Nada le hubiera gustado más que un día libre, pensó Miles, pero no tenía tiempo. Lo peor era la seguridad de que se había metido en aquel atolladero él solito. Hasta que las consortes consiguieran recuperar los bancos genéticos, lo único que podía hacer era esperar. Y a menos que Rian enviara un auto a la embajada a recogerlo, lo cual significaba un movimiento tan abierto que tal vez causaría resistencias vigorosas en ambos grupos de Seguridad Imperial, Miles no podría volver a verla hasta las Ceremonias de Portal-Canción en el Jardín Celestial. Gruñó entre dientes y pidió más datos a la comuconsola; después, contempló la pantalla sin verla realmente.
No estaba seguro de que fuera prudente darle a lord X un día de ventaja, a pesar de que esa misma tarde el caballero en cuestión se vería en un aprieto cuando su consorte se llevara el banco de genes. Eso eliminaría su última posibilidad se sentarse a esperar hasta el momento apropiado, y luego alejarse suavemente con el banco y la Llave y tal vez eliminar a la vieja consorte designada por el poder central en algún lugar de la ruta. El hombre tenía que darse cuenta de que Rian lo entregaría aunque tuviera que incriminarse ella misma, tenía que darse cuenta de que ella estaba dispuesta a todo para atraparlo. Asesinar a la Doncella del Criadero Estrella no había formado parte del Plan Original, de eso Miles estaba casi seguro. En el Plan Original, Rian era un títere más, cuyo papel principal era acusar a Barrayar y a Miles de robar la Gran Llave. A lord X le fascinaban los títeres. Pero Rian se mantenía leal a los haut más allá de sus propios intereses. Ningún traidor sensato podía permitirse el lujo de suponer que ella se quedaría paralizada durante mucho tiempo.
Lord X era un tirano, no un revolucionario. Quería llegar al poder dentro del sistema, no cambiarlo. La verdadera revolucionaria era la fallecida emperatriz, con su intento de dividir a los haut en ocho ramas competitivas y dejar que ganara el mejor de los superhombres. Tal vez Ba Lura había estado más cerca de su ama de lo que Rian quería suponer. No se puede entregar poder y retenerlo al mismo tiempo. Excepto después de la muerte.
Así que… ¿cuál sería el próximo movimiento de lord X? ¿Qué podía hacer ahora excepto luchar hasta el final, intentarlo todo para no caer en el proceso? Eso o cortarse las venas, y Miles no creía que fuera del tipo suicida. Seguramente seguía buscando una forma de culpar de todo a Barrayar, preferentemente en la forma de un Miles muerto que no pudiera desmentirlo. Todavía había una remota posibilidad de que pudiera salirse con la suya en eso, dada la falta de entusiasmo de los cetagandanos hacia los extranjeros en general y los barrayareses en particular. Sí, era un buen día para quedarse en la embajada.
¿Habrían sido mejores los resultados si Miles hubiera devuelto públicamente la Llave falsa y declarado la verdad desde el principio? No… en ese caso la embajada y los enviados habrían estado inmersos en acusaciones falsas y escándalos públicos, y ya no habría forma de probar su inocencia. Si lord X hubiera elegido cualquier otra delegación para colocar la Llave falsa… digamos, la de Marilac, los aslundeños o los vervani… tal vez en este momento su plan estaría funcionando a la perfección, puntual como un reloj. Miles esperaba que lord X estuviera muy, muy arrepentido de haberse decidido por Barrayar. Era una esperanza amarga. Y voy a hacer que te arrepientas mucho más, imbécil.
Miles apretó los labios. Volvió a prestar atención a la comuconsola. Todas las naves de los gobernadores sátrapas estaban construidas según el mismo plano general y, por desgracia, lo único que tenía el banco de datos de la embajada de Barrayar eran esos datos poco precisos. Tal vez había más, pero Miles hubiera tenido que acceder a los archivos secretos. Recorrió los niveles y sectores de la nave en el holovídeo. Si yo fuera un gobernador sátrapa que urde una revuelta, ¿dónde escondería la Gran Llave? ¿Debajo del colchón? Seguramente no.
El gobernador tenía la Llave, pero le faltaba la llave de la Llave: Rian conservaba el anillo. Si lord X conseguía abrir la Gran Llave podría volcar los datos, conseguir un duplicado de la información, y tal vez, en circunstancias tan complejas, decidiría devolver el original y librarse de la prueba material de sus planes de traición. O destruirla… claro. Pero si la Llave hubiera sido fácil de abrir, debería haberlo hecho en cuanto sus planes empezaron a fallar. Así que… si estaba tratando de acceder a la Llave, seguramente la tenía en algún laboratorio de decodificación. ¿Y dónde se encontraría el laboratorio de decodificación en esa vasta nave…?
Un sonido en la puerta interrumpió los pensamientos de Miles. La voz del coronel Vorreedi:
—Lord Vorkosigan, ¿puedo pasar?
Miles suspiró.
—Adelante. —Sí, tanta actividad en la comuconsola tenía que atraer la atención de Seguridad. Seguramente el oficial de protocolo había estado monitoreando desde abajo.
Vorreedi entró al trote, estudió el holovídeo por encima de los hombros de Miles.
—Interesante. ¿Qué es?
—Un recorrido por las naves de guerra cetagandanas. Sigo con mi educación de oficial y todo eso… La esperanza de que me destinen a una nave nunca desaparece del todo.
—Ya. —Vorreedi se enderezó—. Supuse que le interesaría recibir las últimas noticias sobre su amigo lord Yenaro.
—No creo que le deba nada pero… no le habrá ocurrido nada grave, espero —dijo Miles con sinceridad. Tal vez Yenaro fuera un buen testigo más tarde; ahora que había reflexionado al respecto, Miles estaba empezando a lamentar no haberle ofrecido asilo en la embajada.
—Todavía no. Pero han emitido una orden de arresto contra él.
—¿Y de quién es la orden? ¿De Seguridad de Cetaganda? ¿Por traición?
—No. De la policía civil. Por robo.
—Es una acusación falsa. Estoy seguro. Alguien está usando el sistema para sacarlo de su escondite. ¿Puede usted averiguar quién lo ha acusado?
—Un ghemlord, un tal Nevic. ¿Le dice algo este nombre?
—No. Tiene que ser un títere. Lo que necesitamos es la identidad de quien ordenó a Nevic que acusara a Yenaro. El mismo que le dio los planos y el dinero para la fuente de Marilac. Pero ahora usted tiene dos pistas. Puede seguir ambos caminos.
—¿Cree que se trata del mismo hombre?
—Lo que estoy haciendo no tiene nada que ver con suposiciones, coronel —dijo Miles—. Necesito pruebas, pruebas que puedan utilizarse en un juicio.
La mirada de Vorreedi lo estaba poniendo nervioso: una mirada constante, permanente, firme.
—¿Por qué creía que acusarían a Yenaro de traición?
—Ah, bueno… en realidad era sólo una suposición. Si lo que quiere el enemigo de Yenaro es que la policía civil lo ponga en un lugar donde él pueda dispararle sin problemas, el robo es mejor, mucho menos escandaloso.
Las cejas de Vorreedi se le crisparon en la frente.
—Lord Vorkosigan… —Pero se interrumpió, pensó mejor lo que estaba a punto de decir. Meneó la cabeza y se fue.
Iván entró un rato después, se echó en el sofá de Miles, puso las botas en el apoyabrazos y suspiró.
—¿Todavía estás aquí? —Miles apagó la comuconsola. Las letras y los dibujos habían empezado a nublarle la vista—. Pensé que estarías por ahí, retozando o revolcándote sobre la paja en un granero o algo así. Son nuestros últimos dos días y todo eso… ¿Te has quedado sin invitaciones? —Miles apuntó al techo con el pulgar. Tal vez nos están escuchando.
Los labios de Iván formaron tres palabras. Que se jodan.
—Vorreedi nos puso más guardaespaldas. Es imposible ser… espontáneo con tanta gente mirando. —Contempló el techo con ojos muy fijos y abiertos—. Además tengo miedo hasta del suelo que piso. ¿No fue una reina de Egipto la que trasladaron en una alfombra enrollada? Pienso que podría pasar otra vez.
—Claro que sí. —Miles no podía negarlo—. En realidad, estoy casi seguro de que va a pasar de nuevo.
—Excelente. Recuérdame que no me ponga muy cerca de ti.
Miles hizo una mueca.
Después de un minuto, Iván agregó:
—Me aburro.
Miles lo echó de la habitación.
Las Ceremonias de Portal-Canción, cuyo nombre completo era Ceremonias para Abrir el Gran Portal con Canciones, no tenían nada que ver con la apertura de ningún portal, pero sí con canciones. Un numeroso coro formado por varios cientos de ghem, tanto hombres como mujeres, vestidos de blanco sobre blanco, se situó cerca de la entrada este al Jardín Celestial. Se trataba de hacer una procesión por los cuatro puntos cardinales y terminar en la puerta norte, durante las horas de la tarde. El coro se ponía de pie para cantar en un área ondulante de terreno con propiedades acústicas sorprendentes, mientras los enviados galácticos y los ghem y haut de luto se quedaban alrededor para escuchar. Miles flexionó las piernas dentro de las botas y se preparó para aguantar. El espacio abierto permitía que las burbujas de las hautladies se movieran con libertad y había muchísimas en todas partes… cientos de burbujas esparcidas bajo el brillo del sol. ¿Cuántas hautmujeres vivían en ese lugar?
Miles echó una mirada a su pequeña delegación: él, Iván, Vorob’yev y Vorreedi, todos en uniforme de gala negro; además de Mia Maz, vestida con tanto gusto como en otras ocasiones, impresionante en blanco y negro. Ese día, Vorreedi parecía más barrayarés, más oficial y un poco más siniestro —Miles tenía que admitirlo— ahora que no lucía su ropa civil cetagandana deliberadamente anodina. Maz apoyaba una mano sobre el brazo de Vorob’yev. Cuando empezó la música, se puso de puntillas.
Esto quita el aliento hubiera sido una frase bastante literal: Miles tuvo que abrir la boca un poco y sintió que se le erizaba el cabello cuando los increíbles sonidos de la música lo bañaron de arriba abajo. Armonías y disonancias se persiguieron por la escala con tal precisión que el público oía todas y cada una de las palabras por lo menos cuando las voces no se convertían en simples vibraciones inarticuladas que parecían subir por la espina dorsal y resonar en la parte posterior del cráneo como una sucesión de emociones puras. Hasta Iván estaba transfigurado. Miles hubiera querido hacer un comentario, expresar su asombro, pero romper la concentración absoluta que exigía la música habría sido un sacrilegio. Después de unos treinta minutos, la música se detuvo de pronto y el coro se preparó para desplazarse con gracia hacia la siguiente parada, seguido con algo más de torpeza por los delegados galácticos.
Los grupos tomaron diferentes rutas. Guías ba condujeron a los delegados a una mesa con comida bajo la dirección de un mayordomo ghemlord de mirada digna. La idea era que los invitados descansaran un poco y también que aguardaran hasta que el coro estuviera listo para la siguiente función en la puerta sur. Miles miró ansiosamente las burbujas de las hautladies, que no acompañaron a los delegados ni al coro y se alejaron flotando en una tercera dirección. Se daba cuenta de que el Jardín Celestial lo impresionaba cada vez menos. ¿Era posible que alguien diera por sentado ese sitio? No cabía duda de que los haut ya no se sorprendían.
—Creo que me estoy acostumbrando a este lugar —le confió a Iván, mientras caminaba entre él y Vorob’yev siguiendo el desaliñado desfile de los extranjeros—. Sé que podría.
—Ya —dijo el embajador—. Pero cuando a estos curiosos personajes se les ocurrió soltar a sus mascotas ghemlores para que buscaran propiedades más allá de Komarr, murieron cinco millones de los nuestros. Espero que no se le olvide, milord.
—No —dijo Miles, tenso—. Jamás. Pero… ni siquiera usted tiene edad suficiente como para recordar la guerra, señor. Estoy empezando a preguntarme si alguna vez veré un ataque cetagandano semejante.
—Optimista —murmuró Iván.
—No, no, me gustaría explicar lo que quiero decir. Mi madre dice siempre que si un comportamiento recibe recompensa, se repite. Y viceversa. Creo… creo que si los ghemlores no consiguen conquistas territoriales en nuestra generación, tardarán mucho tiempo en intentarlo de nuevo. Después de todo… los períodos aislacionistas que siguen a las expansiones son fenómenos muy conocidos en la historia…
—No sabía que supieras tanto de ciencias políticas —dijo Iván.
Miles se encogió de hombros.
—Es sólo una intuición. Si me das un año y un departamento, tal vez pueda ofrecerte un análisis razonado con gráficos y todo.
—Admito que es difícil imaginarse a… digamos, lord Yenaro, conquistando algo —aceptó Iván.
—No es que no fuera capaz de hacerlo, creo yo. Pero cuando se le presentara la oportunidad, sería demasiado viejo y estaría demasiado desinteresado. No sé… Claro que cuando termine el período aislacionista este razonamiento perderá validez. Cuando los haut decidan dejar de manipularse a sí mismos, dentro de diez generaciones…, no sé en qué se habrán convertido. —Y pensándolo bien, ellos tampoco lo saben. Eso sí que es interesante. ¿Nadie está a cargo aquí?—. La conquista del universo parece un juego de niños después de eso… O tal vez… tal vez entonces nadie pueda detener el ataque —agregó con amargura.
—Bonita idea —gruñó Iván.
Se había organizado un delicado desayuno en un pabellón cercano. Al otro lado esperaban autos de superficie tapizados de blanco para llevar a los enviados dos kilómetros más allá, hasta el Portal del Sur, cuando terminara la comida. Miles tomó una bebida caliente, rechazó con asco una bandeja de dulces —tenía un nudo en el estómago— y miró los movimientos de la multitud ba con ojos de halcón. Tiene que ser hoy, hoy. Ya no queda tiempo. Vamos, Rian… ¿Y cómo diablos iba a recibir el informe de Rian con Vorreedi pegado a sus talones como una lapa? El hombre tomaba nota de cada uno de sus gestos. Miles ya se había dado cuenta.
El día prosiguió con una repetición del ciclo de música, comida y transporte. Había una cantidad de delegados con cara de fatiga después de varias comidas y hasta Iván había dejado de aceptar bocados en un gesto de autodefensa después de la tercera mesa. Cuando llegó el contacto, durante la comida que siguió a la cuarta y última actuación del coro, Miles apenas se dio cuenta. Estaba charlando con Vorreedi sobre la cocina del distrito Keroslav y preguntándose cómo conseguiría distraerlo y engañarlo cuando llegara el momento. Había llegado a un punto tal de desesperación que incluso consideraba la posibilidad de administrar un vomitivo al embajador Vorob’yev y ponerlo en manos del oficial de protocolo cuando vio por el rabillo del ojo que Iván hablaba con Ba No Sé Qué en tono grave. No reconoció a la criatura; no era la favorita de Rian porque era joven y tenía una leve capa de pelo rubio. Las manos de Iván giraron en el aire con la palma hacia arriba, se encogió de hombros y siguió al servidor por el pabellón, extrañado. ¿Iván? ¿Para qué diablos quiere a Iván?
—Discúlpeme, señor —Miles interrumpió bruscamente a Vorreedi y pasó por su lado como una flecha. Para cuando el jefe se volvió, Miles ya había pasado junto a otra delegación y estaba a medio camino de la salida, detrás de Iván. No cabía duda de que Vorreedi lo seguiría, pero Miles se preocuparía por eso más tarde.
Emergió, parpadeando, a la iluminación vespertina de la cúpula justo a tiempo para ver cómo desaparecían la sombra oscura y el brillo de las botas de Iván tras un arbusto florido, frente a un espacio abierto con una fuente en el centro. Trotó para alcanzarlo; las botas se le resbalaban sobre las piedras irregulares que enlosaban el camino.
—¿Lord Vorkosigan? —llamó Vorreedi desde atrás.
Miles no se volvió pero levantó la mano sin detenerse. Vorreedi era demasiado educado para maldecir a gritos, pero Miles podía imaginar los tacos sin dificultad.
Los arbustos, altos como una persona, se abrían hacia grupos artísticos de árboles, no exactamente un laberinto pero casi. La primera elección de Miles lo llevó a una especie de prado desierto, con un arroyo que brotaba en la fuente y corría como una filigrana de plata por el centro del terreno. Miles volvió atrás, maldiciendo sus piernas y su cojera, y se dirigió hacia otro conjunto de arbustos.
En el medio de un círculo de bancos bajo la sombra de los árboles, había una silla-flotante cuya ocupante daba la espalda a Miles, con la pantalla activada. Ba Rubio ya no estaba. En ese momento, Iván se inclinaba hacia la ocupante de la silla, con la boca abierta en una expresión fascinada, las cejas levantadas y llenas de sospecha. Un brazo cubierto de blanco se levantó en el aire. Una nube leve de niebla iridiscente golpeó la cara sorprendida de Iván, quien puso los ojos en blanco y cayó sobre las rodillas de la ocupante de la silla. La pantalla de fuerza se cerró sobre él, opaca y blanca. Miles aulló y corrió hacia la pareja.
Las sillas-flotantes de las hautladies no eran coches de carrera ni nada parecido, pero podían desplazarse a mayor velocidad que Miles. En dos vueltas por los arbustos desapareció por completo y cuando Miles salió del último macizo de flores, se vio frente a uno de los caminos principales del Jardín Celestial, tallados en jade blanco. Flotando en ambas direcciones por el sendero había media docena de hautburbujas y todas avanzaban a la misma velocidad digna y tranquila. Miles se había quedado sin aliento y le asaltó un torbellino de negros temores.
Giró sobre los talones y se tropezó de bruces con el coronel Vorreedi.
La mano de Vorreedi bajó hasta el hombro de Miles y lo agarró con una fuerza decidida y firme.
—¿Qué diablos está pasando aquí, Vorkosigan? ¿Y dónde está Vorpatril?
—Eso quiero descubrir… señor, si me lo permite.
—Seguridad de Cetaganda tiene que saberlo. Voy a colgarlos de un árbol si…
—No… no creo que Seguridad pueda ayudarnos esta vez, señor. Creo que tengo que hablar con ba… con alguien. Enseguida.
Vorreedi frunció el ceño, tratando de procesar la información. Obviamente no le resultaba fácil. Miles no lo culpaba. Una semana antes, él también habría supuesto que Seguridad Imperial Cetagandana se ocuparía. Pueden solucionar algunos problemas, sí. Pero no todos.
Precisamente por ahí rondaban: mientras Miles y Vorreedi se volvían para retroceder hacia el pabellón, un guardia de uniforme rojo, con el maquillaje a rayas, avanzó rápidamente hacia ellos. Un perro pastor, juzgó Miles, cuya misión era buscar a las ovejas perdidas y devolverlas al rebaño de enviados galácticos. Un hombre rápido, aunque no lo suficiente.
—Milores. —El guardia, que no tenía un rango muy alto, hizo un gesto de respeto—. Les ruego que vuelvan al pabellón. Los autos los llevarán al portal sur.
Vorreedi tomó una decisión rápida.
—Gracias. Pero me temo que hemos perdido a un miembro de nuestra delegación. ¿Haría el favor de buscar a lord Vorpatril?
—Claro. —El guardia tocó un comu de muñeca y transmitió la información en tono neutral, mientras conducía a Miles y a Vorreedi hacia el pabellón como un ovejero. Evidentemente, suponía que Iván era un huésped perdido; debía de ser un hecho bastante frecuente: el jardín estaba diseñado para distraer a los visitantes con sus delicias. Le doy diez minutos a Seguridad de Cetaganda para darse cuenta de que Iván ha desaparecido en pleno Jardín Celestial. Después, todo se irá al diablo.
El guardia se separó de ellos cuando avanzaban hacia el pabellón. Miles buscó con la mirada en la multitud de ba que poblaba el pabellón.
—Discúlpeme, ba —dijo con respeto a la criatura de mayor edad. Ba Como Se Llamara levantó la vista. Le sorprendía que alguien hubiera notado su existencia—. Debo ponerme en contacto inmediatamente con la haut Rian Degtiar. Una emergencia. —Abrió las manos y dio un paso atrás.
La criatura asimiló la información, se inclinó e hizo un gesto a Miles para que lo siguiera. Vorreedi fue con ellos. Al otro lado del pabellón, en la intimidad que ofrecía un área de servicio, el comu de muñeca de Ba Mayor empezó a transmitir una serie incomprensible de palabras y códigos. La frente de Ba Mayor se arrugó de sorpresa al oír el mensaje. Tomó el comu, se lo sacó y se lo pasó a Miles con una reverencia. Se retiró prudentemente. Miles hubiera querido que Vorreedi hiciera lo mismo —lo tenía pegado al hombro—, pero el coronel no se dio por aludido.
—¿Lord Vorkosigan? —llegó la voz de Rian desde el comu, sin filtro. Seguramente hablaba desde dentro de su burbuja.
—Milady. ¿Ha enviado a alguien de… de su gente a… para que recogiera a mi primo Iván?
Hubo una corta pausa.
—No.
—Yo lo vi.
—Ah. —Se produjo otra pausa, mucho más larga. Cuando la voz volvió a surgir, sonó mucho más baja y temerosa—. Ya sé lo que está pasando.
—Me alegro de que alguien lo sepa.
—Ahora mismo le envío a mi criado.
—¿Y qué pasa con Iván?
—Nosotras nos ocuparemos de eso. —La comu se cortó.
Miles tuvo deseos de sacudir el aparato, frustrado; en lugar de eso, se dominó y lo devolvió a Ba Mayor, que lo tomó, se inclinó y finalmente se alejó.
—¿Qué fue lo que vio, lord Vorkosigan? —exigió Vorreedi.
—Iván… se ha ido con una dama.
—¿Qué? ¿Otra vez? ¿Aquí? ¿Ahora? ¿Qué le pasa a ese chico, no tiene sentido del tacto? ¿No sabe dónde está? Mierda, esto no es la fiesta de cumpleaños del emperador Gregor…
—Creo que podré recuperarlo con discreción, señor, si usted me permite. —Miles sintió un escozor de culpa por la acusación a Iván, pero la culpa se perdió en el miedo que le atenazaba el corazón. El aerosol, ¿habría sido una droga para dormirlo o un veneno letal?
Vorreedi se tomó un minuto largo para pensarlo; mientras contemplaba fríamente a Miles. Miles se recordó que Vorreedi pertenecía a Inteligencia, no al servicio de contraespionaje; la fuerza que lo impulsaba era la curiosidad, no la paranoia. Miles metió las manos en los bolsillos de los pantalones y trató de parecer tranquilo, despreocupado, apenas molesto por aquel lío. El largo silencio lo impulsó a añadir:
—Si no confía en lo demás, señor, confíe al menos en mi habilidad. Es lo único que pido.
—Con discreción, ¿eh? —dijo Vorreedi—. Usted tiene amigos interesantes en este lugar, lord Vorkosigan. Me gustaría saber algo más sobre ellos.
—Pronto. Espero que pronto, señor.
—Mmm… De acuerdo. Pero sea rápido.
—Haré cuanto esté en mi mano, señor —mintió Miles. Tenía que ser aquel mismo día. Si conseguía alejarse de su guardián, tenía que aprovechar para hacer el trabajo. Todo el trabajo. O nos iremos todos a pique. Hizo una venia y se alejó antes de que Vorreedi pudiera cambiar de parecer.
Salió por el costado abierto del pabellón y caminó hacia el sol artificial. Justo en ese momento, llegó un auto sin decoraciones fúnebres: una plataforma flotante simple de dos pasajeros con lugar para carga posterior. Esta vez le pareció reconocer al guía: en los controles había una criatura ba de edad avanzada, calva. En cuanto distinguió a Miles, se acercó y detuvo el vehículo. Un vehículo rápido con guardias vestidos de rojo frenó a un costado para interceptar el movimiento.
—Señor. Los invitados galácticos no pueden circular por el Jardín Celestial sin compañía.
Miles abrió palma y señaló a su guía ba.
—Milady requiere y exige la presencia de este hombre. Tengo que llevarlo.
El guardia hizo un gesto. No estaba satisfecho pero asintió de mala gana.
—Mi superior hablará con su ama.
—Por supuesto. —Los labios de su guía se torcieron en lo que Miles interpretó como una mueca de desprecio.
El guardia les dirigió una mueca de furia y se alejó. Buscaba el comu mientras caminaba. Vamos, vamos, pensó Miles mientras subía al vehículo, que afortunadamente arrancó enseguida. Esta vez, el auto tomó un atajo, elevándose sobre el jardín y alejándose hacia el sudoeste en línea recta. Se movían tan rápido que la brisa revolvía el cabello de Miles. Unos minutos después bajaron hacia el Criadero Estrella, que brillaba, pálido, entre los árboles.
Una extraña procesión de burbujas blancas se acercaba a una abertura, evidentemente la entrada trasera. Cinco esferas, dos a cada lado y otra por arriba, estaban… persiguiendo a una sexta que saltaba para escapar. Sin embargo, las otras la empujaron hacia la puerta ancha y alta del compartimiento de embarque. Las burbujas zumbaban como avispas enfurecidas cuando los campos de fuerza se tocaban. El pequeño auto de Miles flotó con calma detrás de la procesión y siguió a las burbujas hacia el interior. La puerta se cerró detrás del grupo y se selló con el chasquido sólido y los chirridos típicos de los instrumentos de alta seguridad.
Excepto por el revestimiento —de piedras pulidas en diseños geométricos en lugar de cemento gris—, el compartimiento de entrada era utilitario y bastante normal. En ese momento estaba vacío excepto por la haut Rian Degtiar, de pie en sus túnicas blancas y holgadas, junto a su propia silla-flotante. La cara pálida estaba tensa.
Las cinco burbujas que habían perseguido a la sexta se acomodaron en el suelo y desconectaron la pantalla de fuerza. Aparecieron cinco de las consortes que Miles había conocido en la reunión nocturna. La sexta burbuja siguió cerrada, blanca sólida, impenetrable.
Miles se apeó en cuanto el vehículo se posó sobre el pavimento y corrió cojeando hacia Rian.
—¿Iván está ahí? —quiso saber, señalando la sexta burbuja.
—Eso suponemos.
—¿Qué está pasando?
—Shhh. Espere. —Ella hizo un gesto gracioso, un gesto con las palmas hacia abajo; Miles apretó los dientes. La impaciencia lo consumía. Rian avanzó un paso con la cabeza erguida.
—Ríndase y coopere —dijo Rian claramente—. Si lo hace, podemos llegar a un acuerdo. Si nos desafía, no tendrá ninguna oportunidad.
La burbuja siguió en blanco; no se rendía. No tenía forma de escapar ni de atacar. Pero Iván está ahí dentro.
—Muy bien —suspiró Rian. Sacó un objeto parecido a un lápiz de la manga, con el dibujo del ave grabado en rojo en un lado; ajustó un control, lo apuntó a la burbuja y pulsó. La burbuja parpadeó y la silla-flotante cayó al suelo con un ruido seco que reverberó, sin energía. Un aullido flotó de una nube de tela blanca y cabello castaño.
—No sabía que eso fuera posible —susurró Miles.
—Sólo la Señora Celestial tiene el control —explicó Rian. Volvió a guardarse el objeto en la manga y avanzó otro paso. Luego, se detuvo.
La haut Vio d’Chilian había recuperado el equilibrio casi instantáneamente. Se arrodilló a medias con un brazo bajo la manga uniformada y negra de Iván, y levantó el cuerpo derrumbado; la otra mano armada con un cuchillo se apoyó sobre el cuello de su víctima. Parecía un cuchillo muy afilado, apretado contra la piel de Iván, quien tenía los ojos muy abiertos, dilatados pero con movimiento; estaba paralizado, no inconsciente. Y no muerto. Gracias a Dios.
Todavía no está muerto.
A menos que estuviera muy equivocado, Miles sabía que la haut Vio d’Chilian le cortaría el cuello a un hombre indefenso sin el menor reparo. Hubiera querido que el coronel Benin estuviera allí para ver eso.
—Atáquenme —dijo la haut Vio— y su criado barrayarés morirá ahora mismo.
Miles supuso que el énfasis en la palabra «criado» era algún tipo de insulto hautesco. No estaba muy seguro del éxito del insulto pero… ésa era otra cuestión.
Miles caminó espacio hacia Rian, trazando un arco alrededor de la haut Vio, sin acercársele, quien lo siguió con ojos venenosos. Ahora que estaba directamente detrás de ella, la haut Pel hizo un gesto a Miles con la cabeza; su silla-flotante se elevó en silencio y salió del Criadero. ¿A buscar ayuda? ¿Un arma? Pel era la más práctica… así que la misión de él era conseguirle tiempo.
—¡Iván! —dijo, indignado—. ¡Iván no era el que ustedes buscaban!
El rostro de la haut Vio expresó sorpresa.
—¿Qué?
Pero claro, lord X siempre usaba a otros, nunca se ensuciaba las manos. Miles había estado en el punto de mira todo el tiempo, había actuado directamente: por lo tanto, lord X había supuesto que Iván era el jefe.
—¡Aj! —exclamó Miles—. ¿Qué suponían ustedes? ¿Creían que al ser más alto, y… y más guapo… tenía que estar moviendo todos los hilos? ¿Así funciona entre los haut, eh? ¡Estúpidos, estúpidos…! Yo soy el cerebro. —Caminó hacia el otro lado, mientras seguía farfullando—. Yo lo entendí todo desde el principio, ¿sabían? ¡Pero no! ¡No! Nadie me toma en serio… —Iván movió los ojos, la única parte de su cuerpo que todavía controlaba—. Han metido la pata con este secuestro… ¡Han puesto todo el plan en peligro para secuestrar al hombre más prescindible…! —De pronto, Miles temió que la haut Pel no hubiese ido a buscar ayuda. Había ido al baño a arreglarse el pelo y pensaba tomarse todo el día…
Bueno, sin duda había conseguido captar la atención de todas las presentes: asesina, víctima, hautpolicías y demás. ¿Y ahora qué?
—Siempre ha sido así, desde que éramos niños, ¿sabe? Cada vez que estábamos juntos, le hablaban a él primero, como si yo fuera un idiota de otro planeta, alguien que necesitaba un intérprete… —La haut Pel reapareció en el umbral y levantó la mano, la voz de Miles se convirtió en un chillido—: Bueno, pues ya estoy harto, harto, harto, ¿entiende?
La haut Vio se retorció como si se diera cuenta de todo justo en el momento en que Pel hacía zumbar el bloqueador. La mano se tensó sobre el cuchillo cuando la tocó el rayo. Miles se lanzó hacia delante, vio una línea roja en el borde de la hoja y alcanzó a sostener a Iván cuando ella cayó hacia atrás, desmayada. El borde del rayo también había tocado a Iván y se le pusieron los ojos en blanco. Miles dejó que la haut Vio golpeara el suelo sola, con toda la fuerza de la gravedad. A Iván lo bajó lentamente.
Era sólo una herida superficial. Miles respiró de nuevo. Sacó el pañuelo del pantalón y lo puso sobre las gotas de sangre, después lo presionó contra la herida.
Levantó la vista hacia la haut Rian y la haut Pel, que flotaban cerca para examinar a la prisionera.
—Lo atrapó con una droga. Y ahora el rayo… ¿corre algún peligro?
—No lo creo —dijo Pel. Desmontó de la silla, se arrodilló y buscó en las mangas de la inconsciente haut Vio. Sacó varios objetos que colocó en el suelo, en una ordenada hilera. Había un recipiente de plata, pequeño, con un bulbo en la punta. La haut Pel lo sacudió bajo su graciosa naricita—. Ah, eso… No, no corre peligro. El efecto pasa enseguida. Pero cuando despierte se encontrará muy mareado…
—¿Podría darle una dosis de sinergina, milady? —rogó Miles.
—Sí, claro.
—Me alegro. —Miles estudió a la haut Rian. Sólo la Señora Celestial tiene el control. Pero Rian había usado el aparato como si estuviera en su pleno derecho y nadie había parpadeado, ni siquiera la haut Vio. ¿Lo entiendes ahora, pequeño? En este momento, Rian es la emperatriz de Cetaganda y todo lo que ha hecho hasta ahora ha tenido autoridad real y completa. Autoridad imperial. Doncella…, sí, claro… Otro de esos hautítulos impenetrables y confusos que no decían lo que significaban; había que saber para entenderlos.
Seguro de la recuperación de Iván, Miles se incorporó y preguntó:
—¿Qué está pasando ahora? ¿Cómo han encontrado a Iván? ¿Tienen los bancos de genes? ¿Qué…?
La haut Rian levantó una mano para detener el alud de preguntas. Hizo un gesto hacia la silla-flotante.
—Es la silla flotante de la Consorte de Sigma Ceta, pero como puede usted ver, no es la haut Nadina quien la ocupa.
—¡Ilsum Kety! ¿Sí? ¿Qué ha pasado? ¿Qué ocurre con la burbuja? ¿Cómo lo han detectado? ¿Cuánto hace que lo sabe?
—Ilsum Kety, sí. Empezamos a sospechar anoche, cuando vimos que la haut Nadina no volvía con el banco genético. Todos los otros bancos llegaron aquí antes de medianoche. Pero al parecer, Kety pensó que nadie advertiría la ausencia de su consorte hasta las ceremonias de esta mañana. Así que envió a la haut Vio para engañarnos. Nosotras sospechamos de inmediato y la vigilamos.
—¿Y por qué Iván?
—Eso, no lo sé. Kety no puede hacer desaparecer a una consorte sin que se produzcan enormes repercusiones. Sospecho que pensaba usar a su primo para echarle la culpa de alguna forma.
—Sí, eso está dentro de su modus operandi. ¿Se da cuenta de que seguramente la haut Vio mató a Ba Lura siguiendo las órdenes de Kety?
—Sí. —Los ojos de Rian, fijos sobre la forma postrada de la mujer de cabello castaño, estaban fríos como el hielo—. Ella también es una traidora. Ha traicionado a los haut. El Criadero Estrella la juzgará por eso.
—Tal vez sea importante como testigo —dijo Miles, inquieto—, para limpiar la culpa de Barrayar y la mía en la desaparición de la Gran Llave. No… se precipite, por favor… hasta que sepamos lo que necesitamos…
—Ah… nosotras tenemos muchas preguntas que hacerle primero.
—… Entonces, Kety todavía tiene el banco. Y la Llave. Y está sobre aviso. —Mierda. ¿A qué imbécil se le habría ocurrido la idea de los bancos…? Ah, sí… Pero no puedes echarle la culpa a Iván por esto, compañero. A ti también te pareció que recuperar los bancos era el mejor movimiento táctico. Y Rian también cayó. Idiotez por votación unánime del comité, la mejor de las idioteces…
—Y él tiene a su consorte y sabe que no puede conservarla con vida. Tiene que matarla. No pensé… que estaba enviando a la haut Nadina a la muerte. —La haut Rian miró la pared más lejana, evitando los ojos de Miles y Pel.
Yo tampoco lo pensé. Miles tragó saliva. Tenía ganas de vomitar.
—Puede enterrarla en el caos de la rebelión cuando todo se desate. Pero todavía no… —Hizo una pausa—. Si necesita a Iván para arreglar su muerte e incriminar a Barrayar artísticamente… no creo que la haya matado todavía. La tiene a salvo, en la nave… No está muerta. —¡Por favor, que no esté muerta!—. Y además, sabemos otra cosa. La haut Nadina está ocultando información con éxito, tal vez hasta lo lleva en la dirección equivocada a propósito. Estoy seguro: él no habría intentado nada de esto si supiera… —En realidad, eso también podía significar que la haut Nadina estaba muerta. Miles se mordió el labio—. Pero el gobernador Kety ya ha hecho unos cuantos movimientos incriminatorios. Todas las pruebas apuntan contra él, y no contra mí… ¿no es cierto?
Rian dudó.
—Tal vez. No cabe duda de que es muy inteligente.
Miles miró con los ojos muy abiertos la silla-flotante inerte, levemente inclinada sobre el suelo y poco impresionante sin el halo del campo de fuerza.
—También nosotros lo somos. Esas sillas-flotantes… Alguien las relaciona electrónicamente con sus ocupantes, ¿verdad? ¿Sería muy tonto de mi parte suponer que la persona que establece la relación es la Señora Celestial?
—Correcto, lord Vorkosigan.
—Así que usted tiene el aparato de control… podría conceder el código de esta silla a cualquiera…
—A cualquiera no. Sólo a cualquier hautmujer.
—Ilsum Kety espera el regreso de esa hautburbuja. Espera a una hautmujer y un barrayarés prisionero, ¿verdad? —Miles respiró hondo—. Creo… creo que no deberíamos hacerle esperar.