¡Cogidos!
—Bob, ¿te has hecho daño?
Júpiter se agachó junto al agujero que había en el suelo. Debajo, en lo que parecía una especie de sótano, Jupe pudo ver con dificultad a Bob que se apoyaba sobre las rodillas.
—¡Vaya broma! —dijo Bob.
—¿Estás herido?
Bob se levantó y dobló la espalda.
—No, creo que no.
Júpiter se estiró todo cuanto pudo, tumbado en el suelo, y alargó un brazo, dándole la mano a Bob.
—¡Aquí! —le dijo.
Bob se agarró a la mano, puso un pie en un estante y trató de saltar para salir, pero la madera se hizo añicos bajo su peso y volvió a caer, arrastrando por poco a Jupe consigo.
—¡Vaya hombre! —se lamentó, y al momento se puso a temblar, al verse sorprendido por el haz de luz de una potente pila eléctrica.
—No os mováis —dijo el hombre más joven de los dos ocupantes de Hilltop House.
Júpiter no se movió, y Bob se quedó donde estaba, sentado en el duro suelo, en el fondo del agujero, mirando con asombro a través de las tablas de madera que se habían hecho pedazos, de viejas que eran.
—¿Queréis decirnos exactamente qué estáis haciendo aquí? —preguntó el más joven.
Sólo Júpiter era capaz de demostrar un aire de superioridad, aunque seguía tumbado en el suelo.
—En este preciso momento —explicó—, estaba tratando de sacar a mi amigo de este agujero. ¿Quiere hacer el favor de ayudarme, para que podamos saber cuanto antes si está herido?
—¿Por qué habéis sido tan insolentes…? —empezó a decir. Pero esta furiosa pregunta se vio interrumpida por una sonrisa burlona.
—Calma, Demetrieff —dijo el hombre calvo, de más edad. Éste se agachó con mucha agilidad, cosa sorprendente en una persona que no era delgada, y alargando el brazo hacia Bob, le dijo:
—¿Puedes cogerte de mi mano? No tenemos escalera en la finca.
Bob se levantó y alcanzó el brazo, y en cosa de un instante el hombre le alzó hasta arriba, pasando por el agujero, y allí quedó a sus pies.
—Bueno, ¿cómo va eso? —le preguntó—. No tienes ningún hueso roto, ¿verdad? Estupendo. Las trastadas suelen traer como resultado algún hueso roto. Yo recuerdo cuando mi caballo me embistió. Pasaron dos meses sin que pudiera montar de nuevo. Es muy triste tener que estar acostado sin poder hacer nada —el hombre hizo una pausa y después agregó con frialdad—. Naturalmente, yo maté al caballo.
Bob tragó saliva y Júpiter sintió como un escalofrío por todo su cuerpo.
—A Klaus Kaluk no le gusta derrochar paciencia con quienes cometen tonterías y chapuzas —dijo el hombre más joven.
Júpiter se levantó del suelo despacio, mientras se sacudía el polvo.
—¿Klaus Kaluk? —repitió como un eco.
—Querrás decir el general Kaluk —le contestó el más joven. Júpiter se dio cuenta en seguida de que éste tenía en una mano la linterna y en la otra un revólver.
—General Kaluk —dijo Júpiter, al tiempo que inclinaba un tanto la cabeza ante aquel hombre calvo. Luego se volvió hacia el otro, diciéndole—: Y usted es el señor Demetrieff.
—¿Cómo lo has sabido? —le preguntó Demetrieff.
—El general Kaluk le ha llamado a usted por su apellido —le contestó Júpiter.
—Tienes un oído muy fino, amigo regordete —le dijo a Júpiter el general, que sonrió de nuevo—. Los muchachos así me interesan, pues pueden oír muchas cosas. ¿Por qué no entramos en casa y hablamos un poco de lo que puedas haber oído esta noche?
—Venga, Jupe —dijo Bob rápido—. Venga, en verdad no queremos. Lo que quiero decir es que sí, que entremos y…
El hombre llamado Demetrieff hizo una seña con el revólver y Bob se calló.
—Sería una imprudencia que dejáramos este agujero abierto en el jardín —dijo Júpiter—. Algún otro miembro del club Chaparral Walking podría cruzar por aquí y caer. Se le podrían exigir responsabilidades a usted, señor Demetrieff, o a usted, general Kaluk.
—Tienes mucha agudeza, amigo mío —nuevamente el general se rio—. Sin embargo, creo que los responsables serían los dueños de esta casa. Con todo, y como he dicho, romperse un hueso no es nada agradable. Demetrieff, hay algunas tablas detrás de la caballeriza.
—Creo que es un garaje —se atrevió a decir Bob.
—No importa. Tráelas y ponlas encima, tapando el agujero. —El general miró abajo y vio los estantes rotos en el suelo—. Parece como si estuviéramos tratando de ampliar esta construcción con una bodega, por ejemplo.
Demetrieff trajo a rastras un par de tablones húmedos y sucios de detrás del garaje y los dejó caer precipitadamente encima del agujero.
—Eso será la solución de la cuestión, al menos de momento —dijo el general Kaluk—. Ahora entremos en la casa y me contarás cosas de ese Club Chaparral Walking tuyo. También me vas a decir cómo os llamáis, y por qué habéis elegido pasar precisamente por estos terrenos sin permiso de su dueño.
—Con mucho gusto —dijo Júpiter.
Demetrieff hizo un ademán indicando la puerta de la cocina, y el general Kaluk marchó delante de todos. Jupe y Bob le seguían. Pasando por una cocina abandonada y sucia, llegaron a la biblioteca, y una vez allí el general se sentó en la silla plegable que había junto a la mesa de juego, y ordenó a Júpiter y a Bob que se sentaran en una de las camas plegables que había también en la sala.
—No os podemos ofrecer una buena hospitalidad —dijo el general. Su calva relucía a la luz de las llamas que salían de la chimenea—. ¿Una taza de té os iría bien quizá?
Júpiter denegó con la cabeza.
—Gracias, señor; no tomo té.
—Y yo tampoco —añadió Bob.
—Sí, sí, es cierto —confirmó el general—. Me olvidaba de que existe cierta costumbre entre los muchachos americanos, ¿verdad? Consiste en no tomar ni té, ni café, ni vino. Vosotros bebéis leche, ¿no es así?
Júpiter mostró su conformidad a esas palabras.
—Bien; pero es el caso que no tenemos leche aquí —dijo el general.
Demetrieff estaba de pie, apartando a un lado y detrás del general.
—Demetrieff, ¿has oído hablar de ese Club Chaparral Walking? —le preguntó el general.
—Nunca —le respondió.
—Es un club de la localidad —dijo Júpiter con presteza—. El pasear por los chaparrales es más grato durante el día, pero algunos excursionistas hacen el recorrido en noches suaves como ésta. Mientras van caminando se puede oír a los animales que se mueven entre los matorrales, y a veces, si te estás quieto un buen rato, hasta puedes verlos. Una vez vi un ciervo, y en muchas ocasiones he visto a una mofeta cruzar el camino delante de mí.
—Maravilloso —dijo Demetrieff—. Y supongo que también observas a los pájaros.
—Pero por la noche no —respondió Júpiter con seguridad en lo que decía—. En algunas ocasiones se puede oír un búho, pero nunca verlo. Durante el día, el chaparral parece vivo con tantos pájaros, pero…
El general levantó la mano.
—Un momento —dijo—. Chaparral es para mí una palabra nueva. ¿Quieres hacerme el favor de explicarme qué significa?
—Es un conjunto de matorrales que van creciendo —dijo Júpiter—. Todas las plantas que usted ve en la ladera de esta colina forman parte del chaparral, constituido por árboles enanos y matorrales, como la encina de mata, el enebro, la salvia, y, en parajes más altos todavía, la manzanilla. Son todas plantas muy resistentes que pueden vivir con muy poca lluvia. California es una de las pocas zonas donde existe el chaparral, y por eso hay mucho interés por las plantas.
Bob continuaba sentado y en silencio, maravillado al ver cómo Júpiter recordaba casi al pie de la letra un artículo sobre el chaparral que había aparecido en un número reciente de la revista «Naturaleza». Bob sabía que el aprenderse cosas de memoria era corriente entre actores que debían recordar sus papeles, y Júpiter de niño había sido actor.
Júpiter seguía hablando y hablando, describiendo el olor característico del chaparral durante la primavera, después de las lluvias. Estaba diciendo cómo protegen las laderas de las colinas, y mantienen el terreno firme, cuando el general Kaluk, de repente, levantó la mano.
—Bastante —dijo el general—. Comporta tu admiración por el chaparral. Plantas valientes y resistentes, si podemos decir que las plantas tienen valor. Ahora, si te parece, vamos a tratar de lo nuestro. ¿Cómo os llamáis?
—Júpiter Jones —dijo Jupe.
—Bob Andrews —dijo su amigo.
—Muy bien. Y ahora vas a decirme qué estabais haciendo en mi jardín.
—Se trata, diríamos, de un atajo. Veníamos andando por el camino desde Rocky Beach, y nos metimos a campo través, sabiendo que podíamos llegar a la carretera siguiendo el sendero privado.
—Tú lo has dicho: que el sendero es propiedad privada.
—Sí, señor. Lo sabemos. Pero Hilltop House ha estado deshabitado durante muchos años, y la gente nos hemos acostumbrado a pasar por el sendero cuando vamos de excursión.
—Pues tendréis que abandonar la costumbre —declaró el general—. Creo, Júpiter, que nos hemos visto antes.
—En verdad, no —dijo Júpiter—. El señor Demetrieff habló ayer conmigo cuando ustedes tomaron el desvío equivocado para seguir por la carretera.
—Ah sí, ya recuerdo. Y contigo había un hombre ya de edad, que llevaba una barba. ¿Quién era?
—Nosotros le llamamos el alfarero —dijo Júpiter—. Creo que su nombre es Alejandro Potter.
—¿Es amigo tuyo? —le preguntó el general.
—Conocido solamente —afirmó Júpiter—. En Rocky Beach todo el mundo conoce al alfarero.
El general hizo gestos de afirmación con la cabeza.
—Creo que he oído hablar de él —se volvió hacia Demetrieff, y la luz de las llamas resplandeció en su piel curtida. Júpiter se dio cuenta de que se dibujaban muchas arrugas en sus mejillas. Kaluk no era un hombre muy joven, sino más bien viejo.
—Demetrieff —le dijo el general—, ¿no me habías dicho que aquí había un famoso artesano que hacía objetos de cerámica?
—Y otras muchas cosas más —agregó Bob.
—Me alegraría mucho poderlo ver —dijo el general. No dijo la frase en tono convincente, e incluso hizo una ligera pausa como aquel que espera una respuesta inmediata.
Pero ni Júpiter ni Bob dijeron una sola palabra.
—Su taller se encuentra en la falda de esta colina —dijo al fin el general.
—Sí, es su taller —respondió Júpiter.
—Y tiene invitados —continuó diciendo el general—. Una mujer joven y un muchacho. A no ser que esté equivocado, tú les ayudaste hoy, cuando llegaron a la casa.
—Es cierto —confirmó Júpiter.
—Una muestra de cortesía, sin duda —dijo el general—. ¿Conoces a esas personas?
—No, señor. Son amigos del alfarero, y vienen de no sé qué sitio.
—Amigos, —continuó el general—. ¡Qué agradable tener amigos! Pero cualquiera esperaría que ese hombre que hace objetos de cerámica y tantas cosas estuviera presente para dar la bienvenida a sus huéspedes y amigos.
—Es que es… bueno… un tanto excéntrico.
—Eso es lo que se deduce. Pues bien, sí, me gustaría muchísimo verlo. Y de hecho insisto en ello.
De repente, el general se puso erguido en la silla en la que estaba sentado, cogiéndose con fuerza a los brazos de la misma.
—¿Dónde está? —preguntó.
—¡Vaya! —exclamó Bob.
—Ya me has oído. ¿Dónde está el hombre a quien tú llamas el alfarero?
—No lo sabemos —respondió Júpiter.
—Eso es imposible —continuó diciendo el general. Y un flujo de sangre le coloreó sus coriáceas mejillas—. Él estaba contigo ayer. Hoy has ayudado a sus amigos cuando llegaron a su casa. Tú sabes dónde está.
—No, señor —dijo Júpiter—. No tenemos ni la más remota idea de a dónde fue cuando salió del «Patio Salvaje» ayer.
—Él te ha enviado aquí. —La acusación fue rápida.
—No —gritó Bob.
—No me cuentes cuentos de hadas y de que estáis recorriendo el chaparral —gritó el general. Y enseguida hizo una señal con la mano a su compañero—. Demetrieff; hazme el favor, déjame tu revólver.
El hombre alargó el arma al general.
—Ya sabes lo que has de hacer —dijo Kaluk en tono agrio.
Demetrieff asintió con la cabeza y empezó a desabrocharse la correa que llevaba puesta.
—Eh, espere un momento —gritó Bob.
—Tú te quedarás ahí sentado —dijo el general Kaluk—. Demetrieff, coge al gordito que habla tan bien. Quiero que hable más.
Demetrieff se acercó por detrás de la cama plegada en la que Jupe y Bob estaban sentados. Júpiter notó la piel de una correa que se fijaba alrededor de su cabeza.
—Ahora me vas a decir algo más del alfarero —dijo el general—. ¿Dónde está?
La correa iba apretando la cabeza de Júpiter.
—No lo sé —dijo éste.
—Entonces, sencillamente se fue de tu… de tu «Patio Salvaje» y no se le ha visto más, ¿es así?
El general se estaba casi burlando.
—Eso es lo que ocurrió.
La correa se apretó un poco más.
—Y él estaba esperando huéspedes, esos amigos de quienes has hablado, esos amigos con quienes te has mostrado tan complaciente y servicial.
—Eso es.
—¿Y la policía de la población no ha hecho nada? —preguntó Kulak—. ¿No han buscado a ese hombre que desapareció?
—Se trata de un país libre —dijo Júpiter—. Si el alfarero prefiere marcharse, tiene perfectísimo derecho a hacerlo así.
—¿Un país libre? —el general parpadeó y se pasó la mano por la barbilla—. Sí, sí; he oído hablar de eso antes. ¿Y el alfarero no te dijo nada? ¿Lo juras?
—No, no me dijo nada —declaró Júpiter, que se quedó mirando fijamente al general, sin pestañear.
—Ya comprendo. —El general se levantó y se acercó hasta Júpiter. Le miró durante unos segundos, y luego suspiró.
—Muy bien, Demetrieff. Vamos a dejarles marchar. Está diciendo la verdad.
—Es una locura. Son demasiadas coincidencias —refunfuñó éste.
El general se encogió de hombros.
—Son un par de muchachos curiosos, como lo son todos. No saben nada.
La correa se separó de la cabeza de Júpiter. Bob, que no se había dado cuenta de que estaba conteniendo la respiración, lanzó un profundo suspiro de alivio.
—Podéis llamar a vuestra magnífica policía, que no busca a la gente —dijo con cierta intención Demetrieff—, y al mismo tiempo le decís que habéis quebrantado la ley, puesto que habéis violado esta propiedad.
—Y usted es el que habla de quebrantar la ley —exclamó Bob—. Si dijéramos lo que ocurrió aquí esta noche…
—Pero vosotros no diréis nada —dijo el general—. En realidad, ¿qué ha ocurrido esta noche? Os he preguntado por un famoso artesano y me habéis dicho que no conocíais su paradero. ¿Hay algo más natural? El hombre ha conseguido cierta fama, y de él se ha escrito en los periódicos locales. En cuanto a esto —el general movió el revólver entre sus manos—, en cuanto a esto, el señor Demetrieff tiene permiso para usar el arma, y vosotros estabais invadiendo algo que no es vuestro. No ha ocurrido nada. Nosotros vamos a ser generosos, así que ahora os podéis marchar ya, y no volváis por aquí.
Bob se levantó al instante, obligando a Júpiter a hacer lo mismo.
—Será mejor que os marchéis por el sendero —dijo el general—. Y recordad que os estaremos vigilando.
Los muchachos no se atrevieron a abrir la boca para nada hasta que estuvieron lejos de la casa, y se dirigieron por el sendero que llevaba a Hilltop House a la carretera.
—¡Nunca más! —exclamó Bob.
Júpiter se volvió y dirigió la mirada hacia la terraza de la casa. Allí estaban Demetrieff y el general, bien visibles por la luz de la luna, sin moverse y observando.
—Un par de hombres malvados —dijo Júpiter—. Tengo el presentimiento de que el general Kaluk ha presidido ya otros interrogatorios.
—Si quieres decir que está acostumbrado a someter a un severo interrogatorio a la gente, estoy completamente de acuerdo —dijo Bob—. Ha sido maravilloso que supieras mantener esa mirada y ese gesto de sinceridad y honradez.
—Todavía ha sido mucho mejor poder decir la verdad —afirmó Júpiter.
—Ah, sí. Siempre has dicho la verdad, ¿no es cierto?
—Así lo intenté. Cualquiera puede dar por supuesto que incluso su propia hija es una persona amiga que viene del oeste.
En aquel momento de la conversación llegaron a un recodo del camino y Hilltop House desapareció de su vista, debido a un bosquecillo de matorrales que había a la izquierda de los muchachos. Y entonces precisamente, desde la colina les llegó un ruido sordo y el destello de un fogonazo. Hubo algo que pasó silbando por encima de la cabeza de Bob y se hundió en la maleza.
—¡Échate al suelo! —le dijo Júpiter.
Bob se dejó caer de bruces, y Júpiter a su lado. Los dos esperaron un poco, sin atrever a levantarse. Se oyó como un crujido entre la maleza, a la derecha. Luego se impuso el silencio más absoluto, excepto el ruido de algún pájaro nocturno.
—¿Eran perdigones? —preguntó Bob.
—Creo que sí —afirmó Júpiter. Apoyándose con las manos y las rodillas se arrastraron un poco hasta que llegaron a otra curva del sendero. Bob seguía detrás. Y cuando ya hubieron recorrido un buen trecho de esta forma, los dos se levantaron de un brinco y echaron a correr hacia la carretera.
La verja que había a la entrada del sendero estaba cerrada. Ni siquiera se pararon a ver si estaba cerrada con llave. Jupe trepó por ella y Bob la pasó de un salto. Los dos siguiera la veloz carrera hasta llegar a la verja de la casa del alfarero e irrumpieron en ella. Sólo se detuvieron cuando se vieron ya al abrigo del pórtico de la entrada de la casa.
—¡Ese disparo! —dijo Júpiter con voz entrecortada—. No puede haber venido de Hilltop House. Demetrieff y el general estaban de pie en la terraza cuando empezábamos a doblar por el sendero. —Dejó de hablar para recobrar el aliento, y al poco tiempo dijo—: Alguien estaba, pues, esperando en la colina con un arma, Bob. Hay un tercer hombre metido en el asunto.