XII

Buscó… y triunfó. En la tranquila reclusión de su laboratorio en el rancho de Granny en el valle, los planes y proyectos que su padre había impreso en su mente fueron convirtiéndose lentamente en realidades. Aprendió las cien maneras distintas de controlar la ilimitada energía que conservaba en su sagrado depósito, para el bien de los slan y los seres humanos a la vez.

Descubrió que la efectividad de la invención de su padre era el resultado de dos hechos básicos: que la fuente de energía podía ser tan diminuta como algunos granos de materia, y que el efecto no tenía necesariamente que adoptar la forma de calor. Podía ser convertido en movimiento o vibración, en radiación, y directamente en electricidad.

Comenzó a construir un arsenal. Transformó una montaña cercana al rancho en fortaleza, sabiendo que sería insuficiente contra un ataque de conjunto, pero que de todos modos era algo. Con una ciencia protectora todavía más vasta a su disposición, sus investigaciones adquirieron un carácter más determinado.

Jommy Cross parecía seguir siempre caminos que relucían más allá de lejanos horizontes, o llevaban a extrañas ciudades, todas ellas pobladas de interminables enjambres de seres humanos. El sol salía y se ponía, y volvía a salir y ponerse, y había también melancólicos días de lluvia e incontables noches. Pese a que estaba siempre solo, la soledad no lo afectaba, porque su desbordante alma se nutría de la insaciada ansia y del temiendo drama que cotidianamente se representaba ante sus ojos. Donde quiera que fijase su atención encontraba la organización de los slan sin tentáculos, y semana tras semana aumentaba su preocupación. ¿Dónde estaban los verdaderos slan?

El misterio era un problema sin solución que no lo abandonaba un momento. Seguía sus pasos mientras caminaba lentamente por una calle de su centésima… ¿o era la milésima ciudad?

La noche se cerraba, sembrada de iluminadas ventanas de tiendas y de cien millones de deslumbrantes luces. Se detenía ante un puesto de periódicos y compraba todos los de la ciudad; después regresaba a su coche, aquella nave de guerra especial sobre ruedas de aspecto ordinario que no se apartaba jamás de su vista. El viento fresco de la noche volvía las hojas de los periódicos mientras él recorría rápidamente sus columnas.

El viento refrescó un poco y trajo a su olfato un relente de lluvia. Una ráfaga de viento hizo presa sobre la hoja de papel, la desgarró, la hizo revolotear por el aire y se la llevó calle abajo, jugueteando con ella. Dobló cuidadosamente el periódico para protegerlo de la furia del viento y subió a su coche. Una hora después arrojaba los siete periódicos al cesto de papeles de la acera. Reflexionando profundamente, volvió a subir al coche y se sentó al volante.

La vieja historia de siempre. Dos de los periódicos eran de los slan enemigos. Le era difícil observar la sutil diferencia, la colocación especial de los artículos, la misma forma como eran usadas las palabras, las distintas diferencias entre los periódicos humanos y los dirigidos por los slan. Dos periódicos de siete. Pero aquellos dos eran los de mayor circulación. Era un promedio normal.

Y, una vez más, esto era todo. Seres humanos y slan sin tentáculos. Ningún tercer grupo, ninguna de las diferencias que sabía le indicarían que un periódico era redactado por los verdaderos slan si su teoría era cierta. Sólo quedaba procurarse todas las revistas semanales, pasar la noche como había pasado el día, deambulando por las calles, analizando cada casa, cada cerebro de los transeúntes; y en aquel momento, mientras se dirigía hacia el extremo oriental más lejano de la ciudad, la tormenta se desencadenó sobre ésta como una bestia feroz en medio de la noche oscura. Tras él, la noche y la tempestad se tragaban otra ciudad, otro fracaso.

El agua yacía sombría e inmóvil alrededor de la nave aquel tercer año en que Jommy Cross regresó al túnel. Anduvo hundiéndose en el barro, dirigiendo la devoradora energía de sus instrumentos atómicos sobre el herido casco de metal.

El acero se había fundido alrededor del agujero que su desintegrador había abierto el día en que escapó de los cruceros slan. Durante toda una interminable semana una monstruosa máquina fue mordiendo centímetro a centímetro la superficie de la nave, ejerciendo su espantoso poder sobre la misma estructura de los átomos hasta que los treinta centímetros de espesor de las paredes de la larga y afilada máquina alcanzaron una frágil resistencia.

Necesitó algunas semanas para analizar las placas de antigravedad con sus vibraciones eléctricamente producidas y fabricar un duplicado que, con fina ironía, dejó en el túnel, porque era gracias a ellas que operaban los detectores de los slan enemigos. Era mejor que siguiesen creyendo la nave allá.

Durante tres meses trabajó como un esclavo y entonces, a finales de una fría noche de octubre, la nave retrocedió diez kilómetros por el túnel sobre un lecho inclinado no resistente a la fuerza atómica y se lanzó a una neblina de helada lluvia.

La lluvia se convirtió en ventisca, después en nieve; poco después se encontraba en las nubes, fuera de las mezquindades de la Tierra. Sobre él, el vasto dosel de los cielos relucía con sus millares de estrellas que se inclinaban al paso de su nave. Allí estaba Sirio, la joya más brillante de aquella diadema, y allí estaba Marte, en rojo. Aquel era sólo un corto viaje de exploración, un cauteloso viaje a la Luna, un vuelo de prueba para procurarse aquella indispensable experiencia que su lógica usaría para la larga y peligrosa exploración que cada mes que pasaba de su infructuosa búsqueda hacía ver más inevitable. Algún día tendría que ir a Marte.

Bajo él, la mancha borrosa de un globo envuelto en la noche iba alejándose. En un extremo de esta masa, un resplandor de luz haciéndose más brillante y, súbitamente, su contemplación de la maravilla del sol fue interrumpida por el sonido de un timbre de alarma. Un punto luminoso aparecía y desaparecía de una forma discordante en su placa de visión. Desacelerando a toda velocidad, observó la posición cambiante de la luz. Súbitamente desapareció, y allí, en el extremo límite de su visión, había una nave.

La nave no avanzaba directamente hacia él, aunque iba agrandándose, era ya claramente visible un poco más allá de la sombra de la Tierra, bajo el pleno resplandor del Sol. Era una construcción de trescientos metros de liso y oscuro metal que pasó por su lado a menos de dos kilómetros de distancia, se sumergió en las sombras y desapareció. Al cabo de media hora, el timbre de alarma se paró.

Diez minutos después resonaba de nuevo. Una segunda nave aparecía más lejos, siguiendo un camino en ángulo recto con la trayectoria de la primera. Era una nave mucho más pequeña, tipo destructor, y no seguía un rumbo fijo, sino que andaba como al azar, aquí y allá. Una vez hubo desaparecido, Jommy Cross lanzó su nave adelante, indeciso, casi amedrentado. ¡Una nave de guerra y un destructor! ¿Por qué? Parecía indicar una patrulla. Pero ¿contra quién? Seguramente no contra seres humanos. No sabían tan sólo que existiesen ni los slan sin tentáculos ni sus naves.

Moderó la marcha, se detuvo. No estaba todavía en condiciones de tropezar con una patrulla de naves de guerra bien armadas. Cautelosamente, hizo virar su nave, y a mitad del viraje vio un pequeño objeto negro, como un meteorito, que se dirigía hacia él.

En un instante se apartó. El objeto cambió de dirección hacia él, como un monstruo del espacio. Era una especie de bola redonda, de metal oscuro de algo menos de un metro de diámetro. Jommy trató desesperadamente de apartar la nave de su trayectoria, pero antes de que pudiese conseguirlo se produjo una ensordecedora explosión.

Cayó al suelo. Permaneció aturdido, confuso, pero vivo, casi extrañado de que aquellas paredes hubiesen resistido el golpe casi intolerable. La nave caía con una espantosa aceleración. Haciendo un esfuerzo, se incorporo y consiguió sentarse delante de los controles. ¡Había chocado con una mina! ¡Una mina flotante! ¿Qué aterradoras precauciones había allí? ¿Contra quién?

Dirigió cautelosamente la averiada, casi inutilizada nave, hacia un túnel que, bajo el río que cortaba el rancho de Granny, penetraba en el corazón de un pico montañoso libre del agua que serpenteaba en torno a él. No podía ni aventurar una suposición del tiempo que tendría que permanecer escondido allí. Las paredes exteriores de la nave eran violentamente radiactivas, y por consiguiente ésta estaba temporalmente fuera de uso, aunque no fuese por otra razón. No estaba todavía en condiciones de enfrentarse ni de predominar sobre los slan sin tentáculos.

Dos días después, Jommy estaba apoyado en el marco de la puerta del destartalado rancho de Granny cuando vio acercarse a su más próxima vecina, la señora Lanathan, que subía por el sendero entre los dos huertos. La señora Lanathan era una rolliza rubia cuyo rostro infantil ocultaba un espíritu malicioso, y al llegar fijó sus azules ojos en el presunto nieto de la vieja Granny.

Jommy Cross le abrió la puerta y entró tras ella en la casa. En su mente había toda la ignorancia de aquellos que han vivido toda la vida en las atrasadas regiones rurales donde la educación quedaba reducida a una sombra; reflejo tenue, sin carácter, del cinismo oficial. No sabía exactamente qué era un slan, pero sospechaba que Jommy lo era, y había venido a averiguarlo. La mujer ofrecía un interesante experimento para comprobar su método de hipnotismo por el cristal. Era fascinador ver la forma cómo miraba el pequeño fragmento de cristal que había puesto sobre la mesa, al lado de su silla, y observar cómo hablaba, completamente de acuerdo con su carácter, sin darse cuenta jamás de cuándo había cesado de ser un ser libre para convertirse en un esclavo.

Cuando finalmente se marchó, bajo la pálida luz del crepúsculo, no había sufrido aparentemente cambio alguno. Pero el objeto que la había traído a aquella casa estaba olvidado, porque su mente había adoptado una nueva actitud respecto a los slan. En el futuro —en un posible futuro de la vida de Jommy Cross—, no sentiría ya por los slan ni odio, ni aprobación, por su propia protección en un mundo de gentes que odiaban a los slan.

Al día siguiente, Jommy Cross vio al marido de la señora Lanathan, un gigante de negra barba, en un campo lejano. Una amistosa charla y un nuevo experimento con el fragmento de cristal lo puso también bajo su dominio.

Durante los meses que descansó al lado de Granny, hipnóticamente suavizada ya, consiguió el absoluto control de los centenares de personas que vivían en aquel idílico clima del valle, al pie de aquellas colinas eternamente verdes. Al principio necesitaba los cristales, pero a medida que su conocimiento de la mente humana fue aumentando encontró que, si bien el procedimiento era un poco más lento, podía perfectamente prescindir de aquellos cristales atómicamente desequilibrados.

Calculaba: aun a un ritmo de dos mil hipnotizados al año y sin contar las nuevas generaciones, podía hipnotizar los cuatro billones de personas en dos millones de años. Inversamente, dos millones de slan podían hacerlo en un año, con tal de que poseyesen el secreto de sus cristales.

Necesitaba dos millones de slan, y no podía encontrar ni uno. En alguna parte debía haber un verdadero slan. Y durante los años que tenían que transcurrir antes de que pudiese lógicamente consagrar su inteligencia a la tarea intelectual que representaba encontrar la verdadera organización slan, tenía que buscar a este uno.