Regateos entre la vida y el teatro, el arte y la política
Ya en el piso de arriba, mientras los agentes del SNI le quitaban lentamente el esparadrapo que le pegaba la grabadora al costado arrancándole el vello del pecho, Ka, instintivamente, adoptó su aire burlón y sabelotodo y se burló de Azul. Por eso no se detuvo a pensar en la actitud hostil que le había demostrado.
Le dijo al conductor del camión militar que fuera al hotel y le esperara. Cruzó a pie la guarnición a todo lo largo acompañado por los dos soldados de escolta. En la amplia plaza nevada a la que daban las residencias de oficiales un grupo de escandalosos niños jugaba a tirarse bolas de nieve bajo los álamos. A un lado había una niña delgadita que llevaba un abrigo que a Ka le recordó el rojo y negro de lana que le habían comprado cuando estaba en tercero de primaria y algo más allá dos amigos estaban haciendo un muñeco de nieve rodando una enorme bola. El aire estaba limpísimo y el sol, tras la agotadora tormenta, empezaba a calentar los alrededores, aunque fuera poco, por primera vez.
En el hotel encontró rápidamente a İpek. Estaba en la cocina y llevaba un delantal y la rebeca que en tiempos habían llevado todas las chicas de instituto de Turquía. Ka la miró feliz y quiso abrazarla, pero no estaban solos. Le resumió todo lo que había ocurrido desde la mañana y le dijo que todo iba bien, tanto para ellos como para Kadife. ¡Incluso que aunque habían distribuido el periódico no temía que le mataran! Habrían hablado más pero entonces entró Zahide en la cocina y preguntó por los dos soldados de la puerta. İpek le dijo que les dejara pasar y les diera un té. Rápidamente Ka y ella quedaron en verse arriba en la habitación.
En cuanto Ka entró en su cuarto, colgó el abrigo y comenzó a esperar a İpek mirando al techo. A pesar de que sabía perfectamente que İpek iría sin hacerse de rogar porque tenían que hablar de muchas cosas, pronto se dejó llevar por el pesimismo. Primero imaginó que no podría ir porque se habría encontrado con su padre; luego empezó a pensar atemorizado que quizá no quisiera subir. Volvió a sentir aquel dolor que se extendía a partir del estómago por todo su cuerpo como si fuera veneno. Si aquello era lo que los demás llamaban dolor de amor, la verdad era que no tenía nada de alegre. Era consciente de que aquellas crisis de inseguridad y pesimismo empezaban a ser más frecuentes según se iba profundizando el amor que sentía por İpek. Pensó que lo que llamaban amor era aquella sensación de incertidumbre, aquel miedo a ser engañado y a sufrir una decepción, pero, teniendo en cuenta que todo el mundo hablaba de aquello no como una derrota horrible sino como algo positivo de lo que incluso a veces presumían, su situación debía ser un tanto anormal. Aún peor era que en medio de las ideas paranoicas que se iban apoderando de él mientras esperaba (İpek no venía, en realidad İpek no quería venir, İpek venía para alguna intriga o con algún objetivo oculto, lo hablaban todos —Kadife, Turgut Bey e İpek— entre ellos y concebían a Ka como a un enemigo del que tenían que deshacerse) fuera consciente de que aquellas ideas eran obsesivas y enfermizas. Se dejaba llevar por un pensamiento enloquecido, por ejemplo se imaginaba con dolor de estómago que ahora İpek era la amante de otro hasta el punto de verlo dolorosamente ante sus ojos, y, con otro rincón de su mente, sabía que lo que estaba pensando era algo malsano, todo al mismo tiempo. A veces, para amortiguar el dolor y para borrar de su mente la visión de escenas malignas (por ejemplo que İpek había cambiado de opinión y ya no quería verse con él ni acompañarle a Frankfurt) hacía un esfuerzo y ponía en funcionamiento la parte más lógica de su cabeza, la que no se había desequilibrado con el amor (por supuesto que me quiere, si no me quisiera, ¿por qué iba a estar tan entusiasmada?), y se libraba de las ideas terribles que le hacían perder la seguridad en sí mismo, pero poco después volvía a envenenarle una nueva turbación.
Al oír ruido de pasos en el corredor pensó que no sería ella sino alguien que iría a decirle que İpek no acudiría. Cuando la vio en la puerta la miró feliz pero también hostil. Había esperado doce minutos justos y estaba agotado por la espera. Vio alegre que İpek se había maquillado y se había puesto lápiz de labios.
—He hablado con mi padre y le he dicho que me voy a Alemania.
Ka se había dejado arrastrar hasta tal punto por las imágenes pesimistas de su mente que en un primer momento sintió cierta decepción; tanto que no pudo prestarle una atención absoluta a lo que ella le contaba. Y dicha decepción provocó que en İpek naciera la sospecha de que su anuncio no era recibido con alegría; aún peor, hizo que se echara atrás. Pero con otra parte de su mente sabía que Ka estaba muy enamorado y que ahora dependía tanto de ella como un niño desesperado de cinco años que no puede estar separado de su madre. También sabía que otra razón por la que Ka quería llevársela a Alemania, tanto o más que el hecho de que el hogar en el que ahora se sentía feliz estuviera en Frankfurt, era que tenía la esperanza de que allí, lejos de todas las miradas, podría poseerla por completo y con seguridad.
—¿Qué te pasa, cariño?
Ka, cuando en los años siguientes se retorciera de dolor de amor, recordaría miles de veces la suavidad y la dulzura de İpek en su manera de plantear aquella pregunta. Le contó una a una todas las inquietudes de su mente, su miedo a ser abandonado, las escenas más terribles que se había imaginado.
—Si le temes tanto por adelantado al dolor del amor, ha debido haber alguna mujer que te hizo sufrir mucho.
—Algo he sufrido, pero lo que tú puedes hacerme sufrir me asusta desde ahora.
—No te haré sufrir —le respondió İpek—. Estoy enamorada de ti, voy a ir contigo a Alemania, todo irá bien.
Abrazó con todas sus fuerzas a Ka e hicieron el amor con un desahogo que a Ka le pareció increíble. En lugar de tratarla con dureza, Ka disfrutó con abrazarla con todas sus fuerzas y con la delicada blancura de su piel, pero ambos eran conscientes de que aquello no era tan profundo ni tan intenso como lo de la noche anterior.
Ka tenía la cabeza ocupada con sus planes de mediación. Creía de verdad que podría ser feliz por primera vez en su vida, que si se comportaba con un poco de astucia y era capaz de salir sano y salvo de Kars con su amada aquella felicidad podría convertirse en permanente. Como su mente estaba echando cuentas, le sorprendió notar que mientras se fumaba un cigarrillo mirando por la ventana se le venía un nuevo poema. Lo escribió a toda velocidad, tal y como le llegaba a la mente, mientras contemplaba a İpek con amor y admiración. Más tarde Ka leería aquel poema titulado «Amor» en seis recitales poéticos que dio en Alemania. Por lo que me contaron algunos asistentes a los recitales, el poema, además de tratar, más que del amor en sí, tanto de la tensión entre la paz espiritual y la soledad o entre la confianza y el miedo como del interés especial que se sentía por una determinada mujer (sólo una persona me preguntó luego quién podía ser ella), también emanaba de la oscuridad más incomprensible de la vida del propio Ka. No obstante, en la mayoría de las notas que Ka tomó después sobre aquel poema sólo menciona sus recuerdos de İpek, su añoranza por ella y los pequeños significados secundarios de su manera de vestir o de moverse. Una de las razones por las que İpek me impresionó tanto la primera vez que la vi fue precisamente el haber leído cientos de veces aquellas notas.
Inmediatamente después de que İpek se vistiera a toda prisa y de que se fuera diciéndole que le enviaría a su hermana, llegó Kadife. Para calmar su inquietud, Kadife tenía los enormes ojos tremendamente abiertos, Ka le dijo que no había nada de qué preocuparse y que no habían maltratado a Azul. Le dijo también que le había costado mucho trabajo convencerle, que creía que era alguien muy valiente y, con una súbita inspiración, comenzó a desarrollar los detalles de una mentira que ya tenía preparada de antemano. Primero le dijo que lo más difícil había sido convencer a Azul de que Kadife aceptaría el acuerdo. Le contó que Azul había dicho que llegar a un acuerdo con él sería una falta de respeto hacia Kadife y que primero tendría que hablar con ella, pero cuando la pequeña Kadife levantó las cejas Ka añadió, para darle mayor profundidad y verosimilitud a su mentira, que pensaba que en eso Azul no había sido absolutamente honesto. Además agregó que el hecho de que discutiera largo rato con él para defender la honra de Kadife aunque fuera de boquilla y de que adoptara un aire de «si no hay más remedio…», aquello (o sea, el respeto que había demostrado por la decisión de una mujer) ya era un punto positivo para Azul. Ahora Ka estaba satisfecho de los engaños que iba urdiendo para aquella desdichada gente, entregada a absurdas peleas políticas, de la estúpida ciudad de Kars, donde, aunque fuera tarde, había aprendido que la única verdad en la vida es la felicidad. Pero por otra parte le entristecía ver que Kadife, a quien encontraba mucho más valiente y sacrificada que él mismo, se tragaba todas aquellas mentiras y sentir que al final sería desgraciada. Por esa razón finalizó su historia con una última mentira piadosa: añadió que Azul le había susurrado que le diera recuerdos a Kadife. Le repitió los detalles del plan una vez más y le preguntó su opinión.
—Me descubriré la cabeza como yo decida —respondió Kadife.
Ka, sintiendo que cometería un error si no aclaraba aquella cuestión, le dijo a Kadife que Azul había encontrado razonable que ella llevara una peluca o que recurriera a algún otro artificio similar, pero guardó silencio al ver que la estaba enfadando. Según los términos del acuerdo, primero dejarían libre a Azul, que se ocultaría en algún lugar seguro, y luego Kadife se descubriría de la manera que ella prefiriera. ¿Podría redactar y firmar de inmediato un papel en el que constara que estaba al corriente de todo? Ka le entregó el papel que le había dado Azul para que lo leyera con atención y le sirviera de modelo. Cuando vio que el mero hecho de reconocer la letra de Azul emocionaba a Kadife, le cruzó el corazón una oleada de cariño por ella. Mientras leía la carta, Kadife olió el papel intentando ocultárselo a Ka. Como notó que estaba sufriendo un instante de duda, Ka le dijo que usaría aquel papel para convencer a Sunay y a los militares de que dejaran libre a Azul. Quizá los militares y las autoridades estuvieran irritados con Kadife por el asunto del pañuelo, pero confiaban en su rectitud y en su palabra, como toda Kars. Cuando ella empezó a escribir con entusiasmo en el papel en blanco que le ofreció Ka, éste la contempló por un momento. Kadife había envejecido desde la noche en la que habían paseado juntos por entre los puestos de los carniceros hablando del horóscopo.
Después de guardarse en el bolsillo el papel que le entregó Kadife, le dijo que el siguiente problema era encontrar un lugar seguro en el que Azul pudiera ocultarse una vez que convenciera a Sunay de que lo dejara libre. ¿Estaba dispuesta a ayudarle a ocultar a Azul?
Kadife asintió con un gesto solemne.
—No te preocupes —dijo Ka—. Al final todos seremos felices.
—¡Hacer lo correcto no siempre nos hace felices! —respondió Kadife.
—Lo correcto es lo que nos hace felices —replicó Ka. Soñaba con que, sin que pasara mucho, Kadife iría a Frankfurt y podría contemplar la felicidad que vivirían su hermana y él. İpek le compraría en Kaufhof una gabardina a la última moda, irían todos juntos al cine y luego comerían salchichas y beberían cerveza en un restaurante de la Kaiserstrasse.
Ka se puso el abrigo, bajó inmediatamente después de que lo hiciera Kadife y se montó en el camión militar. Los dos soldados que le protegían estaban sentados justo detrás de él. Ka se preguntó si no habría sido demasiado cobarde pensando que podían atacarle si andaba solo. Las calles de Kars, que veía desde el asiento delantero, no parecían demasiado terribles. Vio mujeres que salían del mercado llevando las bolsas de la compra y, mirando a los niños que jugaban con bolas de nieve y a las parejas de ancianos que se sujetaban mutuamente para no resbalar, soñó que İpek y él veían una película en un cine de Frankfurt cogidos de la mano.
Sunay estaba con su compañero de golpe, el coronel Osman Nuri Çaolak. Ka habló con ellos con el optimismo que le habían proporcionado sus sueños de felicidad. Le dijo que todo estaba resuelto, que Kadife estaba dispuesta a participar en la obra de teatro y a descubrirse y que estaba deseando que, a cambio, dejaran libre a Azul. Sintió que entre Sunay y el coronel existía esa comprensión mutua tan propia de las personas razonables que han leído los mismos libros en su juventud. Con un lenguaje cuidadoso pero en nada tímido les explicó que el asunto que se traían entre manos era extremadamente frágil. «Primero halagué la vanidad de Kadife y luego la de Azul», dijo. Le entregó a Sunay los papeles que le habían dado. Mientras éste los leía, Ka se dio cuenta de que estaba bebido aunque aún no era mediodía. Acercando por un instante la cabeza a la boca de Sunay pudo estar seguro del olor a raki.
—Este tipo pretende que le soltemos antes de que Kadife salga a escena y se descubra —dijo Sunay—. Muy listo.
—Kadife quiere lo mismo —dijo Ka—. Aunque me he esforzado mucho, eso es lo único que he podido conseguir.
—¿Y por qué nosotros, como representantes del Estado, tenemos que confiar en ellos? —preguntó el coronel Osman Nuri Çolak.
—También ellos han perdido su confianza en el Estado —respondió Ka—. Pero si continúan con esta desconfianza mutua, no llegaremos a nada.
—¿Todavía no se le ha ocurrido a Azul que si le colgamos para que sirva de ejemplo luego se nos echarían encima porque todo esto es un golpe tramado por un actor borracho y un coronel resentido?
—Sabe comportarse como si no le diera miedo la muerte. Por eso no soy capaz de comprender lo que piensa de verdad. Insinuó que si le cuelgan le gustaría convertirse en un santo, en una bandera.
—Supongamos que dejamos libre a Azul —dijo Sunay—. ¿Cómo podemos estar seguros de que Kadife mantendrá su palabra y actuará en la obra?
—Podemos confiar más en la palabra de Kadife que en la de Azul, aunque sólo sea porque se trata de la hija de Turgut Bey, que malogró su propia vida basándola en el honor y en su entrega a una causa. Pero si le dices ahora mismo que has soltado a Azul puede que ni ella sepa si saldrá a escena o no esta noche. Tiene algo que la lleva a vivir por furias repentinas y a tomar decisiones impremeditadas.
—¿Qué sugieres?
—Sé que este golpe militar se ha llevado a cabo no sólo por razones políticas, sino también por el arte y la belleza —contestó Ka—. Y puedo deducir por toda su vida profesional que Sunay Bey se ha dedicado a la política a causa del arte. Si lo que quieren hacer ahora es sólo política vulgar no pueden arriesgarse a liberar a Azul. Ahora bien, también deben ser capaces de notar que el hecho de que Kadife se descubra delante de toda Kars tendría un profundo significado artístico y político.
—Soltaremos a Azul si ella se descubre —dijo Osman Nuri Çolak—. Y reuniremos a toda la ciudad para la función de esta noche.
Sunay abrazó y besó a su antiguo compañero de armas. Después de que el coronel se fuera cogió a Ka de la mano y se lo llevó a una habitación de dentro diciéndole: «¡Quiero que le cuentes todo esto a mi mujer!». En el cuarto desamueblado y frío, que intentaba calentar una estufa eléctrica, Funda Eser leía con gestos ostentosos el texto que sostenía en la mano. Vio que Ka y Sunay la observaban desde la puerta abierta pero siguió leyendo sin inmutarse. Ka, atento sólo a la pintura que se había puesto en los ojos, en la ancha e intensa línea de lápiz de labios, en el vestido escotado que dejaba al aire la parte superior de sus pechos y en sus exagerados gestos, no prestó la menor atención a lo que estaba diciendo.
—¡El trágico soliloquio de la mujer vengativa que ha sido violada en la Tragedia española de Kyd! —dijo Sunay orgulloso—. Modificado con algunos añadidos de El alma buena de Sezuán de Brecht, pero sobre todo con otros fruto de mi imaginación. Esta noche, mientras Funda lo recita, la señorita Kadife se enjugará las lágrimas con un pico del velo del que aún no se ha atrevido a despojarse.
—Si la señorita Kadife está lista podemos empezar ahora mismo con los ensayos —dijo Funda Eser.
La voz ansiosa de la mujer le recordó a Ka no sólo su amor al teatro, sino también las acusaciones de que era lesbiana que habían difundido aquellos que habían querido arrebatarle el papel de Atatürk a Sunay. Después de que Sunay, con un aire de orgulloso productor de teatro más que de militar revolucionario, hiciera notar que todavía no se había resuelto el que Kadife «aceptara el papel», un enlace que entró en ese momento le anunció que habían traído a Serdar Bey, el propietario del Diario de la Ciudad Fronteriza. Cuando lo vio frente a él, Ka se dejó llevar por un impulso que sólo había sentido por última vez hacía muchos años, mientras todavía estaba en Turquía, y por un instante le apeteció darle un puñetazo en la cara. Pero les invitaron a tomar asiento en una mesa con raki y queso, que había sido cuidadosamente preparada de antemano, y, con la confianza, la tranquilidad de corazón y la insolencia que se les contagia a los dueños del poder que han conseguido ver como algo natural el gobernar el destino de otros, hablaron de asuntos mundanos comiendo y bebiendo.
A petición de Sunay, Ka le repitió a Funda Eser lo que habían hablado sobre el arte y la política. Cuando el periodista quiso tomar nota de aquellas palabras que Funda Eser recibía con tanto entusiasmo, Sunay le abroncó con crudeza. Quería que antes se retractara en el periódico de las mentiras que habían publicado sobre Ka. Serdar Bey prometió preparar y publicar en primera página una noticia muy positiva que haría que los atolondrados lectores de Kars pronto olvidaran la falsa impresión que se habían llevado de Ka.
—Pero en los titulares también debe figurar la obra que vamos a representar esta noche —dijo Funda Eser.
Serdar Bey les aseguró que escribiría en el periódico la noticia tal y como le pidieran y que, por supuesto, la daría en el tamaño que quisieran. Pero él era una persona de escasos conocimientos sobre el teatro, clásico o moderno. Les propuso que si el mismo Sunay escribía en ese momento lo que iba a ocurrir en la obra de esa noche, o sea, si redactaba él mismo la noticia, mañana aparecería en primera plana sin el menor fallo. Les recordó muy educadamente que, como a lo largo de su vida de periodista había redactado muchas noticias antes de que ocurrieran, sabría darle la forma más correcta. Teniendo en cuenta que la hora de cierre se había retrasado del mediodía a las cuatro de la tarde debido a las condiciones del pronunciamiento, aún les quedaban cuatro horas.
—No te haré esperar demasiado para explicarte lo que va a pasar esta noche —le dijo Sunay. Ka se había dado cuenta de que se había echado al coleto una copa de raki en cuanto se había sentado a la mesa. Vio dolor y pasión en sus ojos mientras se tomaba una segunda a toda velocidad.
—¡Escribe, periodista! —gritó luego Sunay mirando a Serdar Bey como si le amenazara—. Titular: MUERTE EN EL ESCENARIO (pensó un poco). Entradilla (pensó un poco más): EL FAMOSO ACTOR SUNAY ZAIM ASESINADO A TIROS DURANTE LA REPRESENTACIÓN DE ANOCHE. Otra entradilla.
Hablaba con una intensidad que tenía admirado a Ka. A la vez que escuchaba respetuosamente a Sunay sin sonreír lo más mínimo, ayudaba al periodista cuando éste tenía dificultades para entender al actor.
A Sunay le llevó cerca de una hora con algunos intervalos de indecisión y raki redactar la noticia al completo, incluidos los titulares. Cuando años más tarde fui a Kars, Serdar Bey, el propietario del Diario de la Ciudad Fronteriza, me la proporcionó entera.
MUERTE EN EL ESCENARIO
EL FAMOSO ACTOR SUNAY ZAIM ASESINADO A TIROS DURANTE LA REPRESENTACIÓN DE ANOCHE
Anoche, Durante la Histórica Representación en el Teatro Nacional, la Joven Velada Kadife Primero se Descubrió en el Ardor de un Momento de Iluminación y Luego Disparó el Arma que Apuntaba hacia Sunay Zaim, que Interpretaba al Malvado. Los Habitantes de Kars, que Pudieron Contemplar el Hecho Gracias a la Retransmisión en Directo por TV, Horrorizados.
Sunay Zaim y su compañía de teatro, que llegaron hace tres días a nuestra ciudad y que con su obra revolucionaria y creativa, capaz de pasar de la ficción de la escena a la vida real, trajeron el orden y la luz de la Ilustración a Kars, sorprendieron una vez más a los ciudadanos en su segunda representación de anoche. Con esta obra adaptada del injustamente olvidado autor inglés Kyd, que influyó incluso en Shakespeare, el amor de Sunay Zaim por el teatro ilustrado, que durante veinte años ha estado intentando inculcar en pueblos olvidados de Anatolia, actuando en escenarios vacíos y casas de té, alcanzó por fin su clímax. Llevada por el entusiasmo de este drama moderno y conmovedor, que contiene influencias del teatro jacobino francés y del jacobino inglés, Kadife, la tenaz líder de las jóvenes veladas, se descubrió la cabeza en el escenario en una súbita decisión y ante las miradas maravilladas de toda Kars descargó el arma que llevaba en la mano sobre el gran hombre de teatro Sunay Zaim, que interpretaba al malvado y que, como Kyd, no ha sido apreciado en su justo valor. Los ciudadanos de Kars, recordando que los disparos que se efectuaron en la representación de dos días atrás eran reales, vivieron una auténtica sensación de horror al ver que habían disparado verdaderamente a Sunay Zaim. Así fue como la muerte en la escena del Gran Actor Turco Sunay Zaim se vivió con una violencia mayor que la de la vida misma. Los espectadores de Kars, que habían comprendido perfectamente que la pieza trataba de la liberación de las presiones de la tradición y de la religión, fueron incapaces de comprender si Sunay Zaim se estaba muriendo realmente, porque, a pesar de las balas que se clavaron en su cuerpo, creyó hasta el final en la obra que seguía representando cubierto de sangre. Pero lo que sí entendieron fue que nunca olvidarían las últimas palabras del actor antes de morir en cuanto a que había sacrificado su vida por el arte.
Serdar Bey les leyó una vez más a sus compañeros de mesa la noticia tal y como había quedado después de las últimas correcciones de Sunay.
—Yo, por supuesto, publicaré esto tal cual está en el periódico de mañana siguiendo sus órdenes —dijo—. Pero después de tantas noticias que he escrito y publicado antes de que se hagan realidad, ¡ésta es la primera vez que rezo porque una no resulte cierta! No morirá de verdad, ¿no, señor?
—Intento llegar al lugar al que por fin debe arribar el arte auténtico, intento alcanzar la leyenda —dijo Sunay—. Además, cuando mañana se derrita la nieve y se abran las carreteras, mi muerte no tendrá ninguna importancia para los ciudadanos de Kars.
Por un instante su mirada se cruzó con la de su mujer. La pareja se miraba a los ojos con una comprensión tan profunda que Ka sintió celos. ¿Podrían llevar İpek y él una vida feliz compartiendo la misma profunda comprensión?
—Señor periodista, ya puede irse y preparar su diario para la imprenta —dijo Sunay—. Que mi asistente le entregue un cliché de una fotografía mía para este ejemplar histórico —en cuanto el periodista se fue, dejó aquel lenguaje irónico que Ka había atribuido al exceso de raki—. Acepto las condiciones de Azul y Kadife —y le explicó a Funda Eser, que había levantado las cejas, que primero tendría que soltar a Azul si querían que Kadife cumpliera su promesa de descubrirse en la obra.
—La señorita Kadife es muy valiente. Estoy segura de que me entenderé con ella enseguida durante los ensayos —dijo Funda Eser.
—Podéis ir a verla juntos —dijo Sunay—. Pero antes hay que soltar a Azul, que se esconda en algún sitio y asegurarle a la señorita Kadife que hemos perdido su pista. Y eso llevará tiempo.
Y así Sunay, sin tomarse demasiado en serio los deseos de Funda Eser de empezar inmediatamente los ensayos con Kadife, comenzó a discutir con Ka las maneras posibles de dejar libre a Azul. En lo que respecta a ese punto, deduzco por las notas de Ka que éste confiaba en la sinceridad de Sunay. O sea, según Ka, Sunay no había urdido ningún plan para seguir a Azul después de dejarle libre, para descubrir el lugar donde se ocultaría o para arrestarle de nuevo en cuanto Kadife se descubriera en el escenario. Aquélla fue una idea que tramaron tan pronto como se enteraron de los hechos los agentes de Inteligencia, que trataban de comprender lo que sucedía con agentes dobles y plantando micrófonos a izquierda y derecha y que intentaban atraer a su lado al coronel Osman Nuri Çolak. Los de Inteligencia no tenían la suficiente fuerza militar como para arrebatarles la revolución a Sunay, al resentido coronel y al puñado de compañeros oficiales que les apoyaban, pero procuraban poner límites a las locuras «artísticas» de Sunay a través de sus omnipresentes espías. Como Serdar Bey les había leído por radio a sus amigos de la sección local de Kars del SNI la noticia que había copiado en la mesa de raki antes de componerla para la prensa, ellos sintieron una profunda inquietud por la salud mental y la credibilidad de Sunay. En lo que respecta a su intención de dejar libre a Azul, nadie supo hasta el último momento cuánto sabían.
Pero ahora creo que todos estos detalles no tuvieron un efecto demasiado importante en el final de nuestra historia. Por eso no me detendré en exceso en los pormenores de la puesta en práctica del plan para liberar a Azul. Sunay y Ka se pusieron de acuerdo en que llevaran a cabo el asunto Fazil y el asistente de Sunay, que era de Sivas. Diez minutos después de que se enteraran por los de Inteligencia de su dirección, el camión militar que Sunay había enviado trajo a Fazil. Fazil, que parecía un poco asustado y que esta vez no recordaba para nada a Necip, y el asistente de Sunay salieron por la puerta de atrás del taller de confección para librarse de los detectives que les habían seguido cuando fueron a la guarnición. Los de la Inteligencia Nacional, a pesar de que sospechaban que Sunay podía hacer alguna tontería, no estaban tan preparados como para plantar un hombre en todas partes. Más tarde Ka se enteraría de que habían sacado a Azul de su celda de la guarnición, que lo habían subido a un camión militar mientras les avisaba de que «Ojalá esto no sea un numerito de Sunay», que el asistente de Sivas había detenido el camión junto al puente de hierro que cruzaba el arroyo Kars tal y como le había advertido Fazil, que Azul había descendido del camión y él, siguiendo sus instrucciones, había entrado en un colmado en cuyo escaparate se exponían pelotas de plástico, cajas de detergente y anuncios de mortadela, y que Azul había logrado ocultarse con éxito tumbándose bajo la lona que cubría las bombonas de Aygas que transportaba un carro que inmediatamente después se acercó al colmado. En cuanto a dónde le llevó el carro, nadie tenía la menor idea a excepción de Fazil.
Organizar todo aquel asunto y ponerlo en práctica les llevó hora y media. Hacia las tres y media, cuando las sombras de los castaños y los árboles del paraíso se iban haciendo imprecisas y la primera oscuridad de la noche caía sobre las calles vacías de Kars como un fantasma, Fazil le llevó a Kadife la noticia de que Azul se ocultaba en un lugar seguro. A través de la puerta de la cocina, que daba a la parte de atrás del hotel, miraba a Kadife como si fuera un ser llegado del espacio, pero ella, de la misma forma que nunca había prestado atención a Necip, tampoco se la prestó a él. Kadife se estremeció de alegría por un instante y corrió a su habitación. En ese momento İpek ya llevaba una hora arriba, en el cuarto de Ka, y estaba saliendo. Me gustaría tratar esa hora, durante la cual mi querido amigo pensó que era feliz con la promesa de una dicha futura, al comienzo de un nuevo capítulo.