Después de los acontecimientos de Nuln, viajamos hacia el norte siguiendo principalmente rutas secundarias por temor a que la guardia de caminos del Emperador cayera sobre nosotros. La llegada de la carta que le entregó el mensajero enano, había colmado a mi compañero de una extraña expectación. Parecía casi feliz mientras realizábamos el fatigoso viaje hacia nuestra meta. Ni las largas semanas de caminata ni la amenaza de bandidos, mutantes u hombres bestia, sirvió para desalentarlo en lo más mínimo. Apenas se detenía para comer o, cosa muy insólita, para beber, y a mis preguntas sólo respondía con masculladas referencias al destino, el hado y viejas deudas.

Por lo que a mí respecta, estaba cargado de ansiedad y amargura. Me preguntaba qué habría sido de Elissa y me entristecía haberme separado de mi hermano. Poco sospechaba yo el largo tiempo que pasaría antes de que volviese a verlo, y en qué extrañas circunstancias. Tampoco imaginaba ni por asomo lo lejos que nos llevaría aquel periplo que había comenzado en Nuln, ni lo espantoso que sería el final del camino.

FÉLIX JAEGER,

Mis viajes con Gotrek, Vol. III,

Impreso en Altdorf, 2505