FINAL

HABÍA TANTA COMIDA que parecía que iba a hundir las mesas. Había pavo y relleno, salsa de arándanos y la recopilación más grande de pasteles que había visto Sam en la vida.

Primero dispusieron las mesas en el extremo sur de la plaza. Pero entonces Albert se percató de que la gente no quería estar lejos de las hileras de tumbas del extremo norte, quería quedarse cerca de ellas. Había que incluir a los muertos en el día de Acción de Gracias.

Comieron con platos de papel y utilizaron tenedores de plástico, sentados en las pocas sillas que había o en la hierba en sí.

Hubo risas.

Hubo gimoteos y también lágrimas, mientras la gente recordaba el pasado día de Acción de Gracias.

Hubo música gracias al equipo de música que había instalado Jack el del ordenador.

Lana se había pasado días enteros curando a todos lo que podía curar. Dahra había permanecido a su lado, organizando, priorizando los peores casos, apoyando y repartiendo pastillas para el dolor entre quienes tenían que esperar. Cookie se había perdido toda la lucha, pero se había convertido en el fiel enfermo de Dahra, empleando su tamaño y su fuerza en levantar a los heridos.

Mary sacó a los peques para el gran festín. Su hermano John y ella prepararon platos para ellos, se los dieron a unos cuantos y les cambiaron los pañales sobre mantas extendidas en la hierba.

Orc se sentó con Howard en una esquina, los dos solos. Orc había luchado contra Drake hasta llegar a un punto muerto. Pero nadie —y mucho menos Orc— se había olvidado de Bette.

La plaza estaba hecha un desastre. El edificio de apartamentos quemado estaba destrozado. Ahora la iglesia solo tenía tres paredes, y el campanario probablemente se desmoronaría si llegaba a haber una tormenta.

Habían quemado a los coyotes muertos. Sus cenizas y huesos llenaban varias bolsas de basura grandes.

Sam lo observaba todo a cierta distancia, haciendo malabarismos con un plato de comida e intentando que no se le cayera el relleno.

—Astrid, dime si estoy loco, pero pienso que si quedan restos de la cena podríamos enviarlos a Coates —señaló Sam—. Ya sabes, como ofrenda de paz.

—No, no estás loco —dijo Astrid, y le pasó el brazo por la cintura.

—Sabes que hace tiempo que tengo un plan…

—¿Qué plan?

—Tú y yo solos en la playa, solo eso…

—¿Solo eso?

—Bueno…

—Dice él, dejando que la elipsis pueda implicar varias cosas…

—Me gusta que la elipsis implique varias cosas… —sonrió Sam.

—¿Me vas a contar lo que sucedió durante el gran puf?

—Sí. Lo haré. Pero igual hoy no. —Indicó con la cabeza en dirección a Pete, que se encorvaba en un plato de comida y se balanceaba adelante y atrás—. Me alegro de que esté bien.

—Sí —dijo Astrid sin más, para luego comentar—: Creo que la herida, el golpe en la cabeza… bah, da igual. Por una vez no hablemos de Petey. Pronuncia tu discurso y luego veamos si sabes siquiera lo que significa «elipsis»…

—¿Mi discurso?

—Todos están esperando…

Y así era. Entonces se percató de que varias miradas expectantes iban dirigidas hacia él, y de que había una sensación en el aire como de que quedaba un tema pendiente.

—¿Tienes alguna cita más que te pueda fusilar?

Astrid reflexionó un instante.

—De acuerdo, aquí tienes una: «Sin maldad hacia nadie, con amor a todos, con fuerza en lo justo, con la ayuda de Dios para ver lo justo, esforcémonos en acabar nuestro trabajo, en cerrar las heridas de la nación…». Del presidente Lincoln.

—Ya, como que va a ser así, como que voy a dar un discurso que suene así…

—Todos siguen asustados —le recordó ella, y se corrigió—. Todos seguimos asustados.

—Y no ha terminado… ya lo sabes.

—Ha terminado por ahora.

—Y tenemos pastel. —Entonces, suspirando, Sam se subió al borde de la fuente—. Mmm… gente.

No le costó mucho captar su atención. Se reunieron en torno a él. Incluso los más pequeños bajaron el tono de sus risitas, al menos un poco.

—Primero de todo, gracias a Albert y a sus ayudantes por esta comida. Un hurra por el auténtico Mac Papi.

Hubo una ronda de aplausos convencidos y alguna risa. Albert saludó, avergonzado, y también frunció un poco el ceño. No parecía convencido del uso del prefijo «Mac» de un modo que no aprobaba el manual de McDonald’s.

—Y tenemos que mencionar a Lana y Dahra, porque, sin ellas, aquí habría muchos menos de nosotros.

El aplauso fue casi reverente.

—Nuestro primer día de Acción de Gracias en la ERA —señaló Sam cuando empezaron a disminuir los aplausos.

—¡Y esperemos que el último! —gritó alguien.

—Sí. Es verdad —concedió Sam—. Pero aquí estamos. Aquí, en este lugar en el que nunca hemos querido estar. Y tenemos miedo. No voy a mentiros y deciros que, a partir de ahora, todo será fácil. No lo será. Será duro. Y nos asustaremos más, supongo. Y estaremos tristes. Y solos. Han pasado algunas cosas horribles. Algunas cosas horribles… —Se perdió durante un instante, pero volvió a encauzarse—. Pero aun así, estamos agradecidos, y damos gracias a Dios, si creéis en Él, al destino, o a nosotros mismos, por estar aquí.

—¡A ti, Sam! —gritó alguien.

—No, no, no. No. Damos las gracias a los diecinueve niños que están enterrados aquí mismo. —Señaló hacia las seis hileras de tres tumbas, más la que empezaba una séptima fila. Las tumbas de madera cuidadas, pintadas a mano, llevaban los nombres de Bette y demasiados más—. Y damos las gracias a los héroes que están por aquí ahora mismo comiendo pavo. Hay demasiados nombres para mencionarlos, y a todos les daría corte, de todos modos, pero todos los conocemos.

Hubo una oleada de aplausos fuertes, prolongados, y muchos rostros se volvieron hacia Edilio, Dekka, Taylor y Brianna, y algunos hacia Quinn.

—Todos esperamos que esto terminará. Todos esperamos que pronto podamos volver al mundo donde están las personas que amamos. Pero ahora mismo estamos aquí. Estamos en la ERA. Y lo que vamos a hacer es trabajar juntos, y cuidar los unos de los otros, y ayudarnos entre nosotros.

Los presentes asintieron, algunos incluso chocaron los cinco.

—La mayoría de nosotros somos de Perdido Beach. Algunos son de Coates. Algunos de nosotros somos… bueno, un poco raros. —Se oyeron algunas risitas ahogadas—. Y algunos no. Pero ahora estamos todos juntos, estamos todos juntos en esto. Vamos a sobrevivir. Si este es nuestro mundo ahora… quiero decir, este es nuestro mundo ahora. Es nuestro mundo. Así que hagamos que sea bueno.

Y se bajó de la fuente en silencio.

Entonces alguien empezó a aplaudir rítmicamente y a decir:

—Sam, Sam, Sam…

Otros se le sumaron, y enseguida todas las personas de la plaza, incluidos algunos de los peques, corearon su nombre.

Quinn estaba allí, y también Edilio y Lana.

—¿Me haces un favor? ¿Puedes echar un ojo a Pete? —pidió Sam a Quinn.

—No hay problema, tío.

—¿Adónde va? —preguntó Edilio.

—Nos vamos a la playa.

Sam cogió a Astrid de la mano.

—¿Quieres que vayamos? —le preguntó Edilio.

Lana le pasó el brazo y le dijo:

—No, Edilio; no quieren.

El chico caminaba rígido, mostrando la herida medio curada en el costado. El coyote caminaba justo delante, indicando el camino a través del desierto. El sol se ponía al oeste. Proyectaba sombras alargadas de las rocas grandes y la maleza dibujaba el rostro de la montaña de un naranja inquietante.

—¿Cuánto falta? —preguntó Caine.

—Pronto —señaló el líder de la manada—. Oscuridad está cerca.