Capítulo 19

Tema para una buena película

Una semana más tarde, el señor Alfred Hitchcock, el famoso director de películas, estaba sentado en su despacho, hojeando las notas que Bob había redactado sobre el alfarero y su maravilloso secreto.

—Así que la corona estaba escondida en el jarrón —dijo el señor Hitchcock—, fuera de la casa del alfarero, por donde pasaban centenares de personas todas las semanas. Ese ladino Farrier tuvo que pasar por delante de ella docenas de veces mientras se afanaba tanto por asustar y ahuyentar de la casa a la señora Dobson.

—Nos dijo que había tratado de abrir el jarrón —dijo Júpiter—. Desde luego que casi todas sus trastadas las hacía de noche y por eso ni tenía tiempo, ni disponía de luz para examinar el jarrón cuidadosamente y darse cuenta del águila con una sola cabeza, y que miraba a la izquierda. La tapadera del jarrón salía dándole vuelta a la izquierda, como las agujas del reloj, al revés de como abren todos los recipientes. Esa era la señal que habían convenido el alfarero y el gran duque cuando escaparon de palacio. Si le ocurría algo al alfarero, el gran duque Nicolás tenía que buscar un águila con una sola cabeza entre un grupo de águilas bicéfalas de Lapathia, y esa águila sería la clave para conocer el paradero de la corona.

—¿Y ese señor Potter pensaba dedicarse a la cerámica incluso antes de la revolución de Lapathia? —preguntó el señor Hitchcock.

—No —dijo Bob, que estaba sentado en una silla al lado de Júpiter—. Se dedicó a la cerámica como medio de ganarse la vida, ya que podía haber encontrado muchos otros medios de fabricar águilas. Podía haberlas pintado, o haberlas reproducido en una pared con la ayuda de una trepa, o…

—Además, siempre está él sistema del bordado —añadió Pete, sentado a la izquierda de Júpiter.

—Estoy seguro de que un águila color escarlata hubiera sido mucho más efectiva en un punto cruzado —dijo el señor Hitchcock—. Y ahora, pasando a ese Farrier, vuestras notas dicen que fue arrestado por el comisario Reynolds, acusado de los cargos de haber allanado una morada y de haber intentado graves daños. No creo que pudiera la policía detenerlo mucho tiempo. ¿Creéis que guardará el secreto de la corona?

—Lleva todas las de ganar y nada que perder si mantiene la boca cerrada —dijo Júpiter—. El allanamiento de morada y el intento de daños graves son siempre cargos menores comparados con el intento de un gran robo. Ahora se encuentra en la cárcel de Rocky Beach, reflexionando sobre sus fechorías, que resultaron más numerosas de lo que en principio suponíamos. Toda aquella ropa tan elegante que usaba, había sido adquirida con una tarjeta de crédito que se encontró dentro de una cartera que alguien perdió en la calle. No sé exactamente cuál es la sanción por el uso indebido de una tarjeta de crédito, pero creo que se considera como falsificación.

—Por fin —dijo el señor Hitchcock—. Ya comprendo, fue cogido por el dinero de que disponía.

—Sí, por encontrarse sin blanca —afirmó Bob.

—Su coche estaba ya tan estropeado que ello me preocupaba mucho —dijo Júpiter—. No estaba a tono con lo demás. Luego resultó que ni siquiera pudo pagar a la señora Hopper el importe de la habitación que ocupó en su posada. El señor Potter dice que, como él se considera en parte responsable, se va a hacer cargo de la factura.

—Muy generoso por su parte —dijo el señor Hitchcock.

—El comisario Reynolds encontró la sustancia que Farrier empleaba para que aparecieran las huellas flameantes, en el portamaletas del coche de Farrier, que se encontraba aparcado en la carretera, alejado de la casa —dijo Bob—. Pero dice que nunca sabremos de qué sustancia se trata. Cree que es una buena idea no difundir cierta clase de información.

—No deja de tener imaginación ese hombre.

—¿Farrier? No. Tiene mucha, y la ha podido ejercitar durante mucho tiempo en algunas de las prisiones más importantes. Solía ser un hábil ladrón de joyas. Según el comisario Reynolds, era muy conocido. La policía de todos los sitios le señalaba en seguida un agente que le siguiera a todas partes en el momento en que aparecía por una ciudad. Su campo de acción era reducido. Había estado planeando ganarse la vida abriendo una pequeña tienda de pasatiempos en Los Angeles.

—¿Así que fue el artículo aparecido en «Westways» lo que le trajo a Rocky Beach? —preguntó el señor Hitchcock.

—No —dijo Júpiter—. Él nos contó cómo logró la primera pista sobre el lugar donde se encontraba la corona, mientras esperábamos que viniera el comisario Reynolds para llevárselo. Nos dijo que siempre solía leer los anuncios de «Los Angeles Times», y que sospechaba lo mismo que muchas otras personas expertas en estas cuestiones, que la corona que se exhibía en Madanhoff era una imitación. Había leído algo de la historia de Lapathia, y estaba sabedor de la desaparición de Alexis Kerenov, que era el guardián hereditario de la corona. Cuando vio el anuncio en el «Times» con los nombres de Alexis y Nicolás, se acordó del gran duque Nicolás, que se suponía se había ahorcado durante la revolución, y pensó si no tendría nada que ver con la corona. Se molestó en comprar otros periódicos de Chicago y de Nueva York, pues tuvo una corazonada, y se encontró con anuncios idénticos. Así que fue a Rocky Beach en visita rápida, y paseando una tarde por delante de la casa del alfarero…

—Vio el medallón con el águila —dijo el señor Hitchcock concluyendo la frase—. Ésa es una de las cosas que no entiendo. ¿Por qué insistía Kerenov en llevar ese medallón?

—Él reconoce que era una tontería —dijo Júpiter—. Tal vez se sentía solo, y eso le recordaba tiempos mejores. Además, creía que había muy pocas probabilidades de que alguien de Lapathia apareciera por Rocky Beach, a no ser que se le llamara, y los anuncios que hacía insertar todos los años en los periódicos más importantes de los Estados Unidos, iban dirigidos a Nicolás. Creía que sólo Nicolás lo entendería. Formaba parte del acuerdo tomado entre los dos cuando escaparon juntos del palacio de Madanhoff. Luego se tendrían que separar, y cada uno de ellos intentaría llegar por sus medios a Estados Unidos. Alexis publicaría el anuncio una vez al año, en el aniversario de la revolución, hasta que Nicolás le encontrara. Y si a Alexis le ocurría algo antes de que aquél le pudiera localizar, Nicolás siempre podía consultar los archivos de años anteriores de diversos periódicos y al fin podría saber en qué ciudad se había situado Alexis. Luego no le quedaba más que buscar el águila con una sola cabeza.

—Un plan algo complicado —dijo el señor Hitchcock—, y que dejaba mucho margen a la casualidad. Con todo, supongo que no dispondrían de mucho tiempo para planear algo más práctico teniendo encima una revolución. Así que Alexis ha estado esperando pacientemente durante toda su vida.

—Y Nicolás no logró escapar.

—¿Qué era lo fotografía que el general mostró al alfarero? —preguntó el señor Hitchcock.

—No nos lo ha querido decir —respondió Pete—. Algo horrible.

—Y sin duda alguna demostración que Nicolás había muerto —agregó Júpiter.

—Debe haber sido todo ello un fuerte golpe para el señor Potter —dijo el señor Hitchcock—. Por otra parte, debió empezar ya a sospechar que su espera era en vano. Habían pasado ya tantos años…

—Yo deduzco que él confiaba mucho en que al final Nicolás aparecería y que los Azimov subirían nuevamente al trono —dijo Bob.

—En cuyo caso —dijo sonriendo Pete—, el señor Potter hubiera sido el duque de Malenbad, y la señora de Thomas Dobson de Belleview hubiera sido duquesa. Estoy pensando en lo que hubiera disfrutado la señora Dobson siendo duquesa.

—¿Ella ha perdonado a su padre? —preguntó el señor Hitchcock—. Y los otros dos, ¿se marcharon?

—Sí, se fueron en el momento en que tuvieron en sus manos la corona —manifestó Júpiter—. Nos hemos de basar en conjeturas por lo que respecta a los dos hombres de Lapathia. Sólo podemos suponer que el artículo publicado en «Westways» les encaminó hacia el alfarero. Creo que alquilaron Hilltop House tratando de declarar una especie de guerra de nervios al alfarero. Pero les desconcertó en gran manera el hecho de que desapareciera, y se alojaran en su casa una mujer joven y un muchacho. Mas ellos continuaron observando y vigilando hasta que vieron los movimientos de Farrier en el patio de la casa, y entonces bajaron a toda prisa de aquella colina, para asegurarse de que nadie se mezclase en la cuestión y se apoderase de la corona antes que ellos.

—Estoy seguro de que el general Kaluk fue enviado a Rocky Beach porque conocía de antemano a Alexis Kerenov, y podía reconocerlo mejor que Demetrieff, quien nunca le había visto personalmente. Y efectivamente le reconoció, a pesar de la barba y de esa cabellera blanca. El alfarero no había cambiado mucho, y Kaluk apenas.

—Es un buen argumento para una película, ¿verdad, señor Hitchcock? —preguntó Pete—. Quiero decir que con esas huellas flameantes, los fantasmas de la familia, una hija inocente que desconoce el asunto, y unas joyas robadas…

—Tiene algunos aspectos que la hacen recomendables —dijo el señor Hitchcock—. Pero todavía hay dos detalles que no habéis explicado en vuestro relato. Uno es el ruido del agua que circulaba por las tuberías de la casa del alfarero, cuando todos los grifos estaban cerrados.

—Era porque el alfarero tenía que utilizar y servirse del grifo que había fuera de la casa —dijo Júpiter—. No podía permanecer oculto en aquel garaje sin agua, y como los hombres de Lapathia nunca salían de Hilltop House, no podía coger agua de allí. Por eso tenía que ir a su propia casa de noche. Pero tampoco quería darse a conocer a su hija, ya que pensaba que cuanto menos cosas supiera ella, mejor estaría. Los hombres de Hilltop House no le podían ver cuando se llegaba hasta aquel grifo, incluso a la luz de la luna, por aquel espeso seto de adelfas que había detrás de la casa. Por eso motivo tampoco podía ver al señor Farrier, que entraba y salía por la puerta de detrás.

—¿Y cómo entró Farrier en la casa para apoderarse de las llaves? —preguntó el señor Hitchcock.

—Por una ironía del destino —continuó diciendo Júpiter—. El alfarero estaba tan preocupado con los preparativos para la llegada de los Dobson que por una vez se olvidó de cerrar bien. El señor Farrier declaró que no había tenido dificultad en entrar por la puerta de delante, pues sólo hubo de romper una cerradura. Le dijo al comisario Reynolds que solamente sentía curiosidad por ver la casa, pero que más tarde, cuando la señora Dobson le trató con cierta aspereza, se enfadó mucho y trató de asustarla con las huellas flameantes.

—¿Y el comisario lo creyó? —preguntó el señor Hitchcock con cierto asombro.

—En absoluto; pero nadie le había ido con una historia mejor; así que tuvo que aceptar lo que se le decía.

—Otro detalle —dijo el señor Hitchcock—. A vosotros os dispararon cuando bajabais de Hilltop House. ¿Fue Farrier?

—No —dijo Bob—. También fue el alfarero, y se disculpó de ello. Él quiso alejarnos de allí, porque consideraba que los hombres de Hilltop House eran peligrosos. Tenía aquella vieja arma guardada en el trastero donde tenía las provisiones, y por eso la podía coger cuando la necesitaba.

—Bueno, ¿qué cree usted; no es motivo para una buena película? —inquirió Pete.

El señor Hitchcock lanzó un fuerte suspiro.

—No deja de tener interés.

—¡Ah! —dijo Pete, tranquilizándose.

—Sin embargo —dijo el señor Hitchcock—, Alexis Kerenov, el duque de Malenbad, se ha reunido con su hija, y por lo menos tenemos un final feliz.

—Ella es una excelente cocinera —dijo Júpiter—, y su padre está aumentando de peso. Además, ha ido a Los Ángeles y se ha comprado ropa nueva y zapatos. Se ha de ir a Belleview con la señora Dobson cuando llegue el otoño, para conocer a su yerno, y no quiere que las amistades de su hija crean que es…

—Un petimetre —concluyó Pete.

—Un excéntrico —dijo Jupe. Éste hizo una pausa, y luego añadió—: Y ciertamente lo es.

Fin