Conviene que guardemos a nuestros muertos y su

fuerza, no sea que alguna vez

nuestros enemigos los desentierren y se los lleven

consigo. Y entonces

sin su protección nuestro peligro iba a ser doble. ¿Cómo

podríamos vivir

sin las casas, nuestros muebles, nuestras tierras y,

sobre todo,

sin las tumbas de nuestros antepasados guerreros o

sabios? Recordemos

cómo robaron los espartanos de Tegea los huesos de

Orestes. Convendría

que nuestros enemigos nunca supiesen dónde los

tenemos enterrados.

Quizá será más seguro que los guardemos

dentro de nosotros mismos, si podemos,

o, todavía mejor, que ni siquiera nosotros sepamos dónde

yacen.

Tal como se han puesto las cosas en nuestros tiempos

—quién sabe—,

puede que hasta nosotros mismos los desenterráramos

y los tiráramos algún día.

YANNIS RITSOS

(De Grecidad y otros poemas, Visor, Madrid, 1979)