¡ESTOY VIVA!

AL DÍA SIGUIENTE NORA, TRAS UNA NOCHE MÁGICA Y diferente, intentó concentrarse en su trabajo. Pero solo podía pensar en Ian y en sus besos maravillosos. Sonó el móvil. Era Chiara.

—Cuéntame ahora mismo que lo pasaste estupendamente y que fue una noche perfecta… Perfecta.

—Fue estupendo —suspiró Nora—. Una noche perfecta.

Desde el otro lado del teléfono se escuchó un chillido.

—¡Te has acostado con él! —gritó incrédula—. ¡Mamma mia… Nora Cicarelli!, cada día te pareces más a una mujerzuela.

—Qué mente más calenturienta tienes, por dios. ¿Acaso he dicho que me he acostado con él?

—Has dicho las palabras mágicas: «noche perfecta» —exclamó Chiara.

—Fue maravillosa. Cenamos, tomamos algo —susurró con voz soñadora— y le prometí que siempre que escuchara la canción Me and Mrs. Jones únicamente la bailaría con él.

—Oh… ¡Qué romántico! —se mofó al escucharla—. ¿Algo más? O lo próximo que me dirás es que estuvisteis jugando al parchís.

—Bailamos. Nos besamos un par de veces —afirmó sonrojándose al recordar aquellos besos cargados de erotismo que hicieron que su entrepierna se inflamase y desease más.

—¿Solo un par de besos? Por favor… Qué aburrido.

—En total serían unos mil besos.

—Bueno… vamos mejorando —sonrió Chiara al escucharla.

—¡Dios mío, Chiara! Yo no sabía que alguien me pudiera besar así. Fue todo tan… tan… mágico, que sentí unos deseos tremendos de acostarme con él.

—Gracias… Dios mío, nuestra Nora está viva. ¡Gracias! —gritó Chiara.

—Qué payasa eres —sonrió al escucharla.

—Me gusta escucharte feliz. ¿A quién le has hecho daño con ello? —y al oír jaleo, Chiara miró a su alrededor y dijo—: Tengo que dejarte. Creo que una de las chicas que contraté hace un mes acaba de quemarle el pelo a una de mis clientas. Luego hablamos —y colgó.

Nora volvió a pensar en Ian. ¿Qué estaría haciendo? ¿Qué haría el fin de semana? Tomó el móvil para mandarle un mensaje pero, tras pensarlo, lo volvió a soltar. No quería dar la imagen de mujer desesperada. Aunque después de saborear los besos y la boca de Ian, tenía que reconocer que ahora sí estaba desesperada. Como dijo Chiara, ¿a quién había hecho daño con ello?

El sábado, junto a una sonriente Raquel, Ian llegó a la fiesta en el loft de Leticia. Una vez dentro, se encontró con bastantes compañeros y socios del club, a los que saludó acompañado en todo momento de aquella pija. Ella se paseaba de su brazo exhibiéndolo como un trofeo ante sus amigas. El loft era espectacular: muebles de diseño, cascadas de agua en los laterales, pantallas planas en lugares impensables, jacuzzi para seis personas, aunque lo que más llamó su atención fueron las obras de arte que colgaban de la paredes: un Picasso, varios Andy Warhol y dos Joan Miró.

—Hola —saludó Blanca acercándose hasta ellos con un vaso en la mano—. ¡Qué maravilla de loft!

—Es una cucada —asintió Raquel encantada de estar allí—. ¿Has visto el sillón de Gabanna?

—¡Súper guay! —asintió Blanca, que dejó a Ian sorprendido—. Y la vajilla de Armani, junto a los cubiertos de Luis V, son de lo mejor. Se nota en toda la casa el sello de Julio Crownell.

—A mi tía Elisa —comenzó a decir Raquel, tocándose el pelo— le decoró la casa de la Moraleja y se la dejó monísima de la muerte.

Ian no hablaba, solo las observaba.

—Recuerdo haber visto ese reportaje, ¡oh, dios, qué maravilla! —respondió Blanca, esta vez sorprendiendo a los dos— en la revista Cosmopolitan hace no mucho, ¿verdad?

Raquel asintió encantada.

—Por cierto, tu amiga Leticia te buscaba.

—Oh… Enseguida vuelvo —dijo soltando el brazo de Ian por primera vez en toda la noche.

Al alejarse de ellos, Ian, agotado de aquella petarda, murmuró:

—Joder, no me ha dejado ni un segundo.

—¡Ya lo vi! —rió al escucharle—. ¡Me debes dos!

Ambos sonrieron.

—¡Oye! ¿Y tú cómo sabías lo de la tía de esa insoportable?

—Amigo mío —sonrió al ver cómo se estiraba la manga de la camisa—. Hice caso de tu recomendación y mire en San Google. Entré en las páginas del diseñador y al visualizar sus trabajos, nombraban a la tía de esa pesada.

—¡Chica lista!

—¿Quién es lista? —preguntó Valentino acercándose a los dos con Katrina.

—Blanca. Me sorprendía contándome cosas de Andy Warhol —dijo Ian.

—Warhol, ¿el fundador del pop art? —preguntó Katrina.

—El mismo —asintió Blanca—. Me encantan sus obras. Son magníficas.

—Vaya chocita tiene la amiga de Raquel —se mofó Valentino—. Cuánto tendrá que trabajar esta Leticia para permitirse esto.

—Más que trabajar —dijo Katrina al ver cómo Roberto se acercaba a ellos—, digamos que tuvo la suerte de nacer en una familia podrida de dinero.

—Buenas noches a todos —saludó Roberto al llegar con una copa de champán en la mano—. Cuánta gente guapa y conocida hoy por aquí.

Ante ellos estaba el ligón del club. No había mujer que pudiera resistirse a sus encantos, Algo que Katrina llevaba mal, muy mal.

—Para qué vamos a negarlo, chicos. Trabajando no se consigue todo esto —sentenció Katrina, que hizo reír a todos, mientras miraba con cara de pocos amigos a Roberto.

—¿Trabajando? —rió Roberto—. Pero si cualquiera de las obras de arte que cuelgan de sus paredes tiene más valor que el propio loft.

Aquella conversación interesó a Ian y Blanca.

—¿Tú crees? —preguntó Ian.

—¿Ese cuadro vale más que esta casa? —preguntó Valentino estupefacto.

—Ese Picasso rondará los treinta millones de dólares —afirmó Roberto sorprendiéndoles—. Pensad que Picasso era uno de los grandes. Hace años se vendió su Chico con pipa por 104 millones de dólares. La colección que recuperó la familia de Gustav Klimt puede alcanzar los 120 millones de dólares.

—¡Qué barbaridad! —añadió Valentino—. Ese dineral para colgarlo en la pared.

—Divirtámonos y dejemos de hablar de arte —animó Katrina—. Es tan aburrido.

—Particularmente, Picasso no me gusta —prosiguió Blanca omitiendo las palabras de aquella mujer—, pero Warhol me apasiona. Tengo en casa varias láminas que compré en un mercadillo.

—¿Quieres ver un original de Warhol? —preguntó Roberto. Ella asintió—. Pues date la vuelta y mira lo que tienes tras de ti.

Con rapidez, Blanca le hizo caso y ante todos potenció su arte escénico.

—Oh, dios santo, ¿ese es el original de Marilyn Monroe?

Con comicidad, se agarró del brazo de Roberto mientras Ian disimulaba una sonrisa al ver la capacidad interpretativa de aquella mujer. Si hasta parecía que se iba a desmayar.

—Sí, señorita —asintió orgulloso Roberto sujetándola ante una Katrina molesta—. Tienes delante de ti el famoso retrato Lemon Marilyn que Warhol pintó en 1962 tras la muerte de la artista. Existen otros, pero este es el más famoso.

—Yo no noto la diferencia entre un original y una copia —se burló Valentino mirando aquel cuadro que tantas veces había visto reproducido en infinidad de sitios—. Es más, si me pones un dibujo de mis hermanas y uno de Picasso, no sabría diferenciarlos.

Aquello provocó una carcajada general.

—A mí me pasa como a ti —mintió Ian—. No tengo ni idea de arte. Nunca llamó mi atención y menos para tenerlo colgado en las paredes. Prefiero gastarme el dinero en otras cosas.

—Coches, viajes… —enumeró Valentino, e Ian asintió.

—Yo tengo una lámina de esta obra colgada en el salón de mi casa —sonrió Blanca—. La compré en el Rastro y me costó tres euros.

—Creo que te han vendido una falsificación —se guaseó Ian junto a Valentino.

—El padre de Leticia se gastó veinte millones de dólares en la subasta que hubo el año pasado en Sotheby’s de Nueva York —rió Roberto mirando sus caras.

—¡Veinte millones de dólares! —silbó Valentino.

—Sí, amigo. Esa obra nunca ha estado en el mercado desde los años sesenta —continuó Roberto.

Con disimulo, Ian y Blanca cruzaron una rápida pero significativa mirada. Roberto continuó hablando.

—Por lo visto, un coleccionista la compró en 1962 por doscientos cincuenta dólares, y tras tenerla cuarenta y cinco años en su poder decidió subastarla y ganó un montón de dinero.

—Dichoso él, que supo invertir —susurró Katrina.

—Sotheby’s lo vendió por veinte millones de dólares —susurró Roberto—. Calculo que el vendedor se habrá llevado unos diecisiete millones.

—¡Qué asco!, tanto hablar de dólares —se quejó Valentino—. Me voy a beber algo. ¿Alguien se anima?

—Yo —se apuntó Katrina.

—Y yo también —asintió Ian, que dejó a su compañera a cargo de Roberto mientras, desesperado, observaba a la pija ir en su busca—. Me muero de sed.

—¿Quieres ver más óleos de Warhol? —preguntó Roberto a Blanca cuando se quedaron solos.

—Me encantaría, pero no quisiera aguarte la fiesta.

—Para nada, mujer —sonrió cautivadoramente tomándola por la cintura. Eso le molestó, ¡qué asco de tío!—. Para mí es divertido admirar el arte, y más si lo tenemos al alcance de nuestra mano como en esta casa.

—¿Cómo sabes tanto de arte? Me estás sorprendiendo.

—Mi padre trabajó toda su vida en la galería de arte Madeus. Era un amante del arte en todos sus aspectos. Él fue quien me enseñó casi todo lo que sé. Murió hace tiempo.

—Lo siento, Roberto —señaló al ver cómo sus ojos se volvían oscuros y fríos—. No sabía que…

—No importa —interrumpió y volvió a sonreír—. Eso ya pasó. Ven, te enseñaré los otros óleos de Warhol.

Aquella noche, cuando Blanca llegó a su casa, encendió su ordenador. Quería buscar información sobre la galería Madeus y se sorprendió cuando leyó lo que encontró.