PRÓLOGO A LA SEGUNDA PARTE

Peleliu pasó factura. Como segundo oficial en la cadena de mando y después jefe de la Compañía K del 3.er Batallón del 5.º de marines, en los ojos de cada superviviente pude ver el precio que la unidad había pagado por treinta días de implacable combate cuerpo a cuerpo en aquel trozo de coral.

Para aquellos hombres agotados que regresaron a Pavuvu en noviembre de 1944, la guerra aún no había terminado ni mucho menos. Pavuvu nos pareció un lugar mejor la segunda vez que estuvimos allí. Pero no fueron días de descanso. A los supervivientes de Peleliu no se les permitió tal lujo. Hubo poco tiempo para lamerse las heridas. Tuvimos que integrar a muchos hombres nuevos para reemplazar a aquellos que habíamos perdido en Peleliu y debido a la vuelta a casa de los veteranos de Guadalcanal, que para entonces ya habían librado tres campañas.

Peleliu fue algo especial para los marines del K/3/5; para toda la 1.ª División de marines. Ha seguido siéndolo a lo largo de los años. Sin embargo, Okinawa tuvo su propio carácter, más imponente en muchos sentidos que su predecesora. Allí, la 1.ª División de marines luchó una guerra diferente con nuevas normas, pues se aplicó una táctica desconocida hasta entonces para los marines que combatían en las islas.

Okinawa es una isla más grande, unos noventa y seis kilómetros de largo y de tres a treinta kilómetros de ancho. Inició por primera vez a los marines en la guerra «terrestre». Ya en 1945 contaba con una ciudad, pueblos y aldeas, varios aeródromos grandes, una intrincada red de carreteras y una abundante población civil. Lo que es más importante, los japoneses la defendieron con más de 100 000 de sus mejores tropas. Okinawa era territorio nipón. Sabían que se trataba de nuestro último peldaño hacia las islas principales de Japón.

Los marines habíamos aprendido mucho de camino a Okinawa. Habíamos mejorado la estructura, tácticas y técnicas para el combate de nuestra fuerza. Los japoneses también. En Okinawa nos enfrentamos a un grupo de defensas y tácticas defensivas que los nipones habían perfeccionado mediante la aplicación de las lecciones que les habían enseñado todas sus pérdidas anteriores. Además lucharon con la intensidad que les daba la certeza de que si fracasaban no quedaba nada que pudiera impedir nuestro asalto a su patria.

Independientemente de los nuevos elementos, la batalla por Okinawa se libró y, a la larga, se decidió del mismo modo que todas las batallas se han librado y ganado o perdido. Los hombres de ambos bandos, enfrentándose unos a otros día tras día, a través de las miras de un fusil, determinaron el resultado. El soldado de primera Eugene B. Sledge fue uno de esos hombres. En este libro nos ofrece una experiencia única para ver y sentir la guerra a su nivel más importante, el de los soldados rasos de combate. Sus palabras son convincentes, están libres de análisis de acontecimientos del pasado. Simplemente reflejan lo que le ocurrió a él y, por lo tanto, a todos los marines que combatieron allí. Lo sé, porque yo luché con ellos.

Para los hombres de la «vieja guardia» que lucharon, murieron y al final ganaron en Peleliu y Okinawa, Mazo es su portavoz más elocuente. Me enorgullezco de haber servido con ellos… y con él.

Capitán Thomas J. Stanley Reserva del cuerpo de marines de EE. UU., Houston, Tejas.