34. Kadife no aceptará

El intermediario

Una vez en su habitación, Ka se fumó un cigarrillo mirando por la ventana. Ya no nevaba, en la calle vacía cubierta de nieve había a la luz pálida de las farolas una quietud que infundía paz. Ka sabía muy bien que la calma que sentía tenía más que ver con el amor y la felicidad que con la belleza de la nieve. Además, también le tranquilizaba el haber abierto los brazos a gente que se le parecía, que eran sus iguales, allí, en Turquía. Ahora era tan feliz como para admitir incluso que dicha tranquilidad la reforzaba el sentimiento de superioridad que sentía hacia esa gente porque él venía de Alemania o de Estambul.

Llamaron a la puerta y Ka se sorprendió cuando se encontró a İpek frente a él.

—No hago más que pensar en ti, no puedo dormir —le dijo İpek entrando.

Ka comprendió de inmediato que harían el amor hasta el amanecer sin que le importara Turgut Bey. Lo que le resultaba increíble era poder abrazar a İpek sin haber sufrido la agonía previa de la espera. Mientras İpek y él se amaban a lo largo de toda la noche, Ka comprendió que aquello era algo que iba más allá de la felicidad y que su experiencia de la vida y del amor no le bastaba para sentir aquel territorio fuera del tiempo y de la pasión. Era la primera vez en su vida en que se sentía tan a gusto. Había olvidado las fantasías que tenía preparadas en un rincón de la mente cuando les hacía el amor a otras mujeres, ciertos deseos aprendidos en las publicaciones y películas pornográficas. Haciendo el amor con İpek su cuerpo encontró una música que él ignoraba que se alojara dentro de sí y avanzaba según su armonía. De vez en cuando se quedaba dormido y soñaba, en un ambiente paradisíaco de vacaciones de verano, que corría, que era inmortal, que se comía una manzana interminable en un avión que caía; se despertaba sintiendo la cálida piel de İpek que olía a manzanas; miraba muy de cerca sus ojos a la luz color nieve y ligeramente amarillenta que llegaba de fuera, y al ver que ella también estaba despierta y que le contemplaba en silencio, sentía que estaban recostados lado a lado como dos ballenas encalladas en unos bajíos y sólo entonces se daba cuenta de que tenían las manos entrelazadas.

—Voy a hablar con mi padre —dijo İpek en cierto momento en que se despertaron mirándose a los ojos—. Iré contigo a Alemania.

Ka no pudo dormir. Contemplaba su vida entera como si fuera una película con final feliz.

Hubo una explosión en la ciudad. Por un instante la cama, la habitación y el hotel entero sufrieron una sacudida. A lo lejos se oía el tableteo de una ametralladora. La nieve que cubría la ciudad aminoraba el estruendo. Se abrazaron y esperaron en silencio.

Cuando más tarde se despertaron ya se habían interrumpido los ruidos de disparos. En dos ocasiones Ka se levantó de la cálida cama y se fumó un cigarrillo sintiendo en su piel sudorosa el aire helado que se filtraba por la ventana. No se le venía ningún poema a la mente. Era tan feliz como nunca lo había sido en su vida.

Se despertó cuando llamaron a la puerta por la mañana. İpek no estaba a su lado. No podía recordar cuándo se había dormido, lo último que había hablado con ella, ni cuándo se habían acabado los disparos.

En la puerta estaba Cavit, el encargado de la recepción. Le dijo que un oficial había ido al hotel para informarle de que Sunay Zaim le invitaba a ir al cuartel general y que le estaba esperando abajo. Ka no se dio prisa y se afeitó tranquilamente.

Encontró las vacías calles de Kars tan mágicas y hermosas como la mañana anterior. En cierto lugar de la parte de arriba de la avenida Atatürk vio una casa con la puerta destrozada, los cristales de las ventanas rotos y la fachada hecha un colador.

Una vez en el taller de confección Sunay le dijo que se había producido un atentado suicida contra aquella casa.

—El pobrecillo se equivocó e intentó entrar en una casa de las de más arriba en lugar de aquí. Quedó hecho pedazos. Todavía no saben si era islamista o del PKK —Ka vio en Sunay ese aire infantiloide de los actores famosos que se toman demasiado en serio los papeles que representan. Se había afeitado y parecía aseado y lleno de energía—. Hemos capturado a Azul —le dijo a Ka mirándole a los ojos.

Ka quiso ocultar instintivamente la alegría que le producía la noticia pero su esfuerzo no se le escapó a Sunay.

—Es una mala persona —dijo—. Es seguro que fue él quien ordenó matar al director de la Escuela de Magisterio. Por una parte anda proclamando que está en contra del suicidio y por otra se dedica a organizar a jóvenes estúpidos y desdichados para que cometan atentados suicidas. ¡En la Dirección de Seguridad están seguros de que ha venido a Kars con explosivos suficientes como para volar la ciudad entera! La noche de la revolución desapareció sin dejar rastro. Se ocultó en algún lugar desconocido. Por supuesto, estás al tanto de esa ridícula reunión que se hizo en el hotel Asia ayer por la tarde.

Ka asintió artificialmente, como si estuvieran representando una obra de teatro.

—Mi objetivo en la vida no es castigar a esos criminales, reaccionarios y terroristas —dijo Sunay—. Hay una obra que quiero representar desde hace años y para eso estoy aquí ahora. Hay un escritor inglés llamado Thomas Kyd. Dicen que Shakespeare le robó Hamlet. He descubierto una obra injustamente olvidada de Kyd que se titula Tragedia española. Es una tragedia de honra y venganza y contiene otra obra dentro de la principal. Funda y yo llevamos cinco años esperando una oportunidad como ésta para representarla.

Ka saludó a Funda Eser, que en ese momento entraba en la habitación, doblándose artificialmente en dos y vio que a ella, que estaba fumando con una larguísima boquilla, aquello le gustaba. Marido y mujer le resumieron la obra sin que Ka se lo pidiera.

—He cambiado y simplificado la obra de manera que le resulte entretenida y educativa a nuestro pueblo —le dijo luego Sunay—. Mañana toda Kars la verá, bien como espectadores en el Teatro Nacional o bien gracias a la retransmisión en directo.

—También a mí me gustaría verla —dijo Ka.

—Queremos que Kadife actúe en la obra… Funda será su malvada antagonista… Kadife saldrá a escena con la cabeza cubierta. Luego se rebelará contra las estúpidas tradiciones que han provocado la venganza de sangre y de repente se descubrirá la cabeza delante de todos —con un gesto ostentoso Sunay hizo como si se despojara de un velo imaginario y lo arrojara a un lado con entusiasmo.

—¡Va a volver a liarse! —dijo Ka.

—¡Tú no te preocupes por eso! Ahora tenemos una administración militar.

—De cualquier manera, Kadife no aceptará —dijo Ka.

—Sabemos que Kadife está enamorada de Azul —le contestó Sunay—. Si Kadife se descubre, le soltaré inmediatamente. Pueden largarse juntos a cualquier sitio lejos de todo el mundo y ser felices.

En la cara de Funda Eser apareció esa expresión de cariño protector tan propia de las abuelas de buen corazón de los melodramas nacionales que se alegran de la felicidad de los jóvenes amantes que huyen juntos. Ka soñó por un instante que la mujer podría comprender con el mismo cariño su amor por İpek.

—De todas maneras, sigo dudando que Kadife se descubra en una retransmisión en directo —dijo luego.

—Teniendo en cuenta la situación, hemos pensado que sólo tú puedes convencerla —dijo Sunay—. Tratar con nosotros sería para ella como tratar con sus peores demonios. En cambio, sabe que tú también le das la razón a las muchachas empañoladas. Y, además, estás enamorado de su hermana.

—No sólo hay que convencer a Kadife, sino también a Azul. Pero primero habría que hablar con ella —replicó Ka. Con todo, en realidad su mente estaba obsesionada con la simpleza y la brutalidad de la frase «Y, además, estás enamorado de su hermana».

—Haz como quieras —contestó Sunay—. Te doy plenos poderes y un vehículo militar. Puedes negociar en mi nombre como lo consideres más conveniente.

Hubo un silencio. Sunay se dio cuenta de que Ka estaba sumido en sus pensamientos.

—No quiero mezclarme en esto —dijo Ka.

—¿Por qué?

—Quizá porque soy un cobarde. Ahora soy muy feliz. No quiero convertirme en un blanco humano para los islamistas. Cuando los estudiantes vean que se descubre la cabeza se dirán que este ateo ha sido el que lo ha organizado todo, y aunque huya a Alemania cualquier noche me matarán de un tiro en la calle.

—Primero me matarán a mí —dijo Sunay orgulloso—. Pero me ha gustado que reconozcas que eres un cobarde. Yo también soy cobarde, créeme. En este país sólo los cobardes consiguen mantenerse en pie. Pero, como todos los cobardes, uno está pensando continuamente que algún día hará algo muy heroico, ¿no?

—Yo ahora soy muy feliz. No quiero en absoluto ser un héroe. Soñar en heroicidades es el consuelo de los infelices. De hecho, cuando la gente como nosotros decide hacer alguna heroicidad, o matan a alguien o se matan a sí mismos.

—Bien, ¿y no sabes con un rinconcito de tu mente que esa felicidad no durará mucho? —insistió Sunay testarudo.

—¿Por qué asustas a nuestro invitado? —le preguntó, Funda Eser.

—No hay dicha que cien años dure, lo sé —contestó cauteloso Ka—. Pero no tengo la menor intención de hacerme el héroe y dejarme matar por una futura posibilidad de desgracia.

—¡Si no intervienes en este asunto no será en Alemania donde te maten, sino aquí! ¿Has leído el periódico de hoy?

—¿Han escrito que voy a morir hoy? —dijo Ka sonriendo.

Sunay le mostró a Ka el último número del Diario de la Ciudad Fronteriza, el mismo que había visto la tarde anterior.

—¡Un impío en Kars! —leyó Funda Eser con un tono exagerado.

—Ésa es la primera edición de ayer —repuso Ka confiado—. Luego Serdar Bey decidió hacer una nueva y corregirlo.

—Pues es la primera edición la que se ha repartido esta mañana sin poner en práctica esa decisión —dijo Sunay—. No puedes creer en la palabra de los periodistas. Pero nosotros te protegeremos. Los integristas, cuando no pueden con los militares, lo primero que quieren es cargarse a algún ateo siervo de Occidente.

—¿Le pediste tú a Serdar Bey que publicara esa noticia? —le preguntó Ka.

Sunay frunció los labios, levantó las cejas y le lanzó una mirada de hombre honrado que ha sido víctima de un insulto, pero Ka podía ver que estaba muy satisfecho de haber podido convertirse en un político ladino que organiza pequeñas conspiraciones.

—Actuaré de intermediario si me prometes que me protegerás hasta el final —dijo Ka.

Sunay se lo prometió, le felicitó con un abrazo por haberse unido a las filas de los jacobinos y le dijo que pondría a su disposición dos hombres que no se separarían de él en ningún momento.

—¡Si es necesario te protegerán de ti mismo! —añadió entusiasmado.

Se sentaron para discutir los detalles de la intermediación y de cómo convencería a Kadife y se tomaron un té de aromático olor. Funda Eser estaba tan contenta como si un famoso y brillante actor se hubiera unido a su compañía. Habló un poco de la fuerza de la Tragedia española, pero Ka estaba ausente y miraba la maravillosa luz blanca que entraba por las altas ventanas del taller de confección.

Cuando se fue de allí, Ka sufrió una decepción al ver que le habían asignado dos soldados enormes completamente armados. Le habría gustado que al menos uno de ellos fuera un oficial o un civil elegante. En una ocasión había visto a un famoso escritor que salía en la tele diciendo que el pueblo turco era tonto y que él no creía lo más mínimo en el islam escoltado por los dos elegantes y educados guardaespaldas que le asignó el Estado en los últimos años de su vida. No sólo le llevaban el portafolios, sino que además le abrían las puertas con una ostentación que Ka creía merecida tratándose de un autor famoso y opositor, le cogían del brazo en las escaleras y mantenían lejos de él a los admiradores excesivamente curiosos y a sus enemigos.

En lo que respecta a los dos soldados que se sentaban junto a Ka en el vehículo militar, se comportaban con él, más que como si le protegieran, como si lo llevaran detenido.

Nada más entrar en el hotel Ka volvió a sentir la felicidad que había envuelto su alma entera aquella mañana, pero aunque lo que le apetecía era ver de inmediato a İpek, como ocultarle cualquier cosa habría significado traicionar su amor por poco que fuera, ante todo quería encontrar la manera de hablar primero a solas con Kadife. No obstante, se olvidó de aquellas intenciones en cuanto vio a İpek en el vestíbulo.

—¡Eres más guapa de lo que recordaba! —le dijo mirándola con admiración—. Sunay me ha mandado llamar, quiere que haga de intermediario.

—¿En qué?

—¡Anoche atraparon a Azul! ¿Por qué pones esa cara? Para nosotros no representa ningún peligro. Sí, Kadife se entristecerá. Pero, créeme, a mí me ha dejado más tranquilo —le contó a toda velocidad lo que le había dicho Sunay y le explicó el motivo de la explosión y los disparos que habían oído por la noche—. Esta mañana te fuiste sin despertarme. No tengas miedo, todo se arreglará, nadie sufrirá el menor daño. Nos iremos a Frankfurt y seremos felices. ¿Has hablado con tu padre? —le dijo que habría una negociación, que Sunay soltaría a Azul, pero que antes era necesario que hablara con Kadife. La extrema inquietud que vio en los ojos de İpek significaba que se preocupaba por él y aquello le agradó.

—Dentro de un momento enviaré a Kadife a tu habitación —le dijo İpek, y se fue.

Al llegar a su cuarto vio que habían hecho la cama. Los objetos entre los que anoche había pasado la noche más feliz de su vida, la pálida lámpara, los descoloridos visillos, ahora estaban sumidos en un silencio y en una luz de nieve completamente distintos, pero todavía podía aspirar el olor que quedaba del amor. Se arrojó boca arriba en la cama y, mirando al techo, intentó deducir en qué tipo de problemas se metería si no lograba convencer a Kadife y a Azul.

—Cuéntame todo lo que sepas sobre la detención de Azul —le dijo Kadife en cuanto entró en el cuarto—. ¿Le han pegado?

—Si le hubieran pegado no me dejarían verle —contestó Ka—, y dentro de un rato me van a llevar hasta él. Lo atraparon después de la reunión en el hotel y no sé nada más.

Kadife miró por la ventana, a la calle nevada.

—Ahora por fin tú eres feliz y yo soy desdichada —dijo—. Cuánto ha cambiado todo desde que nos vimos en el cuarto de los baúles.

Ka, como si se tratara de antiguos y dulces recuerdos que les unían, se acordó del encuentro del mediodía anterior en la habitación 217 y de cómo antes de salir Kadife le había obligado a desnudarse pistola en mano.

—Eso no es todo, Kadife —dijo Ka—. Los que le rodean han hecho creer a Sunay que la mano de Azul estaba tras el asesinato del director de la Escuela de Magisterio. Y además ha llegado a Kars un informe que demuestra que mató al presentador de televisión de Esmirna.

—¿Y quiénes son ésos?

—Unos cuantos de la Inteligencia Nacional de Kars… Un par de militares relacionados con ellos… Pero Sunay no está completamente bajo su influjo. Tiene sus objetivos artísticos. Ésas son sus propias palabras. Esta noche quiere representar una obra en el Teatro Nacional y quiere que tú actúes en ella. No pongas esa cara y escucha. La televisión lo retransmitirá en directo y lo verá toda Kars. Si aceptas actuar y Azul convence a los estudiantes de Imanes y Predicadores y ellos van a la representación y la ven sentaditos y callados, educadamente y aplaudiendo donde es debido, Sunay soltará a Azul. Se olvidará de todo y nadie saldrá perjudicado. Me ha escogido como intermediario.

—¿Qué obra es?

Ka le habló de Thomas Kyd y de su Tragedia española y le dijo que Sunay había cambiado y adaptado la obra:

—Con el mismo estilo con el que durante años ha mezclado a Corneille, a Shakespeare y a Brecht con danzas del vientre y canciones verdes en sus giras por Anatolia.

—Entonces yo tendré que ser la mujer a la que violan en directo para que comience la venganza de sangre.

—No. Serás la joven rebelde que lleva la cabeza cubierta como una dama española y que, harta de la venganza de sangre, en un momento de furia arroja su velo.

—Aquí la rebeldía no consiste en quitarse el velo sino en ponérselo.

—Es una obra de teatro, Kadife. Y como es una obra de teatro, bien puedes descubrirte la cabeza.

—Entiendo perfectamente lo que se pretende de mí. Y aunque sea una obra, aunque sea una pieza dentro de una representación, no me descubriré.

—Mira, Kadife, dentro de dos días amainará la nevada, se abrirán las carreteras y los presos de la cárcel caerán en manos de gente sin piedad. Entonces no volverás a ver a Azul mientras vivas. ¿Has pensado bien en todo eso?

—Me da miedo aceptar si lo pienso.

—Además, debajo del velo llevarás una peluca. Nadie te verá el pelo.

—Si me pusiera una peluca sería, como hacen algunas, para poder entrar en la universidad.

—Ahora la cuestión no es salvar el honor a la puerta de la universidad. Lo harás para salvar a Azul.

—Sí, pero ya veremos si Azul acepta esa salvación que le proporcionará el que yo me descubra.

—La aceptará —respondió Ka—. El que tú te descubras no afecta al honor de Azul porque nadie está al tanto de vuestra relación.

Por la furia en los ojos de Kadife comprendió que le había tocado el punto flaco, luego vio que sonreía de una manera extraña y se asustó. Le invadieron el miedo y los celos. Temía que Kadife le dijera algo demoledor sobre İpek.

—No tenemos mucho tiempo, Kadife —le dijo con ese mismo miedo extraño—. Sé que eres lo bastante lista y sensata como para salir de este asunto con delicadeza. Te lo digo basándome en la experiencia de ser alguien que ha pasado años de su vida como exiliado político. Escúchame: no hay que vivir la vida por los principios sino para ser feliz.

—Pero nadie puede ser feliz sin principios ni creencias —replicó Kadife.

—Es verdad. Pero es una estupidez sacrificarse por las creencias en un país cruel que no da el menor valor a la persona como es el nuestro. Los grandes principios, las grandes creencias, son para la gente de los países ricos.

—Justo al contrario. En un país pobre la gente no tiene otra cosa a la que aferrarse que a sus creencias.

Ka no dijo lo que se le vino a la mente: «¡Pero es que sus creencias son erróneas!».

—Pero tú no formas parte de los pobres, Kadife —dijo en lugar de eso—. Tú vienes de Estambul.

—Y por eso me comportaré según lo que creo. No puedo disimular. Si me descubro lo haré de verdad.

—Bueno, a ver qué te parece esto. Que no admitan a nadie en la sala del teatro. Que la gente de Kars sólo vea la obra por televisión. Entonces la cámara puede mostrar primero un plano de tu mano arrojando el velo en un momento de furia y luego, con un efecto de montaje, enseñaremos por la espalda a otra que se te parezca soltándose el pelo.

—Eso es más retorcido que llevar una peluca —dijo Kadife—. Al final todo el mundo pensará que me he descubierto como consecuencia del golpe militar.

—¿Qué es lo más importante, lo que ordena la religión o lo que piense la gente? De esa manera nunca tendrías que enseñar el pelo. Que sigue preocupándote lo que diga todo el mundo, pues cuando se acabe toda esta tontería les contamos que era un truco de montaje. Y cuando se sepa todo lo que has aceptado hacer para salvar a Azul los jóvenes de Imanes y Predicadores todavía sentirán más respeto por ti del que ya te tienen.

—¿Has pensado alguna vez que cuando estás intentando convencer a alguien de algo con todas tus fuerzas —dijo Kadife con un tono completamente distinto—, en realidad estás diciendo cosas en las que no crees en absoluto?

—Sí. Pero ahora no me siento así.

—Luego, cuando por fin logras convencer a esa persona, te sientes culpable por haberla engañado, ¿verdad? Por haberla dejado desesperada, sin otra salida.

—Lo que estás viendo en ti no es desesperación, Kadife. Como persona inteligente que eres, ves que no tienes otra posibilidad. Los que rodean a Sunay colgarían a Azul sin que les temblara la mano y tú no puedes consentirlo.

—Digamos que me descubro delante de todo el mundo, que acepto mi derrota. ¿Cómo sé que van a soltar a Azul? ¿Por qué voy a creer en la palabra de las autoridades?

—Tienes razón. Tengo que hablar de eso con ellos.

—¿Con quién hablarás y cuándo?

—Después de entrevistarme con Azul iré a hablar de nuevo con Sunay.

Ambos guardaron silencio un rato. Así quedó bastante claro que Kadife aceptaba las condiciones en general. Con todo, para estar más seguro, Ka miró la hora de manera que Kadife lo notara.

—¿Quiénes tienen a Azul? ¿El SNI o los militares?

—No lo sé. Y supongo que no hay demasiada diferencia.

—Los militares puede que no le torturen —dijo Kadife, y tras un momento de silencio añadió—: Quiero que le des esto —le alargó a Ka un mechero nacarado de piedra de estilo antiguo y un paquete de Marlboro rojo—. El mechero es de mi padre. A Azul le gusta encenderse los cigarrillos con él.

Ka aceptó los cigarrillos pero no el encendedor.

—Si le doy el mechero se dará cuenta de que ya nos hemos visto.

—Que se la dé.

—Entonces comprenderá que hemos hablado y tendrá curiosidad por saber qué decisión has tomado. Y yo no quiero que sepa que nos hemos visto ni que consientes en descubrirte para salvarle, de la manera que sea.

—¿Porque no lo aceptaría?

—No. Azul es lo bastante inteligente y lógico como para aceptar que aparentes descubrirte con tal de salvarse de la muerte, y eso tú misma lo sabes. Lo que no aceptaría es que haya hablado contigo de esta cuestión antes que con él.

—Pero ésta no es sólo una cuestión política, sino que también es algo personal que tiene que ver conmigo. Azul lo comprenderá.

—Por mucho que lo comprenda, Kadife, sabes que querrá haber sido el primero en opinar. Es un hombre turco. Y además islamista. No puedo ir y decirle: «Kadife ha decidido descubrirse la cabeza para que tú quedes libre». Tiene que pensar que ha sido él quien ha tomado la decisión. Le explicaré también a él esa simulación intermedia de la peluca y del truco de montaje. Rápidamente se convencerá a sí mismo de que es una solución que te permitirá salvar la honra. Ni siquiera querrá imaginarse el agujero negro al que le conduciría un choque entre tu concepción del honor, que no acepta numeritos, y la suya, más práctica. Y, por supuesto, si te descubres no querrá ni oír que lo haces de verdad, sin trucos.

—Tienes celos de Azul, le odias —dijo Kadife—. Ni siquiera quieres verlo como a un ser humano. Eres como los laicistas que ven a los que no se han occidentalizado como una clase inferior, primitiva, inmoral, y que pretenden hacerlos mayores de edad a fuerza de palos. Te ha hecho feliz que tenga que doblegarme ante la fuerza militar para salvar a Azul. Ni siquiera puedes disimular tu felicidad inmoral —en sus ojos apareció una mirada de odio—. Ya que el primero en tomar una decisión sobre este asunto debería ser Azul, ¿quieres que te explique por qué tú, otro hombre turco, en lugar de ir directamente a verle a él después de hablar con Sunay has venido a verme a mí? Porque primero querías ver cómo me doblegaba voluntariamente. Y eso te dará cierta superioridad ante Azul, a quien tanto miedo tienes.

—Es verdad que le tengo miedo a Azul. Pero todo lo demás que has dicho es injusto, Kadife. Si hubiera ido primero a hablar con Azul y te hubiera comunicado su decisión de que te descubrieras como si fuera una orden, no lo habrías aceptado.

—Tú ya no eres un intermediario, eres un colaborador de los tiranos.

—Yo no creo en otra cosa que en intentar salir sano y salvo de esta ciudad, Kadife. No creas tú tampoco en nada ya. Bastante le has probado a toda Kars que eres inteligente, orgullosa y valiente. En cuanto salgamos de ésta, tu hermana y yo nos iremos a Frankfurt. Para ser felices allí. Te aconsejo que hagas tú también lo que sea necesario para ser feliz. Si Azul y tú huís de aquí podéis ser perfectamente dichosos en cualquier ciudad europea viviendo como refugiados políticos. Y estoy seguro de que tu padre no tardará en seguiros. Pero para eso primero tienes que confiar en mí.

Una de las lágrimas que llenaban los ojos de Kadife al hablar de la felicidad cayó rodando por su mejilla. Se la secó rápidamente con la palma de la mano mientras sonreía de una manera que asustaba a Ka.

—¿Estás seguro de que mi hermana se irá de Kars?

—Seguro —respondió Ka a pesar de no estarlo en absoluto.

—Insisto en que le lleves el mechero a Azul y en que le digas que primero has hablado conmigo —dijo Kadife con el tono de una princesa orgullosa pero tolerante—. Y quiero estar absolutamente segura de que cuando me descubra la cabeza, Azul quedará libre. No me basta con el aval de Sunay o de cualquier otro. Todos conocemos al Estado turco.

—Eres muy lista, Kadife. ¡De toda Kars eres la persona que más se merece la felicidad! —dijo Ka, y por un momento estuvo a punto de añadir «y Necip», pero lo olvidó al instante—. Dame el mechero. Si tengo la oportunidad se lo daré a Azul. Pero confía en mí.

Cuando Kadife le estaba entregando el mechero se abrazaron inesperadamente. Ka notó por un instante entre sus brazos el cuerpo de Kadife, mucho más delicado y ligero que el de su hermana, y tuvo que contenerse para no besarla. Cuando en ese momento llamaron a la puerta, pensó: «Menos mal que no lo he hecho».

Era İpek. Le dijo a Ka que había llegado un vehículo militar para recogerle. Miró largo rato a los ojos a Ka y Kadife, con una mirada dulce y pensativa, tratando de entender todo lo que había ocurrido en aquel cuarto. Ka salió sin besarla. Al darse media vuelta al fondo del pasillo con un sentimiento de culpabilidad y victoria vio que las dos hermanas se estaban abrazando.