Miles avanzó tras los pasos de su guía ba, que caminaba con rostro inexpresivo, evitando cualquier comentario gestual sobre los asuntos de su señora. Anduvieron un rato por los sinuosos senderos del jardín, rodearon un par de estanques y siguieron exquisitos arroyos artificiales. Miles casi se detuvo con la boca abierta frente a un parque color verde esmeralda poblado por una bandada de pavos reales rojos como rubíes y diminutos como ruiseñores. Más adelante, en un lugar soleado sobre una especie de pequeño risco, Miles vio algo parecido a un gato esférico, o tal vez una especie de flores con piel de gato, suave, blanco… sí, eso era un animal; un par de ojos azul turquesa parpadearon una vez, mirándolo desde la piel blanca, y volvieron a cerrarse en un gesto de absoluta indolencia.
Miles no hizo preguntas, no trató de entablar una conversación. Tal vez en su viaje anterior al Jardín Celestial, cuando era sólo uno más entre miles de enviados galácticos, Seguridad Imperial Cetagandana no lo estaba monitoreando, pero ahora las cosas habían cambiado. Rezó porque Rian tomara las mismas precauciones. Lisbet lo habría hecho. Esperaba que Rian hubiera heredado los procedimientos y zonas de seguridad de Lisbet, junto con la Gran Llave y la misión genética.
Una burbuja blanca esperaba en un claustro medio oculto. Miles vio que su guía se inclinaba ante ella y se retiraba.
Miles carraspeó.
—Buenas tardes, milady. ¿Deseaba usted verme? ¿Cómo puedo servirla? —Mantuvo el saludo lo más general posible. No sabía lo que había dentro de esa maldita esfera opaca. Podía ser el ghemcoronel Benin y un filtro de voz… por ejemplo.
Le contestó la voz de Rian o una excelente imitación:
—Lord Vorkosigan. Usted expresó su interés en asuntos genéticos. Pensé que le gustaría hacer una visita guiada.
Bien. Entonces, los estaban monitoreando y ella era consciente de aquel extremo. Miles suprimió la pequeñísima parte de sí mismo que contra toda lógica había estado esperando algo parecido a una cita de amor, y contestó:
—Claro que me gustaría, milady. Todos los procedimientos médicos me interesan. Considero que las correcciones que se efectuaron tras los daños que sufrió mi cuerpo son extremadamente incompletas. Siempre que visito otras sociedades galácticas, busco nuevas esperanzas y oportunidades.
Caminó junto a la esfera flotante, tratando de recordar las vueltas y giros de la ruta, los edificios y arcos que atravesaban. Fracasó por completo. Consiguió hacer algún que otro comentario oportuno sobre el paisaje para que el silencio no resultara demasiado incómodo. Cuando llegaron a un edificio blanco, largo, bajo, había calculado un kilómetro de caminata desde la recepción del Emperador, pero no en línea recta. A pesar del encantador jardín que lo rodeaba, el edificio tenía la palabra «biocontrol» grabada en todos sus detalles: los sellos de las ventanas, las cerraduras de las puertas. La cerradura a prueba de aire requería códigos muy complejos, pero en cuanto el aparato identificó a Rian, admitió a Miles también sin un murmullo de protesta.
Ella lo condujo hasta una oficina espaciosa a través de corredores que, sorprendentemente, no tenían nada de laberíntico. Era la habitación más práctica y menos artística que hubiera visto Miles en el Jardín Celestial. Una de las paredes era de cristal y daba a una larga pieza que tenía mucho más en común con los bio-laboratorios habituales en el resto de la galaxia que con el jardín exterior. La forma corresponde a la función, y ese lugar era todo función: todo propósito, no la artística languidez de los pabellones. En ese momento estaba desierto, cerrado, a excepción de un servidor que se movía por los bancos absorto en una tarea meticulosa de orden y limpieza. Pero claro… No había contratos haut que aprobar durante el período de luto por la Señora Celestial, dueña putativa de ese dominio. Un dibujo de ave decoraba la superficie de una comuconsola y se alzaba sobre varios armarios cerrados con llave. Miles estaba en el centro del Criadero Estrella.
La burbuja se acomodó junto a una pared y se desvaneció sin un ruido. La haut Rian Degtiar se levantó de la silla-flotante.
Ese día tenía el cabello color ébano sujeto en poblados rizos que le caían hasta la cintura. Las ropas, de un color blanco impoluto, le llegaban sólo hasta los tobillos, dos capas simples y cómodas sobre una malla que la cubría desde el cuello hasta los pies, calzados con sandalias blancas. Más real, menos etérea y sin embargo… Miles había esperado que una exposición constante a su belleza lo inmunizaría contra el efecto de confusión y mareo que le producía en la mente. Obviamente, necesitaría más sesiones que las que había tenido. Muchas más. Muchas. Muchas… Basta. No seas más idiota de lo necesario.
—Aquí podemos hablar —dijo ella, se deslizó hacia una silla de escritorio junto a una comuconsola y se acomodó con cuidado. Hasta sus movimientos más simples eran como una danza. Hizo un gesto con la cabeza hacia otra silla igual y Miles se acomodó con una sonrisa nerviosa, dolorosamente consciente de que sus botas apenas tocaban el suelo. Rian parecía tan directa como cerradas las esposas de los ghemgenerales. ¿Acaso el Criadero Estrella era algo así como un campo de fuerza psicológico para ella? ¿O era que consideraba a Miles tan subhumano que no lo interpretaba como amenaza? ¿Lo consideraba tan incapaz para juzgarla como una mascota?
—Con… confío en sus decisiones —dijo Miles—, pero ¿le parece que traerme aquí no provocará repercusiones en Seguridad?
Ella se encogió de hombros.
—Si quieren, pueden pedirle al Emperador que me llame la atención.
—¿Y… no pueden llamarle la atención ellos directamente?
—No.
La palabra era dura, real, sólida. Miles esperaba que ella no fuera demasiado optimista con respecto a su situación. Pero… por la altura de la barbilla, la posición de los hombros, era claro que la haut Rian Degtiar, Doncella del Criadero Estrella, creía realmente que dentro de esas paredes ella era la emperatriz. Por lo menos durante los próximos ocho días.
—Espero que esto sea importante. Y corto. De lo contrario, saldré de aquí directo a la sala de interrogatorios del ghemcoronel Benin.
—Es importante. —Los ojos azules lo quemaban—. ¡Ya sé cuál de los gobernadores de satrapías es el traidor!
—¡Excelente! ¡Qué eficacia! Y… ¿cómo?
—La Llave, como usted dijo, era falsa. Era falsa y no tenía nada dentro. Usted lo sabía. —La sospecha le seguía brillando en los ojos como una luz intensa que lo enfocaba directamente.
—Sólo porque lo deduje, milady. ¿Tiene usted alguna prueba?
—En cierto modo. —Ella se inclinó hacia delante, la expresión intensa—. Ayer, el príncipe Slyke Giaja hizo que su consorte lo trajera al Criadero Estrella. Una visita, dijo. Insistió en que yo le mostrara los objetos reales de la Emperatriz para inspeccionarlos. No comentó nada pero estudió la colección un largo rato, y después se alejó, como si estuviera satisfecho. Me felicitó por mi leal trabajo y se fue inmediatamente.
Slyke Giaja estaba en la lista de principales sospechosos, eso no podía negarlo. Dos puntos no bastaban para hacer una triangulación, pero era mejor que nada.
—¿No le pidió que hiciera funcionar la Llave para probar que era la correcta?
—No.
—Entonces, lo sabía. —Tal vez, tal vez—. Apuesto a que le dimos mucho en qué pensar, con su falsa Llave ahí a la vista de todos. Me pregunto cuál será su próximo movimiento… ¿Él se da cuenta de que usted sabe que es falsa, o cree que usted se creyó el engaño?
—No estoy segura.
Entonces no sólo le pasaba a él, pensó Miles con un alivio amargo: la expresión de un haut era inescrutable hasta para otros haut.
—Seguramente se da cuenta de que sólo tiene que esperar ocho días. Sabe que la verdad saldrá a la luz en cuanto su sucesora trate de usar la Gran Llave. O si no la verdad, sin duda la acusación contra Barrayar. ¿Pero cuál es su plan?
—No lo sé.
—Quiere involucrar a Barrayar de alguna forma, de eso no me cabe duda. Tal vez incluso desea provocar un conflicto armado entre nuestros estados.
—Esto… —Rian hizo girar una mano, la tenía doblada como si estuviera aferrando la Gran Llave robada—. Esto es un insulto pero seguramente… seguramente no bastaría para desencadenar una guerra.
—Mmmm. Tal vez se trate sólo de una Primera Parte. Si esto la jo… quiero decir la incómoda, haut Rian Degtiar, tal vez la Segunda Parte sea algo que nos irrite a nosotros, que nos enfrente a usted. —Una nueva idea muy inquietante. Era evidente que lord X, ¿lord Giaja?, todavía no había terminado—. Aunque yo le hubiera devuelto la llave en esa primera hora, y no creo que eso estuviera en el guión, no podría probar que no la cambié por la verdadera. Ojalá no hubiéramos saltado encima de Ba Lura mi primo y yo. Daría cualquier cosa por saber la historia que Ba Lura tenía que contarnos…
—Yo también quisiera que no le hubieran saltado encima… —dijo Rian con algo de brusquedad, mientras se acomodaba de nuevo en la silla y se retorcía el chaleco, el primer movimiento inconsciente que Miles le había visto hacer.
Los labios de él se torcieron en una breve mueca avergonzada.
—Pero… es importante… las consortes, las consortes de los gobernadores… Nunca me dijo nada de ellas. Ellas también están en esto, ¿verdad? ¿Por qué no de los dos lados?
Ella hizo un gesto de aquiescencia, que sin duda le dolía.
—Pero no sospecho que ninguna de ellas esté involucrada en la traición. Eso sería… imposible…
—Pero sin duda su Señora Celestial las usó para… ¿por qué es imposible? Quiero decir, es una oportunidad para convertirse instantáneamente en emperatriz junto con el gobernador… O sin él…
La haut Rian Degtiar meneó la cabeza.
—No. Las consortes no les pertenecen a ellos. Son nuestras.
Miles parpadeó, algo confundido.
—Ellos. Los hombres. Nosotras. Las mujeres. ¿Sí?
—Las hautmujeres son las guardianas… —Ella se detuvo. Evidentemente, era inútil explicárselo a un extranjero, a un bárbaro—. No puede ser la consorte de Slyke Giaja.
—Lo siento. No entiendo nada.
—Es… una cuestión relacionada con el hautgenoma. Slyke Giaja está intentando llevarse algo a lo que no tiene derecho. No se trata de que trate de usurpar el poder del Emperador. Hasta ahí todo es correcto. El problema es que está tratando de usurpar el poder de la emperatriz. Eso es una vileza que está más allá de… El hautgenoma es nuestro, solamente nuestro. Él está traicionando no sólo al imperio, que no es nada, sino a los haut, que lo son todo.
—Pero las consortes están a favor de descentralizar el hautgenoma… supongo.
—Claro. La propia Señora Celestial las designó como consortes.
—¿Y…? Emmmm… ¿Y rotan cada cinco años con los gobernadores? ¿O el cargo se concede independientemente?
—El puesto es vitalicio, y sólo una orden directa de la Señora Celestial puede cambiar eso.
Entonces, si Rian conseguía captarlas para su bando, las consortes podían ser unas aliadas poderosas en el corazón del campo enemigo. Pero Rian no se atrevía, claro, porque tal vez una de ellas también era traidora. Miles recitó mentalmente una ristra de tacos.
—El imperio —señaló— es la base de los haut. No creo que no valga nada, ni siquiera desde un punto de vista genético. La proporción de… presas y predadores es… bueno, elevada…
Ella no sonrió con esa broma zoológica. Bueno, probablemente no valía la pena ofrecerle una función de sus versitos recitados. Miles lo intentó de nuevo.
—Seguramente la emperatriz Lisbet no quería fragmentar la base de los haut.
—No. No tan deprisa. Tal vez ni siquiera en esta generación —admitió ella.
Ah. Eso tenía más sentido: ese cálculo de tiempo casaba con el estilo de una anciana hautlady.
—Pero ahora el complot está en manos de otra persona, con otros propósitos. Una persona con metas personales de corto plazo, alguien que ella no había previsto. —Miles se humedeció los labios y prosiguió—. Creo que los planes de la Señora Celestial se han fracturado por el eslabón más débil. El Emperador protege el control de las hautmujeres sobre el hautgenoma; a cambio de esa protección, ustedes le dan legitimidad. Apoyo mutuo en interés de ambas partes. Los gobernadores de satrapías no tienen esos intereses. No se puede dar poder y retenerlo simultáneamente.
Los labios exquisitos de ella se abrieron en un gesto de preocupación, pero no lo negó.
Miles respiró hondo.
—En los intereses de Barrayar no figura que Slyke Giaja triunfe en su deseo de tomar el poder. Por ahora, estoy a su servicio en eso, milady. Pero a Barrayar tampoco le conviene que el Imperio de Cetaganda se desestabilice, como quería su emperatriz. Creo que sé cómo impedir que el complot de Slyke se lleve a cabo. Pero a cambio, usted tendrá que abandonar su intento de cumplir con la misión que le impuso su señora. —Cuando ella lo miró, atónita, Miles agregó con voz débil—: Al menos, por ahora.
—¿Cómo… cómo impediría usted el complot del príncipe Slyke? —preguntó ella lentamente.
—Penetrando en la nave del gobernador y recuperando la Gran Llave, la verdadera. Sustituyéndola con la falsa, si es posible. Con un poco de suerte, ni siquiera se dará cuenta del cambio hasta que vuelva a su planeta y entonces, ¿qué podrá hacer al respecto? Usted entrega la Gran Llave a la sucesora de la emperatriz, y asunto zanjado. Ninguna de las dos partes puede acusar a la otra sin incriminarse. Creo que sería la mejor salida, dadas las circunstancias. Cualquier otra cadena de acontecimientos lleva directo a un desastre. Si no tomamos cartas en el asunto, el complot dará frutos dentro de ocho días y Barrayar quedará involucrado. Si yo trato de cambiar la Llave y no lo consigo… bueno, yo diría que las cosas ya no pueden ir a peor.
¿Estás seguro de eso?
—¿Cómo lograría abordar la nave de Slyke?
—Tengo un par de ideas. Las consortes de los gobernadores… y sus ghemladies y las servidoras…, ¿pueden salir y entrar en la órbita libremente?
Se tocó el cuello con su mano de porcelana.
—Más o menos, sí.
—Consiga una lady con acceso legítimo, preferentemente alguien que no sea demasiado conspicua. Esa persona puede llevarme hasta la nave. No me estaría llevando a mí, por supuesto, yo tendría que disfrazarme de alguna forma. Cuando esté a bordo, me las arreglaré solo. Pero… tenemos un problema de confianza. ¿En quién podría confiar? ¿No creo que usted misma…?
—Hace… años que no abandono la capital.
—Entonces, el movimiento sería demasiado evidente. Además, seguramente Slyke Giaja la está vigilando. ¿Y la ghemlady que envió a buscarme en la fiesta de Yenaro?
Rian tenía una expresión decididamente preocupada.
—Alguien de la corte de la consorte sería la mejor opción —dijo, sin convicción.
—La alternativa —señaló él con frialdad— sería que Seguridad cetagandana se encargara del trabajo. Si se acusa a Slyke, eso probará la inocencia de Barrayar y yo ya no tendré problemas…
Bueno, no del todo. Slyke Giaja, si es que era lord X, era el hombre que de alguna forma había manipulado el control de tránsito de la estación orbital, y que había sabido exactamente dónde estaba el punto ciego para dejar el cuerpo de Ba Lura. Tenía más acceso a Seguridad del que le correspondía… mierda… ¿Era correcta la idea de que Seguridad de Cetaganda podría dirigir un ataque sorpresa contra la nave del príncipe imperial?
—¿Y de qué se disfrazaría usted? —le preguntó ella.
Él trató de convencerse de que el tono de la pregunta era sólo de sorpresa, y no de desprecio.
—De ba, probablemente. Son bajos, como yo. Y ustedes, los haut, tratan a esa gente como si fuera invisible, ciega y sorda…
—¡Ningún hombre se disfrazaría de ba!
—Tanto mejor. —Él sonrió irónicamente por su reacción. La comuconsola de Rian emitió un ruidito, pidiendo atención. Ella la miró con breve gesto de disgusto sorprendido, después tocó la almohadilla del código. En la placa de vídeo se formó la cara de un hombre maduro de rostro atractivo. Llevaba puesto el uniforme de oficial de Seguridad de Cetaganda, pero Miles no lo conocía. Sus ojos grises brillaban como cuentas de granito en la cara recién maquillada de rayas de cebra. Miles gimió y dirigió una mirada a su alrededor: no, por suerte estaba fuera de los límites de la imagen.
—Haut Rian. —El hombre hizo un gesto deferente con la cabeza.
—Ghemcoronel Millisor —respondió Rian—. Ordené que bloquearan mi comuconsola. Éste no es un buen momento. —Era obvio que ella trataba de no mirar a Miles.
—He usado el acceso de emergencia, señora. Hace un tiempo que trato de ponerme en contacto con usted. Mis disculpas, Haut, por interrumpir así su duelo, pero la Señora Celestial sería la primera en pedírmelo. Hemos conseguido rastrear el L-X-10-Terran-C perdido en el Agujero de Jackson. Necesito la autorización del Criadero Estrella para proseguir la persecución fuera del imperio. Tenía entendido que la recuperación del L-X-10-Terran-C era una de las prioridades de la fallecida Señora. Después de las pruebas de campo, estaba pensando en agregarlo al hautgenoma.
—Era prioritario, ghemcoronel, en efecto, pero… bueno, sí, deberíamos recuperarlo. Un momento, por favor. —Rian se levantó, fue hasta uno de los armarios y lo abrió con el anillo codificador que llevaba colgando de una cadena alrededor del cuello. Estuvo revolviendo algunos objetos y sacó un bloque transparente de unos quince centímetros de lado con el dibujo del pájaro grabado en la parte superior; volvió a su escritorio y lo colocó sobre la almohadilla lectora de la comuconsola. Tecleó algunos códigos y una luz parpadeó brevemente dentro del bloque—. Muy bien, ghemcoronel. Lo dejo en sus manos. Usted conoce la opinión de mi Señora sobre este asunto. Está autorizado. Saque los recursos que necesite de los fondos especiales del Criadero Estrella… lo que sea.
—Gracias, Haut. La mantendré informada. —El ghemcoronel asintió y desapareció de la pantalla.
—¿Qué era todo eso? —preguntó Miles en tono alegre, tratando de no parecer demasiado un predador.
Rian frunció el ceño.
—Un asunto interno y antiguo del hautgenoma. No tiene nada que ver con usted, ni con Barrayar, ni con la crisis, se lo aseguro. La vida sigue…
—Cierto. —Miles sonrió con amabilidad, como si estuviera totalmente satisfecho por la respuesta. Mentalmente, archivó la conversación. Tal vez pudiera servirle como cebo para Simon Illyan. Tenía la sensación de que iba a necesitar alguna excusa de peso para Illyan cuando volviera a casa.
Rian puso el Gran Sello del Criadero Estrella en su lugar, dentro del armario cerrado, y volvió a la silla.
—¿Le parece posible? —siguió diciendo Miles—. ¿Podrá conseguir una dama de confianza, mandarla conmigo disfrazado de ba, ID reales, el cilindro falso y algún medio para asegurarme de que la Llave que encuentre es la real? ¿Y algún pretexto válido para que ella vaya a la nave del príncipe Slyke… conmigo como acompañante? ¿Cuándo?
—No… no estoy segura del momento.
—Esta vez tenemos que fijar la reunión por adelantado. Si voy a escaparme de la supervisión de mi embajada durante varias horas, no puede llamarme cualquier día a cualquier hora, señora… tengo que cubrirme las espaldas…, y preparar una historia para venderla a mi propia Seguridad. ¿Tiene usted copia de mis citas oficiales? Supongo que sí, ya me ha localizado usted varias veces. También considero conveniente que nos veamos fuera del Jardín Celestial. Mañana por la tarde iremos a un lugar llamado Exhibición de Bioestética. Creo que podría inventar alguna excusa para escaparme… tal vez con ayuda de Iván.
—¿Tan pronto?
—No me parece tan pronto, señora. No nos queda mucho tiempo. Además tenemos que prever la posibilidad de que haya que anular el primer intento por alguna razón. Usted… Supongo que es consciente de que la prueba contra el príncipe Slyke es… sólo circunstancial. No concluyente.
—Pero por ahora es lo único que tengo.
—Entiendo. Pero necesitamos todo el margen que podamos darnos en caso de que sea necesario un segundo intento.
—Sí… tiene razón… —Ella respiró hondo, frunció el ceño con ansiedad—. Muy bien, lord Vorkosigan. Le ayudaré.
—¿Tiene alguna idea del lugar de la nave en que puede estar la Gran Llave? Es un objeto pequeño y la nave, muy grande. La primera opción es el camarote privado del príncipe. Una vez a bordo, ¿hay alguna forma de detectar la Gran Llave? No creo que tengamos la fortuna de contar con un circuito de ruido… ¿O sí?
—No tanto. Pero el sistema de energía de la Llave tiene un diseño muy antiguo y muy poco frecuente. A corta distancia es posible detectarlo con un sensor apropiado. La dama que vaya con usted tendrá uno y si se me ocurre alguna otra cosa útil, la mandaré con ella también.
—Todo es importante. —Por fin, había llegado. Por fin, estaban en movimiento.
Miles suprimió un impulso salvaje de rogarle que lo dejara todo y huyera con él a Barrayar. ¿Podría sacarla del Imperio de Cetaganda por conductos legales? No parecía una tarea menos milagrosa que la que le esperaba al día siguiente. ¿Cómo afectaría a su carrera, por no mencionar a la de su padre, la instalación de una hautmujer cetagandana y pariente cercana del emperador Fletchir Giaja en la casa Vorkosigan? ¿Cuántos problemas acarrearía? Aquel asunto le recordó la Guerra de Troya.
Pero habría sido agradable que ella intentara sobornarlo, que lo hubiera intentado un poquito más. No había levantado ni siquiera un dedo para seducirlo, ni una ceja para hacerle una invitación falsa. Su sinceridad era tan expuesta que a la mente de Miles, entrenada por SegImp y ya retorcida de natural, se le antojó ingenua. Cuando alguien se enamora desesperada, profundamente de otra persona, esa otra persona debería tener la cortesía de notarlo…
La palabra clave, muchacho, es desesperadamente. Recuérdalo.
Él y Rian no compartían amor, no compartían la posibilidad futura de un amor. Ni compartían objetivos. Lo que sí compartían era un enemigo. Tendría que conformarse con eso.
Rian se levantó como para dar por terminada la reunión. Miles también se esforzó por levantarse mientras decía:
—¿Ya vino a verla el ghemcoronel Benin? Tiene a cargo la investigación de la muerte de Ba Lura.
—Eso me han dicho. Ha solicitado una entrevista dos veces. Todavía no lo he recibido. Parece… persistente.
—Gracias a Dios. Todavía tenemos la posibilidad de coordinar nuestras declaraciones. —Le resumió rápidamente su entrevista con Benin con énfasis especial en la supuesta conversación que habían mantenido él y Rian durante el primer encuentro—. Tenemos que pensar en una historia coherente para esta vez. Creo que Benin piensa seguir con esto. Lamento decir que yo lo alenté un poco. No supuse que el príncipe Slyke se pondría tan pronto en evidencia.
Rian asintió, caminó hasta la pared-ventana y señaló varios lugares dentro del laboratorio. Explicó brevemente la visita que había hecho el príncipe Slyke el día anterior.
—¿Con eso es suficiente?
—Sí, gracias. Puede decirle que hice muchas preguntas médicas sobre… la corrección de problemas físicos y que usted no pudo ayudarme mucho y me dijo que había acudido al lugar equivocado. —No pudo evitar agregar—: Mi ADN es completamente normal, ¿sabe usted? Son daños teratogénicos. Fuera de su campo de experiencia y todo eso.
La cara de ella, siempre bella e inexpresiva como una máscara, se hizo todavía más fría. Asustado, él agregó:
—Ustedes, los cetagandanos, se pasan tanto tiempo pensando en las apariencias… Seguramente, usted ha visto falsas apariencias antes.
Basta. No digas ni una sola palabra más.
Ella abrió la mano en un gesto de aceptación sin compromiso y volvió a su burbuja. Agotado, sin confianza en su propio control, Miles caminó en silencio junto a la burbuja hasta la entrada principal.
Salieron a un crepúsculo artificial luminoso. Unas pocas estrellas pálidas brillaban en el hemisferio azul oscuro y aparentemente infinito del cielo. Sentados en un banco fuera del Criadero Estrella estaban Mia Maz, el embajador Vorob’yev y el ghemcoronel Benin, sumidos en una charla intrascendente. Todos levantaron la vista cuando apareció Miles y las sonrisas de Vorob’yev y Benin adquirieron cierta acritud. Miles estuvo a punto de dar media vuelta y escapar corriendo al interior.
Rian seguramente sintió lo mismo porque la voz en la burbuja murmuró:
—Ah, su gente lo está esperando, lord Vorkosigan. Espero que la visita le haya resultado educativa, aunque no haya encontrado lo que esperaba. Buenas tardes. —Y se deslizó rápidamente hacia el santuario del Criadero Estrella.
Ah, todo este asunto es una experiencia educativa, milady. Miles esbozó una sonrisa amable y trotó hacia el banco donde sus guardianes se levantaban para recibirlo. Mia Maz tenía su amable hoyuelo de siempre. ¿Era su imaginación, o la afabilidad diplomática de Vorob’yev había adquirido cierta tensión? La expresión de Benin era menos fácil de interpretar tras los remolinos del maquillaje.
—Hola —dijo Miles en voz alegre—. Usted… me ha esperado, señor… No era necesario, gracias, gracias. —Las cejas de Vorob’yev se alzaron en un gesto de desacuerdo irónico.
—Le han otorgado un honor sumamente inusual, lord Vorkosigan —comentó Benin, haciendo un gesto hacia el Criadero Estrella con la cabeza.
—Sí, la haut Rian Degtiar es una dama muy amable. Espero no haberla cansado con mis preguntas.
—¿Y recibió usted las respuestas que esperaba? —preguntó Benin—. Entonces es usted un privilegiado.
No había error posible: ese comentario tenía un lado amargo aunque, por supuesto, siempre podía ignorarlo.
—Ah, sí y no… El criadero es un lugar fascinante, pero por desgracia esta tecnología no ofrece grandes recursos a mis necesidades médicas. Creo que voy a tener que seguir pensando en la intervención quirúrgica. No me gusta la cirugía… siempre me sorprende lo dolorosa que resulta. —Parpadeó con gesto afligido.
Maz mostraba una expresión comprensiva. Vorob’yev seguía con su aire grave y taciturno. Está empezando a sospechar algo. Mierda.
En realidad, tanto Vorob’yev como Benin parecían dos personas a quienes la presencia de otro impide saltar sobre un tercero, acorralarlo contra la pared y retorcerlo hasta arrancarle la verdad por la fuerza.
—Si ya ha terminado —dijo Benin—, les acompañaré hasta los portales del Jardín Celestial.
—Sí. El auto de la embajada está esperándonos, lord Vorkosigan —agregó Vorob’yev con severidad.
Caminaron en grupo detrás de Benin, siguiéndolo por los senderos del jardín.
—El verdadero privilegio de hoy ha sido toda esa poesía —siguió diciendo Miles de buen humor—. Y a usted, ¿cómo le van las cosas, ghemcoronel? ¿Ha progresado en su caso?
Benin torció el gesto.
—Sigue siendo muy confuso… —murmuró.
Apuesto a que no. Por desgracia, o tal vez por suerte, ése no era el lugar ni el momento para olvidarse de todo y hablar con franqueza del trabajo de seguridad que ambos compartían.
—Ay, Dios —dijo Maz y todos dejaron de caminar para examinar lo que había descubierto de pronto en una curva del sendero.
Un marco de bosques y una quebrada artificial. Bajo la luz del crepúsculo, entre los árboles y a lo largo del arroyo, se agazapaban cientos de ranas arborícolas, diminutas y luminosas, de colores acaramelados. Estaban cantando. Cantaban en acordes, acordes musicalmente perfectos: un acorde subía y bajaba, e inmediatamente después lo reemplazaba otro. La luz de las criaturas aumentaba y disminuía de intensidad según el canto, y así, la vista podía seguir el progreso de cada una de las notas tanto como el oído. La acústica de la quebrada llevaba esa música que no era música de un lado a otro, en tonos sinergéticos. Miles olvidó momentáneamente todos sus problemas, absorto por la belleza y el absurdo del espectáculo, hasta que una tosecita de Vorob’yev rompió el hechizo y el grupo siguió adelante.
Fuera de la cúpula, la noche de la capital se extendía tibia, húmeda y brillante como un damasco; rugía con el ruido subliminal de la vida. La noche y la ciudad, prolongadas hasta el horizonte y más allá.
—Me impresiona el lujo haut… pero siempre termino pensando en el volumen de la base de sustentación económica que tiene —comentó Miles a Benin.
—Cierto —asintió Benin con sonrisa irónica—. Y según tengo entendido, la tasa de impuestos per cápita de Barrayar duplica la de Cetaganda. El emperador cetagandano cultiva el bienestar económico de sus súbditos tanto como su jardín. Al menos eso dicen.
Benin no era inmune a la tendencia cetagandana a la competencia. Y los impuestos eran un asunto muy variable en Barrayar.
—Lamento tener que estar de acuerdo —le contestó Miles—. El problema es que estamos obligados a igualarlos a ustedes en lo militar con un cuarto de los recursos reales. —Se mordió la lengua para no agregar: Por suerte, no es demasiado difícil, o alguna otra frase irónica.
Pero en realidad Benin tenía razón, reflexionó Miles cuando el auto de superficie de la embajada se elevó sobre la capital. La gran semiesfera plateada resultaba impresionante hasta que uno miraba la ciudad que se extendía cien kilómetros a la redonda en todas direcciones, por no mencionar el resto del planeta y los otros siete mundos… y hacía números. El Jardín Celestial era una flor, pero sus raíces estaban en otra parte, en el control haut y ghem de otros aspectos de la economía. La Gran Llave le pareció de pronto una palanca demasiado pequeña para mover ese mundo. Príncipe Slyke, creo que es usted un optimista.