11

Miles aún no había pisado el sagrado recinto de las oficinas de SegImp en la embajada de Barrayar. Por discreción, se había quedado arriba, en la zona destinada al cuerpo diplomático. Como había supuesto, las oficinas estaban en el segundo sótano, el nivel más bajo del edificio. Un cabo uniformado lo rastreó con aparatos de seguridad y lo guió hasta la oficina del coronel Vorreedi.

No era tan austera como Miles había esperado: estaba decorada con pequeñas piezas de arte cetagandano; las esculturas que utilizaban energía estaban apagadas. Tal vez algunas eran recuerdos, pero el resto sugería que el oficial de protocolo como lo llamaban oficialmente era un coleccionista de gusto excelente y medios limitados.

El hombre estaba sentado ante una mesa desnuda y utilitaria. Llevaba las habituales túnicas y la malla que correspondían a un ghemlord de rango medio y preferencias dolorosamente sobrias. En una multitud de ghem, Vorreedi pasaría prácticamente desapercibido, aunque detrás de una comuconsola de SegImp de Barrayar el efecto del conjunto resultaba ligeramente sorprendente.

Miles se humedeció los labios.

—Buenos días, señor. El embajador Vorob’yev me dijo que deseaba usted verme.

—Sí, gracias, lord Vorkosigan. —Vorreedi despidió al cabo con un gesto y el hombre se alejó en silencio. Las puertas se cerraron tras él con un golpe pesado y definitivo—. Por favor, siéntese.

Miles se acomodó en la silla que había ante el escritorio y sonrió; esperaba que la sonrisa hubiera sugerido un gesto de alegre inocencia. Vorreedi lo miraba con atención penetrante, directa, constante. Mala señal. Vorreedi era el segundo a bordo; sólo Vorob’yev lo aventajaba en rango. Como a Vorob’yev, lo habían elegido como jefe en uno de los puestos más conflictivos del cuerpo diplomático de Barrayar. Tal vez se podía contar con que fuera un hombre muy ocupado, pero nunca con que fuera estúpido. Miles se preguntó si las meditaciones del jefe de SegImp habían sido tan intensas como las suyas la noche anterior. Se preparó para un comienzo al estilo Illyan; por ejemplo: ¿En qué diablos está metido usted, Vorkosigan? ¿Está tratando de provocar una jodida guerra usted solo?

En lugar de eso, el coronel Vorreedi lo favoreció con una mirada pensativa, larga, antes de decir en tono tranquilo:

—Teniente lord Vorkosigan. Por nombramiento, usted es correo oficial de SegImp.

—Sí, señor, cuando estoy de servicio.

—Interesante raza de hombres, los correos. De absoluta confianza y lealtad. Van de un lado a otro, llevan lo que les piden sin comentarios ni preguntas. Y sin fracasar jamás, a menos que se les cruce la muerte en el camino.

—Generalmente no es tan dramático, señor. Pasamos mucho tiempo en naves de salto. Tenemos mucho tiempo para leer.

—Mmmm. Y excepto en un caso, estos glorificados correos dependen del comodoro Boothe, jefe de Comunicaciones de SegImp, en Komarr. La excepción es interesante. —La mirada de Vorreedi se intensificó—. Usted aparece en la lista como subordinado de Simon Illyan en persona. Que a su vez depende directamente del emperador Gregor. La única persona que conozco en una cadena de mando tan corta es el jefe de Personal del Servicio Imperial. Una situación reveladora. ¿Cómo la explica usted?

—¿Que cómo la explico yo? —repitió Miles, tratando de ganar tiempo. Pensó en contestar Yo nunca explico nada, pero eso 1) era evidente y 2) claramente no era la respuesta esperada—. Bueno… en ocasiones, el emperador Gregor tiene alguna necesidad que resulta demasiado trivial, o demasiado personal, para confiarla a los militares de carrera. Por ejemplo, digamos que quiere… que le traigan un arbusto ornamental del planeta Pol para el jardín de la Residencia Imperial. Entonces, me mandan a mí.

—Ésa es una buena explicación —aceptó Vorreedi sin presionar. Se produjo un corto silencio—. ¿Y podría darme una explicación igualmente satisfactoria para la forma en que ha obtenido usted un trabajo tan agradable?

—Nepotismo, por supuesto. —La sonrisa de Miles se hizo más corta y más amarga—. Como ya habrá descubierto a simple vista, no soy físicamente apto para el servicio habitual. Crearon el puesto especialmente para mí. Tengo parientes…

—Mmmm. —Vorreedi se sentó y se frotó el mentón—. Digamos —añadió en tono intrascendente— que usted es un agente de operaciones secretas y ha venido en una misión diseñada por Dios (es decir, Simon Illyan, Dios para el personal de SegImp), en ese caso, debería haber llegado con una orden del tipo Préstesele toda la asistencia necesaria. Con esa orden, un pobre hombre de la oficina local de SegImp podría saber cuál es su posición con respecto a usted.

Si no controlo a este tipo, me va a encerrar en la embajada por el resto del viaje (podría hacerlo, tiene poder suficiente) y el plan barroco de caos de lord X seguirá adelante sin obstáculos ni problemas.

—Sí, señor. —Miles respiró hondo—. Y todos los que vieran la orden también.

Vorreedi levantó la vista, asustado.

—¿El comando de SegImp sospecha que hay filtraciones en mis comunicaciones?

—No tengo información al respecto, señor. Supongo que no. Pero como correo inferior… no puedo hacer demasiadas preguntas, ¿comprende?

Vorreedi abrió un poco más los ojos. Entendía la broma. Un hombre sutil, sí.

—He sabido que, desde el mismo instante en que puso un pie en Eta Ceta, lord Vorkosigan, no ha dejado usted de hacer preguntas.

—Una debilidad personal, señor.

—Y… ¿tiene alguna prueba que apoye su explicación de sí mismo?

—Claro. —Miles miró al aire, pensativo, como si estuviera sacando las palabras de la parte más leve de la atmósfera—. Piénselo, señor. A todos los demás oficiales de correo se les implanta alergia a la pentarrápida para que no puedan someterlos a interrogatorios y preguntas ilegales. El precio, claro, es fatal. Debido a mi rango y mis relaciones particulares, se decidió que ese procedimiento era demasiado peligroso para mí. Por lo tanto, sólo pueden destinarme a las misiones de seguridad de nivel más bajo. Nepotismo, ya se lo he dicho.

—Muy… muy convincente.

—Si no fuera convincente, no serviría, señor.

—Cierto. —Otra larga pausa—. ¿Hay alguna otra cosa que quiera usted decirme, teniente?

—Cuando vuelva a Barrayar presentaré un informe completo de mi… mi excursión a Simon Illyan. Me temo que deberá dirigir las preguntas a mi superior. Definitivamente, no está dentro de mis atribuciones tratar de adivinar lo que él quiere que yo le diga.

Ahí estaba… listo. Técnicamente hablando, no había mentido. Ni siquiera por implicación. Sí… claro… Tienes que acordarte de lo que has dicho cuando pasen una transcripción de esta conversación en el consejo de guerra. Pero si Vorreedi decidía que Miles era un agente de operaciones secretas que trabajaba en los niveles más altos, no dejaba de ser cierto. El hecho de que la misión fuera autodesignada y no decidida en un nivel superior era… otro aspecto del problema. Una cosa nada tenía que ver con la otra.

—Podría… podría agregar una observación filosófica…

—Por favor, milord.

—Si se contrata a un genio para resolver un problema imposible, sería una tontería limitarlo con reglas o bien ordenarle que se limite a investigar en el corto espacio de dos semanas de tiempo… Lo lógico es dejar que actúe a su antojo. Si lo que hace falta es alguien que siga las reglas, siempre se puede contratar a un idiota. En realidad, el idiota será mucho más capaz de seguir las reglas que un genio.

Vorreedi tamborileó sobre el escritorio de la comuconsola. Miles tuvo la sensación de que tal vez ese hombre había resuelto uno o dos problemas imposibles en su vida. Vorreedi alzó las cejas.

—¿Usted se considera un genio, lord Vorkosigan? —preguntó con suavidad. Para Miles aquel tono de voz resultaba casi doloroso: le recordó muchísimo el que empleaba su padre cuando estaba a punto de soltar una de sus trampas verbales.

—Las evaluaciones de mi inteligencia están en mi expediente, señor.

—Ya las he leído. Por eso estamos conversando, lord Vorkosigan. —Vorreedi parpadeó, despacio, como una lagartija—. Entonces, ¿para usted no hay reglas? ¿Ninguna regla?

—Bueno, en realidad existe una: o tienes éxito, o lo pagas con tu cabeza.

—Usted está en su puesto desde hace tres años. Ya veo, lord Vorkosigan… Su cabeza sigue intacta, ¿no es cierto?

—La última vez que la controlé estaba ahí, señor. —Tal vez siga ahí cinco días más, coronel… Después, ya no sé.

—Eso sugiere que tiene usted una autoridad y una autonomía sorprendentes, señor.

—No tengo autoridad. Sólo responsabilidad.

—Ah, ah. —Vorreedi se mordió los labios, cada vez más pensativo—. Tiene usted mis simpatías entonces, señor Vorkosigan.

—Gracias, señor. Lo necesitaré. —En silencio demasiado meditado que siguió, Miles agregó—: ¿Sabemos si lord Yenaro sobrevivió a la noche?

—Desapareció, así que suponemos que sí. Lo vieron a la salida del Salón del jardín de la Luna con un rollo de alfombra en el hombro. —Vorreedi miró a Miles con aire interrogativo—. No tengo explicación para lo de la alfombra.

Miles ignoró la indirecta.

—¿Está usted tan seguro de que su desaparición significa que ha salido con vida? ¿Y el hombre que lo seguía?

—Mmm… —Vorreedi sonrió—. Cuando lo dejamos, lo interceptó la Policía Civil de Cetaganda. Todavía lo tienen en custodia.

—¿Y lo hicieron por su propia cuenta?

—Digamos que recibieron una llamada anónima. Me pareció que tenía la obligación moral de ponerlos sobre aviso. Pero debo admitir que los de la Civil respondieron con admirable eficiencia. Yo diría que tienen interés… por alguno de sus trabajos anteriores.

—¿Tuvo tiempo de informar a quien lo contrató?

—No.

Bien: esa mañana lord X estaba en medio de una laguna de información. Miles no creía que eso le resultara cómodo. El complot fracasado de la tarde anterior debía haberlo frustrado. Seguramente no sabía qué había salido mal, no sabía si Yenaro se había enterado del destino que le había deparado, aunque la desaparición del ghemlord era una importante pista al respecto. Ahora, Yenaro era un cabo suelto, lo mismo que Miles e Iván. ¿Cuál sería el primero en la lista de lord X? ¿Acaso Yenaro buscaría la protección de alguna autoridad, o el rumor de la traición lo asustaría demasiado?

¿Y qué método elegiría lord X para acabar con los enviados de Barrayar? ¿Qué método podía igualar a Yenaro en barroquismo y perfección? Yenaro era una obra maestra en el arte del asesinato, una obra coreografiada en tres movimientos, una obra que iba en crescendo. Ahora que ese esfuerzo se había perdido, seguramente lord X estaría tan enfurecido por el fracaso de su hermoso plan como por el del complot en sí. Miles estaba seguro de eso. Lord X era el tipo de artista que no puede dejar su obra inacabada y sigue agregando toques inteligentes. El tipo de persona que, como un chiquillo al que entregan su primer huerto, se pone a cavar para comprobar si las semillas ya han echado raíces. Miles sintió algo parecido a una corriente de simpatía por su enemigo. Sí, sí, lord X, el hombre que jugaba por grandes sumas y perdía tiempo e inhibiciones con el curso de los días, estaba en situación de cometer un tremendo error.

¿Por qué no estoy tan seguro de eso como de lo demás?

—¿Tiene algo más que agregar, lord Vorkosigan? —preguntó Vorreedi.

—¿Mmmm? No. Estoy… estoy pensando… —Además, sólo lo pondría nervioso, coronel.

—Como oficial de la embajada responsable de su seguridad personal, le pediría que se abstuviese de relacionarse con un hombre que parece involucrado en una vendetta cetagandana a muerte. Lo digo por usted… y por lord Vorpatril, por supuesto.

—Yenaro ya no me interesa. No le deseo ningún mal. Mi prioridad es identificar al hombre que le proporcionó la escultura.

Las cejas de Vorreedi se elevaron en un gesto de reproche.

—Podría habérmelo dicho antes…

—Siempre se entiende más cuando se contemplan los hechos con cierta perspectiva.

—Eso es cierto —suspiró Vorreedi, con la voz de la experiencia. Se rascó la nariz y volvió a sentarse—. Hay otra razón por la que le pedí que viniera, lord Vorkosigan. El ghemcoronel Benin ha solicitado otra entrevista con usted.

—¿En serio? ¿Igual que la anterior? —Miles mantuvo la firmeza de su voz, lo cual le resultó bastante difícil.

—No del todo. Pidió específicamente la presencia de lord Vorpatril. En estos momentos está en camino. Usted puede negarse, si lo desea.

—No… está… está bien. En realidad, tengo interés en volver a hablar con Benin. ¿Voy a buscar a Iván, señor? —Miles se puso de pie. Mala idea que los dos sospechosos se consultaran antes del interrogatorio, pero claro, el caso no era de Vorreedi, sino de Benin. Miles se preguntó hasta qué punto habría convencido a Vorreedi de que estaba cumpliendo una misión secreta.

—Adelante —dijo Vorreedi con amabilidad—. Aunque tengo que decirle…

Vorreedi hizo una pausa.

—No veo cómo puede estar involucrado lord Vorpatril. No es correo. Y su expediente es tan claro como el agua…

—Mucha gente se confunde con Iván, señor… Pero a veces, hasta un genio necesita a alguien que cumpla órdenes.

Miles contuvo su impaciencia mientras se dirigía a las habitaciones de Iván. El lujo de intimidad que les había proporcionado su rango de funcionarios iba a terminar muy pronto, sospechaba.

Miles. Si Vorreedi no activaba los micrófonos de las habitaciones es que el hombre tenía un control sobrenatural sobre sí mismo o sufría algún tipo de daño cerebral agudo. El oficial de protocolo era del tipo curioso y voraz: deformación profesional.

Iván abrió la puerta.

—Entra —dijo con voz muy lenta, una voz que la impaciente llamada de Miles no conmovió en absoluto.

Miles descubrió a su primo sentado en la cama, a medio vestir con unos pantalones verdes y camisa color crema, hojeando distraídamente una pila de papeles de colores manuscritos. No parecía especialmente satisfecho.

—Iván. Levántate. Vístete. Vamos a entrevistarnos con el coronel Vorreedi y el ghemcoronel Benin.

—¡Confesión, por fin! ¡Gracias a Dios! —Iván tiró los papeles al aire y se dejó caer sobre la cama con un suspiro de alivio.

—No. No exactamente. Pero necesito que me dejes hablar a mí y que confirmes mis palabras.

—Mierda. —Iván frunció el ceño y miró el techo—. ¿Qué pasa ahora?

—Seguramente, Benin ha investigado los movimientos que realizó Ba Lura el día anterior a su muerte. Supongo que ya estará al corriente de nuestro pequeño encuentro en el vehivaina. No quiero joderle la investigación. En realidad, me gustaría ayudarle, por lo menos en lo referente a la identificación del asesino o asesina. Así que pienso darle tantos hechos reales como sea posible.

—Hechos reales. ¿Qué quieres decir? ¿Reales, opuestos a qué otra clase de hechos?

—No podemos decir absolutamente nada que tenga que ver con la Gran Llave o la haut Rian. Supongo que podemos soltar el resto de la información, pero no mencionemos ese pequeño detalle en ningún momento.

—¿Supones…? Por lo visto estás usando una matemática muy distinta de la que usa el resto del universo. ¿Te das cuenta de lo furiosos que se pondrán Vorreedi y el embajador cuando averigüen que les ocultamos ese pequeño incidente?

—Tengo a Vorreedi bajo control; al menos por el momento. Cree que estoy bajo las órdenes de Simon Illyan.

—Cree… quiere decir que no es cierto. ¡Lo sabía, lo sabía! —gruñó Iván, se puso una almohada sobre la cara y la apretó fuertemente con las manos.

Miles se la arrebató de un tirón.

—Ahora tengo una misión. La tendría si Illyan estuviera al corriente de todo. Coge el destructor nervioso. Pero no lo saques a menos que yo te lo diga.

—No pienso disparar a tu superior.

—No vas a dispararle a nadie. Y además, Vorreedi no es mi superior. —Ése sería un punto legal importante cuando llegara el momento—. Tal vez lo necesite como prueba. Pero no a menos que surja el tema en la conversación. No vamos a dar información voluntariamente.

—¡Claro, claro, el truco es no dar información voluntariamente… eso jamás! ¡Por fin lo entiendes, primito!

—Cállate y vístete. —Miles le tiró el uniforme de fajina—. ¡Esto es importante! Pero tienes que estar sereno. Muy sereno. Tal vez me estoy preocupando sin motivo. A lo mejor no hay razón para tener miedo.

—No lo creo. Me parece que, en tu caso, el pánico llega demasiado tarde… En realidad, si esperaras un poco más, el miedo te llegaría posmortem… Yo ya hace días que estoy aterrorizado.

Miles le tiró las botas bajas con un gesto terminante. Iván meneó la cabeza, se sentó y empezó a ponérselas.

—¿Te acuerdas aquella vez en el jardín de la Casa Vorkosigan —suspiró— cuando te pusiste a leer todas esas historias militares sobre los campos de prisioneros de Cetaganda durante la invasión y decidiste que teníamos que cavar un túnel de escape? Pero claro: tú te encargaste del diseño; en cambio yo y Elena tuvimos que cavarlo…

—Teníamos ocho años —objetó Miles, a la defensiva—. En aquella época estaba sometiéndome a un tratamiento médico para los huesos. Me encontraba bastante mal.

—¿… te acuerdas de que se me derrumbó el túnel en la cabeza? —siguió diciendo Iván con la voz perdida en el recuerdo—. ¿Y que me quedé sepultado durante horas…?

—No fueron horas. Sólo unos cuantos minutos. El sargento Bothari te sacó enseguida.

—A mí me parecieron horas. Todavía siento el gusto de la tierra en la boca. También se me metía por la nariz. —Iván se la frotó al recordarlo—. Mamá todavía estaría en pleno ataque de nervios si tía Cordelia no se hubiera sentado con ella.

—Éramos niños… unos niños estúpidos. ¿Qué tiene que ver eso con lo que está pasando ahora?

—Nada. Nada. No sé por qué me he despertado con ese recuerdo. —Iván se puso de pie y se ajustó la guerrera—. Nunca creí que pudiera echar de menos al sargento Bothari, pero me parece que en este momento desearía que estuviera conmigo. ¿Quién me va a sacar del túnel esta vez?

Miles tuvo ganas de ladrarle, pero en lugar de eso se puso a temblar. Yo también echo de menos a Bothari. Casi había olvidado cuánto lo echaba de menos hasta que las palabras de Iván despertaron el dolor de antiguas cicatrices, ese pequeño espacio secreto de angustia que nunca se agotaba. Errores fundamentales… Mierda, un hombre que camina sobre la cuerda floja no necesita que alguien le grite desde abajo lo lejos que está del suelo o lo precario que es su equilibrio en un momento dado. Eso él lo sabía a la perfección: lo que necesitaba era olvidarlo. En esa situación de inercia y velocidad, cualquier pérdida de concentración o de confianza en sí mismo, aunque fuera mínima, podía resultar fatal.

—Hazme un favor, Iván. No trates de pensar. Sería peor para ti. Sigue mis órdenes. Con eso basta.

Iván mostró los dientes sin sonreír y lo siguió hacia el pasillo.

Se encontraron con el ghemcoronel Benin en la misma habitación que la vez anterior, pero en esta ocasión Vorreedi prefirió oficiar personalmente de guardia. Cuando entraron Miles e Iván, los dos coroneles estaban ultimando los saludos de rigor y se estaban sentando. Miles esperaba que eso significara que no habían tenido tiempo de comparar notas, por lo menos no más tiempo que él e Iván. Benin llevaba su habitual uniforme rojo, con la terrible pintura facial renovada y perfecta, recién aplicada. Para cuando terminaron de saludarse amablemente y todo el mundo volvió a sentarse, Miles tenía el aliento y el corazón bajo control. Iván disimuló sus nervios bajo una expresión de benevolencia ausente que, según Miles, le daba aspecto de idiota.

—Lord Vorkosigan —empezó diciendo el ghemcoronel Benin—. Entiendo que usted es oficial correo.

—Cuando estoy de servicio. —Miles decidió repetir la línea oficial para beneficio de Benin—. Es una tarea honorable que no me exige demasiado desde el punto de vista físico.

—¿Y le gusta su trabajo?

Miles se encogió de hombros.

—Me gusta viajar. Y… bueno… me permite pasar mucho tiempo en el extranjero, lo cual es una ventaja… relativamente. Ya conoce usted la reaccionaria actitud de los barrayareses hacia los mutantes… —Miles pensó en el deseo de Yenaro: tener un puesto en la capital—. Por otra parte, me da una posición oficial, me transforma en alguien.

—Eso sí que lo entiendo —aceptó Benin.

Sí, claro, estaba seguro de que lo entendería usted, ghemcoronel…

—¿Pero ahora no está de servicio?

—No en este viaje. Nos dijeron que dedicáramos nuestro tiempo a tareas diplomáticas y que, de paso, adquiriéramos un poquito de mundo…

—Lord Vorpatril es oficial de operaciones, ¿verdad?

—Trabajo de oficina —suspiró Iván—. Sigo esperando un destino en una nave.

No es cierto, pensó Miles. A Iván le encantaba el cuartel general de la capital, donde podía tener su propio apartamento y una vida social que era la envidia de los demás oficiales. Lo que sí hubiera querido es que alguien destinara a su madre, lady Vorpatril, a una nave. A ser posible, a una nave que la llevara muy lejos…

—Mmm. —Las manos de Benin se retorcieron como si estuvieran mezclando pilas de hojas de plástico. Respiró hondo y miró a Miles directamente a los ojos—. Entonces, lord Vorkosigan… ¿la rotonda del funeral no fue el primer lugar donde vio usted a Ba Lura?

Benin estaba intentando un disparo directo para poner nerviosa a su presa.

—Así es —contestó Miles, con una sonrisa.

Benin esperaba que lo desmintiera y ya tenía la boca abierta para el siguiente ataque, seguramente la presentación de alguna evidencia oral que pondría al barrayarés a la defensiva. Tuvo que cerrarla de nuevo y pensar un poco.

—Si… si usted deseaba que fuera un secreto, ¿por qué me dijo que buscara en el lugar donde sabía que iba a encontrar sus huellas? Y… —El tono se llenó de curiosidad insatisfecha e irritación—. Y si no quería que fuera un secreto, ¿por qué no me lo dijo directamente?

—Fue una manera de probar sus habilidades, lord Benin. Quería saber si valdría la pena convencerlo de que compartiera sus resultados conmigo. Créame, mi primer encuentro con Ba Lura es tan misterioso para mí como para usted.

Incluso debajo de la pintura, la mirada de Benin hizo que Miles pensara inmediatamente en la que le dedicaban con frecuencia sus superiores barrayareses. La Mirada. Era extraño y retorcido, pero de alguna manera lo tranquilizó. La sonrisa que había en su cara se tiñó de alegría.

—Y… ¿cómo conoció a Ba Lura? —dijo Benin.

—¿Qué sabe usted? —le contestó Miles. Sabía que Benin no se lo contaría todo. Tenía que guardarse algo para comprobar la historia del enviado de Barrayar. Pero eso le parecía bien, porque Miles se proponía contar la verdad, casi toda la verdad…

—Ba Lura estaba en la estación de transferencia el día que usted llegó. Salió de la estación por lo menos dos veces. Una vez desde un compartimiento de embarque donde se desactivaron los monitores durante cuarenta minutos, período en el que no hubo nadie controlándolos. El compartimiento y el período coinciden con su llegada, lord Vorkosigan.

—Nuestra primera llegada, quiere usted decir.

—… Sí…

Vorreedi abría unos ojos como platos mientras se le afinaban los labios. Miles lo ignoró, aunque la mirada de Iván cambió de foco con cautela y pasó revista a la cara del comandante.

—¿Desactivados? No. Los habían arrancado de la pared, ghemcoronel. Pero dígame, el encuentro en el compartimiento, ¿fue la primera vez que Ba Lura salió de la estación? ¿O la segunda?

—Segunda —dijo Benin, con una intensa mirada.

—¿Puede probarlo?

—Sí.

—Bien. Tal vez eso sea muy importante. —Ja, Benin no era el único que podía dar vueltas para comprobar la veracidad de la información. Hasta el momento, el ghemcomandante no le había mentido. Miles no sabía la razón, pero no importaba mucho. Vueltas y más vueltas—. Bueno, ésta es nuestra versión…

En tono inexpresivo, con muchos detalles físicos que corroboraban la historia, Miles describió el confuso encuentro con Ba Lura. Sólo silenció el momento en que había visto la mano de Ba Lura en su bolsillo al principio del encuentro. Llevó los hechos hasta el momento de la heroica pelea de Iván y su recuperación del destructor nervioso y en ese punto dejó todo en manos de Iván. Iván lo miró furioso pero retomó el relato en el mismo tono y ofreció una descripción clara y concisa de la retirada de Ba Lura.

Como Vorreedi no llevaba maquillaje facial, Miles vio cómo su expresión se oscurecía lentamente. El hombre ejercía un férreo control sobre sí mismo, así que no se ruborizó ni nada por el estilo, pero Miles hubiera apostado cualquier cosa a que el salto de presión sanguínea del coronel en ese momento habría hecho sonar la alarma de cualquier monitor médico.

—¿Y por qué no me informó en nuestra primera entrevista, lord Vorkosigan? —preguntó Benin de nuevo, después de una larga pausa, como para asimilar los datos.

—Yo podría hacerle a usted la misma pregunta, teniente —intervino Vorreedi en una voz levemente tensa por debajo de una superficie suave y tranquila.

Benin le dirigió una mirada y levantó una ceja. El maquillaje quedó casi en peligro.

Teniente, no milord. Miles captó aquel detalle.

—El piloto del vehivaina redactó un informe para el capitán, quien seguramente lo pasó a su superior. —Es decir, a Illyan; en realidad, si navegaba por canales normales, el informe estaría llegando al escritorio de Illyan en ese mismo instante. Tres días más y aparecería un interrogatorio de emergencia en el escritorio de Vorreedi, seis más para contestar y seguir adelante con la conversación. Así que todo habría terminado antes de que Illyan pudiera mover un dedo—. Sin embargo, con mi autoridad de enviado superior, suprimí el incidente por razones diplomáticas. Nos enviaron con instrucciones específicas: no llamar la atención y comportarnos con la máxima cortesía. Para mi gobierno, esta ocasión solemne es una importante oportunidad para transmitir el mensaje de que nos sentiríamos satisfechos si se estrecharan los lazos entre los dos imperios. No me pareció conveniente empezar la visita con acusaciones de un ataque armado sin motivo perpetrado por un esclavo imperial contra los representantes especiales de Barrayar.

La amenaza era obvia: a pesar del maquillaje, Miles se daba cuenta de que el ghemcoronel la había captado. Y Vorreedi lo estaba pensando.

—¿Puede usted… probar sus palabras, lord Vorkosigan? —preguntó Benin con cautela.

—¿Tenernos todavía el destructor nervioso, Iván? —Miles hizo un gesto hacia su primo.

Iván sacó el arma del bolsillo y la colocó sobre la mesa despacio, con cuidado, tocándola apenas con las yemas de los dedos. Después, volvió a poner las manos sobre las piernas. Evitó la mirada furiosa de Vorreedi. El coronel y Benin alargaron la mano hacia el destructor al mismo tiempo y se detuvieron, con el ceño fruncido y una mirada desafiante.

—Disculpe usted —dijo Vorreedi—. No lo había visto antes.

—¿En serio? —preguntó Benin. El tono implicaba: Qué extraordinario—. Adelante. —La mano cayó a su lado con amabilidad.

Vorreedi levantó el arma y la examinó con cuidado: entre otras cosas, se fijó que el dispositivo de seguridad estaba puesto antes de entregarla con gesto amable a Benin.

—Le devuelvo el arma con sumo gusto, ghemcoronel —siguió diciendo Miles—, a cambio de la información que usted pueda deducir de ella. Si al final resulta proceder del Jardín Celestial, no sería de gran ayuda, pero si Ba Lura la consiguió en su viaje… tal vez eso nos revele mucho. Usted puede investigar algo así mucho más que yo. —Miles hizo una pausa y agregó—: ¿A quién visitó Ba Lura cuando abandonó la estación por primera vez?

Benin levantó la vista, que tenía fija en el destructor nervioso.

—Fue a una nave anclada fuera de la estación.

—¿Podría ser más concreto?

—No.

—Discúlpeme. Me gustaría volver a formular la pregunta. ¿Podría usted ser más concreto si quisiera?

Benin dejó el destructor sobre la mesa y se reclinó; aunque resultara imposible de creer, su expresión de interés y atención se intensificó. Se quedó callado durante un largo instante, mirando a Miles; después contestó:

—No, desgraciadamente, no.

Mierda. Las tres naves de hautgobernadores ancladas fuera de la estación de transferencia eran las de Ilsum Kety, Slyke Giaja y Este Rond. Ése podría haber sido el final de la triangulación, pero Benin no tenía el dato. Todavía.

—Me interesaría particularmente entender la forma en que control de tránsito o lo que se hizo pasar por control de tránsito nos dirigió al compartimiento erróneo… al compartimiento en el que atracamos en primer lugar.

—¿Por qué entró Ba Lura en su vehivaina? ¿Cómo lo explica usted? —preguntó Benin a su vez.

—Fue un encuentro muy confuso, ghemcoronel. No podemos descartar que se tratara de un accidente. Al contrario, si el encuentro fue intencional, no hay duda de que algo les salió muy mal.

Chúpate ésa, decía la cara silenciosa de Iván. Miles lo ignoró.

—De todos modos, ghemcoronel, espero que esto lo ayude a organizar sus investigaciones —siguió diciendo Miles en tono terminante. Seguramente Benin estaba impaciente por correr tras su nueva pista: el destructor nervioso.

Benin no se movió.

—¿Y qué fue lo que realmente discutieron usted y la haut Rian, lord Vorkosigan?

—Si desea usted una respuesta, tendrá que formularle la pregunta a la haut Rian, ghemcoronel. Ella es tan cetagandana como el departamento que usted dirige. —Lástima—. Pero a mi entender, el dolor de la haut Rian por la muerte de Ba Lura es bastante auténtico.

Benin parpadeó una vez.

—No entiendo cómo puede usted juzgar la profundidad de su sufrimiento… ¿La ha visto usted muchas veces?

—Es una deducción… —Y si no terminaba con todo eso en ese mismo instante, metería la pata tan hasta el fondo que iban a necesitar una grúa para sacarla. A Vorreedi tenía que tratarlo con la mayor delicadeza; pero a Benin, no…—. Todo esto es fascinante, ghemcoronel, pero por desgracia esta mañana no dispongo de mucho tiempo. Sin embargo, si llega a descubrir de dónde procede el destructor nervioso y adónde fue Ba Lura, le agradecería profundamente la oportunidad de seguir con esta conversación. —Se sentó, cruzó los brazos y le ofreció una cordial sonrisa.

Lo que debería haber hecho Vorreedi era anunciar en voz bien alta que tenían todo el tiempo del mundo y dejar que Benin se ocupara de todo. Eso habría hecho Miles en su lugar. Pero no cabía duda de que Vorreedi estaba impaciente por hablar con Miles a solas, y en lugar de permitir una conversación más larga, se levantó para señalar el final de la entrevista. Benin, huésped de la embajada en territorio ajeno, accedió con gesto amargo —no era su modo normal de proceder, de eso Miles estaba seguro— y se levantó sin comentarios.

—Tenemos una conversación pendiente, lord Vorkosigan. Esto no se termina aquí. Se lo aseguro —afirmó en tono oscuro.

—Eso espero, señor. Eli,… ¿ha seguido usted mi consejo? ¿Sobre bloqueo de interferencias?

Benin hizo una pausa, con una expresión que de pronto se había vuelto un poco abstracta.

—Sí, sí.

—¿Y cómo le fue?

—Mejor de lo que esperaba.

—Me alegro.

A Miles le pareció que la despedida de Benin, casi un saludo militar, era evidentemente irónica pero no del todo hostil.

Vorreedi escoltó a su invitado hasta la puerta, pero lo entregó al guardia y volvió a la pequeña habitación antes de que Miles e Iván tuvieran tiempo de escapar.

El coronel miró a Miles a los ojos, y éste lamentó que su inmunidad diplomática no incluyera también al oficial de protocolo. ¿Pensaba Vorreedi separarlo de Iván y conseguir la información por su primo? Iván estaba practicando el arte de la invisibilidad, deporte para el que le sobraba habilidad, por cierto.

—En caso de que no se haya dado cuenta, teniente Vorkosigan, yo no soy un hongo —dijo en tono firme y peligroso.

Un hongo: algo que crece en la oscuridad y se alimenta con información podrida, claro. Miles contuvo un suspiro.

—Señor, diríjase a mi comandante. —Es decir, Illyan, quien también era el superior de Vorreedi—. Si él le da vía libre, soy todo suyo. Hasta entonces, lo mejor será seguir adelante como hasta ahora.

—¿Confiando en su instinto? —citó Vorreedi con sequedad.

—Todavía no dispongo de conclusiones que pueda compartir con usted, señor.

—Y su instinto… ¿sugiere alguna conexión entre Ba Lura y lord Yenaro?

Vorreedi también tenía instinto, sí. Sin ese don no habría llegado a ocupar su puesto…

—¿Además del hecho de que los dos tuvieron un encuentro conmigo? No… ninguna sugerencia en la que se pueda… confiar. Estoy buscando pruebas. Cuando las tenga… bueno, habré llegado a alguna parte.

—¿Adónde exactamente?

Creo que si las cosas siguen así, voy a estar metido en el secreto más grande que usted haya imaginado.

—Cuando llegue lo sabré, señor.

—Nosotros dos también tenemos una conversación pendiente, lord Vorkosigan. Puede contar con ella. —Vorreedi le dedicó un gesto seco con la cabeza y salió bruscamente. Sin duda iba a contarle las nuevas complicaciones de su vida al embajador Vorob’yev.

En medio del profundo silencio que se apoderó de la habitación, Miles dijo en voz baja:

—Ha salido bastante bien, teniendo en cuenta las circunstancias.

Iván esbozó una mueca despreciativa.

Subieron en silencio a la habitación de Iván, donde encontraron otro montón de papeles de colores sobre el escritorio. Iván los miró uno por uno. Ignoraba abiertamente a Miles.

—Tengo que ponerme en contacto con Rian —dijo Miles por fin—. No puedo esperar, no es posible. Se nos está acabando el tiempo.

—No quiero seguir mezclado en todo esto —dijo Iván con voz distante.

—Es demasiado tarde para eso, Iván.

—Sí, lo sé. —La mano de Iván hizo una pausa—. Ejem… Eso ha llegado ahora. Y tiene tu nombre también.

—¿Es de lady Benello? Lamento decir que Vorreedi la va a poner fuera de nuestro alcance por lo de Yenaro.

—No. No es Benello. No conozco este nombre.

Miles se lanzó sobre el papel y lo abrió.

—Lady d’Har. Fiesta de jardín. ¿Qué cultivará esta señora en su jardín? ¿Podría ser un nombre con doble sentido? ¿Una referencia al Jardín Celestial? Mmm… Tal vez sea mi contacto. Dios, odio estar a merced de la haut Rian… No puedo dar ni un paso sin que ella me controle. Bueno, de todos modos, acéptalo por si acaso.

—No es mi primera opción para esta tarde —objetó Iván.

—¿He dicho algo sobre opciones? Es una oportunidad, no podemos dejarla escapar. —Y agregó con rapidez—: Además, si sigues dejando tus muestras genéticas por toda la ciudad, tu progenie acabará apareciendo en el próximo concurso genético. Arbustos Iván.

Iván tembló de arriba a abajo.

—¿Tú crees que…? ¿Será por eso…? ¿Podrían hacer eso?

—Claro. Cuando te vayas, pueden recrear las partes de tu cuerpo que les interesen y hacerlas funcionar cuando quieran, en la escala que prefieran… un buen recuerdo. Y tú que pensabas que el árbol de gatitos era obsceno.

—Esto es mucho peor que la obscenidad, más amplio… —afirmó Iván con dignidad injuriada. Se le cortó la voz—. ¿De verdad crees que pueden hacer eso?

—No hay pasión menos ética que la de un artista cetagandano en busca de nuevos materiales —afirmó Miles. Y agregó—. Vamos a la fiesta de jardín. Estoy seguro de que es mi contacto con Rian.

—Fiesta de jardín —aceptó Iván con un suspiro. Se quedó mirando el vacío con los ojos muy abiertos. Tras un instante, comentó en tono indiferente—: Es una lástima que ella no pueda sacar el banco genético de esa nave. Así nuestro enemigo tendría la llave pero no el cofre del tesoro. Y eso sí que lo destruiría…

Miles se sentó lentamente en la silla del escritorio de Iván. Cuando consiguió recuperar el aliento, susurró:

—Iván, eso es… magnífico, genial. ¿Por qué no se me habrá ocurrido a mí?

Iván lo pensó un poco.

—¿Porque no es un final que te permita aparecer como el único héroe a los ojos de la haut Rian?

Intercambiaron miradas agresivas. Por una vez, Miles fue el primero en desviar los ojos.

—Sólo era una pregunta retórica —dijo, tenso. Pero no lo dijo en voz muy alta.