Prólogo

Se secó las manos a toda prisa y echó un vistazo al reloj. Todo su horario se había desbaratado; en media hora comenzaban las clases de la escuela de música y antes tenía que acercarse al supermercado, porque de lo contrario la mesa de la cena de esa noche quedaría vacía. Y no había nada peor que la mirada decepcionada de un niño hambriento que esperaba encontrar las prometidas salchichas en el plato y se veía obligado a conformarse con una rebanada de pan integral. Así que debía darse prisa.

Cerró los ojos y sacudió la cabeza. ¿Qué le estaba ocurriendo? Supermercado…, salchichas… ¿Dónde tenía la cabeza? Debía resolver algo mucho más importante. Él no debía escapar, de ninguna manera…

Abrió la puerta de la habitación de al lado sin hacer ruido y se asomó. En la minicadena sonaba el CD de Der Räuber Hotzenplotz. Bien. Atravesó la sala y abrió la puerta que daba a la terraza: allí también todo parecía en orden.

Nadie debía saberlo, bajo ningún concepto.

En el preciso instante en que se volvió, oyó una melodía suave y amortiguada. Durante un momento se quedó petrificada: conocía ese tono y sabía muy bien de dónde provenía. De un móvil; debía de haberlo dejado olvidado junto al cadáver.

No le quedó más remedio que confiar en que la batería no tardara en acabarse.