DESPERTÓ… ¿a solas?
Alguien trepaba por la escalerilla del altillo.
Se debatió, intentando elegir entre sueños y… lo demás. Porque todos habían abandonado la casa de los murales y regresado al nido. Milly había hablado con él, de nada en concreto, en la inclinada calle, sobre todo sorprendida de que él fuera el mismo Chico del que todo el mundo había estado hablando, y de lo contenta que se sentía de saber que le conocía, hasta que él decidió que ella estaba intentando seducirle y aquello le irritó.
—¡Ve a joder a otra parte, estúpida puta! —chilló en medio de la calle, e hizo intención de golpearla. Ella echó a correr; él rió, a carcajadas, hasta que se dio cuenta de que estaba tambaleándose. Jetadecobre fue hasta él y le dio unas palmadas en el hombro, riendo también.
—A mí tampoco me gustaba. Mierda, puedes tener una de las mías… —Siguió riendo, de modo que no tuvo que hablar, pensando con un orgullo perfectamente maníaco: lo he hecho, ya lo he hecho…
—Chico, ¿estás bien? —Las orejas de Denny estaban iluminadas por detrás y por debajo. Su rostro era oscuro.
—Sí…
Denny acabó de subir a la plataforma.
—Están preparando algo de comida —y ante la palabra Chico captó su olor— ahí dentro. Pesadilla y Dragón Lady acaban de llegar. ¿Estabas durmiendo?
—Ven aquí. —Y ante las dos palabras, Denny, todo hombros y barbilla y codos, se arrimó a él—. Sí. —Abrazó las cálidas y nudosas formas y permaneció tendido allí, oliendo la grasa y el calor de aromas vegetales que no definían ninguna comida que conociera; pero le gustó de todos modos.
—Lanya tiene un hermoso lugar —dijo Denny.
—¿Sí? —Chico pensó: es tan ligero; pero sus ángulos son afilados—. ¿Jodiste de nuevo con ella?
—… Sí —dijo Denny—. En su habitación, en su casa. Supongo que hice bien.
Sorprendido, Chico abrió los ojos. Grietas en el penumbroso techo.
—Oh. —Empujó a Denny hacia el lado—. Tuviste más energías que yo. Yo estaba agotado cuando llegué de vuelta aquí.
—Tiene un hermoso lugar —repitió Denny—. Realmente hermoso.
—¿Por qué quiso irse? —Se frotó el picor en su cerdosa barbilla.
Denny se agitó buscando una posición más cómoda.
—Para echar un vistazo a su clase, dijo. —Denny se agitó de nuevo.
—¿Su clase?
La L formada por la persiana en la ventana había adquirido finalmente el profundo color del anochecer.
—Sus niños. Está cuidando a un grupo de niños, ¿sabes? Todos de ocho y nueve años. En su mayoría negros.
—No, no lo sabía. —Dejó que sus labios se fruncieran formando una tienda por donde, con la ayuda del aire, asomaron sus dientes. Bueno, no la había visto mucho. ¿Cuántos días había estado fuera? Ella había dicho que tenía un lugar, sí—. No, no lo sabía.
Frunció el ceño encima de la cabeza de Denny.
—Me gusta —dijo Denny—. Me gusta mucho. —El rostro de Denny se asomó de debajo del pelo—. ¿Sabes?, y creo que yo también le gusto a ella.
—Sí, supongo que sí —dijo Chico—. ¿Echó un vistazo… a su clase?
—No —dijo Denny—. No mientras yo estuve allí. Iba a hacerlo. Pero nos pusimos inmediatamente al asunto. A joder, ya sabes. Dijo que iba a ir cuando yo me hubiera marchado. Si no se fue primero a dormir. Creo que estaba bastante cansada.
Chico miró de nuevo al techo.
—¿Cuánto tiempo hace que tiene a los niños?
—Un par de semanas —dijo Denny—. Eso es lo que me dijo. Dijo que le gustaban. Se reúnen a poca distancia de su lugar. Es realmente hermoso.
—¿Qué aspecto tiene? —¿Un par de semanas? Estaba demasiado cansado para sentirse trastornado.
—Realmente hermoso. —Un mechón de pelo de Denny rozó y se quedó prendido en la barbilla de Chico.
—Bueno, al menos eres bueno para algo, mamoncillo. ¡Hey! —Chico arqueó los músculos de su pierna ante la repentina rigidez en las ingles de Denny—. No, hombre. Olvida eso. En estos momentos no lo deseo.
Denny se puso de cuatro patas y retrocedió.
—Entonces será mejor que comas algo. No han hecho mucho. Lo van a terminar.
Chico se sentó y asintió.
—De acuerdo, vamos. —Bajó medio groggy la escalerilla, y se detuvo en la puerta de la habitación.
¿Por qué (observando a Denny bajar) le ha contado a él todo lo relativo a su nuevo lugar, y a su clase, y no a mí? ¿Porque no pregunté?, se respondió. Finalmente pudo sonreír ante ello.
—Vamos. —Denny tomó a Chico por el codo y lo condujo.
A medio camino del pasillo, Chico hizo chasquear la lengua y se soltó. Fue un tirón suave; pero la cabeza de Denny se apartó bruscamente ante el movimiento, en asustada anticipación, desalentada y sorprendida. Sin mirarle particularmente, Denny retrocedió unos pasos para dejarle pasar.
—¡Jesucristo! —exclamó Pesadilla, volviéndose con un plato lleno en su mano, primero haciendo un gesto con la mano, luego usando su tenedor—. ¿No fue algo lo de esta tarde? Quiero decir, ¡fue demasiado! —Se llenó la boca y siguió hablando, arrojando pequeños proyectiles de comida—. Oímos la forma en que echaste a esos negros. ¡Hey —hizo un gesto en dirección a Dragón Lady, que estaba sentada contra la pared—, oímos lo que les hizo a esos negros!
—Mierda —dijo secamente Dragón Lady, y miró a Chico sólo con el rabillo del ojo—. No me importa lo que le haga a ningún maldito negro.
—Ni siquiera sabía que estuvieran en la casa —dijo Chico.
Dragón Lady se llenó la boca de comida.
—Mierda —repitió, y recogió con el cubierto lo que quedaba en su plato.
—Dadle algo de comer —aulló Pesadilla en dirección a la cocina.
—¡Baby! —rugió Dragón Lady; sus hombros se agitaron; nadie dejó de hacer lo que estaba haciendo—. ¡Adam! —Arrojó las palabras como granadas—. ¡Traed un poco más de comida para aquí fuera!
—¡Marchando! —Baby, aún desnudo, empujó entre la gente que estaba en la puerta, sosteniendo (peligrosamente) humeantes platos.
—Éste es para ti.
Chico ignoró el sucio pulgar que debía haber estado clavado en lo que parecía una mezcla de verduras en conserva (extrajo el tenedor de donde había estado enterrado: maíz, guisantes, quingombó, cayeron por los lados) y (probó el primer bocado) carne. Baby entregó el otro plato a Denny. Se volvió para servir a Catedral, Jack el Destripador, Devastación, todos ellos sentados en silencio.
Jetadecobre, aún no servido, miró desde el canapé, y sonrió e hizo una inclinación de cabeza cuando Chico miró hacia él.
—Ahí tienes —Adam entregó un plato a Jetadecobre. Éste lo tomó, saludó a Chico con un tenedor de dobladas púas, luego hundió los hombros y empezó a comer.
La amiga de Denny (¿no debería averiguar su nombre?), con una taza de café sujeta por el asa, salió de la cocina, cruzó la estancia para sentarse en el suelo a la derecha de Denny, y puso gran empeño en no mirar a Chico. La muchacha con el chaquetón de marinero, cerca de Jetadecobre en el canapé, tomaba ocasionalmente algo de comida del plato de Jetadecobre con una cuchara: Jetadecobre la ignoraba, más o menos.
—¿Tuvisteis una fiesta? —exclamó Pesadilla en respuesta a una pregunta que Chico no había oído formular—. ¡Nosotros corrimos! ¡Adam, Baby, la Lady y yo! Yo estaba tan asustado que no creo que fuera capaz de hacerlo. Mierda, aún estoy asustado.
La última risa que murió fue la explosiva de Dragón Lady.
—Estábamos en el parque. —Pesadilla agitó su tenedor por encima de su cabeza; más gente se sentó—. Baby, Adam, Dragón Lady y yo. ¿Conoces la vieja torre meteorológica en el parque?
(¿Qué habrá estado haciendo George a la cobriza luz del mediodía?, se preguntó Chico. ¿Qué habrá hecho June?)
—Cuando empezó, quiero decir después de que empezara, primero pensamos que toda una parte de la ciudad estaba en llamas…, luego que pudimos ver de qué se trataba… —Agitó la cabeza a alguien que había empezado a comentar algo—. No, no, no sé de qué jodida cosa se trató. No me lo preguntes. Después de que pudimos verlo, subimos las escaleras para observar. ¿No lo hicimos?
Dragón Lady se sentó, sonriendo y agitando la cabeza, lo cual, cuando observó el cambio de atención, cambió a un asentimiento: la sonrisa persistió.
—Simplemente subimos allá arriba y contemplamos todo el espectáculo. Subir. Y bajar. —Pesadilla lanzó un silbido—. ¡Jesucristo!
Vivimos, pensó Chico; y morimos en distintas ciudades.
—¿Estuvisteis con ello hasta que hubo terminado? —preguntó el escorpión vestido de vinilo, escrutando.
—Nosotros lo vimos bajar… —protestó Jetadecobre.
—¿Terminado? —La boca de Pesadilla colgó abierta, en burla a su interlocutor—. ¿Qué es lo que ha terminado?
Adam se frotó las cadenas en su pecho: los demás permanecieron inmóviles.
—¿Tú crees que se ha terminado? —preguntó Pesadilla.
La chica rubia con el chaquetón de marinero sujetaba fuertemente su cuchara entre las rodillas con las dos manos.
—Cuando hubo bajado —dijo—, todo fue otra vez como un día normal…, aquí. Y luego hubo luz durante cuatro o cinco horas, hasta que llegó el momento de hacerse oscuro. —Miró por encima de su hombro al negro cristal; el león de bronce en el alféizar escrutaba la noche empalado en su estaca sin bombilla.
La risa de Dragón Lady quebró el silencio.
—Mierda. —Pesadilla volvió a llenarse la boca de comida y le aulló a su plato—: ¡Ni siquiera sabes si el sol volverá a salir de nuevo! Mañana a esta hora podemos estar todos carbonizados. O congelados. ¿Qué estabas diciendo, Baby, acerca de que tal vez la Tierra haya sido empujada fuera de su órbita o algo así, quizá hacia el sol o más allá de él…?
—Yo no dije eso. —Baby contempló su granujiento pecho, sus no circuncidados genitales, sus dobladas rodillas, sus sucios pies; por primera vez su desnudez estaba fuera de lugar—. No lo estaba diciendo en serio…
—De ocurrir algo así, se hubiera producido un terremoto. —Adam, con su acento de Filadelfia, sujetaba sus cadenas con un puño—. Te lo dije. Un gran terremoto, o quizás un maremoto; o ambas cosas a la vez. Nada de eso ocurrió. Y hubiera tenido que producirse si la Tierra hubiera sido empujada de alguna manera…
—Así que, quizá —Pesadilla alzó la vista—, ¡dentro de diez minutos vaya a producirse un grande y jodido terremoto!
Entonces la bombilla que colgaba del techo bajó a una cuarta parte de su luminosidad.
Chico intentó tragar su corazón de vuelta a su pecho; amenazó con estallar y llenó su boca de sangre.
Alguien estaba llorando de nuevo.
Chico miró para ver si era Denny. Pero era otro escorpión (¿Araña?), al otro lado de Pesadilla. El rostro de Denny, incluso a la amarillenta semioscuridad, estaba cortado con hojas de sombra desde su pelo.
—¡Oh, vamos! —Smokey se asomó desde detrás del hombro de Trece—. Mirad, esto acostumbraba a pasar cuatro o cinco veces al día cuando estábamos aquí.
Algo zumbó en la cocina: la luz volvió a adquirir todo su brillo.
Pesadilla comió obstinadamente.
Nadie más lo hizo.
—Hey, chicos, ¿habéis hecho algo más de esta mierda? —Pesadilla hizo una seña con la cabeza hacia Adam y Baby—. Está buena. —Luego miró a su alrededor—. Ninguno de vosotros sabe si ha terminado o no.
—Yo también repetiría —dijo Dragón Lady.
Baby se adelantó tendiendo la mano hacia sus platos.
—El error —Chico se sorprendió a sí mismo hablando, se llenó la boca de comida para parar, pero siguió hablando de todos modos— no es pensar que se haya acabado. —Estoy imitando a Pesadilla, pensó, luego se dio cuenta de que no, estoy haciendo lo que hizo Pesadilla por la misma razón—. El error es pensar que empezó esta tarde.
—¡Correcto, jodido muchacho! —Pesadilla agitó su tenedor para dar mayor énfasis a sus palabras.
Chico volvió a llenarse la boca y pensó: puede que vomite. Y luego pensó: no, tengo demasiada hambre.
—Nos ha quedado todavía algo en el perol —estaba diciendo Adam—. El que quiera puede coger más hasta que se agote.
Una sombra hizo alzar la vista a Chico de su plato.
Adam estaba de pie ante él, tendiendo la mano hacia el plato de Chico, a punto (se dio cuenta Chico) de estallar en lágrimas. Chico se lo entregó.
Pesadilla, Dragón Lady y yo somos los primeros en ser servidos, reflexionó Chico, mientras Baby volvía con sus segundas raciones. Bien, Jetadecobre parece tranquilo.
Una vez terminado, Chico dejó su tenedor en el suelo y se puso en pie.
—Hey, ¿dónde vas? —preguntó Jetadecobre, nada de beligerancia, todo él perplejidad.
—A dar un paseo.
En el último peldaño de la casa, observó dos farolas en la distancia. ¿Arderían y se apagarían en cualquier momento? ¿O se congelarían con el advenimiento de una nueva edad de hielo, a los veinte minutos de su consunción? El aire tenía la misma temperatura dolorosísimamente suave que había tenido noche tras noche tras noche. La puerta se abrió detrás de él: Denny miró fuera.
—Quiero ir a ver el lugar de Lanya —dijo Chico, volviéndose—. ¿Quieres mostrarme el camino?
—Yo… no puedo —dijo Denny—. Ella está trastornada. Y quiere hablar… conmigo.
—Que te jodan, mamón. —Chico echó a andar manzana abajo—. Te veré luego. —(No estaba en absoluto furioso). Aquello estaba bien. A medio camino de la esquina, sin embargo, se dio cuenta de que Denny era la única forma que tenía de hallar el nuevo lugar de Lanya.
Podía probar en el bar. Pero si ella tenía ahora una casa, ¿qué posibilidades había de que estuviera en Teddy’s esta noche?
Miró hacia atrás, dispuesto a gritarle que volviera inmediatamente junto a él.
La puerta estaba cerrada.
¡Y sigo sin saber el nombre de la muchacha!
Inspiró entre apretados dientes. Quizá encontrara a Lanya en el bar.
Llegó a la esquina de la colina; se sorprendió al comprobar cuántas farolas —quizás una de cada cinco— funcionaban en aquel vecindario. La situada diagonalmente al otro lado de la calle proporcionaba la suficiente luz para que destacaran las ennegrecidas paredes de la gran casa. (El fuerte olor a quemado era lo que le había hecho detenerse.) Las columnas que sostenían el gran balcón encima de la puerta se habían carbonizado por completo, de modo que la plataforma, con su barandilla de leones, colgaba inclinada. Incluso así, Chico necesitó todo un minuto para estar seguro de qué casa se trataba. Sólo las casas que podía ver a su alrededor se lo confirmaron.
¿Cuatro, cinco, seis horas desde que habían gritado y reído y aullado dentro de ella?
Helado hasta el tuétano en el neutro aire, se apresuró a alejarse.