Granja Cammel
Colonia de El Cabo
África del Sur
14 de julio de 1873
Querido Hugh:
¡Qué alegría tener noticias tuyas! Uno se siente aquí bastante aislado y no puedes imaginarte el placer que experimentamos al recibir una carta larga y llena de noticias de casa. A la señora Cammel, que antes de casarse conmigo era la honorable Amelia Clapman, le ha divertido extraordinariamente tu relato acerca de la Leona…
Ya sé que es un poco tarde para decirlo, pero la muerte de tu padre me impresionó de un modo terrible. Los condiscípulos no escribimos notas de pésame. Y tu tragedia personal se vio eclipsada en cierta medida por el fallecimiento de Peter Middleton, que se ahogó ese mismo día. Pero créeme, muchos de nosotros pensamos y hablamos de ti después de que se te llevaran del colegio tan repentinamente…
Me alegro de que me preguntes por lo de Peter. Desde aquel día, no he dejado de sentirme culpable. La verdad es que no vi morir al pobre chico, pero sí vi lo suficiente como para imaginarme el resto.
Tu primo Edward era, como tan plástica y pintorescamente lo has expresado, más asqueroso que un putrefacto gato muerto. Tú te las arreglaste para sacar del agua casi toda tu ropa y huir por las escarpaduras, pero Peter y Tonio no fueron tan rápidos.
Yo estaba en el otro lado del estanque y no creo que Edward y Micky se diesen cuenta siquiera de mi presencia. O quizá no me reconocieron. De cualquier forma, nunca me hablaron del incidente.
Sea como fuere, después de que tú te marchases, Edward empezó a martirizar todavía más a Peter, a salpicarle la cara y a hundirle la cabeza en el agua, mientras el pobre chico bregaba por encontrar sus ropas.
Me di cuenta de que las cosas se estaban pasando de rosca, pero me temo que fui un completo cobarde. Debí acudir en ayuda de Peter, pero yo no era mucho mayor, desde luego no lo suficiente para plantarles cara a Edward y Micky Miranda, y tampoco me apetecía que me empaparan también mis prendas. ¿Te acuerdas de cuál era el castigo por abandonar el recinto del colegio? Doce zurriagazos con el tiralíneas, y no me importa reconocer que aquello me aterraba más que ninguna otra cosa. De todas formas, cogí mi ropa y me escabullí sin llamar la atención.
Volví la cabeza una vez, para mirar por encima del borde de la cantera. No sé lo que había sucedido entretanto, pero en aquel momento Tonio gateaba por la ladera, desnudo y con un bulto de prendas húmedas aferrado entre los brazos, y Edward había dejado a Peter y cruzaba nadando la alberca, en persecución de Tonio. Peter daba boqueadas, farfullaba y se agitaba en medio del estanque.
Creí que a Peter no le pasaba nada, que aguantaría, pero es evidente que me equivoqué. Debía de estar en las últimas. Mientras Edward perseguía a Tonio y Micky miraba hacia otro lado, Peter se ahogó sin que nadie se diera cuenta.
Naturalmente, no me enteré de ello hasta después. Volví al colegio y me colé en el dormitorio. Cuando los maestros empezaron a hacer preguntas, juré que no me había movido de allí en toda la tarde. Al salir a la luz toda la espantosa historia, me faltaron redaños para confesar que había presenciado lo ocurrido.
No es un episodio del que sentirse orgulloso, Hugh. Pero, en todo caso, contar por fin la verdad ha hecho que me sienta un poco mejor…
Hugh dejó la carta de Albert Cammel y miró por la ventana de su alcoba. La misiva refería algo más y algo menos de lo que Cammel imaginaba.
Explicaba cómo se infiltró Micky Miranda en la familia Pilaster hasta el punto de pasar todas las vacaciones con Edward y conseguir que pagaran todos sus gastos los padres de su compañero de estudios. Sin duda, Micky le dijo a Augusta que, virtualmente, Edward había matado a Peter. Pero en la audiencia, Micky declaró que Edward intentó salvar al chico que se ahogaba. Y al contar aquella mentira libró a los Pilaster de la desgracia pública. Augusta se sintió intensamente agradecida… y acaso también temerosa de que algún día Micky pudiera revolverse contra ellos y descubriese la verdad. Esta idea puso en la boca del estómago de Hugh una sensación helada y un tanto aterradora. Sin saberlo, Albert Cammel había revelado que las relaciones de Augusta y Micky eran profundas, oscuras y corruptas.
Pero seguía sin resolverse otro rompecabezas. Porque Hugh sabía algo acerca de Peter Middleton de lo que casi nadie estaba enterado. Peter había sido un niño débil, y todos los chicos le trataban como un alfeñique. Acongojado por su endeblez, se había embarcado en un plan de entrenamiento… y el principal ejercicio lo constituía la natación. Hora tras hora, cruzaba a nado aquella alberca, intentando fortalecer su condición física. No le dio resultado: un muchacho de trece años no consigue hombros anchos y pecho impresionante como no sea a base de crecer y convertirse en un hombre, y ése era un proceso que no podía acelerarse.
El único efecto que logró con su esfuerzo fue el de sentirse y moverse en el agua como un pez. Podía sumergirse hasta el fondo, contener la respiración durante varios minutos, flotar de espaldas y mantener los ojos abiertos bajo la superficie. Para ahogarle hubiera sido preciso algo más que las bromas de Edward Pilaster.
Entonces, ¿por qué había muerto?
Que supiese, Albert Cammel había dicho la verdad, de eso Hugh estaba seguro. Pero tuvo que haber algo más. Aquella tarde calurosa sucedió algo más en el bosque del Obispo. A un pobre nadador podían haberle matado accidentalmente; el zarandeo al que le sometió Edward pudo resultar demasiado violento para el chico, que se ahogó en la alberca. Pero una payasada, una broma tan tonta no podía haber acabado con la vida de Peter. Y si su muerte no fue accidental, entonces fue deliberada y eso era asesinato. Hugh se estremeció.
Allí sólo se encontraban tres personas: Edward, Micky y Peter. A Peter tuvieron que asesinarlo Edward o Micky.
O ambos.