Worthington interviene
—Estoy seguro —dijo Júpiter Jones—, de que haya ocurrido lo que sea en el pasado. Tom Dobson y su madre lo único que saben es que el alfarero sabe hacer hermosos ejemplares de cerámica y que ahora no aparece por ningún sitio. También que alguien dejó unas huellas flameantes en la cocina esta tarde. La señora Dobson está muy contrariada y Tom no se muestra muy satisfecho respecto a la situación. Yo le indiqué a Tom la conveniencia de que uno de Los Tres Investigadores pasara la noche con ellos. Así se sentirán más seguros, y uno de nosotros se encontrará en escena si ocurre algo raro. Hay otra investigación que hacer, y que me gustaría llevarla a cabo con Bob. Pete, podrías llamar a tu madre y…
—¡No, yo no! —exclamó Pete—. Escucha, Jupe, alguien podría hacer arder la casa con esas huellas flameantes. Además, las ventanas de arriba están muy altas, y si te ves empujado por una de ellas puede que no lo cuentes ya.
—No vas a estar solo —le dijo Jupe haciéndole caer en la cuenta.
—Tampoco el rey Guillermo lo estaba.
—Bueno; si no quieres, no quieres —dijo Júpiter—. Yo así lo esperaba, aunque…
—Está bien, está bien —gruñó Pete frunciendo el ceño—. Lo haré. Ya tomaré todas las precauciones debidas —y diciendo esto cogió el teléfono y marcó el número de su casa.
—Mamá, estoy con Júpiter. ¿Me das permiso para que pase la noche fuera con los amigos?
Los muchachos esperaron.
—SI, toda la noche —dijo Pete—. Estamos buscando algo. Se trata de un medallón que se ha perdido.
El teléfono emitió unos sonidos raros que hicieron aumentar la impaciencia.
—Jupe dice que a su tía no le molesta. Sí, volveré pronto a casa por la mañana. Sí, ya me imagino que tendré que cortar el césped mañana.
El teléfono siguió con más sonidos.
—Conforme, mamá. Gracias. Hasta luego —y Pete colgó.
—¡Estupendo! —dijo Bob.
—Y muy cierto —replicó Jupe—. Efectivamente, estamos buscando un medallón perdido, el que lleva el alfarero.
A requerimiento de Júpiter, Bob llamó a su madre y consiguió también permiso para quedarse en casa con los Jones.
—¡Júpiter! —la voz de la tía Mathilda, impulsada por el viento, se percibió de forma clara dentro del remolque—. ¡Júpiter! ¿Dónde estáis?
—¡Vamos aprisa! —dijo Jupe. Los muchachos salieron lo más aprisa que pudieron por el túnel número dos, se frotaron las rodillas, y salieron como si tal cosa por la puerta del taller de Júpiter.
—¡Por todos los santos! —exclamó la tía Mathilda, que se encontraba cerca del despacho—. No sé qué estáis haciendo, muchachos, metidos tanto rato en ese taller. Júpiter, la cena está a punto.
—Tía Mathilda —dijo Jupe—. ¿Pete y Bob se pueden quedar y…?
—Sí, desde luego; que se queden y que cenen con nosotros —respondió enseguida su tía—. No tenemos para cenar más que pastelitos fritos y embutido, pero hay suficiente para todos.
Pete y Bob aceptaron la invitación y le dieron las gracias.
—Llamad a vuestras casas —ordenó la tía Mathilda—. Podéis usar el teléfono que hay en el despacho. Y acordaos de cerrar bien cuando salgáis. Dentro de cinco minutos os quiero ver ya en la mesa.
Y se metió de nuevo en la casa.
—¿Crees que tu tía adivina el pensamiento? —dijo Pete.
—Creo que no —respondió Jupe plenamente convencido de lo que decía.
Cinco minutos más tarde los muchachos estaban sentados a la mesa, en el comedor de los Jones, devorando pastelitos y salchichas al fuego, y escuchando al tío Titus que les hablaba de los viejos tiempos, cuando Rocky Beach era solamente un pequeño poblado junto a la carretera.
Después de cenar los muchachos ayudaron a tía Mathilda a quitar la mesa y limpiar las cosas. Cuando terminaron y quedó todo en orden se encaminaron hacia la puerta.
—¿Dónde vais ahora? —preguntó tía Mathilda.
—No hemos terminado del todo con nuestro trabajo —le respondió Jupe.
—Bien, pero no volváis demasiado tarde —les advirtió tía Mathilda—. Ni dejéis encendida la luz del taller. Y acordaos de cerrar la puerta de la verja.
Júpiter le prometió que lo tendría todo muy en cuenta, y salieron disparados hacia la calle, donde Pete cogió su «bici».
—¿Cómo sabrá Tom Dobson que soy yo? —preguntó Pete.
—Pues diciéndoselo tú —le advirtió Jupe—. Él tiene una de nuestras tarjetas.
—Conforme —Pete salió del patio y enfiló la ruta por la carretera.
—Ahora a comprobar lo que hay sobre ese tal señor Demetrieff, que alquiló Hilltop House —dijo Júpiter—. Creo que en esto nos puede ayudar Worthington.
Poco tiempo hacía desde que Júpiter Jones había ganado un premio en un concurso organizado por una agencia de alquiler de coches. El premio había consistido en poder utilizar durante treinta días un «Rolls-Royce» con chófer y todo. Worthington, el chófer inglés que había llevado a Júpiter y a sus amigos a diversos sitios en el transcurso de aquellos días, ayudándoles en muchas de sus investigaciones, se había convertido en un entusiasta admirador de los muchachos, sentía afición de detective y siempre demostraba interés por los casos que se les planteaban.
Bob consultó su reloj de pulsera. Era ya bastante tarde.
—No podemos decirle a Worthington que venga aquí a la hora que es ya. Y menos siendo domingo.
—No hará falta decirle que venga —dijo Júpiter—. Worthington vive en el distrito de Wilshire. A no ser que esté muy ocupado en algo, podría ir y dar un vistazo a la dirección que tenemos de ese distrito. Tal vez eso nos diera una pista sobre el señor Demetrieff.
Bob se mostró conforme con la proposición, y los dos muchachos se metieron nuevamente por el túnel número dos y volvieron a entrar en su cuartel general, donde Júpiter consultó su lista particular de teléfonos y marcó el número de Worthington.
—¿Eres Júpiter? —Worthington se mostraba muy complacido al oír la voz de Júpiter por teléfono—. ¿Cómo estás, muchacho?
Júpiter le respondió que muy bien.
—Siento que el «Rolls-Royce» no esté libre esta noche —dijo Worthington en tono triste—. Hay una gran fiesta en Beverly Hills, y Perkins ha alquilado el coche.
—No necesitamos el coche esta noche, Worthington —dijo Jupe—. Sólo quería saber si tendría tiempo para prestar un pequeño servicio a Los Tres Investigadores.
—Mira si estaba ocupado —dijo Worthington—, que estaba haciendo solitarios y perdía. Así que la interrupción me ha venido, lo que se dice, muy bien. ¿En qué os puedo servir?
—Pues es que estamos pendientes de obtener información sobre un tal señor Llyan Demetrieff —le dijo Júpiter, que le deletreó el apellido—. Tal vez sea Demetrioff, con «o», pero no estamos seguros. Con todo, las señas que dio fueron 2901, Wilshire Boulevard. ¿Se podría enterar si, efectivamente, el señor Demetrieff ha vivido recientemente en esas señas? Además, nos interesa saber qué clase de vivienda es esa del número 2901.
—Pero si eso está prácticamente a la vuelta de la esquina para mí, como quien dice —dijo Worthington—. Me voy a dar una vuelta por allí en seguida y te telefonearé.
—Muy bien, Worthington —dijo Júpiter—. Pero ¿qué vas a decir si alguien te abre la puerta cuando llames?
No tuvo que pensar mucho Worthington.
—Les diré que soy el presidente de la Junta creada para el ornato del Boulevard Wilshire, y les preguntaré qué les parece si ponemos arbustos decorativos en las aceras. Si aceptan la idea les rogaré tengan la bondad de inscribirse en la Junta.
—Estupendo, Worthington —exclamó Júpiter.
Worthington les prometió que les llamaría dentro de media hora y colgó en seguida.
—En ocasiones creo que deberíamos pedir a Worthington que perteneciera a nuestra sociedad —comentó riendo Jupe, una vez que informó a Bob sobre el plan concebido por el chófer.
—De hecho ya se considera como un miembro más —dijo Bob—. ¿Qué crees que encontrará en esa dirección de Wilshire?
—Probablemente nada —afirmó Júpiter—. Una casa vacía, o tal vez un apartamento sin inquilino. Pero al menos nos podrá decir algo sobre el vecindario. Me gusta la idea de una Junta para el ornato del distrito. Nos podríamos unir a esa Junta organizadora y empezar a llamar a las puertas de las casas en toda la zona del señor Demetrioff, y tal vez consigamos alguna información sobre él.
—La gente de una ciudad nunca conoce el vecindario —dijo Bob.
—A veces saben más de lo que uno se imagina —respondió Jupe, y luego colocó sus manos detrás de la cabeza y se reclinó en la silla—. Suponte que es un vecindario en el que predomina la gente de edad avanzada —dijo—. Esas personas se pasan todo el día en casa, y suelen mirar por las ventanas para darse cuenta de lo que sucede. Sería curioso saber cuántos crímenes se han descubierto porque algunas viejecitas que tienen el sueño ligero se han levantado para ver quién estaba haciendo ruido en la calle.
—Recuérdame que vaya con cuidado cuando pase por delante de la casa de la señora Hopper —comentó Bob con un gesto de afirmación.
—No creo que se pierda muchas cosas, no —Júpiter abrió nuevamente el libro que hablaba de las joyas de la corona y que Bob había traído consigo, y se quedó contemplando la fotografía de la corona Azimov—. Es hermosa, dentro de su forma extraña —dijo—. Supongo que fue idea propia del duque Federico el que le dieran la forma de un yelmo.
—Debió ser un auténtico brujo —dijo Bob, y se estremeció—. Sólo la ejecución de Iván «el Terrible» ya fue bastante. No tenía por qué haber exhibido su cabeza sobre las almenas del castillo.
—La gente solía cometer atrocidades como ésa en aquellos días —razonó—. Se supone que serviría de ejemplo, y estoy seguro de que así fue, ya que los Azimov sobrevivieron hasta cuatrocientos años después.
En aquel momento sonó el teléfono.
—No puede ser ya la Junta encargada del ornato del distrito de Wilshire —exclamó Bob—. No habrá tenido tiempo de llevar a cabo su misión.
Pero sí que era Worthington.
—Lo siento, Júpiter —informó el chófer—, pero nadie vive en el número 2901 de Wilshire Boulevard. Se trata de un pequeño local comercial y, claro, a estas horas, está cerrado.
—Vaya —dijo Júpiter.
—Sin embargo, había luz en la entrada y pude leer los nombres de los ocupantes —añadió Worthington en tono orgulloso—. Me anoté la lista completa, y es ésta: Casa de fotocopias Acmé, un tal Dr. H. H. Carmichael, el despacho de la secretaría de Jensen, la Junta de Comercio de Lapathia, la editorial Sherman…
—Espera un momento —exclamó Júpiter—. ¿Cómo has dicho esa última?
—La editorial Sherman —dijo Worthington.
—No, no, la anterior a ésa. ¿Has dicho el no sé qué de Lapathia?
—La Junta de Comercio de Lapathia —le respondió Worthington.
—Worthington —le dijo Júpiter—, creo que nos acabas de decir exactamente lo que desde hace tiempo queríamos saber.
—¿De veras? —la voz de Worthington denotaba asombro—. No había ningún señor Demetrieff en la lista —le recordó a Júpiter.
—Bien, si tuvieras que ir a preguntar por él en la Junta de Comercio de Lapathia —aclaró Júpiter—, te dirían que está pasando las vacaciones en Rocky Beach, y si fueras por segunda vez, tal vez te dijeran que no. Gracias, Worthington y buenas noches.
Júpiter colgó el teléfono.
—Nuestro nuevo inquilino de Hilltop House procede de la Junta de Comercio de Lapathia —le dijo a Bob. Y volvió a mirar la foto de la corona—. El águila escarlata era la divisa de Lapathia y el símbolo favorito del alfarero. Y un hombre de la Junta de Comercio de Lapathia alquila una casa desde la que se domina la tienda del alfarero. Todo esto está sugiriendo muchas e interesantes posibilidades.
—¿Como la de que el alfarero es en realidad un habitante de Lapathia? —preguntó Bob.
—Y además que nosotros deberíamos hacer una visita a Hilltop House esta noche —sentenció Jupe en tono firme.