Esta nueva edición de la obra de George Orwell que lleva por titulo Homenaje a Cataluña permitirá conocer a fondo uno de los aspectos del drama que vivió el pueblo español antifascista durante la heroica gesta iniciada en julio de 1936 y finalizada con una inmerecida derrota a fines de marzo de 1939.
Sin duda, la difusión del libro del celebrado autor de 1984 y de La rebelión en la granja cobra mayor actualidad después de la exhibición de la película del director inglés Ken Loach, Tierra y Libertad, inspirada en Homenaje a Cataluña, que Orwell escribió en 1938.
Aunque la temática esencial de la obra está dirigida a revelar la inescrupulosa y violenta represión contra el POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) llevada a cabo por los comunistas, el título elegido para su libro tiene una significación más amplia: refleja su admiración por el espíritu y el esfuerzo de los trabajadores volcados a la profunda transformación revolucionaria orientada según los principios libertarios.
Uno de los méritos más salientes de la obra consiste en la objetividad con que hilvana sus recuerdos y sus anotaciones. Si se incorpora a la militancia del POUM ello se debió a su pertenencia al Partido Laborista Independiente de Inglaterra. Su odisea transcurre entre enero y junio de 1937. Lo más impresionante de sus relatos está en las muchas paginas que destina a sus vivencias en el frente de Aragón, sufriendo penurias y desesperanzas que sólo se pueden sobrellevar con una férrea voluntad puesta al servicio de una noble causa.
Como decenas de miles de voluntarios que vinieron de todas partes al suelo español para luchar por la libertad y no para enfangarse en pujas partidistas, Orwell no sospechó que iba a ser protagonista y testigo de situaciones como las provocadas por la política de José Stalin y sus títeres de distinto pelaje. El peligro de ser apresado le obligó a interrumpir la gloriosa aventura de seguir en la brega, como hubiera deseado, hasta el fin de la epopeya antifascista.
Desde la primera a la ultima pagina, escritas con el tan atrayente estilo literario de todas las obras de Orwell, se aprecia una sinceridad conmovedora: describe lo que ve, lo que siente, lo que piensa; usa el más crudo lenguaje para mostrar calamidades durante su estadía de varios meses en los frentes de guerra; califica lo mejor y lo peor de las condiciones humanas de sus compañeros de trinchera; menciona una y otra vez sus propias dudas y cambios de opinión; certifica su testimonio y casi todas sus interpretaciones con pruebas documentales irrebatibles; trasluce la sorpresa y la pena ante la locura represiva que desata el sector obediente a las ordenes de Stalin para destruir al POUM y para aplastar la revolución libertaria.
De sus peripecias y sinsabores en el frente resaltan las tremendas dificultades de su grupo por las carencias, la falta de armas sobre todo, y en buena parte por ser adolescentes quienes lo integran. Cabe aclarar que ese cuadro lamentable no corresponde a todas las milicias que se situaron en Aragón, en lo que concierne a la capacidad combativa, especialmente. En esa zona actuaron columnas y agrupaciones diversas: tres columnas confederales (CNT-FAI), de las cuales la primera al mando de Buenaventura Durruti salió de Barcelona el 24 de julio, una del PSUC, otra del POUM y una más de la Esquerra catalana; además de valerosos conjuntos como el de los voluntarios italianos encabezados en sus comienzos por Carlo Roselli.
Cabe señalar que las columnas de milicianos anarquistas fueron avanzando y conquistando pueblo tras pueblo, en algunos casos luchando casa por casa, y que las numerosas colectividades campesinas que surgieron en la región tuvieron una permanente preocupación por ayudar a los combatientes. Muchas bajas hubo en los combates. En uno de ellos, en Monte Pelado, a poco de iniciarse la contienda, perdió la vida Fausto Falaschi, quien en la Argentina trabajó como ladrillero y fue un notable escritor, colaborando en el diario La Protesta de Buenos Aires.
Al referirse a los días iniciales de la sublevación militar, dice: «El gobierno no hizo prácticamente intento alguno para impedir el levantamiento, que se esperaba desde hacía bastante tiempo, y cuando comenzaron las dificultades su actitud fue débil y vacilante; tanto es así que España tuvo tres primeros ministros en unos pocos días (Quiroga, Martínez Barrios y Giral). Además, la única medida que podía salvar la situación inmediata, armar a los trabajadores, fue tomada con renuencia y en respuesta al violento clamor popular.» (…) «Mientras tanto, los trabajadores contaban con armas y, ya a esta altura, se abstuvieron de devolverlas. (…) Las propiedades de los grandes terratenientes profascistas fueron tomadas en muchos lugares por los campesinos. Junto con la colectivización de la industria y el transporte, se hizo el intento de establecer los comienzos de un gobierno de trabajadores por medio de comités locales, patrullas de obreros en reemplazo de las viejas fuerzas policiales procapitalistas, milicias proletarias basadas en los sindicatos, etcétera. (…) En ciertos lugares se crearon comunas anarquistas independientes. (…) En Cataluña, durante los primeros meses, el poder estaba casi por entero en manos de los anarcosindicalistas, quienes controlaban la mayor parte de las industrias clave». En una síntesis bien elocuente explica el drama de la declinación: «El vuelco general hacia la derecha se produjo en octubre-noviembre de 1936, cuando la URSS inició el envío de armas al gobierno y el poder comenzó a pasar de los anarquistas a los comunistas. Con la excepción de Rusia y México, ningún gobierno había tenido la decencia de acudir en auxilio de la República, y México, por razones obvias, no podía proporcionar armas en grandes cantidades. En consecuencia, los rusos podían imponer sus condiciones. Caben muy pocas dudas de que tales condiciones eran, en esencia, impedir la revolución o quedarse sin armas, y de que la primera medida contra los elementos revolucionarios, la expulsión del POUM de la Generalidad catalana, se tomo por orden de la URSS».
Al respecto, tienen un irrefutable valor testimonial las numerosas revelaciones que hace el ex alto jefe del Partido Comunista español que fuera ministro de Instrucción Pública y Comisario General del Ejercito durante la guerra, Jesús Hernández, en el libro que escribió en México después de cumplir su afán desesperado de salir de Rusia, el «paraíso socialista» adonde fueron tanto él como José Díaz, ex secretario general del partido, quien enfermo, fue antes y allí se suicidó, y el publicitado comandante «El campesino» (Valentín González), quien después de huir se despachó con dureza en el libro Vida y muerte en la URSS. Todos ellos acataron las ordenes de los emisarios rusos de Moscú, casi siempre acompañados de los muy fieles Togliatti (de Italia) y Codovilla (de Argentina). Según Hernández, él objetaba primero y después cumplía lo ordenado, por cruel y alocado que fuera. Entre otras cuestiones denuncia la campaña contra la revolución y el hostigamiento al POUM, la caída de Francisco Largo Caballero, el entronizamiento de Juan Negrín y de Indalecio Prieto, la separación de este ultimo, la imputación contra los dirigentes del POUM de ser aliados y espías de Hitler y de Franco, el secuestro, la tortura y el asesinato de Andrés Nin, la negativa a realizar operaciones militares dispuestas por Largo Caballero, y luego por Prieto, y la ejecución de otras muy desastrosas —Brunete, El Ebro, etc.— para «prestigiar» a figuras del gobierno nacional o a comandantes comunistas, los ataques armados a las Colectividades campesinas y los fallidos intentos de eliminar a la CNT y a la FAI, los entretelones del frustrado golpe de Negrín en la Región Centro después de la perdida de Cataluña, provocando la reacción de todas las fuerzas antifascistas que apoyaron a la Junta presidida por el coronel Casado en Madrid.
Sobre las motivaciones de Stalin para prolongar la guerra en la Península cuando todo estaba perdido, algo aclara otro de sus ex agentes arrepentidos, el general Walter Krivitski, quien se desempeñó como jefe del espionaje del Kremlin en Europa Occidental, en su libro Yo, espía de Stalin. Esa política fue algo así como un prólogo del infame pacto nazisoviético entre Hitler y Stalin, de agosto de 1939.
George Orwell reproduce textos y describe hechos que asombran por el ensañamiento que terminó con la disolución de un partido por supuesto trotskismo y la razzia que llevó a la cárcel a sus dirigentes, afiliados y simpatizantes. La excelente película de Ken Loach no pudo transmitir todo lo que contiene el libro en que se inspiró para producir Tierra y Libertad. Si él o algún otro cineasta se propusiera abordar la historia de los treinta y dos meses de la trágica epopeya, tendría que apelar a una larga serie cinematográfica. En las fuentes arriba citadas y en otras muy valiosas de la bibliografía sobre el tema, encontraría una apasionante inspiración para sus guiones. Lo que empañó la gesta del pueblo por culpa del chantaje staliniano, tendría su contracara en el inagotable heroísmo de los combatientes y en la ardua y promisoria reconstrucción social que pusieron en marcha los libertarios mediante una multifacética experiencia autogestionaria de la que tomaron parte también, en no pocos casos, trabajadores de la UGT hasta que esa central obrera fue copada por quienes traicionaron a Largo Caballero.
Abundantes, hasta el punto que algunos podrán considerarlo un exceso y hasta una obsesión, son las paginas que Orwell dedica a demostrar la falacia de los ataques al POUM, al que sus detractores cargaron toda la culpa por los sangrientos hechos de mayo de 1937, llegando a afirmar que con ello querían abrir las puertas a las fuerzas invasoras nazifascistas. Como un ejemplo del lenguaje común de la prensa comunista de España y del exterior, trascribe este párrafo del Daily Worker de Londres publicado el 21 de julio de 1937: «Como resultado del arresto de un gran número de trotskistas destacados en Barcelona y otras ciudades… se han puesto al descubierto durante el fin de semana detalles de uno de los más detestables actos de espionaje que se hayan conocido jamás en tiempo de guerra, y de la más horrenda traición trotskista nunca revelada… Documentos en poder de la policía, junto con la confesión detallada de no menos de doscientos arrestados demuestran, etc.»
Cabe recordar aquí algo que no figura en el libro de Orwell. Después de su detención, los dirigentes del POUM fueron huéspedes de distintas cárceles de Madrid, Valencia y Barcelona. Mucho tiempo tardó en llegar el día del juicio oral contra ellos. Negrín había intentado convencer a los jueces de que debían condenar a cualquier costo. Fue en Barcelona, con un fiscal que en los interrogatorios y en las acusaciones arrojó toda la basura que componía la trama comunista sobre la complicidad de los presos con los nazis y franquistas. El Tribunal de Alta Traición y Espionaje fue el juzgador. El rabioso fiscal hizo el ridículo ante las respuestas de Escuder, Gorkin, Andrade, Gironella, Bonet, Arquer y Rey. Fracasó el propósito de condenarlos a muerte por espías. Pero fueron condenados a muchos años de prisión (al parecer, por asociación ilícita y provocación de los hechos de mayo de 1937). Estuvieron en la cárcel hasta la caída de Barcelona y salieron junto con oficiales de la justicia en un camión en el éxodo masivo hacia Francia.
Con una grandeza de espíritu excepcional, Orwell vuelve al frente de guerra tres días después de la semana trágica de mayo de 1937. Un año más tarde se elabora la obra que comentamos, con sus apuntes, sus recuerdos y su doloroso final; herido de gravedad, pasa por varios hospitales. Cuando regresa a Barcelona, se produce la furiosa caza de gente del POUM, y decide huir junto con su esposa. Consigue viajar a Francia y de allí a su país, Inglaterra.
En las ultimas paginas, deja para la posteridad una reflexión que podrían suscribir cuantos, de una u otra manera, han procurado aportar algo en una lucha que honró a la humanidad: «Esta guerra, en la que desempeñé un papel tan ineficaz, me ha dejado recuerdos en su mayoría funestos, pero aun así no hubiera querido perdérmela. (…) Por curioso que parezca, toda esta experiencia no ha socavado mi fe en la decencia de los seres humanos, sino que, por el contrario, la ha fortalecido».
Jakobo Maguid
(Jacinto Cimazo)