3

EL INSTITUTO

Amor, esperanza, miedo, fe; eso conforma la humanidad;

Ésas son sus señales, su tono y su carácter.

ROBERT BROWNING, Paracelsus

En el sueño, Tessa volvía a yacer atada en la estrecha cama de latón de la Casa Oscura. Las hermanas se inclinaban sobre ella, chasqueando dos pares de largas agujas de tejer y riendo en un hiriente tono agudo. Mientras Tessa miraba, el rostro les cambiaba, los ojos se les hundían en la cabeza, el cabello se les caía y les aparecían puntadas que les cosían los labios. Tessa chilló sin voz, pero ellas no parecieron oírla.

Entonces, las hermanas se desvanecieron del todo, y apareció la tía Harriet, sobre Tessa, con el rostro enrojecido de fiebre, como lo había tenido durante la terrible enfermedad que había acabado con ella. Miraba a Tessa con una gran tristeza.

—Lo intenté —decía—. Intenté quererte. Pero no es fácil querer a una niña que no es humana en absoluto…

—¿No es humana? —preguntaba una voz femenina desconocida—. Bueno, si no es humana, Enoch, entonces, ¿qué es? —La voz era seca de impaciencia—. ¿Qué quieres decir con que no lo sabes? Todo el mundo es algo. No puede ser que esta chica no sea nada…

Tessa se despertó con un grito, abrió los ojos de golpe y se encontró mirando las sombras. Una espesa oscuridad la rodeaba. En medio de su pánico, captó un casi inaudible murmullo de voces, y se sentó en la cama, peleándose y apartando las mantas y la almohada a patadas. De una forma vaga, notó que la manta era gruesa y pesada, no el delgado cobertor trenzado de la Casa Oscura.

Estaba en la cama, como en el sueño, en una gran sala de piedra, y casi no había luz. Oyó el jadeo de su propia respiración cuando se volvió, y un grito se le abrió camino por la garganta. El rostro de su pesadilla flotaba en la oscuridad ante ella: un rostro como una gran luna blanca, con el cráneo afeitado, suave como el mármol. Donde deberían estar los ojos, sólo había unas hendiduras en la piel; no como si se los hubieran arrancado, sino como si nunca hubieran llegado a crecer. Los labios estaban cruzados por una gruesa costura; la cara marcada con dibujos negros como los de la piel de Will, aunque ésos parecían haber sido grabados con cuchillos.

Tessa gritó de nuevo y se arrastró hacia atrás, hasta caer de la cama. Se golpeó con el frío suelo de piedra, y la tela del camisón que llevaba (blanco y desconocido; alguien debía de habérselo puesto mientras ella se hallaba inconsciente) se rasgó por el dobladillo cuando ella consiguió ponerse de rodillas.

—Señorita Gray. —Alguien la estaba llamando por su nombre, pero en medio del pánico, Tessa sólo se fijó en que era una voz desconocida. El que hablaba no era el monstruo que la miraba de pie junto a la cama; éste no se había movido, y aunque no mostraba ninguna indicación de tener intención de perseguirla, Tessa comenzó a retroceder, con cautela, palpando a su espalda en busca de una puerta. La luz en la sala era tan tenue que Tessa sólo pudo ver que era un óvalo irregular de paredes y suelo de piedra. El techo estaba tan alto como para quedar entre las sombras, y había unas altas ventanas en la pared opuesta, el tipo de ventanas de arco propias de una iglesia. Por ellas se filtraba muy poca luz; parecía que el cielo estaba oscuro.

—Theresa Gray…

Tessa encontró la puerta, la manilla de metal; se volvió, la agarró agradecida y tiró. No pasó nada. Un gemido le subió por la garganta.

—¡Señorita Gray! —repitió la voz, y de repente la luz inundó la habitación; una luz dura, de color blanco plateado, que Tessa reconoció—. Señorita Gray, lo lamento. No era nuestra intención asustarla. —Era la voz de una mujer; aún desconocida, pero joven y preocupada—. Por favor, señorita Gray.

Tessa se volvió lentamente y apoyó la espalda contra la puerta. Gracias a la luz, pudo ver con claridad. Estaba en una sala de piedra, cuyo punto central era una gran cama con dosel; en ese momento, el cobertor de terciopelo estaba arrugado y colgaba de medio lado, donde ella lo había tirado. Las tapizadas cortinas estaban descorridas, y había una elegante alfombrilla de tapiz sobre el suelo desnudo. Toda la habitación estaba bastante vacía. No había cuadros o fotografías colgando de las paredes, y ningún ornamento cubría la superficie de los muebles de madera negra. Había dos sillas cerca de la cama, cara a cara, con una mesita de té en medio. Una pantalla china en un rincón del cuarto ocultaba lo que debía de ser una bañera y un palanganero.

Junto a la cama se hallaba un hombre alto con un hábito similar al de un monje, de una tela basta del color del pergamino. Runas de color marrón rojizo rodeaban los puños y el bajo. Llevaba un largo bastón de plata, con el extremo superior tallado en forma de ángel y runas por toda su longitud. La capucha del hábito estaba bajada, lo que dejaba al descubierto su rostro pálido, ciego y marcado de cicatrices.

A su lado se encontraba una mujer muy pequeña, casi del tamaño de un niño, con un espeso cabello castaño recogido con un nudo en la nuca y una carita inteligente de brillantes ojos oscuros, como los de un pájaro. No era exactamente guapa, pero su rostro poseía una paz y una expresión tan amable que hizo que el dolor del pánico que Tessa notaba en el estómago se calmara ligeramente, aunque no hubiera podido decir exactamente por qué. En la mano, la mujer sujetaba una piedra refulgente como la que Will había empleado en la Casa Oscura. La luz le brotaba entre los dedos e iluminaba la sala.

—Theresa Gray —dijo la mujer—. Soy Charlotte Branwell, jefa del Instituto de Londres, y este que está junto a mí es el hermano Enoch…

—¿Qué clase de monstruo es? —susurró Tessa.

El hermano Enoch no dijo nada; era totalmente inexpresivo.

—Sé que hay monstruos en la Tierra —replicó Tessa—. No puede negarlo. Los he visto.

—Me gustaría decirle que no —repuso la señora Branwell—. Si el mundo no estuviera lleno de monstruos, los cazadores de sombras no serían necesarios.

Cazadores de sombras. Eso era lo que las Hermanas Oscuras habían llamado a Will Herondale.

Will.

—Estaba… Will estaba conmigo —dijo Tessa con voz temblorosa—. En el sótano. Will dijo… —Se interrumpió, y una curiosa sensación le retorció el estómago. No debería haber llamado a Will por su nombre de pila; implicaba una intimidad entre ellos que no existía—. ¿Dónde se halla el señor Herondale?

—Está aquí —contestó tranquilamente la señora Branwell—. En el Instituto.

—¿Me trajo aquí con él? —susurró Tessa.

La señora Branwell asintió con la cabeza.

—Sí, pero no hace falta que parezca contrariada, señorita Gray. Se dio un fuerte golpe en la cabeza, y Will estaba preocupado por usted. El hermano Enoch, aunque su aspecto pueda asustarla, es un hábil practicante de la medicina. Nos ha informado de que su herida en la cabeza no es grave, y que, principalmente, usted sufre las consecuencias de la impresión y de un ataque de ansiedad. Lo cierto es que lo mejor para usted sería que ahora se sentara. Rondar descalza junto a la puerta sólo hará que se resfríe, y eso no la ayudará en nada.

—Se refiere a que no puedo correr —replicó Tessa, y se lamió los resecos labios—. No puedo salir de aquí.

—Si desea salir de aquí, como ha dicho, la dejaré ir después de que hayamos hablado —dijo la señora Branwell—. Los nefilim no encierran a los subterráneos a la fuerza. Los Acuerdos lo prohíben.

—No sé de qué me habla.

La señora Branwell vaciló un instante, luego se volvió hacia el hermano Enoch y le dijo algo en voz baja. Tessa sintió un gran alivio cuando éste alzó la capucha de su hábito color pergamino, y el rostro le quedó oculto. Un momento después, iba hacia Tessa; ésta se apartó rápidamente de la puerta, y él la abrió, y sólo se detuvo un segundo en el umbral.

En ese instante, le habló a Tessa. Aunque quizá «habló» no sería la palabra adecuada: ella oyó su voz dentro de la cabeza, en vez de a través de los oídos; sonaba suave como el pelo de un gato.

Eres Eidolon, Theresa Gray. Una cambiante. Pero no del tipo que conozco. No hay sobre ti la marca de ningún demonio.

Cambiante. Él sabía lo que ella era. Tessa lo miró fijamente, con el corazón golpeándole el pecho, mientras él acababa de salir por la puerta y la cerraba. De alguna manera, Tessa supo que si corriera hasta la puerta y tratara de abrirla de nuevo, no podría, pero la necesidad de escaparse la había abandonado. Le pareció que las rodillas se le habían vuelto de mantequilla. Se dejó caer en una de las grandes sillas que estaban junto a la cama.

—¿Qué sucede? —preguntó la señora Branwell, y se sentó en la silla enfrente de Tessa. Su vestido era tan amplio que resultaba imposible saber si bajo él llevaba un corsé; los huesos de sus muñecas eran como los de un niño—. ¿Qué le ha dicho?

Tessa meneó la cabeza y se cogió las manos con fuerza sobre el regazo para que la señora Branwell no viera que le temblaban los dedos.

La señora Branwell la miró fijamente.

—En primer lugar —comenzó—, llámeme Charlotte, por favor, señorita Gray. Todos en el Instituto lo hacen. —Se apoyó ligeramente en el respaldo de la silla, y Tessa vio, con cierta sorpresa, que tenía unos oscuros tatuajes; ¡una mujer con tatuajes! Las marcas eran similares a las de Will: se le veían en las muñecas bajo los apretados puños del vestido, y tenía uno que parecía un ojo en el dorso de la mano izquierda—. En segundo lugar, permítame que le diga que ya sé de usted, Theresa Gray. —Hablaba en el mismo tono tranquilo de antes, pero sus ojos, aunque seguían siendo amables, se clavaban en ella como agujas—. Es americana. Llegó aquí desde la ciudad de Nueva York siguiendo a su hermano, que le había enviado el pasaje del vapor. Se llama Nathaniel.

Tessa se quedó parada.

—¿Cómo sabe todo eso?

—Sé que Will la encontró en la casa de las Hermanas Oscuras —contestó Charlotte—. Sé que usted le dijo que alguien llamado el Magíster iba a ir a buscarla. Sé que no tiene ni idea de quién es el Magíster. Y sé que en la batalla con las Hermanas Oscuras, acabó inconsciente y la trajeron aquí.

Las palabras de Charlotte fueron como una llave que abriera una puerta. De repente, Tessa recordó. Recordó haber corrido con Will por los pasillos; recordó las puertas de metal y la sala llena de sangre del otro lado; recordó a la señora Negro, con la cabeza cortada; recordó a Will lanzando el cuchillo…

—La señora Negro —susurró Tessa.

—Muerta —respondió Charlotte—. Completamente muerta. —Apoyó los hombros en el respaldo de la silla; era tan pequeña que la silla se alzaba muy por encima de ella, como un niño sentado en el sillón de su padre.

—¿Y la señora Oscuro?

—Se fue. Buscamos por toda la casa y en el área circundante, pero no encontramos ni rastro de ella.

—¿Toda la casa? —A Tessa le tembló la voz, ligeramente—. ¿Y no había nadie allí? ¿Nadie más vivo o… muerto?

—No encontramos a su hermano, señorita Gray —afirmó Charlotte, en un tono amable—. Ni en la casa ni en ninguno de los edificios adyacentes.

—¿Estaban… buscándolo? —Tessa estaba anonadada.

—No lo encontramos —repitió Charlotte—. Pero sí encontramos sus cartas.

—¿Mis cartas?

—Las que le escribió a su hermano y nunca envió —aclaró Charlotte—. Dobladas bajo el colchón.

—¿Las han leído?

—Tuvimos que leerlas —contestó Charlotte en el mismo tono amable—. Y le pido disculpas por ello. No es corriente que traigamos a un subterráneo al Instituto, o a nadie que no sea un cazador de sombras. Corremos un gran riesgo. Teníamos que asegurarnos de que usted no representara un peligro.

Tessa volvió la cabeza hacia un lado. Había algo de violación en el hecho de que aquella desconocida hubiera leído sus pensamientos más íntimos; todos los sueños, esperanzas y miedos que había expresado, pensando que nunca nadie los leería. Le picaban los ojos; las lágrimas la estaban amenazando, y ellas las contuvo a fuerza de voluntad, furiosa consigo misma.

—Se está esforzando por no llorar —dijo Charlotte—. Sé que cuando me pasa a mí, a veces me ayuda mirar directamente una luz brillante. Pruebe con la luz mágica.

Tessa volvió los ojos hacia la piedra que Charlotte sostenía en la mano y la miró fijamente. El suave resplandor fue aumentando ante sus ojos como un sol en expansión.

—Entonces —dijo Tessa tratando de que sus palabras atravesaran la tensión que sentía en la garganta—, han decidido que no soy una amenaza, ¿no?

—Quizá sólo para usted misma —respondió Charlotte—. Un poder como el suyo, el poder de cambiar de forma… no me sorprende que las Hermanas Oscuras quisieran ponerle las manos encima. Otros también querrán.

—¿Como usted? —replicó Tessa en un tono frío—. ¿O va a tratar de fingir que me ha permitido entrar en su precioso Instituto sólo por caridad?

Una expresión herida cruzó el rostro de Charlotte. Fue breve, pero era auténtica, y sirvió más para convencer a Tessa de que podía haberse equivocado con Charlotte que cualquier cosa que ésta pudiera haber dicho.

—No se trata de caridad —contestó Charlotte—. Es mi vocación. Nuestra vocación.

Tessa la miró sin entender.

—Quizá sea mejor que le explique lo que somos —añadió Charlotte—, y a qué nos dedicamos.

—Nefilim —repuso Tessa—. Así fue como las Hermanas Oscuras llamaron al señor Herondale. —Señaló las marcas en la mano de Charlotte—. Usted también lo es, ¿verdad? ¿Es por eso que tiene esas… esas marcas?

Charlotte asintió.

—Soy una de los nefilim, los cazadores de sombras. Somos una… una raza, si lo prefiere, de gente, gente con capacidades especiales. Somos más fuertes y más rápidos que la mayoría de los humanos. Nos podemos ocultar con magia llamada glamour. Y tenemos una habilidad especial para matar demonios.

—¿Demonios? ¿Quiere decir del infierno?

—Hay diferentes creencias sobre el origen de los demonios. Lo que sí sabemos es que son criaturas malignas. Viajan grandes distancias para venir a este mundo y alimentarse de nosotros. Lo arrasarían hasta dejarlo convertido en cenizas y matarían a todos sus habitantes si no lo evitáramos. —Su voz era firme—. Igual que la policía humana tiene el trabajo de proteger a los habitantes de esta ciudad de otros ciudadanos, nuestro trabajo es protegerlos de los demonios y otros peligros sobrenaturales. Cuando hay crímenes que afectan al Mundo de las Sombras, cuando se rompe la ley de nuestro mundo, debemos investigarlo. Estamos obligados por la Ley, de hecho, a investigar incluso cualquier rumor de que la Ley de la Alianza se haya transgredido. Will le habló de la chica muerta que encontramos en el callejón; sólo era un cuerpo, pero ha habido otras desapariciones, oscuros rumores sobre niños y niñas mundanos que desaparecen en las calles más pobres de la ciudad. Usar la magia para asesinar a los humanos va contra la Ley y, por tanto, entra en nuestra jurisdicción.

—El señor Herondale parece demasiado joven para ser una especie de policía.

—Los cazadores de sombras crecemos rápido, y Will no investigaba solo. —No parecía que Charlotte quisiera aportar más detalles—. Eso no es lo único que hacemos. Salvaguardamos la Alianza, y hacemos cumplir los Acuerdos, las leyes que gobiernan la paz entre los subterráneos.

Will también había usado esa palabra.

—¿Los subterráneos? ¿Son un lugar?

—Un subterráneo es un ser, una persona, en cierto sentido, cuyo origen es en parte sobrenatural. Vampiros, hombres lobo, hadas, hechiceros, todos ellos son subterráneos.

Tessa la miró asombrada. Las hadas eran cuentos de niños, y los vampiros, el tema de esas malísimas novelas baratas.

—¿Esas criaturas existen?

—Usted es una subterránea —contestó Charlotte—. El hermano Enoch así lo ha confirmado. Sólo que no sabemos de qué tipo. Verá, la clase de magia que hace, su habilidad, no es algo que un ser humano corriente pueda hacer. Tampoco es algo que uno de nosotros, los cazadores de sombras, podamos realizar. Will pensó que seguramente era una bruja, que es lo mismo que yo habría pensado, pero todos los brujos tienen alguna característica que los marca como brujos. Alas, o cascos, o pies palmeados, o como vio en el caso de la señora Negro, garras en vez de manos. Pero usted, usted es completamente humana. Y es evidente por las cartas que sabe, o cree, que sus padres son humanos.

—¿Humanos? —Tessa se la quedó mirando—. ¿Por qué no iban a ser humanos?

Antes de que Charlotte pudiera responder, se abrió la puerta y una chica delgada de cabello oscuro, con un delantal y una cofia blancos, entró con una bandeja en la mano y la dejó en la mesa que había entre Charlotte y Tessa.

—Sophie —dijo Charlotte, que parecía aliviada al ver a la joven—. Muchas gracias. Esta es la señorita Gray. Esta noche será nuestra invitada.

Sophie se incorporó, miró a Tessa y a continuación le hizo una pequeña reverencia.

—Señorita —dijo, pero el placer por la novedad de que la llamaran «señorita» se esfumó cuando Sophie alzó la cabeza y su rostro se le hizo visible: debía de haber sido muy guapa, con unos luminosos ojos de color avellana oscuro, una piel suave y unos labios de delicadas formas, pero una cicatriz gruesa, plateada e irregular le recorría desde la comisura izquierda de la boca hasta la sien, y torcía y distorsionaba sus rasgos hasta hacerla parecer una máscara retorcida. Tessa trató de ocultar la impresión que le había producido, pero supo que no lo había logrado cuando los ojos de Sophie se oscurecieron.

—Sophie —dijo Charlotte—, ¿trajiste antes el vestido rojo oscuro que te pedí? ¿Puedes cepillarlo y limpiarlo para la señorita Gray? —Se volvió hacia Tessa mientras la criada asentía y se dirigía hacia el armario—. Me he tomado la libertad de que le arreglaran uno de los antiguos vestidos de nuestra Jessamine. La ropa que llevaba estaba hecha un asco.

—Muchas gracias —repuso Tessa secamente. No le gustó tener que mostrarse agradecida. Las hermanas habían fingido hacerle un favor, y ¿en qué acabó convirtiéndose?

—Theresa. —Charlotte la miró fijamente—. Los cazadores de sombras y los subterráneos no son enemigos. Nuestro pacto puede ser un poco débil, pero creo que hay que confiar en los subterráneos, que tienen la llave de nuestro éxito final contra los reinos de los demonios. Si hay algo que puedo hacer para demostrar que no pretendemos aprovecharnos de usted…

—Yo… —Tessa respiró hondo—. Cuando las Hermanas Oscuras me hablaron de mi poder, pensé que estaban locas —continuó—. Les dije que esas cosas no existían. Entonces, me sentí atrapada como en una especie de pesadilla donde sí existen. Pero luego apareció el señor Herondale, y él sabía de magia y tenía esa piedra que brilla, y pensé: «Aquí hay alguien que puede ayudarme». —Miró a Charlotte—. Pero no parecen saber por qué soy como soy, o incluso qué soy. Y si no lo saben ustedes…

—Puede ser… difícil aprender cómo es el mundo en realidad, verlo en su verdadera forma —contestó Charlotte—. La mayoría de los humanos nunca lo logra. Muchos no podrían soportarlo. Pero he leído sus cartas. Y sé que usted es fuerte. Ha soportado lo que podría haber matado a cualquier otra joven.

—No tenía elección. Lo he hecho por mi hermano. Le habrían matado.

—Hay gente —repuso Charlotte— que permitiría que eso pasara. Pero al leer sus palabras supe que usted ni siquiera se había planteado tal posibilidad. —Se inclinó hacia adelante—. Y también he visto por sus cartas que no conoce a nadie en Londres; que aparte de su hermano, no tiene más familia. —Al ver que Tessa no decía nada, Charlotte continuó—: ¿Tiene idea de dónde está su hermano? ¿Cree que es probable que esté muerto?

Tessa tragó aire.

—¡Señora Branwell! —Sophie, que había estado cepillando el bajo del vestido rojo vino, alzó la mirada y le habló con un tono de reproche que sorprendió a Tessa. Los criados no corregían a sus señores; los libros que había leído Tessa lo dejaban muy claro.

Pero Charlotte sólo la miró compungida.

—Sophie es mi ángel de la guarda —explicó Charlotte—. Tiendo a ser un poco demasiado directa. Pensé que usted podría saber algo, algo que no estuviera en las cartas, que nos pudiera decir cualquier cosa sobre su paradero.

Tessa negó con la cabeza.

—Las Hermanas Oscuras me dijeron que estaba preso en un lugar seguro. Supongo que sigue allí. Pero no tengo ni idea de cómo encontrarlo.

—Quizá nosotros podamos ayudarla.

—No deseo su caridad. No necesito continuar aquí —replicó Tessa, consciente de que era una clara mentira—. Puedo hallar otro lugar donde alojarme.

—No sería caridad. Estamos obligados por nuestras leyes a ayudar y asistir a los subterráneos. Ponerla en la calle sin que tenga un lugar adonde ir va contra los Acuerdos, que son reglas importantes que debemos seguir. —La mirada de Charlotte era serena.

—¿Y no me pedirán nada a cambio? —Había amargura en la voz de Tessa—. ¿No me pedirán que emplee mi… mi habilidad? ¿No me pedirán que Cambie?

—Si no desea emplear su poder —contestó Charlotte—, entonces no, nadie la obligará a hacerlo. Aunque creo que podría beneficiarse si aprendiera a controlarlo y a usarlo…

—¡No! —Tessa gritó tan fuerte que Sophie pegó un salto y se le cayó el cepillo de la mano.

Charlotte la miró y luego volvió a mirar a Tessa.

—Como desee, señorita Gray. Hay otras formas en las que puede ayudarnos. Estoy segura de que sabe mucho más de lo que hay en sus cartas. Y a cambio, la ayudaremos a buscar a su hermano.

Tessa alzó la cabeza.

—¿Lo harían?

—Tiene mi palabra. —Charlotte se puso en pie. Ninguna de las dos había tocado el té que había en la bandeja—. Sophie, ¿podrías ayudar a la señorita Gray a vestirse y luego acompañarla al comedor?

—¿Al comedor? —Después de haber oído tantas cosas sobre nefilim, subterráneos, hadas y vampiros, la idea de comer casi le resultaba sorprendente por su vulgaridad.

—Claro. Son casi las siete. Ya ha conocido a Will; ahora podrá conocer al resto. Quizá así vea que puede confiar en nosotros.

Y con una rápida inclinación de cabeza, Charlotte salió del dormitorio. Mientras la puerta se cerraba tras ella, Tessa meneó la cabeza en silencio. La tía Harriet había sido mandona, pero se quedaba corta al lado de Charlotte Branwell.

—Es estricta en sus formas, pero es muy amable —dijo Sophie mientras tendía sobre la cama el vestido que Tessa debía ponerse—. Nunca he conocido a nadie con mejor corazón.

Tessa tocó la manga del vestido con la punta del dedo. Era de satén rojo oscuro, como había dicho Charlotte, con un ribete negro de moer en la cintura y el bajo. Nunca había llevado algo tan bonito.

—¿Quiere que la ayude a vestirse para cenar, señorita? —preguntó Sophie. Tessa recordó algo que tía Harriet siempre decía: que se podía conocer a una persona no por lo que sus amigos decían de ella, sino por la forma en la que trataba a sus criados.

Alzó la cabeza.

—Muchas gracias, Sophie. Creo que sí.

Tessa nunca había tenido a nadie que la ayudara a vestirse, excepto su tía. Aunque era delgada, el vestido había sido hecho para una joven aún más menuda, y Sophie tuvo que apretarle las tiras del corsé para que cupiera. Mientras lo hacía, iba parloteando entre dientes.

—La señora Branwell no cree que sea bueno apretar el corsé —explicaba—. Dice que causa dolores de cabeza nerviosos y debilidad, y un cazador de sombras no puede permitirse ser débil. Pero a la señorita Jessamine le gusta que la cintura de sus vestidos sea muy estrecha, e insiste en ello.

—Bueno —repuso Tessa falta de aliento—. De todas formas, yo no soy una cazadora de sombras.

—Eso es cierto —coincidió Sophie, mientras le abrochaba el vestido a la espalda con un ingenioso gancho para los botones—. Ya está. ¿Qué le parece?

Tessa se miró en el espejo y se quedó boquiabierta. El vestido le iba demasiado estrecho, y sin duda lo habían diseñado para que quedara más holgado. Se le ajustaba de una forma sorprendente a su figura hasta las caderas, donde se ampliaba y se fruncía sobre un pequeño polisón. Las mangas estaban vueltas en el puño, rodeado de encaje. Tessa parecía… mayor, pensó, no el trágico espantapájaros que había sido en la Casa Oscura, pero tampoco alguien a quien reconociera totalmente.

«¿Y si alguna de las veces que Cambié, al volver a ser yo, no lo hice del todo bien? ¿Y si ése no es ni siquiera mi verdadero rostro?».

—Está un poco pálida —dijo Sophie, mientras examinaba el reflejo de Tessa con ojo crítico. Al menos, no parecía especialmente escandalizada por que el vestido le quedara tan apretado—. Podría pellizcarse las mejillas para coger un poco de color. Eso es lo que hace la señorita Jessamine.

Después de hacerlo y de darle las gracias a Sophie, Tessa salió del dormitorio a un largo pasillo de piedra. Charlotte estaba allí, esperándola. Ambas se pusieron en marcha inmediatamente; Tessa un poco detrás, cojeando ligeramente; los zapatos negros de seda, a pesar de que el tacón era bajo, le hacían daño en los magullados pies.

Estar en el Instituto era un poco como estar dentro de un castillo; el techo se perdía entre las sombras de la parte superior, y los tapices colgaban de las paredes. O al menos, era como Tessa se imaginaba que serían los castillos por dentro. Los tapices repetían los motivos de estrellas, espadas y el mismo tipo de dibujos que había visto grabados a tinta en Will y en Charlotte. También había una imagen que se repetía, la de un ángel saliendo de un lago, con una espada en una mano y una copa en la otra.

—Esto antiguamente fue una iglesia —dijo Charlotte en respuesta a la pregunta que Tessa no había llegado a formularle—. La iglesia de Todos los Santos de Less. Ardió durante el gran incendio de Londres. Después de eso nos quedamos con el terreno y construimos el Instituto sobre las ruinas de la vieja iglesia. Nos sirve para nuestro propósito de estar sobre suelo consagrado.

—¿Y la gente no encontró raro que lo construyeran en el lugar de una iglesia? —preguntó Tessa mientras se apresuraba a seguirla.

—No lo saben. Los mundanos, que así es como llamamos a la gente corriente, no saben lo que hacemos —explicó Charlotte—. A ellos, desde fuera, este lugar les parece un solar vacío. Aparte de eso, los mundanos no están muy interesados en lo que no les afecta directamente. —Abrió una puerta y se apartó para que Tessa entrara en el gran comedor iluminado—. Ya estamos.

Tessa tuvo que parpadear ante la repentina iluminación. La sala era enorme, lo suficientemente grande para contener una mesa en la que se podrían haber sentado veinte personas. Una inmensa araña de gas colgaba del techo y llenaba la sala de un resplandor amarillento. Sobre un aparador cubierto de lo que parecía porcelana cara, un espejo con marco dorado iba de punta a punta de la sala. Un cuenco de vidrio con flores blancas decoraba el centro de la mesa. Todo era de buen gusto y muy corriente. No había nada extraño en la sala, nada que pudiera indicar la naturaleza de los habitantes de la casa.

Aunque toda la mesa estaba cubierta con un mantel blanco de lino, sólo uno de los extremos estaba preparado, con cinco servicios. Únicamente había dos personas sentadas: Will y una chica rubia de la edad de Tessa, vestida con un deslumbrante vestido escotado. Claramente, hacían como si el otro no estuviera; Will alzó la mirada con claro alivio cuando Charlotte y Tessa entraron.

—Will —dijo Charlotte—. ¿Te acuerdas de la señorita Gray?

—El recuerdo que tengo de ella —contestó Will— es sin duda de lo más vivido.

Ya no llevaba la extraña ropa negra que lucía el día anterior, sino unos pantalones corrientes y una chaqueta gris con cuello de terciopelo. El gris hacía que sus ojos se vieran aún más azules. Sonrió de medio lado a Tessa, que notó cómo se sonrojaba y miró rápidamente hacia otro lado.

—Y Jessamine… Jessie, mírame. Jessie, ésta es la señorita Theresa Gray; señorita Gray, ésta es la señorita Jessamine Lovelace.

—Encantada de conocerla —murmuró Jessamine.

Tessa no pudo evitar quedarse mirándola. Era casi ridículamente bonita, lo que en una de las novelas de Tessa hubieran llamado una «rosa inglesa»; cabello rubio brillante, suaves ojos castaños y tez blanca. Llevaba un vestido azul muy brillante, y anillos en casi todos los dedos. Si tenía las mismas marcas negras en la piel que Will y Charlotte, no resultaban visibles.

Will le lanzó a Jessamine una mirada de total desprecio, y se volvió hacia Charlotte.

—¿Dónde está el ignorante de tu esposo?

Charlotte tomó asiento e hizo una indicación a Tessa para que se sentara junto a Will.

—Henry está en su taller. He enviado a Thomas a buscarlo. Llegará en cualquier momento.

—¿Y Jem?

La mirada de Charlotte fue una advertencia.

—Jem no se encuentra bien —fue todo lo que dijo—. Tiene uno de sus días.

—Siempre está teniendo uno de sus días. —Jessamine parecía disgustada.

Tessa estaba a punto de preguntar quién era Jem cuando entró Sophie, seguida de una gruesa mujer de mediana edad cuyo cabello cano se le escapaba de un moño en la nuca. Las dos comenzaron a servir la comida del aparador. Había cerdo asado, patatas, sopa y unos rollitos blandos con mantequilla cremosa. De repente, Tessa notó que se le iba la cabeza; había olvidado el hambre que tenía. Mordió un rollito, pero se detuvo cuando notó que Jessamine la miraba fijamente.

—¿Sabe? —dijo Jessamine alegremente—, creo que nunca he visto comer a un brujo. Supongo que no necesita vigilar su dieta, ¿verdad? Puede usar la magia para mantenerse delgada.

—No estamos seguros de que sea una bruja, Jessie —replicó Will.

Jessamine no le hizo ningún caso.

—¿Es terrible ser tan malo? ¿No le preocupa ir al infierno? —Se acercó más a Tessa—. ¿Cómo cree que es el demonio?

Tessa dejó el tenedor.

—¿Le gustaría conocerlo? Podría invocarlo en un momento si quiere. Siendo bruja y todo eso.

Will lanzó una carcajada. Jessamine entrecerró los ojos.

—No es necesaria la grosería —comenzó, y se interrumpió cuando Charlotte se irguió de repente en la silla con un sorprendente alarido.

—¡Henry!

Un hombre se hallaba bajo el arco de la puerta del comedor; un hombre alto que le resultaba conocido a Tessa, con una mata de cabello rubio rojizo y ojos color avellana. Llevaba el delantal de cuero de un artesano sobre una camisa y un sorprendente chaleco a rayas brillantes; tenía los pantalones cubiertos de lo que se parecía mucho al polvo del carbón. Pero nada de eso era lo que había hecho gritar a Charlotte: tenía el brazo izquierdo aparentemente ardiendo. Pequeñas llamas le saltaban del brazo desde un punto sobre el codo y dejaban escapar zarcillos de humo negro.

—Charlotte, querida —dijo Henry a su esposa, que lo miraba boquiabierta de horror. A Jessamine, a su lado, casi se le salían los ojos de las órbitas—. Siento llegar tarde. Ya sabes, creo que casi he conseguido hacer funcionar el Sensor…

Will le interrumpió.

—Henry, estás ardiendo. Lo sabes, ¿verdad?

—Oh, sí —contestó Henry rápidamente. Las llamas casi le llegaban al hombro—. He estado todo el día trabajando como un poseso. Charlotte, ¿has oído lo que he dicho sobre el Sensor?

Charlotte dejó caer la mano que se había llevado a la boca.

—¡Henry! —gritó—. ¡El brazo!

Henry se miró el brazo y se quedó boquiabierto.

—¡Maldita sea! —fue todo lo que tuvo tiempo de decir antes de que Will, mostrando una sorprendente presencia de ánimo, se levantara, cogiera el jarrón del centro de la mesa y vaciara su contenido encima de Henry.

Las llamas se apagaron, con un ligero siseo de protesta, y Henry se quedó empapado en la entrada, con una manga de la chaqueta ennegrecida y una docena de flores húmedas a sus pies.

Henry sonrió y dio palmadas en la manga quemada de la chaqueta con una expresión de satisfacción.

—¿Sabéis lo que esto significa?

Will dejó el jarrón vacío en la mesa.

—¿Que te has prendido fuego y ni siquiera lo has notado?

—¡Que la mezcla retardante para fuego que desarrollé la semana pasada funciona! —informó Henry orgulloso—. Este material debe de llevar unos diez minutos ardiendo, ¡y el fuego ni siquiera le ha hecho un agujero! —Se miró el brazo guiñando los ojos—. Quizá debería prender fuego a la otra manga y ver cuánto tiempo…

—Henry —le cortó Charlotte, que parecía haberse recuperado del susto—, si te prendes fuego deliberadamente, comenzaré los trámites de divorcio. Ahora siéntate y come. Y saluda a nuestra invitada.

Henry se sentó y miró a Tessa desde el otro lado de la mesa… y parpadeó sorprendido.

—Te conozco —exclamó—. ¡Me mordiste! —Parecía complacido, como si reviviera un recuerdo agradable que ambos compartían.

Charlotte lanzó una mirada de resignación a su marido.

—¿Ya le has preguntado a la señorita Gray por el Club Pandemónium?

El Club Pandemónium.

—Conozco esas palabras. Estaban escritas en la puerta del carruaje de la señora Oscuro —afirmó Tessa.

—Es una organización —afirmó Charlotte—. Una organización bastante antigua de mundanos interesados en las artes mágicas. En sus reuniones hacen hechizos y tratan de invocar a demonios y espíritus. —Suspiró.

Jessamine soltó un bufido.

—No puedo imaginarme por qué se molestan —dijo—. Tontear con hechizos vestidos con hábitos con capucha y hacer pequeños incendios. Es ridículo.

—Oh, hacen mucho más que eso —replicó Will—. Son más poderosos en el mundo de los subterráneos de lo que crees. Muchos personajes importantes y ricos de la sociedad mundana son miembros…

—Eso sólo hace que sea más ridículo. —Jessamine se echó el cabello hacia atrás—. Tienen dinero y poder. ¿Por qué hacen el tonto con la magia?

—Buena pregunta —repuso Charlotte—. Los mundanos que se meten en cosas de las que no entienden nada suelen tener un final desagradable.

Will se encogió de hombros.

—Mientras investigaba sobre la fuente del símbolo del cuchillo que Jem y yo encontramos en el callejón, la búsqueda me llevó al Club Pandemónium. Sus miembros me enviaron directos a las Hermanas Oscuras. Es su símbolo: las dos serpientes. Supervisaban un grupo de garitos de juego secretos frecuentados por los subterráneos. Su misión era atraer a los mundanos y engañarlos para que perdieran todo el dinero en juegos mágicos; luego, cuando los mundanos contraían deudas, las Hermanas Oscuras les cobraban intereses altísimos sobre ese dinero. —Will miró a Charlotte—. También tenían otros negocios, de lo más desagradables. Me dijeron que la casa en la que retenían a Theresa era un burdel de los subterráneos, donde se satisfacían los más extraños gustos de algunos mundanos.

—Will, no estoy seguro… —comenzó Charlotte, vacilante.

—Hummm —masculló Jessamine—. No me extraña que tuvieras tanto interés en ir allí, William.

Si había esperado molestar a Will, no funcionó; quedarse callada hubiera conseguido el mismo efecto, porque él no le prestaba ninguna atención. Estaba mirando a Tessa, con las cejas ligeramente arqueadas.

—¿La he ofendido, señorita Gray? Supongo que después de todo lo que ha visto, no se sorprenderá fácilmente.

—No estoy ofendida, señor Herondale. —A pesar de sus palabras, Tessa sintió que le ardían las mejillas. Una joven decente no sabía lo que era un burdel, y sobre todo nunca usaría esa palabra en compañía de chicos. El asesinato era una cosa, pero eso…—. Oh… no… veo cómo podía ser un… sitio así —dijo con tanta firmeza como pudo—. Nunca había nadie, y aparte de la criada y del cochero, nunca he visto que nadie más viviera allí.

—No; para cuando llegué allí, estaba bastante desierto —coincidió Will—. Sin duda habían decidido cerrar el negocio, quizá para poder mantenerla aislada a usted. —Miró a Charlotte—. ¿Crees que el hermano de la señorita Gray tiene el mismo poder que ella? ¿Sería quizá por eso por lo que las Hermanas Oscuras lo capturaron?

Tessa intervino, contenta con el cambio de tema.

—Mi hermano nunca mostró indicios de tal cosa, pero yo tampoco hasta que las Hermanas Oscuras me encontraron.

—¿Cuál es su poder? —preguntó Jessamine—. Charlotte no lo quiere decir.

—¡Jessamine! —la riñó Charlotte.

—No creo que tenga ninguno —continuó Jessamine—. Creo que sólo es una pequeña tramposa que sabe que si creemos que es una subterránea, tendremos que tratarla bien debido a los Acuerdos.

Tessa apretó los dientes. Pensó en la tía Harriet diciéndole: «No pierdas los estribos, Tessa» y «No te pelees con tu hermano sólo porque te gasta bromas». Pero no le importó. Todos la estaban mirando; Henry, con unos ojos avellana cargados de curiosidad; Charlotte, con una mirada dura como el acero; Jessamine, con un desdén más disimulado, y Will, con una despreocupada ironía. ¿Y si todos pensaban lo que decía Jessamine, incluso Charlotte? ¿Y si creían que sólo estaba buscando caridad? La tía Harriet hubiera odiado tener que aceptar caridad incluso más de lo que desaprobaba el genio de Tessa.

Fue Will quien rompió el silencio; se inclinó hacia ella y la miró fijamente al rostro.

—Puede mantenerlo en secreto —susurró—. Pero los secretos tienen peso, y puede ser muy duro cargar con ellos.

Tessa alzó la cabeza.

—No hace falta que sea un secreto. Pero me resultaría más fácil mostrarlo que explicarlo.

—Excelente —exclamó Henry—. Me gusta que me enseñen cosas. ¿Necesita algo, una lámpara de alcohol, o…?

—No es una sesión de espiritismo, Henry —replicó Charlotte con tono aburrido. Miró a Tessa—. No hace falta que haga esto si no lo desea, señorita Gray.

Tessa no le prestó atención.

—Lo cierto es que sí que necesito algo. —Se volvió hacia Jessamine—. Algo de usted, por favor. Un anillo o un pañuelo…

Jessamine arrugó la nariz.

—¡Oh, vaya, mucho me temo que su poder especial se limita a robar cosas!

Will la miró exasperado.

—Dale un anillo, Jessie. Llevas más que suficientes.

—Dale algo tú, entonces. —Jessamine apretó los dientes.

—No —la cortó Tessa con firmeza—. Debe ser algo de usted.

«Porque entre todos los de aquí, eres la que más se parece a mí de tamaño y forma. Si me transformo en Charlotte, me reventará la ropa».

—Oh, vale entonces. —Con petulancia, Jessamine se sacó el anillo más pequeño, uno con una piedra roja, y se lo pasó a Tessa por encima de la mesa—. Será mejor que valga la pena.

«Oh, la valdrá».

Sin sonreír, Tessa se puso el anillo en la palma de la mano izquierda y cerró el puño alrededor de él. Luego cerró los ojos.

Era siempre igual: nada al principio, luego el parpadeo de algo en el fondo de su mente, como si alguien encendiera una vela en una sala oscura. Avanzó a tientas hacia esa luz, como las Hermanas Oscuras le habían enseñado. Era difícil deshacerse de los temores y la vergüenza, pero lo había hecho suficientes veces como para saber qué vendría entonces: el avance para tocar la luz en el centro de la oscuridad; la sensación de la luz y la calidez que la rodeaba, como si se estuviera envolviendo en una manta, en algo grueso y pesado, que cubría todas las capas de su propia piel, y luego la luz ardía y la envolvía, y ella estaba en su interior. Dentro de la piel de otra persona. Dentro de su mente.

La mente de Jessamine.

Se hallaba sólo en el límite: sus propios pensamientos sólo rozaban la superficie de los de Jessamine como dedos que acariciaran la superficie del agua. Aun así, aquello la dejó sin aliento. Tessa tuvo una imagen repentina y breve de un brillante trozo de caramelo con algo oscuro en el centro, como un gusano en el corazón de una manzana. Sintió resentimiento, un odio amargo, rabia… un terrible anhelo de algo…

Abrió los ojos. Seguía sentada a la mesa, con el anillo de Jessamine apretado en el puño. La piel le picaba con los agudos calambres que siempre acompañaban las transformaciones. Sentía la extrañeza del diferente peso de otro cuerpo que no era el suyo; notaba el roce del suave cabello de Jessamine sobre los hombros. Era demasiado espeso para que lo sujetaran las horquillas que habían retenido el de Tessa, y se le caía alrededor del cuello como una rubia cascada.

—Por el Ángel —exclamó Charlotte en un susurro. Tessa miró alrededor de la mesa. Todos tenían los ojos clavados en ella; Charlotte y Henry con la boca abierta; Will sin saber qué decir por una vez, con un vaso inmóvil junto a los labios. Y Jessamine… Jessamine la miraba con un horror abyecto, como alguien que ha visto su propio fantasma. Durante un instante, Tessa sintió una punzada de culpa.

Pero sólo duró un momento. Lentamente, Jessamine se apartó la mano de la boca; su rostro seguía aún muy pálido.

—Dios, tengo una nariz enorme —exclamó—. ¿Por qué nadie me lo ha dicho?