13

ALGO OSCURO

A veces somos menos infelices cuando aquellos a los que amamos nos engañan, que cuando no nos engañan.

FRANÇOIS LA ROCHEFOUCAULD, Máximus

Tessa se despertó al día siguiente cuando Sophie encendió la lámpara de su mesilla. Con un gemido, Tessa se movió para cubrirse los doloridos ojos.

—En pie, señorita. —Sophie se dirigió a Tessa con su habitual eficiencia—. ¿Piensa dormir todo el día? Son más de las ocho de la tarde, y Charlotte me ha pedido que la despertara.

—¿Más de las ocho? ¿De la tarde? —Tessa echó a un lado las mantas, y se dio cuenta, sorprendida, de que aún llevaba puesto el vestido de Camille, completamente arrugado ya, por no hablar de las manchas. Debía de haberse quedado dormida nada más tumbarse, sin desvestirse siquiera. Los recuerdos de la noche anterior comenzaron a aflorar en su mente: los rostros blancos de los vampiros, el fuego devorando las cortinas, la risa de Magnus Bane, De Quincey, Nathaniel y Will.

«Oh, Dios —pensó—, ¡Will!».

Lo apartó de su pensamiento y se sentó en la cama, mirando ansiosa a Sophie.

—Mi hermano —dijo—, ¿está…?

La sonrisa de Sophie desapareció.

—No está peor, la verdad, pero tampoco mejor. —Al ver la expresión desolada de Tessa, añadió—: Un baño caliente y comida, señorita, eso es lo que usted necesita. Su hermano no mejorará por que usted pase hambre y vaya sucia.

Tessa se miró. El vestido de Camille estaba destrozado, eso era evidente: roto y manchado de sangre y ceniza por al menos una docena de sitios. Las medias de seda estaban rotas, tenía los pies sucios y los brazos y las manos manchadas. No quiso ni pensar en el estado de su cabello.

—Supongo que tienes razón.

La bañera era un artefacto con patas en forma de garras escondido detrás de la pantalla japonesa en un rincón del dormitorio. Sophie la había llenado con agua caliente que ya comenzaba a enfriarse. Tessa pasó detrás de la pantalla, se desvistió y se introdujo en la bañera. El agua caliente la cubrió hasta los hombros, de modo que el calor la hizo sentir reconfortada. Durante un momento se quedó así, inmóvil, para que sus helados huesos se calentaran. Lentamente comenzó a relajarse, y cerró los ojos…

El recuerdo de Will fue lo primero que acudió a su mente. Will, en el desván, la forma en que le había tocado la mano. La manera en que la había besado y luego le había ordenado que se marchara.

Se hundió bajo la superficie del agua como si así pudiera ocultarse del humillante recuerdo. No funcionó.

«Ahogarte no te servirá de nada —se dijo seriamente—. Aunque quizá ahogar a Will…»

Se sentó, cogió la pastilla de jabón de lavanda que había en el borde de la bañera y se frotó el cabello y la piel hasta que el agua se volvió negra de ceniza y polvo. Quizá no fuera posible frotarse hasta librarse de los recuerdos de alguien, pero podía intentarlo.

Sophie la estaba esperando cuando salió de detrás de la pantalla. Había una bandeja con sandwiches y té preparado. Sophie ayudó a Tessa a vestirse con su traje amarillo con un ribete trenzado; era más sofisticado de lo que Tessa hubiera querido, pero a Jessamine le había gustado mucho el modelo en la tienda y había insistido en que Tessa se lo quedara. «Yo no puedo vestir de amarillo, pero les queda tan bien a las chicas con un cabello castaño soso como el tuyo», había dicho Jessamine.

La sensación del cepillo por el cabello resultaba muy agradable; le recordó a Tessa cuando era una niña y la tía Harriet la peinaba. Era tan relajante que cuando Sophie le habló, Tessa se sobresaltó un poco.

—¿Anoche consiguió que el señor Herondale se tomara su medicina, señorita?

—Oh, eh… —Tessa se apresuró a recuperar la compostura, pero fue demasiado tarde; las mejillas y el cuello se le habían cubierto de un color escarlata—. No quería —dijo tontamente—. Pero al final lo convencí.

—Ya veo. —La expresión de Sophie no cambió, pero los rítmicos pases del cepillo comenzaron a ser más rápidos—. Ya sé que no es de mi incumbencia, pero…

—Sophie, puedes decirme todo lo que quieras, de verdad.

—Es que… el señor Will —Sophie habló muy de prisa— no es alguien que a usted debería importarle, señorita Tessa. No de esa manera. No se puede confiar en él. Él no… no es lo que usted cree que es.

Tessa se apretó las manos sobre el regazo. Notó una vaga sensación de irrealidad. ¿Habían ido tan lejos las cosas que necesitaba que la advirtieran sobre Will? Y sin embargo, era agradable tener a alguien con quien hablar. Se sentía un poco como alguien desesperadamente hambriento a quien ofrecen comida.

—No sé lo que creo que es, Sophie. A veces parece una cosa, y entonces puede cambiar completamente, como el viento, y no sé por qué, o qué ha pasado…

—Nada, no ha pasado nada. Es que no le importa nadie más que él mismo.

—Le importa Jem.

El cepillo se detuvo; Sophie se había quedado inmóvil. Tessa pensó que debía de querer contarle algo, algo que se estaba conteniendo para no decir. Pero ¿qué sería?

El cepillo continuó moviéndose.

—Pero eso no es suficiente.

—Quieres decir que no debería dejar que se me rompa el corazón por un chico al que nunca le importaré…

—¡No! —replicó Sophie—. Hay cosas peores que eso. Está bien querer a alguien que no te corresponde, mientras sea una persona a la que valga la pena querer. Mientras se lo merezca.

La pasión en la voz de Sophie sorprendió a Tessa. Se volvió para ver a la otra chica.

—Sophie, ¿hay alguien a quien quieres? ¿Es Thomas?

Sophie parecía sorprendida.

—¿Thomas? No. ¿Qué le ha hecho pensar eso?

—Bueno, porque me parece que él sí te quiere —contestó Tessa—. Lo he sorprendido mirándote. Te observa cuando estás en la misma sala. Supongo que pensé…

Tessa dejó la frase a medias ante la mirada de estupefacción de Sophie.

—¿Thomas? —repitió Sophie—. No, no es posible. Estoy segura de que no siente eso por mí.

Tessa no se molestó en contradecirla; era evidente que, fueran los que fueran los sentimientos de Thomas, Sophie no los compartía. Lo que dejaba a…

—¿Will? —preguntó Tessa—. ¿Quieres decir que hubo un tiempo en el que apreciabas a Will?

«Eso explicaría la amargura y el desprecio», pensó Tessa, considerando cómo trataba Will a las chicas a las que gustaba.

—¿Will? —Sophie parecía absolutamente horrorizada, tanto como para olvidar llamarle «señor Herondale»—. ¿Me está preguntando si alguna vez estuve enamorada de él?

—Bueno, pensaba… quiero decir, es muy guapo. —Tessa se dio cuenta de que sonaba bastante tonta.

—Hay cosas más importantes en la gente que les hace ser encantadores, aparte del aspecto que tienen. Mi último señor… —dijo Sophie, y su cuidado acento se había ido perdiendo a medida que aumentaba su excitación, de forma que casi no pronunció la última erre— siempre estaba de safari en África o la India, matando tigres y esas cosas. Él me explicó que la forma de saber si un bicho o una serpiente son venenosos es observar sus marcas. Cuanto más bonita y brillante es su piel, más mortal resulta. Así es Will. Una bonita cara y esas cosas, que ocultan lo retorcido y podrido que está por dentro.

—Sophie, no sé si…

—Hay algo oscuro en él —continuó Sophie—. Algo negro y oscuro que se esfuerza en ocultar. Tiene algún secreto, de los que te comen por dentro. —Sophie dejó el cepillo de plata sobre el tocador, y Tessa se sorprendió al ver que le temblaban las manos—. No olvide lo que le digo.

Cuando Sophie se hubo marchado, Tessa cogió el ángel mecánico de la mesilla y se lo colgó al cuello. En cuanto lo notó sobre el pecho, se sintió inmediatamente reconfortada. Lo había echado de menos mientras había estado disfrazada de Camille. Su presencia era un consuelo, y aunque sabía que era una tontería, pensó que quizá si visitaba a Nate con el ángel al cuello, él podría notar su presencia y reconfortarse también.

Mantuvo la mano sobre él mientras cerraba la puerta al salir, recorría el corredor y llamaba a su puerta con suavidad. No hubo respuesta, así que agarró el picaporte y abrió la puerta. Las cortinas estaban corridas; el dormitorio se hallaba a media luz, y pudo ver a Nate durmiendo boca arriba apoyado en un montón de almohadas. Tenía un brazo sobre la frente, y las mejillas le brillaban de fiebre.

No estaba solo. En el sillón junto a la cabecera de la cama se hallaba Jessamine, con un libro abierto en el regazo. Respondió a la sorprendida mirada de Tessa con otra fría e indiferente.

—Esto… —comenzó Tessa, y se calmó antes de proseguir—: ¿Qué estás haciendo aquí?

—Pensé que podría leer un rato para tu hermano —contestó Jessamine—. Todo el mundo se ha pasado durmiendo la mitad del día, y se estaban olvidando de él cruelmente. Sólo Sophie ha venido a comprobar su estado, y no puedes esperar que ella mantenga una conversación como es debido.

—Nate está inconsciente, Jessamine; no necesita conversación.

—No puedes estar segura de eso —replicó Jessamine—. He oído que la gente oye lo que le dices incluso si está inconsciente, e incluso muerta.

—Nate no está muerto.

—Claro que no. —Jessamine se lo quedó mirando—. Es demasiado apuesto para morir. ¿Está casado, Tessa? ¿O hay alguna chica en Nueva York que esté ligada a él?

—¿A Nate? —Tessa clavó los ojos en Jessamine. Siempre había habido chicas, todo tipo de chicas, que se habían interesado por Nate, pero él tenía la capacidad de concentración de una mariposa—. Jessamine, si ni siquiera está consciente. Ahora no es el momento…

—Se pondrá mejor —anunció Jessamine—. Y cuando lo haga, sabrá que he sido yo quien lo ha cuidado para que sanase. Los hombres siempre se enamoran de las mujeres que los cuidan. «Cuando el dolor y la angustia tensan el arco… / ¡Un ángel cuidador!» —concluyó con un guiño de satisfacción. Al ver la mirada horrorizada de Tessa, frunció el ceño—. ¿Qué pasa? ¿No soy lo suficientemente buena para tu precioso hermano?

—No tiene dinero, Jessie…

—Yo tengo el suficiente para los dos. Sólo necesito que alguien me saque de este lugar. Ya te lo expliqué.

—Lo cierto es que me ofreciste que yo fuera ese alguien.

—¿Es eso lo que te está haciendo perder la compostura? —preguntó Jessamine—. La verdad, Tessa, aún podemos ser mejores amigas cuando seamos cuñadas, pero un hombre siempre es mejor que una mujer para este tipo de cosas, ¿no crees?

A Tessa no se le ocurrió qué contestar.

Jessamine se encogió de hombros.

—Charlotte quiere verte, por cierto. En el salón delantero. Me ha pedido que te lo dijera. No tienes que preocuparte por Nathaniel. Le tomaré la temperatura cada cuarto de hora y además le pondré paños fríos en la frente.

Tessa no estaba segura de creerla, pero como era evidente que Jessamine no tenía ninguna intención de ceder su lugar junto a Nathaniel, y no parecía valer la pena pelearse, se volvió con un suspiro de disgusto y salió del dormitorio.

La puerta del salón, cuando llegó a ella, estaba entreabierta; oyó voces discutiendo al otro lado. Vaciló, con la mano en alto para llamar; entonces oyó su nombre y se quedó parada.

—Esto no es un hospital. ¡El hermano de Tessa no debería estar aquí! —Era la voz de Will, gritando—. No es un subterráneo, sólo es un mundano estúpido y corrupto que se encontró involucrado en algo que no podía controlar…

—No lo pueden tratar los médicos mundanos —replicó Charlotte—. No con lo que le pasa. Sé razonable, Will.

—Ya conoce la existencia del mundo de los subterráneos. —Era la voz de Jem: calmada, lógica—. De hecho, podría tener información importante que no conocemos. Mortmain dijo que Nathaniel trabajaba para De Quincey; podría tener información sobre sus planes, los autómatas, el asunto ese del Magíster, todo eso. De Quincey quería matarlo, después de todo. Quizá fuera porque sabe algo que no debería saber.

Se produjo un largo silencio.

—Entonces, podríamos volver a llamar a los Hermanos Silenciosos —dijo Will—. Pueden penetrar en su mente, a ver qué encuentran. No hace falta que esperemos a que despierte.

—Ya sabes que ese tipo de proceso es muy delicado con un mundaño —protestó Charlotte—. El hermano Enoch nos ha explicado que la fiebre hace alucinar al señor Gray. No puede distinguir de entre las cosas que alberga ese joven en la cabeza, cuáles son verdad y cuáles son fruto de su delirio febril. Al menos, no sin dañarle la mente, quizá de forma permanente.

—Para empezar, dudo que fuera una gran mente.

Tessa oyó el tono de desprecio de Will incluso a través de la puerta y notó que se le formaba un nudo de rabia en el estómago.

—No sabes nada de ese hombre. —Jem habló con más frialdad de la que Tessa le había oído nunca—. No logro imaginar qué te hace estar de ese humor, Will, pero no dice nada bueno de ti.

—Yo sé de qué se trata —dijo Charlotte.

—¿Ah, sí? —Will sonaba horrorizado.

—Estás tan preocupado como yo sobre lo que pasó anoche. Sólo tuvimos dos bajas, es cierto, pero la huida de De Quincey no nos deja en buen lugar. Fue mi plan. Presioné al Enclave para que lo aceptara, y ahora me culparán de todo lo que haya salido mal. Por no hablar de que Camille ha tenido que esconderse porque no tenemos ni idea del paradero de De Quincey, y seguro que ya le ha puesto precio a su cabeza. Y Magnus Bane, claro, está furioso con nosotros porque Camille haya desaparecido. Así que, por el momento, hemos perdido a nuestra mejor informante y a nuestro mejor brujo.

—Pero impedimos que De Quincey asesinara al hermano de Tessa y quién sabe a cuántos mundanos más —replicó Jem—. Eso debe contar para algo. Al principio, Benedict Lightwood no quería creer en la traición de De Quincey; ahora ya no tiene elección. Sabe que teníamos razón.

—Pero eso sólo hará que se enfade más —añadió Charlotte.

—Quizá —dijo Will—. Y quizá, si no hubieras insistido en ligar el éxito de mi plan con el funcionamiento de uno de los ridículos inventos de Henry, ahora no estaríamos teniendo esta conversación. Puedes marear la perdiz todo lo que quieras, pero la razón por la que todo salió mal anoche es porque el Fosfor no funcionó. Nada de lo que inventa Henry funciona. Si admitieras de una vez que tu marido es un loco inútil, nos iría mucho mejor a todos.

—Will. —La voz de Jem estaba cargada de fría ira.

—No, James, no. —A Charlotte le temblaba la voz; se oyó una especie de golpe, como si se hubiera sentado de repente en una silla—. Will —continuó—, Henry es un hombre bueno y amable que te quiere.

—No seas sensiblera, Charlotte. —En la voz de Will sólo había desprecio.

—Te conoce desde que eras un niño. Te aprecia como si fueras su propio hermano. Como yo. Lo único que he hecho siempre ha sido quererte, Will…

—Sí —soltó Will—, y ojalá no lo hubieras hecho.

Charlotte hizo un ruido de dolor, como un perrillo pateado.

—Sé que no lo dices en serio.

—Yo siempre hablo en serio —replicó Will—. Sobre todo cuando advierto de que sería mejor explorar la mente de Nathaniel Gray ahora en vez de más tarde. Si eres demasiado sentimental para hacerlo…

Charlotte trató de interrumpirlo, pero no importaba. Eso ya era demasiado para Tessa. Abrió la puerta de golpe y entró. La sala estaba iluminada por un gran fuego, en contraste con los cuadrados de vidrio oscuro que dejaban entrar lo que quedaba del gris anochecer. Charlotte se hallaba sentada al otro lado de un escritorio. Jem, en una silla a su lado. Por su parte, Will se apoyaba en la repisa de la chimenea; estaba rojo de rabia, con los ojos brillantes y el cuello de la camisa torcido. Durante un instante de pura estupefacción, se encontró con la mirada de Tessa. Cualquier esperanza que ella hubiera podido albergar de que él hubiera olvidado mágicamente lo que había pasado la noche anterior en el desván se desvaneció. Will se sonrojó al verla, sus ojos de un azul infinito se oscurecieron, y los apartó, como si no soportara mantenerle la mirada.

—Debo suponer que has estado escuchando, ¿verdad? —preguntó Will—. Y ahora estás aquí para largarme un discurso sobre tu precioso hermano.

—Al menos yo puedo pensar, que es algo que Nathaniel no podrá hacer si te sales con la tuya. —Tessa se volvió hacia Charlotte—. No permitiré que el hermano Enoch toquetee la mente de Nate. Ya está muy enfermo; eso probablemente lo mataría.

Charlotte asintió con la cabeza. Parecía agotada; tenía el rostro grisáceo y los párpados parecían pesarle. Tessa se preguntó si habría dormido algo.

—Lo más probable es que esperemos a que se cure antes de hacerle preguntas.

—¿Y si sigue enfermo durante semanas? ¿O incluso meses? —preguntó Will—. Quizá no tengamos tanto tiempo.

—¿Por qué no? ¿Qué es tan urgente como para que quieras arriesgar la vida de mi hermano? —soltó Tessa.

Los ojos de Will eran rendijas de vidrio azul.

—Lo único que siempre te ha importado ha sido encontrar a tu hermano. Bravo, lo has conseguido. Bien por ti. Pero ése nunca fue nuestro objetivo. Te das cuenta, ¿no? No solemos ir tan lejos por un delincuente mundano.

—Lo que Will intenta decir —intervino Jem—, aunque sin ninguna cortesía, es… —Suspiró—. De Quincey dijo que tu hermano era alguien en quien había confiado. Y ahora, De Quincey se ha ido, y no tenemos ni idea de dónde se esconde. Las notas que encontramos en su despacho sugieren qué De Quincey creía que pronto habría una guerra entre los subterráneos y los cazadores de sombras, una guerra en la que esas criaturas mecánicas en las que estaba trabajando tendrían un papel prominente. Ya puedes imaginar por qué queremos saber dónde está, y cualquier otra cosa que tu hermano pueda conocer.

—Quizá vosotros queráis saber esas cosas —repuso Tessa—, pero ésa no es mi lucha. No soy una cazadora de sombras.

—Pues claro —soltó Will—. ¿Qué crees, que no lo sabemos?

—Cállate, Will. —El tono de Charlotte era más áspero de lo habitual. Se dirigió a Tessa, con ojos suplicantes—. Nosotros confiamos en ti, Tessa. Necesitas confiar en nosotros también.

—No —replicó Tessa—. No es cierto. —Notó que Will la miraba y de repente sintió una furia abrasadora. ¿Cómo se atrevía a ser frío con ella, a estar enfadado con ella? ¿Qué había hecho ella para merecérselo? Le había dejado que la besara. Eso era todo. De alguna manera, era como si eso tuviera el poder de borrar todo lo demás que había hecho durante esa noche, como si después de besar a Will ya no importara que también hubiera sido valiente—. Queríais utilizarme, igual que hicieron las Hermanas Oscuras, y en cuanto tuvisteis la oportunidad, en el momento en que lady Belcourt apareció y necesitasteis de mi habilidad, quisisteis que lo hiciera. ¡Sin que os importara lo más mínimo lo peligroso que era! Os comportáis como si yo tuviera alguna responsabilidad hacia vuestro mundo, vuestras leyes y vuestros Acuerdos, pero es vuestro mundo, y sois vosotros los que se supone que debéis gobernarlo. ¡No es culpa mía que estéis haciendo tan mal ese trabajo!

Tessa vio cómo Charlotte palidecía y se sentaba. Sintió una aguda punzada en el pecho. No era a Charlotte a quien quería herir. Aun así, continuó. No podía evitarlo, las palabras se le derramaban de la boca.

—Toda esa charla sobre los subterráneos, diciendo que no los odiáis. No es más que eso, palabras, ¿verdad? No lo sentís. Y en cuanto a los mundanos, ¿habéis pensado alguna vez que los protegeríais mejor si no los despreciarais tanto? —Miró a Will. Estaba pálido y con los ojos en llamas. Se le veía…, Tessa no sabía cómo describir su expresión. Horrorizado, pensó, pero no por ella; el horror era más profundo que eso.

—Tessa —protestó Charlotte, pero Tessa ya se dirigía a la puerta. En el último momento se volvió y los vio a todos mirándola.

—Manteneos lejos de mi hermano —soltó—. Y que no se os ocurra seguirme.

La furia, pensó Tessa, aportaba una cierta satisfacción, mientras te dejabas llevar por ella. Había algo curiosamente gratificante en gritar ciego de ira hasta que te quedabas sin palabras.

Naturalmente, después no era tan agradable. Cuando habías dicho a todos que los odiabas y que no te siguieran, ¿adonde ibas exactamente? Si volvía a su dormitorio, era como decir que sólo había tenido una rabieta, que se le pasaría. No podía ir al dormitorio de Nate y llevarle su mal humor, y si iba a algún otro lado, corría el riesgo de que Sophie o Agatha la encontraran de morros.

Al final tomó la estrecha escalera de caracol que llevaba a la parte baja del Instituto. Atravesó la nave iluminada con luz mágica, y fue a parar a los amplios escalones delanteros de la iglesia, donde se sentó en lo alto; allí se acurrucó abrazándose y temblando bajo el inesperado frío de la brisa. Debía de haber llovido durante el día, porque los escalones estaban húmedos, y las piedras negras del patio brillaban como un espejo. La luna había salido y destellaba entre las nubes que pasaban con rapidez, y la enorme verja de hierro relucía oscura bajo la luz intermitente. «Somos polvo y sombras».

—Sé lo que estás pensando. —La voz que llegaba de la puerta a la espalda de Tessa era lo suficientemente suave para poder haber sido parte del viento que agitaba las ramas de los árboles.

Tessa se volvió. Jem se hallaba bajo el arco de la puerta; la blanca luz mágica que surgía a su espalda le iluminaba el cabello confiriéndole un cierto brillo metálico. Sin embargo, su rostro estaba oculto entre las sombras. Sujetaba el bastón con la mano derecha; los ojos del dragón brillaban como vigilando a Tessa.

—No lo creo.

—Estás pensando: «Si llaman verano a esta porquería húmeda, ¿cómo será el invierno?». Te sorprenderías. El invierno es bastante parecido. —Se apartó de la puerta y fue a sentarse en el escalón junto a Tessa, aunque a una cierta distancia—. La primavera sí que es realmente hermosa.

—¿Ah, sí? —preguntó Tessa sin demasiado interés.

—No. Lo cierto es que hay bastante niebla y es igual de húmeda. —La miró de reojo—. Sé que has dicho que no te siguiéramos. Pero esperaba que te refirieras sólo a Will.

—Así es. —Tessa se volvió de medio lado para mirarlo—. No debería haber gritado así.

—No, tenías razón al decir lo que has dicho —repuso Jem—. Los cazadores de sombras hemos sido lo que somos desde hace tanto tiempo, estamos tan encerrados en nosotros mismos, tan aislados, que a menudo olvidamos ver la situación desde el punto de vista de los demás. Sólo nos importa si algo es bueno para los nefilim o malo para los nefilim. A veces creo que nos olvidamos de preguntarnos si es bueno o malo para el mundo.

—No quería herir a Charlotte.

—Ella es muy sensible en lo que respecta a cómo se dirige el Instituto. Como mujer, debe luchar para que la escuchen, e incluso entonces sus decisiones se cuestionan. Ya oíste a Benedict Lightwood en la reunión del Enclave. Charlotte cree que no tiene margen para cometer errores.

—¿Lo tenemos alguno de nosotros? ¿Lo tenéis vosotros? Para los nefilim, todo es a vida o muerte. —Tessa respiró hondo en la neblina. Sabía a ciudad, a metal y a ceniza y a caballos y a agua de río—. Es que… a veces me siento como si no pudiera soportarlo. Desearía no haberme enterado nunca de lo que soy. ¡Desearía que Nate se hubiera quedado en casa y que nada de esto hubiera pasado!

—A veces, nuestras vidas cambian tan rápido que ni el corazón ni la mente son capaces de seguir el cambio. Es en esas ocasiones, creo, cuando nuestras vidas han cambiado pero aún ansiamos regresar al momento anterior a que todo cambiara, y el dolor es entonces mayor. Pero te puedo decir por experiencia que te acabas acostumbrando a ello. Aprendes a vivir tu nueva vida, y no puedes imaginarte, o incluso recordar realmente, cómo era todo antes.

—¿Estás diciéndome que me acostumbraré a ser una bruja o lo que sea que soy?

—Siempre has sido lo que eres. Eso no es nuevo. A lo que te acostumbrarás es a saberlo.

Tessa inspiró hondo y soltó el aire lentamente.

—Lo que he dicho arriba no es lo que siento —reconoció Tessa—. No creo que los nefilim seáis tan terribles.

—Ya lo sé. Si no, no estarías aquí. Estarías junto a tu hermano, protegiéndolo de nuestras malas intenciones.

—Will tampoco hablaba en serio —dijo Tessa pasado un momento—. No le haría daño a Nate.

—Sí. —Jem miró hacia la verja con ojos pensativos—. Tienes razón. Pero me sorprende que lo sepas. Yo lo sé. Pero he necesitado años para entender a Will. Para saber cuándo dice algo que realmente cree y cuándo no.

—¿Así que nunca te enfadas con él?

Jem rió en voz alta.

—Yo no diría eso. A veces me gustaría estrangularlo.

—¿Y cómo puedes contenerte?

—Me voy a mi lugar favorito de Londres —contestó Jem—, y miro el agua, y pienso en la continuidad de la vida, y en cómo el río fluye, sin importarle las insignificantes preocupaciones de nuestras vidas.

Tessa estaba fascinada.

—¿Funciona?

—No, pero después de eso pienso en que podría matarlo mientras duerme si realmente quisiera hacerlo, y entonces me siento mucho mejor.

Tessa rió por lo bajo.

—¿Y dónde está? ¿Ese sitio favorito tuyo?

Durante un momento, Jem pareció pensativo.

—Ven conmigo, te lo enseñaré.

—¿Está lejos?

—No. A una media hora andando. —Sonrió. Tenía una sonrisa encantadora, pensó Tessa, y contagiosa. No pudo evitar sonreír también, y le pareció que era la primera vez desde hacía siglos.

Tessa permitió que la ayudara a ponerse en pie. La mano de Jem era cálida y fuerte, sorprendentemente reconfortante. Miró una vez hacia el Instituto, vaciló, y le dejó que la guiara, cruzando la verja de hierro, hacia las sombras de la ciudad.