5. Profesor, ¿puedo preguntarle algo?

Primera y última conversación entre el asesino y su víctima

El director de la Escuela de Magisterio, a quien el hombre bajito le disparó en la cabeza y el pecho ante la mirada de İpek y Ka en la pastelería Vida Nueva, llevaba oculta una grabadora sujeta por anchas cintas adhesivas. Aquel artefacto de importación marca Grundig se lo habían colocado en el cuerpo al director de la escuela meticulosos agentes de la sección de Kars del Servicio Nacional de Inteligencia. Tanto las amenazas personales que había recibido en los últimos tiempos el director por negarse a que las jóvenes empañoladas entraran en la universidad y asistieran a clase como la información que los agentes encubiertos de Inteligencia habían conseguido de medios integristas, habían conducido a que se considerara necesario tomar medidas de precaución, pero el director, que a pesar de ser laico creía tanto en el destino como todo un beato, echó cuentas y llegó a la conclusión de que en lugar de tener plantado a su lado un guardaespaldas grande como un oso, sería más disuasorio grabar la voz de quienes le amenazaran y luego hacer que los detuvieran, así que cuando vio que un extraño se le aproximaba en la pastelería Vida Nueva, a la que había entrado repentinamente sin habérselo pensado de antemano para tomarse uno de esos bollos en forma de media luna rellenos de nuez que tanto le gustaban, encendió la grabadora que llevaba encima. Años después conseguí de la aún llorosa viuda del director y de su hija, una famosa modelo, la transcripción de la cinta, que había quedado intacta a pesar de los dos balazos que recibió el artefacto, lo que no bastó para salvar la vida del director.

«Hola, profesor, ¿me recuerda?» / «No, no caigo.» / «Eso pensaba yo, profesor, porque nunca nos hemos conocido. Intenté verle ayer por la tarde y esta mañana. Ayer la policía no me dejó entrar en la escuela. Esta mañana, aunque conseguí entrar, su secretaria no me permitió verle. Así que decidí salirle al paso en la puerta cuando fuera a clase. Fue entonces cuando me vio. ¿Se acuerda, profesor?» / «No, no me acuerdo.» / «¿No se acuerda de haberme visto o no se acuerda de mí?» / «¿De qué quería hablar conmigo?» / «En realidad me gustaría hablar con usted de cualquier cosa durante horas, durante días. Usted es un hombre eminente, sabio, ilustrado, catedrático de Agricultura. Por desgracia yo no pude estudiar. Pero hay algo que sí he estudiado mucho. Y eso es de lo que me gustaría hablar con usted. Perdóneme, profesor, ¿no le estaré robando su tiempo?» / «No, por Dios.» / «Disculpe, ¿me permite que me siente? Se trata de una cuestión muy amplia.» / «Por supuesto, adelante». (Ruidos de que el hombre aparta la silla y se sienta.) / «Ah, está tomándose un bollo de nuez, profesor. En nuestra Tokat hay unos nogales muy hermosos. ¿Ha ido alguna vez a Tokat?» / «Por desgracia, no.» / «Lo lamento de veras, profesor. Si viene, por favor, quédese en mi casa. Yo me he pasado allí toda la vida, mis treinta y seis años. Tokat es preciosa. Y Turquía también es preciosa. (Un silencio). Pero por desgracia no conocemos nuestro país, no amamos a nuestra gente. Incluso se considera una virtud faltarle al respeto a este país y a este pueblo, traicionarlos. Perdone, profesor, ¿puedo preguntarle algo? Usted no es ateo, ¿no?» / «No.» / «Es que eso dicen, pero yo no veo la menor posibilidad de que un hombre tan erudito como usted pueda —Dios nos libre— negar a Dios. Y no hace falta decir que no es judío, ¿verdad?» / «No, no lo soy.» / «Es usted musulmán.» / «Soy musulmán, gracias a Dios.» / «Se está riendo de mí, profesor, pero le ruego que me responda tomándose en serio la pregunta. Porque he venido desde Tokat en pleno invierno, con la nevada, sólo para conseguir que me responda.» / «¿Cómo ha oído hablar de mí en Tokat?» / «Profesor, en los periódicos de Estambul no se publica que en Kars usted no permite que nuestras jóvenes, muchachas creyentes, que siguen el Libro y que visten como es debido, puedan entrar en la escuela. Están ocupados con las desvergüenzas de las modelos de Estambul. Pero en nuestra hermosa Tokat tenemos una emisora musulmana de radio llamada Bandera que informa de las injusticias que se cometen con los creyentes en cualquier parte del país.» / «No cometo ninguna injusticia con los creyentes, yo también soy un hombre temeroso de Dios.» / «Profesor, llevo dos días en la carretera en medio de una tormenta de nieve; en el autobús no he hecho más que pensar en usted. Créame, sabía perfectamente que me iba a decir que es un hombre temeroso de Dios. Así que le voy a hacer la pregunta que me ha estado rondando por la cabeza todo este tiempo. Si temes a Dios, señor catedrático Nuri Yilmaz, y crees, señor profesor, que el Sagrado Corán es la palabra de Dios, entonces podrás decirme lo que opinas de la hermosa aleya treinta y uno de la azora de la Luz.» / «En esa azora, sí, se dice de una manera muy clara que las mujeres deben cubrirse la cabeza, incluso taparse el rostro.» / «Buena respuesta, muy honesta. ¡Gracias, profesor! Entonces, ¿puedo preguntarle algo? ¿Cómo puede compaginar esa orden de Dios con su prohibición de que nuestras jóvenes vayan cubiertas a la escuela?» / «El que las jóvenes no vayan cubiertas a las aulas ni a las escuelas es una orden de nuestro Estado laico.» / «Disculpe, profesor, ¿puedo preguntarle algo? ¿Qué es más importante, una orden del Estado o una orden de Dios?» / «Buena pregunta. Pero en un Estado laico son cosas separadas.» / «Muy bien dicho, profesor, déjeme que le bese la mano. Oh, alabado sea Dios. Ahora comprende cuánto respeto siento por usted. Ahora, profesor, ¿puedo preguntarle algo, por favor?» / «Claro, adelante.» / «Profesor, ¿laicismo e impiedad son lo mismo?» / «No.» / «Entonces, ¿por qué se impide con la excusa del laicismo que nuestras jóvenes creyentes, que lo único que hacen es cumplir con sus obligaciones religiosas, vayan a clase?» / «Por Dios, hijo, con estas discusiones no se llega a ninguna parte. En las televisiones de Estambul se pasan el día hablando de estos temas, ¿y qué consiguen? Ni las muchachas se quitan el pañuelo ni el Estado les permite ir a clase así.» / «Muy bien, profesor, ¿puedo preguntarle algo? Discúlpeme, pero el arrebatarle el derecho a la educación a las jóvenes que se cubren la cabeza, esas jóvenes trabajadoras, bien educadas y obedientes que hemos criado con mil y un esfuerzos, ¿es compatible con la Constitución, con la libertad religiosa y de educación? ¿Cómo puede usted actuar en conciencia? Por favor, respóndame, profesor.» / «Si tan obedientes son esas jóvenes, se descubrirán la cabeza. Hijo, ¿cómo te llamas? ¿Dónde vives? ¿En qué trabajas?» / «Profesor, trabajo en la casa de té Los Alegres, justo al lado de los famosos baños Pervane de Tokat. Soy el responsable de los fogones y las teteras. Mi nombre no importa. Escucho durante todo el día Radio Bandera. A veces me obsesiono con alguna injusticia que se comete con los creyentes y, profesor, como vivimos en un país democrático y soy un hombre libre que vive como mejor le parece, me subo a un autobús, voy a cualquier parte de Turquía para hablar con esa persona que se me ha metido en la cabeza y le pido explicaciones de esa injusticia a la cara. Por eso, le ruego que responda a mi pregunta, profesor. ¿Es más importante una orden del Estado o una orden de Dios?» / «Hijo, con esta discusión no se llega a ninguna parte. ¿En qué hotel te hospedas?» / «¿Vas a denunciarme a la policía? No me tengas miedo, profesor. No pertenezco a ninguna organización religiosa. Odio el terrorismo y creo en el libre intercambio de ideas y en el amor de Dios. En realidad, por eso, a pesar de ser un hombre tan nervioso, nunca le he dado a nadie un capón al final de una discusión. Sólo quiero que responda a mi pregunta. Profesor, perdone, pero ¿no le remuerde la conciencia con el sufrimiento de esas jóvenes a las que avasallan a las puertas de la universidad a pesar de lo que ordena tan claramente el Sagrado Corán, la palabra de Dios, en las azoras de la Coalición y la Luz?» / «Hijo, el Sagrado Corán también dice que al ladrón hay que cortarle la mano, pero nuestro Estado no lo hace. ¿Por qué no te opones a eso?» / «Muy buena respuesta, profesor. Le beso las manos. Pero ¿es lo mismo la mano de un ladrón que la honra de nuestras mujeres? Según una estadística hecha por el catedrático norteamericano musulmán negro Marvin King, en los países musulmanes donde las mujeres se cubren, los casos de violación están descendiendo tanto que prácticamente no existen, y casi no se encuentran ejemplos de acoso. Porque una mujer con un charshaf lo que les está diciendo en primer lugar a los hombres es “Por favor, no me acoséis”. Profesor, por favor, ¿puedo preguntarle algo? Si excluimos de la sociedad a la mujer que se cubre dejándola sin educación y ponemos en lo más alto a la que se descubre y lo enseña todo, ¿no nos arriesgamos a deshonrar a nuestras mujeres como pasó en Europa después de la revolución sexual y a convertirnos en, usted perdone, unos chulos?» / «Hijo, ya me he tomado el bollo. Discúlpame pero me voy.» / «Siéntate, profesor. Siéntate, no vaya a tener que usar esto. ¿Ves lo que es esto, profesor?» / «Una pistola.» / «Sí, profesor. Discúlpeme, pero he viajado tanto para venir a verle. No soy tonto, así que tomé ciertas precauciones porque pensé que quizá no querría escucharme.» / «Hijo, ¿cómo te llamas?» / «Vahit Süzme, Salim Feşmekân, ¿qué importa, profesor? Soy un defensor anónimo de todos los héroes anónimos que luchan por sus creencias y sufren injusticias en este país laico y materialista. No pertenezco a ninguna organización. Respeto los derechos humanos y no me gusta nada la violencia. Por eso ahora me pongo la pistola en el bolsillo y sólo le pido que me responda a una pregunta.» / «Muy bien.» / «Profesor, primero, por una orden de Ankara, ustedes ignoraron a todas esas muchachas inteligentes, trabajadoras, todas primeras de la clase, que llevó años criar y que son las niñas de los ojos de sus padres. Si escribían sus nombres en las listas de asistencia, ustedes los borraban porque se cubrían la cabeza. Si había un profesor sentado con siete alumnas y una de ellas iba cubierta, ignoraban a la del pañuelo y pedían seis tés. Hicieron llorar a las jóvenes que excluían. Pero eso no bastó. Gracias a una nueva orden de Ankara primero no las dejaron entrar en clase y las echaron al pasillo y luego las expulsaron del pasillo y las pusieron de patitas en la calle. Cuando vieron que un puñado de heroicas jóvenes se resistían a descubrirse y se reunían en la puerta tiritando de frío para hacer oír sus quejas, ustedes cogieron el teléfono y llamaron a la policía.» / «Nosotros no llamamos a la policía.» / «Profesor, no me mienta porque le da miedo la pistola que llevo en el bolsillo. La noche del día en que la policía detuvo a las jóvenes y se las llevó a rastras, ¿cómo pudiste dormir con la conciencia tranquila? Ésa es mi pregunta.» / «Pero está claro que el que la cuestión del velo se haya convertido en un símbolo, en un juego político, ha hecho más infelices a nuestras jóvenes.» / «¿De qué juego me habla, profesor? Por desgracia, una joven angustiada porque se veía atrapada entre la escuela y su honra se ha suicidado. ¿Es eso un juego?» / «Hijo, estás muy irritado, pero ¿se te ha ocurrido pensar que detrás de que toda esta cuestión del pañuelo haya adquirido ese cariz político quizá existan unas fuerzas exteriores que quieren debilitar a Turquía dividiéndola en dos?» / «Si admitieras a esas muchachas en la escuela dejaría de existir el problema de las jóvenes cubiertas, profesor.» / «¿Sólo porque yo lo quisiera, hijo? Es lo que quiere Ankara. Mi mujer también se cubre la cabeza.» / «Profesor, no me des coba y responde a mi pregunta.» / «¿Qué pregunta?» / «¿No le remuerde la conciencia?» / «Hijo, yo también soy padre, claro que lo lamento por esas jóvenes.» / «Mira, yo sé contenerme muy bien, pero soy un hombre muy nervioso. En cuanto pierdo la cabeza, se lía una buena. En la cárcel le pegué una paliza a un tipo porque no se tapaba la boca cuando bostezaba; a todo el pabellón les hice hombres hechos y derechos, todos dejaron sus malas costumbres y empezaron a rezar. Así que ahora no te andes con rodeos y responde a mi pregunta. ¿Qué te he dicho hace un momento?» / «¿Qué me has dicho, hijo? Baja esa pistola.» / «No te he preguntado si tenías hijas ni si lo lamentabas.» / «Lo siento, hijo. ¿Qué me habías preguntado?» / «Ahora no me hagas la pelota porque te da miedo la pistola. Recuerda lo que te he preguntado…». (Silencio.) / «¿Qué me habías preguntado?» / «Que si no te remuerde la conciencia, infiel.» / «Claro que me remuerde.» / «Entonces, ¿por qué lo haces, sinvergüenza?» / «Hijo, soy un profesor que podría ser tu padre. ¿Ordena en algún sitio el Sagrado Corán que hay que apuntar con una pistola a los mayores e insultarles?» / «No te lleves a la boca el Sagrado Corán, ¿vale? Y no mires así a izquierda y derecha como si pidieras ayuda, y como grites te pego un tiro sin piedad. ¿Nos entendemos ahora?» / «Sí.» / «Entonces responde a mi pregunta: ¿de qué le va a servir a este país que las jóvenes se descubran la cabeza? Dime una razón que te creas de verdad, que puedas admitir en conciencia, dime, por ejemplo, que si se descubren, entonces los europeos las tratarán más como a personas. Por lo menos entenderé la intención y no te mataré, te dejaré ir.» / «Hijo mío. Yo también tengo una hija, y lleva la cabeza descubierta. De la misma manera que nunca me he metido en lo que hace su madre, que sí se cubre, no me meto en lo que hace ella.» / «Y tu hija ¿por qué lleva la cabeza descubierta? ¿Quiere ser artista?» / «A mí no me ha dicho nada de eso. Estudia relaciones públicas en Ankara. Mi hija ha sido un gran apoyo para mí desde que me convertí en blanco de calumnias y amenazas, que tan mal me lo hacen pasar, con todo este asunto de los pañuelos; cuando me vuelvo el objeto de la ira de mis enemigos y de gente como usted, que está enfadada con toda la razón, me llama por teléfono desde Ankara…» / «¿Y te dice “Papá, agárrate, que voy a ser artista”?» / «No, hijo, no me dice eso. Me dice “Papá, yo no me atrevería a ir descubierta a una clase en la que todas se cubren, me pondría un pañuelo aunque no quisiera”» / «¿Y qué tendría de malo que se tuviera que cubrir aunque no quisiera?» / «La verdad, eso no lo voy a discutir. Usted me ha dicho que le diera una razón.» / «¿O sea, sinvergüenza, que estás provocando que la policía zurre con sus porras a la puerta de tu escuela a unas jóvenes creyentes que se visten como Dios manda, incitándolas al suicidio a fuerza de avasallarlas, sólo por un capricho de tu hija?» / «Las razones de mi hija son al mismo tiempo las razones de otras muchas mujeres turcas.» / «No sé qué razones puede tener cualquier otra artista cuando el noventa por ciento de las mujeres de Turquía se cubren la cabeza. Estás orgulloso de que tu hija se desnude, tirano sinvergüenza, pero métete esto en la cabeza, yo no seré catedrático, pero he leído de esto más que tú.» / «Señor mío, no me apunte, por favor, se está poniendo nervioso y si se le dispara puede que después lo lamente.» / «¿Por qué iba a lamentarlo? En realidad me he hecho un camino de dos días a través del infierno de la nieve para quitar de en medio a un infiel. El Sagrado Corán dice que es lícito matar al tirano que oprime a los creyentes. De todas maneras, te doy una última oportunidad porque me das pena: dime una sola razón que tu conciencia pueda admitir para que las jóvenes que visten como Dios manda se descubran y, mira, te juro que no te dispararé.» / «Si la mujer se descubre conseguirá un lugar más cómodo y respetable en la sociedad.» / «Puede que eso valga para esa hija tuya que quiere ser artista. Pero el velo, por el contrario, protege a las mujeres del acoso, de las violaciones y de los ultrajes y es la manera más cómoda de unirse a la sociedad. Como dicen muchas mujeres que luego han vestido el charshaf, entre ellas la antigua danzarina del vientre Melahat Sandra, el pañuelo las ha salvado de convertirse en objetos miserables que compiten con las otras mujeres para ser más atractivas, para eso se maquillan continuamente, estimulando por la calle los instintos animales de los hombres. Como ha explicado el catedrático negro norteamericano Marvin King, si la famosa artista Elizabeth Taylor hubiera llevado estos veinte últimos años un charshaf no habría tenido que ir a hospitales psiquiátricos avergonzada de su gordura y sería feliz. Disculpe, profesor, ¿puedo preguntarle algo? ¿De qué te ríes, profesor, tan gracioso es lo que estoy diciendo? (Un silencio). Dime, cabrón ateo sinvergüenza, ¿de qué te ríes?» / «Hijo mío, créame, no me he reído y, si lo he hecho, ha sido sólo por los nervios.» / «¡No! ¡Te has reído de verdad!» / «Hijo mío, mi corazón está lleno de afecto por los jóvenes de este país que, como tú y como esas jóvenes que se cubren, sufren porque creen en su causa.» / «No me hagas la pelota. Yo no sufro. Pero ahora vas a sufrir tú por haberte reído de las jóvenes que se han suicidado. Visto que te ríes de ellas, no creo que demuestres remordimientos. Así que déjame que te haga saber en qué situación te encuentras. Hace tiempo que los Guerrilleros por la Justicia Islámica te condenaron a muerte, la decisión se tomó por unanimidad en Tokat hace cinco días y me enviaron a mí para ejecutar la sentencia. Si no te hubieras reído, si te hubieras arrepentido, quizá te habría perdonado. Toma este papel y lee tu sentencia de muerte, vamos… (Un silencio). Lee en voz alta sin llorar como una mujer, vamos, sinvergüenza, o si no ahora mismo te pego un tiro.» / «Yo, el catedrático ateo Nuri Yilmaz, pero, hijo mío, yo no soy ateo…» / «Vamos, lee.» / «Hijo, ¿me vas a matar mientras leo?» / «Te mataré si no lo lees. Vamos, lee.» / «Como instrumento que soy del plan secreto para convertir a los musulmanes de la República laica de Turquía en esclavos de Occidente, para deshonrarlos y apartarlos de la religión, he oprimido de tal forma a las jóvenes creyentes apegadas a la religión que no se descubren la cabeza y no se apartan de lo que ordena el Sagrado Corán que por fin una joven creyente, no soportando el sufrimiento, se suicidó… Hijo mío, con tu permiso, aquí debo protestar; y comunícaselo a la comisión que te ha enviado, por favor. Esa joven no se ahorcó porque no la admitiéramos en la escuela ni por los maltratos de su padre, sino que, por desgracia, lo hizo por penas de amores, como nos ha hecho saber el Servicio Nacional de Inteligencia.» / «No dice eso en la carta que dejó al morir.» / «Confiando en tu misericordia, hijo mío —por favor, baja esa pistola—, tengo que decirte que esa joven ignorante atolondradamente le entregó su virginidad antes de casarse a un policía veinticinco años mayor que ella y cuando el hombre, ¡qué vergüenza!, le dijo que ya estaba casado y que no tenía la menor intención de casarse con ella…» / «Cállate, miserable. Eso lo haría la puta de tu hija.» / «No lo hagas, hijo, no lo hagas. Si me matas no tendrás futuro.» / «Di que estás arrepentido.» / «Estoy arrepentido, hijo, no dispares.» / «Abre la boca que te meta la pistola… Y ahora apoya tu dedo en el mío y tira tú mismo del gatillo. Morirás como un infiel, pero al menos con honor». (Un silencio.) / «Hijo, mira qué bajo me has hecho caer, a mi edad y estoy llorando, implorándote, no tengas pena por mí sino por ti. Qué pena de juventud, te vas a convertir en un asesino.» / «Entonces, ¡tira tú del gatillo! Y ya verás lo que duele el suicidio.» / «Hijo, soy musulmán, ¡estoy en contra del suicidio!» / «Abre la boca. (Un silencio). No llores así… No se te había ocurrido pensar que algún día te pedirían cuentas, ¿eh? No llores o disparo.» / (Se oye a lo lejos la voz del anciano camarero). «Señor, ¿quiere que le lleve su té a esa mesa?» / «No, no hace falta. Ya me iba.» / «No mires al camarero y sigue leyendo tu sentencia de muerte.» / «Hijo, perdóname.» / «Te estoy diciendo que leas.» / «Me avergüenzo de todo lo que he hecho, reconozco que me merezco la muerte y esperando que el Altísimo me perdone…» / «Vamos, lee.» / «Querido hijo, deja llorar a este anciano. Déjame que piense por última vez en mi mujer y en mi hija.» / «Piensa en las jóvenes a las que has oprimido. Una ha tenido una crisis nerviosa, a cuatro las han expulsado de la escuela en tercero, una se ha suicidado, todas han caído en cama con fiebre a fuerza de tiritar de frío en la puerta de la escuela, a todas se les ha torcido la vida.» / «Estoy muy arrepentido, hijo mío. Pero piensa si te vale la pena convertirte en asesino por matar a alguien como yo.» / «Muy bien. (Un silencio). Ya lo he pensado, profesor, y mire lo que se me ha ocurrido.» / «¿Qué?» / «Vine a esta miserable ciudad de Kars para encontrarte y ejecutarte y me he pasado dos días dando vueltas con las manos en los bolsillos. Así que me dije que era el destino, me compré el billete de vuelta a Tokat, y justo cuando me estaba tomando un último té…» / «Hijo mío, si estás pensando en matarme y escaparte de Kars en el último autobús, tengo que decirte que han cortado las carreteras por la nieve y el autobús de las seis no va a salir. No vayas a tener que arrepentirte luego.» / «Justo cuando iba a volver a Tokat, Dios te envió a esta pastelería Vida Nueva. O sea, si Dios no te perdona, ¿voy a hacerlo yo? Di tus últimas palabras, proclama la gloria de Dios.» / «Siéntate, hijo, el Estado os atrapará a todos, y os colgará a todos.» / «Proclama la gloria de Dios.» / «Tranquilo, hijo, espera, siéntate, piénsatelo una vez más. No tires, ¡espera! (Sonido de un disparo, ruido de una silla que se cae). ¡No lo hagas, hijo mío!». (Dos disparos más. Silencio, un gemido, el ruido de la televisión. Otro disparo. Silencio).