Jommy Cross pasaba largos ratos de oscuridad y vacío mental, de los que emergía finalmente una fría luz acerada por la que sus vagos pensamientos tejían una tenue red de realidad. Abrió los ojos, sintiéndose profundamente débil.
Se encontró en una pequeña habitación, contemplando el sucio techo del que se habían desprendidos algunos trozos de estuco. Las paredes eran de un gris sucio, manchado por el tiempo. El cristal de la única ventana estaba rajado y descolorido, y la luz que penetraba por ella caía, pasando por los pies de la cama, en una pequeña jofaina donde quedaba inmóvil, como agotada por el esfuerzo. Las ropas que cubrían la cama eran los harapos de lo que un día fueron unas mantas grises. La paja salía por el extremo del viejo colchón, y todo despedía un olor a moho y a habitación no aireada. Pese a lo agotado que se sentía, Jommy apartó las ropas y saltó de la cama, y en el acto oyó un tétrico ruido de cadenas y sintió un fuerte dolor en el tobillo. Volvió a echarse, aturdido, jadeando por el esfuerzo. ¡Estaba encadenado a aquel repugnante lecho!
Unos fuertes pasos lo despertaron del sopor en que había caído. Abrió los ojos y vio a una mujer alta, con un traje gris informe, de pie en el umbral, mirándolo con unos ojos agudos y muy penetrantes.
—¡Ah, el nuevo huésped de Granny ha salido ya de su fiebre y ahora podremos trabar amistad! —dijo—. ¡Bien! ¡Bien! —se frotaba las manos, produciendo un ruido seco—. Vamos a entendernos muy bien, ¿no es verdad? Pero tienes que ganarte el sustento. Nada de aprovechados con Granny. ¡No, señor! Tendremos una larga conversación acerca de todo esto… Eso es —añadió, mirándolo de soslayo por encima de sus manos juntas—: una larga conversación.
Jommy miró a aquella mujer con una especie de repulsiva fascinación. Cuando su encorvada figura se inclinó sobre los pies de la cama, Jommy encogió el pie todo lo que se lo permitió la cadena, alejándose de ella cuanto pudo. Se le ocurrió pensar que no había visto jamás un rostro que expresase tan exactamente toda la maldad del ser que se ocultaba detrás de aquella máscara de envejecida carne. Cada una de las arrugas de aquel repulsivo rostro tenía su contrapartida en su torturado cerebro. Todo un mundo de vileza moraba entre los confines de aquella astuta mente. Sin duda las sensaciones de Jommy se reflejaron en su rostro, porque la bruja, con un súbito acento de salvajismo, dijo:
—Sí, sí, al ver a Granny ahora nadie diría que en un tiempo fue una hermosa beldad. Jamás sospecharías que los hombres adoraron la blancura de su lindo cutis. Pero no olvides que la vieja bruja te ha salvado la vida. ¡No lo olvides, o Granny puede entregar a la policía tu desagradecido pellejo! ¡Y cuánto les gustaría tenerte en sus manos! Pero Granny quiere tener también lo que ellos quieren, y hace lo que le parece.
¡Granny! ¿Podía acaso prostituirse más vilmente un nombre afectuoso que llamando Granny a aquella vieja bruja? Buscó en su cerebro, tratando de leer en él su verdadero nombre. Pero sólo había una amalgama borrosa de imágenes de una muchacha de teatro, estúpida, pródiga en sus encantos, degradándose hasta caer en el arroyo, envilecida y degenerada por la adversidad. Su identidad estaba perdida en la ciénaga de todo el mal que había hecho y pensado. Había una interminable serie de robos. Hasta el sombrío caleidoscopio de crímenes más repugnantes. Había también un asesinato…
Estremeciéndose, inconcebiblemente cansado ahora de aquel primer estímulo que la presencia de la vieja había despertado en él, Jommy se retiró del abominable ambiente que representaba la mente de Granny. La vieja ruina se inclinaba sobre él, mirándolo con unos ojos como taladros que penetraban en los suyos.
—¿Es verdad —preguntó—, que los slan pueden leer los pensamientos?
—Sí —respondió Jommy—. Por esto veo lo que piensas, pero es inútil.
—En este caso no lees lo que hay en la mente de Granny —dijo la vieja riéndose silenciosamente—. Granny no es tonta. Granny es inteligente y sabe muy bien que no puede obligar a un slan a trabajar para ella. Para que haga lo que ella quiere tiene que ser libre. Siendo slan verá que el sitio más seguro para él hasta que haya crecido es éste. Y bien, ¿no es inteligente Granny?
Jommy suspiró, soñoliento.
—Veo lo que hay en tu mente, pero no puedo hablarte ahora. Cuando nosotros, los slan, nos sentimos enfermos, y no nos ocurre a menudo, sólo podemos hacer una cosa: dormir. Dormir… Despertarme en la forma como me he despertado significa que mi subconsciente me ha despertado advirtiéndome que estaba en peligro. Tenemos muchas protecciones de este género. Pero ahora tengo que volverme a dormir para sentirme bien.
Los fríos ojos negros de la mujer se agrandaron. La codiciosa mente se agazapó, aceptando la derrota en su principal propósito de sacar inmediatamente provecho de su presa. La codicia se convirtió momentáneamente en curiosidad, pero no tenía la menor intención de dejarlo dormir.
—¿Es verdad que los slan convierten en monstruos a los seres humanos?
La furia se apoderó de Jommy. Su cansancio desapareció y se sentó en la cama, presa de rabia.
—¡Es mentira! ¡Es una de estas horribles mentiras que los humanos dicen de nosotros para hacernos pasar por inhumanos, para hacer que todo el mundo nos odie, nos mate…! ¡Es…!
De nuevo se desplomó, extenuado, sintiendo que su furor se desvanecía.
—Mi padre y mi madre eran las personas mejores de este mundo, y fueron terriblemente desgraciados. Se encontraron un día en la calle y leyeron en sus cerebros que los dos eran slan. Hasta entonces habían vivido en la más profunda soledad, sin hacer daño a nadie. Son los seres humanos quienes son criminales. Mi padre no luchó tanto como hubiera podido cuando lo acorralaron para matarlo por la espalda. Hubiera podido luchar. ¡Hubiera debido luchar! Porque poseía el arma más terrible que el mundo puede haber visto jamás…, tan terrible que no la llevaba nunca encima por temor a hacer uso de ella. Yo, cuando tenga quince años, tengo que…
Se detuvo, asustado de su indiscreción. Durante algunos momentos se sintió agotado, tan débil, que su mente se negaba a soportar el paso de sus pensamientos. Sabía que acababa de revelar el gran secreto de la historia slan, y que si aquella inquisitiva bruja lo entregaba a la policía en su actual estado de debilidad física todo estaba perdido.
Lentamente, fue respirando mejor. Vio que la mente de la mujer no había captado el enorme significado de su revelación. Comprendió que no lo había oído en el momento en que mencionó el arma, porque su codiciosa mentalidad estaba demasiado lejos de su principal propósito. Y ahora, como un buitre, se lanzaba de nuevo sobre su presa que sabía exhausta.
—A Granny le gusta saber que Jommy es tan buen muchacho. La pobre y anciana Granny necesita un joven slan que se haga ganar dinero para los dos. No te importará trabajar para la pobre Granny, ¿verdad? Los mendigos no podemos elegir…, ¿comprendes? —añadió con voz endurecida.
Saber que su secreto seguía bien guardado obró en él como una droga. Sus párpados se cerraron.
—No puedo hablar contigo ahora —dijo—. Necesito dormir.
Pero vio que no lo conseguiría. La vieja había comprendido ya los pensamientos que lo agitaban. Habló con voz vibrante, no porque se sintiese interesada, sino para no dejarlo dormir.
—¿Qué es un slan? ¿Cuál es la diferencia? ¿De dónde proceden los slan, ante todo? Fueron hechos… como máquinas, ¿no?
Era curioso ver la oleada de rabia que se despertó en él cuando comprendió cuál era su propósito. Se dio vagamente cuenta de que su debilidad corporal cobraba fuerzas de su mente. Con un acento de odio refrenado, dijo:
—¡Esta es otra de las mentiras que se dicen! Yo nací como cualquier otro ser. Y mis padres lo mismo. Aparte de esto, no sé nada.
—Tus padres debían saberlo —insistió la vieja.
—No —respondió Jommy, moviendo la cabeza y cerrando los ojos—. Mi madre dijo que mi padre estaba siempre demasiado ocupado para hacer averiguaciones. Y ahora déjame, sé lo que quieres y lo que tratas de hacer, pero no es honrado y no lo haré.
—¡Eres estúpido! —chilló la mujer, yendo directamente a su tema—. ¿No es honrado robar a la gente que vive del robo y del engaño? ¿Van Granny y tú a comer mendrugos cuando el mundo es tan rico que las arcas están repletas de oro, el trigo no cabe en los silos, y la miel corre por las calles? ¡Al cuerno con tu honradez! Esto es lo que dice Granny. ¿Cómo puede un slan, perseguido como una rata, hablar de ser honrado?
Jommy permaneció silencioso, no sólo porque el sueño lo dominaba, sino porque él también había tenido pensamientos semejantes. La vieja prosiguió:
—¿Adónde irás? ¿Qué harás? ¿Quieres vivir en la calle? ¿Y el invierno? ¿En qué lugar del mundo puede refugiarse un muchacho slan? Tu pobre, tu querida madre —continuó, suavizando el tono con un intento de compasión— hubiera querido que hicieses lo que te estoy proponiendo. No sentía ningún amor por los seres humanos. He conservado el papel para demostrarte cómo la mataron como un perro cuando trató de escapar. ¿Quieres verlo?
—¡No! —exclamó Jommy; pero su mente revoloteaba.
—¿No quieres hacer cuanto puedas contra un mundo tan cruel? —insistía la dura voz—. ¿Hacerles lamentar lo que hicieron? ¿No tienes miedo…?
Jommy permanecía silencioso. La voz de la vieja se convirtió en un sollozo.
—La vida es demasiado dura para la vieja Granny… demasiado dura. Si no quieres ayudar a Granny tendrá que seguir haciendo otras cosas. Ya las lees en su mente. Pero te prometo no hacerlo nunca más si la ayudas. ¡Piénsalo! No hará nunca más las cosas malas que ha tenido que hacer para vivir en este mundo frío y malvado.
Jommy se sentía derrotado. Lentamente, dijo:
—Eres una miserable mujer asquerosa, y algún día te mataré.
—¡Entonces te quedarás aquí hasta este «algún día»! —exclamó Granny, triunfante. Se retorció los resecados dedos, que parecían escamosas serpientes que se enroscasen—. Y harás lo que Granny te dice, o Granny te entregará a la policía en cuanto… ¡Bienvenido a esta casa, Jommy, bienvenido! Te sentirás mejor cuando despiertes, Granny así lo espera…
—Sí —respondió Jommy débilmente—. Estaré mejor.
Se quedó dormido.
Tres días después, Jommy siguió a la mujer, cruzando la cocina, hasta la puerta trasera. La cocina era una habitación desnuda, y Jommy procuró alejar su mente de la suciedad y el desorden. La vieja tenía razón, pensó. Por horrible que la vida prometiese ser, aquel antro perdido en la suciedad y el olvido era el refugio ideal para un muchacho slan que tenía que esperar por lo menos seis años antes de visitar el oculto lugar de los secretos de su padre, que tenía que crecer antes de poder esperar llevar a cabo las grandes cosas que tenía que realizar.
Sus pensamientos se desvanecieron al abrirse la puerta y ver lo que había detrás de ella. Se detuvo en seco, atónito por el espectáculo que se ofrecía ante sus ojos. Jamás en su vida había esperado ver una cosa como aquella.
Primero había el patio, lleno con toda clase de desperdicios, basura y viejos trozos de metal. Un patio sin hierba ni árboles, sin belleza alguna: una extensión discordante y repulsiva de esterilidad, cerrada por una valla de alambres y maderas rotas. En el extremo opuesto del patio se alzaba una destartalada construcción de la cual llegó a él la visión mental de un caballo, vagamente visible a través de la puerta cerrada.
Pero las miradas de Jommy iban más allá del patio. Sus miradas captaban meramente los desagradables detalles al pasar, pero nada más. Su imaginación, sus ojos, se fijaban ahora en algo que había más allá de la destrozada valla, de la destartalada construcción de planchas de madera. Más allá había árboles y hierba; un bello prado verde que bajaba suavemente hacia un ancho río que relucía melancólico ahora que el Sol no lo tocaba ya con sus ardientes rayos de fuego.
Pero incluso el prado, que formaba parte de un campo de golf, como observó distraídamente, sólo retuvo sus miradas un instante. Una tierra de ensueño se extendía partiendo de la ribera opuesta del río, un verdadero paraíso de vegetación. Debido a algunos árboles que cerraban la vista sólo podía ver una parte de aquel Edén, con sus centelleantes fuentes y sus kilómetros y kilómetros de flores, terrazas y belleza. Pero aquella angosta área visible contenía un blanco sendero.
Una insoportable emoción se apoderó de la garganta de Jommy al ver aquel sendero, que corría formando una línea geométricamente recta delante de sus ojos. Se perdía en la nebulosa distancia, como una brillante cinta que se perdiese en el infinito. Y allí, en el fondo, mucho más allá del horizonte normal, vio el palacio.
Sólo parte de la base de aquel inmenso, de aquel increíble edificio, sobresalía de la línea del cielo. Se elevaba a unos trescientos metros, convirtiéndose en una torre que penetraba oíros ciento cincuenta en el cielo. ¡Una formidable torre! ¡Más de cuatrocientos metros de una joya de encaje que parecía casi frágil, reluciendo con todos los colores del arco iris, una construcción brillante, traslúcida, fantástica, construida en el estilo de los tiempos pasados, no meramente ornamental; en su misma concepción, en su delicada magnificencia, era por sí misma un ornamento!
Allí, en aquella gloria de arquitectónico triunfo, habían creado los slan su obra maestra… sólo para verla caer en manos de los vencedores después de una guerra de desastres.
Era demasiado hermoso. Los pensamientos que evocaba herían sus ojos, su mente. ¡Pensar que había vivido durante nueve años tan cerca de aquella ciudadela y no había visto jamás el glorioso triunfo de su raza! Ahora que tenía la realidad delante de sus ojos le parecía que las razones que tuvo su madre para no mostrársela eran erróneas. «Sería más amargo para ti, Jommy, saber que el palacio de los slan pertenece ahora a Kier Gray y su aborrecida raza. Además, por esta parte de la ciudad se toman precauciones especiales contra nosotros. Ya te darás cuenta bastante pronto.»
Pero no era bastante pronto. La sensación de haber perdido algo le producía un ardor doloroso. Saber la existencia de aquel noble monumento le hubiera dado valor durante los momentos más sombríos. Su madre le había dicho: «Los seres humanos no sabrán nunca todos los secretos de este edificio. Hay en él misterios, corredores y habitaciones olvidadas, maravillas ocultas que ni tan solo los slan conocen ya, salvo de una manera vaga. Kier Gray no se da cuenta de ello, pero todas las armas y máquinas que tan desesperadamente han buscado los humanos están enterradas en aquel edificio.»
Una voz estridente resonó en sus oídos. Jommy apartó a desgana la vista de aquella grandeza y se dio cuenta de que Granny estaba a su lado. Vio que había enganchado el viejo caballo al maltrecho carro de los desperdicios.
—No sueñes ya más despierto y quítate estas extrañas ideas de la cabeza —le ordenó—. El palacio y sus campos no son para los slan. Y ahora métete debajo de esta manta y permanece inmóvil. En el extremo de la calle hay un celoso policía que no conviene que te encuentre aún. Tendremos que darnos prisa.
Los ojos de Jommy dirigieron al palacio una última y prolongada mirada. ¡Así que el palacio no era para los slan! Sintió una extraña emoción. Algún día tendría que ir allá a ver a Kier Gray. Y cuando este día llegase… Su pensamiento se detuvo; temblaba de odio y furor contra el hombre que había asesinado a su padre y a su madre.