Whitbread y Potter estaban solos dentro de la cúpula. Lo contemplaban todo maravillados.
La cúpula era sólo cáscara. Una sola fuente de luz, muy parecida a un sol vespertino, brillaba a media altura de ella. Los pajeños utilizaban aquel tipo de iluminación en muchos de los edificios que había visto Whitbread.
Bajo la cúpula había como una pequeña ciudad… pero no del todo. Nadie estaba en casa. No había ningún sonido, ningún movimiento, ninguna luz en las ventanas. Y los edificios…
En aquella ciudad no había coherencia alguna. Los edificios no guardaban la menor armonía entre sí. Whitbread pestañeó ante una estructura de columnas de muchas ventanas y limpias aristas que podía haber sido una catedral medieval aumentada, color jenjibre toda ella, con un millar de cornisas guardadas por lo que el pajeño de Bury había dicho que eran demonios pajeños.
Había allí un centenar de estilos arquitectónicos y por lo menos una docena de niveles tecnológicos. Aquellas formas geométricas no podían haber sido construidas sin hormigón pretensado o algo aún más perfecto, por no hablar ya de los conocimientos matemáticos necesarios. Pero el edificio próximo a la puerta era de ladrillos de barro cocidos al sol. En un sitio había una sólida construcción rectangular con paredes de vidrio parcialmente plateado; en otro, las paredes eran de piedra gris, y las pequeñas ventanas no tenían cristal, sólo contras para proteger el interior de los elementos.
—Contras para la lluvia. Eso debía de estar aquí antes que la cúpula —dijo Potter.
—De eso no hay duda. La cúpula está casi nueva. Esa… catedral, podríamos decir, esa catedral del centro es tan vieja que está a punto de desmoronarse.
—Mire allí. La estructura parabólico-hiperboloidal sale en forma de voladizo de la pared. ¡Pero fíjese en la pared!
—Sí, debe de haber formado parte de otro edificio, Dios sabe lo viejo que es eso.
La pared era de por lo menos un metro de anchura, y mellada en los bordes y en la parte superior. Estaba hecha con bloques de piedra revestidos que parecían pesar unos quinientos kilos cada uno. Una planta parecida a la parra la había invadido, rodeándola y cubriéndole hasta el punto de que debía de ser la estructura de la planta la que mantenía la pared integrada y unida.
Whitbread se acercó y miró entre las hojas de la parrra.
—No hay cemento, Gavin. Los bloques se asientan sin mortero. Y sobre esa pared se sostiene todo el resto del edificio… que es de hormigón. Sus construcciones son realmente sólidas.
—¿Recuerda lo que dijo Horst sobre la Colmena de Piedra?
—Dijo que se veía que aquello era antiquísimo. Sí, lo recuerdo…
—Este lugar debe de resumir todas las distintas eras. Creo que se trata de un museo. ¿Un museo de arquitectura? Y han ido formándolo siglo tras siglo. Y por último debieron de construir esta cúpula para protegerlo de los elementos.
—Bueno…
—¿No lo cree?
—La cúpula tiene dos metros de grosor y es metálica. ¿Qué tipo de elementos…?
—Quizás los asteroides. No, eso es absurdo. Los asteroides los trasladaron hace eones.
—Creo que voy a entrar a echar una ojeada a esa catedral. Parece el edificio más viejo de todos.
No había duda de que la catedral era un museo. Cualquier hombre civilizado del Imperio se habría dado cuenta. Los museos son todos iguales.
Había cajas con tapa de cristal, y dentro objetos viejos, con placas que indicaban la fecha.
—Sé leer los números —dijo Potter—. Mira, tienen cuatro y cinco cifras. ¡Y su sistema es de base doce!
—Mi pajeña me preguntó una vez qué antigüedad registrada tenía nuestra civilización. ¿Cuál es la antigüedad de la suya, Gavin?
—Bueno, su año es más corto… Cinco cifras. Deben de indicar algún acontecimiento; hay un signo menos frente a cada una de ellas. Déjeme ver… —sacó su computadora y tecleó rápidas cifras—. Ese número sería setenta y cuatro mil y pico. Jonathon, las placas son casi nuevas.
—Los idiomas cambian. Quizás tradujesen las placas cada poco.
—Sí… sí. Conozco este signo. «Aproximadamente.» —Potter pasó rápidamente de caja en caja—. Aquí lo tenemos de nuevo. Aquí no… pero aquí sí. Jonathon, venga a ver esto.
Era una máquina muy antigua. Lo que había sido hierro en tiempos estaba ahora herrumbroso y carcomido. Había un dibujo que indicaba cómo debía de haber sido en tiempos. Un cañón.
—Fíjese en la placa. Este signo de doble aproximación significa una hipótesis científica. Me pregunto cuántas veces habrá sido traducida esta leyenda…
Fueron recorriendo sala tras sala. Encontraron una ancha escalera que llevaba hacia arriba; los escalones eran muy bajos, pero bastante anchos para los pies humanos. Arriba más salas, más artículos expuestos. Los techos eran bajos. La iluminación procedía de hileras de bombillas de filamento incandescente que se encendieron cuando ellos entraron y se apagaron cuando salieron. Las bombillas estaban cuidadosamente instaladas para que no pudiesen estropear el techo. El propio museo debía de ser una pieza histórica.
Las placas eran todas iguales, pero las vitrinas eran distintas. A Whitbread no le chocó. No había dos aparatos pajeños que fuesen exactamente iguales. Pero… casi se echó a reír.
Sobre una estructura escultórica de forma libre de un metal casi color melocotón había una burbuja de cristal de varios metros de longitud y dos de anchura. Ambas parecían recién hechas. En la estructura había una placa. Dentro, una caja de madera tallada, tamaño ataúd, blanqueada por la edad, cuya tapa era una herrumbrosa rejilla de alambre. Tenía una placa. Bajo el alambre oxidado, había una selección de cerámica de formas maravillosas, fina como cáscara de huevo, unas piezas rotas y otras completas. Cada una de las piezas de la serie tenía una placa cronológica.
—Es como si las vitrinas que contienen las piezas fuesen también piezas históricas —dijo.
—Efectivamente —convino Potter, muy serio—. ¿Ve aquello de allí? La caja de la burbuja tiene unos dos mil años… no puede ser cierto, ¿verdad?
—No, a menos que… —Whitbread frotó con su anillo la burbuja cristalina—. Se rayan los dos. Zafiro artificial. —Lo intentó en el metal. El metal rayó la piedra—. Aceptaré los dos mil años.
—Pero la caja tiene unos dos mil cuatrocientos, y la cerámica tres mil. Observe cómo cambia de estilo. Esto es un reflejo de la ascensión y caída de una escuela concreta de cerámica.
—¿Cree usted que la caja de madera procede de otro museo?
—Sí.
Entonces fue Whitbread el que se rió. Continuaron. De pronto Whitbread señaló y dijo:
—Ve eso, es el mismo metal, ¿no? —La pequeña arma (tenía que ser un arma) llevaba la misma fecha que la burbuja de zafiro.
Más allá había una estructura desconcertante junto a la pared de la gran cúpula. La componía un entramado vertical de hexágonos, formado cada uno de ellos por piezas de acero de dos metros de longitud. Había gruesas estructuras de plástico en algunos de los hexágonos, y en otros fragmentos rotos.
Potter indicó la suave curva de la estructura.
—Esto era otra cúpula. Una cúpula esférica con tirantes geométricos. No queda mucho de ella… y de todos modos no podría cubrir todo el complejo.
—Tiene usted razón. No aguantó las inclemencias del tiempo, sin embargo. Mire lo retorcidos que están esos sectores, junto al borde. ¿Tornados? Esta parte del país parece lo suficientemente llana.
Potter tardó unos instantes en comprender. En Nueva Escocia no había tornados. Recordó sus lecciones de meteorología y asintió.
—Sí. Quizás. Puede ser.
Más allá de los fragmentos de la cúpula primitiva, Potter encontró una estructura de metal en proceso de disgregación dentro de lo que podría haber sido una cubierta de plástico. El propio plástico parecía gastado y rozado. Había dos fechas en la placa, ambas de cinco cifras. El dibujo que había junto a la placa mostraba un estrecho vehículo de superficie, de aspecto primitivo, con tres asientos en fila. Tenía el capot abierto.
—Combustión interna —dijo Potter—. Tenía entendido que Paja Uno disponía de muy poco combustible fósil.
—También Sally pensó eso. Su civilización debió de experimentar una caída busca al agotarse los combustibles fósiles. Qué extraño.
Pero lo más interesante estaba detrás de un gran marco encristalado, en una pared. Se encontraron de pronto contemplando una «torre» detrás de una placa de bronce tallada, muy antigua, que tenía una placa más pequeña.
Dentro de la «torre» había una nave de propulsión. Pese a los agujeros de los costados y a la herrumbre que la cubría casi por completo, conservaba aún su forma: un depósito alargado y cilindrico, de paredes muy delgadas, con una cabina situada detrás de un morro ligeramente en punta.
Se dirigieron a las escaleras. Tenía que haber otra ventana en la planta primera…
Y la había. Se arrodillaron para mirar el motor.
—No puedo… —dijo Potter.
—Estilo NERVA —dijo Whitbread; su voz era casi un susurro—. Atómico. Tipo muy primitivo. Se consigue haciendo pasar un combustible inerte a través de un núcleo de uranio, plutonio o algo parecido. Batería de fisión, precisión…
—¿Está usted seguro?
Whitbread miró de nuevo antes de asentir.
—Estoy seguro.
Después de la combustión interna habían pasado a la fisión; pero aún había sitios en el Imperio donde se empleaban los motores de combustión interna. La energía de fisión era casi un mito, y cuando miraron la fecha de la placa pareció caer sobre ellos de las paredes como una capa que los envolvió en un pesado silencio.
El avión aterrizó cerca de los anaranjados restos de un paracaídas y de un cono. La puerta abierta, un poco más allá, era una boca acusadora.
La pajeña de Whitbread saltó del avión y se acercó rápidamente al cono. Hizo una seña, y el piloto salió de la nave y se unió a ella.
—La abrieron —dijo la pajeña de Whitbread—. No creo que Jonathon fuese capaz de resolverlo. Debe de haber sido Potter. Horst, ¿hay alguna posibilidad de que no entrasen?
Staley negó con un gesto.
La pajeña hizo otra seña al Marrón.
—Vigila el avión, Horst —dijo la pajeña de Whitbread. Habló luego con el otro Marrón-y-blanco, que salió del avión y se puso a mirar al cielo.
El Marrón cogió el traje de presión vacío de Whitbread y una armadura. Trabajaba rápidamente, dando forma a algo para que ocupase el lugar del casco perdido y cerrando la parte superior del traje. Luego manipuló el regenerador de aire, modificando su interior con herramientas que sacó de una bolsa que le colgaba del cinturón. El traje se hinchó y se levantó. Luego el Marrón cerró el panel y el traje quedó erguido, como un hombre en el vacío. Ató unos cables para reducir los hombros e hizo un agujero en cada muñeca.
El hombre vacío alzó los brazos ante el silbido del aire que salía por los agujeros de las muñecas. Descendió la presión y los brazos cayeron. Otro silbido del aire y los brazos volvieron a levantarse…
—Esto tiene que servir —dijo la pajeña de Whitbread—. Dispusimos su traje del mismo modo, y elevamos la temperatura hasta el nivel normal de su cuerpo. Con suerte quizás disparen sin comprobar si usted está dentro o no.
—¿Disparar?
—No podemos contar con ello, sin embargo. Me gustaría que hubiese algún modo de hacerlo arder sobre un vehículo aéreo…
Staley movió el hombro de la pajeña. El Marrón le observaba con aquella semisonrisa que nada significaba. Sobre ellos se alzaba en vertical el sol del ecuador.
—Pero ¿por qué van a querer matarnos? —preguntó Staley.
—Todos ustedes están condenados a muerte, Horst.
—Pero ¿por qué? ¿Por la cúpula? ¿Hay un tabú?
—Sí, la cúpula. Tabú no. ¿Acaso nos toma por primitivos? Saben ustedes demasiado, eso es todo. Muertos no podrán contar nada. Ahora vamos, tenemos que encontrarles y sacarles de ahí.
La pajeña de Whitbread se agachó para pasar por debajo de la puerta. Innecesariamente: pero Whitbread se habría agachado. El otro Marrón-y-blanco la siguió silenciosamente, dejando fuera al Marrón, con su perpetua y suave sonrisa.