Introducción

INTRODUCCIÓN

Pese a su enorme trascendencia histórica, la guerra civil española no ha tenido una repercusión equivalente en la producción de libros que relaten la experiencia de sus protagonistas. Ni desde el punto de vista de la literatura ni desde la producción editorial de obras testimoniales se puede decir que abunde el material documental sobre el conflicto. Esta escasez de testimonios tiene brillantes excepciones cuyo exponente mayor es, sin duda, la obra de Ronald Fraser titulada Recuérdalo tú, recuérdalo a otros[1].

Desde un punto de vista individual el libro de Michel del Castillo, Tanguy[2], es otro referente imprescindible, aunque ceñido sólo a la experiencia del exilio y la posguerra. También hay que mencionar los trabajos de Pons Prades[3] y los testimonios recogidos por Alfonso Bullón de Mendoza y Álvaro de Diego[4]. En el ámbito de la narrativa de memorias son ineludibles obras como las de Arturo Barea[5] y Ramón J. Sender[6]. Sin embargo, y pese a su valor, este acervo de memoria nos sigue pareciendo muy corto.

Una carencia de este tipo requiere atención urgente, aunque sea por razones estrictamente biológicas. Los que vivieron la guerra civil se han convertido en supervivientes de la propia vida. Los más jóvenes entre los que conocieron y pueden recordar la contienda sobrepasan, en el primer año del nuevo milenio, la setentena. Los que combatieron o vivieron las penurias de la retaguardia en edad adulta superan con creces los ochenta años.

La propuesta de realizar este libro sobre los niños que vivieron la guerra de España partió de Ana Rosa Semprún, y la aceptamos de inmediato con gran entusiasmo, más que nada por la posibilidad de colaborar en el rescate de vivencias que podrían haberse perdido y que tienen un enorme valor tanto humano como histórico. No se puede comprender un fenómeno tan grave como una guerra si no se realiza primero un acercamiento a las pasiones y sufrimientos de quienes fueron sus protagonistas. Los historiadores de hoy en día reconocen cada vez más el valor de los puntos de vista personales en la elaboración de interpretaciones históricas acertadas.

¿Por qué los niños? En primer lugar, hay que reconocerlo, por una razón aleatoria. Podían haber sido las mujeres, los combatientes o los médicos, y en cualquiera de estos casos, el análisis habría resultado de enorme interés. Sin embargo, hay muchas otras razones a tener en cuenta en un trabajo de este tipo. Ante todo, el deseo de transmitir un mensaje a las nuevas generaciones: no hay nada hermoso en una guerra, y mucho menos si se trata de una confrontación civil. El hambre, el frío, las penalidades, la muerte, la violencia, el odio entre vecinos y entre las mismas familias, son cosas que se quedan grabadas para siempre en la memoria de quienes padecieron la guerra siendo niños. Por otra parte, se puede extraer una conclusión de carácter positivo, y es la de que existe un sorprendente deseo de supervivencia en el ser humano ante el horror absoluto e incluso, en muchos casos, una inmensa capacidad de perdón.

Otro punto de interés, si es que se tiene alguna intención pedagógica, es el de concluir que la guerra queda objetivada en sus efectos humanos por la presencia de los niños. Da lo mismo en qué bando militaran sus padres, los niños sufrieron la guerra de la misma forma desgarradora, y por mucho que la derrota o la diáspora afectaran más a una parte de ellos, el miedo y los malos sueños perviven en todos. Los niños en la guerra civil (suponemos que en cualquier guerra) fueron protagonistas pasivos, mejor protegidos en unos casos que en otros de la violencia, el hambre o la muerte, pero siempre azotados por un entorno que no escatimó atrocidades a nadie. Fueron pasivos en la acción pero enormemente activos a la hora de recibir las consecuencias negativas.

Entrando en profundidades mayores hay una lección trascendental a extraer de las páginas que siguen: los códigos morales, la postura ante el dolor ajeno, el reconocimiento del sufrimiento de los demás, son cuestiones en las que la cultura y el ambiente en que los niños se forman ejercen una influencia decisiva. Llama la atención, por ejemplo la asunción de la idea de la muerte, la visión de la muerte, en su brutalidad más extrema, como si fuera algo inocuo. Es algo que puede comprobarse en casi todos los testimonios recogidos, sobre todo en lo referente a las ejecuciones de personas ajenas al entorno familiar. Tal vez este fenómeno se deba no sólo a la ya señalada capacidad de supervivencia de los seres humanos, sino a la incorporación inconsciente del ambiente de degradación moral que supone un conflicto civil. Este hecho puede observarse hoy mismo, en nuestro país, en la actitud que adoptan algunos colectivos del País Vasco ante la muerte indiscriminada de aquéllos a quienes se supone enemigos históricos. ¿Cómo puede explicarse que un adolescente brinde por la muerte de un tendero de golosinas? Sólo se explica si esa persona se ha criado en el odio o en la ignorancia absoluta sobre «el otro» y su capacidad de sentir, de gozar o de sufrir.

Un aspecto importante de las vivencias recogidas es, aparte de su contenido, la forma en que se describe. La historiadora Mercedes Cabrera, a la que debemos algunas claves acerca de la manera de tratar la información, manifestó su sorpresa por el bajo nivel de reelaboración del texto. Y es que consideramos que en este aspecto radica uno de los mayores valores del libro. Tanto si se hace una sola lectura como si se hacen varias, los protagonistas dan la impresión de haber vuelto al momento en que vivieron los acontecimientos. Hay una especie de primitivismo interpretativo que confiere a sus confesiones una carga mayor de sinceridad, de inmediatez. Algo que aumenta, a nuestro juicio, el valor del material reunido, ya que el conjunto de visiones subjetivas se convierte, por su acumulación, en una colección de datos objetivos. Pensamos que éste es un material aprovechable desde muchos puntos de vista.

La mayor parte de las anécdotas y relatos recogidos en este libro, seleccionados de un material de base mucho mayor, corresponden al bando de los derrotados. No se debe a una cuestión de sectarismo, algo que carecería de sentido en un trabajo como éste, sino a motivaciones fundadas en la propia dinámica de la guerra. Y es que, no hay que olvidarlo, la guerra civil fue, casi siempre, un conflicto en el que el bando franquista se movió a la ofensiva y el republicano a la defensiva, lo que quiere decir, de manera casi terminante, que en los territorios dominados por los franquistas durante los primeros seis meses de contienda, ésta acabó pronto para la población civil. Salvando el caso de Teruel, ninguna capital de provincia fue reconquistada por los republicanos en los tres años que duró la guerra, ni hubo ningún asedio prolongado del territorio nacionalista a partir de la ruptura del cerco de Oviedo.

Este hecho tuvo importantes repercusiones para los ciudadanos que habitaban cada una de las zonas. Los que vivían en zona nacional vieron muy pronto cómo se «normalizaba» su vida cotidiana: escuela, provisión de alimentos, etc., y se vieron relativamente libres del azote de los bombardeos, de los desplazamientos masivos y de las entradas a saco del enemigo en las poblaciones ocupadas.

Por el contrario, en la zona controlada por la República los bombardeos contra objetivos civiles fueron abundantes, sobre todo en Madrid, Barcelona y el País Vasco; los desplazamientos masivos de mujeres y niños adquirieron en ocasiones proporciones bíblicas: cientos de miles de personas huyeron abandonando sus casas, a veces para siempre. Y no olvidemos el hambre. Debido a la desorganización interna, a los errores políticos con el campesinado y a la pérdida de las áreas cerealísticas más importantes, además del bloqueo naval ítalo-germano que impidió un flujo de suministros suficiente, la carencia de alimentos se padeció con mayor rigor en la zona republicana que en la nacional.

En cuanto a la represión, ese terror que se sufrió en ambos bandos, tuvo un carácter más efímero, aunque no menos cruel, en el lado republicano. Sobre todo por el carácter de guerra de resistencia a que obligó la incapacidad ofensiva del ejército leal al gobierno. No hubo toma de ciudades importantes o victorias de envergadura que comportaran la ocupación de amplios territorios por parte de las fuerzas republicanas. Pasados los primeros seis meses, en los que se cometieron atrocidades sin cuento en Madrid, Barcelona y otros puntos, la ausencia de victorias y conquistas hizo que los republicanos no tuvieran que pasar la prueba de la limpieza en la victoria, ni hubieron de enfrentarse al problema de «limpiar» una zona que antes había sido del enemigo. Los sublevados, en este aspecto, tuvieron casi la exclusiva.

La victoria final de los franquistas prorrogó de forma salvaje las secuelas de la guerra. Autores tan poco sospechosos de connivencia con la revolución como el británico Hugh Thomas cifran las muertes por represalias en la posguerra en casi tantas como las producidas en combate. La sistemática represión armada de los militares alzados acrecentó enormemente el sufrimiento de los que estaban del lado de la República. Las muertes, el exilio, el internamiento en campos de concentración… La derrota, en fin, hizo que el padecimiento de los niños de la zona republicana o pertenecientes a familias implicadas políticamente con los partidos que defendieron la legalidad democrática fueran mucho mayores que los de la otra zona. Como ya se sabe, aunque se olvida con demasiada frecuencia, la represión tras el final de la guerra no fue, en numerosas ocasiones, ni siquiera dirigida por la apariencia de legalidad que el franquismo quiso conferirle.

La metodología de trabajo para este libro ha sido compleja. En primer lugar, el proceso de selección no ha sido realizado con pretensiones científicas de ninguna naturaleza. Lo que buscamos fue, ante todo, un universo de personas que ofreciera un carácter representativo por su amplitud y su dispersión geográfica.

Además nos importó especialmente que los elegidos relataran peripecias referidas a los aspectos míticos de la guerra. Esto tal vez requiera una pequeña explicación: fuera de los ambientes historiográficos, en los últimos años se ha tendido a minusvalorar el carácter salvaje de la represión en el bando franquista. Ha habido algo así como una atenuación acrítica de la sistemática liquidación del enemigo que se produjo tras la victoria. Es un dato que, por otra parte, tiene parecida validez para la situación en la zona republicana, que tuvo su propia mítica embellecedora. Desde este punto de vista, los testimonios actúan por acumulación. La lectura de todos ellos tiende a alejarnos de la hermosa visión de la guerra romántica, por mucho que una parte de sus protagonistas participaran en el conflicto con ánimo desprovisto de pasiones negativas.

Dentro de esta perspectiva nos interesó también dejar espacio a historias que, desde nuestro punto de vista, no han sido suficientemente reflejadas, como los bombardeos sistemáticos en el frente del norte o las feroces sangrías que se desataron en Extremadura o Andalucía tras las primeras victorias.

También quisimos encontrar contrastes, visiones diferentes de la misma situación, que no hacen sino mostrar una misma realidad. Es algo que podremos observar en el caso de los dos testimonios de Badajoz, o en los referidos a Madrid.

Una importante condición a la hora de seleccionar los testimonios fue que los protagonistas admitieran su autoría. Casi todos los entrevistados contestan bajo su nombre verdadero y son fácilmente localizables. Con esto no sólo pretendemos certificar que el trabajo ha sido riguroso, sino obtener una mayor responsabilidad del entrevistado sobre lo que cuenta y, por lo tanto, lograr una mayor veracidad. Esta condición sólo ha tenido cinco excepciones que tienen una fácil explicación: las tres primeras proceden de tres personas del País Vasco que no han querido dar su nombre por cuestiones de seguridad. Por desgracia, el miedo en esta comunidad ha resucitado con todo su vigor, sesenta años después del fin de la guerra, aunque por razones muy distintas. La otras dos excepciones son de dos personas de Madrid y Villarrobledo. A pesar de no querer revelar su identidad, sus relatos nos han parecido imprescindibles, porque tienen características excepcionales como es la confesión de ser hijo de alguien que participó en la represión de la posguerra. En este caso la razón evidente para ocultar la identidad se debe al sentimiento de vergüenza que produce esta condición.

Todos los entrevistados han participado en el proyecto de manera gratuita, por una razón que también nos pareció importante: evitar que hubiera un sobreesfuerzo para dar satisfacción a nuestra búsqueda de buenas historias. Creemos que el lector comprobará fácilmente que todos los testimonios tienen en común su carácter cotidiano, reflejo de unos aconteceres que, en su momento, también eran cotidianos. En pocos momentos se tiene la sensación de que los protagonistas revivan los hechos como si les hubiera sucedido algo extraordinario.

Las entrevistas se realizaron por medio de un cuestionario común que dejaba gran libertad de respuesta. El objetivo era que el discurso fluyera hacia los asuntos o temas que habían producido emociones más intensas en los protagonistas. Un trabajo de este estilo no puede eludir u objetivar las emociones, pues son éstas las que avivan el recuerdo.

En el tratamiento literario de los testimonios se ha intentado respetar, con el mayor de los escrúpulos, la forma de expresarse de los testigos. Se han corregido defectos de forma, se han eliminado repeticiones, se ha cambiado el orden de algunas exposiciones y se ha sintetizado el texto cuando era demasiado largo, pero, por encima de todo, se ha pretendido que cada uno de los discursos sea fiel a la psicología del protagonista y a su escala de valores, algo que, como ya se ha señalado antes, guarda íntima relación con la forma de vivir las experiencias.

Nuestra impresión, una vez acabado el trabajo, es que se ha cumplido la teoría literaria que dice que una vida sólo tiene coherencia, para quien la quiere comprender, a través de una buena narración. Narrar es un acto que, en sí mismo, supone comprender. Por eso hemos intentado conservar al máximo las formas de expresión y exposición de los testigos. Y tampoco hemos querido corregir, llegado el caso, errores en fechas o lugares, salvo en casos extremos. Este libro no es un tratado de la guerra, sino un conjunto de entrevistas sobre cómo la guerra afecta a niños muy distintos en su origen social, cultural, económico y político.

Tras muchas cavilaciones y experimentos decidimos no dividir en piezas los testimonios, porque las experiencias de la guerra no son desmenuzables, sino que conforman un todo que tiene coherencia sólo en su unidad e integridad. ¿Se puede disolver el sufrimiento? ¿Es posible disociar, de una misma experiencia, el miedo al bombardeo, el hambre y el dolor por la muerte de los padres? Pensamos que no, sobre todo después de haber hecho las entrevistas.

El orden de las entrevistas es tan lógico o tan arbitrario como lo podrían ser muchos otros basados en diferentes criterios opcionales. En todo caso, es el que mejor nos ha permitido trabajar sobre el tema.

Este libro es, por encima de todo, una bofetada y un homenaje simultáneos al ser humano. No sabemos si tiene un carácter fundamentalmente histórico, periodístico o sociológico. Creemos que hay un poco de cada cosa, pero tenemos la esperanza de que sirva para aprender un poco más sobre todos nosotros, para entender mejor el corazón de las personas.