El vehículo de aterrizaje se posó en el techo de Palacio con un agudo silbido de los motores que fue convirtiéndose en rumor sordo hasta apagarse por completo. Fuera se oyó un prolongado redoble de tambores. La música marcial penetró en la cabina y luego atronó en la nave al abrirse la escotilla.
David Hardy parpadeó ante los reflejos del sol matutino sobre las piedras multicolores del Palacio. Aspiró el aire fresco sin olor a naves y hombres y filtros, y sintió la calidez de Nueva Caledonia. Sus pies tocaban sólida roca. ¡El hogar!
—¡GUARDIA DE HONOR, ATENCIÓN!
Oh, Señor, ahora saldrán todos, pensó David. Se irguió y descendió por la rampa mientras las cámaras centraban en él sus objetivos. Le seguían otros oficiales y civiles. El doctor Horvath fue el último, y cuando apareció David hizo una seña al oficial que estaba al cargo.
—¡PRESENTEN… ARMAS!
—¡Snap! ¡Crak! Cincuenta pares de guantes blancos hicieron idénticos movimientos y golpearon las armas al mismo tiempo. Cincuenta mangas escarlata con cinta dorada se alzaron con geométrica precisión. El redoble del tambor se hizo más sonoro, más rápido.
Los pajeños bajaron la rampa. Parpadearon bajo la claridad del sol de Nueva Caledonia. Las trompetas lanzaron su saludo y luego cedieron paso de nuevo a los tambores. Después sólo alteró el silencio el lejano rumor del tráfico en las calles, a medio kilómetro de distancia. Hasta los informadores guardaban silencio en su plataforma elevada. Los pajeños giraban sus cuerpos a un lado y a otro.
¡Qué curioso! Al fin un mundo humano, y humanos gobernando. Sin embargo, ¿qué hacían? Delante había dos hileras de veinticinco soldados en posición rígida, sosteniendo las armas en lo que no podía ser una postura cómoda. Todos igual y evidentemente sin amenazar a nadie; pero Iván se volvió automáticamente, como buscando a sus Guerreros.
A su derecha había más soldados de aquellos, pero llevaban instrumentos que producían ruidos, no armas, y varios llevaban banderas de colores; tres más llevaban armas y un cuarto una bandera aún mayor de un solo color, símbolos que ya habían visto antes. Una corona y una nave espacial, un águila y la hoz y el martillo.
Justo enfrente, más allá de los tripulantes de la Lenin y de la MacArthur, había más humanos que vestían ropas muy diversas. Evidentemente esperaban hablar con los pajeños, pero no hablaban.
—El capitán Blaine y la señorita Fowler —gorjeó Jock—. Su postura indica que los dos que hay frente a ellos reciben un tratamiento de respeto.
David Hardy condujo a los pajeños. Los alienígenas aún seguían charlando entre sí con tonos musicales.
—Si el aire les resulta desagradable —dijo David—, podemos hacerles filtros. Pero no vi que la atmósfera de la nave les molestase. —Aspiró otra bocanada de aquel aire limpio y precioso.
—No, no, es sólo un poco insípido —dijo un Mediador; era imposible distinguirlos—. Además hay oxígeno extra. Creo que lo necesitaremos.
—¿Y la gravedad?
—Bien. —El pajeño achicó los ojos hacia el sol—. Necesitaremos también gafas oscuras.
—Desde luego.
Llegaron al final de la hilera de guardias de honor. Hardy hizo una inclinación a Merrill. Los dos Mediadores hicieron lo mismo; una imitación perfecta. El Blanco permaneció erguido un instante y luego se inclinó, pero no tanto como los otros.
El doctor Horvath esperaba.
—El Príncipe Estefan Merrill, Virrey de Su Majestad Imperial en el sector Trans-Saco de Carbón —anunció Horvath—. Su Alteza el Embajador de Paja Uno. Su nombre es Ivan.
Merrill se inclinó protocolariamente y luego indicó al senador Fowler con un ademán.
—Senador Benjamin Bright Fowler, Lord Presidente de la Comisión Imperial Extraordinaria. El senador Fowler tiene poderes para hablar con ustedes en nombre del Emperador y les trae un mensaje de Su Majestad.
Los pajeños se inclinaron de nuevo.
El senador Fowler había permitido a su criado que le vistiese adecuadamente: millones de seres humanos verían las imágenes de aquella recepción. Su túnica negra no tenía más adorno que un pequeño sol de oro al pecho, a la izquierda; la faja era nueva y los pantalones ajustaban perfectamente y se embutían en unas botas resplandecientes, suaves como guantes. Llevaba en el brazo izquierdo un bastón de caña con el mango de oro labrado, mientras que Rod Blaine sostenía un pergamino.
Fowler leyó con la voz de sus discursos oficiales muy tranquilo. Este caso no iba a ser una excepción.
—Leónidas IX, Emperador de la Humanidad por la gracia de Dios, a los representantes de la civilización pajeña, saludos, bienvenidos. La Humanidad lleva mil años buscando hermanos en el Universo. Es un sueño de toda nuestra historia…
El mensaje era largo y protocolario, y los pajeños lo escucharon en silencio. A su izquierda un grupo de hombres se movían y murmuraban, y algunos les enfocaban instrumentos que los pajeños identificaron como cámaras trivisionales mal diseñadas. Había un bosque de cámaras y, más allá, más hombres; ¿por qué necesitarían los humanos tanta gente para una tarea tan simple?
Fowler terminó el mensaje. Siguió la mirada del pajeño sin volver la cabeza.
—Los señores de la prensa —murmuró—. Procuraremos por todos los medios que no les molesten.
Luego alzó el pergamino para mostrar el sello imperial y se lo ofreció a los pajeños.
—Evidentemente esperan respuesta. Éste es uno de los actos «protocolarios» de que nos habló Hardy. No sé qué decir. ¿Qué opináis vosotros?
—No sé qué decir tampoco —dijo Jock—. Pero hay que decir algo.
—¿Qué dijeron ellos? —preguntó el Amo.
—Aunque lo tradujera no tendría sentido. Nos han dado la bienvenida en nombre de su Emperador, que parece ser un super Amo. Ese bajo y gordo es el Mediador de ese Emperador.
—Ah. Al menos hemos encontrado uno con quien poder comunicarnos. Hablale.
—¡Pero si no ha dicho nada!
—No digas nada tú tampoco.
—Estamos muy agradecidos por la bienvenida de su Emperador. Creemos que este primer encuentro entre razas inteligentes será una fecha histórica, quizás el acontecimiento más importante de nuestras historias. Estamos deseosos de iniciar el comercio y el enriquecimiento mutuo de pajeños y humanos.
—Pareces Horvath.
—Claro. Fueron palabras suyas. Solía utilizarlas antes de que los humanos destruyesen su nave más pequeña. Tenemos que saber por qué lo hicieron.
—¡No preguntarás hasta que no sepamos más de los humanos!
Los pajeños seguían parpadeando en un silencio que se prolongaba embarazosamente. Era obvio que no tenían más que decir.
—Deben de estar ustedes cansados del viaje —dijo Merrill—. Supongo que querrán descansar en sus habitaciones antes de que empiece el desfile.
Al ver que los pajeños no contestaban, Merrill hizo un leve gesto con la mano. La banda inició una marcha y los pajeños se vieron conducidos hacia un ascensor.
—Conseguiremos burlar a esos malditos periodistas —murmuraba Fowler. Se volvió para sonreír a las cámaras. Los otros hicieron lo mismo y aún sonreían cuando las puertas del ascensor se cerraron ante las caras de los periodistas, que corrieron tras los pajeños al ver que se iban.
No había ningún ojo espía en las habitaciones, y las puertas tenían cerraduras. Había varias habitaciones, todas de techo muy alto; tres con lo que los humanos consideraban camas adecuadas para los pajeños, y cada una de éstas con un cuarto adjunto para deshacerse de los desperdicios y lavarse. En otra habitación había un refrigerador y hornillos de llama y de microondas, grandes reservas de alimentos incluyendo los manjares que habían traído los pajeños, cubertería y equipo que no reconocieron. Otra habitación, la mayor de todas, tenía en el centro una gran mesa de madera encerada y sillas pajeñas y humanas.
Vagabundearon por los vastos espacios.
—Una pantalla trivisional —exclamó Jock.
Manipuló los controles y apareció una imagen. Era una cinta en la que aparecían ellos mismos escuchando el mensaje del Emperador. Otros canales mostraban lo mismo, u hombres hablando sobre la llegada de los pajeños, o…
Un hombre alto que vestía prendas sueltas gritaba. Su tono y su gesto indicaban cólera:
—¡Son diablos! ¡Hay que destruirlos! ¡Las legiones de Él lucharán contra las legiones del infierno!
Los gritos de aquel hombre quedaron cortados y le sustituyó otro hombre, que vestía también ropa floja, pero que no gritaba. Hablaba con calma.
—Han oído al hombre que se autoproclama la Voz de Él. No es necesario que lo diga, por supuesto, pero hablando en nombre de la Iglesia puedo asegurarles que los pajeños no son ni ángeles ni demonios; son sólo seres inteligentes muy parecidos a nosotros. Si constituyen una amenaza para la Humanidad, no se trata, desde luego, de una amenaza espiritual; los siervos de Su Majestad podrán tratar sin miedo con ellos.
—Cardenal Randolf, ¿ha determinado la Iglesia El, bueno… el status de los pajeños? Es decir, su definición teológica…
—Por supuesto que no. Pero puedo decir que no son seres sobrenaturales.
El cardenal Randolf se echó a reír y lo mismo hizo el comentarista. No había rastro del hombre que gritaba furioso.
—Venid —dijo el Amo—. Ya tendréis tiempo para esto más tarde. Entraron en la habitación mayor y se sentaron a la mesa; Charlie sirvió cereal de las reservas de alimentos.
—¿Habéis olido el aire? —preguntó Jock—. No tienen desarrollo industrial. ¡El planeta debe de estar casi vacío! Hay espacio para millones de Amos y todos sus servidores.
—Un exceso de luz solar de este tipo podría dejarnos ciegos. La gravedad acortaría nuestras vidas. —Charlie inspiró profundamente—. Pero hay espacio y alimentos y metales. Creo que podríamos soportar bien la gravedad y la luz del sol.
—Quizás no haya oído bien… —dijo Jock con un gesto burlón—. ¿Vamos a conquistar nosotros tres el planeta?
—¡Estos humanos me llevan a ideas de Eddie el Loco! ¿Os disteis cuenta? ¿Oísteis? El Mediador del Emperador detesta a los operadores de las cámaras trivisionales, y sin embargo les habla sonriendo y dice que no tiene poder para impedirles molestarnos.
—Nos han dado un aparato trivisional —dijo el Amo.
—Y es evidente lo que ven los humanos. Había portavoces de varios Amos. Ya visteis —indicó Jock con placer—. Tendré muchas posibilidades de descubrir cómo se gobiernan los humanos y cómo viven.
—Nos han dado una fuente de información que ellos no controlan —dijo el Amo—. ¿Qué significa esto?
Los Mediadores guardaron silencio.
—Sí—dijo Ivan—. Si no tenemos éxito en nuestra misión, no nos permitirán volver. —Hizo un gesto de indiferencia—. Lo sabíamos antes de venir. Ahora es más vital que nunca que establezcamos comercio con los humanos cuanto antes; o que determinemos qué relaciones no son deseables y hallemos medio de impedirlas. Debéis actuar enseguida.
Lo sabían. Los Mediadores que habían propuesto aquella misión y los Amos que habían consentido conocían los límites temporales antes de que abandonaran Paja Uno. Eran dos: el período de vida de un Mediador era corto, y el Amo moriría aproximadamente al mismo tiempo. El gran desequilibrio hormonal que le hacía estéril y permanentemente macho le mataría. Pero sólo los híbridos y los Encargados estériles podían ser candidatos, pues ningún Amo confiaría en otro que no fuese un Encargado para aquella tarea; y sólo un Encargado podía sobrevivir sin procrear.
La extensión del segundo límite temporal era menos previsible, pero no menos segura: la civilización estaba de nuevo amenazada en la Paja. Se iniciaba otro Ciclo, y pese a los inevitables Eddie el Loco no habría medio de impedirlo. Tras el colapso, los humanos encontrarían a los pajeños sumidos en la barbarie. La raza estaría desvalida, o casi; ¿qué harían entonces los humanos?
Nadie lo sabía y ningún Amo quería arriesgarse.
—Los humanos han prometido acuerdos comerciales. Supongo que el Mediador será su instrumento. Quizás también el señor Bury u otro como él.
Jock dejó su silla y examinó las paredes artesonadas. Había botones ocultos y apretó uno. Se deslizó un panel mostrando otro aparato trivisional, y Jock lo accionó.
—¿Qué hay que discutir? —preguntó el Amo—. Nosotros necesitamos alimentos y tierra para salir de los Ciclos. Tenemos que ocultar la urgencia de nuestras necesidades y sus razones. Poco tenemos que ofrecer para intercambiar, salvo ideas; no tenemos recursos que ampliar. Si los humanos desean bienes duraderos, deben darnos metales para fabricarlos.
Cualquier reducción de los recursos de la Paja prolongaría el colapso siguiente; y esto no podían permitirlo.
—Aunque la Marina insiste en guardar silencio, puedo decirles que esos seres poseen una tecnología muy superior a la del Primer Imperio —decía un comentarista en la pantalla. Parecía impresionado.
—Los humanos no poseen ya muchas de las cosas que tenían —dijo Jock—. En otros tiempos, en el período que ellos llaman el Primer Imperio, tenían maquinaria transformadora de alimentos de asombrosa eficacia. Sólo necesitaban energía y materia orgánica, basura, maleza, incluso animales hombres muertos. Las materias tóxicas quedaban eliminadas o transformadas.
—¿Conoces los principios? ¿O la amplitud de su uso? ¿O por qué no disponen ya de ella? —preguntó el Amo.
—No. Los humanos no hablan de ello.
—Yo oí —añadió Charlie—. Fue un soldado que se llamaba Dubcek, intentaba ocultar el hecho evidente de que los humanos tienen Ciclos. Todos lo hacen.
—Nosotros conocemos sus Ciclos —dijo Ivan—. Son Ciclos extrañamente erráticos.
—Sabemos lo que los guardiamarinas nos dijeron en sus últimas horas. Sabemos lo que los otros habían dicho implícitamente. Sabemos que les sobrecoge el poderío de su Primer Imperio, pero que sienten escasa admiración por sus civilizaciones anteriores. Poco más. Quizás con la trivisión podamos aprender.
—Y esa máquina alimentadora, ¿sabrán otros más sobre ella?
—Sí. Un Marrón, con lo que saben los humanos de los principios, es posible que pudiera…
—Por favor —dijo Charlie—. Deja de echar de menos a los Marrones.
—No puedo evitarlo. No tengo más que tenderme en una de sus literas, o sentarme en esta silla, e inevitablemente mi pensamiento me lleva…
—Un Marrón moriría enseguida. Dos Marrones procrearían infinitamente y si se lo impidiésemos morirían lo mismo. Olvídate de los Marrones.
—Lo haré. Pero esa máquina de alimentos reduciría considerablemente los Ciclos.
—Reunirás todos los datos posibles sobre la máquina —ordenó Ivan—. Y tú dejarás de hablar de los Marrones. Mi litera está tan mal diseñada como la vuestra.
La tribuna estaba frente a las puertas de Palacio, y llena de humanos. Se extendían a ambos lados estructuras más permanentes, hasta donde podían ver los pajeños desde su asiento de primera fila. Les rodeaban humanos por todas partes.
Iván permanecía impasible. No comprendía el propósito de todo aquello, pero los humanos se esforzaban por observar las formalidades. Cuando dejaron sus habitaciones les siguieron humanos armados, y aquellos hombres no observaban a los pajeños; vigilaban incesantemente a las multitudes que les rodeaban. Aquellos soldados no eran impresionantes y sería como Carnes en manos de los Guerreros, pero al menos los Amos humanos les habían proporcionado una guardia personal. Intentaban ser corteses.
Los Mediadores charlaban como hacen siempre los Mediadores, e Iván escuchaba atentamente. De las conversaciones de los Mediadores se podía aprender mucho.
—Éstos son —decía Jock— los Amos supremos de este planeta, de veinte planetas y de más. Sin embargo han dicho que deben hacer esto. ¿Por qué?
—Tengo varías teorías —dijo Charlie—. Fíjate, en las normas de respeto cuando se aproximen a los asientos. El Virrey Merrill ayuda a Sally a subir las escaleras. Algunos omiten los títulos y otros los utilizan siempre, y por los altavoces se dan títulos y más títulos. «Caballeros de la prensa» parece que no entraña ningún status especial. Sin embargo paran a quien les place, y aunque los otros les impidan ir donde quieren, no les castigan por intentarlo.
—¿Qué regla ves ahí? —preguntó Jock—. Yo no veo ninguna.
—¿Has extraído alguna conclusión? —preguntó Ivan.
—Sólo tengo preguntas interesantes —contestó Charlie.
—Entonces os diré mis propias observaciones —dijo Ivan.
Jock pasó a hablar la lengua reciente de los remolcadores troyanos.
—¿Qué esquema ves tú?
Charlie contestó en el mismo idioma.
—Veo una compleja red de obligaciones, pero dentro de ella una pirámide de poder. Aunque nadie es de verdad independiente, cuando se acerca uno a la cúspide de la pirámide el poder crece muchísimo. Sin embargo, raras veces se utiliza plenamente. Hay líneas de obligaciones que se extienden por todas partes, hacia arriba, hacia abajo, a los lados de un modo totalmente extraño. Mientras que un Amo nunca trabaja directamente para ningún otro, estos humanos trabajan todos unos para otros. El Virrey Merrill responde a órdenes de arriba y a obligaciones de abajo. Los Marrones y los Labradores y los Guerreros y los Trabajadores exigen y reciben cuentas periódicas de la actuación de sus Amos.
Jock (asombrado):
—Es demasiado complejo. Pero si no llegamos a descifrarlo no podremos predecir lo que harán los humanos.
—Las normas cambian constantemente —dijo Charlie—. Y hay esa actitud que ellos llaman «protocolaría»…
—Sí, lo he observado —dijo Jock—. Esa mujer pequeña que cayó frente al vehículo. Los hombres del vehículo vacilaron, quizás resultaran heridos. El vehículo se detuvo con mucha brusquedad. ¿Qué prerrogativas puede tener esa mujer?
—Si el que se la lleva es su padre —dijo Jock—, entonces es una protoingeniero. Salvo que sea una mujer pequeña y tengan pocos ingenieros femeninos, y el coche del Amo se detuviese para evitar atropellada, en perjuicio del Amo. Ahora comprendo por qué sus Fyunch(click) se vuelven locos.
La tribuna estaba casi llena, y Hardy volvió a su sitio junto a ellos.
—¿Puede explicarme otra vez qué pasa aquí? —preguntó Charlie—. No entendimos nada, y usted tenía poco tiempo.
Hardy lo pensó. Todos los niños sabían lo que era un desfile, aunque nadie se lo dijese; lo que uno hacía era llevarlos a que viesen uno. A los niños les gustaba porque podían ver cosas extrañas y maravillosas… Los adultos… Bueno, los adultos tenían otras razones.
—Pasarán —explicó— una serie de hombres ante nosotros en formaciones regulares. Algunos tocarán instrumentos de música. Habrá vehículos que exhibirán piezas de artesanía y de arte e implementos agrícolas. Luego pasarán más hombres caminando, y cada grupo llevará el mismo uniforme.
—¿Y con qué objetivo?
Hardy se echó a reír.
—Honrarles a ustedes, y honrarnos nosotros y honrarles a ellos. Que muestren sus habilidades. —Y quizás su poder…—. Hemos tenido desfiles en toda nuestra historia, y no hay indicios de que vayamos a prescindir de ellos.
—¿Y es éste uno de esos actos de «protocolo» de que nos habló?
—Sí, pero teóricamente también debe de resultar divertido. —Hardy sonreía benévolamente. Tenían un aire curioso con su piel marrón y blanca y sus grandes gafas negras, fijadas con cintas, porque no tenían narices en que apoyar las gafas ordinarias. Aquellas gafas les daban un aire extrañamente solemne.
Hardy percibió un rumor atrás y se volvió. El estado mayor del Almirantazgo ocupaba su puesto. Hardy reconoció al almirante Kutuzov junto al Gran Almirante de la Flota, Cranston.
Los pajeños charlaban entre sí, sus voces subían y bajaban escalas, agitaban los brazos…
—¡Es él! ¡Es el Amo de la Lenin! —Jock se levantó y miró. Los brazos indicaban sorpresa, alegría, asombro…
Charlie estudiaba las actitudes de los humanos cuando entraban en el espacio de la tribuna. ¿Quién rendía pleitesía a quién? ¿De qué forma? Los que vestían del mismo modo reaccionaban previsiblemente, y sus ropas indicaban su rango concreto. Blaine llevaba en otros tiempos aquella ropa y mientras lo hacía correspondía al rango que teóricamente podía asignársele. Ahora no vestía ya lo mismo, y las reglas eran distintas. Hasta Kutuzov se había inclinado ante él. Y sin embargo… Charlie observó las acciones de los demás y las expresiones faciales, y dijo:
—Tienes razón. Ten cuidado.
—¿Estás seguro? —preguntó el Blanco.
—¡Sí! Es el que he estudiado durante más tiempo, aunque sólo a través de la conducta de los que seguían sus órdenes. Fíjate en la ancha faja de la manga, el símbolo planetario en el pecho, el respeto que le muestran los infantes de marina de la Lenin que hacen guardia. Desde luego que sí. Tenía razón desde un principio, un solo ser y humano…
—Deja de estudiarle. Aparta los ojos de allí.
—¡No! ¡Debemos conocer este tipo de humano! ¡Ésta es la clase que ellos eligen para mandar sus naves de guerra!
—Aparta los ojos de allí.
—Eres un Amo, pero no mi Amo.
—Obedece —dijo Ivan. No se le daban bien las discusiones.
A Charlie sí. Mientras Jock vacilaba con su dilema interno, Charlie pasó a un idioma antiguo y medio olvidado, menos con propósitos de acatamiento que por recordar a Jock cuánto tenían que ocultar.
—Si tuviésemos varios Mediadores el riesgo sería admisible; pero si tú te vuelves loco ahora, tendríamos que decidir las cosas sólo Iván y yo. Tu Amo no estaría representado.
—Pero los peligros que amenazan a nuestro mundo…
—Considera la suerte de tus hermanos. La Mediadora de Sally Fowler se dedica ahora a decir a los Amos que podríamos llegar a un mundo perfecto si ellos limitasen su descendencia. El Mediador de Horace Bury…
—Si pudiésemos saber…
—… ha desaparecido. Envía cartas a los Amos más poderosos pidiendo que le hagan ofertas porque está dispuesto a cambiar de Amo, e indicando el valor de informaciones que sólo él posee. ¡La Mediadora de Jonathon Whitbread traicionó a su Amo y mató a su propio Fyunch(click)! —Los ojos de Charlie brillaron al mirar a Ivan. El Amo estaba observando, pero no entendía.
Charlie pasó otra vez a la lengua común.
—La Mediadora del capitán Roderick Blaine se volvió también loca. Estabais presentes. La Mediadora de Gavin Potter también. La Mediadora de Sinclair aún puede vivir en sociedad, pero está también completamente trastornada.
—Eso es cierto —dijo el Blanco—. La hemos puesto al cargo de un proyecto para crear un campo de fuerza como el que poseen los humanos. Trabaja asombrosamente bien con los Marrones y utiliza personalmente herramientas. Pero con su Amo y con sus hermanos Mediadores habla como si tuviese dañado el lóbulo parietal.
Jock se sentó de pronto, los ojos fijos enfrente.
—Considerad el panorama —continuó Charlie—. Sólo la Mediadora de Horst Staley está realmente sana, de acuerdo con un criterio racional. No debemos identificarnos con ningún humano. Desde luego esto no debería resultar duro. ¡No puede haber en nosotros ningún instinto que nos empuje a identificarnos con los humanos!
Jock volvió al idioma reciente de los remolcadores troyanos.
—Pero estamos solos aquí. ¿De quién debería ser entonces Fyunch(click), Ivan?
—Tu no serás Fyunch(click) de ningún humano —dijo Ivan. Sólo había entendido esto último. Charlie no contestó.
Me alegro de que terminase, fuese lo que fuese, pensó Hardy. La conversación pajeña se había prolongado sólo medio minuto, pero el intercambio de información debía de haber sido considerable… y el contenido emocional muy alto. David estaba seguro, aunque no pudiese identificar siquiera unas cuantas frases de un idioma pajeño. Hacía muy poco que había llegado a la conclusión de que había varios idiomas entre los pajeños.
—Aquí vienen el Virrey y los miembros de la Comisión —dijo—. Y ahora empiezan las bandas. Pronto sabrán lo que es un desfile.
A Rod le pareció que hasta las paredes mismas de Palacio temblaban a causa del estruendo. Un centenar de tambores redoblaron como un trueno, y tras ellos una banda de música entonó una marcha antigua de tiempos del Condominio. El director alzó la batuta, dirigiendo a sus músicos. Las chicas arrojaban al aire sus bastones y los recogían ágilmente mientras iniciaban el desfile.
—El Embajador pregunta si ésos son Guerreros —gritó Charlie. Rod estuvo a punto de echarse a reír, pero controló cuidadosamente su voz.
—No. Es la banda del Instituto John Muir… Un grupo juvenil. Algunos pueden convertirse en Guerreros cuando crezcan, y otros serán Agricultores, o Ingenieros, o…
—Gracias. —Los pajeños comenzaron a gorjear entre sí.
No tardarían en llegar los guerreros, pensó Rod. Como aquella recepción tendría sin duda la mayor audiencia trivisional del Imperio, Merrill no iba a despreciar la oportunidad de hacer un despliegue de fuerza. Podía obligar a los rebeldes a pensárselo dos veces antes de sublevarse. Pero no se desplegaría demasiado equipo militar, y habría más jóvenes bonitas con flores que infantes de marina y soldados.
El desfile era interminable. Todo barón provincial tenía que hacer acto de presencia; todo gremio, corporación, ciudad, escuela… Todos querían participar y a todos había dado permiso Fowler.
A la banda del Instituto John Muir siguió un batallón de tropas de montañeses con faldas escocesas, tambores y gaitas. A Rod aquella música estridente arañaba los nervios, pero procuraba controlarse; aunque aquellos soldados procedían del otro lado del Saco de Carbón, eran, naturalmente, populares en Nueva Escocia, y a todos los neoescoceses les gustaba, o decían que les gustaba, la música de gaita.
Los montañeses llevaban espadas y picas, y gorros de piel de oso de casi un metro de altura. De sus hombros caían ondas de brillantes pliegues. No había amenaza visible, pero la reputación de los montañeses era bastante amenazadora; ningún ejército de los mundos conocidos podía enfrentarse a ellos cuando abandonaban su protocolaria suavidad y se colocaban una armadura y un traje de combate; y los montañeses eran leales al Emperador hasta los tuétanos.
—¿Son Guerreros ésos? —preguntó Charlie.
—Sí. Forman parte de la guardia del Virrey Merrill —dijo Rod. Tenía que hacer esfuerzos para no saludar al ver pasar las banderas. Por fin, se quitó el sombrero.
El desfile continuaba: una carroza cubierta de flores de alguna baronía neoirlandesa; otras de los gremios de artesanos; más soldados, de Friedlandia esta vez, desfilando torpemente porque eran artilleros y tanquistas y no tenían sus vehículos. Otro recordatorio para las provincias de lo que Su Majestad podía enviar contra sus enemigos.
—¿Qué sacarán en limpio los pajeños de todo esto? —preguntó por lo bajo Merrill. Hizo un gesto de saludo a la bandera de otra carroza.
—Es difícil saberlo —contestó el senador Fowler.
—Más seguro es lo que van a pensar las provincias —dijo Armstrong—. Este espectáculo valdrá por una visita de un crucero de combate a muchos sitios. Y resulta mucho más barato.
—Más barato para el gobierno —puntualizó Merrill—. Me horroriza pensar lo que se ha gastado en todo eso. Afortunadamente, no tuve que pagarlo yo.
—Rod, ahora ya puedes irte —dijo el senador Fowler—. Hardy presentará excusas en tu nombre a los pajeños.
—Está bien. Gracias.
Rod desapareció. Detrás quedaban los rumores del desfile y la conversación apagada de sus amigos.
—Nunca en mi vida oí tantos tambores —dijo Sally.
—Bueno, en todos los aniversarios es lo mismo —le recordó el senador Fowler.
—Sí, pero yo no tengo por qué estar pendiente de todo en los aniversarios.
—¿Aniversarios? —preguntó Jock.
Rod se fue cuando Sally intentaba explicar lo que eran las fiestas patrióticas, y centenares de gaitas pasaban desplegando esplendores gaélicos.