Un capítulo a medias
Mientras Ka caminaba hacia el Teatro Nacional las calles estaban en general vacías y las rejas de todos los establecimientos, exceptuando un par de restaurantes, echadas. Los últimos clientes de las casas de té, levantándose de los asientos donde habían pasado un largo día fumando y tomando té, seguían sin poder apartar la mirada de la televisión. Ka vio ante el Teatro Nacional tres coches de policía con las luces parpadeando y la sombra de un tanque bajo los árboles del paraíso algo más abajo en la cuesta. Ya había comenzado la helada nocturna y las puntas de los carámbanos que colgaban de los aleros goteaban sobre las aceras. Al entrar en el edificio del teatro después de haber cruzado por debajo del cable para la retransmisión en directo, extendido de un lado al otro de la avenida Atatürk, se sacó la llave del bolsillo y la sostuvo en la mano.
Los policías y soldados cuidadosamente alineados en los laterales escuchaban el eco en el salón vacío de los ensayos que se estaban llevando a cabo en el escenario. Ka se sentó en una de las butacas y siguió cada una de las palabras que Sunay pronunciaba con su ronca voz y con perfecta dicción, las indecisas y débiles respuestas de la velada Kadife y los comentarios de Funda Eser interviniendo en el ensayo de vez en cuando (¡dilo con más sinceridad, Kadife mía!) mientras colocaban el decorado (un árbol y un tocador con espejo).
Mientras Funda Eser y Kadife ensayaban entre ellas un rato, Sunay vio la brasa del cigarrillo de Ka y fue a sentarse a su lado.
—Estas son las horas más felices de mi vida —la boca le olía a raki pero no estaba en absoluto borracho—. No obstante, por mucho que ensayemos, todo dependerá de lo que sintamos en ese momento en el escenario. De hecho, Kadife tiene talento para la improvisación.
—Traigo para ella un mensaje y un amuleto para la buena suerte de parte de su padre —dijo Ka—. ¿Podría hablar con ella en un aparte?
—Sabemos que ha habido un rato en que despistaste a tus guardaespaldas y desapareciste. Dicen que la nieve se está derritiendo y que están a punto de reabrir las vías férreas. Pero representaremos nuestra obra antes de que todo eso ocurra —dijo Sunay—. ¿Ha encontrado un buen sitio Azul para esconderse? —le preguntó sonriendo.
—No lo sé.
Sunay se fue diciéndole que le enviaría a Kadife y se unió al ensayo en el escenario. Al mismo tiempo se encendieron los focos. Ka sintió que había una profunda atracción entre las tres personas que estaban en la escena. Le asustó la rapidez con la que Kadife, con su pelo cubierto, se había integrado en la intimidad de aquel mundo volcado al exterior. Notó que si tuviera la cabeza descubierta, si en lugar de una de aquellas horribles gabardinas de las jóvenes veladas llevara una falda que expusiera parte de sus piernas, tan largas como las de su hermana, podría sentirse más próximo a ella, pero cuando por fin Kadife se bajó del escenario y se sentó a su lado, por un instante también pudo darse cuenta de por qué Azul había dejado a İpek y se había enamorado de ella.
—Kadife, he hablado con Azul. Le han soltado y se ha escondido en cierto lugar. No quiere que esta noche salgas a escena ni que te descubras. Además te envía una carta.
Ka le pasó la carta bajo mano, como si estuviera copiando en un examen, para no atraer la atención de Sunay pero Kadife la leyó ostentosamente. La leyó una vez más y sonrió.
Luego Ka vio lágrimas en los ojos airados de Kadife.
—Tu padre piensa igual, Kadife. Por muy correcta que sea tu decisión de descubrirte, igual de estúpido es que lo hagas esta noche delante de un montón de estudiantes de Imanes y Predicadores furiosos. Sunay va a volver a provocar a todo el mundo. No hace ninguna falta que estés aquí esta noche. Puedes decirles que te has puesto enferma.
—No me hacen falta excusas. Sunay me ha dicho que puedo volverme a casa si quiero.
Ka comprendió que la furia y la decepción que había visto en el rostro de Kadife eran mucho más profundas que las de la niña a la que en el último momento no se le da permiso para actuar en la función escolar.
—¿Te vas a quedar, Kadife?
—Me voy a quedar y voy a actuar.
—¿Sabes que eso va a disgustar mucho a tu padre?
—Dame el amuleto que me ha enviado.
—Me he inventado lo del amuleto para poder hablar contigo a solas.
—Debe de ser difícil ser agente doble.
De nuevo vio Ka la decepción en el rostro de Kadife pero rápidamente se dio cuenta dolorido de que ella tenía la cabeza en otro sitio. Quiso cogerla de los hombros y abrazarla pero no hizo nada.
—İpek me ha contado lo de su antigua relación con Azul —dijo Ka.
Kadife sacó en silencio un paquete de cigarrillos, extrajo uno con lentitud, se lo colocó en la boca y lo encendió.
—Le di el tabaco y el mechero —dijo Ka con bastante torpeza. Guardaron silencio un rato—. ¿Lo haces porque quieres a Azul? ¿Qué es lo que tanto quieres en él, Kadife? Dímelo.
Ka se calló porque notaba que estaba hablando en vano y que cuanto más hablaba, más lo estropeaba todo.
Funda Eser llamó a Kadife desde el escenario diciéndole que había llegado su turno.
Kadife se puso en pie mirando a Ka con los ojos llenos de lágrimas. Se abrazaron en el último momento. Durante un rato Ka observó el desarrollo de la obra en el escenario sintiendo la presencia y el olor de Kadife, pero su mente no estaba allí; no entendía nada. En su interior notaba una ausencia, unos celos y un arrepentimiento que hacían pedazos su lógica y su confianza en sí mismo. Más o menos intuía por qué estaba sufriendo, pero no entendía por qué el sufrimiento era tan violento y tan destructivo.
Se fumó un cigarrillo sintiendo que los años que pasaría en Frankfurt con İpek, si es que conseguía ir a Frankfurt con ella, claro, quedarían marcados por aquel aplastante y agobiante dolor. Tenía la cabeza completamente confusa. Fue a los servicios donde dos días antes se había encontrado con Necip y entró en el mismo pequeño excusado. Abrió la ventana en todo lo alto y miró la oscuridad mientras fumaba.
Una vez fuera, al principio no pudo creerse que se le estaba viniendo un nuevo poema. Pasó entusiasmado al cuaderno verde ese poema que veía como un consuelo y una esperanza. Pero al comprender que todavía se extendía por su cuerpo con todas sus fuerzas aquel dolor destructivo, abandonó nervioso el Teatro Nacional.
En cierto momento pensó que le vendría bien el aire frío mientras caminaba por las heladas aceras. Los dos soldados le escoltaban y su mente estaba cada vez más confusa. En este punto, para que nuestra historia se entienda mejor, debo terminar el capítulo y empezar otro. Eso no significa que Ka no hiciera otras cosas que debieran ser contadas en éste. Pero primero debo mirar en qué parte del libro titulado Nieve está «El lugar donde se acaba el mundo», ese último poema que Ka escribió en su cuaderno sin apenas esfuerzo.