TREINTA MONEDAS DE PLATA
Borra su nombre, entonces; cuenta una alma perdida más,
una tarea más negada, un camino más sin pisar,
un triunfo más del diablo y una pena más para los ángeles,
una injusticia más al hombre, y ¡un insulto más a Dios!
ROBERT BROWNING, El líder perdido
Tessa se apartó de la puerta trastabillando. A su espalda, Sophie seguía paralizada, arrodillada junto a Agatha, presionando con las manos el pecho de la anciana. La sangre empapaba el triste vendaje con el que le tapaba la herida; Agatha había palidecido de un modo horrible y emitía una especie de silbido grave. Cuando vio a los autómatas, abrió mucho los ojos y trató de apartar de su lado a Sophie con las manos ensangrentadas, pero Sophie, aun gritando, se aferró con tenacidad a la anciana y se negó a moverse.
—¡Sophie! —Se oyó un repiqueteo de pasos en la escalera, y Thomas apareció en el vestíbulo, con el rostro muy blanco. En la mano aferraba la enorme espada con que Tessa lo había visto antes. Con él iba Jessamine, sombrilla en mano. Detrás de ellos se hallaba Nathaniel, que parecía absolutamente aterrorizado—. ¿Qué demonios…?
Thomas se interrumpió y recorrió con la vista el vestíbulo. Los autómatas se habían detenido. Se hallaban en fila justo dentro del umbral, como marionetas inmóviles a las que ya no tiraran de las cuerdas. Sus rostros inexpresivos miraban directamente al frente.
—¡Agatha! —La voz de Sophie se alzó en un aullido. La anciana estaba quieta, con los ojos abiertos y desenfocados. Las manos le colgaban sin fuerza a los costados.
Aunque la piel le cosquilleó al dar la espalda a las máquinas, Tessa se agachó y le puso la mano en el hombro a Sophie. La otra joven se la sacudió de encima; soltaba pequeños gemidos, como un perro apaleado. Tessa volvió la cabeza para mirar a los autómatas. Seguían tan inmóviles como piezas de ajedrez, pero ¿cuánto duraría aquello?
—¡Sophie, por favor!
Nate jadeaba, con los ojos fijos en la puerta y el rostro más blanco que la tiza. Parecía que únicamente pensara en salir corriendo. Jessamine lo miró una vez, una mirada entre la sorpresa y el desdén, antes de hablarle a Thomas.
—Haz que se levante —le pidió—. A ti te hará caso.
Después de mirar con sorpresa a Jessamine, Thomas se agachó y, con suavidad y firmeza, apartó las manos de Sophie de Agatha y la puso en pie. Ella se aferró a él. Tenía las manos y los brazos tan cubiertos de sangre como si acabara de regresar del matadero, y su delantal estaba roto por la mitad y lleno de huellas de manos ensangrentadas.
—Señorita Lovelace —dijo Thomas en voz baja, mientras mantenía a Sophie contra él con la mano que no sujetaba la espada—, lleve a Sophie y a la señorita Gray al Santuario…
—No —dijo una voz lenta a la espalda de Tessa—. Creo que no. O mejor, sí, llévese a la chica y vayase a donde quiera con ella. Pero la señorita Gray se quedará aquí. Igual que su hermano.
La voz le resultaba conocida, terriblemente conocida. Muy lentamente, Tessa se fue volviendo.
Entre las inmóviles máquinas, como si hubiera aparecido allí por acto de magia, se hallaba un hombre. Con el aspecto tan común y corriente como Tessa había pensado que tenía un rato antes, aunque ya no llevaba sombrero y su canosa cabeza estaba descubierta bajo la luz mágica.
Mortmain.
Sonreía, pero no como había sonreído antes, con una afable simpatía. En ese momento su sonrisa resultaba casi tan repugnante como su júbilo.
—Nathaniel Gray —dijo—. Excelente trabajo. Admito que mi fe en ti había flaqueado, sí, pero te has redimido de un modo admirable de tus errores. Estoy orgulloso de ti.
Tessa se volvió rápidamente para mirar a su hermano, pero Nate parecía haber olvidado que ella estaba en la habitación y actuaba como si no hubiera nadie más allí salvo Mortmain, a quien miraba con la más rara de las expresiones en el rostro, una mezcla de miedo y adoración. Avanzó hacia él, apartando a Tessa; ella trató de retenerlo, pero él le apartó la mano con un gesto de incordio. Finalmente se plantó delante de Mortmain.
Con un grito, cayó de rodillas y unió las manos ante él, como si estuviera rezando.
—Mi único deseo siempre ha sido serviros, Magíster —dijo.
La señora Oscuro seguía riendo.
—Pero ¿qué es lo que pasa aquí? —exclamó Jem desconcertado, alzando la voz para hacerse oír entre las carcajadas de la mujer—. ¿Qué significa eso?
A pesar de su aspecto desastrado, la señora Oscuro consiguió ofrecer un aire triunfal.
—De Quincey no es el Magíster —dijo burlona—. Sólo es un estúpido chupasangre, no mucho mejor que los otros. Que os haya engañado con tanta facilidad prueba que no tenéis ni idea de quién es el Magíster, ni de a qué os enfrentáis. Estáis muertos, pequeños cazadores. Sois pequeños muertos andantes.
Eso fue demasiado para el genio de Will. Con un gruñido, se lanzó hacia la escalera con el cuchillo serafín en ristre. Jem le gritó que parara, pero era demasiado tarde. La señora Oscuro, mostrando los dientes como una siseante cobra, le lanzó la cabeza cortada de su hermana. Con un grito de asco, él la esquivó, y ella aprovechó eso para bajar los escalones a la carga, rebasar a Will y pasar por la puerta de arco del lado oeste del vestíbulo, hacia las sombras de más allá.
Mientras tanto, la cabeza de la señora Negro rebotó por los escalones y se detuvo suavemente junto a la bota de Will. Él miró hacia abajo e hizo un gesto de asco. Uno de sus párpados se había cerrado, y la lengua le colgaba, gris y correosa, de la boca, como si se estuviera burlando de todo el mundo.
—Voy a vomitar —anunció Will.
—No hay tiempo para eso —dijo Jem—. Vamos…
Y cruzó la puerta corriendo tras la señora Oscuro. Will apartó la cabeza cortada de la bruja con la bota, y siguió a su amigo.
—¿Magíster? —repitió Tessa anonadada. «Pero eso es imposible. De Quincey es el Magíster. Esas criaturas del puente dijeron que lo servían a él. Nate dijo…». Miró a su hermano—. ¿Nate?
Alzar la voz fue un error. Mortmain la miró y sonrió de medio lado.
—Coged a la cambiante —les dijo a las criaturas mecánicas—. ¡Que no escape!
—¡Nate! —gritó Tessa, pero su hermano sólo volvió la cabeza para mirarla, mientras las criaturas, devueltas a la vida, avanzaban, chirriando y chasqueando, hacia ella. Uno de aquellos monstruos la atrapó, y sus brazos de metal fueron como una tenaza que le rodeó el pecho, dejándola casi sin aliento.
Mortmain sonrió satisfecho.
—No sea demasiado dura con su hermano, señorita Gray. Lo cierto es que es más listo de lo que yo me pensaba. Fue idea suya alejar de aquí a Carstairs y a Herondale con un cuento, para que yo pudiera entrar sin molestias.
—¿De qué va todo esto? —A Jessamine le tembló la voz mientras miraba a Nate, a Tessa, a Mortmain y otra vez a Nate—. No lo entiendo. ¿Quién es éste, Nate? ¿Por qué te arrodillas ante él?
—Es el Magíster —contestó Nate—. Y si fueras lista, tú también te arrodillarías a sus pies.
Jessamine parecía no creérselo.
—¿Éste es De Quincey?
Los ojos de Nate destellaron.
—De Quincey es un simple peón, un siervo. Él responde ante el Magíster. Pocos conocen la verdadera identidad del Magíster. Yo soy uno de los elegidos. El favorecido.
Jessamine hizo un ruido grosero.
—Elegido para arrodillarte en el suelo, ¿es eso?
Nate se levantó con los ojos brillantes. Le gritó algo a Jessamine, pero Tessa no pudo oírlo. El maniquí de metal la cogía con tal fuerza que casi no podía respirar, y comenzaba a ver puntos negros flotando ante sus ojos. Era vagamente consciente de que Mortmain estaba gritando a la criatura que no la cogiera tan fuerte, pero el autómata no obedecía. Arañó los brazos de metal, pero sus dedos cada vez tenían menos fuerza. En ese momento notó ligeramente que algo se agitaba en su cuello, como si tuviera un pájaro o una mariposa bajo el vestido. La cadena de su colgante estaba vibrando y dando tirones. Tessa consiguió mirar hacia abajo y, pese a la visión borrosa, descubrió sorprendida que el pequeño ángel metálico había salido de debajo del vestido; voló hacia arriba, alzando la cadena por encima de la cabeza de Tessa. Los ojos del ángel parecían relucir mientras se elevaba. Por primera vez, sus alas metálicas estaban extendidas, y Tessa vio que ambas estaban bordeadas con algo que brillaba y era afilado como una cuchilla. Mientras lo contemplaba con asombro, el ángel se lanzó como una avispa e hizo un corte con el filo de sus alas en la cabeza de la criatura que la retenía, lanzando una lluvia de chispas rojas.
La chispas cayeron sobre el cuello de Tessa como un reguero de ascuas encendidas, pero ella casi ni lo notó; los brazos de la criatura se aflojaron, y Tessa pudo soltarse mientras el autómata daba vueltas y se tambaleaba, sacudiendo los brazos ciegamente ante sí. Tessa no pudo evitar que le recordara el dibujo que había visto de un caballero espantando a las abejas en una fiesta en el jardín. Mortmain, que se dio cuenta un segundo demasiado tarde de lo que estaba pasando, gritó, y las demás criaturas comenzaron a moverse y se dirigieron a atrapar a Tessa. Ésta miró alrededor con desesperación, pero ya no alcanzaba a ver al minúsculo ángel. Parecía haber desaparecido.
—¡Tessa! ¡Apártate! —Una pequeña mano gélida la cogió por la muñeca. Era Jessamine, que la empujó hacia atrás, mientras Thomas, que había soltado a Sophie, se lanzaba hacia adelante. Jessamine puso a Tessa tras ella, encarada hacia la escalera en el fondo del vestíbulo, y avanzó haciendo girar la sombrilla, con una expresión de determinación. Thomas dio el primer golpe. Con una fuerte estocada, con la espada atravesó el pecho de una de las criaturas, que avanzaba hacia él con los brazos extendidos. El hombre mecánico se tambaleó hacia atrás, chirriando mucho mientras le saltaban chispas rojas del pecho, como si fuera sangre. Jessamine rió al verlo y empezó a mover la sombrilla de un lado a otro entre los autómatas. El borde afilado cortó las piernas a dos de las criaturas, que cayeron hacia adelante y se agitaron sobre el suelo como peces fuera del agua.
Mortmain parecía molesto.
—Oh, ya está bien. Tú… —Chasqueó los dedos, señalando a un autómata, uno que tenía una especie de tubo de metal soldado a la muñeca derecha—. Acaba con ella. La cazadora de sombras.
La criatura alzó el brazo a sacudidas. Un rayo de fuego rojo salió disparado del tubo de metal. Dio a Jessamine en el centro del pecho, tirándola hacia atrás. La sombrilla se le escapó de las manos al golpearse contra el suelo. Su cuerpo empezó a convulsionarse, con los ojos abiertos y vidriosos.
Nathaniel, que se había situado junto a Mortmain un poco apartado del ataque, rió.
Un odio abrasador recorrió como un rayo a Tessa, que se asustó ante su intensidad. Quería tirarse sobre Nate y arañarle las mejillas, darle patadas hasta que gritara. No haría falta mucho, de eso no tenía ninguna duda. Siempre había sido un cobarde ante el dolor. Trató de avanzar, pero las criaturas, después de encargarse de Jessamine, se habían vuelto hacia ella. Thomas, con el pelo pegado a la cara por el sudor y con un largo rasguño sangriento sobre el pecho, se interpuso en su camino. Estaba repartiendo mandobles con la espada, con grandes movimientos circulares. Era difícil creer que no estuviera haciendo trizas a las criaturas, pero éstas habían demostrado ser sorprendentemente hábiles. Esquivando la espada, seguían avanzando, con los ojos fijos en Tessa. Thomas se volvió para mirarla.
—¡Señorita Gray! ¡Ahora! ¡Llévese a Sophie!
Tessa vaciló. No quería escapar. Quería resistir. Pero Sophie estaba acurrucada tras ella, paralizada, con una mirada de absoluto terror.
—¡Sophie! —gritó Thomas, y Tessa pudo oír lo que había en su voz, y supo que tenía razón en cuanto a sus sentimientos por Sophie—. ¡Al Santuario! ¡Marchaos!
—¡No! —gritó Mortmain y se volvió hacia el autómata que había atacado a Jessamine. Mientras éste alzaba el brazo, Tessa agarró a Sophie por la muñeca y comenzó a arrastrarla hacia la escalera. Un rayo de fuego rojo golpeó la pared junto a ellas, chamuscando la piedra. Tessa gritó, pero no se detuvo; empujó a Sophie por la escalera de caracol, con el olor del humo y la muerte siguiéndolas mientras corrían.
Will atravesó el arco que separaba el vestíbulo de la habitación contigua, y se detuvo de golpe. Jem ya estaba allí, mirando a su alrededor asombrado. Aunque no había más salidas que el arco por donde habían entrado, la señora Oscuro ya no se encontraba allí.
Pero la sala no estaba en absoluto vacía. Seguramente habría sido un comedor, y grandes retratos colgaban de las paredes, aunque habían sido rasgados y estropeados hasta resultar irreconocibles. Una gran araña de cristal colgaba del techo, llena de grandes telarañas que se agitaban en el aire estancado como viejas cortinas de encaje. Probablemente antes colgaba sobre una gran mesa. Pero ahora se hallaba sobre un suelo de mármol en el que se habían pintado toda una serie de signos nigrománticos: una estrella de cinco puntas dentro de un círculo trazado en el interior de un cuadrado. En el centro del pentagrama se hallaba una repulsiva estatua de piedra, la figura de algún demonio horripilante, con miembros retorcidos, garras y unos cuernos en la cabeza.
Por toda la sala había restos esparcidos de elementos de magia negra: huesos, plumas y tiras de piel, y charcos de sangre que parecía burbujear como champán negro. Había jaulas vacías a los lados, y una mesa baja sobre la que se encontraba un conjunto de cuchillos ensangrentados y cuencos de piedra llenos de oscuros líquidos desagradables.
En todos los espacios entre las cinco puntas del pentagrama había runas y garabatos que hicieron que a Will le dolieran los ojos con sólo mirarlos. Era lo opuesto a las runas del Libro Gris, que parecía hablar de gloria y paz. Aquéllos eran símbolos nigrománticos que hablaban de destrucción y muerte.
—Jem —dijo Will—, ésas no son las preparaciones para un hechizo de sujeción. Esto es pura necromancia.
—Estaba tratando de devolverle la vida a su hermana, ¿no es eso lo que nos ha dicho?
—Sí, pero estaba haciendo algo más. —Una terrible sospecha comenzó a forjarse en la mente de Will—. Y no estaba teniendo éxito. No estoy seguro de si aquí hay algo que constituya una amenaza para nosotros.
Jem no contestó; parecía tener la atención fija en algo al otro lado de la sala.
—Allí hay un gato —dijo en un susurro, señalando—. En una de esas jaulas.
Will miró hacia donde señalaba su amigo. Lo vio; un gato con el pelo erizado se agazapaba en una de las jaulas que había junto a la pared.
—¿Y? —preguntó Will.
—Está vivo.
—Es un gato, James. Tenemos cosas más importantes de las que preocuparnos…
Pero Jem ya iba hacia allí. Llegó a la jaula, la cogió y la alzó a la altura de sus ojos. El gato parecía ser un persa gris, con un rostro plano y ojos amarillos que miraban a Jem con malevolencia. De repente, se echó hacia atrás y bufó fuerte, con los ojos fijos en el pentagrama. Jem miró hacia allí y se quedó pasmado.
—Will —dijo en un tono de alerta—. Mira.
La estatua que había en el centro del pentagrama se había movido. En vez de seguir agazapada, se había incorporado hasta quedar recta. Los ojos le brillaban con un resplandor sulfúrico. Tan sólo cuando sus tres bocas sonrieron Will se dio cuenta de que no era de piedra, sino una criatura con una piel gris y dura como la piedra. Un demonio.
Will se echó hacia atrás y lanzó Israfiel de forma instintiva, sin pensar que eso fuera a servir de mucho. Y así fue. Al acercarse al pentagrama, la hoja rebotó en un muro invisible y cayó ruidosamente sobre el suelo de mármol. El demonio del pentagrama rió burlándose.
—¿Me atacas aquí? —preguntó con una voz aguda y fina—. ¡Podrías lanzar a las huestes del Cielo contra mí y no te serviría de nada! ¡Ningún poder angélico puede atravesar este círculo!
—Señora Oscuro —dijo Will entre dientes.
—Ahora sí que me reconoces, ¿eh? Nadie dijo nunca que los cazadores de sombras fueran muy listos. —El demonio abrió las verdosas fauces—. Ésta es mi auténtica forma. Una fea sorpresa para ti, supongo.
—En mi humilde opinión, ha sido para mejor —replicó Will—. Antes no es que fueras gran cosa, y al menos los cuernos resultan espectaculares.
—Así pues, ¿qué eres? —preguntó Jem, mientras dejaba la jaula, con el gato aún dentro, en el suelo—. Pensaba que tu hermana y tú erais brujas.
—Mi hermana era una bruja —siseó la criatura—. Yo soy un demonio de pura sangre, Eidolon. Un cambiante. Como vuestra preciosa Tessa. Pero a diferencia de ella, no puedo convertirme en lo que me transformo. No puedo tocar la mente de los vivos o de los muertos. De ahí que el Magíster no me quisiera. —Su voz reflejó que eso la había herido—. Me reclutó para entrenarla. Su preciosa protegida. A mi hermana también. Conocemos las maneras del Cambio. Pudimos forzarlo en ella. Pero ella nunca nos lo agradeció.
—Sin duda eso te habrá dolido —repuso Jem con su voz más relajada. Will abrió la boca, pero al ver la mirada de advertencia de Jem, la volvió a cerrar—. Ver a Tessa conseguir lo que tú querías y que no lo valorara.
—Ella nunca lo ha entendido. El honor que se le hacía. La gloria que hubiera podido alcanzar. —Los ojos amarillos ardían de rabia—. Cuando huyó, la ira del Magíster cayó sobre nosotras. Le habíamos decepcionado. Puso precio a nuestras cabezas.
Eso sobresaltó a Jem, o pareció sobresaltarlo.
—¿Quieres decir que De Quincey os quería muertas?
—¿Cuántas veces tengo que decirte que De Quincey no es el Magíster? El Magíster es… —El demonio soltó un rugido—. Intentas engañarme, pequeño cazador, pero tus trucos no servirán de nada.
Jem se encogió de hombros.
—No puedes permanecer en el pentagrama para siempre, señora Oscuro. Finalmente, el resto del Enclave vendrá. Haremos que mueras de hambre. Y entonces serás nuestra, y ya sabes cómo trata la Clave a los que violan la Ley.
La señora Oscuro bufó.
—Quizá me haya abandonado —dijo—, pero aún temo al Magíster más de lo que te temo a ti, o a tu Enclave.
«Más de lo que temo al Enclave». Debería estar asustada, pensó Will. Lo que Jem le había dicho era cierto. Tendría que tener miedo, pero no lo tenía. Por su experiencia, Will sabía que cuando alguien que debía estar asustado no lo estaba, la razón pocas veces tenía que ver con el valor. Normalmente quería decir que sabían algo que él desconocía.
—Ya que no piensas decirnos quién es el Magíster —dijo Will con una voz de acero—, quizá puedas respondernos a una simple pregunta. ¿Es Axel Mortmain el Magíster?
El demonio lanzó un aullido de dolor, luego se llevó las huesudas manos a la boca y finalmente se dejó caer, con ojos ardientes, al suelo.
—El Magíster pensará que he sido yo quien os lo ha dicho. Ahora nunca conseguiré su perdón…
—¿Mortmain? —repitió Jem—. Pero él fue quien nos avisó… Ah. —Se detuvo—. Ya veo. —Se había puesto muy pálido; Will supo que sus pensamientos corrían por el mismo sinuoso camino que habían recorrido los de Will. Probablemente habría llegado allí antes que él, porque Will sospechaba que Jem era más listo que él, pero Jem carecía de la tendencia de Will a suponer siempre lo peor de la gente y partir de ahí—. Mortmain nos mintió sobre las Hermanas Oscuras y el hechizo de sujeción —añadió pensando en voz alta—. Lo cierto es que fue Mortmain quien le puso a Charlotte la idea en la cabeza de que De Quincey era el Magíster. De no haber sido por él, nunca hubiéramos sospechado del vampiro. Pero ¿por qué?
—De Quincey es una bestia despreciable —aulló la señora Oscuro, aún agachada en el centro del pentagrama. Parecía haber decidido que ya no serviría de nada ocultar la verdad—. Desobedecía a Mortmain en todo momento, pues anhelaba ocupar su lugar. Tal insubordinación debe ser castigada.
Will y Jem intercambiaron una mirada. Ambos estaban pensando lo mismo.
—Mortmain vio una oportunidad de fomentar las sospechas sobre un rival —dijo Jem—. Por eso eligió a De Quincey.
—Él podría haber escondido esos planos de los autómatas en la biblioteca de De Quincey —continuó Will—. Tampoco es que De Quincey admitiera que eran suyos, y ni siquiera pareció reconocerlos cuando Charlotte se los enseñó. Además, Mortmain podría haber ordenado a esos autómatas del puente que os dijeran que estaban trabajando para el vampiro. Incluso podría haber estampado el sello de De Quincey en el pecho de la chica autómata y dejarla en casa de las Hermanas Oscuras para que la encontráramos, y, de ese modo, apartar a su vez las sospechas de sí.
—Pero Mortmain no ha sido el único en señalar a De Quincey —indicó Jem—. Nathaniel Gray Will. El hermano de Tessa. Cuando dos personas dicen la misma mentira…
—Es que trabajan juntos —acabó Will. Por un momento sintió algo parecido a la satisfacción, pero la sensación desapareció en seguida. Nunca le había gustado Nate Gray; había odiado la forma en que Tessa lo trataba, como si su hermano fuera incapaz de hacer nada mal, y se había despreciado a sí mismo por sus celos. Saber que había acertado el carácter de Nate era una cosa, pero ¿a qué precio?
La señora Oscuro rió, con un sonido agudo y gimiente.
—Nate Gray —escupió—. El perrito faldero del Magíster. Vendió a su hermana a Mortmain, ¿sabéis? Y lo hizo sólo por un vulgar puñado de plata. Por unos cuantos halagos a su vanidad. Yo nunca hubiera tratado así a mi hermana. ¡Y luego decís que los demonios somos malvados, y que tenéis que proteger a los humanos de nosotros! —Alzó la voz en una cacareante carcajada.
Will no le prestó atención; su mente trabajaba a toda prisa. Dios santo, toda la historia de Nathaniel sobre De Quincey era sólo un truco, un mentira para enviar a la Clave tras una pista falsa. Entonces, ¿por qué había aparecido Mortmain en el Instituto en cuanto ellos se habían marchado?
«Para librarse de Jem y de mí —pensó Will—. Nate no podía haber sabido que nosotros no iríamos con Charlotte y con Henry. Tuvo que improvisar algo sobre la marcha cuando vio que nos quedábamos. Por eso Mortmain y su engaño».
Nate había estado con Mortmain desde el principio.
«Y ahora Tessa está en el Instituto con él».
Will notó que se le revolvía el estómago. Quería salir corriendo, no parar hasta el Instituto, y golpearle la cabeza a Nathaniel contra la pared. Sólo años de entrenamiento y la preocupación por Henry y por Charlotte lo hicieron seguir donde estaba.
Will se volvió hacia la señora Oscuro.
—¿Cuál es su plan? ¿Qué encontrará el Enclave cuando llegue a Carleton Square? ¿Una muerte segura? ¡Contéstame! —gritó. El miedo hizo que se le quebrara la voz—. O, por el Ángel, que me aseguraré de que la Clave te torture sin piedad antes de matarte. ¿Qué ha planeado para ellos?
Los ojos amarillos de la señora Oscuro destellaron.
—¿Y qué le importa al Magíster? —siseó—. ¿Qué le ha importado siempre? Desprecia a los nefilim, pero ¿es ése su objetivo, es eso?
—¡Tessa! —dijo Jem inmediatamente—. Pero está a salvo en el Instituto, y ni siquiera su maldito ejército mecánico puede entrar allí. Aunque nosotros no estemos…
—Una vez, cuando aún contaba con la confianza del Magíster —explicó la señora Oscuro con una voz aduladora—, me habló de un plan para invadir el Instituto. Pensaba pintar las manos de sus autómatas con la sangre de un cazador de sombras, lo que le permitiría abrir las puertas.
—¿La sangre de un cazador de sombras? —repitió Will, atónito—. Pero…
—Will. —Jem se había llevado las manos al pecho, allí donde el hombre mecánico le había rasgado la piel la noche en que los atacaron en la escalera del Instituto—. Mi sangre.
Durante un instante, Will permaneció totalmente inmóvil, mirando a su amigo. Luego, sin decir palabra, se volvió y corrió hacia las puertas del comedor; Jem cogió la jaula del gato y lo siguió. Al llegar a la puerta, ésta se cerró de golpe como si la hubieran empujado, y Will tuvo que parar en seco. Se volvió para mirar a Jem, confuso.
Desde el pentagrama, la señora Oscuro se reía a carcajadas.
—Nefilim —soltó entre risas—. Estúpidos, estúpidos nefilim. ¿Dónde está vuestro ángel ahora?
Mientras miraban, enormes llamas aparecieron en las paredes, y comenzaron a lamer las cortinas que cubrían las ventanas y a crecer por los bordes del suelo. Las llamas tenían un extraño color verdiazul, y el olor era espeso y desagradable, olor a demonio. Dentro de la jaula, el gato se estaba volviendo loco; se tiraba contra los barrotes una y otra vez, aullando.
Will sacó un cuchillo serafín del cinturón.
—¡Anael! —dijo. La hoja se iluminó, pero la señora Oscuro siguió riendo.
—Cuando el Magíster vea vuestros cadáveres calcinados —gritó—, ¡me perdonará! Y entonces, ¡volverá a aceptarme de buen grado!
Su risa se elevó cada vez más aguda y horrible. La sala se había oscurecido por el humo. Jem se cubrió la boca con la manga de la camisa.
—Mátala. Mátala y el fuego cesará —le dijo a Will con voz ahogada.
Will, apretando con fuerza el mango de Anael, gruñó.
—¿No crees que lo haría si pudiera? Está en el pentagrama.
—Lo sé. —Jem lo miró con intención—. Will, córtalo.
Al tratarse de Jem, Will supo inmediatamente a qué se refería sin que se lo dijera de un modo explícito. Se volvió rápidamente hacia el pentagrama, alzó el brillante Anael, apuntó y lanzó el cuchillo, pero no hacia el demonio, sino hacia la gruesa cadena que sujetaba la enorme araña. La hoja sesgó la cadena como si fuera papel; se produjo un ruido de desgarro, y el demonio sólo tuvo tiempo de gritar una vez antes de que la enorme lámpara cayera sobre él, un cometa de metal retorcido y vidrio quebrado. Will se cubrió los ojos con el brazo mientras los restos volaban sobre ellos: fragmentos de piedra, añicos de cristal y trozos de metal oxidado. El suelo tembló bajo los pies de Will como si hubiera un terremoto.
Cuando todo se paró, Will abrió los ojos. La araña parecía un inmenso barco hundido, retorcido y destrozado en el fondo del mar. El polvo se alzaba como humo de los restos, y desde una esquina de la pila de vidrio y metal destrozado, un reguero de sangre verdinegra corría por el mármol.
Jem tenía razón. Las llamas habían desaparecido. Jem, que aún sujetaba el asa de la jaula del gato, estaba observando el destrozo. Su cabello, ya de por sí claro, se había blanqueado aún más con el polvo de yeso y tenía las mejillas manchadas de ceniza.
—Bien hecho, William —exclamó.
Will no contestó; no había tiempo para eso. Abrió las puertas, que no se resistieron, y salió corriendo de la habitación.
Tessa y Sophie corrieron por los escalones del Instituto hasta que Sophie jadeó: «Aquí. Ésta es la puerta»; Tessa la abrió y entraron corriendo al pasillo siguiente. Sophie se soltó de Tessa y se volvió para empujar la puerta tras ellas y cerrar el pasador. Se apoyó en ella por un momento, jadeando, con el rostro empapado en lágrimas.
—La señorita Jessamine —susurró—. ¿Usted cree…?
—No lo sé —contestó Tessa—. Pero ya has oído a Thomas. Debemos llegar al Santuario, Sophie. Es el único lugar donde estaremos a salvo. —«Y Thomas quiere asegurarse de que tú estés a salvo», añadió mentalmente.
Sophie asintió lentamente y se irguió. En silencio guió a Tessa por el laberinto de corredores hasta que llegaron a uno que ésta recordaba de la noche en la que había conocido a Camille. Después de coger una lámpara de uno de los agarres de la pared, Sophie la encendió, y juntas se apresuraron hasta que llegaron a la gran puerta doble de hierro con las dos ees. Sophie se paró en seco delante de la puerta y se llevó la mano a la boca.
—¡La llave! —susurró—. ¡He olvidado la maldita (perdón, señorita) llave!
Tessa sintió que la invadía una rabia de frustración, pero la dejó a un lado. A Sophie acababa de morírsele una amiga en los brazos; no podía culparla por olvidar una llave.
—¿Sabes dónde encontrarla?
Sophie asintió con la cabeza.
—Iré corriendo a buscarla. Usted espéreme aquí, señorita.
Se fue corriendo por el pasillo. Tessa la vio marcharse hasta que la cofia blanca y las mangas se perdieron entre las sombras y la dejaron sola en la oscuridad. La única luz del pasillo era la que se colaba por debajo de las puertas del Santuario. Tessa se apretó contra la pared. Seguía viendo la sangre manando del pecho de Agatha, manchando las manos de Sophie; seguía oyendo el frágil sonido de la risa de Nate mientras Jessamine se derrumbaba…
Lo volvió a oír, tan frágil como el cristal, resonando en la oscuridad a su espalda.
Segura de que lo estaba imaginando, Tessa se volvió, dando la espalda a las puertas del Santuario. Ante ella, en el corredor, donde un momento antes sólo había aire vacío, se hallaba alguien. Alguien con el cabello rubio y una sonrisa dibujada en el rostro. Alguien con un largo y afilado cuchillo en la mano derecha.
Nate.
—Mi Tessie —dijo él—. Eso ha sido verdaderamente impresionante. Nunca habría pensado que tú o la criada pudierais correr tan rápido. —Hizo rodar el cuchillo entre los dedos—. Por desgracia para ti, mi señor me ha dotado de ciertos… poderes. Puedo moverme más de prisa de lo que seas capaz de imaginar. —Le dedicó una sonrisita de suficiencia—. Probablemente mucho más de prisa, a juzgar por lo que tardaste en entender lo que estaba pasando abajo.
—Nate. —A Tessa le temblaba la voz—. Aún no es demasiado tarde. Puedes ponerle fin a esto.
—¿A qué, mi querida Tessie? —Nate la miró a los ojos, por primera vez desde que se había arrodillado ante Mortmain—. Estoy a punto de conseguir un poder increíble y un conocimiento inmenso. Soy el acólito favorito del hombre más poderoso de todo Londres. Sería un estúpido si le pusiera fin a esto, hermanita.
¿Su acólito favorito? ¿Dónde estaba él cuando De Quincey estaba a punto de sacarte la sangre?
—Le había decepcionado —contestó Nate—. Tú le habías decepcionado. Te escapaste de las Hermanas Oscuras, sabiendo lo que me costaría. Tu amor fraternal deja bastante que desear, Tessie.
Dejé que las Hermanas Oscuras me torturaran por ti, Nate. Lo hice todo por ti. Y tú… tú me dejaste creer que De Quincey era el Magíster. Todo lo que dices que ha hecho De Quincey en realidad ha sido cosa de Mortmain, ¿no es cierto? Él es quien quiso traerme aquí. Él es quien empleó a las Hermanas Oscuras. Toda esa basura sobre De Quincey sólo pretendía alejar al Enclave del Instituto.
Nate volvió a sonreír, satisfecho de sí mismo.
—¿Cómo era eso que la tía Harriet solía decir? Ah, sí, que cuando se es listo demasiado tarde eso no es ser listo.
—¿Y qué encontrará el Enclave en la dirección a la que los has enviado diciéndonos que era allí donde estaba el escondite de De Quincey? ¿Una casa vacía, ruinas? —Comenzó a retroceder hasta que tocó las paredes de hierro con la espalda.
Nate la siguió; sus ojos brillaban tanto como el cuchillo que llevaba en la mano.
—Oh, no, querida, no. Esa parte era verdad. No serviría de nada que el Enclave se diera cuenta demasiado pronto de que se han burlado de ellos, ¿no crees? Era preferible que estuvieran ocupados, y limpiar el escondite de De Quincey los tendrá muy entretenidos. —Se encogió de hombros—. Tú fuiste quien me dio la idea de cargar al vampiro con toda la culpa, ¿sabes? Después de lo que pasó la otra noche, ya era hombre muerto, de todas maneras. Los nefilim le habían echado el ojo, así que ya no le servía de nada al Magíster. Enviar al Enclave para librarse de él…, bueno, es como matar dos pájaros de un tiro, ¿verdad? Mi plan es bastante bueno, ¿no te lo parece?
Estaba vanagloriándose, pensó Tessa con desagrado. Orgulloso de sí mismo. Tenía ganas de escupirle a la cara, pero sabía que debía hacer que siguiera hablando, para tener la oportunidad de pensar la forma de salir de aquella situación.
—Has conseguido engañarnos, de eso no hay duda —dijo, odiándose—. ¿Qué parte de la historia que nos contaste era verdad? ¿Qué parte era mentira?
—Había bastante de verdad, si lo quieres saber. Las mejores mentiras son las que se basan en la verdad, al menos en parte —fanfarroneó—. Vine a Londres pensando que podría chantajear a Mortmain porque sabía de sus actividades con lo oculto. Lo cierto era que a él aquello no podía importarle menos. Él quería verme porque no estaba seguro, ¿sabes? No estaba seguro de si yo era el primer hijo de nuestros padres o el segundo. Pensó que yo podría ser tú. —Sonrió—. Estuvo más contento que unas pascuas cuando comprobó que yo no era el niño al que buscaba. Quería una niña.
—Pero ¿por qué? ¿Qué quiere de mí?
Nate se encogió de hombros.
—No lo sé. Y no me importa. Me dijo que si te hacía venir para él y resultabas ser todo lo que él esperaba que fueras, me convertiría en su discípulo. Cuando escapaste, me entregó a De Quincey como venganza. Pero cuando me trajiste aquí, al corazón de los nefilim, tuve una segunda oportunidad de ofrecerle al Magíster lo que antes había perdido para él.
—¿Tú te pusiste en contacto con él? —Tessa se sintió enferma—. ¿Tú le hiciste saber que estabas aquí? ¿Que estabas dispuesto a traicionarnos? Pero ¡te podrías haber quedado! ¡Hubieras estado a salvo!
—A salvo e impotente. Aquí soy un hombre corriente, débil y despreciable. Pero como discípulo de Mortmain, seré su mano derecha cuando gobierne el Imperio británico.
—Estás loco —replicó Tessa—. Todo esto es ridículo.
—Te aseguro que no lo es. Para el año que viene, Mortmain estará instalado en el palacio de Buckingham. El imperio se inclinará a sus pies.
—Pero tú no estarás a su lado. He visto cómo te mira. No eres su discípulo; eres una herramienta que está usando. Cuando consiga lo que quiere, te tirará como si fueras basura.
Nate apretó el mango del cuchillo.
—Eso no es cierto.
—Pues claro que lo es —continuó Tessa—. La tía Harriet siempre decía que eras demasiado confiado. Por eso eres un jugador tan malo, Nate. Te mientes tanto a ti mismo que nunca te enteras de cuándo te mienten los demás. La tía Harriet decía…
—La tía Harriet. —Nate rió suavemente—. Qué desgracia que muriera así. —Sonrió malicioso—. ¿No te pareció un poco raro que te enviara una caja de bombones? ¿Algo que yo sabía que tú no ibas a comer, pero que a ella le iba a encantar?
Tessa notó una intensa náusea, como si Nate le estuviera retorciendo el cuchillo en el estómago.
—Nate…, espero que ésta sea una de las mentiras…, tía Harriet te quería.
—No tienes ni idea de lo que soy capaz, Tessie. ¡Ni la más mínima idea! —Hablaba rápidamente, casi con una intensidad febril—. Tú estás convencida de que soy un estúpido. Tu estúpido hermano que necesita que lo protejan del mundo. Al que es tan fácil engañar y tomarle el pelo. Os oía a tía Harriet y a ti hablando de mí. Sé que ninguna de las dos creyó nunca que llegara a hacer algo en la vida, nada por lo que pudierais sentiros orgullosas de mí. Pero ahora lo he hecho. ¡Ahora lo he hecho! —rugió, como si fuera totalmente ignorante de la ironía de sus palabras.
—Lo que has hecho ha sido convertirte en un asesino. ¿De verdad crees que debería sentirme orgullosa de eso? Me avergüenzo de ser de la misma familia que tú.
—¿De la misma familia? Tú no eres humana. Eres alguna cosa. No eres parte de mí. Desde el momento en que Mortmain me dijo lo que eras realmente, fue como si estuvieras muerta para mí. Yo no tengo hermana.
—Entonces, ¿por qué sigues llamándome Tessie? —preguntó Tessa con una voz que casi ni siquiera ella pudo oír.
Él la miró totalmente confuso durante un momento. Y mientras ella devolvía la mirada a su hermano, al hermano que había creído que era todo lo que tenía en el mundo, Tessa no pudo evitar pensar que ningún corazón humano podría resistir una traición así. Algo se movió detrás de Nate, y Tessa se preguntó si sería su imaginación, si quizá estaba a punto de desmayarse.
—No te estaba llamando Tessie —respondió Nate. Parecía perplejo, casi perdido.
Una tristeza insoportable se apoderó de Tessa.
—Eres mi hermano. Siempre serás mi hermano.
Nate entrecerró los ojos. Por un momento, Tessa pensó que quizá él la había oído. Quizá lo haría reflexionar.
—Cuando pertenezcas a Mortmain —dijo él—, estaré unido a él para siempre. Porque soy yo quien ha hecho posible que te tenga.
A Tessa se le cayó el corazón a los pies. Algo volvió a agitarse tras Nate, una alteración de las sombras. Era real, pensó Tessa, no un producto de su imaginación. Había algo detrás de Nate. Algo que se acercaba hacia ambos. Tessa abrió la boca y la volvió a cerrar. Sophie, pensó. Esperaba que la chica tuviera suficiente sentido común como para salir corriendo antes de que Nate se lanzase a por ella con el cuchillo.
—Vamos —le dijo Nate a Tessa—. No hay razón para montar tanto alboroto. El Magíster no te hará ningún daño…
—No puedes estar seguro de eso —repuso Tessa. La silueta tras Nate estaba casi encima de él. Tenía algo blanquecino y brillante en la mano. Tessa se esforzó por mantener la mirada en el rostro de Nate.
—Estoy seguro. —Nate parecía impaciente—. No soy estúpido, Tessa…
La silueta se lanzó rápidamente. El objeto blanquecino y brillante se alzó por encima de la cabeza de Nate y descendió hasta golpearlo con fuerza. Nate se movió hacia adelante y se derrumbó en el suelo. El cuchillo se le cayó de la mano mientras su cuerpo caía con fuerza sobre la alfombra, se quedaba inmóvil, y la sangre manchaba su claro cabello rubio.
Tessa alzó la mirada. Entre las tinieblas pudo ver a Jessamine de pie junto a Nate, con una expresión de furia en el rostro. Aún tenía en la mano los restos de una lámpara rota.
—Quizá no seas estúpido. —Jessamine meneó el cuerpo de Nate con un desdeñoso pie—. Pero tampoco ha sido tu momento más brillante.
Tessa se la quedó mirando.
—¡Jessamine!
Jessamine alzó los ojos. El cuello de su vestido estaba roto, el cabello se le había soltado de los pasadores y le estaba saliendo un morado púrpura en la mejilla derecha. Se deshizo de la lámpara, que no le dio de nuevo en la cabeza a Nate por unos centímetros.
—No me encuentro mal del todo, si es por eso que se te salen los ojos de las órbitas. Al fin y al cabo, no era a mí a quien querían.
—¡Señorita Gray! ¡Señorita Lovelace! —Era Sophie, que jadeaba de correr arriba y abajo por la escalera. En una mano llevaba la llave de hierro del Santuario. Miró a Nate mientras llegaba al final del pasillo y abrió la boca, sorprendida—. ¿Está bien?
—¡Oh! ¿A quién le importa eso? —replicó Jessamine, y se agachó para recoger el cuchillo que Nate había dejado caer—. ¡Después de todas las mentiras que nos ha contado! ¡Incluso a mí! Y yo que pensé… —Sus mejillas se tiñeron de un rojo oscuro—. En fin, ya no importa. —Se irguió y miró a Sophie alzando la barbilla—. Bueno, no te quedes ahí mirando, Sophie, déjanos entrar en el Santuario antes de que Dios sabe qué venga en nuestra busca y trate de matarnos.
Will salió a toda velocidad de la mansión por la escalera de entrada mientras Jem le pisaba los talones. El jardín que se extendía ante ellos resultaba inhóspito a la luz de la luna; el carruaje seguía donde lo habían dejado, en el centro del camino. Jem se sintió aliviado al ver que los caballos no se habían asustado a pesar del ruido, aunque supuso que Balios y Xanthos, al pertenecer a los cazadores de sombras, habían visto cosas mucho peores.
—Will. —Jem se detuvo junto a su amigo, tratando de disimular que necesitaba recobrar el aliento—. Debemos regresar al Instituto lo antes posible.
—No vas a conseguir que te lleve la contraria en eso.
Will miró fijamente a Jem; Jem se preguntó si tenía el rostro tan arrebolado y parecía tan febril como se sentía. Los efectos de la droga, de la que había tomado una buena cantidad antes de salir del Instituto, se estaban desvaneciendo más rápido de lo que deberían; en otro momento, darse cuenta de eso lo hubiera inquietado; en aquel momento, no quiso pensar en ello.
—¿Crees que Mortmain esperaba que matásemos a la señora Oscuro? —preguntó, no tanto porque pensara que aquella pregunta fuera urgente como porque necesitaba unos instantes para recuperar el aliento antes de subir al carruaje.
Will tenía la chaqueta abierta y rebuscaba en un bolsillo.
—Supongo que sí —contestó, sin prestar demasiada atención—, o quizá esperara que todos acabáramos muertos, lo que habría sido ideal para él. Es evidente que quiere que De Quincey muera y ha decidido emplear a los nefilim como su propia banda de asesinos profesionales. —Will sacó una navaja del bolsillo interior y la miró con satisfacción—. Un caballo es mucho más rápido que un carruaje.
Jem agarró con más fuerza la jaula que sujetaba. El gato gris, detrás de los barrotes, estaba mirando alrededor con interesados ojos amarillos.
—Por favor, Will, dime que no vas a hacer lo que creo que vas a hacer.
Will abrió la navaja y corrió hacia el camino de entrada.
—No hay tiempo que perder, James. Y Xanthos puede llevar el carruaje perfectamente solo, si sólo viajas tú en su interior.
Jem fue tras él, pero la pesada jaula, y su propio agotamiento febril, le impidieron ir más de prisa.
—¿Qué vas a hacer con esa navaja? No irás a matar a los caballos, ¿verdad?
—Pues claro que no. —Will alzó la navaja y comenzó a cortar el arnés que sujetaba a Balios, su favorito, al carruaje.
—Ah —exclamó Jem—. Ya veo. Montarás en ese caballo como Dick Turpin y me dejarás aquí. ¿Te has vuelto loco?
—Alguien tiene que cuidar del gato. —La cincha y las riendas cayeron al suelo, y Will saltó sobre el lomo de Balios.
—Pero… —Realmente alarmado, Jem dejó la jaula en el suelo—. Will, no puedes…
Era demasiado tarde. Will clavó los talones en los costados del caballo. Balios se encabritó y relinchó; Will se agarró resuelto, y Jem hubiera jurado que estaba sonriendo. Entonces, el caballo dio la vuelta y salió a todo galope hacia la verja. En un instante, caballo y jinete se perdieron de vista.