8

CAMILLE

Los frutos caen y el amor muere y el tiempo varía;

un aliento perpetuo os alimenta,

y viva después de infinitos cambios,

y fresca por los besos de la muerte;

de languideces reencendidas y recobradas,

de delicias baldías e impuras,

de lo monstruoso e infecundo, una pálida

y venenosa reina.

ALGERNON CHARLES SWINBURNE, Dolores

Tessa estaba sólo a mitad del pasillo cuando la alcanzaron; Will y Jem se pusieron uno a cada lado de ella.

—No creerías que ibas a ir sola, ¿verdad? —preguntó Will, mientras alzaba la mano y dejaba que la luz mágica le brillara entre los dedos, iluminando el pasillo como si fuera de día.

Charlotte, que se apresuraba por delante de ellos, se volvió con el ceño fruncido, pero no dijo nada.

—Ya sé que tú te entrometes en todo —replicó Tessa sin apartar la mirada del frente—. Pero tenía mejor opinión de Jem.

—A donde va Will, ahí voy yo —repuso Jem afablemente—. Y además, siento tanta curiosidad como él.

—Eso no parece algo de lo que alardear. ¿Adónde vamos? —añadió Tessa, sorprendida, cuando alcanzaron el final del pasillo. El corredor se extendía tras ellos entre sombras desalentadoras—. ¿Nos hemos equivocado al torcer?

—La paciencia es una virtud, señorita Gray —contestó Will.

Habían llegado a un largo pasillo con una brusca pendiente hacia abajo. Las paredes carecían de tapices o antorchas, y en la penumbra, Tessa comprendió por qué Will había llevado consigo la luz mágica.

—Este pasillo lleva a nuestro Santuario —explicó Charlotte—. Es la sala más segura del Instituto; aunque todo el edificio se derrumbara o ardiera a nuestro alrededor, esa sala permanecería en pie. También es el lugar donde nos reunimos con aquellos que, por la razón que sea, no pueden pisar tierra consagrada. Los que están malditos. Y los vampiros.

—¿Es una maldición? Ser un vampiro, me refiero —preguntó Tessa.

Charlotte negó con la cabeza.

—No. Creemos que es una especie de enfermedad demoníaca. La mayoría de las enfermedades que afectan a los demonios no se transmiten a los seres humanos, pero en algunos casos, raramente, la enfermedad puede contagiarse a través de un mordisco o un arañazo. Vampirismo. Licantropía…

—Viruela demoníaca —añadió Will.

—Will, sabes que no existe la viruela demoníaca —replicó Charlotte—. Bien, ¿por dónde iba?

—Ser vampiro no es una maldición sino una enfermedad —resumió Tessa—. Pero aun así no pueden pisar suelo consagrado, ¿es eso? ¿Significa que están condenados?

—Eso depende de tus creencias —contestó Jem—. Y de si crees en la condenación o no.

—Pero tú cazas demonios. ¡Debes de creer en la condenación!

—Creo en el bien y en el mal —replicó Jem—. Y creo que el alma es eterna. Pero no creo en las llamas del infierno, los tridentes y el tormento eterno. No creo que se pueda conseguir que la gente sea buena a base de amenazas.

Tessa miró a Will.

—Y tú ¿qué? ¿En qué crees?

Pulvis et umbra sumus —respondió Will sin mirarla siquiera—. Creo que somos polvo y sombras. ¿Acaso hay algo más?

—Creas en lo que creas, por favor, no le sugieras a lady Belcourt que piensas que está condenada —intervino Charlotte. Habían llegado al final del pasillo y se habían detenido ante una alta puerta doble de hierro, cuyas hojas estaban grabadas con unos curiosos símbolos que parecían dos pares de ces encaradas. Se volvió y miró a los tres compañeros—. Se ha ofrecido muy amablemente a ayudarnos, y no tendría sentido insultarla así. Eso va especialmente por ti, Will. Si no eres capaz de ser cortés, te echaré del Santuario. Jem, confío en que seas tan encantador como siempre. Tessa… —Charlotte volvió sus serios ojos amables hacia Tessa—. Intenta no asustarte.

Sacó una llave de hierro de un bolsillo del vestido y la introdujo en la cerradura de la puerta. El cuerpo de la llave tenía la forma de un ángel con las alas extendidas; las alas centellearon una vez, brevemente, mientras Charlotte giraba la llave y la puerta se abría.

La sala era como la cámara del tesoro. No había ventanas, y la única puerta era aquella por la que habían entrado. Enormes columnas de piedra sostenían un techo en sombras al que casi no alcanzaba la luz de una hilera de candelabros encendidos. Los pilares estaban tallados por todas partes con lazos, volutas y runas que formaban intricados dibujos capaces de engañar al ojo. Gigantescos tapices colgaban de las paredes, todos cruzados por la forma de una única runa. También había un gran espejo con marco dorado, que brindaba a la sala una mayor sensación de amplitud. Una enorme fuente de base circular se erguía en medio de la estancia. En su centro se hallaba un ángel con las alas plegadas. Torrentes de lágrimas le manaban de los ojos y caían dentro de la fuente.

Justo al lado, entre dos grandes columnas, había un grupo de sillas tapizadas de terciopelo negro. La mujer que ocupaba la más grande era delgada y majestuosa. Su sombrero estaba inclinado hacia adelante y ostentaba en lo alto una enorme pluma en equilibrio. Su vestido era de un elegante terciopelo rojo y el estrecho corpiño henchía con gracia su blanquísima piel, pese a lo cual el pecho ni se alzaba ni bajaba por efecto de respiración alguna. Una sarta de rubís le rodeaba el cuello como una cicatriz. Su cabello era espeso, de un rubio pálido, recogido en delicados tirabuzones sobre la nuca; los ojos eran de un verde luminoso y brillaban como los de un gato.

Tessa se quedó sin aliento al descubrir que los subterráneos podían ser tan hermosos.

—Atenúa tu luz mágica, Will —ordenó Charlotte en voz baja antes de apresurarse a saludar a la invitada—. Qué amable por su parte esperarnos, baronesa. Confío en que haya encontrado el Santuario lo suficientemente confortable para su gusto.

—Como siempre, Charlotte. —Lady Belcourt no disimuló su aburrimiento.

—Lady Belcourt, permítame presentarle a la señorita Theresa Gray. —Charlotte le hizo un gesto a Tessa, que, sin saber qué otra cosa hacer, inclinó la cabeza con corrección mientras seguía tratando de recordar el modo de dirigirse a una baronesa. Le parecía que tenía que ver con si estaban casadas con un barón o no, pero no lo recordaba exactamente—. A su lado está el señor James Carstairs, uno de nuestros jóvenes cazadores de sombras, y con él está…

Pero los ojos verdes de lady Belcourt ya estaban sobre Will.

—Will Herondale —se anticipó, y esgrimió una sonrisa. Tessa se tensó, sin embargo los dientes de la vampira parecían totalmente normales; nada de puntiagudos incisivos—. Qué curioso que vengas a saludarme.

—¿Se conocen? —Charlotte parecía anonadada.

—William me ganó veinte libras a las cartas —contestó lady Belcourt, y su verde mirada permaneció sobre Will de una manera que a Tessa le erizó el vello de la nuca—. Hace unas semanas, en una casa de juego de los subterráneos dirigida por el Club Pandemónium.

—¿En serio? —Charlotte miró a Will, que se limitó a encogerse de hombros.

—Era parte de la investigación. Fui disfrazado como si fuera un mundano estúpido que había ido allí a disfrutar del vicio —explicó Will—. Hubiera sido sospechoso que me hubiera negado a jugar.

Charlotte alzó la barbilla.

—De todas formas, Will, ese dinero que ganaste forma parte de las pruebas. Deberías habérselo entregado a la Clave.

—Me lo gasté en ginebra.

—¡Will!

—El vicio es una dura responsabilidad.

—Pues pareces muy capaz de soportarla —observó Jem, con un destello de burla en sus ojos plateados. Charlotte levantó las manos.

—Ya me encargaré de ti después, Will. Lady Belcourt, ¿debo entender que también es usted miembro del Club Pandemónium?

Lady Belcourt puso cara de asco.

—Por supuesto que no. Estaba en el garito aquella noche porque un brujo amigo mío confiaba en ganar algo de dinero fácil con las cartas. Las actividades del club están abiertas a la mayoría de los subterráneos. A los miembros les gusta que aparezcamos por allí; impresiona a los mundanos y les relaja el bolsillo. Sé que los que dirigen el club son subterráneos, pero nunca seré uno de ellos. Todo ese asunto me parece tan falto de clase…

—De Quincey, en cambio, sí es miembro del club, parece ser —repuso Charlotte, y tras sus grandes ojos castaños, Tessa puedo ver la luz de una potente inteligencia—. Lo cierto es que me han informado de que es él quien preside la organización. ¿Lo sabía?

Lady Belcourt negó con la cabeza, y era evidente que esa información no le interesaba en absoluto.

—De Quincey y yo fuimos íntimos hace años, pero ya no, y le he expresado claramente mi falta de interés por el club. Supongo que sí, es posible que él sea el presidente del club; es una organización ridícula, pero sin duda muy lucrativa. —Se inclinó hacia adelante, mientras cerraba sus delgadas manos enguantadas sobre el regazo. Había algo extrañamente fascinante en cada uno de sus movimientos, incluso en los más insignificantes. Tenían una curiosa gracia animal. Era como observar a un gato deslizarse entre las sombras—. Lo primero que deben conocer sobre De Quincey —continuó— es que es el vampiro más peligroso de todo Londres. Se ha abierto camino hasta lo más alto del clan más poderoso de la ciudad, y cualquier vampiro que viva en Londres está sujeto a sus deseos. —Apretó los labios escarlata—. Además, deben comprender que De Quincey es viejo, incluso para ser como es un Hijo de la Noche. Ha vivido la mayor parte de su vida antes de que se firmaran los Acuerdos, y los desprecia, y desprecia vivir bajo el yugo de la Ley. Y por encima de todo, odia a los nefilim.

Tessa vio que Jem se inclinaba hacia Will y le susurraba algo al oído. Éste esbozó una media sonrisa.

—Pero —soltó Will— ¿cómo puede alguien odiarnos cuando somos tan encantadores?

—Estoy segura de que ya sabes que la mayoría de los subterráneos no os tienen ningún aprecio.

—Pero De Quincey era nuestro aliado. —Charlotte calmó la inquietud de sus delgadas manos apoyándolas sobre el respaldo de una de las sillas de suave terciopelo—. Siempre ha cooperado con la Clave.

—Teatro. Le interesa cooperar con ustedes, así que lo hace. Pero le encantaría verlos a todos en lo más profundo del océano.

Charlotte había palidecido, pero se recuperó.

—¿Sabe algo sobre su relación con dos mujeres conocidas como las Hermanas Oscuras? ¿Sobre su interés por los autómatas… por ciertas criaturas mecánicas?

—Puag, las Hermanas Oscuras. —Lady Belcourt se estremeció—. Unas criaturas horribles y desagradables. Brujas, según creo. Trato de evitarlas. Se dice que proveían a los miembros del club que tenían gustos menos… refinados. Opio, prostitutas subterráneas, ese tipo de cosas.

—¿Y los autómatas?

Lady Belcourt agitó sus delicadas manos en un gesto de aburrimiento.

—Si De Quincey siente algún tipo de fascinación por las piezas de relojería, lo ignoro. De hecho, cuando se puso en contacto conmigo con relación a De Quincey, Charlotte, no tenía intención de ofrecerle ningún tipo de información. Una cosa es compartir unos cuantos secretos subterráneos con la Clave, y otra totalmente diferente es traicionar al vampiro más poderoso de todo Londres. Sólo cuando oí hablar de vuestra pequeña cambiante varié de opinión. —Sus verdes ojos se posaron en Tessa y sus rojos labios formaron una sonrisa—. Salta a la vista el parecido familiar.

Tessa se la quedó mirando.

—¿El parecido con quién?

—¿Con quién? Con Nathaniel, claro. Con su hermano.

Tessa se sintió como si le acabaran de tirar un cubo de agua helada por el cuello y hubiera despertado de golpe.

—¿Ha visto usted a mi hermano?

Lady Belcourt sonrió, la sonrisa de una mujer que sabe que tiene al público en la palma de la mano.

—Lo he visto en las fiestas de De Quincey —contestó—. Asistía a ellas regularmente. Parecía muy fascinado con De Quincey y su camarilla. Un joven encantador, su hermano. Bastante desventurado.

—Pero ¿está vivo? —preguntó Tessa—. ¿Lo ha visto vivo?

—Vivo, hará como unos quince días, sí. —Lady Belcourt hizo un gesto ondeante con la mano. Llevaba guantes escarlata, y parecía que hubiera sumergido sus manos en sangre—. Pero volvamos al tema —dijo—, estábamos hablando de De Quincey. Dígame, Charlotte, ¿sabía que celebra fiestas en su casa de Carleton Square?

Charlotte apartó las manos de la silla.

—Lo he oído mencionar.

—Por desgracia —intervino Will—, parece que no se le ha ocurrido invitarnos. O quizá es que nuestra invitación se ha perdido en el correo.

—En esas fiestas —continuó lady Belcourt—, se tortura y se mata a humanos. Tengo entendido que tiran los cadáveres al Támesis para que sean pasto de los carroñeros que habitan el río. ¿Sabían también ese dato?

Incluso Will pareció sorprendido.

—Pero la Ley prohibe a los Hijos de la Noche asesinar a humanos…

—Y De Quincey desprecia la Ley. Lo hace tanto para burlarse de los nefilim como por disfrutar matando. Porque disfruta haciéndolo, no se engañen.

Charlotte apretaba los labios con rabia.

—¿Cuánto hace que dura eso, Camille?

Así que ése era su nombre, pensó Tessa: «Camille». Parecía un nombre de origen francés, quizá eso explicara su acento.

—Un año al menos. Quizá más. —El tono de la vampira era frío, indiferente.

—Y me lo dice ahora porque… —Charlotte parecía dolida.

—El precio por revelar los secretos del Señor de Londres es la muerte —contestó Camille, y la mirada se le oscureció—. Y no les habría servido de nada, por más que se lo hubiera dicho antes. De Quincey es uno de sus aliados. No tienen motivos ni excusa alguna para asaltar su casa como si fuera un vulgar criminal. No sin alguna prueba de que haya quebrantado la ley. Por lo que sé, esos nuevos Acuerdos establecen que los nefilim sólo pueden intervenir una vez hayan visto al vampiro dañar a un ser humano.

—Así es —confirmó Charlotte de mala gana—, pero si se nos hubiera permitido asistir a una de esas fiestas…

Camille soltó una breve carcajada.

—¡De Quincey nunca hubiera dejado que eso sucediera! En cuanto hubiera olido la presencia de un cazador de sombras, habría cerrado su casa a cal y canto. Nunca se les habría permitido entrar.

—Pero a usted sí —replicó Charlotte—, podría haber acudido con uno de nosotros…

La pluma del sombrero de Camille se agitó temblorosa mientras ella meneaba la cabeza.

—¿Y arriesgar mi propia vida?

—Bueno, tampoco es que estés precisamente viva, ¿no es cierto? —soltó Will.

—Valoro mi existencia tanto como tú la tuya, cazador de sombras —replicó lady Belcourt, entrecerrando los ojos—. Una lección que harás bien en aprender. No haría ningún daño a los nefilim dejar de pensar que todos los que no viven exactamente como ellos deben estar, por tanto, muertos.

Fue Jem quien habló entonces por primera vez desde que habían entrado en la sala.

—Lady Belcourt, si me permite que le pregunte… ¿Qué es exactamente lo que quiere de Tessa?

Entonces, Camille miró directamente a Tessa, y sus verdes ojos brillaron como esmeraldas.

—Puede disfrazarse de cualquiera, ¿es eso cierto? Un disfraz perfecto, dicen: aspecto, voz y gestos… Al menos, eso es lo que me han asegurado.

—Sí —contestó Tessa vacilante—. Así es. Me han dicho que el disfraz es idéntico. Yo no lo describiría como perfecto.

Camille la miró fijamente.

—Tendría que ser perfecto. Si fuera a disfrazarse de mí…

—¿De usted? —exclamó Charlotte—. Lady Belcourt, no veo…

—Yo sí lo veo —replicó Will inmediatamente—. Si Tessa se disfrazase de lady Belcourt, podría entrar en una de las fiestas de De Quincey. Lo vería quebrantando la Ley. Y entonces la Clave podría actuar, sin violar los Acuerdos.

—Estás hecho todo un estratega, ¿eh? —Camille sonrió, mostrando sus blancos dientes una vez más.

—Eso nos proporcionaría también una oportunidad perfecta para registrar la residencia de De Quincey —añadió Jem—. Tal vez podamos averiguar algo sobre su nuevo interés por los autómatas. Si realmente ha estado asesinando a mundanos, no hay razón para no pensar que podría ser por algo más que por puro deporte. —Lanzó una significativa mirada a Charlotte, y Tessa supo que estaba pensando, al igual que ella, en los cadáveres del sótano de la Casa Oscura.

—Tendremos que buscar el modo de avisar a la Clave desde la residencia de De Quincey —pensó Will en voz alta, entusiasmado—. Quizá Henry pueda idear algo. Sería ideal contar con un plano de la distribución de la casa…

—Will —protestó Tessa—. Yo no…

—Y no irías sola, claro —continuó Will, impaciente—. Yo iré contigo. No dejaré que te pase nada.

—¡Will, no! —se opuso Charlotte—. ¿Tessa y tú solos en una casa llena de vampiros? Lo prohíbo.

—Entonces, ¿a quién enviarás con ella, sino a mí? —quiso saber Will—. Sabes que puedo protegerla, y sabes que soy el más idóneo…

—Podría ir yo, o Henry…

—Me temo que estoy de acuerdo con William —intervino Camille, que había asistido a la discusión con un aspecto entre aburrido y divertido—. En esas fiestas sólo se admite a los amigos íntimos de De Quincey, a los vampiros y a los siervos humanos de los vampiros. De Quincey ya ha visto a Will antes, haciéndose pasar por un mundano fascinado por lo oculto; no se sorprenderá de que se haya pasado a la servidumbre vampírica.

«Siervos humanos». Tessa había leído sobre ellos en el Códice: los siervos, o nocturnales, eran mundanos que habían jurado servir a un vampiro. Para el vampiro eran una fuente de compañía y alimento, y a cambio, ellos recibían pequeñas transfusiones de sangre vampírica de vez en cuando. Esa sangre los mantenía ligados a su amo y les aseguraba que, al morir, se transformarían en vampiros.

—Pero Will sólo tiene diecisiete años —protestó Charlotte.

—La mayoría de los siervos humanos son jóvenes —explicó Will—. A los vampiros les gusta adquirir a sus siervos cuando están en plena juventud: mayor belleza y menos posibilidades de enfermedades sanguíneas. Y viven un poco más, aunque no sea mucho. —Parecía satisfecho consigo mismo—. Ningún otro miembro del Enclave podría hacerse pasar convincentemente por un joven y atractivo siervo humano…

—Claro, porque los demás somos horrorosos, ¿no es eso? —preguntó Jem, burlándose—. ¿Es por eso que no puedo ser yo quien la acompañe?

—No —contestó Will—, tú ya sabes por qué no puedes hacerlo. —Lo dijo sin ninguna entonación, y Jem, después de observarlo durante un instante, se encogió de hombros y miró hacia otro lado.

—Todo esto no me convence nada —replicó Charlotte—. ¿Cuándo tendrá lugar la próxima fiesta, Camille?

—El sábado por la noche.

Charlotte respiró hondo.

—Deberé consultarlo con el Enclave antes de aceptar. Y tendremos que escuchar la opinión de Tessa; si ella no acepta voluntariamente…

Todos miraron a Tessa.

Ella se humedeció los labios, nerviosa.

—¿Cree —preguntó a lady Belcourt— que hay alguna posibilidad de que mi hermano se encuentre allí?

—No puedo asegurarlo. Pero es bastante probable. A Nathaniel Gray se le ha visto en muchas de las fiestas de De Quincey. Era muy popular.

Tessa sintió un escalofrío.

—¿Era uno… uno de esos siervos humanos?

—No —contestó Camille después de una pausa.

«Está mintiendo», pensó Tessa. Sintió náuseas.

—Lo haré —afirmó—. Pero quiero que se me prometa que si Nate está allí, lo sacaremos. Quiero asegurarme de que no se trata exclusivamente de capturar a De Quincey, sino que nuestro objetivo es también rescatar a Nate.

—¿Te has transformado alguna vez en un subterráneo? —inquirió Will—. ¿Sabes siquiera si eso es posible?

Tessa negó con la cabeza.

—Hasta ahora no. Pero… podría intentarlo. —Se dirigió a lady Belcourt—: ¿Puede dejarme algo suyo? Un anillo, o un pañuelo, quizá.

Camille se llevó las manos a la nuca, apartó los espesos rizos plateados que le reposaban sobre el cuello y se desabrochó el collar. Se lo tendió a Tessa, dejándolo colgar de los dedos.

—Tal vez te sirva esto.

Frunciendo el ceño, Jem se adelantó para coger el collar y se lo pasó a Tessa. Ella notó su peso mientras lo cogía. Era sólido, y el rubí central cuadrado, que colgaba con el tamaño de un huevo de pájaro, era frío al tacto, tan frío como si hubiera estado tendido sobre la nieve. Cerrar la mano alrededor de él fue como apretar un trozo de hielo. Tessa respiró hondo y cerró los ojos.

El cambio se produjo de un modo extraño, diferente a las otras ocasiones. La oscuridad se alzó rápidamente, rodeándola, y la luz que vio en la distancia era un frío resplandor plateado. El helor que manaba de esa luz era ardiente. Tessa atrajo la luz hacia sí, rodeándose de su fuego de hielo, penetrando hasta el núcleo. La luz se alzó en titilantes paredes blancas a su alrededor…

Entonces, sintió un dolor agudo, en el centro del pecho, y por un momento su visión se tornó roja, de un escarlata intenso: el color de la sangre. Todo cobró el color de la sangre, y comenzó a sentir pánico; luchó por liberarse y finalmente abrió los ojos.

Y de nuevo estaba en el Santuario, donde todos los demás la miraban. Camille sonreía ligeramente; los demás la contemplaban asombrados, aunque no tan patidifusos como habían quedado cuando había Cambiado en Jessamine.

Sin embargo, algo no marchaba bien. Había un gran vacío en su interior… No era dolor, sino la cavernosa sensación de que le faltaba algo. Tessa se atragantó, y un doloroso estremecimiento la recorrió. Tomó asiento en un sillón, con las manos contra el pecho. Temblaba de pies a cabeza.

—¿Tessa? —Jem se acuclilló junto al sillón y le cogió la mano.

Ella se vio en el espejo que colgaba de la pared de enfrente, aunque, para ser exactos, vio la imagen de Camille, superpuesta a la suya, como siempre se mostraba el reflejo de su yo transformado. El vigoroso cabello claro de Camille, sin recoger, le caía sobre los hombros, y su pálida piel, aprisionada, se desbordaba por el corpiño del vestido de Tessa, que resultaba, con mucho, demasiado pequeño, hasta el punto de hacerla sonrojarse… si eso hubiera sido posible. Porque para sonrojarse hacía falta tener sangre en las venas, y recordó, con un creciente terror, que los vampiros no respiraban, no sentían frío ni calor, y no poseían un corazón que les latiera en el pecho.

Así que ése era el vacío, la extrañeza que notaba. Su corazón estaba parado en el interior de su pecho, como algo muerto. Tragó aire en una especie de gemido, y se dio cuenta de que, aunque podía respirar, su nuevo cuerpo no lo quería ni lo necesitaba.

—Oh, Dios —susurró a Jem—. No… no me late el corazón. Me siento como si hubiera muerto. Jem…

El le acarició la mano, con suavidad, para tratar de relajarla, y la miró con sus ojos plateados. La expresión en ellos no había variado tras el Cambio de ella; la miraba igual que antes, como si todavía fuera Tessa Gray.

—Estás viva —la calmó, en una voz tan baja que sólo ella pudo oírlo—. Llevas una piel diferente, pero eres Tessa, y estás viva. ¿Sabes cómo lo sé?

Ella negó con la cabeza.

—Porque me has dicho la palabra «Dios». Ningún vampiro podría pronunciar esa palabra. —Apretó su mano—. Tu alma sigue siendo la misma.

Tessa cerró los ojos y permaneció quieta durante un momento, concentrándose en la presión de la mano de él sobre la suya, en la cálida piel de él contra la suya, que era fría como el hielo. Lentamente, el temblor que sacudía su cuerpo comenzó a apaciguarse; abrió los ojos y le dirigió a Jem una leve y vacilante sonrisa.

—Tessa —dijo Charlotte—. ¿Estás…? ¿Va todo bien?

Tessa apartó los ojos del rostro de Jem y miró a Charlotte, que la observaba con ansiedad. Will, que seguía junto a Charlotte, mostraba una expresión indescifrable.

—Tendrás que practicar un poco, la forma de moverte y el porte, si quieres convencer a De Quincey de que eres yo —dijo lady Belcourt—. Yo nunca me tiraría así en un sillón. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. Aun así, una demostración impresionante. Alguien te ha entrenado bien.

Tessa pensó en las Hermanas Oscuras. ¿La habían entrenado bien? ¿Le habían hecho un favor, liberando ese poder latente en ella, a pesar de lo mucho que las odiara y lo odiara? ¿O habría sido mejor no haber sabido nunca que era diferente?

Lentamente, lo dejó ir, dejó que la piel de Camille se fuera de ella. Sintió como si estuviera emergiendo de una agua helada. Apretó la mano de Jem mientras el frío la recorría, de pies a cabeza, como una glacial cascada. Entonces, algo saltó dentro de su pecho. Como un pájaro que se hubiera quedado inmóvil y desmayado tras chocar contra una ventana, sólo para retomar fuerzas y alzarse del suelo para cortar el aire, súbitamente, su corazón comenzó a latir de nuevo. El aire llenó sus pulmones; Tessa soltó rápidamente a Jem y se llevó las manos al pecho, apretando los dedos contra la piel para sentir el suave ritmo que latía en su interior.

Miró al espejo. Volvía a ser ella: Tessa Gray, no una vampira milagrosamente bella. Sintió un gran alivio.

—Mi collar —dijo lady Belcourt, y extendió su delgada mano. Jem cogió el colgante de rubí para llevárselo a la vampira; al levantarlo, Tessa vio que tenía unas palabras grabadas en el aro de plata que sujetaba el rubí: Amor verus moritur numquam.

Miró a Will, sin saber muy bien por qué, y se encontró con que él también la estaba mirando. Rápidamente, ambos apartaron la mirada.

—Lady Belcourt —dijo Will—, ya que ninguno de nosotros ha estado nunca en casa de De Quincey, ¿cree que sería posible conseguirnos un plano de la distribución, o al menos un dibujo de los jardines y salones?

—Te daré algo mejor. —Lady Belcourt alzó los brazos para ponerse el collar—. A Magnus Bane.

—¿El brujo? —Charlotte levantó las cejas.

—El mismo —repuso lady Belcourt—. Conoce la casa tan bien como yo, y a menudo lo invitan a las reuniones sociales de De Quincey. Aunque, como yo, ha evitado las fiestas en las que se cometen asesinatos.

—Muy noble por su parte —masculló Will.

—Se reunirá allí con vosotros y os guiará por la casa. Nadie se sorprenderá de veros juntos. Magnus Bane es mi amante.

A Tessa se le abrió la boca ligeramente. No era el tipo de cosas que las damas decían ante la gente educada, o más bien ante ningún tipo de gente. Pero ¿quizá todo aquello fuera diferente para los vampiros? Todos los demás parecían tan sorprendidos como ella, excepto Will, que, como de costumbre, parecía estarse conteniendo para no echarse a reír.

—Qué bien —exclamó Charlotte finalmente, después de una pausa.

—Pues sí —repuso Camille, y se puso en pie—. Y ahora, si alguien es tan amable de acompañarme… Se está haciendo tarde, y no he comido aún.

—Will, Jem, ¿haréis el favor…? —dispuso Charlotte, que estaba mirando a Tessa con cara de preocupación.

Tessa miró a los dos chicos flanquear a Camille como los soldados que, comprendió, eran en realidad, y acompañarla al exterior. Antes de cruzar la puerta, la vampira volvió la cabeza hacia atrás. Sus dorados rizos le rozaron la mejilla mientras sonreía; era tan hermosa que Tessa notó una especie de punzada al mirarla, superando su instintiva aversión.

—Si haces esto —dijo Camille—, y tienes éxito, tanto si encuentras a tu hermano como si no, te puedo prometer, pequeña cambiante, que no te arrepentirás.

Tessa frunció el ceño, pero Camille ya había salido. Se había movido con tal rapidez que fue como si hubiera desaparecido entre dos latidos.

—¿Qué crees que ha querido decir con eso? —le preguntó a Charlotte—. ¿Con eso de que no me arrepentiré?

Charlotte negó con la cabeza.

—No lo sé. —Suspiró—. Me gustaría pensar que se refiere a que llevar a cabo una buena acción debería compensarte, pero se trata de Camille, así que…

—¿Todos los vampiros son como ella? —preguntó Tessa—. ¿Igual de fríos?

—Muchos llevan viviendo demasiado tiempo —contestó Charlotte tratando de ser diplomática—. No ven las cosas como nosotros.

Tessa se llevó los dedos a las doloridas sienes.

—No, es evidente que no.

De todo lo que le molestaba de los vampiros a Will (la forma en que se movían en silencio, el timbre bajo e inhumano de su voz…), lo peor era su olor. O mejor dicho, su falta de olor. Todos los seres humanos olían a algo: sudor, jabón, perfume, pero los vampiros carecían de aroma, como si fueran maniquís de cera.

Frente a él, Jem estaba sujetando la última de las puertas que llevaban del Santuario al vestíbulo del Instituto. Todos aquellos espacios habían sido desconsagrados para que los vampiros y otros de su misma calaña pudieran emplearlos, pero Camille nunca podría ir más allá en el Instituto. Acompañarla a la puerta no era una cuestión de mera cortesía. Era un modo de asegurarse de que no entrara accidentalmente en suelo consagrado, lo que sería peligroso para todos los presentes.

Camille pasó junto a Jem, casi sin mirarlo, y Will la siguió.

—No huele a nada —murmuró a Jem al pasar.

Jem lo miró alarmado.

—¿Has estado oliéndola?

Camille, que estaba esperándolos en la siguiente puerta, volvió la cabeza y sonrió.

—Puedo oír todo lo que dices, ¿sabes? —informó—. Es cierto, los vampiros no tenemos olor. Eso nos convierte en mejores depredadores.

—Y además tienen un oído excelente —añadió Jem, y dejó que la puerta se cerrara tras Will.

Se hallaban en el pequeño vestíbulo cuadrado con Camille, que tenía la mano sobre el picaporte de la puerta principal, como si fuera a apresurarse a salir, pero no había nada de prisa en su expresión mientras los miraba.

—Miraos —les dijo—, de negro y plata. Podrías ser un vampiro —se dirigía a Jem— con tu palidez y tu aspecto. Y tú —dijo a Will—, bueno, no creo que nadie en casa de De Quincey dude de que seas un siervo humano.

Jem observaba a Camille con esa mirada que Will siempre había pensado que podría cortar el vidrio.

—¿Por qué está haciendo esto, lady Belcourt? —preguntó—. Ese plan suyo, De Quincey, todo esto… ¿por qué?

Camille sonrió. Era hermosa, Will tenía que admitirlo, pero, claro, muchos vampiros eran hermosos. Su belleza siempre le había recordado la belleza de las flores secas; bonitas, pero muertas.

—Porque saber lo que está sucediendo me pesaba en la conciencia.

Jem negó con la cabeza.

—No lo creo. Quizá usted sea de las que se sacrificarían en el altar de los principios, pero lo dudo mucho. La mayoría actuamos por razones puramente personales. Por amor, o por odio.

—O por venganza —añadió Will—. Después de todo, hace un año que sabía todo esto, y sólo ahora ha venido a contárnoslo.

—Ya os lo he dicho, se debe a la señorita Gray.

—Sí, pero eso no es todo, ¿verdad? —insistió Jem—. Tessa es su oportunidad, pero su razón, su motivo, es otro bien distinto. —Inclinó la cabeza hacia un lado—. ¿Por qué odia tanto a De Quincey?

—No creo que eso sea asunto tuyo, pequeño cazador de sombras plateado —replicó Camille, que había entreabierto la boca y mostraba sus largos colmillos, como pedazos de marfil, contra el rojo de los labios. Will sabía que los vampiros podían mostrar sus colmillos a voluntad, pero aun así resultaba inquietante—. ¿Qué importa cuáles sean mis motivos?

Will contestó por Jem, sabiendo lo que estaba pensando su compañero.

—Es importante para que podamos confiar en usted. Quizá nos esté tendiendo una trampa. Charlotte no querría creérselo, pero eso no elimina esa posibilidad.

—¿Tenderos una trampa? —El tono de Camille era de burla—. ¿Y provocar la terrible ira de la Clave? ¡No me parece demasiado probable!

—Lady Belcourt —siguió Jem—, sea lo que sea lo que Charlotte le haya prometido, si quiere nuestra ayuda, responderá a esa pregunta.

—Muy bien —repuso ella—. Veo que no estarás satisfecho a menos que te dé una explicación. —Miró fijamente a Will—. Tienes razón. Para ser tan joven, pareces saber mucho sobre el amor y la venganza; algún día podríamos tener una charla sobre el tema. —Volvió a sonreír, pero esta vez no fue una sonrisa sincera—. Veréis, hace tiempo tenía un amante. Era un cambiante, un licántropo. A los Hijos de la Noche se nos prohíbe amar o yacer con los Hijos de la Luna. Íbamos con cuidado, pero De Quincey nos descubrió. Nos descubrió y lo asesinó, de una forma muy similar a la que asesinará a algún pobre mundano que esté prisionero en su próxima fiesta. —Los ojos le brillaron como verdes lámparas al mirarlos a ambos—. Yo lo amaba, y De Quincey lo asesinó, y el resto de los míos lo ayudaron y lo animaron. Nunca se lo perdonaré. Los mataré a todos por ello.

Los Acuerdos, que ya tienen diez años, marcaron un momento histórico tanto para los nefilim como para los subterráneos. Su firma los comprometía a no tratar de destruirse mutuamente. Se unirían contra un enemigo común, los demonios. Hubo cincuenta asistentes en la firma de los Acuerdos en Idris: diez Hijos de la Noche; diez Hijos de Lilith, conocidos como brujos; diez de entre la Gente Fantástica; diez Hijos de la Luna, y diez de la sangre de Raziel…

Tessa se despertó de golpe al oír que llamaban a la puerta; se había quedado adormilada sobre la almohada; su dedo todavía marcaba un fragmento del Códice de los Cazadores de Sombras. Después de dejar el libro a un lado, casi no tuvo tiempo de sentarse y cubrirse con las sábanas antes de que se abriera la puerta.

Entró una lámpara, y Charlotte con ella. Tessa sintió una extraña punzada, casi de decepción… pero ¿a quién había estado esperando? A pesar de ser tarde, Charlotte estaba vestida como si pensara salir. Estaba muy seria, y se le veían ojeras de cansancio.

—¿Estás despierta?

Tessa asintió, y le mostró el libro que había estado leyendo.

—Estudiando.

Charlotte no contestó, pero cruzó el dormitorio y fue a sentarse a los pies de la cama. Tendió la mano, y algo le brilló en la palma; era el colgante del ángel de Tessa.

—Le dejaste esto a Henry.

Tessa dejó el libro y recuperó el colgante. Se pasó la cadena por la cabeza, y notó la reconfortante sensación de su peso en el hoyuelo del cuello.

—¿Ha sacado algo en claro de él?

—No estoy segura. Me ha dicho que estaba todo atascado con años de óxido, que era una maravilla que aún funcionara. Ha limpiado el mecanismo, pero no parece que eso haya hecho que cambiara nada. ¿Quizá ahora suena más regular?

—Quizá. —A Tessa no le importaba; estaba contenta de recuperar el ángel, el símbolo de su madre y de su vida en Nueva York.

Charlotte se cogió las manos sobre el regazo.

—Tessa, hay algo que aún no te he dicho.

A Tessa, el corazón empezó a latirle más de prisa.

—Mortmain… —Charlotte vaciló—. Cuando te expliqué que Mortmain llevó a tu hermano al Club Pandemónium por primera vez, era verdad, pero no toda la verdad. Tu hermano ya sabía del Mundo de las Sombras antes de que Mortmain le dijera nada. Parece que lo supo por tu padre.

Atónita, Tessa guardó silencio.

—¿Qué edad tenías cuando murieron tus padres? —preguntó Charlotte.

—Fue en un accidente —contestó Tessa, un poco mareada—. Yo tenía tres años. Nate, seis.

Charlotte frunció el ceño.

—Parece demasiado pequeño para que tu padre se confiara a él, pero… supongo que es posible.

—No —dijo Tessa—. No lo entiendes. He crecido de la forma más común, más humana posible. La tía Harriet era la mujer más práctica del mundo. Ella lo hubiera sabido, ¿no crees? Era la hermana pequeña de mi madre; la llevaron con ellos cuando se mudaron de Londres a Nueva York.

—La gente guarda secretos, Tessa, a veces incluso a los que más aman. —Charlotte rozó con los dedos la tapa del Códice, su sello en relieve—. Y debes admitir que no tiene mucho sentido.

—¿Sentido? ¡No tiene ningún tipo de sentido!

—Tessa… —Charlotte suspiró—. No sabemos por qué tienes esa habilidad. Pero si uno de tus padres estaba de alguna forma conectado con el mundo mágico, ¿no tendría lógica que esa conexión tuviera algo que ver con ello? Y si tu padre era miembro del Club Pandemónium, ¿no sería así como De Quincey podría haberse enterado de tu existencia?

—Supongo que es posible. —Tessa hablaba con reticencia—. Sólo que… Creía tan firmemente cuando llegué a Londres que todo lo que me estaba pasando era sólo un sueño. Que mi vida anterior había sido real y que aquello era sólo una terrible pesadilla. Pensaba que si podía encontrar a Nate, podríamos volver a la vida de antes. —Alzó los ojos hacia Charlotte—. Pero ahora no puedo evitar preguntarme si quizá mi vida anterior era el sueño y esto es la realidad. Si mis padres conocían el Club Pandemónium… si eran parte del Mundo de las Sombras… entonces, no existe un mundo al que pueda volver y verme libre de todo esto.

Charlotte, aún con las manos sobre el regazo, miró fijamente a Tessa.

—¿Te has preguntado en algún momento por qué Sophie está desfigurada?

Cogida de improviso, Tessa tartamudeó.

—Me… me lo he preguntado, pero… no he querido decirle nada.

—Ni debes hacerlo —repuso Charlotte. Su voz era fría y firme—. La primera vez que vi a Sophie, estaba acurrucada en una puerta, sucia, con un trapo manchado de sangre apretado contra la mejilla. Ella me vio cuando pasé a pesar de que en ese momento usaba un glamour. Eso fue lo que me llamó la atención de Sophie. Tiene un toque de la Visión, igual que Thomas y Agatha. Le ofrecí dinero, pero no quería aceptarlo. La convencí para que me acompañara a una casa de té, y me contó lo que le había pasado. Había sido doncella de sala de una casa muy elegante en St. John's Wood. Las doncellas de sala, claro, se eligen por su aspecto, y Sophie era hermosa, lo que acabó siendo una ventaja y una gran desventaja para ella. Como puedes imaginarte, el hijo de la casa trató de seducirla. Ella lo rechazó repetidamente. Encolerizado, el chico cogió un cuchillo y le abrió la cara, diciendo que si él no podía tenerla, se aseguraría de que nadie la quisiera nunca más.

—Qué horror —susurró Tessa.

—Acudió a su señora, la madre del chico, en busca de auxilio, pero él esgrimió que había sido ella quien había tratado de seducirlo ¡a él!, y que había cogido un cuchillo para alejarla y proteger su virtud. Evidentemente, la echaron a la calle. Cuando la encontré, la herida de la mejilla se le había infectado. La traje aquí e hice que la vieran los Hermanos Silenciosos, pero aunque curaron la infección, no pudieron evitar la cicatriz.

Tessa se llevó la mano al rostro, en un gesto inconsciente de compasión.

—Pobre Sophie.

Charlotte inclinó la cabeza a un lado y miró a Tessa con ojos brillantes. Tenía una presencia tan imponente, pensó Tessa, que era fácil olvidar lo pequeña que era físicamente, su aparente fragilidad.

—Sophie tiene un don —continuó Charlotte—. Tiene la Visión. Puede ver lo que otros no ven. En su antigua vida, a menudo se preguntaba si estaría loca. Ahora sabe que no lo está, sino que es especial. Allí sólo era una doncella, que seguramente hubiera perdido su puesto en cuanto su belleza se hubiera desvanecido. Ahora es un miembro muy valioso de nuestra casa, una chica con un don que tiene mucho que aportar. —Charlotte se inclinó hacia adelante—. Miras hacia la vida que has tenido, Tessa, y te parece segura comparada con ésta. Pero tú y tu tía erais muy pobres, si no me equivoco. Si no hubieras venido a Londres, ¿adonde habrías ido cuando ella hubiese muerto? ¿Qué habrías hecho? ¿Te habría encontrado llorando en un callejón como Sophie? —Charlotte meneó la cabeza—. Tienes un poder de incalculable valor. No tienes que pedir nada a nadie. No necesitas depender de nadie. Eres libre, y esa libertad es un don.

—No es fácil considerarlo un don cuando te han atormentado y encerrado por ello.

Charlotte negó con la cabeza.

—Sophie me dijo una vez que se alegraba de estar desfigurada. Dijo que quien la amara ahora, la amaría por ella misma, no por su bonito rostro. Ésta eres tú misma, Tessa. Este poder es parte de ti. Quien te ame ahora… y tú también debes amarte a ti misma… amará a tu verdadero ser.

Tessa cogió el Códice y lo estrechó contra el pecho.

—Estás diciendo que tengo razón, ¿verdad? Que esto es la realidad, y que la vida que tuve antes era tan sólo un sueño.

—Eso es. —Charlotte le dio unas suaves palmaditas en el hombro; Tessa casi pegó un respingo ante el contacto. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que alguien la había tocado de un modo tan maternal; pensó en la tía Harriet y se le hizo un nudo en la garganta—. Y ahora ya es hora de que despiertes.