03 HORAS, 15 MINUTOS
LAS HORAS DEL día transcurrieron en silencio.
Sam sabía que no tardaría en empezar.
Y en muy pocas horas habría terminado.
El chico tenía a varias personas vigilando las afueras de la ciudad, pero por lo demás recomendaba a la gente que durmiera, comiera, que intentara relajarse. Caine llegaría por la noche. Sam estaba seguro de ello.
Había intentado seguir su propio consejo, pero le resultaba imposible dormir.
Se estaba cambiando de ropa y pensando que tendría que comer algo aunque le doliera el estómago cuando Taylor se presentó de repente en el parque de bomberos. Sam iba en boxers.
—Vienen hacia aquí —comentó Taylor sin más preámbulos—. Oye, buenos abdominales…
—Cuéntamelo.
—Bajan seis coches por la carretera procedentes de Coates. Llegarán a Ralph’s en un minuto. Se mueven despacio.
—¿Has visto alguna cara conocida? ¿A Caine o a Drake?
—No.
Sam entró en la habitación de las literas, meneó la cama de Edilio, dio unos golpes en la de Quinn, y gritó:
—¡Chicos, levantaos!
—¿Qué? —Quinn estaba adormilado y confuso—. Pensaba que teníamos que dormir.
—Y ya has dormido. Taylor dice que se han puesto en marcha.
—Ya estoy.
Edilio se levantó de la cama totalmente vestido, y desenganchó una siniestra pistola automática de los barrotes de la cama.
Sam se embutió los tejanos y se puso a buscar los zapatos.
—Rebota hasta allí y mira a ver si han entrado en Ralph’s o se han dividido en grupos —pidió Sam a Taylor.
—No te quites la ropa —le advirtió Taylor—. Podría volver enseguida.
—Cuando vuelvas, ve a la plaza. Voy directamente hasta allí.
Y así Taylor se desvaneció.
—¿Listo? —pidió Sam a Edilio.
—No, ¿y tú?
Sam negó con la cabeza.
—En cualquier caso, hagamos que funcione.
Quinn se bajó de su litera.
—¿Es la hora?
—Sí. Es de noche. Como nos habíamos imaginado. Sabes dónde vas, ¿no?
—¿Directo al infierno? —murmuró Quinn.
Sam y Edilio se deslizaron por el poste hasta aterrizar en el garaje. El walkie-talkie en el cinturón de Sam crujió con estridencia. Era la voz de Astrid, tensa e interrumpida por el ruido de electricidad estática.
—Sam. Los estoy viendo.
Sam bajó un poco el volumen y pulsó el botón.
—Taylor acaba de contármelo. ¿Pete y tú estáis bien?
—Estoy bien. Veo seis coches. Han pasado de largo de Ralph’s. Creo que van a girar hacia la escuela.
—¿Por qué en esa dirección?
—Pues no lo sé.
Sam se mordió el labio y reflexionó.
—Mantente escondida, Astrid…
—Sam… —empezó ella.
—Lo sé… yo también…
Sam se puso a caminar rápido, sin correr. Si se hubiera echado a correr parecería que le había entrado el pánico.
—Pensé que vendrían de la misma manera que la primera vez —comentó a Edilio—. Es el camino más directo hasta el centro de la ciudad.
—Yo pensé que igual se apoderaban de Ralph’s y hacían que los persiguiéramos…
—No lo pillo —reconoció Sam.
Llegaron al centro de la plaza y Edilio se adelantó hasta el ayuntamiento para comprobar el estado de sus tropas.
Taylor se apareció a menos de cuatro metros de distancia, mirando en la dirección equivocada.
—Taylor… aquí…
—Ah… van hacia la escuela. Y Caine está con ellos. Caine y Diana. No he visto a Drake. Igual está muerto. —Hizo este último comentario con entusiasmo inequívoco. Y entonces, por si Sam no la había entendido, añadió—: Espero que esté muerto, ese maldito…
—¿Te han visto?
—No. Y además no me pueden tocar. Se me da demasiado bien. Podría rebotar hasta la escuela, ver qué hacen.
—No te pongas chula —le advirtió Sam señalándola con el dedo—. No quiero perderte. Mantén cierta distancia. Ve.
Taylor le guiñó el ojo y se esfumó.
—Están saliendo de los coches, entrando en la escuela —comentó Astrid por el walkie-talkie.
Sam miró hacia el campanario, tan cerca que podría gritarle, pero Astrid miraba fijamente la escuela, no a él. Sam vio a Quinn corriendo con su ametralladora colgada del hombro.
—¡Buena suerte, tío! —le deseó Sam.
Quinn se detuvo de golpe.
—Gracias. Mira, Sam, yo…
—Ahora no tenemos tiempo… —dijo Sam, de forma firme pero delicada.
El chico se quedó solo de pie en la plaza, con la pierna apoyada en el borde de la fuente. La escuela. ¿Por qué? ¿Y por qué venir de día, por qué no esperar a que cayera la noche?
Albert se acercó correteando desde el McDonald’s y le entregó una bolsa:
—Unos nuggets, colega. Por si te entra hambre.
—Gracias, tío.
—Confiamos en ti, Sam —añadió Albert, y se marchó.
Sam mordisqueó un nugget y trató de pensar. Lo de la escuela era inesperado. ¿Y si se trataba de una oportunidad? Con Caine fuera del coche, a pie, en un edificio que Sam conocía mucho mejor que él…
Sam pulsó el botón del walkie-talkie.
—¿Hay alguna señal de que se estén marchando de la escuela?
—No. Han puesto a un tío fuera de guardia. Creo que es Panda. Te confirmo que no veo a Drake.
Quizá podría acabar con todo aquello. En aquel mismo momento, en un mano a mano con Caine. Así no tendría que implicar a ninguno de aquellos chicos. Nadie tendría que apretar el gatillo.
Dekka corrió en dirección a él.
—Sam, lo siento, no te encontraba.
O puede que lo lograran ellos dos solos, Sam y Dekka. Así tendría el doble de posibilidades. Y sería lo correcto: uno de Perdido Beach y otro de Coates, uno al lado del otro.
—Caine está en la escuela —le informó Sam—. Estoy pensando que igual deberíamos abordarlos allí.
—¿Y Drake está? —preguntó Dekka.
—Nadie lo ha visto. Puede que… puede que no aparezca.
—Bien —dijo Dekka sin rodeos.
—No hemos tenido mucho tiempo para conocernos —señaló Sam—. Y ahora, en fin, yo no tengo mucho tiempo y punto, pero ¿cuánto puedes controlar tu poder?
Dekka exhaló y pensó en lo que le había preguntado. Se miró las manos como si ellas fueran a darle la respuesta.
—Tengo que estar muy cerca. Puedo sacudir una pared bastante bien, o lanzar a alguien por los aires, pero solo si estoy a pocos metros.
—¿Sí?
—Estoy lista —afirmó.
Taylor apareció otra vez.
—Están todos dentro de la escuela. Tienen un guardia, por lo que veo. Y seguro que Drake no está.
—De acuerdo. Haremos lo siguiente —propuso Sam—. Dekka y yo vamos a buscarlos. Taylor, necesito que vayas a contárselo a Edilio. Luego necesito que subas hasta el campanario, donde está Astrid. Si Dekka y yo nos metemos en líos, podemos necesitar una distracción.
—Tío, yo no subo, yo hago pop. Ya me pongo… —y Taylor desapareció.
—Supongo que algún día me acostumbraré a que haga eso… —murmuró Sam.
El chico respiró hondo, temblando. Era su primera gran decisión táctica de la batalla que se avecinaba. Y esperaba que no fuera una equivocación.
Jack mantuvo el monovolumen escondido bajo unos árboles durante todo el día. Durmió a ratos, aplastado en el asiento del conductor, con todas las puertas cerradas, demasiado asustado para echarse más cómodamente atrás.
A Jack no le importaba cuánta prisa tuviera Diana porque se encontrara con Sam, no quería morir por ella.
Hasta que el sol no se puso no se atrevió a girar la llave y a salir deslizándose de su escondrijo sombreado.
Recorrió carreteras de tierra sin señalizar, con las luces apagadas, desplazándose a paso de tortuga. Dobló esquinas ciegas, subiendo, bajando, a la izquierda, a la derecha. El monovolumen tenía una brújula incrustada en el espejo retrovisor, pero las indicaciones nunca parecían tener sentido. Indicaba sur y al momento siguiente este, incluso aunque no hubiera girado.
Le resultaba imposible saber dónde iba. Podría conducir con las luces encendidas y ver la carretera, pero entonces los demás también lo verían. Así que conducía en la oscuridad un poco más rápido que si fuera a pie. E incluso con esa lentitud, el vehículo rebotaba y daba tantos bandazos que a Jack le parecía como si le hubieran dado una paliza.
Tenía más claro que nunca que tenía que llegar hasta Sam. Caine nunca le perdonaría su traición. Solo podría salvarse con Sam. Pero solo si Sam sobrevivía al puf. Si Sam desaparecía, Caine ganaría y la ERA se convertiría en un lugar demasiado pequeño para esconderse de Caine y Drake.
Jack comprobó el reloj del salpicadero. Se sabía el día y la hora en que Sam haría puf. Y quedaban poco más de dos horas.
Se alzó la luna y la carretera se volvió recta, así que pudo avanzar un poco más rápido, ansioso por llegar a un lugar seguro. Un conejo pasó disparado por delante de él. Jack giró el volante y no le dio, pero se salió de la carretera y rebotó en un campo.
Tiró del volante con fuerza y viró bruscamente hacia la carretera al mismo tiempo que una camioneta pasó a toda velocidad procedente de la otra dirección.
Jack maldijo y se volvió para mirar. Las luces de freno se iluminaron y la camioneta paró en seco con un chirrido.
Jack le dio a la llave y su vehículo avanzó, pero la camioneta estaba dando la vuelta y se acercaba rápidamente.
En la oscuridad resultaba imposible ver quién la conducía, pero en la mente de Jack solo podía ser una persona: Drake.
Jack se echó a llorar mientras apretaba el acelerador. La aguja del depósito indicaba que estaba casi vacío. Pero la camioneta continuaba acercándose.
El único modo de escapar sería metiéndose en el campo donde puede que la camioneta no pudiera seguirlo. Jack aminoró un poco y giró hacia el campo en barbecho. La tierra estaba arada, blanda, y el monovolumen rebotaba como un loco a través de los surcos.
Pero la camioneta mantenía la misma velocidad.
En el campo que quedaba delante de Jack unas luces potentes se encendieron de golpe. Un tractor avanzaba a una velocidad sorprendente para barrarle el paso. Detrás del tractor, muy rezagada de la carretera, había una granja oscura y ruinosa.
Jack se estaba poniendo malo. Lo habían atrapado. De algún modo, por imposible que pareciera, lo tenían atrapado.
Jack no vio el lecho seco del arroyo. El vehículo recorrió varios metros por los aires, y Jack sintió la extraña sensación de no pesar nada hasta que cayó en la otra orilla y se detuvo bruscamente. Se oyó un estruendo, se abrió el airbag, Jack notó un horrible aplastamiento y cayó de espaldas en la tierra. No estaba herido pero sí demasiado perplejo para moverse.
Las luces del monovolumen iluminaban el campo donde yacía. Había dos chicos, chico y chica, recortados por la luz. No eran Drake Merwin.
Jack se atrevió a respirar, pero no se atrevió a levantarse.
—Te hemos visto conduciendo por aquí con las luces apagadas —le acusó la chica.
Jack se preguntó cómo podía haberlo visto en una noche oscura como boca de lobo. No preguntó, pero ella respondió de todos modos.
—Aunque tengas las delanteras quitadas, las de freno siguen encendidas. Supongo que no habías pensado en eso.
—No tengo mucha experiencia conduciendo.
—¿Quién eres? —preguntó el chico, que debía de ser de la edad de Jack.
—¿Yo? Soy… Jack. La gente me llama Jack el del ordenador.
La chica llevaba una escopeta en la mano, y apuntaba el cañón a la cara de Jack.
—No me dispares —suplicó el chico.
—Estás en nuestra tierra, y nosotros protegemos nuestra tierra —afirmó la chica—. ¿Por qué no habríamos de dispararte?
—Tengo que… si no… Escuchad, si no llego a Perdido Beach, pasará algo horrible.
La chica exhibía una extraña combinación de coletas y una expresión dura, endurecida aún más por la cruda luz blanca procedente del monovolumen. No parecía impresionada. Debía de tener once o doce años, y Jack se dio cuenta de que el chico y ella se parecían tanto que debía de ser su hermano.
—No parece peligroso —comentó el chico, y preguntó al accidentado—. ¿Por qué te llaman Jack el del ordenador?
—Porque sé mucho sobre ordenadores.
El otro chico pensó un poco y acabó diciendo.
—¿Puedes arreglar una Wii?
Jack asintió bruscamente, y la tierra se le metió en el pelo.
—Podría intentarlo. Pero de verdad, de verdad, tengo que llegar a Perdido Beach. Es muy importante.
—Mi Wii es muy importante para mí. Así que arréglame la Wii, y no dejaré que Emily te dispare. Supongo que el hecho de que no te disparen es tan importante como llegar a Perdido Beach, ¿no?
—Hola, Mary —saludó Quinn. Se encontraron en la puerta de la guardería—. Voy arriba.
Mary cerró la puerta rápidamente detrás de ella.
—No quiero que los niños vean las armas —señaló mientras miraba fijamente la de Quinn.
—Mary, tampoco yo quiero verlas…
—¿Tienes miedo?
—Me meo de miedo…
—Yo también… —Tocó a Quinn en el brazo—. Que Dios te bendiga.
—Sí. Esperemos, ¿no?
Quería quedarse y hablar con ella. Cualquier cosa para evitar subirse al tejado con una ametralladora. Pero Mary tenía cosas que hacer, y Quinn también. Le avergonzaba darse cuenta de que ansiaba entrar en aquella habitación de la guardería y quedarse ahí escondido sin más con Mary.
Atravesó la guardería hasta el callejón de la parte de atrás, se colgó la ametralladora con cuidado y trepó por la escalera de aluminio desvencijada.
La guardería y la ferretería compartían el tejado. Era plano, de grava y alquitrán, y solo lo adornaban varias tuberías verticales y dos unidades antiguas de aire acondicionado. Estaba rodeado por un parapeto, una pared de menos de un metro rematada con baldosas coloniales rotas.
Quinn se colocó en la esquina que daba a la iglesia y el ayuntamiento, y vio como Sam y Dekka se marchaban.
—No la cagues hoy —se dijo—. No la cagues.
La escalera vibró, y un borrón apareció en el tejado. Quinn agarró su arma. El borrón se convirtió en la figura de Brianna.
—Tienes que dejar de hacer eso, Brianna —la riñó Quinn.
Brianna sonrió y lo corrigió:
—Soy Brisa. Me llamo Brisa.
—Estás demasiado metida en el papel —gruñó Quinn—. ¿Cuántos años tienes? ¿Diez?
—Once. Cumpliré doce dentro de un mes. —Brianna se sacó un martillo de orejas del cinturón y lo blandió—. Caine y Drake me mataron de hambre con un bloque de hormigón en cada mano. No era demasiado joven para que Caine y Drake estuvieran a punto de acabar conmigo.
—Ya… —Quinn deseaba que se marchara y lo dejara en paz, pero estaba encargada de desplazarse entre Quinn, Edilio, Sam y cualquier otro, llevando mensajes—. Entonces ¿cuánta velocidad puedes coger Brianna?
—No lo sé. Puedo ir tan rápido que la gente casi no me ve.
—¿Y no te cansa?
—No mucho. Pero me destroza los zapatos. —Levantó un pie para mostrarle la suela desgastada de una de sus zapatillas—. Y tengo que llevar coletas o se me enreda el pelo y me escuece en los ojos —y meneó las trenzas al decirlo.
—Debe de ser raro. Tener poderes.
—¿Tú no tienes ninguno?
Quinn meneó la cabeza.
—No. Ninguno. Soy solo… yo.
—Conoces a Sam muy bien, ¿verdad?
Quinn asintió. Los chicos de Coates se lo preguntaban constantemente.
—¿Y crees que ganará? —preguntó la chica.
—Esperemos que sí, ¿no?
Brianna se miró las manos, las manos que habían estado aprisionadas en el cemento.
—Por eso no importa que tenga solo once años: tenemos que ganar.
Sam se esforzaba por reprimir la sensación fatalista que se iba apoderando de él mientras caminaban con Dekka hacia la escuela. No temía salir herido; a fin de cuentas, esperaba hacer puf al final del día, y luego… bueno, pues no lo sabía…
Tenía miedo al fracaso. Fuera lo que fuera lo que le sucediera, tenía que pensar en Astrid. Y en Pete, porque Astrid quedaría destrozada si le pasara algo a Pete. Y tampoco tenía que olvidar el hecho de que puede que Pete fuera el único que podría acabar con la ERA.
Tenía que vencer a Caine por ella. Por todos ellos, por todos los chicos. Y eso le pesaba como si cargara con un elefante en la espalda.
Tenía que ganar. Tenía que asegurarse de que Astrid se salvara. Entonces podría desaparecer si era necesario.
Pero cuanto más se acercaba, más dudaba de la decisión que había tomado. Se estaba desviando del plan, lo que significaba que nadie sabía realmente qué papel debía desempeñar. Que Caine hubiera ido a la escuela lo había desmontado todo.
Se detuvieron a una manzana del principio de los jardines de la escuela. Sam pulsó el walkie-talkie.
—¿Ha cambiado algo?
—No —respondió Astrid—. Los coches siguen aparcados. Panda está en la puerta de la entrada. Se está haciendo de noche muy rápido, así que no puedo estar totalmente segura. ¿Sam?
—Dime.
—Creo que Panda tiene un arma.
—De acuerdo.
—Ten cuidado.
—Eeeh… esto… —Sam cortó.
Quería decirle una vez más que la quería, pero casi le parecía como si tentara al destino. Ya pensaba demasiado en Astrid y no lo bastante en Caine.
—De acuerdo, Dekka, no hay modo de acercarse sin que nos vea. Tengo que estar a la vista para derribar a Panda.
Dekka asintió. Tenía los labios apretados, como si no pudiera abrir la boca. Respiraba fuerte, tensa. Asustada.
—Contaré hasta tres. Vamos a la de tres. A saco. En cuanto pueda intento agarrar a Panda. Tú haz lo que tengas que hacer cuando lleguemos a la puerta. ¿Lista?
Ella no contestó. Se pasó un minuto que se hizo muy largo mirando al vacío sin más, hasta que acabó diciendo, con voz ronca:
—Estoy lista.
—Uno. Dos. Tres.
Salieron de donde estaban agazapados y empezaron a correr a toda velocidad. Cubrieron la distancia que había hasta el principio de los jardines y ya recorrían el patio cuando Panda los vio y gritó.
—¡No lo hagas, Panda! —le advirtió Sam, gritando tan alto como podía mientras corrían.
Panda dudó y levantó el arma, pero sin apuntar para disparar.
—¡No quiero hacerte daño! —gritó Sam.
Quince metros.
Panda apuntó y disparó.
La bala comenzó a volar.
Panda miró el arma boquiabierto como si la viera por primera vez.
—¡No! —gritó Sam.
Nueve metros.
Panda volvió a alzar el arma. Su rostro reflejaba miedo e indecisión.
Sam se dejó caer en el suelo, rodó y se levantó en cuclillas mientras Panda volvía a disparar.
Sam extendió el brazo con los dedos abiertos. La luz verde y blanca no alcanzó a Panda, pero perforó un agujero en el ladrillo junto a su cabeza.
Panda arrojó el arma, se volvió y echó a correr.
Tres metros.
—Dekka, dale a la puerta.
Dekka alzó mucho las manos y la gravedad bajo la puerta se suspendió. La pared entera, incluido el marco de la puerta, dio un bandazo repentino, como si un camión la hubiera golpeado por el otro lado. La puerta se abrió lentamente. Algo de tierra suelta y mortero caído salieron disparados directamente hacia el cielo.
Dekka dejó caer las manos y la tierra cayó otra vez, los ladrillos se desplomaron y resquebrajaron, y la jamba de la puerta se hundió y partió.
Sam disparó hacia el interior oscuro a través de la abertura de la puerta. Dekka y él entraron disparados y cada uno se apoyó bruscamente contra una pared, jadeando y listos para seguir. Unos carteles de papel y unos pósteres antes coloridos que colgaban en las paredes ardían y se enroscaban debido a la carga de Sam.
No se oía nada.
Sam miró a Dekka, que parecía tan asustada como él.
Fueron bordeando la entrada con los nervios tensos y los ojos inspeccionando cada puerta que veían.
La oficina quedaba a la derecha, y delante de ella había una pared de cristal reforzado. Sam se acercó deslizándose. Miró en el interior. Nada. Las luces seguían encendidas desde el inicio de la ERA.
¿Debería continuar sin inspeccionar la oficina a fondo? Si uno de los de Caine estaba allí, Sam y Dekka podrían acabar rodeados. Sam le indicó con un movimiento que entrara.
Pero Dekka meneó la cabeza violentamente.
—Vale —dijo Sam—. Ya me encargo yo.
Cruzó el pasillo rápidamente y abrió la puerta. Algo grande se abalanzó sobre él. Sam se agachó de forma instintiva, pero le dio, le dio de refilón, y salió disparado dando vueltas.
Un chico de pelo oscuro estaba agachado sobre la mesa de la secretaría de la escuela. Llevaba un palo de madera, corto y ancho, en una mano. El chico sonrió y saltó de nuevo, rápido como un felino.
Pilló a Sam desprevenido, que aterrizó bruscamente golpeándose la cabeza contra el suelo, incluso vio estrellitas.
Sam se dio la vuelta, pero demasiado despacio. El otro chico se había apartado para ponerse a salvo y se preparaba para otro ataque.
De repente, el chico, los papeles y notas del escritorio, así como el escritorio en sí, se elevaron del suelo, en línea recta, y chocaron contra el techo bajo.
El chico apenas tuvo tiempo de sorprenderse y sentir el dolor antes de que Dekka restaurara la gravedad, por lo que cayó como una piedra. Sam se acercó a él antes de que pudiera recuperarse, se arrodilló sobre su pecho y le agarró la cabeza con las manos.
—Si te mueves te quemo la cabeza —amenazó Sam.
El chico relajó los músculos.
—Bien hecho —dijo Sam, y ordenó—: Dekka, cógele el palo. Encuentra algo de cinta. —Tras lo cual preguntó al chico—: ¿Quién eres? ¿Dónde está Caine?
—Soy Frederico. No me quemes.
—¿Dónde está Caine?
—No está aquí. Se han ido todos atrás en cuanto hemos llegado. Nos han dejado a Panda y a mí.
A Sam se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Se han ido?
Frederico detectó el miedo en la mirada de Sam.
—No puedes ganar a Caine; Drake y él lo tienen todo previsto.
—He encontrado cinta —anunció Dekka—. ¿Quieres que lo ate?
—Es una distracción —replicó Sam. Golpeó a Frederico en la nariz, lo bastante fuerte para afectarle. Frederico aulló de dolor—. Ahora átalo. Rápido. —Pulsó el walkie-talkie—. Astrid…
Apenas podía oír su voz.
—Ay, Dios mío, Sam…
—¿Qué está pasando?
Su respuesta fue demasiado embrollada para entenderla. Pero entre los fragmentos de electricidad estática, sintió miedo.
—La he cagado —se lamentó Sam—. No era más que un truco.