ocurrido? —preguntó con el corazón a mil.

Sobresaltada, Blanca la miró y, con rapidez, se alejó del policía.

—Madre mía, Nora. No te puedes imaginar la tarde que llevamos. Cuando estábamos haciendo tai chi, vinieron a avisar a Telma. Por lo visto, han entrado en su casa, han apuntado con una pistola a su asistenta y le han robado las joyas y el cochazo de su marido.

—¡Qué horror! —suspiró Nora al escuchar aquello.

—Tuvimos que llamar a una ambulancia —prosiguió mientras entraban en el club—. Se puso histérica.

—No me extraña. Ya es la segunda vez que le roban —respondió Nora mientras sus ojos comenzaban a buscar a Ian, y casi se desmayó cuando de pronto apareció frente a ella desprendiendo por sus poros masculinidad y sexo.

—¡No me digas! —fingió Blanca mientras se cruzaban con él y las saludaba con un movimiento de cabeza.

De pronto, Nora se paró.

—Tengo que ir al baño —se excusó y desapareció por el pasillo.

—Te espero con las chicas —gritó Blanca mientras pensaba: «¡Vaya con los tortolitos!». Pero su intuición le hizo seguirlos a distancia. El club estaba rebosante de policías.

Cuando Nora pasaba junto a las cabinas de estética, una mano la agarró y tapándole la boca, la introdujo en el interior de una de ellas.

—Tranquila, cariño, soy yo —sonrió Ian quitándole la mano de la boca al tiempo que ella dejaba de dar patadas.

En la semioscuridad de la cabina, ambos se miraron a los ojos. Cuánto habían deseado tocarse. Y tras cerrar la puerta, Ian, perdiendo el control de la situación, la cogió en brazos y comenzó a besarla con pasión mientras ella le correspondía excitada por aquel momento.

—Me estás volviendo loco, ¿te lo he dicho antes?

Nora, al escuchar su voz y sentir sus besos y el tacto de su piel, sonrió mientras enredaba sus dedos en aquel oscuro pelo negro.

—No. Pero me gusta saberlo.

Él sonrió.

—Te he echado de menos, pelirroja.

—Y yo a ti —susurró mientras aceptaba de buen grado sus caricias.

Entonces las manos de Ian bajaron peligrosamente por su cintura, le subió la falda y acabaron sobre la piel suave de sus nalgas. Sus bocas y sus manos se buscaban y el morbo de la situación animó a continuar con aquella locura. Sin pensarlo dos veces, Nora le quitó la camiseta roja de deporte que él llevaba. Este, cogiéndola en brazos, la apoyó contra la pared. El calor entre ambos se hizo irresistible, y más cuando Nora notó la dura erección de él apretándose contra su cuerpo.

«Dios santo, lo quiero todo para mí», pensó sin aliento.

Aquello era una locura, pero lo deseaba con todas sus fuerzas y necesitaba continuar. Los besos y las manos de Ian recorrían su cuerpo sin ningún tipo de restricción.

—¿Te gusta esto? —susurró Ian metiéndole su dedo dentro de la vagina y haciéndola temblar de placer mientras notaba cómo su pene duro y viril luchaba por salir de su cárcel.

—Sigue, no pares —imploró Nora, agarrada a sus hombros mientras él la mantenía en vilo contra la pared y ella enroscaba sus piernas a su alrededor.

Estar escondidos en el club, dentro de la cabina de estética, no era la mejor opción. Pero llegados al punto, les daba igual. Quería que la penetrara. Lo deseaba más que nada en ese momento.

—Pelirroja, si sigo no voy a poder parar —murmuró sin aliento.

Su dedo entraba y salía húmedo, y el cuerpo de Nora y el suyo propio le pedían más. Muerto de excitación y tras soltar un gruñido, se desató el cordón del pantalón y tras sacar su pene, lo guio hasta donde momentos antes había estado su dedo. Retiró la braga y la penetró profundamente mientras se miraban a los ojos.

—Esto no está bien. No tenemos un preservativo —jadeó Nora al ser consciente durante unos segundos de que allí no deberían estar haciendo aquello—. Pero no pares, por favor. No pares.

«¡Esto es una verdadera locura!», pensó Ian mirándola, pero su mente se nublo y buscó el disfrute de sus cuerpos. Ya vendrían más tarde las lamentaciones. Él empujo profundamente y ella se movió con él. Aquello hizo que ambos se besaran salvajemente para impedir que sus gemidos se escucharan en el exterior de aquella cabina, mientras agarrados donde podían se movían en busca de placer. Un placer que no tardó en llegar cuando Ian sacó su pene de Nora con una ahogada y profunda exclamación, y Nora dejó escapar un suspiró de satisfacción y decepción. En ese momento notaron que alguien intentaba abrir la puerta y se miraron. De pronto se escucharon unas voces.

—¡Teresa, espera! —gritó Blanca a la masajista. Sabía que Ian y Nora estaban dentro.

«¡Vaya dos idiotas!», pensó mientras corría hacia la masajista.

—¿Qué pasa? —preguntó la muchacha asustada por aquel gritó.

Blanca, interponiéndose entre la puerta y esta, señaló:

—Quería cita para un masaje. Tengo cargadísimos los hombros.

—¡Qué susto me has dado! —sonrió la chica—. Creí que pasaba algo, con tanta policía por aquí.

—Perdona, no era mi intención —respondió mientras intuía que Ian y Nora estaban escuchando.

—En recepción te darán la cita —comenzó a decir Teresa—. Ellos tienen mi agenda y…

—Prefiero que me la des tú personalmente —cortó Blanca sin moverse ni un centímetro de la puerta—. La última vez que pedí hora, cuando llegué a mi masaje no me habían apuntado.

La masajista, consciente de los fallos que cometían en recepción, señaló:

—De acuerdo. Voy a por la agenda.

Tras aquello, se encaminó apresuradamente a recepción. Mientras, en el interior de la cabina, Ian y Nora se miraban exhaustos.

—¡Joder! —bramó Ian lleno de rabia separándose de Nora mientras notaba cómo la excitación palpitaba aún en él.

Nora, con rapidez, le entregó unas toallitas que había por allí para que se limpiara. Ian, enfadado por lo ocurrido, ni la miró. ¿Qué estaba haciendo? Él siempre había sabido controlar sus impulsos. Pero Nora, con una mirada, derribaba toda su cordura.

Ella, al ver el ceño fruncido en el, fue la primera en hablar.

—¡Casi nos pillan! —susurró avergonzada mientras se abrochaba la camisa, se bajaba la falda y abría el pestillo de la puerta.

Al quedar la puerta liberada, Blanca abrió como un vendaval.

—¿Se puede saber qué hacíais? ¿Estáis locos? —reprocho, y al verlos sudorosos y mal vestidos, cerró para que no la vieran reír—. Tenéis dos minutos para salir de ahí antes de que alguien os vea.

—¡Joder! —volvió a gruñir Ian, molesto por su comportamiento—. Esto no debe volver a repetirse aquí —al ver la vergüenza de Nora, la atrajo hasta él y le susurró al oído—: No sabes cuánto te deseo, y ese deseo me está enloqueciendo —tras un rápido beso le indicó—: Cariño, sal tú primero. Más tarde hablamos.

Nora asintió. ¿Cómo podía haber hecho aquello? ¿Estaba perdiendo el norte?

—Estoy totalmente de acuerdo contigo —murmuró y, sin apenas mirarle, salió.

Ian esperó unos segundos a que Nora se alejara. Al ver su camiseta roja en el suelo, ofuscado la cogió y, tras ponérsela y recobrar la compostura, abrió la puerta para salir, pero Blanca, sin darle tregua, le empujó haciéndole entrar de nuevo.

—¿Qué coño estás haciendo, highlander? —susurró enfadada mientras intentaba no gritar—. Esto está lleno de compañeros y tú justamente eliges el día de hoy para demostrar lo macho que eres. Pero ¿cómo eres tan inconsciente? Si yo no llego a estar pendiente de vosotros, Teresa os habría pillado, ¿y luego qué? Pedazo de burro. Luego vendrían las lamentaciones.

—Tienes razón. Se me fue de las manos —asintió mientras asumía su error.

No debía olvidar que estaba trabajando. Sobre todo, no debía olvidar por qué estaba allí. Brad. Pero al ver a Nora, algo en él le hizo comportarse como un animal y buscó únicamente el placer.

—Te recuerdo, bravucón, que no estamos aquí de vacaciones prosiguió más calmada. Estamos trabajando. ¿Has olvidado por qué estas aquí?

Al decir aquello y ver la oscuridad en su mirada, se arrepintió.

—Sé muy bien por qué y por quién estoy aquí —respondió con brusquedad al recordar a su amigo Brad. Seguramente aquel estaría sonriendo al ver su rudo comportamiento—. Disculpa, Blanca, ya te he dicho que no volverá a suceder.

—Highlander, jodido cabroncete, tienes buen gusto —bromeó con cariño para arrancarle una sonrisa, que al final consiguió—. Ahora relaja tus musculitos un poco o conseguirás que todas las féminas, y en especial la pesada de Raquel, se pongan hoy las bragas de sombrero —dijo señalando su entrepierna aún abultada. Ian, tras darle un pescozón a su compañera, salió de la cabina y se tapó.

Aquella tarde, mientras tomaba café con Chiara y varias compañeras de yoga, Nora vio acercarse a Blanca. Le guiñó un ojo a modo de complicidad. Eso la tranquilizó. Más tarde se preguntaría por qué sabía que ellos estaban allí.

Todavía tenía en sus labios el sabor de los besos dulces y sabrosos de Ian. Aún podía sentir sus calientes manos recorriendo su piel y su suave pene entrando y saliendo salvajemente de ella. ¡Aquel chico la estaba volviendo loca! Nunca había deseado a nadie de aquella manera tan febril.

Nora intentaba escuchar la conversación que Chiara y las demás mantenían, pero no conseguía borrar de su cabeza los momentos de pasión vividos hacía tan pocos minutos junto a él. Menos aun cuando la mirada de guasa de Blanca se cruzó con la suya en varias ocasiones. De pronto, y cuando creía haber recuperado un poco la compostura, las pulsaciones nuevamente se le aceleraron al ver entrar en la cafetería a Ian acompañado por Valentino, Roberto y otro par de monitores.

—Verdaderamente, por qué no tendré diez años menos —suspiró Bárbara al verles llegar.

—Para lo que quieres no hace falta —respondió María—. A esos, con la edad y la energía que tienen, solo les interesa el sexo, y más cuando se lo ofreces.

Nora, al escucharlas, se indignó. Pero no pensaba contestar. Ni ahora, ni nunca.

—No pluralices —respondió Chiara a la defensiva. En ese grupo estaba su hijo—. No creo que mi hijo sea de esa clase de chico que tú dices.

—¿Quién es tu hijo? —pregunto María colocándose sus carísimas galas de Prada.

—Valentino. El que va de azul y verde —respondió Nora, que ya había cruzado con disimulo una mirada con Ian.

—Ah, es verdad —asintió Marga.

—¿Estás bien, Nora? —preguntó con guasa Blanca—. Te encuentro un poco sofocada.

«La mato…», pensó esta al escucharla.

—Tengo calor —respondió acuchillándola con la mirada, cosa que hizo reír más si cabe a esta, quien prudentemente calló.

—Tu hijo —prosiguió María mirando a Chiara— es igual que el resto de los hombres. Le pones sexo en bandeja y no lo desperdicia. No olvides que ellos acostumbran a pensar con el pito.

«Ja… Mi niño no», pensó Chiara.

—Muy segura te veo de lo que dices —respondió molesta por escuchar aquello.

—Tan segura como que sé que tiene una mancha en forma de luna en su nalga derecha, le encanta la lencería roja y es un magnífico amante en la cama.

«Será guarra», pensó Nora al escucharla.

—¿Te has acostado con mi hijo? —susurró incrédula Chiara.

—¿Tú qué crees? —respondió María dejándolas a todas sin palabras.

«Zorra», pensó la madre de la criatura.

—Pues yo no lo dudo ni un segundo —suspiró Bárbara—. En el fondo no sé quién utiliza a quién, si ellos a nosotras o nosotras a ellos —dijo guiñándole un ojo a Roberto, el profesor de tenis, que en ese momento le regaló una de sus maravillosas sonrisas.

—¡Vaya con Valentino! —sonrió Blanca al ver las caras de Chiara y Nora—. Se ve que apunta alto y tiene buen gusto el muchachito.

—¿Cómo has podido hacer algo así? —murmuró Marga horrorizada—. Pero si puede ser tu nieto.

Al decir aquello, todas la miraron con ganas de matarla.

—Bueno… vale, he exagerado se disculpó.

—Aquí la única abuela que hay eres tú, querida. No olvidéis que los hombres son solo eso, hombres —dijo Bárbara, que pestañeo en ese momento a Ian—. Por cierto, llevo días fijándome en el morenazo de musculación, el del tatuaje en el brazo. Tiene que ser tremendo en la cama. Ya me gustaría jugar con él una partidita al sábado rojo.

Nora se tensó. Pero por debajo de la mesa, Blanca por un lado y Chiara por otro la agarraron.

—¿Qué es eso? —preguntó Marga curiosa.

—Un juego de adultos que le regalé a Roberto para la PlayStation. Es divertido y morboso. Se empieza por las prendas e imaginaos por dónde termina.

—¡Anda! Compras juegos para la Play, ¡como yo para mis nietos! —acuchilló Marga.

—Guau, los puñales vuelan —susurró Blanca.

—La PlayStation es universal —defendió María—. Hay juegos para todas las edades.

—Le regalaré el juego al morenazo del tatuaje y me comeré con deleite su tableta de chocolate —murmuró Bárbara con mirada lobuna—. Sé por Roberto que tiene la Play.

«Por encima de mi cadáver, so… guarra», pensó Nora.

—Raquel, la pija, anda detrás de él —señaló Blanca con maldad—. Tendrás que competir con ella. Por lo que sé, está como loca por meterse en su cama. Pero creo que él es más selectivo y le gusta elegir. No que lo elijan.

Todas miraron a Ian y eso sacó de sus casillas a Nora, pero disimuló.

—Es un tipo muy sexy —asintió María mirándole con descaro el apretado culo—. Tiene un buen cuerpo, y las veces que he coincidido con él siempre ha sido muy amable y caballeroso.

—La palabra exacta es caballeroso —añadió Blanca, que sonrió a Nora—. Esa palabra le define perfectamente porque si no fuera así, ya se habría cepillado a más de una, y la primera habría sido Raquel.

—Para lo que yo lo quiero —suspiró Bárbara—, me gustaría que fuera de todo menos caballeroso.

Nora ya no podía más y explotó.

—Qué graciosa eres. ¡Me parto contigo! —se burló deseosa de coger el sándwich que esta se estaba tomando y metérselo en la boca hasta que se ahogara.

«Uy… uy… Nora Cicarelli, que te veo venir», pensó asustada Chiara, quien para cambiar de tema metió baza.

—De todas formas, creo que a mi hijo no le gustaría que habláramos de él, y menos de su vida sexual.

Pero Bárbara era muy pesada, mucho… muchísimo.

—De verdad, tengo que creer que la sensualidad de esos chicos no os excita —rió al ver a Chiara tan en su papel de madre—. Sus músculos, su virilidad, su fuerza y…

—Tu marido ¿sigue entrando por las puertas? —preguntó Marga.

—Ay… que me parto —se carcajeó Blanca sin poder remediarlo.

—Tanto como yo —respondió Bárbara con tranquilidad.

—¡Chiara, querida! —murmuró María, que miró con provocación a Blanca, cosa que a esta no le pasó inadvertida—. Me vas a decir que no tuviste nada con Kiko, el profesor de tenis, o con Carlos, el profesor de ritmos latinos.

—No tengo por qué contarte mi vida sexual —respondió la aludida.

Marga, que aún continuaba mirando a Bárbara, señaló:

—Querida, a veces me das pena. Con lo joven que eres y lo necesitada que estás.

—¿Te corroe la envidia? —preguntó con sorna Bárbara.

En ese momento, Nora recordó cómo Roberto, el día de la cena de navidad, se mofó de Bárbara ante el resto de los monitores llamándola «bio Bárbara».

—¿Sabes, Bárbara? Ten cuidado con las braguetas que abres, porque si continuas con esa actitud de calentona, al final, todos te rehuirán y tendrás que joderte y acostarte con tu marido.

—¡Dios mío, Nora Cicarelli! Tú no dices palabrotas —se carcajeó Chiara al escucharla—. Ese vocabulario.

—Muy bien, Nora —aplaudió Marga al ver la cara de desconcierto de Bárbara.

—Chicas, chicas, no perdamos la compostura —medió Blanca muerta de risa por lo que Nora había dicho.

—¡Son hombres! No lo olvidéis —comentó Bárbara molesta, ¡esa Nora era una jodida amargada!

En ese momento apareció Richard con sus prisas de siempre.

—¡Vamos, vaquitas mías! —dijo dando una palmada al aire, todas para el corral que comienzo la clase en dos minutos.

Tras protestar y reír los insultos cariñosos de Richard, Marga, María y Bárbara se encaminaron hacia la clase, mientras Blanca continuaba muerta de risa, Chiara, estupefacta por lo que había escuchado de su hijo, y Nora sumida en un mar de dudas.

—Tiene su morbito esa María —murmuró Blanca al observar los andares de aquella mujer fatal, que se paró con los monitores para decirles algo—. Hummm… y unos pechos de escándalo.

—Lo que tiene es muy poca vergüenza —respondió Chiara mirando a Valentino, que en ese momento reía por algo que decía aquella—. Nunca me lo habría imaginado de mi hijo —comenzó a reír—. ¡Mamma mia, mi niño cómo se las gasta! —y centrando su atención en Blanca, preguntó—: ¿Y tú qué te traes entre manos con María?

—Es un cañón de tía que está muy buena —respondió con sinceridad para estupor de Chiara y Nora—. Oye, ¿quiénes eran Kiko y Carlos? Pedazo de víbora, que eso no me lo has contado.

Al pensar en ellos, Chiara sonrió.

—Dos chicos divertidos con los que pasé momentos maravillosos, al igual que María y otras muchas.

—¿Ya no trabajan aquí? —se interesó Blanca.

—Kiko se fue hace un año a vivir fuera. Concretamente, creo que a Turquía. Pero de Carlos no sé qué ha sido. Seguro que Roberto sabe algo, eran muy amigos.

—Por lo que deduzco, tu vida ha sido tan apasionada como las de ellas —señaló Blanca mirando a María.

—Nunca me he negado un capricho cuando me ha apetecido y la ocasión se ha presentado —asintió Chiara al responder mientras miraba a Nora—. Pero lo que ha contado de Valentino me ha molestado. Es algo privado, y yo soy su madre.

—Sí, en eso creo que se ha pasado un pelín —contestó Blanca, y mirando a Nora murmuró—: ¡Y tú!, cambia la cara. Al final se darán cuenta de que haces lo mismo que ellas.

Al escuchar aquello, Chiara las miró sorprendida.

—¿A qué te refieres con eso? —intentó disimular Nora.

Blanca, consciente de que Chiara estaba al tanto de la vida de Nora, señalo:

—Mira, guapa, que te empeñes en disimular tú lío con el moreno de musculación me parece estupendo, pero que me lo niegues a mí… ¡Joder! Os he pillado follando medio desnudos. Solo os faltaba el cigarrito de después.

—¿Qué? ¿Que les has pillado fo…? ¿Medio desnudos? —preguntó boquiabierta Chiara—. ¿Cuándo? ¿Dónde?

Nora, horrorizada por aquello, se tapó la cara con las manos.

—Lo cuentas tú o lo cuento yo —rió Blanca al ver a Nora atormentada por las atenciones que Bárbara desplegaba hacia su chico.

—O te hago yo un tercer grado —apremió Chiara.

—Está bien —asintió molesta—. Blanca nos pilló en la cabina de estética haciendo el amor.

—Mejor dirás follando como conejos —se mofó Blanca.

—Yo no follo —corrigió Nora molesta—. Yo hago el amor.

—Vaya… Qué fina eres —suspiró Blanca.

Estupefacta por aquello, Chiara miró a su amiga y preguntó:

—¿Quién eres tú y qué has hecho con mi Nora?

Nora, al escucharla, sonrió. Chiara era tan graciosa.

—Tú y yo tenemos una conversación pendiente, ¡Mata-Hari! —se mofó Chiara, y Nora asintió.

—¡Menudo calentón tenían los pollos! —soltó Blanca, y bajando la voz prosiguió—: Particularmente te diré que estoy encantada de que disfrutes plenamente del sexo, y seguro que Chiara piensa como yo, ¿verdad? —Esta asintió—. Pero ten cuidado dónde te desfogas. Si otra persona hubiera entrado allí en vez de yo, se podría haber armado una buena, y más al ver las condiciones en que estabais los dos.

—Tienes razón, Blanca —asintió con una sonrisa amable—. Tendremos más cuidado. Pero déjame decirte que mi historia con Ian no es como ellas piensan.

—Yo no juzgo, tranquila.

—A veces, ni lo negro es tan negro ni lo blanco es tan blanco —susurro Chiara.

—Por eso, a mí me gusta el gris —respondió Blanca haciéndolas reír.

Pero a Nora, de pronto, la sonrisa se le cortó de golpe.

—¡Será calentona! —murmuró enfadada al ver cómo Ian tenía que quitarse de encima a Bárbara.

—¡Pobrecillo! —bufó Blanca al ver a su compañero tan agobiado—. Los apuros que está pasando para quitarse al pulpo de Bárbara de encima.

En ese momento, María se acercaba de nuevo a ellas.

—Atención, vuelve Mata-Hari —se guaseó Blanca.

María se paró frente a Chiara.

—Vengo para disculparme por lo que comenté de tu hijo. No debería haber abierto mi terrible bocaza, pero ahora que lo sabes, te aclararé que solo ocurrió una vez. Solo fue sexo que ambos recordamos como un intercambio de fluidos, nada más.

—Tranquila, querida —sonrió Chiara aún molesta—. No pasa nada. Pero tienes que entender que a mí se me haga extraño saber que mi hijo se ha acostado con alguien mayor que su propia madre.

«Toma eso, por guarra», pensaron Chiara y, con seguridad, alguna más.

—Eso precisamente no es un halago —sonrió María mientras se alejaba—. Pero lo tomaré como una muestra de amistad.

—Uf… —silbó Blanca mientras sus ojos seguían el balanceo de las caderas de María—. Qué golpe bajo le has dado.

—A esta le quemo el pelo el próximo día que vaya a la peluquería —amenazó Chiara al tiempo que las tres comenzaban a reír.

En ese momento sonó el teléfono de Nora. Era Giorgio para preguntar si le importaba que se quedara a cenar. Le molestó, pero accedió por el bien de los chicos.

—¡A ver! —gritó Richard al verlas todavía allí sentadas—. ¡Qué pasa con vosotras tres!

Con rapidez se levantaron y entraron a la sala de aeróbic. Aquella tarde hubo varias que no consiguieron concentrarse, y cada una por un motivo diferente.