14

—He encontrado a Iván, señor. —Miles sonrió a la comuconsola. El fondo que había detrás de la cabeza del embajador Vorob’yev estaba borroso, pero los sonidos de la comida, voces bajas, tintineos de platos y cubiertos, llegaban con mucha claridad—. Está visitando el Criadero Estrella. Nos quedaremos un rato… no podemos insultar a la anfitriona… ya me entiende. Pero seguramente voy a poder rescatarlo y volver con ustedes antes de que termine la ceremonia. Tenemos un guía ba.

La cara de Vorob’yev tenía una expresión que hubiera podido definirse de cualquier manera menos con la palabra «felicidad».

—Bueno. Supongo que no queda más remedio que aceptarlo. Pero al coronel Vorreedi no le gustan mucho estas transgresiones de la agenda, aunque tengan valor como contactos culturales, y debo decir que empiezo a compartir su opinión. No… No deje usted que lord Vorpatril haga nada… inapropiado, ¿eh? Las haut no son ghem. Eso usted ya lo sabe.

—Sí, señor. Iván está bien. Se está portando mejor que nunca. —Iván estaba frío y quieto, en el compartimiento de embarque, pero el color le volvía lentamente a la cara gracias a la sinergina.

—¿Y cómo ha conseguido obtener ese extraordinario privilegio? —preguntó Vorob’yev.

—Ah, bueno, ya conoce usted a Iván. No podía dejarme dar un golpe sin probar él también. Más tarde se lo explicaré todo. Ahora tengo que irme.

—Estaré esperando con impaciencia. Seguro que es fascinante —murmuró el embajador en tono seco. Miles cortó la comunicación antes de que la sonrisa se desvaneciera.

Fiuuu. Eso nos da algo de tiempo, pero muy poco. Tenemos que actuar enseguida.

—Sí —dijo la haut que lo escoltaba, la consorte morena de Rho Ceta. Hizo girar la silla y lo guió fuera de la oficina con la comuconsola; él tuvo que trotar para seguirla.

Volvieron al compartimiento de carga justo cuando Rian y la haut Pel terminaban de codificar la silla flotante de la haut Nadina. Miles dirigió una mirada ansiosa a su primo, tendido sobre el suelo labrado. La respiración de Iván parecía profunda y normal.

—Estoy listo —informó a Rian—. Mi gente tardará por lo menos una hora en venir a buscarme. Si Iván se despierta… bueno… no creo que usted tenga problemas en controlarlo. —Se humedeció los labios—: Si las cosas salen mal… vaya a ver al ghemcoronel Benin. O a su emperador. No busque a nadie de rango intermedio en Seguridad. Lo que está pasando, sobre todo el hecho de que el gobernador Kety haya podido meter mano en sistemas que todos creíamos inexpugnables, indica claramente que tiene una buena relación en las altas esferas, probablemente muy arriba, en Seguridad, señora, y esa relación le ayuda y le apoya. Sospecho que si la rescata esa persona, sea quien fuere, la experiencia puede ser fatal.

—Entiendo —dijo la haut Rian con seriedad—. Y estoy de acuerdo con su análisis, lord Vorkosigan. Ba Lura no habría llevado la Gran Llave a Kety para que él la duplicara si no hubiera estado convencido de que era capaz de hacerlo. —Se enderezó sobre el brazo de la silla y dirigió un gesto a la haut Pel.

Ella se había llenado las mangas con los pequeños objetos de la haut Vio. Se arregló las túnicas blancas y se sentó con gracia. Lamentablemente los objetos no incluían armas de energía y llevarlas hubiera alertado los sistemas de rastreo de Seguridad, sobre todo porque eran demasiado voluminosas. Ni siquiera un bloqueador, pensó Miles. Realmente lo lamentaba. Me voy a una batalla orbital con mi uniforme de gala y botas de montar, totalmente desarmado. Perfecto… Se acomodó otra vez a la izquierda de la haut Pel, sobre el apoyabrazos, y trató de no sentirse como un muñeco de ventrílocuo: lo que más se adecuaba a su aspecto. La pantalla de fuerza de la burbuja los envolvió; Rian retrocedió un paso y los saludó con la mano. Pel, con la mano derecha sobre el panel de control, hizo girar la burbuja y flotaron con rapidez hacia la salida, que se dilató para franquearles el paso; otras dos consortes salieron al mismo tiempo y se alejaron en otras direcciones.

A Miles le dolía el corazón, cuando pensaba en lo que hubiera sentido con Rian como camarada de armas. El corazón, pero no la cabeza. Era esencial que Rian… la testigo más creíble de la traición de Kety, no cayera en manos de Kety. Además le gustaba el estilo de Pel. Ya había demostrado su capacidad para pensar con claridad y rapidez en una emergencia. Todavía no estaba seguro de que la caída desde el edificio hubiera sido realmente necesaria, le parecía un gesto de mera diversión. Una hautmujer con sentido del humor, o casi… Por desgracia tenía ochenta años, era una consorte, era cetagandana y… ¿Quieres acabar con eso, por favor? No eres Iván y nunca lo serás. Bueno, en todo caso, éste es el último día para la traición del hautgobernador Isum Kety…

Se unieron al grupo de Kety, casi listo para partir en la puerta sur del Jardín Celestial. La haut Vio había secuestrado a Iván lo más tarde posible, por razones de seguridad. Como correspondía a su dignidad de gobernador, el séquito de Kety era numeroso: más de veinte ghemguardias, ghemladies, lacayos que no eran ba y, para horror de Miles, el ghemgeneral Chillan. ¿Estaría al corriente de la traición de su amo, o pensaban matarlo con la haut Nadina en el camino de vuelta y reemplazarlo por algún otro, designado por Kety? Tenía que ser una cosa o la otra; el comandante de las tropas imperiales de Sigma Ceta no podía mantenerse neutral en el golpe de Estado.

Kety hizo un gesto a la burbuja de la haut Vio y la haut Pel entró en el vehículo personal del gobernador, que los llevaría al puerto de transbordadores, lugar de aterrizaje exclusivo de los altos funcionarios del imperio. El ghemeneral Chilian subió a otro auto; Miles y la haut Pel se encontraron solos con Kety en el espacio limitado de esa especie de camioneta cerrada, diseñada sin duda para las burbujas de las hautladies.

—Llegas tarde. ¿Has tenido problemas? —preguntó Kety, sin aclarar las cosas mientras se acomodaba en el asiento. Parecía preocupado y tenso, como correspondía a un deudo de la emperatriz muerta… o a un hombre montado sobre un tigre furioso y muy hambriento.

Sí, sí… debería haberme dado cuenta de que era lord X apenas vi ese cabello teñido… decidió Miles. Un hautlord que no estaba dispuesto a esperar para conseguir lo que podía ofrecerle la vida.

—Nada importante. Todo arreglado —informó Pel. El filtro de voz, al máximo de la interferencia posible, alteraba los tonos y los convertía en una imitación no del todo correcta de los timbres de la haut Vio.

—Por supuesto, querida. No bajes el campo de fuerza hasta que estemos a bordo.

—Sí.

Sí… el ghemgeneral Chilian tiene una cita con un sello de aire no muy amistoso en el camino a casa… ahora lo sé. Pobre tonto, pensó Miles. Tal vez la haut Vio quería volver a su hautgenoma. ¿Era la amante de Kety o su ama? ¿O tal vez funcionaban en equipo? El hecho de que hubiera dos cerebros detrás del plan ayudaría mucho a explicar la rapidez, flexibilidad y confusión de los hechos.

La haut Pel tocó un control y se volvió hacia Miles.

—Cuando lleguemos a bordo, debemos decidir si buscamos primero a Nadina o la Gran Llave.

Miles casi se ahogó del espanto.

—Em… —Hizo un gesto hacia Kety, sentado a menos de medio metro de sus rodillas.

—No nos oye —le aseguró Pel.

Parecía cierto, porque Kety dirigió una mirada distraída hacia el paisaje que se veía a través del techo descubierto del auto de superficie.

—La recuperación de la Llave —siguió diciendo Pel— sigue siendo nuestro primer objetivo.

—Mm… Pero si la haut Nadina está viva, es un testigo importante desde el punto de vista de Barrayar. Y… tal vez sabrá dónde está la Llave. Yo supongo que está en un laboratorio. Tienen que estar tratando de descifrarla, estoy seguro, pero la nave es muy grande y hay mucho espacio para montar un laboratorio de decodificación.

—Tanto la Llave como Nadina tienen que estar cerca de las habitaciones de Kety —dijo Pel.

—¿No la habrá metido en un calabozo?

—Dudo que… Kety quiera que muchos de sus soldados y servidores sepan que su consorte está presa. No. Seguramente la tiene en un camarote.

—Me pregunto dónde tiene pensado poner en escena el crimen en que planea involucrar a Iván. Las consortes se mueven dentro de límites muy estrechos. No puede hacerlo en su nave ni en su residencia. Y seguramente no se atreverá a repetir un asesinato dentro del Jardín Celestial… eso sería demasiado. Supongo que ha tramado algo distinto… para esta misma noche.

El gobernador Kety levantó la vista y miró la burbuja.

—¿Ya se está despertando? —preguntó.

Pel se tocó los labios con la mano y luego apretó los controles.

—Todavía no.

—Quiero interrogarlo primero. Tengo que averiguar cuánto saben…

—Hay tiempo…

—No tanto…

Pel cerró el sonido exterior otra vez.

—La haut Nadina primero —votó Miles con firmeza.

—Creo… creo que tiene usted razón, lord Vorkosigan —suspiró Pel.

No mantuvieron más conversaciones peligrosas con Kety porque la confusión del embarque del grupo que iba a entrar en órbita absorbió por completo a Kety. El gobernador se comunicaba constantemente con el comu. No volvieron a estar a solas con el gobernador hasta que la multitud entró en el corredor del transbordador, pasó a la nave oficial de Kety y se alejó hacia sus muchas obligaciones y placeres. El ghemgeneral Chilian ni siquiera intentó hablar con su esposa. Pel siguió a Kety, que le había hecho un gesto claro después de despedir a sus guardias. Miles supuso que ahí empezaba la diversión. Limitar el número de testigos también reduce la cantidad de asesinatos necesarios para mantener el secreto si las cosas salen mal.

Kety los llevó a un corredor ancho, lujoso, evidentemente destinado a las habitaciones de clase alta. Miles tocó a la haut Pel en el hombro:

—Mire. En el pasillo. ¿Ve?

Había un lacayo frente a la puerta de un camarote. Cuando pasó el dueño de la nave, se puso firme, pero Kety entró en otro camarote. El guardia se relajó.

Pel dobló el cuello.

—¿Puede ser la haut Nadina?

—Sí. Bueno… Tal vez. No creo que se atreviera a poner un verdadero soldado. No si no está al mando de las estructuras de comando. —Miles pensó que había sido una tontería no notar el cisma entre Kety y su ghemgeneral. Ésa había sido una gran oportunidad perdida…

La puerta se cerró detrás del grupo y Miles se volvió para examinar aquel lugar. La habitación estaba limpia y no tenía decoraciones ni efectos personales: un camarote sin uso.

—Podemos ponerlo aquí —dijo Kety, señalando un jergón en un rincón del cuarto—. ¿Puedes mantenerlo bajo control químico, o necesitamos guardias?

—Bastará con algunas sustancias químicas —contestó Pel—, pero necesito algunas cosas. Sinergina. Pentarrápida. Y será mejor que lo sometamos a algunas pruebas por si tiene alergia inducida a la penta. Se la producen a mucha gente importante, ya lo sabes… No creo que tú quieras que Vorpatril muera en este lugar.

—¿Clarium?

Pel miró a Miles con los ojos llenos de preguntas. No conocía la palabra. El clarium era un tranquilizante de interrogatorio muy común entre los militares. Miles asintió.

—Buena idea —se arriesgó ella.

—¿No hay posibilidad de que despierte antes de que yo vuelva? —preguntó Kety, preocupado.

—Lamento decir que se me fue un poco la mano con la droga…

—Mmm. Por favor, ten cuidado, mi amor. No tiene que haber demasiados residuos químicos en la autopsia. Aunque con suerte, no creo que tengan material para una autopsia.

—No me gusta tentar demasiado a la suerte.

—Bien dicho —dijo Kety, con una exasperación especial—. Por fin estás aprendiendo.

—Te espero —dijo Pel con frialdad, como para que se fuera. Probablemente la haut Vio habría dicho lo mismo.

—Déjame que te ayude a acostarlo —dijo Kety—. Seguramente estás muy incómoda ahí dentro.

—No, no. Lo estoy usando de apoyapiés. La silla flotante es… tan cómoda. Me gustaría… bueno, disfrutar del privilegio de una haut un poquito más, mi amor —suspiró Pel—. Hace tanto que…

Los labios de Kety se afinaron en una sonrisa divertida.

—Muy pronto tendrás más privilegios que la emperatriz, y todos los extranjeros que quieras a tus pies. —Hizo un gesto hacia la burbuja y salió a toda prisa. ¿Adónde iría un gobernador con una lista de drogas para interrogatorio? ¿A la enfermería? ¿A Seguridad? ¿Y cuánto tiempo tardaría?

—Ahora —dijo Miles—. Por el corredor. Tenemos que librarnos del guardia… ¿Ha traído usted la sustancia que le dio la haut Vio a Iván?

Pel sacó el bulbo de la manga y lo levantó.

—¿Cuántas dosis quedan?

Pel afinó la vista.

—Dos. Vio preparó de más. —Había un tono de desaprobación en su voz, como si Vio hubiera perdido puntos con esa redundancia.

—Yo me hubiera llevado cien, por si acaso. De acuerdo, úsela… no toda, si no es necesario.

Pel sacó la burbuja del camarote y dobló por el corredor. Miles se deslizó detrás de la silla y se aferró al respaldo. Las botas le resbalaban un poco sobre la base que sostenía la fuente de energía de la silla. ¿Escondido detrás de las faldas de una mujer? Ese medio de transporte —y cualquier otra cosa que significara estar bajo el control de un cetagandano o cetagandana— era frustrante, pero la misión de rescate era su principal objetivo. Para el hambre no hay pan duro. Pel se detuvo frente al guardia de librea.

—Servidor —le dijo.

—Haut. —El hombre hizo una reverencia frente a la burbuja blanca—. Estoy de guardia y no puedo ayudarla.

—No necesito mucho tiempo. —Pel bajó la pantalla de fuerza. Miles oyó un siseo y un ruido de toses. La silla se sacudió y él se deslizó hacia el suelo. Cuando se levantó, descubrió a Pel con el guardia caído sobre la falda en una posición incómoda y extraña.

—Mierda —-dijo Miles, con pena—, deberíamos haberle hecho esto a Kety en el primer camarote… Bueno, veamos qué hacemos con esta almohadilla de palma.

Una almohadilla estándar. ¿Qué palmas la abrirían? Muy pocas, seguramente: Kety, tal vez Vio, y el guardia, para casos de emergencia.

—Levántelo un poco —dijo Miles y apretó la palma del hombre inconsciente contra el lector—. Ah —suspiró, aliviado. La puerta se deslizó sin alarmas ni protestas. Miles le quitó el bloqueador al guardia y entró de puntillas con la haut Pel detrás.

Ay —gimió Pel, furiosa. Habían encontrado a la haut Nadina.

La anciana estaba sentada en un jergón similar al del otro camarote, cubierta sólo con la malla blanca. Los efectos de un siglo de gravedad eran suficientes para dañar incluso ese cuerpo haut: sacarle las túnicas exteriores, voluminosas y llamativas, era una indignidad deliberada que hubiera podido superarse sólo con la desnudez absoluta. Le habían sujetado el cabello al suelo a un metro de la punta con un aparato que no había sido diseñado para ese propósito. No era una posición cruel, físicamente hablando —el largo del cabello le dejaba dos metros para moverse alrededor—, pero había algo terriblemente ofensivo en el asunto. ¿Idea de la haut Vio, tal vez? Miles pensó que ahora entendía la reacción de Iván frente al árbol de gatitos. Estaba mal hacerle eso a la anciana señora (aunque fuera una anciana señora de una raza tan aborrecible como la de los haut). Y para colmo, Nadina le recordaba a su abuela betana… bueno, no exactamente, Pel era la que se parecía más a su abuela Naismith en carácter pero…

Pel arrojó al guardia al suelo y corrió hacia su hermana consorte.

—Nadina, ¿te han hecho daño?

—¡Pel! —Cualquiera hubiera caído en brazos de la salvadora pero como Pel y Nadina eran haut, se limitaron a un apretón de manos, aunque fue un apretón muy afectuoso.

—¡Ah! —dijo Pel, furiosa por la situación de Nadina. Se quitó algunas túnicas, seis más o menos, y se las entregó a Nadina, que se las puso con gracia y se irguió con más decisión. Miles completó la revisión del lugar para asegurarse de que estaban solos y se volvió hacia las mujeres que estaban de pie, mirando las puntas del cabello. Pel se arrodilló y tiró de algunos mechones, pero no pudo desprenderlos.

—Ya lo he intentado —suspiró Nadina—. No salen ni de uno en uno.

—¿Dónde está la llave de eso?

—La tenía Vio.

Pel vació los bolsillos de su arsenal misterioso, pero Nadina meneó la cabeza.

—Mejor lo cortamos —dijo Miles—. Tenemos que irnos de aquí cuanto antes.

Las dos mujeres lo miraron, horrorizadas.

—¡Las hautmujeres nunca se cortan el pelo! —exclamó Nadina.

—Mmm, discúlpenme, milady, pero esto es una emergencia. Si nos vamos ahora mismo a los compartimientos de emergencia de la nave, puedo llevarlas a terreno seguro antes de que Kety se dé cuenta. Tal vez incluso logremos salir de aquí sin hacer ruido. Cada segundo de retraso representa un grave peligro con este margen limitado de tiempo.

—¡No! —dijo Pel—. Antes necesitamos la Gran Llave.

Miles sabía que no le sería posible mandar a las dos mujeres de vuelta hacia el planeta y quedarse a buscar la Llave: él era el único piloto orbital calificado del trío. Iban a tener que seguir los tres juntos, Mierda. Manejar a una hautlady ya constituía un problema, pero tratar con dos iba a ser peor que intentar conducir un rebaño de gatos.

—Haut Nadina, ¿sabe usted dónde está la Llave?

—Sí. Él me llevó a verla anoche. Se le ocurrió que a lo mejor yo sabía cómo abrirla. Se trastornó mucho cuando vio que no era posible.

Miles levantó la vista; el tono de la anciana le había llamado la atención. Por lo menos, no había señales de violencia en sus hermosos rasgos. Pero los movimientos de Nadina eran tensos y rígidos. ¿Artritis por la edad, o trauma por el uso de algún objeto contundente? Volvió al cuerpo del guardia inconsciente y lo registró buscando útiles, tarjetas de código, armas… ah, un vibracuchillo plegable. Lo escondió en la ropa y retrocedió hacia las damas.

—Yo sé de animales que se arrancan una pierna para escapar de una trampa —explicó tentativamente.

—¡Aj! —dijo Pel—. Barrayareses…

—Usted no lo entiende —dijo Nadina, ansiosa.

Por desgracia, Miles lo entendía muy bien. Las dos mujeres iban a quedarse ahí de pie discutiendo sobre el pelo atrapado de Nadina hasta que Kety las atrapara a ellas…

—¡Miren! —dijo de pronto y señaló la puerta.

Pel se puso de pie de un salto y Nadina gritó:

—¿Qué pasa?

Miles sacó el vibracuchillo, tomó la melena plateada y la cortó lo más cerca del suelo que pudo.

—Ya está. Vámonos.

—¡Bárbaro! —exclamó Nadina. Pero no se estaba poniendo histérica; expresó su protesta indignada con bastante tranquilidad, dadas las circunstancias.

—Un sacrificio por los haut —le juró Miles.

Había una lágrima en los ojos de ella; Pel… Pel parecía secretamente agradecida de que Miles se hubiera encargado del asunto. Subieron otra vez a la silla flotante. Nadina se acomodó sobre el regazo de Pel y Miles se colocó detrás, como siempre. Pel salió de la cámara y volvió a conectar la pantalla de fuerza. Las sillas flotantes eran silenciosas, pero el motor de ésta protestaba por la carga. Avanzaba a trompicones.

—Por ahí. Dobla aquí —les indicó la haut Nadina.

A medio camino en el pasillo pasaron junto a un criado, que se apartó con una reverencia y no los volvió a mirar.

—¿Kety usó pentarrápida con usted? —preguntó Miles a Nadina—. ¿Cuánto sabe de las sospechas del Criadero Estrella?

—La pentarrápida no funciona en las hautmujeres —le informó Pel por encima del hombro.

—¿Ah. no? ¿Y en los hauthombres?

—No muy bien —dijo Pel.

—De todos modos…

—Aquí. —Nadina señaló un tubo elevador. Descendieron una cubierta y siguieron por otro pasillo más estrecho. Nadina tocó el cabello plateado que tenía sobre la falda, miró las puntas cortadas con el ceño fruncido, después lo soltó con un sonido despectivo, desdichado y concluyente—. ¡Qué desagradable es todo esto! Espero que estés disfrutando la oportunidad de divertirte, Pel. Y espero que la oportunidad sea muy breve.

Pel hizo un ruido y no quiso comprometerse con una respuesta.

Miles no entendía muy bien por qué, pero ésa no era la misión heroica que había previsto —una misión secreta, en la nave de Kety, con dos hautladies mayores y decorosas—. A decir verdad, se podía sospechar de la alianza de Pel con la corrección y la decencia, pero Nadina parecía intentar compensarla. Miles tenía que admitir que la idea de la burbuja era mucho mejor que la de disfrazar sus peculiaridades físicas como ba, especialmente porque esas criaturas extrañas tenían siempre un aspecto muy saludable. Había bastantes hautmujeres en esa nave y una burbuja en un pasillo no llamaba la atención de nadie.

No es eso. Es que hasta ahora hemos tenido suerte.

Llegaron a una puerta sin indicaciones.

—Aquí es —anunció Nadina.

No había guardias que custodiaran la puerta: ésa era la pequeña habitación inexistente.

—¿Cómo entramos? —preguntó Miles—. ¿Llamamos a la puerta?

—Supongo —dijo Pel. Bajó la pantalla un segundo, llamó y volvió a subirla.

—¡Era una broma…! —exclamó Miles, horrorizado. Seguramente no había nadie ahí dentro… se había imaginado la Gran Llave guardada a solas en un compartimiento con cerradura codificada…

La puerta se abrió. Un hombre pálido, enfundado en la librea de Kety, con grandes ojeras oscuras bajo los ojos, apuntó a la burbuja con un aparato, leyó la firma electrónica y dijo:

—¿Sí, haut Vio?

—Traigo a la haut Nadina para que lo intente de nuevo —dijo Pel. Nadina hizo un gesto. No estaba de acuerdo.

—No creo que vayamos a necesitarla —objetó el hombre de librea—, pero puede usted hablar con el general. —Se colocó a un costado de la puerta para dejarlos pasar.

Miles, que había estado calculando cómo dormir al hombre con el aerosol de Pel, empezó a urdir nuevas estrategias. Había tres hombres en… sí, era un laboratorio de decodificación. Una gran cantidad de máquinas, conectadas con cables provisionales, ocupaban hasta la última superficie de la habitación. Había un técnico con aspecto aún más cansado, ataviado con el uniforme de fajina negro de Seguridad militar Cetagandana, sentado frente a una consola, con aire de haber permanecido en esa posición durante días y días. A su alrededor había un círculo de envases de bebida con cafeína y sobre una mesa cercana, un par de botellas de calmantes. Pero el que llamó la atención de Miles era el tercer hombre, que se inclinaba sobre el hombro del técnico.

No era el ghemgeneral Chillan, como había supuesto al principio. Era un hombre más joven, más alto, de rasgos severos y firmes, y llevaba el uniforme formal rojo sangre de Seguridad Imperial del Jardín Celestial. Sin rayas de cebra en la cara. Tenía la guerrera arrugada y abierta. No era el jefe de Seguridad —la mente de Miles revisó la lista que había memorizado hacía semanas en un trabajo muy equivocado de preparación para el viaje—, sí, sí, era el ghemgeneral Naru, tercero en la línea de mando. El contacto de Kety en Seguridad Imperial de Cetaganda. Aparentemente, estaba ahí para ayudar a romper los códigos que protegían la Gran Llave.

—De acuerdo —dijo el tec de cara agotada—, empecemos con la rama siete mil trescientos seis. Setecientos más y la tenemos, lo juro.

Pel jadeó con fuerza y señaló hacia adelante. Más allá de la consola, apiladas en un montón desordenado sobre la mesa, había ocho copias de la Gran Llave. O una Gran Llave y siete copias…

¿Estaría Kety tratando de cumplir con el sueño de la emperatriz Lisbet? Y entonces, ¿acaso las últimas dos semanas habían sido sólo un enorme malentendido? No… no. Tenía que ser otra trampa. Tal vez Kety planeaba enviar a los otros gobernadores a casa con copia y todo, o hacer que Seguridad Imperial tuviera que perseguir siete copias… y había muchas otras posibilidades… todas en la orden del día de Kety… sólo Kety.

Miles pensó que si disparaba el bloqueador empezarían a sonar todas las alarmas… No, eso tenía que reservarlo como último recurso. Mierda, si sus víctimas eran inteligentes —y Miles suponía que la inteligencia de los tres hombres que tenía adelante estaba más allá de toda duda—, saltarían sobre él para que disparara. Él lo hubiera hecho.

—¿Qué más esconde usted en su manga? —le susurró Miles a Pel.

—Nadina —Pel hizo un gesto hacia la mesa—, ¿cuál es la Gran Llave?

—No estoy segura —dijo Nadina, que miraba ansiosamente el montón de aparatos.

—Lo mejor será que nos las llevemos todas —pidió Miles con urgencia.

—Pero tal vez todas son falsas —objetó Pel—. Tenemos que averiguar cuál es la verdadera. Si no volvemos con la Gran Llave, nuestra misión habrá fracasado. —Buscó en la ropa y sacó un anillo conocido, un anillo con el dibujo de un ave chillando…

Miles se quedó sin aliento.

—¡Por Dios santo!, ¿cómo se le ha ocurrido traer eso? ¡Que no lo vea nadie! Después de dos semanas de tratar de reproducir lo que hace ese anillo, le aseguro que esos hombres están más que dispuestos a matarla por él.

El ghemgeneral Naru giró en redondo y se enfrentó a la burbuja blanca.

—Sí, Vio, ¿qué pasa ahora? —Tenía la voz llena de aburrimiento y de desprecio.

A Miles le pareció que Pel trataba de dominar un ataque de pánico. La vio ensayar la respuesta en la garganta, sin voz, y después, descartarla definitivamente.

—No vamos a poder mantener este asunto así por mucho tiempo —urgió Miles—. Propongo que ataquemos, tomemos lo que queremos y nos vayamos de aquí.

—¿Cómo? —preguntó Nadina.

Pel levantó la mano para pedir silencio en la discusión y trató de ganar algo de tiempo.

—Su tono de voz es inadmisible, señor.

Naru hizo una mueca.

—Volver a esa burbuja no le sienta bien, haut. Demasiado orgullo. Bueno, disfrútelo mientras pueda. Después de esto, vamos a sacar a todas las perras de sus fortalezas. Sus días de esconderse detrás de la ceguera y la estupidez del Emperador están contados. Se lo aseguro, haut Vio.

Bueno… Naru no había entrado en el complot por fidelidad a los planes de la emperatriz sobre el destino genético de los haut, eso era evidente. Miles comprendía que los privilegios tradicionales de las hautladies se hubieran convertido en una ofensa irritante y profunda para la decisión y la paranoia que debe tener un hombre de Seguridad. ¿Era ése el soborno que había ofrecido Kety a Naru por su cooperación? ¿La promesa de que el nuevo régimen abriría las puertas cerradas del Criadero Estrella y luces en cada rincón secreto de las hautmujeres? ¿La promesa de destruir la extraña base del poder de las haut para ponerlo todo en manos de los ghemgenerales, es decir, al lugar que le correspondía (según Naru)? ¿Era Kety quien estaba manipulando a Naru, o los dos ocupaban un puesto similar en el complot? Tenían el mismo grado de responsabilidad, decidió Miles. Naru es el hombre más peligroso de la habitación, tal vez de toda la nave. Puso el bloqueador en potencia baja. La esperanza de que de esta forma el arma no disparara las alarmas era muy remota pero…

—Pel —dijo con urgencia—, use la última dosis de droga contra el ghemgeneral Naru. Yo trataré de amenazar a los demás, de dominarlos sin disparar. Los atamos, cogemos las Llaves y nos vamos de aquí. No será elegante, pero al menos lo haremos con rapidez, y en este momento el tiempo es un factor crítico.

Pel asintió sin entusiasmo, recogió las manos y preparó el bulbo de aerosol. Nadina se aferró a la silla; Miles se preparó para saltar.

Pel bajó la pantalla de fuerza y echó el aerosol sobre la cara asustada de Naru. El general trató de no respirar y dio un paso atrás, y la nube de droga apenas lo rozó. Cuando el general soltó el aliento retenido, emitió un grito de advertencia.

Miles maldijo, saltó al suelo y disparó tres veces, una detrás de otra, con rapidez. Los dos técnicos cayeron al suelo; Naru casi consiguió esquivar el rayo pero la nube lo paralizó. Por el momento. Se derrumbó sobre la mesa como un jabalí que se hunde en un pantano, la voz reducida a un gruñido incomprensible.

Nadina corrió hacia la mesa de las Llaves, las puso sobre las túnicas y se las llevó a Pel. Pel tomó el anillo y probó:

—No… ésa no…

Miles dirigió una mirada a la puerta, que seguía cerrada y se mantendría así hasta que el lector recibiera a una palma autorizada. ¿Quién estaba autorizado? Kety… Naru, que ya estaba dentro… ¿algún otro? Pronto lo averiguaremos.

—No… —seguía diciendo Pel—. ¿Y si son todas falsas…? No…

—Claro que son todas falsas —comprendió de pronto Miles—. La verdadera tiene que estar… —Empezó a seguir los cables de la comuconsola del técnico en decodificación. Todos iban hacia una caja, escondida detrás del equipo y la caja tenía… otra Gran Llave. Pero ésa estaba en un rayo-luz de comunicaciones, que llevaba las señales de los códigos—. ¡Aquí! —Miles la arrancó del lugar y se la devolvió a Pel—. Tenemos la Llave, tenemos a Nadina, sabemos lo que necesitamos de Naru, lo tenemos todo. Larguémonos.

La puerta siseó al abrirse. Miles giró sobre sus talones y disparó.

Un hombre armado con un bloqueador y ataviado con la librea de Kety se tambaleó hacia delante. Gritos y golpes llegaron desde el corredor y una docena de hombres se apartó hacia un lado para no quedar en la línea de fuego.

—Sí —gritó Pel con alegría cuando se abrió la tapa de la Gran Llave. Ahí estaba: la habían encontrado.

—¡Ahora no! —aulló Miles—. Vuelva a la silla, Pel, y conecte la pantalla de fuerza.

Miles se agachó a bordo de la silla; la pantalla se cerró bruscamente a su alrededor. Una nube de fuego de bloqueador en masa atravesó el umbral. El fuego se extinguió con un crujido sobre la esfera brillante, sin daños: el único efecto fue un brillo mayor alrededor de la silla. Pero la haut Nadina estaba fuera. Gritó y se tambaleó, dolorida, al recibir el impacto de la nube del rayo. Los hombres pasaron por la puerta.

—¡Tienes la Llave, Pel! —gritó la haut Nadina—. ¡Vete!

Una sugerencia muy poco práctica: los hombres del gobernador Kety apresaron a Nadina y bloquearon la puerta, y el triunfador pasó por el umbral y lo cerró tras él con la palma.

—Bueno, bueno —dijo en tono muy lento, los ojos llenos de curiosidad frente a la carnicería que tenía delante—. Bueno. —Por lo menos podría tener la cortesía de maldecir y patear el suelo, pensó Miles con amargura, pero el gobernador parecía tener… un control absoluto de la situación—. ¿Qué tenemos aquí?

Un soldado de Kety se arrodilló junto al ghemgeneral Naru y lo ayudó a levantarse, sosteniéndolo por los hombros. Naru, que tuvo dificultades para sentarse, se pasó una mano temblorosa por la cara, que sin duda le dolía y le picaba —Miles lo sabía: había experimentado más de una vez la desagradable sensación del bloqueo— y ensayó una respuesta inteligible. En el segundo intento, consiguió articular unas palabras comprensibles:

—Consortes Pel y Nadina. Y el… barray… ¡Le dije a usted que esas burbujas eran un peligro…! —Volvió a caer en los brazos del soldado—. Pero no im… Los tenemos a todos…

—Cuando ese cerdo se someta a juicio por traición —dijo la haut Pel con odio profundo—, pienso pedirle al Emperador que le saque los ojos antes de ejecutarlo.

Miles se preguntó de nuevo por la secuencia de hechos de la noche anterior: ¿cómo habrían conseguido el gobernador y el ghemgeneral sacar a la haut Nadina de la burbuja?

—Creo que se está adelantando, milady —suspiró.

Kety caminó alrededor de la burbuja de la haut Pel, estudiándola. Tenía que romper ese huevo: un lindo rompecabezas para el gobernador. ¿O no? Ya lo había hecho una vez.

Escapar era imposible: los movimientos de la burbuja estaban físicamente bloqueados. Kety podía sitiarlos, hacerlos morir de hambre si no le importaba esperar… pero no. Lo cierto era que Kety no podía esperar. Miles sonrió con amargura y le dijo a Pel:

—Esta silla tiene comunicación con el exterior, ¿verdad? Lamento decirlo, pero es hora de pedir ayuda.

Por Dios, casi lo habían conseguido, casi habían acabado con el problema sin que nadie se enterara, sin dejar pistas. Pero ahora que habían identificado a Kety y a Naru, el apoyo interno del gobernador estaba neutralizado. Seguridad Imperial no constituía un peligro para las haut. Los cetagandanos tendrían que terminar el asunto ellos mismos. Si es que consigo ponerme en contacto con ellos…

El gobernador Kety hizo un gesto para que los hombres que sostenían a Nadina la arrastraran hacia lo que consideraba la parte delantera de la burbuja. Estaba unos cuarenta grados desplazado pero… Pidió el vibracuchillo a uno de los guardias, se acercó a Nadina y le levantó el cabello plateado. Ella aulló de terror, pero se relajó de nuevo cuando él se limitó a ponerle el cuchillo en el cuello con mucha suavidad.

—Baje usted la pantalla de fuerza, Pel, y ríndase. Inmediatamente. No me obligue a recitar amenazas sangrientas.

—Mierda —gruñó Miles, angustiado—. Nos tiene. A nosotros, al anillo, a la Gran Llave… —La Gran Llave. Estaba llena de… información codificada. Información cuyo valor surgía del hecho de que era única y secreta. En cualquier otro lugar del universo, la gente caminaba vadeando ríos de información, la información les llegaba hasta las orejas: una masa enorme de datos, señales y ruido… fácil de transmitir y reproducir. Si nadie se lo impedía, la información se multiplicaba como una colonia de bacterias siempre que hubiera dinero o poder detrás de ella y, finalmente, se ahogaba en su propia duplicación y el aburrimiento de los receptores humanos.

—La silla flotante, el comu… es equipo del Criadero Estrella. ¿Se puede usar para transmitir la información de la Gran Llave?

—¿Qué? Pero… —Pel lo miró, luchando con el asombro—. Supongo que sí, pero este comu no tiene la potencia necesaria para transmitirlo todo al Jardín Celestial.

—No se preocupe por eso. Páselo a la red de comunicación de emergencia, la red de navegación comercial. Tiene que haber un elevador de potencia en la estación de transferencia orbital. Tengo los códigos estándar del elevador, son simples… tienen que ser fáciles de recordar. Y son códigos de máxima emergencia: el elevador divide la señal y la deposita en los ordenadores de todas las estaciones y naves, tanto comerciales como militares, que se encuentren dentro del sistema estelar de Eta Ceta. Está pensado como sistema de socorro para naves en peligro. Que Kety se quede con la Gran Llave si quiere. Él y doscientas mil personas más… ¿A qué quedará reducido el complot? Tal vez no podamos ganar, pero así le robaremos la victoria…

La mirada en la cara de Pel, que asimilaba rápidamente esa sugerencia inconcebible, pasó de un gesto de horror a una expresión de alegría desmayada y después, al espanto.

—Para eso necesitamos tiempo… mucho tiempo, minutos… ¡Kety no nos va a permitir…! No. Ya tengo la solución. —Los ojos de Pel se iluminaron de rabia e inteligencia—. ¿Cuál es el código?

Miles recitó los números y los dedos de Pel teclearon sobre el panel de control. Pel puso la Gran Llave abierta sobre el lector. Kety llamó desde fuera de la burbuja:

—¡Ahora, Pel! —La mano se le tensó sobre el cuchillo. Nadina cerró los ojos y permaneció de pie, callada y digna.

Pel marcó el código del comu, bajó la pantalla de fuerza de la burbuja y saltó del asiento, arrastrando a Miles con ella.

—¡De acuerdo! —dijo en voz alta, alejándose de la burbuja—. Estamos afuera.

La mano de Kety se relajó. La pantalla volvió a cerrarse. La fuerza del golpe hizo que Miles se tambaleara. Tropezó y cayó en los brazos de los guardias del hautgobernador, que le dieron una afectuosa bienvenida.

—Eso es molesto —dijo Kety con frialdad, mirando la burbuja con la Gran Llave dentro—. Pero es un inconveniente pasajero, nada más. Llévenselos. —Hizo un gesto a los guardias con la cabeza y se alejó de Nadina—. ¡Tú! —dijo sorprendido, cuando descubrió a Miles entre los guardias.

—Yo. —Los labios de Miles se abrieron en una mueca de dientes brillantes que no tenía nada que ver con una sonrisa—. Siempre he sido yo, gobernador. De principio a fin, se lo aseguro. —Y usted está en las últimas. Claro que tal vez yo esté demasiado muerto para disfrutar del espectáculo… Kety no se atrevería a dejar con vida a los tres testigos. Pero le llevaría tiempo disponer las muertes con cierta discreción. ¿Cuánto tiempo, cuántas posibilidades de…?

Kety apretó el puño y se dominó justo antes de lanzarlo contra la mandíbula de Miles. Seguramente, el golpe habría quebrado algún hueso.

—No, tú eres el que se rompe… —musitó para sí. Dio un paso atrás e hizo un gesto al guardia con la cabeza—. Un poco de picana para él. Para todos.

El guardia sacó la picana, un instrumento militar corriente, dirigió una mirada a las consortes vestidas de blanco y dudó. Miró a Kety con ojos implorantes.

Miles casi oyó los dientes apretados del gobernador.

—De acuerdo… sólo al barrayarés.

Muy aliviado, el guardia hizo girar la picana y tocó a Miles tres veces, primero en la cara, luego en el vientre y entre las piernas. El primer roce hizo gritar a Miles, el segundo lo dejó sin aliento y el tercero lo arrojó al suelo en agonía, con los brazos y las piernas plegados en posición fetal. No más cálculos, al menos de momento. El ghemgeneral Naru, que se estaba levantando con algo de ayuda, rió en el tono de quien ve que por fin se hace justicia.

—General —le dijo Kety e hizo un gesto hacia la burbuja—, ¿cuánto tardará en abrir eso?

—A ver… —Naru se inclinó junto al técnico de cara agotada y le sacó un aparatito que apuntó a la burbuja—. Han cambiado los códigos. Media hora. A partir del momento en que los técnicos empiecen a reaccionar.

Kety hizo una mueca. Sonó la alarma del comu de muñeca. Las cejas de Kety se alzaron en la frente y dijo:

—¿Sí, capitán?

—Hautgobernador —llegó la voz formal, inquieta, de un subordinado—, hemos detectado una comunicación especial en canales de emergencia. Están transmitiendo una enorme cantidad de datos a los sistemas. Algún tipo de mensaje codificado. Excede la capacidad de memoria del receptor y se está volcando en todos los sistemas, como un virus. Viene marcado con el símbolo imperial de emergencia. Y la señal parece provenir de nuestra nave… ¿Es… son órdenes suyas?

Las cejas de Kety se alzaron más en un gesto de sorpresa. Después observó la burbuja blanca, que brillaba en el centro de la habitación. Maldijo entre dientes, una palabra larga, aguda, sibilante.

—¡No! ¡Ghemgeneral Naru! Tenemos que anular esa cortina de fuerza… ¡ahora, ahora mismo!

Se volvió para dedicar a Pel y Miles una mirada venenosa que prometía una retribución infinita; después, él y Naru se hundieron en una conversación frenética. Inyectaron a los técnicos enormes dosis de sinergina que no consiguieron devolverles instantáneamente la conciencia, aunque los dos se sacudieron y gruñeron con movimientos muy prometedores. Kety y Naru estaban solos frente al problema. A juzgar por la luz malévola que ardía en los ojos de Pel, abrazada a Nadina, iban a llegar demasiado tarde. El dolor de los golpes de la picana se desvanecía despacio en el cuerpo de Miles, pero se quedó en el suelo, encogido y quieto, para que al gobernador no se le ocurriera repetir sus atenciones.

Kety y Naru estaban concentrados en la tarea, tan hundidos en discusiones airadas sobre la forma más rápida de proceder, que sólo Miles reparó en un redondel brillante que se formó en la puerta de entrada a la habitación. Sonrió a pesar del dolor. Un segundo después, la puerta se derrumbó hacia el interior en medio de una lluvia de plástico y metal derretido. Otro segundo de espera, para prevenir alguna reacción rápida desde el interior.

Y después, el ghemcoronel Benin, impecablemente vestido con su uniforme rojo, con el maquillaje recién aplicado, cruzó el umbral con paso firme. No iba armado, pero el escuadrón de uniforme terracota que lo acompañaba llevaba un arsenal suficiente como para destrozar cualquier obstáculo menor que un acorazado. Kety y Naru se paralizaron en mitad de una palabra; los criados del gobernador lo pensaron mejor, abrieron las manos, levantaron los brazos y se quedaron quietos. El coronel Vorreedi, impecable en uniforme negro de la Casa, aunque con el rostro no tan sereno como Benin, entró en último lugar. En el corredor, más allá, Miles alcanzó a ver a Iván, asomado detrás de los hombres y las armas, con un pie en el aire y expresión preocupada.

—Buenas noches, haut Kety, ghemgeneral Naru. —Benin se inclinó con cortesía exquisita—. Por orden personal del emperador Fletchir Giaja, es mi deber arrestarlos bajo la acusación de traición al imperio. Y… —dijo mirando a Naru con una sonrisa afilada como una navaja— complicidad en el asesinato de Ba Lura, asistente imperial.