[Antiguo capítulo IX de la primera edición, situado originalmente entre los capítulos IX y X de esta edición, y precedido por el último párrafo del capítulo X de la primera edición (capítulo IX de esta edición)]
Si no se está interesado en las disputas políticas y en la multitud de partidos y subpartidos con nombres tan confusos como los de los generales de una guerra china, será mejor saltarse estas páginas. Resulta terrible tener que entrar en los detalles de la polémica interpartidista; es algo así como zambullirse en un pozo negro. Pero es necesario tratar de esclarecer la verdad en la medida de lo posible. Esa insignificante reyerta en una ciudad lejana es más importante de lo que podría parecer a primera vista.
Nunca será posible obtener una versión completamente exacta e imparcial de la lucha de Barcelona porque los documentos necesarios no existen. Los historiadores del futuro dispondrán únicamente de una masa de acusaciones y de la propaganda partidista. Yo mismo cuento con muy pocos datos fuera de lo que vi con mis propios ojos y de lo que supe por otros testigos que considero fiables. Aun así, puedo contradecir algunas de las mentiras más flagrantes y ayudar a considerar los hechos tal como fueron.
En primer lugar, ¿qué ocurrió realmente?
Hacía ya algún tiempo que había tensiones a lo largo de Cataluña. En los primeros capítulos de este libro ya traté el conflicto entre comunistas y anarquistas. En mayo de 1937, la situación había llegado a un punto en que parecía inevitable algún estallido violento. La causa inmediata de la fricción fue el decreto del gobierno que exigía a los civiles la entrega de todas las armas, coincidente con la decisión de organizar una fuerza policial «no política» y muy bien armada, de la que quedarían excluidos los integrantes de las organizaciones obreras. El significado de esta medida era muy claro para cualquiera, y se podía prever que el siguiente paso sería intentar tomar algunas de las industrias claves que estaban en manos de la CNT. En la clase trabajadora existía, además, cierto resentimiento debido al creciente contraste entre ricos y pobres, y una vaga y extendida sensación de que se había saboteado la revolución. Muchos se sintieron agradablemente sorprendidos por la ausencia de disturbios el 1º de Mayo. El día 3, el gobierno decidió apoderarse de la Central Telefónica, que desde el comienzo de la guerra había estado bajo control principalmente de trabajadores de la CNT. Se alegó que los servicios no eran eficientes y que se interceptaban las llamadas oficiales. Sala, el jefe de policía (que pudo o no haberse excedido con respecto a las órdenes recibidas), envió tres camiones llenos de guardias civiles para tomar el edificio, mientras policías de civil despejaban las calles vecinas. Aproximadamente a la misma hora, otros grupos de guardias civiles se apoderaron de varios edificios en puntos estratégicos. Cualquiera que haya sido la intención real, la opinión pública consideró que esas medidas señalaban el comienzo de un ataque general de la Guardia Civil y el PSUC (comunistas y socialistas) contra la CNT (anarquistas). Por la ciudad corrió la voz de que eran atacados los edificios obreros; aparecieron anarquistas armados en las calles, se interrumpió el trabajo y de inmediato se generalizó la lucha. Esa noche y a la mañana siguiente se levantaron barricadas en toda la ciudad, y el combate continuó sin interrupciones hasta el 6 de mayo. Con todo, ambos bandos mantenían una actitud principalmente defensiva. Muchos edificios fueron sitiados, pero, por lo que sé, ninguno fue tomado y no se utilizó artillería. En líneas generales, las fuerzas de la CNT-FAI-POUM dominaban los suburbios obreros, mientras que las fuerzas policiales y del PSUC controlaban la parte central y oficial de la ciudad. El día 6 hubo un armisticio, pero la lucha no tardó en reanudarse, debido probablemente a que los guardias civiles hicieron intentos prematuros de desarmar a los trabajadores de la CNT. A la mañana siguiente, sin embargo, muchos obreros comenzaron a abandonar las barricadas por propia iniciativa. Hasta la noche del 5 de mayo, la CNT conservaba una posición ventajosa y gran cantidad de guardias civiles se le habían rendido, pero no había un liderazgo aceptado por todos ni un plan concreto. (Por lo que yo pude juzgar, no parecía existir ningún tipo de plan, excepto la decisión de resistir a la Guardia Civil.) Los dirigentes oficiales de la CNT se unieron a los de la UGT para pedir que se retornara al trabajo. Los alimentos escaseaban. En tales circunstancias, nadie estaba bastante seguro de la situación como para proseguir la lucha. Durante la tarde del 7 de mayo, Barcelona volvió casi a la normalidad. Esa noche seis mil guardias de asalto, enviados por mar desde Valencia, entraron en la ciudad y asumieron el control. El gobierno ordenó la entrega de todas las armas, excepto las de las fuerzas regulares, y durante los días siguientes se incautaron grandes cantidades de armas. Según la versión oficial, las bajas producidas desde el inicio de la lucha ascendieron a cuatrocientos muertos y unos mil heridos. Quizá la primera cifra sea exagerada, pero como no podemos verificarla, la tenemos que tomar por exacta.
En segundo lugar, por lo que se refiere a las consecuencias de la lucha, éstas son difíciles de estipular con certeza. No hay pruebas de que los disturbios hayan ejercido alguna influencia directa sobre el curso de la guerra, aunque es evidente que la habrían tenido de continuar unos pocos días más. El conflicto fue la excusa utilizada para que Valencia asumiera el control directo de Cataluña, para apresurar la eliminación de las milicias y para suprimir el POUM, y sin duda también tuvo que ver con la caída del gobierno de Caballero. Pero podemos dar por hecho que tales cosas seguramente se habrían producido de todas maneras. La cuestión crucial es determinar si los trabajadores de la CNT ganaron o perdieron en esta ocasión saliendo a la calle y plantándole cara al gobierno y al PSUC. Es mera conjetura, pero opino que ganaron más de lo que perdieron. La toma de la Central Telefónica de Barcelona fue un incidente más en un largo proceso. Desde el año anterior se venía despojando gradualmente a los sindicatos de todo poder de control, mientras se tendía a implantar un régimen centralizado, orientado hacia un capitalismo de Estado o, posiblemente, a la reintroducción del capitalismo privado. El hecho de que a esa altura hubiera resistencia probablemente retardó el proceso. Un año después del comienzo de la guerra, los obreros catalanes habían perdido gran parte de su poder, pero seguían manteniendo una posición comparativamente favorable. Tal vez no habría sido así de haber evidenciado que estaban dispuestos a someterse ante cualquier provocación. Hay ocasiones en que resulta más provechoso luchar y salir derrotado que no ofrecer resistencia alguna.
En tercer lugar, ¿qué propósito se escondía —si es que se escondía alguno— tras el conflicto? ¿Fue una especie de golpe de Estado o una intentona revolucionaria? ¿Existía la intención decidida de derrocar el gobierno? ¿Había sido planeado con antelación?
Mi opinión es que la lucha fue planeada sólo en el sentido de que todo el mundo la esperaba. No hubo signo de un plan muy definido en ninguno de los dos bandos. Del lado anarquista, la acción fue sin duda espontánea, se trató de una reacción de las bases militantes. Los trabajadores salieron a la calle y sus dirigentes políticos los siguieron de mala gana o no los siguieron en absoluto. Los únicos que todavía hablaban un lenguaje revolucionario eran Los Amigos de Durruti (un pequeño grupo extremista dentro de la FAI) y el POUM. Pero también ellos se limitaban a dejarse llevar y no a conducir. Los Amigos de Durruti distribuyeron un manifiesto de carácter revolucionario que no apareció hasta el 5 de mayo, por lo cual no puede decirse que hayan iniciado la lucha, comenzada dos días antes. Los dirigentes oficiales de la CNT por varias razones, quisieron evitar el conflicto desde el principio. En primer lugar, el hecho de que la CNT siguiera teniendo representantes en el gobierno y la Generalitat de Cataluña probaba que sus líderes eran más conservadores que sus seguidores. En segundo lugar, el principal objetivo de estos líderes consistía en lograr una alianza con la UGT; la lucha, inevitablemente, ampliaría la brecha entre ambas organizaciones, al menos por el momento. Y en tercer lugar —aunque esto, por lo general, se desconocía entonces—, los líderes anarquistas temían que, si las cosas iban más allá de cierto punto y los trabajadores tomaban posesión de la ciudad, como quizá estaban en condiciones de hacer el 5 de mayo, habría una intervención extranjera. Un crucero y dos destructores británicos se habían acercado al pueblo y, sin duda, no muy lejos había otros barcos de guerra. Los periódicos ingleses anunciaban que esos barcos se dirigían a Barcelona «para proteger los intereses británicos»; pero, en realidad, no tomaron ninguna medida tendente a ese propósito, no bajó a tierra ningún hombre ni subió a bordo ningún refugiado. No se puede saber con certeza, pero es al menos bastante probable que el gobierno británico, que no había movido un dedo para defender al gobierno español contra Franco, interviniera con bastante rapidez para salvarlo de su propia clase obrera.
Los dirigentes del POUM no se mantuvieron al margen de este asunto, sino que de hecho alentaron a sus seguidores a permanecer en las barricadas e incluso dieron su aprobación (en La Batalla, 6 de mayo) al folleto extremista publicado por Los Amigos de Durruti. Existe gran incertidumbre con respecto a este folleto, del cual nadie parece ahora capaz de presentar una copia. En algunos periódicos extranjeros era calificado de «cartel incendiario» que había sido «pegado» por toda la ciudad. Lo cierto es que no hubo tal cartel. Contrastando las diferentes informaciones, yo diría que el escrito propugnaba: 1º) la formación de una junta* revolucionaria; 2º) el fusilamiento de los responsables del ataque contra la Central Telefónica; 3º) el desarme de los guardias civiles. Existe también cierta incerteza en cuanto al grado de apoyo que La Batalla prestó a dicho folleto. Yo no vi ni el escrito ni La Batalla de esa fecha. La única octavilla que llegó a mis manos durante la lucha fue la distribuida el 4 de mayo por un pequeño grupo de trotskistas («bolcheviques-leninistas»), que decía solamente: «Todos a las barricadas. Huelga general en todas las industrias, excepto las industrias de guerra». En otras palabras: sólo pedía lo que ya estaba ocurriendo. Pero, en realidad, la actitud de los dirigentes del POUM fue vacilante. Nunca habían estado a favor de la insurrección mientras no se venciera a Franco: al ver que los trabajadores habían salido a la calle, optaron por la línea marxista bastante petulante, según la cual, cuando esto ocurre, es deber de los partidos revolucionarios apoyarlos. Por ende, a pesar de pronunciar frases revolucionarias acerca de «reavivar el espíritu del 19 de julio», hicieron todo lo posible para que la actitud de los trabajadores fuera únicamente defensiva. Por ejemplo, nunca ordenaron un ataque contra ningún edificio; se limitaron a recomendar a sus simpatizantes que se mantuvieran en guardia y, como ya dije en el capítulo 9, que no dispararan mientras pudieran evitarlo. La Batalla también publicó instrucciones para que no se retiraran tropas del frente[27]. Por lo que se puede estimar, la responsabilidad del POUM queda reducida a haber propiciado la resistencia en las barricadas y, probablemente, haber logrado que algunos permanecieran en ellas más tiempo del que se hubieran quedado por iniciativa propia. Quienes estuvieron en contacto personal con los dirigentes del POUM (entre los que no me incluyo), me dijeron que, en realidad, estaban consternados por este asunto, pero sentían que debían intervenir en él. Con posterioridad, desde luego, se intentó explotar el capital político de la forma habitual. Gorkin, uno de los líderes del POUM, llegó a hablar después incluso de «los gloriosos días de mayo». Desde un punto de vista propagandístico, ésta fue quizá la actitud acertada; el POUM aumentó el número de sus miembros durante el breve período previo a su disolución. Desde el punto de vista táctico, probablemente fue un error apoyar el folleto de Los Amigos de Durruti, organización muy pequeña y habitualmente hostil al POUM. Considerando la excitación general y lo que se decía en ambos bandos, el escrito no significaba en realidad mucho más que «permanezcan en las barricadas»; pero al parecer que le daban su apoyo, mientras que el periódico anarquista Solidaridad Obrera lo repudiaba, los dirigentes del POUM facilitaron a la prensa comunista que luego pudiera afirmar que la lucha había sido una insurrección organizada únicamente por el POUM. En cualquier caso, podemos estar seguros de que la prensa comunista habría dicho lo mismo de todas maneras. Esta acusación no era nada comparada con las que se hicieron antes y después sobre bases mucho menos sólidas. Los dirigentes de la CNT no ganaron tampoco mucho con su actitud más cautelosa; fueron elogiados por su lealtad, pero fueron apartados del gobierno y de la Generalitat en cuanto se presentó la ocasión.
Era opinión corriente en esos momentos que ningún sector tenía un propósito verdaderamente revolucionario. Los hombres que estaban detrás de las barricadas eran obreros de la CNT y quizá algunos miembros de la UGT; no intentaban derrocar el gobierno, sino hacer frente a lo que consideraban, con motivo o sin él, un ataque de la policía. Su acción era en esencia defensiva, y dudo de que pueda definírsela, según hicieron casi todos los periódicos extranjeros, como «levantamiento». Un levantamiento implica una acción agresiva y un plan trazado. Más exactamente se trató de una revuelta, de una revuelta muy sangrienta porque ambos bandos tenían armas de fuego en las manos y estaban dispuestos a emplearlas.
Pero ¿cuáles eran las intenciones del bando opuesto? Si no se trató de un golpe de Estado anarquista, ¿fue quizá un golpe de Estado comunista, un plan tendente a aplastar de un solo golpe el poder de la CNT?
No creo que lo fuera, aunque ciertos hechos podrían llevarnos a sospecharlo. Es significativo que algo muy semejante (la toma de la Central Telefónica por fuerzas policiales que actuaban obedeciendo órdenes de Barcelona) ocurriera en Tarragona dos días después. En Barcelona misma, el ataque a la Telefónica no constituyó un hecho aislado. En varios puntos estratégicos de la ciudad, grupos de guardias civiles y miembros del PSUC se apoderaron de edificios con sorprendente prontitud. Pero es necesario recordar que estos hechos ocurrían en España y no en Inglaterra. Barcelona es una ciudad con una larga historia de luchas callejeras. En ella, ante un conflicto de este tipo los hechos se suceden con rapidez, las facciones ya están organizadas, todos conocen la topografía política local y, cuando los fusiles comienzan a disparar, ocupan sus lugares casi como en un simulacro de incendio. Los responsables de la toma de la Telefónica esperaban, probablemente, dificultades, aunque no en el grado en que se produjeron, y habían tomado las medidas pertinentes. No obstante, ello no significa que planearan un ataque general contra la CNT. Hay dos hechos que me inclinan a pensar que ninguno de los bandos estaba preparado para una lucha a gran escala.
Primero: Ninguna de las partes trajo con anticipación tropas a Barcelona. La lucha se produjo entre habitantes de la ciudad, principalmente entre trabajadores y policías.
Segundo: Los alimentos escasearon casi de inmediato. Quien haya luchado en España sabe que la única operación de guerra que los españoles realizan con verdadera eficacia es la de alimentar a sus tropas. Es muy improbable que, de contemplar alguno de los bandos la posibilidad de una o dos semanas de lucha callejera, además de la huelga general, no hubiera asegurado una buena reserva de alimentos.
Por último, abordemos la cuestión de quién tuvo o dejó de tener razón.
La prensa antifascista extranjera levantó una auténtica polvareda con este asunto, pero, como de costumbre, sólo se escuchó a una de las partes. A consecuencia de ello, la lucha de Barcelona se presentó como una insurrección de los desleales anarquistas y trotskistas que «apuñalaban al gobierno español por la espalda», y cosas por el estilo. Los sucesos no fueron tan simples. Sin duda, cuando se está en guerra, las luchas intestinas son perjudiciales, pero vale la pena recordar que se necesitan dos para que haya una pelea y que uno de los bandos no se pone a construir barricadas si no ha ocurrido algún acto que pueda considerarse una provocación.
Los incidentes comenzaron naturalmente con la orden del gobierno de que los anarquistas entregaran sus armas. En la prensa inglesa, esta orden fue traducida a términos ingleses y adoptó la siguiente forma: que urgentemente se necesitaban armas en el frente de Aragón y era imposible enviarlas porque los anarquistas habían asumido la actitud poco patriótica de retenerlas. Expresarse en tales términos significa desconocer las condiciones que realmente existían en España. Nadie ignoraba que tanto los anarquistas como el PSUC tenían reservas de armas, y cuando estalló la lucha en Barcelona, resultó evidente que disponían de ellas en abundancia. Los anarquistas sabían muy bien que, aun cuando entregaran sus armas, el PSUC, principal poder político en Cataluña, conservaría las suyas. Esto es lo que precisamente ocurrió cuando concluyó la lucha. Mientras tanto, en las calles se veían grandes cantidades de armas que habrían sido muy útiles en el frente, pero las fuerzas policiales «no políticas» de la retaguardia las retenían para su uso. Y a esto había que añadir las diferencias irreconciliables entre anarquistas y comunistas que habían de conducir más tarde o más temprano, a un enfrentamiento. Desde el comienzo de la guerra, el Partido Comunista de España había crecido mucho y aumentado enormemente su poder político. Además, llegaban a España millares de comunistas extranjeros, muchos de los cuales expresaban sin disimulo la intención de «liquidar» el anarquismo en cuanto se ganara la guerra. En tales circunstancias, no podía esperarse que los anarquistas entregaran las armas de las que se habían apropiado en el verano de 1936.
La toma de la Central Telefónica fue simplemente la cerilla que encendió la mecha de una bomba ya preparada. Quizá los responsables creyeron que no habría de originar mayores dificultades. Según se afirmaba, Companys, el presidente catalán, declaró riendo unos pocos días antes que los anarquistas se avendrían a cualquier cosa[28]. Sin duda alguna fue una acción poco inteligente. Hacía meses que se venían produciendo muchos choques armados entre comunistas y anarquistas en diversas zonas de España. La tensión en Cataluña (especialmente en Barcelona) ya había dado lugar a asesinatos y refriegas callejeras. De pronto circuló la noticia de que hombres armados atacaban los edificios tomados por los obreros en la lucha de julio y a los que atribuían una gran importancia sentimental. Debemos recordar que la población obrera no experimentaba ninguna simpatía por la Guardia Civil. Durante muchas generaciones, la guardia* había sido simplemente un apéndice del terrateniente y el amo, y los guardias civiles eran objeto de un odio especial porque se sospechaba, con razón, que simpatizaban con los fascistas[29]. Probablemente el impulso que sacó a los obreros a la calle durante las primeras horas fuera el mismo que los había llevado a resistir a los militares insurrectos al comienzo de la guerra. Desde luego, puede argumentarse que los obreros de la CNT deberían haber entregado la Central Telefónica sin protestas. En este caso, la opinión dependerá de la posición que se adopte frente a alternativas tales como gobierno centralizado o control por parte de la clase obrera. Más pertinente sería decir: «Sí, probablemente la CNT tenía razón. Pero, a fin de cuentas, estaban en guerra y no tenían por qué sostener una lucha en la retaguardia». Estoy completamente de acuerdo con esto. Cualquier desorden interno significaba una ayuda para Franco. Pero ¿qué fue en realidad lo que precipitó la lucha? El gobierno pudo o no tener derecho a ocupar la Telefónica; pero indudablemente, dadas las circunstancias, tal medida había de conducir a un enfrentamiento. Era una acción provocadora, un gesto que venía a decir y tal vez lo pretendía de verdad: «Vuestro poder se ha acabado, a partir de ahora nos hacemos nosotros cargo de él». Sensatamente no cabía esperar sino resistencia. Guardando el sentido de la proporción, debe comprenderse que la culpa no podía recaer por lo tanto sólo en uno de los bandos. Si se difundió una versión unilateral fue simplemente porque los revolucionarios españoles no tenían ningún apoyo en la prensa extranjera. Particularmente en los periódicos ingleses era necesario buscar mucho antes de encontrar, en cualquier período de la guerra, alguna referencia favorable a los anarquistas. Fueron sistemáticamente denigrados y, como sé por propia experiencia, es casi imposible conseguir que alguien imprima algo en su defensa.
He tratado de escribir objetivamente sobre la lucha de Barcelona, aunque, como es evidente, nadie puede ser por completo objetivo ante un acontecimiento de esta naturaleza. Prácticamente se está obligado a tomar partido, y debe resultar bastante claro de qué lado estoy yo. Además, posiblemente he cometido algunos errores inevitables en la descripción de los hechos, no sólo aquí, sino en otras partes de esta narración. Resulta muy difícil ser exacto con respecto a la guerra española, debido a la falta de documentos no propagandísticos. Prevengo a todos contra mi parcialidad y contra mis errores. No obstante, he hecho lo posible por ser honesto. Se verá que mi relato difiere completamente de los publicados por la prensa extranjera, en especial la comunista. Es necesario examinar la versión comunista, pues fue difundida en todo el mundo, se repite con breves intervalos y es, quizá, la más ampliamente aceptada.
En la prensa comunista y procomunista se atribuyó al POUM toda la responsabilidad de la lucha de Barcelona. Se presentó el hecho no como un estallido espontáneo, sino como una insurrección contra el gobierno, planeada y organizada por el POUM con la ayuda de unos pocos «incontrolados» equivocados. Más aún, fue un complot decididamente fascista, llevado a cabo siguiendo órdenes fascistas, con el propósito de iniciar una guerra civil en la retaguardia y paralizar así el gobierno. El POUM era la «quinta columna de Franco», una organización «trotskista» que trabajaba en alianza con los fascistas. En el Daily Worker del 11 de mayo se publicó lo siguiente:
Los agentes alemanes e italianos, que ostensiblemente se volcaron en Barcelona para «preparar» el notorio «Congreso de la Cuarta Internacional», tenían una importante tarea que cumplir. En colaboración con los trotskistas locales, debían crear un estado de desorden y violencia que permitiera a los alemanes e italianos declarar que eran «incapaces de ejercer el control naval efectivo de las costas catalanas, debido al desorden dominante en Barcelona» y que, por lo tanto, se veían «obligados a desembarcar tropas» en Barcelona.
En otras palabras, lo que se preparaba era una situación en la cual los gobiernos alemán e italiano pudieran desembarcar abiertamente sus tropas en las costas catalanas, arguyendo que lo hacían «a fin de mantener el orden»…
El instrumento para esto ya estaba preparado para alemanes e italianos bajo la forma de la organización trotskista conocida como POUM.
El POUM, actuando en colaboración con elementos criminales bien conocidos, y con otras personas engañadas de las organizaciones anarquistas, preparó y dirigió el ataque en la retaguardia, de forma tal que coincidiera exactamente con el ataque en el frente de Bilbao, etc., etc.
En otra parte del artículo, la lucha de Barcelona se convierte en «el ataque del POUM», y en otro artículo de la misma fecha se afirma que «no cabe duda de que el POUM es responsable del derramamiento de sangre en Cataluña». Inprecor del 29 de mayo afirma que quienes levantaron las barricadas en Barcelona fueron «únicamente miembros del POUM organizados por ese partido con tal propósito».
Podría continuar con muchas más citas, pero éstas ya son suficientemente clarificadoras. El POUM era totalmente responsable y actuaba bajo órdenes fascistas. Más adelante citaré algunos fragmentos más de las informaciones que aparecieron en la prensa comunista; se verá que son tan contradictorias que carecen por completo de valor. Antes conviene señalar varias razones por las cuales esta versión de la lucha de mayo como un levantamiento fascista organizado por el POUM resulta algo más que increíble:
Primero: El POUM no tenía bastantes miembros o suficiente influencia como para provocar disturbios de tal magnitud; más aún, no contaba con el poder necesario para organizar una huelga general. Era un partido político sin demasiado arraigo en los sindicatos y hubiera sido tan incapaz de desencadenar una huelga en toda Barcelona como, por ejemplo, el Partido Comunista inglés de llamar a una huelga general a todo Glasgow. Como dije antes, la actitud de los dirigentes del POUM puede haber ayudado a prolongar la lucha, pero no hubiera bastado para originarla, ni aun en el caso de haberlo deseado.
Segundo: El supuesto complot fascista descansa sobre meras afirmaciones, mientras que todas las pruebas apuntan en dirección opuesta. Se nos dice que el plan pretendía que los gobiernos alemán e italiano desembarcaran tropas en Cataluña, pero ningún barco con tropas alemanas o italianas se acercó a la costa. El «Congreso de la Cuarta Internacional» y los «agentes alemanes e italianos» son un mito. Por lo que sé, ni siquiera se había hablado de un Congreso de la Cuarta Internacional. Se había planeado vagamente un congreso del POUM y sus partidos hermanos (el ILP inglés, la SAP alemana y otros), y fijado como fecha aproximada julio, dos meses después, pero aún no había llegado un solo delegado. Los «agentes alemanes e italianos» no existen fuera de las páginas del Daily Worker. Quien haya cruzado la frontera en esa época sabe que no era tan fácil «volcarse» en España o fuera de ella.
Tercero: Nada ocurrió en Lérida, principal baluarte del POUM, ni en el frente. Resulta evidente que, si los dirigentes del POUM hubieran deseado ayudar a los fascistas, habrían ordenado a sus milicias retirarse y abrir paso a los franquistas. Nada de eso ocurrió ni fue sugerido. Tampoco se trajeron hombres del frente, aunque habría resultado fácil hacer venir a Barcelona unos mil o dos mil hombres con diversos pretextos. Además, no hubo ningún intento de sabotaje ni siquiera indirecto en la línea de fuego. El transporte de alimentos y municiones continuó como de costumbre; yo mismo lo verifiqué más tarde. Un levantamiento planeado del tipo sugerido habría necesitado meses de preparación, propaganda subversiva en la milicia, etc. Pero no hubo signos o rumores de tales cosas. El hecho de que la milicia del frente no desempeñara papel alguno en el «levantamiento» es decisivo. Si el POUM realmente planeaba un golpe de Estado, es inconcebible que no utilizara los diez mil hombres armados que constituían su única fuerza.
Por todo esto, resulta claro que la tesis comunista de un «levantamiento» bajo órdenes fascistas carece de toda base. Agregaré unos pocos fragmentos tomados de la prensa comunista. Las informaciones comunistas sobre el incidente inicial, el ataque a la Central Telefónica, resultan esclarecedoras: no concuerdan en ningún punto excepto en echarle la culpa al otro bando. Puede observarse que en los periódicos comunistas ingleses la responsabilidad es atribuida primero a los anarquistas y sólo posteriormente al POUM. Esto se explica seguramente por un motivo evidente: no todo el mundo en Inglaterra había oído hablar de «trotskismo», mientras que toda persona de habla inglesa tiembla al oír la palabra «anarquista». Basta decir una sola vez que los «anarquistas» están implicados para crear la atmósfera de prejuicio deseada; después ya puede transferirse la responsabilidad a los «trotskistas», sin correr riesgo alguno. Un artículo en el Daily Worker del 6 de mayo comienza así:
El lunes y el martes un pequeño grupo de anarquistas ocupó e intentó retener las centrales de teléfonos y telégrafos, y abrió fuego sobre la calle.
No hay como empezar con una inversión de los papeles. Los guardias civiles atacan un edificio controlado por la CNT; en consecuencia, la CNT aparece atacando su propio edificio, es decir, atacándose a si misma. El mismo Daily Worker del 11 de mayo afirma:
El ministro izquierdista catalán de Seguridad Pública, Ayguadé, y el comisario general de Orden Público, el socialista unificado Rodríguez Sala, enviaron a la policía republicana a la Central Telefónica para desarmar a sus empleados, la mayoría de los cuales pertenecen a los sindicatos de la CNT.
Esto no parece concordar con la primera afirmación; no obstante, el Daily Worker no admite que la primera noticia fuera errónea. El Daily Worker del 11 de mayo expresa que los folletos de Los Amigos de Durruti, que fueron desaprobados por la CNT, aparecieron el 4 y el 5 de mayo, durante la lucha. Inprecor del 22 de mayo afirma que aparecieron el día 3, antes de la lucha, y agrega que «en vista de tales hechos» (la aparición de varios folletos):
Fuerzas mandadas personalmente por el jefe de policía ocuparon la Central Telefónica en la tarde del 3 de mayo. Se hicieron disparos contra la policía cuando ésta procedía a cumplir con su deber. Ésa fue la señal para que los provocadores empezaran tiroteos en toda la ciudad.
Y en el Inprecor del 29 de mayo se dice:
A las tres de la tarde, el comisario de Orden Público, camarada Sala, se dirigió a la Central Telefónica, que la noche anterior había sido ocupada por cincuenta miembros del POUM y diversos elementos incontrolados.
Esto resulta bastante curioso. La ocupación de la Central Telefónica por cincuenta miembros del POUM se podría considerar una circunstancia bastante llamativa, y necesariamente alguien hubiera tomado nota de ella en ese mismo momento. Sin embargo, parece que no se descubrió hasta tres o cuatro semanas más tarde. En otra edición de Inprecor, los cincuenta miembros del POUM se convierten en cincuenta milicianos del POUM. Sería difícil reunir más contradicciones que las contenidas en estos breves pasajes. Primero, la CNT ataca la Central Telefónica, luego son fuerzas suyas las atacadas allí; un folleto aparece antes de la toma de la Central Telefónica y provoca esa medida y, alternativamente, aparece después y constituye su resultado; los ocupantes de la Central Telefónica son, por turnos, miembros de la CNT y miembros del POUM, y así sucesivamente. En una edición posterior del Daily Worker (3 de junio), J. R. Campbell nos informa de que el gobierno tomó la Central Telefónica porque ya se habían levantado barricadas.
Por razones de espacio sólo he considerado las informaciones relativas a un hecho, pero idénticas contradicciones aparecen en todos los relatos de la prensa comunista. Además, hay varias afirmaciones que son a todas luces meras invenciones. Tomemos, por ejemplo, algo citado por el Daily Worker (7 de mayo) y atribuido a la Embajada española en París:
Un rasgo significativo del levantamiento fue que la vieja bandera monárquica flameó en los balcones de varias casas barcelonesas, sin duda al pensar que los que tomaban parte en la insurrección se habían hecho dueños de la situación.
Es probable que el Daily Worker haya publicado esta noticia de buena fe, pero los responsables de ella en la Embajada española mintieron deliberadamente. Cualquier español comprendería lo absurdo de tal afirmación. ¡Una bandera monárquica en Barcelona! Es lo único que, en un segundo, hubiera podido lograr la unión de todas las facciones en conflicto. Ni los comunistas pudieron evitar una sonrisa al leer esta información. Pasa lo mismo con las informaciones publicadas en los diversos periódicos comunistas acerca de las armas que el POUM utilizó durante el «levantamiento». Éstas sólo resultarían verosímiles si se ignoraran por completo los hechos. En el Daily Worker del 17 de mayo, Mr. Frank Pitcairn manifiesta:
Se valieron de toda clase de armas para el desafuero. Tenían las armas que sus hombres habían ido robando durante meses y que mantenían ocultas; y tenían hasta tanques, robados de los cuarteles al iniciarse el levantamiento. Resulta evidente que docenas de ametralladoras y varios miles de fusiles siguen estando en sus manos.
Inprecor del 29 de mayo también afirma:
El 3 de mayo, el POUM tenía a su disposición varias docenas de ametralladoras y miles de fusiles… En la Plaza de España los trotskistas utilizaron cañones de 75 milímetros destinados al frente de Aragón y que la milicia había ocultado cuidadosamente en sus locales.
Pitcairn no nos dice por qué se tornó evidente que el POUM poseyera docenas de ametralladoras y varios miles de fusiles. En páginas anteriores me he referido a las armas con que se contaba en tres de los principales edificios del POUM: unos ochenta fusiles, unas pocas granadas, ninguna ametralladora; es decir, únicamente las armas indispensables para los guardias armados que en esa época todos los partidos políticos tenían en sus edificios. Resulta extraño que más tarde, cuando el POUM fue suprimido y todos sus edificios ocupados, estas «miles de armas» no salieron a la luz; ni siquiera los tanques y cañones que no pueden ser fácilmente escondidos en la chimenea. Lo más revelador de ambas declaraciones es la completa ignorancia que demuestran acerca de las circunstancias locales. Según Pitcairn, el POUM robó tanques «de los cuarteles». No nos dice de qué cuarteles. Los milicianos del POUM que estaban en Barcelona (y que ya eran comparativamente pocos, pues el reclutamiento directo destinado a las milicias partidistas había cesado) compartían los Cuarteles Lenin con tropas considerablemente más numerosas del Ejército Popular. Por lo tanto, Pitcairn nos pide que creamos que el POUM robó tanques en complicidad con el Ejército Popular. Lo mismo ocurre con los «locales» donde se ocultaban los cañones de 75 milímetros. No se dice dónde se encontraban esos locales. Las baterías de cañones que disparaban sobre la Plaza de España son mencionadas en muchos artículos periodísticos, pero creo poder afirmar con certeza que jamás existieron. Como ya señalé, durante la lucha no oí fuego de artillería, aunque la Plaza de España quedaba sólo a unos dos kilómetros de distancia. Pocos días más tarde, estuve examinando la plaza y en ningún edificio vi rastros de fuego de artillería. Y un testigo que estuvo en las inmediaciones durante toda la lucha declara que nunca aparecieron cañones. (La historia de los cañones robados puede haber tenido su origen en Antonov Ovseenko, cónsul general ruso, que se la relató a un conocido periodista inglés, quien más tarde la repitió de buena fe a un semanario. Antonov Ovseenko fue luego objeto de una «purga». No sé hasta qué punto esto afecta a su credibilidad.) Desde luego, esas historias sobre tanques, cañones y ametralladoras fueron inventadas porque sin ellas resulta difícil conciliar la envergadura de la lucha de Barcelona con el escaso número de miembros del POUM. Querían señalar al POUM como único responsable de la lucha, y al mismo tiempo les era necesario presentarlo como un partido insignificante, que no contaba con mayor apoyo y «constituido sólo por unos pocos miles de miembros», según Inprecor. La única manera de evitar la contradicción de ambas afirmaciones era proclamar que el POUM contaba con todas las armas de un ejército moderno mecanizado.
Es imposible leer las informaciones de la prensa comunista sin darse cuenta de que están destinadas, conscientemente, a un público que ignora los hechos, y de que tienen como único fin despertar prejuicios. Ejemplo de ello es la afirmación que hace Pitcairn en el Daily Worker del 11 de mayo en el sentido de que el «levantamiento» fue sofocado por el Ejército Popular. Se trata de dar la impresión de que toda Cataluña estaba unida contra los «trotskistas». En realidad, el Ejército Popular permaneció neutral durante la lucha; en Barcelona todo el mundo lo sabía, y resulta difícil creer que Pitcairn lo ignorara. Otro ejemplo: la prensa comunista abultó las cifras de muertos y heridos, a fin de exagerar la intensidad de los disturbios. Díaz, secretario general del Partido Comunista de España, ampliamente citado por la prensa comunista, declaró que había novecientos muertos y dos mil quinientos heridos. El ministro de Propaganda catalán, que sin duda no tendía de ningún modo a subestimar los hechos, habló de cuatrocientos muertos y mil heridos. El Partido Comunista duplica la apuesta y agrega unos cientos más para probar fortuna.
Los periódicos capitalistas foráneos responsabilizan en general a los anarquistas, pero hubo unos pocos que siguieron la línea comunista. Uno de ellos fue el News Chronicle, cuyo corresponsal, John Landgon-Davies, se encontraba en Barcelona por esa época. Cito fragmentos de su artículo:
UNA REVUELTA TROTSKISTA
… No se trata de un levantamiento anarquista. Es un putsch frustrado del POUM «trotskista», que opera a través de sus organizaciones controladas. «Los Amigos de Durruti» y Juventudes Libertarias… La tragedia comenzó el lunes por la tarde, cuando el gobierno envió policías armados a la Central Telefónica para desarmar a los obreros que la ocupaban y que en su mayoría pertenecían a la CNT. Graves irregularidades en el servicio habían constituido motivo de escándalo hacía ya algún tiempo. Una gran muchedumbre se reunió frente a la Central, en la Plaza de Cataluña, mientras los hombres de la CNT resistían, retirándose piso por piso hasta la azotea del edificio… El incidente fue muy oscuro, pero corrió el rumor de que el gobierno había iniciado un ataque contra los anarquistas. Las calles se llenaron de hombres armados… Al caer la noche, todo centro obrero y todo edificio gubernamental tenía barricadas, y a las diez se oyeron las primeras detonaciones y las primeras ambulancias recorrieron las calles haciendo sonar sus sirenas. Al amanecer el tiroteo se había extendido por toda Barcelona… A medida que avanzaba el día y cuando los muertos superaban el centenar podía comenzarse a hacer conjeturas sobre lo que ocurría. La CNT anarquista y la UGT socialista técnicamente no habían «salido a la calle». Permanecían detrás de las barricadas, aguardaban alertas, asignándose el derecho de disparar contra toda persona armada que transitara por la calle… (los) enfrentamientos generalizados se veían invariablemente agravados por los pacos* —hombres solitarios, ocultos, por lo general fascistas, que disparaban desde los terrados contra cualquier blanco, y hacían todo lo posible por aumentar el pánico general—.
El miércoles por la noche, sin embargo, comenzó a verse claramente quiénes estaban detrás de la revuelta. Todas las paredes fueron cubiertas por un cartel incendiario que exigía una revolución inmediata y el fusilamiento de los dirigentes republicanos y socialistas. Estaba firmado por Los Amigos de Durruti. El jueves por la mañana, el periódico anarquista negó todo conocimiento y toda coincidencia con el mismo, pero La Batalla, el periódico del POUM, publicó el documento con grandes elogios. Barcelona, la primera ciudad de España, se veía sumida en un baño de sangre por culpa de agentes provocadores que utilizaban esta organización subversiva.
Esta versión no concuerda del todo con las comunistas ya citadas, pero como se puede observar resulta ya en sí misma contradictoria. En primer lugar se define la lucha como «una revuelta trotskista», luego se afirma que tuvo origen en un ataque contra la Central Telefónica y que el gobierno se ‘disponía a atacar a los anarquistas. Se presenta a la ciudad cubierta de barricadas y se afirma que tanto la CNT como la UGT se encontraban detrás de ellas; se dice que el cartel incendiario (en realidad era un folleto) apareció dos días después, y se declara de modo implícito que ése fue el origen de todos los disturbios: el efecto precede a la causa. Hay un detalle que constituye un error muy serio. Langdon-Davies describe a Los Amigos de Durruti y a las Juventudes Libertarias como «organizaciones controladas» por el POUM. Ambas eran organizaciones anarquistas y carecían de todo contacto con el POUM. Las Juventudes Libertarias eran la liga juvenil de los anarquistas, equivalente a la JSU del PSUC. Los Amigos de Durruti constituían una pequeña organización dentro de la FAI, y su actitud general era violentamente hostil hacia el POUM. Por lo que pude descubrir, nadie pertenecía a ambas organizaciones a la vez. Sería lo mismo que afirmar que la Liga Socialista es una «organización controlada» por el Partido Liberal inglés. ¿No lo sabía Langdon-Davies? En tal caso, tendría que haber escrito con mayor cautela sobre asunto tan complejo.
No ataco la buena fe de Langdon-Davies, pero él mismo admite que abandonó Barcelona en cuanto terminó la lucha, es decir cuando podría haber realizado alguna averiguación seria. En todo su relato hay señales evidentes de que aceptó, sin una verificación adecuada, la versión oficial de una «revuelta trotskista». Ello resulta obvio incluso en el fragmento citado. «Al anochecer» se levantan las barricadas y «a las diez» se oyen los primeros disparos. Estas no son las palabras de un testigo presencial. De su afirmación podría deducirse que es habitual aguardar a que el enemigo construya una barricada para atacarlo. Así se da la impresión de que transcurrieron algunas horas entre la construcción de las barricadas y los primeros disparos; desde luego, las cosas se produjeron a la inversa. Yo y muchos otros oímos los primeros disparos durante las primeras horas de la tarde. Además, se habla de hombres solitarios, «por lo general fascistas», que disparan desde los terrados. Langdon-Davies no explica cómo supo que estos hombres eran fascistas. No es probable que haya subido a los terrados para interrogarlos. Se limita a repetir lo que se le ha dicho y no pone en duda lo que concuerda con la versión oficial. Descubre la fuente probable de gran parte de su información con una imprudente referencia al ministro de Propaganda al comienzo del artículo. Los periodistas extranjeros en España dependían para sus informaciones de este ministro; por lo que hubiera sido de esperar que el nombre mismo de ese Ministerio bastara como advertencia. El ministro de Propaganda tenía, desde luego, tantas probabilidades de dar un informe objetivo de los disturbios de Barcelona como, por ejemplo, el difunto lord Carson de dar un informe objetivo sobre el levantamiento de Dublín en 1916.
He expuesto los motivos que me llevan a afirmar que la versión comunista de la lucha de Barcelona no puede ser tomada en serio: debo agregar algo acerca de la acusación de que el POUM era una organización fascista pagada por Franco y Hitler.
Esta acusación fue repetida una y otra vez por la prensa comunista, sobre todo desde principios de 1937. Formaba parte de la actitud oficial y universal del Partido Comunista contra el «trotskismo», cuyo representante en España era supuestamente el POUM. El «trotskismo», según Frente Rojo (el periódico comunista de Valencia), «no es una doctrina política. El trotskismo es una organización capitalista oficial, una banda terrorista fascista dedicada al crimen y al sabotaje contra el pueblo». El POUM era una organización «trotskista» aliada de los fascistas y parte de la «quinta columna de Franco». Resultó evidente desde el comienzo que nadie podría aportar pruebas para sustentar esa acusación; todos se limitaban a repetirla con aire de seguridad. El ataque fue acompañado del máximo de calumnia personal y con total irresponsabilidad en cuanto a los efectos que pudiera tener sobre la guerra. Empeñados en la tarea de denigrar al POUM, muchos periodistas comunistas parecen haber considerado insignificante la revelación de secretos militares. En un ejemplar de febrero del Daily Worker, por ejemplo, Winifred Bates manifestaba que el POUM sólo tenía en el frente la mitad de las tropas que afirmaba tener. Ello no era cierto, pero probablemente el autor así lo consideraba. Por lo tanto, Bates y el Daily Worker entregaron al enemigo una de las informaciones más importantes que pueden revelarse a través de las columnas de un periódico. En un momento en que las tropas del POUM sufrían serias pérdidas y muchos de mis amigos personales morían o caían heridos, Ralph Bates afirmaba en el New Republic que las tropas del POUM estaban «jugando al fútbol con los fascistas en la tierra de nadie». Una caricatura maligna circuló ampliamente, primero en Madrid y luego en Barcelona; se representaba al POUM arrancándose una máscara que ostentaba la hoz y el martillo y descubriendo un rostro con la cruz gamada. Si el gobierno no hubiera estado virtualmente bajo control comunista, jamás habría permitido que algo semejante circulara en plena contienda. Era un golpe deliberado a la moral de guerra, no sólo de la milicia del POUM, sino de todo aquel que estuviera cerca, pues no resulta alentador saber que las tropas vecinas son traidoras. Dudo que las calumnias acumuladas desde la retaguardia sobre la milicia del POUM tuvieran algún efecto desmoralizador real, pero eso era ciertamente lo que pretendían, y hacen suponer que, para los responsables de esta campaña, el resentimiento político importaba más que la unidad antifascista.
Se acusaba al POUM, un partido integrado por docenas de miles de personas, en su mayoría de la clase obrera, numerosos colaboradores y simpatizantes extranjeros, muchos de ellos refugiados de los países fascistas, y con miles de milicianos nada menos que de ser una vasta organización de espionaje al servicio del fascismo. Tal acusación se oponía al sentido común, y la historia del POUM bastaba para tornarla inverosímil. Todos los dirigentes del POUM tenían un historial revolucionario meritorio. Algunos de ellos habían intervenido en la revuelta de 1934 y la mayoría habían sido encarcelados por actividades socialistas bajo el gobierno de Lerroux o la monarquía. En 1936, el dirigente Joaquín Maurín fue uno de los diputados que puso sobre aviso a las Cortes sobre el inminente levantamiento de Franco. Algún tiempo después, ya en plena lucha, fue tomado prisionero por los fascistas mientras trataba de organizar la resistencia en la retaguardia franquista. Al estallar la guerra, el POUM desempeñó un papel destacado en la resistencia. Muchos de sus miembros murieron en la lucha callejera, sobre todo en Madrid. Fue una de las primeras organizaciones que formó columnas de milicias en Cataluña y en Madrid. Resulta casi imposible explicar estas acciones como la actividad de un partido a sueldo de los fascistas. Un partido a sueldo de los fascistas simplemente se hubiera unido al otro bando.
Tampoco hubo signos de actividades profascistas durante la guerra. Podrá argumentarse (aunque en última instancia tampoco estoy de acuerdo con ello) que el POUM, al presionar en favor de una política más revolucionaria, dividió las fuerzas gubernamentales y ayudó así a los fascistas. Creo que sería normal que cualquier gobierno de tipo reformista considerara una molestia a un partido como el POUM, pero se trata de algo muy distinto de la traición. Si el POUM era realmente una organización fascista, no hay manera de explicar por qué su milicia permaneció leal. Ocho o diez mil hombres controlaron sectores importantes del frente durante el atroz invierno de 1936-1937. Muchos de ellos estuvieron en las trincheras durante cuatro o cinco meses seguidos. Es difícil comprender por qué no abandonaron simplemente sus posiciones o se pasaron al enemigo. Siempre estuvieron en condiciones de hacerlo y, en más de una oportunidad, tal decisión pudo haber sido decisiva. No obstante, siguieron luchando y poco después de que el POUM desapareciera como partido político, cuando el hecho todavía estaba fresco en la memoria de todos, sus milicias —aún no redistribuidas en el Ejército Popular— tomaron parte en el sangriento ataque contra el este de Huesca donde siete mil hombres murieron en un par de días. Por lo menos cabría haber esperado cierta fraternización con el enemigo y una corriente constante de desertores. Como señalé con anterioridad, el número de deserciones fue excepcionalmente bajo. También cabria haber esperado propaganda profascista, «derrotismo». No hubo ni atisbos de ello. Posiblemente hubo espías fascistas y agentes provocadores en el POUM; existen en todos los partidos de izquierda, pero no hay pruebas de que fueran allí más numerosos que en cualquier otro.
Es verdad que en algunos de sus ataques la prensa comunista concedió, de mala gana, que sólo los dirigentes del POUM estaban a sueldo de los fascistas y no la base. Esto era un fútil intento de separar a los seguidores de sus dirigentes. La naturaleza de la acusación implicaba que los miembros normales, los milicianos y demás, participaban del complot, pues era obvio que si Nin, Gorkin y otros estaban realmente a sueldo de los fascistas, más probablemente lo sabrían sus seguidores, en estrecho contacto con ellos, que los periodistas de Paris, Londres o Nueva York. De cualquier manera, cuando el POUM fue disuelto, la policía secreta controlada por los comunistas actuó como si todos fueran igualmente culpables y arrestó a todas las personas vinculadas al POUM que cayeron en sus manos, incluyendo a heridos, enfermeras de hospitales, esposas de miembros del partido y, en algunos casos, incluso a niños.
Finalmente, el 15-16 de junio, el POUM fue disuelto y declarado ilegal. Éste fue uno de los primeros actos del gobierno de Negrín que subió al poder en mayo. Tras el encarcelamiento del Comité Ejecutivo del POUM, la prensa comunista publicó lo que pretendía ser el descubrimiento de un inmenso complot fascista. Durante un tiempo, la prensa comunista de todo el mundo echaba chispas con artículos similares a éste (Daily Worker, 21 de junio, resumen de varios periódicos comunistas españoles):
TROTSKISTAS ESPAÑOLES CONSPIRAN A FAVOR DE FRANCO
Como resultado del arresto de un gran número de trotskistas destacados en Barcelona y otras ciudades… se han puesto al descubierto durante el fin de semana detalles de uno de los más detestables actos de espionaje que se hayan conocido jamás en tiempos de guerra, y de la más horrenda traición trotskista nunca revelada… Documentos en poder de la policía, junto con la confesión detallada de no menos de doscientos arrestados, demuestran, etc., etc.
Lo que tales revelaciones «demostraban» era que los dirigentes del POUM transmitían por radio secretos militares a Franco, estaban en contacto con Berlín y actuaban en colaboración con la organización fascista secreta de Madrid. Además, se consignaban sensacionales detalles sobre mensajes secretos en tinta invisible, un documento misterioso firmado con la letra N (por Nin) y otras «cosas» por el estilo.
El resultado final fue éste: seis meses después de los acontecimientos, mientras escribo estas líneas, la mayoría de los dirigentes del POUM siguen en la cárcel, aunque no han sido sometidos a juicio, y nunca se han formulado oficialmente los cargos de haberse comunicado con Franco por radio, etc. De haber sido realmente culpables de espionaje, se los habría juzgado y fusilado en una semana, como ocurrió antes con tantos espías fascistas. Ninguna clase de prueba fue presentada jamás, exceptuando las afirmaciones no fundamentadas de la prensa comunista. Las doscientas «confesiones detalladas», de haber existido, habrían bastado para condenar a cualquiera; pero nunca volvieron a ser mencionadas porque no fueron sino doscientos inventos de alguna imaginación siniestra.
Además, casi todos los miembros del gobierno español han negado las acusaciones contra el POUM. Hace poco, el gabinete decidió, por cinco votos contra dos, poner en libertad a los prisioneros políticos antifascistas; los dos votos en contra correspondían a los ministros comunistas. En agosto, una delegación encabezada por James Maxton, miembro del Parlamento inglés, viajó a España para investigar los cargos contra el POUM y la desaparición de Andrés Nin. Prieto, ministro de Defensa Nacional; Irujo, ministro de Justicia; Zugazagoitia, ministro del Interior; Ortega y Gasset, procurador general; Prat García y otros rechazaron cualquier sospecha de culpabilidad por espionaje respecto a los dirigentes del POUM. Irujo añadió que, habiendo examinado el expediente relativo al caso, opinaba que ninguna de las llamadas pruebas podría soportar un examen y que el documento que se atribuía a Nin «carecía de valor», es decir, era falsificado. Prieto consideró a los líderes del POUM responsables de las luchas de mayo en Barcelona, pero desechó la idea de que fueran espías fascistas. «Lo más grave —agregó— es que el arresto de los dirigentes del POUM no fue decidido por el gobierno; la policía lo llevó a cabo por su cuenta. Los responsables no son los altos funcionarios policiales, sino su entorno, en el que se han infiltrado los comunistas, según sus métodos habituales». Citó otros casos de arrestos policiales ilegales. Asimismo, Irujo declaró que la policía se había tornado «casi independiente» y estaba de hecho bajo el control de elementos comunistas foráneos. Prieto insinuó bastante claramente a la delegación que el gobierno no podía darse el lujo de ofender al Partido Comunista mientras los rusos enviaran armas. Cuando otra delegación, encabezada por John McGovern, miembro del Parlamento, llegó a España en diciembre, recogió manifestaciones casi idénticas, y Zugazagoitia, ministro del interior, repitió la insinuación de Prieto en términos aún más claros: «Recibimos ayuda de Rusia y hemos tenido que permitir ciertos actos con los que no estábamos de acuerdo». Como ejemplo de la autonomía policial, resulta interesante señalar que una orden firmada por el director de Prisiones y por el ministro de Justicia no bastó para que McGovern y sus compañeros pudieran entrar en las «cárceles secretas» que el Partido Comunista tenía en Barcelona.[30]
Creo que lo dicho basta. La acusación de espionaje contra el POUM se basaba tan sólo en artículos de la prensa comunista y en procedimientos de la policía secreta controlada por los comunistas. Los líderes del POUM y centenares o miles de sus seguidores están aún en la cárcel, y la prensa comunista sigue clamando por la ejecución de los «traidores». Pero Negrín y los demás no se han dejado doblegar y se han negado a permitir una masacre a gran escala de «trotskistas». Considerando la presión que se viene ejerciendo sobre ellos, es muy meritorio que no hayan cedido. Entretanto y teniendo en cuenta lo que acabo de citar, resulta muy difícil creer que el POUM fuera realmente una organización de espionaje fascista, a menos que se acepte que Maxton, McGovern, Prieto, Irujo, Zugazagoitia y el resto están también a sueldo de los fascistas.
Para acabar, me referiré a la acusación de «trotskista» que se formula contra el POUM. «Trotskista» es un término utilizado de forma tal que resulta sumamente equívoco; a menudo se emplea para confundir. Vale la pena, por lo tanto, detenerse a definirlo. La palabra «trotskista» se emplea para designar a:
1) Alguien que, como Trotsky, propugna la «revolución mundial», en contraposición con el «socialismo en un solo país». Menos estrictamente, un revolucionario extremista.
2) Un miembro de la organización encabezada por Trotsky.
3) Un fascista que simula ser revolucionario, que en la URSS basa su acción especialmente en el sabotaje y, en general, actúa dividiendo y socavando las fuerzas de izquierda.
En la primera acepción es probable que pueda calificarse de trotskista al POUM, así como también al ILP inglés, a la SAP alemana o a los socialistas de izquierda franceses. Pero el POUM no tenía contacto alguno con Trotsky ni con la organización trotskista (bolchevique-leninista). Cuando estalló la guerra, los trotskistas extranjeros que llegaron a España (unos quince o veinte) trabajaron al principio para el POUM, a causa de que la ideología de este partido era la que más se aproximaba a su propio punto de vista, pero no se afiliaron a él; más tarde, Trotsky ordenó a sus seguidores que atacaran la política del POUM, y los trotskistas fueron alejados de los cargos del partido, si bien unos pocos permanecieron en la milicia. Nin, jefe del POUM después de la captura de Maurín por los fascistas, fue en su tiempo secretario de Trotsky, pero se había distanciado de él hacía ya años y había formado el POUM mediante la amalgama de diversos núcleos comunistas de oposición y sobre la base del ya existente Bloque Obrero y Campesino. La vinculación de Nin con Trotsky fue utilizada por la prensa comunista para demostrar que el POUM era trotskista. Mediante idénticos argumentos podría demostrarse que el Partido Comunista inglés es una organización fascista, pues John Strachey estuvo alguna vez vinculado con Sir Oswald Mosley.
En la segunda acepción, la única definición exacta de la palabra, el POUM sin duda no era trotskista. Importa establecer esta distinción, pues la mayoría de los comunistas da por sentado que un trotskista en esta acepción lo es también en la tercera, es decir, que la organización trotskista no es más que una maquinaria de espionaje fascista. El «trotskismo» fue conocido por el público en la época de los juicios rusos por sabotaje, y llamar a un hombre trotskista equivale prácticamente a llamarlo asesino, agente provocador, etc. Al mismo tiempo, quien critique la política comunista desde un punto de vista izquierdista corre el riesgo de ser denunciado como trotskista. ¿Se afirma entonces que todo aquel que profese un extremismo revolucionario está a sueldo de los fascistas?
En la práctica esto está sujeto a las conveniencias locales. Cuando Maxton viajó a España con la delegación mencionada, Verdad, Frente Rojo y otros periódicos comunistas españoles lo denunciaron de inmediato como un «fascista-trotskista», espía de la Gestapo y cosas así. Sin embargo, los comunistas ingleses se cuidaron muy bien de repetir esta acusación. En la prensa comunista inglesa, Maxton se convierte en un «reaccionario, enemigo de la clase obrera», lo cual es convenientemente vago. La razón de esta moderación simplemente se debe a que varias dolorosas lecciones han despertado en la prensa comunista inglesa un sano temor a la ley de difamación. El hecho de que la acusación no se repitiera en un país donde quizá sería necesario probarla demuestra que se trataba de una mentira.
Podría parecer que he considerado las acusaciones contra el POUM con mayor extensión de lo necesario. Comparada con las miserias de una guerra civil, esta riña intestina entre partidos, con sus inevitables injusticias y falsas acusaciones, puede parecer trivial. No lo es en realidad. Creo que las calumnias y las campañas periodísticas de este tipo y los hábitos mentales que revelan son capaces de ocasionar el daño más tremendo a la causa antifascista.
Quien se haya preocupado un poco por estos asuntos sabe que no es nada nueva la táctica comunista de atacar a los opositores políticos con acusaciones falsas. Hoy usan el calificativo «fascista-trotskista», ayer emplearon el de «social-fascista». Hace sólo seis o siete años los juicios rusos «demostraron» que los dirigentes de la Segunda Internacional, entre los que se contaban, por ejemplo, León Blum y miembros destacados del Partido Laborista británico, preparaban un gigantesco complot para la invasión de la URSS. Sin embargo, aún hoy los comunistas franceses aceptan de buen grado a Blum como líder, y los comunistas ingleses hacen lo imposible por introducirse en el Partido Laborista. Dudo de que acciones de este tipo rindan frutos, incluso desde un punto de vista sectario. Y entretanto, son evidentes el odio y las disensiones que la acusación de «fascista-trotskista» están causando. Los comunistas de base de todo el mundo son conducidos hacia una insensata caza de «trotskistas», y las organizaciones del tipo del POUM son empujadas a la tan estéril posición de meros partidos anticomunistas. Ya se ve el comienzo de una peligrosa división en el movimiento de la clase obrera mundial. Unas pocas calumnias más contra socialistas prominentes, otros pocos fraudes como las acusaciones contra el POUM y la división puede tornarse insalvable. La única esperanza reside en mantener la controversia política en un plano tal que la discusión exhaustiva sea posible. Entre los comunistas y quienes se encuentran, o afirman encontrarse, a la izquierda de ellos existe una diferencia real: los comunistas sostienen que es posible derrotar al fascismo mediante una alianza con sectores de la clase capitalista (el Frente Popular), y sus opositores afirman que tal maniobra sólo sirve para dar al fascismo mayor fuerza. La cuestión debe debatirse; una decisión errónea puede conducirnos a una semiesclavitud de siglos. Pero mientras no se presente otro argumento que el grito de «¡fascista trotskista!», ni siquiera es posible comenzar a hablar. Yo no podría, por ejemplo, ponerme a discutir la lucha de Barcelona con un miembro del Partido Comunista, pues ningún comunista, es decir, ningún «buen» comunista, admitiría que he dado una versión veraz de los hechos. Fiel a su «línea» de partido, tendría que declarar que miento o, en el mejor de los casos, que estoy totalmente equivocado y que cualquiera que haya ojeado los titulares del Daily Worker, a mil kilómetros del escenario de los acontecimientos, sabe más que yo acerca de lo que ocurrió en Barcelona. En tales condiciones resulta imposible conversar; falta la más mínima base de acuerdo necesaria. ¿Qué finalidad tiene afirmar que hombres como Maxton trabajan para los fascistas? Parecería que únicamente la de imposibilitar toda discusión seria. Como si en un campeonato de ajedrez, uno de los competidores comenzara de pronto a gritar que su contrincante es culpable de un incendio o de bigamia. La cuestión que realmente importa no se aborda nunca. La difamación no soluciona nada.