Venecia, 23 de marzo de 1995
—¡NORA! —GRITÓ VALERIA DESDE LA PLANTA BAJA DE LA casa—. El fotógrafo ya está aquí. Baja para hacernos las fotos antes de que a papá se le hinchen más los ojos de tanto llorar.
En la habitación superior, Chiara y la novia hablaban sin parar.
—¿Qué hago, Chiara? —preguntó Nora a su amiga y cuñada, que la miraba con cara de circunstancias—. ¿Me pongo los pendientes de mamá o los que me regaló Loredana?
—Sí yo fuera la novia, y tuviera la madre que tú tienes, me pondría los de mi madre sin dudar —respondió mirándola a los ojos—. Pero hoy la novia eres tú, y no quisiera tener nada que ver en tu decisión con respecto al rottweiler.
—¡No me ayudas nada! —se quejó nerviosa—. ¿Quieres dejar de comer torrijas? Vas a explotar.
—Muy bien —sonrió mientras apartaba el plato—. Ponte los de Susana y al rottweiler que le den.
—No digas eso —rió Nora al escucharla.
Sabía que su futura suegra era un auténtico perro de presa. Siempre estaba al acecho para reprenderlas y dejarlas en evidencia delante de sus hijos o de cualquier persona. En ese momento se abrió la puerta de la habitación.
—¡Pelirroja, estás preciosa! —gritó a Nora su hermano Luca, que entró como un torbellino.
—Gracias, hermanito —sonrió al verle tan guapo y elegante con aquel traje gris marengo.
—¡Verás cuando la vea Giorgio! —sonrió Chiara orgullosa.
—Ese relamido ambicioso —se mofó Luca—. ¡Babeará!
—No le llames así. ¿Por qué siempre estás con esas cosas?
—Porque cuando lo veo, tan perfecto, tan serio, tan conjuntado, tan engominado, la palabra que me viene a la mente es relamido. ¡Y no digamos la madre!
—Uf… —sonrió Chiara—, no me tires de la lengua, Luca.
Al escucharla, ambos hermanos sonrieron.
—Ya sabes, hermanita, que me habría gustado un hombre diferente para ti. Uno un poco más sonriente, más cariñoso —Nora hizo un puchero intencionado. La relación entre Luca y Giorgio no era todo lo fluida que le gustaría a ella, pero aun así se respetaban—. Pero tranquila, pelirroja, más le vale que te trate bien porque si no, se las verá conmigo, esté donde esté.
—¡Fuera de aquí ahora mismo, macarroni! —gritó Chiara echándolo de la habitación.
—¿Por qué dice eso? —preguntó Nora con inocencia.
—Le ha salido la vena macarroni italiana, ¡nada más! —sonrió Chiara—. Volviendo a nuestra conversación. Cuando conocimos a Enrico y Giorgio teníamos dieciséis años, y ya le parecíamos poca cosa a la bruja de su madre. Ahora tenernos veinte y seguimos sin gustarle. ¿Pero sabes lo peor de todo? Que todavía no te has dado cuenta de que casarte con uno de sus machitos es cargar con ella para los restos.
—Mirándolo así, me parece terrible.
—Lo terrible es que no vayáis de viaje de novios adonde tú siempre habías soñado por culpa de ella.
—Sintra… —suspiró al recordar el viaje idílico que pensaba haber realizado a Portugal para por fin visitar el palacio Da Pena.
—Sí. Sintra —repitió Chiara—. ¿Por qué te dejaste convencer? Eres demasiado buena con Giorgio y sobre todo con el rottweiler.
Nora, enamorada, al escucharla se encogió de hombros.
—No quiero poner a Giorgio entre su madre y yo. Loredana está delicada del corazón. Ya iremos, Giorgio me lo ha prometido. Quizá este pequeño sacrificio mío haga que ella me vea de otra manera.
—¡Lo llevas claro! —suspiró Chiara—. Yo seré siempre la peluquera que engañó a su hijo quedándose embarazada.
—Y yo seré siempre la hija del gondolero.
Aquel comentario despectivo por parte de su suegra en ciertas ocasiones le molestaba, pero, por amor a Giorgio, callaba.
—Por cierto, ¿qué pasó con el juicio de Enrico? —preguntó Nora.
—Tiene, o mejor dicho, tengo que pagar 20.000 liras, ¡eso sí!, sin que se entere su maravillosa madre. ¡Si ella supiera! —suspiró cambiando de tema, pues el de Enrico y el juego lo odiaba—. Nora, sé que adoras a Giorgio y él te adora a ti. Pero ten presente que el rottweiler no os lo va a poner fácil. Solamente te pido una cosa —comentó tocándose su abultado vientre—, cuando sea vieja como la bruja, no me dejes ser como ella. Si soy así, méteme en una habitación sin ventana, cierra la puerta y tira la llave.
—Tú nunca serás así, boba —sonrió Nora con cariño y, tocándole la barriga, susurró agachándose mientras sonaba en la radio la canción Piú bella cosa de Eros Ramazzotti—: No te preocupes, pequeño. La tía Nora no dejará que tu madre se convierta en un perro de presa.
En ese momento se abrió la puerta. Era Susana, su madre, quien con una tierna y preciosa sonrisa se acercó hasta su hija menor y, tras mirarla detenidamente, comentó:
—Madre del amor hermoso. Estás preciosa, cariño —pero al ver sus ojos preguntó—: ¿Ocurre algo?
—Hablábamos sobre qué pendientes debería ponerse, ¿los tuyos o los que le regaló Loredana? —informó Chiara. ¡Qué habría sido de ella sin esa familia!
—Estás encantadora con ese vestido, Chiara —dijo la mujer con cariño a la muchacha, a la que quería como una hija más, y tras mirar a su hija, dijo—: Te has de poner los que tú quieras, mi amor.
—Ese es el problema, mamá. Quiero agradaros a las dos.
—¡Ponte uno de cada! —bromeó Chiara mientras encendía un cigarrillo, que rápidamente Susana le apagó.
—Hermosa. En tu estado, he dicho que no fumes —le regañó Susana. Luego miró a su hija.
—Los que te regaló tu suegra son muy bonitos. Póntelos. Los míos ya los lucirás en otra ocasión.
En ese momento entró Valeria, hermana de Nora. Estaba preciosa con su vestido color miel.
—Mamá, o bajáis ya, o a papá le dará un infarto. El fotógrafo nos hizo fotos a todos pero faltáis vosotras —y mirando a su hermana, que estaba bellísima con su traje de organdí y tul blanco, murmuró—: Nora, ¡estás que quitas el hipo!
—Gracias, Valeria —sonrió la novia.
Valeria era su hermana mayor. Llevaba casada varios años con Pietro, un maravilloso y simpático vendedor de electrodomésticos que la adoraba por encima de todas las cosas. Según Nora, mirar a Valeria y a Pietro era como mirar a sus padres. El amor se sentía en sus miradas, en sus sonrisas e incluso en sus escasas discusiones. Llevaban años intentando tener hijos, pero la providencia no estaba a su favor, por lo que tanto Valeria como Pietro se desvivían por sus sobrinas Lidia y Luana, hijas de su hermano Luca.
—Por cierto —recordó Valeria al mirar a su madre—. Llegó tía Emilia.
—¡Santísimo Cristo de la Vega! —susurró Susana. Su hermana era conocida por sus excentricidades—. No pensé que fuera a venir.
—¡Qué bien! —sonrió Nora, que guiñó el ojo a su hermana.
Adoraba a su tía Emilia. Era la hermana menor de su madre, tenía cuarenta años, y lo que más le atraía era su alegría y su manera libre de vivir, tan diferente a la de su madre.
—¡Tengo un cotilleo! —rió tímidamente Valeria—. La tía viene acompañada por un novio de lo más mono. Se llama Brian.
—¡Bendito sea dios! —gritó Susana al escuchar aquello.
Conocía a su hermana y siempre había sido especial en lo referente a los novios. Le daba igual que fueran demasiado jóvenes o demasiado mayores.
—Me temo lo peor. ¡Veamos con quién vino la loca de tu tía! —gruñó Susana, que cogió a su hija Valeria de la mano—. Nosotras vamos bajando y a vosotros en dos minutos os quiero abajo. ¿Capisci?
—Capisco, mamá. No tardaremos.
—Bueno, ¿qué pendientes te pondrás? —preguntó Chiara.
—Estos —sonrió mientras cogía unos pendientes y comenzaba a colocárselos—. Me pondré los de mamá, y lo que piense, diga o gruña el rottweiler me da igual.
—Buena elección, ¡con un par! —sonrió encendiéndose un nuevo cigarrillo que esta vez apagó Nora.
El jaleo en la casa de los Cicarelli era increíble. Los niños no paraban de correr de un lado para otro. Tío Humberto reía y su risa retumbaba en toda la casa. Luca, junto a su mujer, Verónica, hablaba con el primo Tiziano de su fabuloso coche nuevo. Un BMW rojo. Mientras Giuseppe, el padre de la novia, esperaba ansioso a su niña. De pronto todos exclamaron un suspiro colectivo cuando Nora hizo su aparición.
—¡Mamma mia! Mi niña está preciosa —comentó Giuseppe, que cogió a su pequeña por la cintura, mientras una lagrimilla comenzaba a aflorar de sus ojos azabaches.
—Gracias, papá, tú también estás muy guapo —sonrió al escucharle—. Papá, contrólate, no empieces a llorar.
—Papá, papito —abrazó Valeria a su llorón padre—. No llores, piensa en lo feliz que se siente Nora.
—Ya sabes que es imposible —rió Chiara—, recuerda mi boda.
—Es de alegría —dijo mientras sonreía al verse rodeado por sus hijas, las mujeres más guapas del mundo, según él. Siempre había presumido de Valeria, una morena de ojos negros, Nora, una pelirroja de ojos verdes, Susana, su rubia y adorada mujer, y por último, Chiara, una alocada y desprotegida niña rubia que un día, cuando tenía diez años, apareció en sus vidas y, gracias a su maravilloso carácter y a lo cariñosa que era con todos, pronto formó parte de aquella gran familia italiana.
Susana lo miró con cariño, se acercó hasta él y, tras darle un beso en los labios y mirarle a los ojos, preguntó:
—¿Me dejarás llorar a mí en esta boda? —todos rieron al escuchar aquello.
—Ven un momento, Nora —llamó Giuseppe a su hija menor y, retirándose unos metros del resto, susurró:
—Hija, aquí siempre serás bien recibida. Esta es tu casa.
—Ya lo sé, papá —sonrió al mirar su tremenda cara de bonachón—. ¿Por qué me dices esto?
—Porque quiero que sepas que nosotros siempre estaremos aquí para cuidarte, y si te digo esto es porque los jóvenes de hoy a veces tenéis la cabeza un poco alocada, aunque sé que tú eres muy responsable —luego pícaramente dijo—: Y ya sabes que esa suegra napolitana que tienes no me gusta nada. Nunca me gustaron los napolitanos.
—¡Papá! —rió al escucharle. De todos era conocido que su padre y su suegra no se soportaban.
—Hija, ya sabes lo que pienso de los napolitanos, y mira por dónde te vas a casar con un chico de madre napolitana. Claro que solo tienes que mirarla a los ojos para ver que el veneno sale por sus lagrimales.
—¡Basta ya de esas tonterías! —regañó Susana—. ¿Cómo puedes decirle a la niña cosas así en un momento como este?
—Porque los napolitanos son raros, algo de locura corre por sus venas —respondió tocándose los bigotes, y volviendo a mirar a su hija repitió—: Nunca olvides que siempre, toda nuestra vida, estaremos aquí para lo que necesites, ¿de acuerdo?
—De acuerdo, papá —sonrió abrazando a unos padres maravillosos justo en el momento en que sus ojos se encontraron con los de su tía Emilia.
Emilia era la hermana menor y alocada de su madre. Eran como la noche y el día. Ambas fueron criadas en Toledo, bajo unos estrictos padres que nunca consiguieron domar a Emilia, quien era locura, diversión y desorden, contra la tranquilidad, cordura y orden de su hermana. Emilia era alta y pelirroja. Genes que habitaban en Nora. Mientras Susana era rubia y de estatura media. Emilia odiaba los compromisos y Susana era todo familiaridad. En fin, hermanas, pero con poco en común.
—Mi pequeña sobrina —rió Emilia acercándose a ella.
Se adoraban. Se parecían físicamente y eso les gustaba a ambas. Emilia, de regalo de bodas, le compró una cámara de fotos Canon, una joya que Nora apreció. ¡Le encantaba la fotografía!
—¡Dios mío, Nora, eres una novia preciosa! —dijo tomándola del brazo para apartarla del grupo, ¿estás segura de lo que vas a hacer?
—Sí, tía. Segurísima. Me casaré con Giorgio para toda la vida.
Tras gesticular, Emilia finalmente murmuró:
—Vive el presente, Nora, el futuro dios dirá. Solo quiero que vivas, que nada te impida hacer lo que desees —y tras ver que nadie la escuchaba y encenderse un cigarro, añadió—: Además, para mi gusto, ese futuro marido tuyo es demasiado estirado. ¿Te hace feliz en la cama?
—No lo sé todavía, tía.
—¡Nora, qué error! —exclamó Emilia clavándole sus espectaculares ojos verdes tan parecidos a los suyos—. Sé que esto que te voy a preguntar a tu madre la escandalizaría pero ¿me estás diciendo que nunca te has acostado con él? ¿Que nunca habéis retozado desnudos una tarde de domingo?
—Ni con él, ni con nadie. Tía, Giorgio y yo hemos esperado a estar casados para ello, creemos que es algo muy especial que debemos disfrutar tras nuestra ceremonia eclesiástica.
—¡Qué absurdo! Seguro que esa idea te la ha metido la puritana de tu madre en la cabeza.
—No, tía. Es algo que hemos decidido nosotros.
—Y si resulta que cuando hagáis el amor no te gusta, ¿qué harás entonces? ¿Pasarás el resto de tu vida con alguien que no te satisface? ¿O te volverás monja?
—¡Tía, por dios! —rió al escucharla—. Estoy segura de que seremos muy felices. No te preocupes, ¿vale?
Emilia, al ver la pureza de una niña de veinte años, sonrió y asintió.
—Tienes razón, tesoro —expulsó el humo, ¡era tan joven y tan inexperta!—. Espero que seas la mujer más feliz del mundo. Pero quiero que me prometas una cosa. Intenta ser una mujer de mente abierta y nunca te niegues la felicidad. La vida solo se vive una vez, ¿de acuerdo? —Nora asintió. En ese momento, Emilia llamó a un muchacho algo mayor que su sobrina y dijo—. Este es Brian, mi pareja. Nos vamos pasado mañana a Egipto. Ya sabes, Nefertiti, Neferna y compañía —rió al decir esto—. Hemos decidido vivir durante unos años allí. Brian es arqueólogo, y vamos para ayudar en las excavaciones de una nueva tumba que se ha descubierto, Por lo tanto, hemos embalado el disco de Imagine de Lennon, y nos vamos.
—¡Qué emocionante! —susurró Nora observando cómo se miraban aquellos dos. ¿Giorgio nunca la miraba así?
—Gracias por invitarme a tu boda —agradeció aquel chico en un chapurreado español, mientras agarraba por la cintura a Emilia.
—De nada —susurró alucinada al entender eso de «es mi pareja». Pero si ese chico podía ser más su novio que el de su tía. ¿Cuántos años podría tener, veinticinco o veintiséis?
—Te dejamos, cariño —sonrió Emilia agarrada del brazo de Brian mientras andaban hacia la puerta—. Quiero escandalizar un poco a la tía Gregoria, así cuando vuelva a Toledo tendrá algo emocionante que contar. ¡Vamos, Brian! Quiero presentarte a mi familia española.
—Un momento, pelirrojas —gritó Luca acercándose hasta ellas. Siempre las llamaba así—. Quiero que Nora estrene su nueva cámara de fotos. Haznos una foto, hermanita. ¿Quién sabe? Quizá algún día esta foto te sirva para algo.
Al escuchar aquello, Nora sonrió. Su hermano Luca y su tía eran geniales.
—Cojamos una copa para brindar por la felicidad de nuestra Nora —rió Emilia abrazada a su sobrino, y mirando a Nora chilló—: Por que no dejes escapar la felicidad y seas siempre muy feliz.
—Y por que vivas y dejes vivir —acabó Luca mientras Nora inmortalizaba aquel momento muerta de risa.
Segundos después el grupo se dispersó.
—Uf… Emilia se ha superado —rió Chiara viéndola alejarse—. Creo que Susana esta vez le dejará de hablar para siempre. Esto supera a la vez que la pilló fumando marihuana mientras escuchaba Imagine.
—¡Vaya con la tía Emilia!, nunca dejará de sorprenderme —rió Luca junto a ellas—. ¿Has visto la cara de mamá cuando se ha enterado de que Brian es su novio?
—Te digo yo que hoy le da algo a tu madre —murmuró Chiara al ver cómo esta miraba a su hermana, mientras Giuseppe le tendía una tila.
—¿Crees que ella le puede gustar a él? —preguntó Nora—. ¿No creéis que es demasiado joven para ella?
—¿Por qué dices eso? Tía Emilia es un bombón de mujer. Es guapa, lista, divertida y sexy. Es una mujer que sabe lo que quiere y lo vive a tope —respondió Luca, quien siempre había sido muy maduro en sus pensamientos—. Hermanita, cuando uno madura tiene el poder de decidir cómo y con quién quiere pasar su vida, y es tan lícito equivocarse como acertar en el amor. Si ella es feliz con Brian, y ambos no hacen mal a nadie, ¿por qué no permitírselo? ¿Por qué dejar pasar la oportunidad de ser feliz?
—Ay, hermoso. Eso no está bien —respondió Susana acercándose a sus hijos—. Es escandaloso, amoral y una falta de respeto a todos nosotros. Qué pensarán nuestros invitados.
—Mamá, no seas antigua —regañó Luca abrazándola—. No me gusta cuando reaccionas así. ¿Por qué tía Emilia acepta tu vida y tú no la de ella? Tan valiosa es una como la otra. Sé positiva. La tía no está haciendo ningún mal a nadie. Además, tiene un estupendo lema que hace años me enseñó: «Vive y deja vivir». Ella es así. ¿Por qué te cuesta tanto aceptarla?
—Porque es una inconsciente. Viene aquí con ese… ese… novio —dijo nerviosa— y no piensa que esto será la comidilla de la boda, ¡qué vergüenza! ¡Mírala! —dijo señalando a una radiante Emilia del brazo de Brian, quien contaba algo a tía Gregoria, y por su cara no debía de estarle gustando mucho—. Ahí la tienes. Paseándose ante todos del brazo del crío ese. ¡Me va a dar algo!
—Mamá, te quiero mucho —asintió Luca antes de alejarse, no soportaba esa faceta de su madre—. Pero cuando le oigo decir tantas tonterías, uf…
—Mamá, tranquila —suplicó Nora al ver marchar a su hermano—. Si tú no estás bien, yo tampoco lo estaré.
Tras las correspondientes fotos de la novia con el padre, la madre, los hermanos, los tíos, la abuela, los sobrinos, las amigas, etcétera. Nora subió al coche nuevo de su hermano Luca, quien los llevo hasta el embarcadero donde su padre y sus tíos tenían aparcadas sus góndolas. Tras subirse a la de su padre, La serenata, partió mientras era seguida por varias góndolas donde viajaba el resto de la familia, y juntos llegaron hasta la impresionante iglesia de San Giorgio Maggiore, donde años atrás se casaron sus padres. Desde pequeña siempre fantaseó con casarse en aquella preciosa iglesia. Su madre siempre contaba que allí fue donde conoció a su padre, Giuseppe, cuando admiraba las columnas corintias en su viaje de fin de carrera.
Al entrar en la iglesia del brazo de su padre, vio al fondo, esperándola con una bonita sonrisa, a Giorgio. El hombre más increíble y guapo que había conocido en su vida, y junto a él, Loredana, que la miró con una sonrisa prefabricada. Pero la sonrisa de Giorgio eclipsó la mirada de su suegra, y juntos, ante una de las obras maestras del Renacimiento veneciano, La última cena, pintada por Tintoretto, se juraron amor eterno.
Aquella misma noche, a las dos de la madrugada, tras despedirse de todos, se embarcaron en un viaje que les llevaría a pasar unos días a Palma de Mallorca —el viaje a Sintra ya se haría en otro momento—, donde pasaron una maravillosa luna de miel, que les sorprendió a su vuelta cuando Nora supo que estaba embarazada. ¿Qué más se podía pedir?