X

Jommy Cross tenía la vista fija en la pistola sostenida con mano firme por la muchacha slan. En medio de la impresión sufrida, veía la causa que en él fondo le causaba aquella especie de desfallecimiento; era la forma como la nave avanzaba a velocidades vertiginosas. No había aceleración, era tan sólo aquel incansable avance de kilómetros tras kilómetros de vuelo, sin la menor indicación de si estaban todavía en la atmósfera de la Tierra o en el espacio libre.

Desfallecía. Su mente no sentía el menor terror, pero carecía también de cualquier plan. Toda idea de acción quedó completamente desplazada de su cerebro al darse cuenta de que estaba totalmente dominado. La muchacha había echado mano de sus propios defectos para derrotarlo.

Debía saber que su cortina mental era defectuosa y, con una astucia casi animal, dejó transparentar su patética historia para hacerle creer que jamás, ¡oh, jamás!, tendría el valor de sostener una lucha a muerte. Ahora Jommy veía fácilmente que su valor era a prueba de acero y que no podía esperar competir con ella hasta dentro de muchos años.

Obedeciendo su orden, Jommy se apartó hacia un lado y la vio recoger del suelo las dos armas, primero la suya, después la de él. Pero ni durante un solo instante su mirada se apartó de Jommy, ni su mano mostraba el menor temblor mientras seguía apuntándolo.

Dejó a un lado la pequeña arma que le había servido para engañarlo y volvió a recoger la primera y, abriendo un cajón que había bajo el cuadro de instrumentos, metió la pistola de Jommy en él sin dirigirle siguiera una mirada. La actitud vigilante que conservaba no dejaba a Jommy la menor esperanza de poder dominarla. El hecho de que no lo hubiese matado inmediatamente podía ser atribuido a que quería hablar con él. Pero no podía dejar esta posibilidad al azar.

—¿Te importa que te haga algunas preguntas antes de matarme? —dijo con voz hosca.

—Las preguntas las haré yo —respondió ella fríamente—. No puede tener ninguna finalidad el satisfacer tu curiosidad. ¿Qué edad tienes?

—Quince años.

—Entonces te encuentras en un estadio de desarrollo mental y emotivo en el cual apreciarás incluso algunos minutos de retraso de la muerte —asintió ella—; y como un ser humano adulto, te complacerá, sin duda, saber que mientras contestes a mis preguntas no apretaré el gatillo de esta pistola de energía eléctrica, si bien el resultado final será de todos modos la muerte.

Jommy Cross no perdió el tiempo en reflexionar sobre estas palabras.

—¿Cómo sabrás que te digo la verdad? —respondió.

—La verdad aparece implícita en las mentiras más sagaces —dijo ella con una sonrisa confiada—. Nosotros, los slan sin tentáculos, careciendo de la facultad de leer los pensamientos, nos hemos visto obligados a desarrollar la psicología hasta sus límites más extremos. Pero dejemos esto. ¿Te han ordenado robar esta nave?

—No.

—Entonces, ¿quién eres?

Jommy le hizo un breve relato de su vida y, mientras éste se iba desarrollando, veía que los ojos de la muchacha se entornaban y que la sorpresa fruncía con suavidad su frente.

—¿Tratas acaso de decirme —interrumpió secamente—, que eres el muchacho que vino al Centro del Aire hace seis años?

—Me impresionó mucho encontrar a una gente tan asesina, capaz incluso de dar muerte en el acto a un chiquillo —asintió él.

—¡Así que por fin ha llegado el momento! —exclamó ella echando llamas por los ojos—. Durante seis largos años hemos estado estudiando y analizando si teníamos derecho a dejarte escapar.

—¿De…jar…me es…ca…par?… —balbuceó Jommy.

La muchacha no le hizo caso y prosiguió, como si no lo hubiese oído:

—Y desde entonces hemos estado esperando una nueva acción de las víboras. Estábamos casi seguros de que no nos delataríais porque no podíais desear que nuestra gran invención, las naves del espacio, cayesen en poder de los humanos. La cuestión principal que nos preocupaba era: ¿qué había detrás de aquella primera maniobra de exploración? Ahora, en tu intento de robar una nave-cohete, tengo la respuesta.

Sumido en el silencio, Jommy Cross escuchaba aquel erróneo análisis. El desaliento crecía en él. Un desaliento que no tenía nada que ver con el peligro que corría. Era la increíble locura de aquella guerra slan contra slan, cuya mortalidad rebasaba casi la imaginación. Con su voz vibrante teñida ahora por el triunfo, Joanna Hillory prosiguió:

—Es agradable saber exactamente la verdad de lo que durante tanto tiempo sospechábamos, y la prueba es casi increíble. Hemos explorado la Luna, Marte y Venus. Hemos llegado incluso hasta las lunas de Júpiter, y jamás hemos encontrado una nave del espacio desconocida, ni el menor rastro de una víbora. La conclusión es contundente. Por alguna razón, quizá porque sus reveladores tentáculos los obligan a estar siempre en movimiento, no han creado nunca las pantallas antigravedad que hacen posible la nave-cohete. Cualquiera que sea la razón, la pura lógica tiende a demostrar inexorablemente que carecen de naves del espacio.

—Tú y tu lógica empezáis a fastidiarme —dijo Jommy Cross—. Parece increíble que un slan pueda andar tan equivocado. Supongamos, supongamos sólo por un instante, que lo que te cuento es cierto.

—Desde el principio —exclamó ella con un esbozo de sonrisa en los labios—, había tan sólo dos posibilidades. La primera te la he expuesto ya. La otra, la de que no has tenido nunca contacto con los slan, nos ha preocupado durante muchos años. ¿Comprendes?: si habías sido enviado por los slan, sabían ya que controlábamos las vías aéreas. Pero si eras independiente, poseías un secreto que tarde o temprano, o cuando te pusieses en contacto con los slan, podría ser peligroso para nosotros. En una palabra, tanto si tu versión es cierta, como si no, tenemos que matarte para evitar que en el futuro puedas informarles de nuestros conocimientos, y porque nuestra política es no correr riesgos con las víboras. En cualquier caso, tu muerte es segura.

Sus palabras eran duras, su tono helado. Pero mucho más amenazador que su tono o sus palabras era el hecho de que, para aquella mujer, ni la verdad ni la mentira, ni la justicia o la injusticia, tenían importancia. El mundo de Jommy se tambaleaba ante la idea de que si esta inmoralidad era la justicia slan, éstos no podían ofrecer al mundo nada que pudiese siquiera compararse con la simpatía, la bondad y la gentileza espiritual que tan frecuentemente había visto en los cerebros de los más bajos seres humanos. Si todos los slan adultos eran como ella, no había ya esperanza.

Su mente andaba errante por el espantoso abismo que separaba a los slan, a los seres humanos y a los slan sin tentáculos, y una idea más terrible y sombría aún se apoderó de él. ¿Era acaso posible que todos los grandes sueños y las grandes obras de su padre pudieran perderse en aquel solitario desierto de la nada, destruidos y arruinados por estos dementes fratricidas? Los papeles de la ciencia secreta de su padre que hacía tan poco tiempo había retirado de las catacumbas estaban en su bolsillo, y aquella implacable criatura usaría y abusaría de ellos si no cejaba en su propósito de darle muerte. A pesar de toda lógica, a pesar de la certidumbre de que no podía esperar coger a un slan adulto desprevenido, tenía que conservar la vida a fin de evitar que esto sucediese.

Su mirada se fijó en el rostro de la muchacha, viendo los surcos de preocupación de su frente, una preocupación que en nada aminoraba su vigilancia. Los surcos de la frente se suavizaron mientras decía:

—He estado examinando tu caso. Tengo, desde luego, autoridad para matarte sin consultar al Consejo, pero se presenta el problema de si la situación que expones merece su atención o no, o si sería suficiente redactar un breve informe. No es una cuestión de piedad, de manera que no albergues esperanzas.

Pero él las albergaba. Para hacerle comparecer ante el Consejo se necesitaría tiempo, y el tiempo era para él la vida. Pese a que se daba cuenta de que tenía que hablar con calma, puso cierto fuego al decir:

—Tengo que confesar que mi razón se siente paralizada por esta guerra entre los slan con y sin tentáculos. ¿Es que tu gente no se da cuenta de hasta qué grado mejoraría la posición de todos los slan si quisierais cooperar con las «víboras», como vosotros nos llamáis? ¡Víboras! Esta sola palabra es la prueba de vuestro fracaso intelectual; delata una campaña de propaganda llena de slogans y frases sin valor.

Pese a la llamarada que apareció en los grises ojos de la muchacha, sus palabras fueron despectivas:

—Una pequeña historia puede ilustrarse sobre el asunto de la colaboración slan. Los slan sin tentáculos llevan cerca de cuatrocientos años de existencia. Como los verdaderos slan, son una raza distinta, nacida sin tentáculos, que es lo único que los diferencia de las víboras. Por motivos de seguridad formaron comunidades en remotos distritos donde el peligro de ser descubiertos quedaba reducido al mínimo, dispuestos a establecer amistad con los verdaderos slan contra el enemigo común, el ser humano. ¡Cuál no sería pues su horror al verse atacados y asesinados, su cuidadosamente edificada civilización arrasada por las armas y el fuego, por los verdaderos slan! Hicieron desesperados esfuerzos por establecer contacto, pero todo inútil. Finalmente, comprendieron que sólo podían encontrar una cierta seguridad en las peligrosas ciudades regidas por los humanos. Allí los verdaderos slan, delatados por sus tentáculos no osaban aventurarse.

El tono de mofa había desaparecido de su voz. Sólo quedaba en ella la amargura.

—¡Víboras! ¿Qué otra palabra puede describiros? No os odiamos, pero tenemos una sensación de engaño y de maldad. Nuestra política de destrucción es una mera defensa, pero se ha convertido en una implacable y feroz actitud.

—Pero seguramente vuestros jefes podrían tratar este asunto con ellos.

—¿Tratar este asunto con quién? Durante los últimos trescientos años no hemos podido localizar un solo lugar donde se esconda un verdadero slan. Hemos capturado algunos que nos atacaban, hemos matado algunos otros en plena lucha. Pero no hemos descubierto jamás nada acerca de ellos. Existen, pero con respecto a dónde, cómo y cuáles son sus propósitos, no tenemos la menor idea. No hay un misterio mayor en la faz de la Tierra.

—Si esto es verdad —la interrumpió Jommy Cross con pasión—, por favor, levanta por un momento tu cortina mental para que pueda ver si tus palabras son sinceras. También yo he considerado demente esta lucha desde que descubrí que existían dos clases de slan y que estaban en guerra. Si puedo llegar a la absoluta convicción de que esta locura es unilateral podría…

La voz de la muchacha, seca como un bofetón, cortó su razonamiento.

—¿Qué quieres hacer? ¿Ayudarnos? ¿Tienes acaso la pretensión de que podamos jamás creerte y dejarte marchar libremente? Cuanto más hablas, más peligroso me pareces. Siempre hemos obrado bajo la suposición de que una víbora, a causa de su facultad de leer los pensamientos, es superior a nosotros y, por lo tanto, no debe dársele tiempo de escapar. Tu juventud te ha dado diez minutos de vida, pero ahora que conozco tu historia no veo ya la utilidad de conservártela… Por otra parte, tu caso no me parece digno de ser llevado ante el Consejo. Otra pregunta… y morirás.

Jommy Cross dirigió una mirada de odio a la mujer. No había ya el menor sentimiento amistoso en él, ni la menor relación entre el recuerdo de su madre y ella. Si decía la verdad, eran los slan sin tentáculos los que debían inspirarle simpatía, no los misteriosos y evasivos slan que obraban con tan incomprensible crueldad. Pero simpatizando o no, cada una de sus palabras le demostraba claramente cuán peligroso sería dejar que aquella poderosa arma que el mundo tenía que conocer cayese en manos de aquella raza de odios infernales. Tenía que destruir aquella mujer. ¡Tenía que hacerlo! Rápidamente, dijo:

—Antes de hacerme la última pregunta, considera seriamente la oportunidad sin precedentes que se presenta ante ti. ¿Es posible que dejes que el odio deforme tu razón? Según tú misma has dicho, por primera vez en la historia de los slan sin tentáculos te has encontrado con un verdadero slan que está convencido de que los dos tipos de slan podría cooperar en lugar de aniquilarse.

—¡No seas idiota! —respondió ella—. Todos los slan que hemos capturado estaban dispuestos a prometer lo mismo.

Las palabras resonaban como golpes, y Jommy se sentía alcanzado por ellos, derrotado, sus argumentos hechos añicos. En sus profundos sentimientos se había imaginado siempre a los slan adultos como criaturas nobles, dignas, despreciativas de perseguidores, conscientes de su maravillosa superioridad. Pero… ¿dispuestos a hacer promesas? Trató desesperadamente de restablecer su posición:

—Todo esto no cambia la situación. Puedes comprobar prácticamente lo que te he dicho. El hecho de que mi padre y mi madre fueron muertos. El hecho de haber tenido que huir del antro de la vieja ésta a quien has golpeado y que está en la habitación contigua, después de haber vivido con ella desde chiquillo. Todo te probará que soy quien digo ser: un verdadero slan que no ha tenido jamás relación con la organización secreta. ¿Puedes despreciar tan a la ligera la oportunidad que se te ofrece? Ante todo, tú y tu pueblo debéis ayudarme a encontrar a los slan, después actuaré como oficial de enlace y estableceré contacto en representación vuestra por primera vez en la historia. Dime una cosa, ¿has sabido jamás por qué los verdaderos slan odian a tu pueblo?

—No —dijo ella con perplejidad—. Algunos de los slan que hemos capturado han hecho la ridícula declaración de que no toleran ningún cambio en su raza. Dicen que sólo el perfecto resultado de la máquina de Samuel Lann debe sobrevivir.

—¿Samuel… Lann… máquina? —el hilo de sus ideas parecía casi desgarrar físicamente el cerebro de Jommy Cross—. ¿Quieres decir… crees que es verdad que los verdaderos slan fueron creados por una máquina?

Vio que la muchacha lo estaba mirando, frunciendo intensamente el ceño.

—Empiezo casi a creer en tu historia —dijo lentamente—. Creía que todos los slan sabían que Samuel Lann había utilizado una máquina para operar la transformación en su mujer. Más tarde, durante el período sin nombre que siguió a la guerra de los slan, el uso de la máquina produjo una nueva especie: los slan sin tentáculos. ¿No sabían tus padres nada acerca de esto?

—Esta tenía que ser mi misión —dijo Jommy Cross tristemente—. Hacer las exploraciones, establecer contacto, mientras mi padre y mi madre preparaban el…

Se detuvo, enojado consigo mismo. No era aquel el momento de reconocer que su padre había consagrado su vida a la ciencia y no hubiera querido perder un solo día en una investigación que sabía larga y difícil. La primera mención de la ciencia podía llevar a aquella mujer astuta e inteligente a examinar el arma, que sin duda creía una mera variación de la suya propia. Prosiguió:

—Si estas máquinas existen todavía, la acusación de que los slan hacen monstruos con los chiquillos humanos son verdad…

—He visto algunos de estos monstruos —asintió Joanna Hillory—. Fracasos, desde luego; todos ellos fracasos.

Jommy Cross se sentía terriblemente impresionado. Todo lo que durante tanto tiempo había creído, creído apasionadamente y con orgullo, se derrumbaba como un castillo de naipes. Las horrendas mentiras no eran tales mentiras. Los seres humanos estaban sosteniendo una maquiavélica lucha, casi inconcebible por su inhumanidad. Se dio cuenta de que Joanna Hillory seguía diciendo:

—Tengo que confesar, a pesar de mi convicción de que el Consejo ordenará tu muerte, que los puntos que has suscitado constituyen una situación peculiar. He decidido hacerte comparecer ante ellos.

Jommy necesitó mucho tiempo para compenetrarse con el sentido de las palabras, que produjeron un gran alivio a sus nervios. Era como un peso insoportable que se elevase, se elevase… Finalmente tenía lo que tan desesperadamente deseaba: tiempo, tiempo… Que le diesen tiempo, y el azar podía procurarle un escape… Se fijó en la muchacha, que se acercaba cautelosamente al cuadro de instrumentos. Produjo un leve ruido apretando un botón. Sus palabras llegaron a las alturas donde se habían remontado sus esperanzas y en el acto rodaron por el suelo.

—¡A todos los miembros del Consejo!… ¡Urgente!… Conectar con 7431 para juzgar inmediatamente un caso slan especial…

¡Juzgar inmediatamente! Se reprochó haber tenido esperanzas. Hubiera debido pensar que no tendrían necesidad de hacerlo comparecer físicamente ante el Consejo, cuando su ciencia de la radio suprimía todos los peligros de tal demora. A menos que los miembros del Consejo tuvieran una lógica diferente de la de Joanna Hillory, estaba perdido.

El silencio de espera que siguió fue más aparente que real. Se oía el continuo y palpitante zumbido de los cohetes, el débil silbido del aire contra la cubierta exterior, lo cual quería decir que la nave seguía navegando por la espesa atmósfera de la Tierra. Y había además el insistente chorro de pensamientos de Granny, combinándose todo para turbar el silencio.

La impresión se hizo añicos. ¡Granny! ¡Granny activa, consciente, pensando! Joanna Hillory, al encontrarse al principio con la resistencia de Jommy y deteniéndose para interrogarlo antes de darle muerte, había dado tiempo a Granny de reaccionar del golpe que Joanna le había asestado en la cabeza para hacerle perder temporalmente el conocimiento y poder acercarse silenciosamente a él por detrás. Un golpe mortal hubiera producido una caída que hubiera resonado de una manera diferente a sus sensibles oídos. El desvanecimiento había sido de corta duración. La vieja granuja estaba despierta. Jommy abrió cuanto pudo su facultad de captación de ideas.

—Jommy, nos va a matar a los dos, pero Granny tiene un plan. Haz una señal para decirme que me has oído. Golpea el suelo con el pie. Jommy, Granny tiene un plan para impedir que nos mate.

Una y otra vez llegaba a su mente el insistente mensaje, nunca el mismo, siempre acompañado de extraños pensamientos e incontrolables digresiones. Ningún cerebro humano, tan mal educado como el de Granny, podía emitir una onda coherente de sus ideas. Pero el tema esencial era éste, Granny vivía. Granny se daba cuenta del peligro. Y Granny estaba dispuesta a cooperar hasta un extremo desesperado por evitar el peligro.

Jommy comenzó a golpear distraídamente el suelo con el pie, más fuerte, más fuerte, un poco más levemente…

«Granny oye… —captó. Dejó de golpear. Sus excitados pensamientos prosiguieron—: Granny tiene dos planes. El primero es hacer un fuerte ruido. Esto asustará a la mujer y podrás saltar sobre ella y Granny vendrá a ayudarte. El segundo plan es levantarse del suelo, meterse en la habitación donde estás, y abalanzarse sobre ella en el momento en que pase cerca de la puerta. Quedará sorprendida y puedes aprovechar el momento para saltar y sujetarla. Granny va a pensar: “Uno”, “dos”. Golpea con el pie después del plan que te parece mejor. Reflexiona sobre ellos un momento.»

No tenía necesidad alguna de reflexionar. El plan número uno fue inmediatamente rechazado. No había ruido por fuerte que fuese capaz de alterar los nervios de una slan. Una agresión física, algo concreto, era la única esperanza.

«Uno», dijo Granny mentalmente. Jommy esperó, captando con ironía el ansia de la vieja de ver aceptado su primer plan, disminuyendo así el peligro que correría, con el plan número dos, su precioso pellejo. Pero era una vieja astuta y en el fondo sabía que el plan número uno era poco eficaz. Finalmente, su cerebro pensó, a desgana: «Dos».

Jommy golpeó el suelo con el pie. Simultáneamente se dio cuenta de que Joanna Hillory estaba hablando por radio, transmitiendo el relato de su vida y su ofrecimiento de cooperación; y al terminar emitió su opinión de que debía ser ejecutado.

Jommy pensó que unos minutos antes hubiera estado allí sentado escuchando con ansia las respuestas que iban llegando por el invisible altavoz. Eran voces profundas de hombres, mezcladas con otras más ricas y vibrantes de mujer. Pero ahora apenas seguía el hilo de sus discusiones. Una de las mujeres quería saber su nombre. Jommy veía que no todos estaban de acuerdo. Necesitó un tiempo antes de darse cuenta de que se dirigían a él.

—¿Tu nombre? —dijo la radio.

Joanna Hillory se alejó de la radio, acercándose a la puerta.

—¿Eres sordo? —le gritó—. ¡Quieren saber tu nombre!

—¿El nombre? —repitió Jommy Cross con cierta sorpresa grabada en la mente. Pero nada podía distraerle en aquel momento supremo. Mientras golpeaba con el pie, toda idea desapareció de su cerebro. Sólo se daba cuenta de que Granny estaba de pie al lado de la puerta, y captó las vibraciones que manaban de ella. La tensión de su cuerpo, la preparación para obrar, y después el terror. Esperó anhelante a que llegase el momento, con la parálisis amenazando su agotado cuerpo.

Todas las granujadas que había cometido durante una accidentada carrera acudieron en su ayuda. Entró en la habitación. Con los ojos brillantes, enseñando los dientes, se lanzó sobre la espalda de Joanna Hillory. Sus delgados brazos rodearon los hombros de la muchacha. Las llamas que brotaron del arma que Joanna tenía en los dos alcanzaron inútilmente el suelo. Después, como un animal, se volvió con una fuerza irresistible. Durante un momento desesperado Granny la agarró por los hombros. Era el momento justo necesario. Jommy Cross dio un salto.

También en aquel instante Granny lanzó un agudo grito. Sus garras soltaron su presa, y el desgarbado cuerpo quedó tendido en el suelo.

Jommy Cross no perdió tiempo en querer igualar una fuerza que sabía superior a la suya. En el momento en que Joanna Hillory se volvió como una tigresa hacia él, le asestó un rápido y fuerte golpe en la nuca. Era un golpe peligroso, y requería una perfecta coordinación de músculos y nervios. Hubiera podido perfectamente romperle el cuello, pero su destreza se limitó a dejarla sin sentido. La sostuvo al desplomarse y, mientras la tendía en el suelo, su cerebro trató de captar el de la muchacha, franqueando la destrozada cortina mental, buscando febrilmente. Pero el latir de su inconsciente cerebro era demasiado lento, el caleidoscopio de sus imágenes demasiado borroso.

Empezó a sacudirla suavemente, observando el rápido torbellino de sus ideas, mientras los movimientos físicos de su cuerpo aportaban leves cambios químicos que, a su vez, cambiaban la orientación de las ideas. Pero no había tiempo para pensar en detalles; y mientras las imágenes iban haciéndose más amenazadoras, se apartó rápido de ella y se acercó a la radio. Con Ja voz tan pausada como pudo, dijo:

—Sigo deseando discutir condiciones amistosas. Puedo ser de gran ayuda para los slan sin tentáculos. —No hubo respuesta. Repitió sus palabras con mayor insistencia, y añadió—: Tengo sumo interés en llegar a un acuerdo con una organización tan poderosa como la vuestra. Estoy dispuesto incluso a devolver la nave si me enseñáis lógicamente la forma de escapar sin caer en una trampa.

¡Silencio! Cerró la radio y se volvió hacia Granny, que estaba medio sentada, medio echada en el suelo.

—No hay salida —dijo—. Todo esto, la nave, la muchacha slan, forman parte de una trampa en la cual nada se ha dejado al azar. Hay siete cruceros de cien mil toneladas fuertemente armados que nos están dando caza en estos momentos. Sus instrumentos de captación reaccionan sobre nuestras placas de antigravedad, de manera que ni la oscuridad es una protección. Estamos perdidos.

Las horas de la noche fueron pasando, y con cada una de ellas la situación iban pareciendo más desesperada. De los cuatro entes animados que gravitaban por aquel cielo de un negro azulado sólo Granny estaba echada sobre una silla neumática, sumida en un profundo sueño. Los dos slan y aquella incansable y vibrante nave velaban.

¡Fantástica noche! Por una parte, la idea de que una fuerza destructora podía alcanzarlos a cada instante; por otra… Como fascinado, Jommy Cross fijó la vista en la placa de visión y vio la veloz imagen que pasaba ante sus ojos. Era un mundo de luces que se extendía hasta el infinito, hasta donde alcanzaba la vista: luces y más luces. Manchas oscuras, lagos, charcas, lagunas de luz…, comunidades agrícolas, pueblos y ciudades, y de cuando en cuando colosales metrópolis. Finalmente, sus ojos se apartaron de las placas de visión y se volvió hacia donde estaba Joanna Hillory, manos y pies atados. Sus ojos grises lo miraron interrogadores. Antes de que él pudiese decir nada, la muchacha dijo:

—Y bien, ¿has decidido ya?

—¿Decidido qué?

—Cuándo me vas a matar, desde luego.

Jommy Cross movió negativamente la cabeza, despacio.

—Lo que más me sorprende de tus palabras —dijo pausadamente— es esta actitud mental que considera que uno debe recibir o dar la muerte. No voy a matarte. Voy a soltarte.

—No hay nada sorprendente en mi actitud —respondió ella tras un breve silencio—. Durante cien años los verdaderos slan han matado a los nuestros a primera vista; durante cien años hemos tomado represalias. ¿Qué podía ser más natural?

Jommy Cross se encogió de hombros, impaciente. Había en él demasiada incertidumbre acerca de los verdaderos slan como para permitirse discutirlos ahora, cuando su única idea fija era escapar.

—Mi interés no reside en esta fútil y miserable guerra entre los slan y los seres humanos. Lo importante son las siete naves de guerra que nos persiguen en estos momentos.

—Es sensible que lo hayas descubierto —respondió ella—. Ahora pasarás el tiempo en inútiles preocupaciones, formando planes. Hubiera sido mucho menos cruel para ti haberte considerado a salvo, y después, en el mismo momento en que descubrieses que no lo estabas, morir.

—¡No he muerto todavía! —exclamó Jommy Cross con viva impaciencia—. No me cabe la menor duda de que es mucha presunción por parte de un muchacho esperar, como estoy empezando a hacerlo, que debe haber una manera de salir de esta trampa. Tengo el mayor respeto por la inteligencia de los slan adultos, pero no olvido que tu pueblo ha sufrido ya varias derrotas. ¿Por qué, por ejemplo, si mi destrucción es cierta, esperan estas naves? ¿Qué esperan?

Joanna Hillory sonreía, con su bello y enérgico rostro sereno.

—No esperarás que conteste a tu pregunta, ¿verdad?

—Sí —respondió Jommy sonriendo, pero con cierta indiferencia—. Comprende —añadió—, durante estas últimas horas he envejecido un poco. Hasta la noche pasada era muy inocente, un idealista. Por ejemplo, durante aquellos primeros minutos que estuvimos apuntándonos mutuamente, hubieras podido matarme sin resistencia por mi parte. Para mí, eras un miembro de la raza slan, y todos los slan deben estar unidos. No hubiera podido apretar el gatillo para salvar mi vida. Te has demorado, desde luego, porque querías interrogarme, pero entonces tenías la oportunidad. La situación ha cambiado.

Los perfectos labios de la muchacha adquirieron una expresión pensativa.

—Creo empezar a ver lo que pretendes.

—En realidad es muy sencillo —asintió Jommy sonriendo—. O contestas a mis preguntas, o te golpearé la cabeza y obtendré lo que quiera de tu cerebro inconsciente.

—¿Cómo sabrás que te digo la ver…? —comenzó ella. Pero se calló, abriendo atemorizada sus ojos grises al ver la mirada de Jommy—. ¿Esperas que…?

—¡Sí! —exclamó él, fijando la vista en sus ojos hostiles y relucientes—. Bajarás tu pantalla mental protectora. Desde luego, no espero tener pleno acceso a tu mente. No tengo inconveniente en que controles tus pensamientos formando un círculo alrededor del tema. Pero tu pantalla debe bajar… ¡ahora!

La muchacha permanecía sentada, silenciosa, con un brillo de repugnancia en sus ojos grises. La mirada de Jommy era curiosa.

—Es sorprendente —dijo—. ¡Qué extraños complejos se desarrollan en las mentes que no tienen contacto directo con otras! ¿Es posible que vuestra raza haya construido en vuestro mundo interior otros mundos sagrados y secretos, y que después, como cualquier ser humano sensitivo, os avergoncéis de dejar ver estos mundos a los forasteros? Hay en ello material suficiente para un estudio psicológico que podría revelar la causa básica de esta guerra inter-slan. Sin embargo, dejemos eso. Recuerda —terminó— que he visitado ya tu mente. Recuerda también que, de acuerdo con tu propia lógica, dentro de pocas horas seré abrasado para siempre por las llamas de los proyectores eléctricos.

—Desde luego —dijo ella apresuradamente—, esto es cierto. Tienes que morir, ¿verdad? Bien, contestaré a tus preguntas.

La mente de Joanna Hillory era como un grueso libro que no podía medirse, con infinito número de páginas que analizar, y una estructura increíblemente rica e increíblemente compleja, embellecida por billones de impresiones acumuladas durante los años, por un intelecto de aguda observación. Jommy Cross captó rápidos y tentadores destellos de sus últimas sensaciones. Veía, en una palabra, la imagen de un planeta indeciblemente desolado, de bajas montañas, arenoso, helado, todo helado… ¡Marte! Había imágenes de una bella ciudad encerrada entre cristales, de grandes máquinas funcionando bajo cegadoras baterías de luces. En algún sitio nevaba con una furia inusitada, y en breve fue visible una nave del espacio que relucía como una joya bajo el sol, a través del grueso cristal de una ventana.

La confusión de imágenes fue aclarándose cuando la muchacha empezó a hablar. Hablaba lentamente, y él no hizo ningún intento de darle prisa, pese a su convicción de que cada segundo contaba y de que de un minuto a otro la muerte podía caer sobre aquella indefensa nave. Sus palabras y los pensamientos que las corroboraban eran como otras tantas piedras preciosas maravillosamente talladas, fascinadoras.

Los slan sin tentáculos habían sabido desde que empezó a trepar por la pared que se acercaba un intruso. Interesados principalmente por cuál sería su objetivo, no lo mataron cuando hubieran podido hacerlo sin dificultad. Habían dejado abiertos varios accesos a la nave y él utilizó uno de ellos, pese —y éste era un factor desconocido para él— que los timbres de alarma no habían funcionado.

La razón por la cual las naves perseguidoras vacilaban en destruirlo era que se resistían a utilizar los proyectores eléctricos sobre un continente tan densamente habitado. Si subía a una altura suficiente para que cayese al mar, sería inmediatamente destruido. Por otra parte, si se decidía a girar en torno al continente, su combustible se acabaría en el plazo de unas doce horas y al venir el alba podrían utilizar los proyectores eléctricos con un rápido y mortal efecto.

—Supongo que si aterrizase en la parte baja de una ciudad —dijo Jommy Cross—; podría quizás escapar por entre tantas casas, edificios y gente.

—Si la velocidad de esta nave baja a trescientos kilómetros por hora, será destruida, sin tener en cuenta el riesgo que comporta y el hecho de que esperan todavía salvarme la vida capturado intacta la nave. Ya ves que soy franca contigo.

Jommy parecía silencioso. Estaba convencido, aterrado, de la realidad del peligro. No había la menor inteligencia en aquel plan. Era una mera cuestión de confianza en un gran número de cañones.

—Todo esto —dijo al final, extrañado—, por un pobre slan y una nave. ¡Cuán intenso tiene que ser el temor que impulsa a un tan gran esfuerzo, a tal gasto, por tan poca compensación!

—Tenemos que juzgar a la víbora según nuestras propias leyes —respondió ella fríamente, con el resplandor del fuego en sus ojos grises. Su mente estaba concentrada en el esencial significado de sus palabras—. Los tribunales humanos no ponen en libertad a los culpables porque cueste más el proceso que el importe de lo robado. Aparte de esto, lo que has robado es de tal precio que sería el mayor desastre de nuestra historia que escapases.

—Das por supuesto con excesiva facilidad que los verdaderos slan no están en posesión del secreto de la antigravedad —respondió Jommy con impaciencia—. Mi propósito es analizar durante los próximos años a los verdaderos slan en su lugar de residencia y puedo asegurarte ya que, prácticamente, nada de todo lo que me has dicho será utilizado como prueba. La misma circunstancia de que vivan tan ocultos es una indicación de sus inmensos recursos.

—Nuestra lógica es muy sencilla —intervino Joanna—. No los hemos visto en naves-cohete, por consiguiente es que no las tienen. Ayer mismo, durante aquel ridículo raid sobre el palacio, su nave, aunque muy espectacular, era propulsada por varios motores a chorro, tipo de motor que nosotros desechamos hace ya más de cien años. La lógica, como la ciencia, es la deducción sobre la base de la observación, de modo que…

Jommy Cross frunció el ceño, contrariado. Todo cuanto hacía referencia a los slan era malo. Eran estúpidos y asesinos, habían desencadenado una guerra estúpida, inútil y fratricida, contra los otros slan. Rondaban por el país utilizando dos diabólicas máquinas de transformación sobre las madres humanas, y las monstruosidades que de ello resultaban eran destruidas por las autoridades médicas. ¡Un alocado propósito de destrucción! ¡No tenía sentido, sencillamente!

No se amoldaba al noble carácter de sus padres. No se amoldaba con el genio de su padre ni con el hecho de que él mismo había vivido seis años bajo la influencia de la baja mentalidad de Granny y permanecía inalterado, impoluto. Y finalmente, no se amoldaba al hecho de que él, slan todavía muy joven, había caído en una trampa que ni tan sólo sospechaba y sólo porque uno de los mecanismos de la red interior de la nave no había funcionado, permitiéndole así escapar a la venganza.

¡Su pistola atómica! Un factor evidente era que ni tan sólo la sospechaban. Sería inútil, desde luego, contra las naves de guerra que acechaban tras ellos en la oscuridad. Necesitaría un año o quizá más para construir un proyector con un rayo lo suficientemente potente como para reducir aquellas naves a pavesas. Pero una cosa sí podía hacer: Todo aquello que su fuego destructor pudiera tocar, quedaría desintegrado en sus átomos componentes. ¡Y diablos, con tiempo y un poco de suerte ya tenía la respuesta!

El destello de un reflector apareció en la placa visual. Al mismo tiempo la nave sufrió una fuerte sacudida, como un juguete que acabara de recibir un formidable golpe. Los metales crujieron, las paredes temblaron, las luces parpadearon y entonces, mientras los ruidos de la violencia se iban desvaneciendo, convirtiéndose en amenazadores susurros, dio un salto de las profundidades de la silla donde había estado sentado y agarró el activador del cohete.

La máquina inició inmediatamente una alocada aceleración. Luchando contra la presión de la furiosa zambullida, avanzó y conectó la radio. La batalla había empezado y, si no conseguía persuadirlos de desistir, no se presentaría jamás ante él la oportunidad de poner su único plan en acción. La rica y vibrante voz de Joanna Hillory repitió como un eco el pensamiento que latía en su cerebro:

—¿Qué vas a hacer? ¿Decirles que renuncien a sus planes? ¡No seas tonto! Si finalmente deciden sacrificarme, no vas a creer que tu bienestar les importe en lo más mínimo, ¿no te parece?