XVIII

El río parecía más ancho que cuando Cross lo había visto por última vez. Cross observaba inquieto a través del medio kilómetro de sus turbulentas aguas la mancha de luz y sombra formadas en la superficie por las luces del palacio. En los records de hierba de la ribera había todavía restos de nieve cuando Cross se desnudó y metió sus pies en el agua fría.

Su mente estaba casi vacía. Entonces se le ocurrió la irónica idea de que un hombre desnudo contra todo el mundo era un triste símbolo de la energía atómica que controlaba. Había tenido muchas armas, y no hizo uso de ellas cuando pudo. Y ahora llevaba aquella sortija en el dedo, con su diminuto generador atómico y su mezquino alcance de setenta centímetros, único producto de sus años de esfuerzo que se había atrevido a llevar consigo a la fortaleza.

Los árboles de la ribera opuesta reflejaban su sombra sobre el río. La oscuridad hacía más siniestro el curso de las rápidas aguas, que lo arrastraron medio kilómetro corriente abajo antes de que enérgicos esfuerzos lo llevasen al amparo de las sombras.

Allí se tendió, repasando mentalmente los pensamientos que le llegaban de los dos artilleros ametralladores ocultos entre los árboles. Llegó cautelosamente a un espeso macizo de arbustos y se vistió. Allí permaneció agazapado como un tigre que espera su presa. Tenía un claro que atravesar, y estaba demasiado lejos para ejercer el control hipnótico. El momento llegó súbitamente. Cubrió los cincuenta metros en el espacio de tres segundos escasos.

Uno de los dos hombres no supo nunca de dónde le había venido el golpe. El otro se volvió violentamente, con el delgado rostro convulsionado bajo un destello de luz, y se asomó a través del follaje. Pero no era cuestión de detenerse, y no pudo eludir el golpe que le alcanzó en plena mandíbula y lo derribó. En quince minutos de hipnotismo sin cristal estaban bajo su control. ¡Quince minutos! ¡Ocho por hora! Sonrió irónicamente. Esto daba al traste toda posibilidad de dominar hipnóticamente a todo el palacio, con sus diez mil hombres o quizá más. Tenía que disponer de hombres-clave.

Volvió a los dos prisioneros a sus sentidos y les dio instrucciones. Cogieron silenciosamente sus ametralladoras y lo siguieron. Conocían el terreno paso a paso. No eran mejores soldados del ejército humano que aquellos guardas del palacio, y en dos horas había doce luchadores adiestrados que se deslizaban como sombras obedeciendo a una silenciosa coordinación que sólo requería alguna ocasional orden hablada.

Tres horas después tenía diecisiete hombres, un coronel, un capitán y tres tenientes. Y delante de él aparecía el largo cordón de exquisita estatuaria, centelleantes fuentes y deslumbradoras luces que le marcaban la meta y el final de la primera operación.

El primer destello de la cercana aurora tiñó el cielo de oriente mientras Cross se ocultaba con su pequeño ejército en las sombras de la vegetación y observaba el medio kilómetro de terreno iluminado que se extendía delante de él. En el lado opuesto había la oscura línea de bosques que ocultaban las fortificaciones.

—Desgraciadamente —susurró el coronel—, no hay la menor probabilidad de engañarlos. La jurisdicción de esta unidad termina aquí. Está prohibido cruzar ninguno de los doce círculos fortificados sin un pase especial, y aun así, de día.

Cross frunció el ceño. Se encontraba delante de precauciones con las cuales no había contado, y vio que aquel rigor era de reciente creación. El ataque slan a aquella región, pese a que nadie daba crédito a los fantásticos rumores campesinos acerca de las naves, ni sospechasen que existían naves del espacio, había producido una tensión y una alarma que podía ser ahora causa de su derrota.

—¡Capitán!

—¡Sí! —dijo el alto oficial, acercándose a él.

—Capitán, eres el que más te pareces a mí. Vas por consiguiente a cambiar tu uniforme por mis ropas, y volveréis a vuestros puestos.

Los observó atentamente mientras se desvanecían en la oscuridad. Ataviado con el uniforme del capitán, salió a la zona de luz. Un metro, dos, tres… Veía la fuente que buscaba, con sus centelleantes chorros de agua. Pero había demasiada luz artificial, demasiadas mentes a su alrededor, una confusión de vibraciones que debían crear una interferencia con la onda mental que estaba buscando, si es que se encontraba todavía allí después de aquellos centenares de años. Si no estaba allí, que Dios lo amparase.

Ocho metros, nueve, diez… y a su mente en tensión llegó un pensamiento, un susurro, la más leve de las vibraciones mentales.

«A cualquier slan que hubiese penetrado hasta aquí. Hay una entrada secreta al palacio. El dibujo de cinco flores de la fuente blanca en su parte norte es un botón de la combinación que acciona por radio una puerta secreta. La combinación…»

Lo había sabido… la máquina de estadística había sabido que el secreto estaba en la fuente, pero nada más. Ahora…

Una voz ronca y amplificada llegó a él desde detrás de los árboles.

—¿Quién diablos eres? ¿Qué quieres? Vuelve a tu puesto de mando, obtén un pase y vuelve por la mañana. ¡Pronto!

Se encontraba ya en la fuente, con sus ágiles dedos en las cinco flores del adorno, el cuerpo medio oculto de los suspicaces ojos de las huestes enemigas. No debía malgastar ni un ápice de energía de su intensa concentración. Ante la singularidad del propósito la combinación cedió, y un segundo pensamiento llegó a él a través de una segunda emisora Porgrave.

«La puerta estará ya abierta. Es un túnel sumamente estrecho que penetra hacia abajo en medio de una profunda oscuridad. La boca está en el centro del grupo ecuestre a veinte metros hacia el norte. Ten valor…»

No era valor lo que le faltaba. Era tiempo. Veinte metros al norte, hacia el palacio, hacia aquellos amenazadores fuertes. Cross se rió en voz baja. El antiguo constructor de la entrada secreta había buscado un complicado lugar para realizar su ingenuo proyecto. Siguió avanzando, pese a que la dura voz saltó nuevamente.

—¡Eh, tú, allí! ¡Detente en el acto o hacemos fuego! ¡Vuelve a tu sitio y considérate arrestado! ¡En seguida!

—¡Tengo un mensaje muy importante que transmitir! —gritó Cross tratando de asemejar su voz a la del capitán dentro de los límites de lo posible—. ¡Urgente!

Y siguió andando. Pero la respuesta no se hizo esperar.

—¡No hay urgencia que justifique una tal infracción de los reglamentos! ¡Regresa inmediatamente a tu puesto! ¡Última advertencia…!

Cross permanecía mirando el diminuto orificio del suelo, y el desfallecimiento se apoderó de él, una aguda claustrofobia, la primera que había experimentado, negra y terrible como el mismo túnel. ¡Meterse en aquella madriguera, con su potencialidad de sofocación, posiblemente para ser enterrado vivo en aquella astuta trampa ideada por los humanos! No había ninguna certidumbre de que no hubiesen descubierto aquel escondrijo como habían encontrado tantos otros refugios de los slan.

Pero la cosa era urgente. Un torrente de sibilantes pulsaciones llegó a él desde detrás de los árboles, susurros que vibraban en su cerebro como suaves contactos físicos. Alguien estaba diciendo:

—Sargento, prueba tu fusil sobre él…

—¿Y el caballo éste de la estatua, capitán? Sería una lástima estropearlo.

—Apunta a las piernas y después a la cabeza.

Y nada más. Apretando los dientes, con el cuerpo rígido y recto, las manos levantadas por encima de la cabeza, saltó al agujero con los pies por delante, como el nadador que se zambulle, y cayó tan perfectamente en el agujero que transcurrieron algunos segundos antes de que sus ropas rozasen la pared vertical.

Los muros eran lisos como el cristal, y había recorrido un considerable trecho en caída libre cuando empezó a apartarse de la vertical. La fuerza de la fricción se hizo más fuerte y, en el espacio de algunos segundos, la rampa fue acercándose a la horizontal. Su vertiginosa velocidad se moderó. Vio un leve resplandor delante de él, y en el acto salió a un corredor de bajo techo tenuemente iluminado. Seguía bajando todavía, pero el camino iba enderezándose rápidamente. Finalmente, el recorrido terminó y se encontró echado de espaldas, en el suelo, con todo lo que veía dándole vueltas.

Una docena de luces giratorias que veía sobre su cabeza fueron reduciendo su círculo y se convirtieron en una sola bombilla que despedía una triste refulgencia; una luz tenue, casi inútil, que brotaba del techo y se perdía antes de llegar al suelo. Cross se puso de pie y vio algo escrito en la pared, lo suficientemente alto como para quedar iluminado por la luz. Se estiró y leyó:

«Estás ahora a tres kilómetros bajo la superficie. El túnel que tienes detrás está bloqueado por compuertas de acero y cemento que has accionado durante tu caída. Necesitarás una hora para llegar al palacio. Está prohibido a los slan entrar en el palacio bajo severas penas. ¡Atención!»

Sintió un escozor en la garganta y, aunque trató de ahogar el estornudo, éste se produjo, seguido de media docena más. Las lágrimas corrieron por sus mejillas. Le pareció que la luz era más tenue ahora que cuando había entrado en el corredor. La larga hilera de luces del techo que se perdían en la distancia no era tan brillante como antes. El polvo las oscurecía.

Cross se agachó en medio de la penumbra y pasó los dedos por el suelo. Una suave y espesa alfombra de polvo lo cubría. Buscó por si encontraba huellas que denotasen que el corredor había sido recientemente utilizado, pero sólo pudo sentir la capa de polvo, de un centímetro por lo menos de espesor, acumulado durante muchos años.

Incontables años habían transcurrido desde que aquella orden con sus amenazas había sido fijada allí, pero ahora el peligro era más real. Los seres humanos sabrían dónde buscar la entrada secreta. Antes de que la descubriesen él tenía, retando toda ley slan, que penetrar en el palacio y llegar hasta Kier Gray.

Aquél era un mundo de tinieblas y silencio, los dedos asfixiadores del polvo había agarrado la garganta de Cross y, curiosa paradoja, lo cosquilleaban en lugar de ahogarlo. Cruzó puertas y corredores y grandes habitaciones majestuosas.

Súbitamente oyó un ruido metálico detrás de él. Dando rápidamente la vuelta, vio una enorme puerta que, saliendo del suelo, creaba detrás de él un sólido y reluciente muro de metal. Permaneció completamente inmóvil y, durante un momento, fue una máquina sensitiva que recibía impresiones. El largo y estrecho corredor terminaba allí mismo, cubierto por la muelle capa de polvo y débilmente iluminado. En medio del silencio ovó otro ruido metálico y vio que las paredes empezaban a moverse con un ligero crujido, avanzando lentamente hacia él, acortando la distancia entre ellas.

Automáticamente, dedujo, porque no había ni el menor indicio de pensamiento tentacular en ninguna parte. Examinó fríamente las posibilidades de aquella trampa, y descubrió que en cada una de las paredes había un hueco. Un hueco de unos dos metros de altura, suficiente para albergar un cuerpo humano cuyo contorno estaba horadado en los huecos.

Cross se estremeció. Dentro de pocos minutos las dos paredes se habrían juntado, y el único espacio que le quedaba eran aquellos dos huecos con forma de cuerpo humano que se juntarían. ¡Bonita trampa!

Cierto que la energía atómica de la sortija podía desintegrar el metal y abrirle un sendero a través de la pared o la puerta, pero su propósito requería que la trampa en que había caído produjese su resultado… hasta cierto punto. Examinó los huecos más detenidamente. Esta vez la sortija lanzó dos furiosos destellos, disolviendo las esposas que esperaban al desgraciado y un espacio suficiente para darle libertad de movimiento.

Cuando los muros estaban a treinta centímetros de distancia, en el suelo de la prisión se abrió una rendija de diez centímetros y por ella cayó la montaña de polvo. Pocos minutos después las dos paredes se juntaron con un ruido metálico.

¡Un momento de silencio! Después, la maquinaria zumbó débilmente, y se produjo un rápido movimiento ascendente que continuó durante algunos minutos, se moderó y finalmente se detuvo. Pero la maquinaria seguía zumbando a su alrededor. Otro minuto, y el cubículo en el cual se encontraba empezó a girar lentamente. Ante su rostro apareció una rendija, que fue ensanchándose hasta formar un agujero rectangular a través del cual pudo ver una habitación.

La maquinaria dejó de zumbar. Reinó de nuevo el silencio, mientras Cross examinaba la habitación. En el centro del reluciente suelo había una mesa y las paredes estaban tapizadas de nogal. Algunas sillas, unos archivos y una biblioteca que iba del suelo al techo completaban lo que podía ver de aquella habitación de aspecto oficinesco.

Sonaron pasos. El hombre que entró, cerrando la puerta tras él, era de una corpulencia magnífica, las sienes grises, algunas arrugas delatoras de la edad en la frente. Pero no había nadie en el mundo incapaz de reconocer aquel rostro delgado, aquellos ojos penetrantes, la rudeza y severidad indeleblemente impresas en las aletas de la nariz y en las mandíbulas. Era un rostro demasiado duro, demasiado decidido para ser agradable, pero había en él una expresión de nobleza. Era un hombre nacido para mandar sobre los hombres. Cross se sintió como disecado, explorado por aquellos ojos penetrantes. Finalmente, su orgullosa boca esbozó una sonrisa de ligera burla.

—¿Así que te has dejado atrapar? —dijo Kier Gray—. No has sido muy inteligente.

Fueron estas palabras las reveladoras. Porque con ellas se produjeron pensamientos superficiales, y estos pensamientos superficiales eran la cortina mental, deliberadamente corrida, de un cerebro tan hermético como el suyo. No se trataba de un slan enemigo, sin tentáculos, sino que se encontraba ante algo portentoso. Kier Gray, conductor de hombres, era un hombre que creía ser…

¡Un verdadero slan!

Esta fue la frase explosiva pronunciada por Cross, y de nuevo la fluidez de su mente se heló, volviendo al apacible pensamiento. Todos aquellos años Kathleen Layton había vivido con Kier Gray sin sospechar la verdad. Carecía desde luego de experiencia con las cortinas mentales, y allí estaba también John Petty, con un tipo similar de cortina para producir la confusión, porque John Petty era humano. ¡Cuán hábilmente había imitado el dictador la forma humana de buscar protección! Cross reaccionó mentalmente y, decidido a llegar a la verdad, dijo:

—¡Así pues… eres un slan!

El rostro de Kier Gray sonrió sardónicamente.

—No sé si la palabra puede aplicarse a un hombre que no tiene tentáculos y no puede leer los pensamientos, pero, sí, soy un slan.

Hizo una pausa, y con mayor fuego en su tono prosiguió:

—Durante centenares de años los que sabemos la verdad hemos estado luchando para evitar que los slan sin tentáculos se apoderasen del mundo de los hombres. ¿Qué más natural que abrirnos camino hacia el control del gobierno humano? ¿No somos acaso los seres más inteligentes en la faz de la Tierra?

Cross asintió. Era verdad, desde luego. Sus propias deducciones se lo habían dicho. Una vez supo que si los verdaderos slan no eran, en realidad, el oculto gobierno de los slan sin tentáculos, era inevitable que gobernasen el mundo de los hombres, pese a la creencia de Kathleen y las imágenes de los rayos X de los slan enemigos mostrando a Kier Gray poseedor de un corazón humano y de otros órganos no-slan. Sin embargo, allí subsistía aún un tremendo misterio. Movió la cabeza, perplejo.

—Sigo sin comprenderlo. Esperaba encontrar a los verdaderos slan gobernando a los falsos… secretamente. Todo se amolda, desde luego, aunque de una forma deforme. Pero… ¿Por qué hacer propaganda anti-slan? ¿Y la nave slan que vino a este palacio hace muchos años? ¿Por qué son perseguidos y muertos como ratas los verdaderos slan? ¿Por qué no llegar a un acuerdo con los slan sin tentáculos?

El jefe se quedó mirándolo pensativamente.

—En algunas ocasiones hemos intentado acabar con la propaganda anti-slan. Una de ellas fue la nave a que acabas de referirte. Por razones especiales me vi obligado a ordenar que se le derribase en los pantanos. Pero a pesar de este aparente fracaso, consiguió su principal objetivo, que era convencer a los slan sin tentáculos, que estaban planeando firmemente un ataque, de que éramos todavía una fuerza con la que había que contar. Fue la palpable fragilidad de la nave de plata lo que convenció a los slan enemigos. Sabían que no podíamos ser el pueblo impotente que creían, y de nuevo vacilaron y estuvieron perdidos. Ha sido siempre una gran desgracia ver el número de verdaderos slan que son muertos en las diferentes partes del globo. Son los descendientes de los slan que diseminados por el mundo después de la Guerra del Desastre, no han establecido nunca contacto con las organizaciones slan. Una vez los slan sin tentáculos aparecieron en escena fue ya, naturalmente, demasiado tarde para hacer nada. Nuestros enemigos estaban en condiciones de crear interferencias en todos los sistemas de comunicación que poseíamos.

»Hicimos cuando pudimos, por supuesto, para ponernos en contacto con estos aventureros. Pero los únicos que realmente salieron adelante fueron los que vinieron a palacio para matarme. Para ellos preparamos una serie de fáciles accesos al palacio. Mis instrumentos me han dicho que has venido por uno de los más difíciles, una de las entradas más antiguas. Muy osado. Podemos utilizar otra, muchacho osado, en nuestra organización.

Cross miraba a Kier Gray fríamente. Evidentemente, éste no sospechaba su identidad, ni sabía cuán próximo estaba el ataque de los slan sin tentáculos. Tardó mucho rato antes de decir:

—Me sorprende que te hayas dejado atrapar por sorpresa de este modo.

La sonrisa de Kier Gray se desvaneció como por encanto. Con voz áspera, dijo:

—Tu observación es muy curiosa. Presumes que eres tú quien me ha atrapado a mí. O eres un imbécil, posibilidad rechazada por tu obvia inteligencia, o bien, pese a tu aparente encarcelamiento, este encarcelamiento no es real. Y no hay más que un hombre en el mundo capaz de aniquilar el duro acero de las esposas de aquel cubículo.

Sorprendentemente, toda la dureza del rostro se había dulcificado, y toda la fuerza se había concentrado ahora en los ojos. Parecía contento, animado. A media voz, susurró:

—¡Hombre, hombre, lo has conseguido! Pese a mi imposibilidad de aportarte la menor ayuda…, ¡la energía atómica en toda su fuerza por fin!

Su voz aumentó de volumen, clara y triunfante:

—John Thomas Cross, te doy la bienvenida a ti y al descubrimiento de tu padre. Ven y siéntate. Espera un instante a que salga de este maldito lugar, podemos hablar en mi despacho privado, donde no hay ser humano que tenga entrada.

Lo asombroso de la situación aumentaba por minutos. Su inmenso significado, el equilibrio mundial de aquellas inmensas fuerzas… Los verdaderos slan con los seres humanos, que desconocían a sus dueños, contra los slan enemigos que, pese a su brillante y vasta organización, no habían sospechado siquiera jamás la clave del misterio.

—Naturalmente —dijo Kier Gray—, tu descubrimiento de que los slan son naturales y no creados por medio de máquinas no es nada nuevo para nosotros. Somos la metamorfosis-después-del-hombre. Las fuerzas de esta metamorfosis estaban en juego mucho tiempo antes de que Samuel Lann realizase la creación perfecta en algunas de sus transformaciones. Hoy vemos retrospectivamente con toda claridad que la naturaleza trabajaba en pro de aquella tremenda tentativa. Los cretinos aumentaban de una forma alarmante; la demencia avanzaba en proporciones extraordinarias. Lo asombroso del caso era la rapidez con la cual la telaraña de las fuerzas biológicas se extendió por la superficie de la Tierra.

»Siempre habíamos expuesto, con excesiva facilidad, que no existía cohesión entre los individuos, que la raza de los hombres no era una unidad con un equivalente inmensamente tenue de corriente sanguínea y nerviosa corriendo de hombre a hombre. Existen, desde luego, otras formas de explicar por qué billones de individuos pueden ser inducidos a obrar de la misma forma, pensar igual, sentir lo mismo, poseer un mismo estímulo dominante, pero los filósofos slan, con el transcurso de los años, han estado analizando la posibilidad de que esta afinidad mental fuese el producto de una extraordinaria afinidad, a la vez física y mental.

»Durante centenares, quizá miles de años, las tensiones han ido en aumento. Y entonces, en un solo y maravilloso cuarto de milenio, se produjeron más de un billón de nacimientos anormales. Fue como un cataclismo que paralizó la voluntad humana. La verdad quedó perdida en una oleada de terror que difundió la guerra por todo el mundo. Todos los intentos de restablecer la verdad fueron ahogados por una increíble histeria de las masas… que dura aún hoy, después de mil años. Sí, he dicho mil años. Sólo nosotros, los verdaderos slan, sabemos que aquel período sin nombre duró quinientos años infernales. Y que los chiquillos slan descubiertos por Samuel Lann nacieron hace cerca de quinientos años.

»Por lo que sabemos, muy pocos de estos nacimientos anormales fueron iguales. La mayoría fueron horribles fracasos, y sólo se producía alguna rara perfección. Incluso éstos se hubieran perdido si Lann no los hubiese reconocido como lo que eran. La naturaleza se basaba en la ley de la proporcionalidad. No existía un plan preconcebido, y lo ocurrido parecía ser simplemente una reacción a las numerosas presiones intolerables que enloquecían a los hombres, porque ni sus mentalidades ni sus cuerpos eran capaces de soportar la moderna civilización. Como estas presiones eran más o menos similares, es comprensible que muchos de los remiendos operados por la naturaleza tengan cierta semejanza entre sí, sin ser semejantes en detalle.

»Un ejemplo de la enorme fuerza de este flujo biológico, y también de la unidad fundamental del hombre —prosiguió Kier Gray—, queda visible en el hecho de que casi todos los nacimientos slan que se produjeron durante los primeros siglos fueron trillizos o, por lo menos, mellizos. Hoy se producen muy pocos partos múltiples. El hijo único es la regla general, la marea se ha retirado. La parte que tomaba la naturaleza en el mundo ha cesado, sólo queda la inteligencia para llevarla adelante. Y aquí fue cuando se presentó la dificultad.

»Durante aquel período sin nombre, los slan eran cazados como bestias salvajes. Es imposible hallar hoy un paralelo de la ferocidad de los seres humanos contra el pueblo a quien consideraban responsable del desastre. Era imposible organizarse efectivamente. Nuestros antepasados lo intentaron todo; lugares subterráneos ocultos, amputación quirúrgica de los tentáculos, sustitución de sus dobles corazones slan, por corazones humanos, empleo de falsa piel sobre los tentáculos. Pero todo resultó inútil.

»La sospecha era más veloz que toda resistencia. Los hombres denunciaban a sus vecinos y los sometían a un reconocimiento médico. La policía operaba “razzias” por la más vaga sospecha. La dificultad mayor eran los nacimientos. Incluso cuando los padres habían conseguido adoptar un disfraz hábil, la llegada del chiquillo era siempre un período de inmenso peligro, y con excesiva frecuencia comportaba la muerte del padre, madre y chiquillo. Gradualmente se veía que la raza no podía sobrevivir. Los diseminados restos de los slan se concentraron finalmente en sus esfuerzos por controlar la transformación. Finalmente, encontraron la manera de dar forma a las grandes moléculas que forman el mismo génesis que resultó ser la materia embrionaria de la vida que controla los “genes”, mientras éstos a su vez controlan la forma de los órganos y del cuerpo.

»Sólo faltaba pasar a la experimentación, que requirió doscientos precarios años. No podían correrse riesgos con la raza, pese a que los individuos arriesgaban su vida y su salud. Finalmente, descubrieron la forma cómo los grupos complejos de moléculas podían controlar la forma de cada órgano para una o varias generaciones. Si se alteraba la forma de este grupo, el órgano afectado se transformaba, para reaparecer nuevamente en una generación posterior. Y así modificaron la estructura básica del slan, conservando lo que era bueno y tenía un valor de supervivencia, eliminando lo que había resultado peligroso. Los “genes” que controlaban los tentáculos fueron alterados, transfiriendo la facultad de leer los pensamientos al cerebro, pero asegurándose de que esta facultad no aparecería durante muchas generaciones.

Cross lo interrumpió con un profundo suspiro.

—¡Un momento! Cuando empecé a ir en busca de los verdaderos slan, la lógica me decía que se habían infiltrado entre los slan enemigos. ¿Tratas acaso de decirme que los slan sin tentáculos podrían eventualmente ser los verdaderos slan?

—En menos de cincuenta años tendrán la facultad de leer los pensamientos —respondió Kier Gray como dando la cosa por descontada—, si bien esta facultad estará durante algún tiempo localizada en el interior de la mente. Paulatinamente, desde luego, aparecerán los tentáculos. No hemos descubierto todavía si podemos o no hacer un cambio permanente.

—¿Pero por qué cesaron de poseer la facultad de leer el pensamiento, particularmente durante aquellos años decisivos? —preguntó Cross.

—Veo que no reconoces todavía las ineludibles realidades de la vida de nuestros antepasados —respondió con fuego Kier Gray—. La facultad de leer los pensamientos fue retirada porque era necesario observar las reacciones psicológicas… porque de la misma manera que el pueblo obraba ignorando que eran verdaderos slan, hubiera obrado sabiéndolo. ¿Qué ocurrió?

»Nosotros, los directivos slan, habíamos alterado tantos de sus órganos distintivos para protegerlos de la devastación de los humanos, que obraban como si no tuviesen interés en ser otra cosa que un pueblo de vida pacífica en los remotos confines del mundo. La verdad hubiera podido levantarlos, pero no a tiempo. Hemos descubierto que los slan son por naturaleza antiguerreros, antiasesinos, antiviolentos. Usamos toda clase de argumentos, pero ninguna lógica consiguió producir nada fuera del sentimiento general de que al cabo de cien años o más comenzarían a pensar en términos de acción.

»Era imposible permitirles permanecer en aquel estado. La existencia humana ha sido como la mecha de una bomba. La vida ardía lentamente durante millones de años, y después el fuego alcanzaba la bomba… que estallaba. La explosión conseguía mantener otra mecha encendida, pero si bien en aquellos tiempos sólo lo sospechábamos, la vieja bomba y su mecha habían terminado. Hoy es una certidumbre que los seres humanos estallarán, que se desvanecerán de la Tierra como resultado de la esterilidad que se ha iniciado ya en vasta escala, si bien no es visible todavía. El Hombre pasará a la historia como el antropopíteco de Java, el hombre bestia de Neanderthal y el primitivo de Cro-Magnon. Indudablemente, la esterilidad que será causa de todo esto será imputada a los slan, y cuando los humanos lo descubran comenzará la segunda gran ola de ferocidad y terrorismo. Sólo la más poderosa organización, extendida a un máximo de aceleración bajo un constante y peligroso empuje, podía ser debidamente preparada.

—Así —dijo Cross lentamente—, arrojaste a los slan sin tentáculos… a los protegidos, con una violencia que los aterrorizó, y después ejerciste sobre ellos una reacción igualmente impetuosa… Has sido desde el principio un acicate a su expansión y un freno a este espíritu implacable artificialmente engendrado. Pero, ¿por qué no les ha dicho la verdad?

—Lo intentamos —respondió el dictador—, pero los que elegimos como confidentes creyeron que era un truco y su lógica los llevó instantáneamente a nuestros refugios. Teníamos que asesinarlos a todos. Hemos tenido que esperar a que recobren su facultad de leer el pensamiento. Y ahora, por lo que acabas de decirme, veo que tenemos que obrar rápidamente. Tus cristales hipnóticos pueden ser desde luego la solución final del problema del antagonismo humano. En cuanto haya un número suficiente de slan con el debido conocimiento, esta dificultad por lo menos podrá ser solventada. En cuanto el inminente ataque…

Tendió la mano hacia el botón de un timbre que había sobre la mesa, lo apretó, produciendo una vibración sorda, y prosiguió:

—Voy a mandar a buscar a alguno de mis colegas. Es necesario que celebremos en seguida una conferencia.

—¿Los slan pueden celebrar impunemente conferencias en el gran palacio? —preguntó Cross.

—Amigo mío —respondió Kier Gray sonriendo—, basamos nuestras operaciones en las limitadas facultades de los seres humanos.

—No lo entiendo muy bien…

—Es muy sencillo. Hace años, eran varios los seres humanos que sabían mucho acerca de las entradas secretas de este palacio. Uno de mis primeros actos, en cuanto me fue posible, fue clasificar estos conocimientos. Después, uno tras otro, trasladé a otras partes del mundo a los hombres que tenían esta información. Allí, aislados en oscuros departamentos gubernamentales, fueron hábilmente asesinados. No requirió mucho tiempo —prosiguió moviendo tristemente la cabeza—, y una vez el secreto quedó a salvo, la vasta extensión de este lugar y las estrictas medidas militares de todo acceso impidieron el redescubrimiento. Raras veces hay menos de cien slan alrededor del palacio. La mayoría tiene tentáculos, si bien algunos sin ellos —descendientes, como yo mismo, de los primitivos voluntarios para los experimentos de supervivencia en la transformación de «genes»— han sabido siempre la verdad y formado parte de la organización. Hubiéramos podido operar a los que tenían tentáculos, desde luego, y darles la facultad de salir con plena seguridad, pero hemos llegado a un punto en que queremos poder disponer de algunos slan con tentáculos, a fin de que los otros puedan ver cómo serán sus descendientes dentro de algunas generaciones. Después de todo, no queremos que el pánico se apodere súbitamente de ellos.

—¿Y Kathleen? —preguntó lentamente Cross.

Gray le dirigió una larga y ponderada mirada y finalmente dijo:

—Kathleen era un experimento. Quería ver si los seres humanos que crecen en contacto con un slan son incapaces de darse cuenta de que es posible una afinidad. Cuando finalmente vi que era imposible conseguirlo decidí trasladarla aquí, a estas habitaciones secretas, donde podría comenzar a obtener el beneficio de su asociación con otros slan y favorecer todo lo que tenía que ser hecho. Resultó ser más osada e ingeniosa de lo que yo había supuesto… pero ya sabes lo de aquella escapada…

La palabra «escapada» era una tenue descripción de la mayor tragedia que Cross había presenciado jamás. Evidentemente, aquel hombre era todavía más indiferente que él ante la muerte. Antes de que pudiese hacer comentario alguno, Kier Gray prosiguió:

—Mi propia esposa, que era una verdadera slan, cayó víctima de la policía secreta de una forma diferente, si bien igualmente triste, salvo que en su caso no estuve presente hasta mucho después… —Se detuvo. Durante un largo momento permaneció contemplándolo con los ojos entornados, y toda su indiferencia había desaparecido—. Y ahora que te he dicho tantas cosas —dijo súbitamente—… ¿cuál es el secreto de tu padre?

—Puedo hablarte de ello con mayor detalle más tarde —dijo Cross con sencillez—. En una palabra, mi padre había rechazado la idea de una masa crítica sobre la cual estaban basadas las primeras bombas. La energía atómica se encuentra fácilmente en esta forma explosiva, en forma de calor y para ciertos empleos médicos e industriales. Pero es casi imposible de controlar para el uso directo. Mi padre la rechazó en parte porque era inútil para los slan en esta forma, y en parte porque tenía su teoría.

»Rechazó también el principio del ciclotrón masivo, pero fue el ciclotrón lo que le dio por lo menos una parte de su gran idea. Envolvió un núcleo de electrones positivos, afilados como un delgado alambre. A este núcleo, pero no directamente a él —una comparación podría ser la forma como un cometa se acerca al Sol formando una órbita alargada—, a este “Sol” dispara sus “cometas” de electrones negativos a la velocidad de la luz.

»El “Sol” barre los cometas que tiene alrededor y los lanza al “espacio”, donde —y aquí la comparación es muy real—, un segundo núcleo positivo que podríamos llamar “Júpiter” atrae los cometas que viajan ya a la velocidad de la luz, y los catapulta más rápidos que la luz completamente fuera de sus órbitas. A esta velocidad, cada electrón se convierte en materia en un estado “negativo”, con un poder destructivo infinitamente desproporcionado con su “talla”. En presencia de esta materia “negativa”, la materia normal pierde su coherencia y vuelve instantáneamente a su primitivo estado. Entonces…

Hizo una pausa, y levantó la vista al abrirse la puerta. Tres hombres con tentáculos dorados en su cabello entraron en la habitación. En el momento de verlos llevaban la cortina mental protectora levantada; pero Cross bajó la suya en el acto. Hubo un intercambio animado de impresiones entre los cuatro hombres; nombres, propósitos, historia pretérita, datos de todas clases necesarios para la plena comprensión de la conferencia… Todo aquello era turbador para Cross, que salvo por un breve contacto con la inexperimentada Kathleen y sus mal desarrolladas relaciones infantiles con sus padres, había tenido que limitarse hasta entonces a imaginar cuán fructuoso podría ser un tal intercambio de ideas.

Estaba tan absorbido en aquella conversación que fue cogido de sorpresa cuando la puerta se abrió nuevamente.

Entró una muchacha joven y alta. Sus ojos echaban llamas, tenía un cuerpo delicado y esbeltamente modelado, y su rostro era de suave y suma belleza. Al verlo, los músculos de Jommy se pusieron rígidos, sus nervios se tendieron, y un escalofrío recorrió todo su cuerpo. Si, a medida que su asombro crecía, pensaba, con una aguda lógica, que hubiera debido darse cuenta de ello por la forma cómo fue reparada la destrozada cabeza de la señora Corliss en el lejano Marte. En aquel momento hubiera debido comprender que Kier Gray era un verdadero slan. Hubiera debido adivinar, conociendo los odios y las envidias que reinaban en palacio, que sólo la muerte, y un secreto regreso de la muerte, podía conservar definitiva y efectivamente a Kathleen a salvo de John Petty.

Se encontraba en este punto de sus reflexiones cuando resonó la voz clara y brillante de Kier Gray, con el vibrante tono del hombre que durante años enteros ha esperado que llegase aquel instante.

—Jommy Cross, quiero presentarte a Kathleen Layton Gray… mi hija.

F I N